lunes, 30 de enero de 2012

SIN ESCAPE...





Tuve que huir. Casi sin saludar. Sólo quería ponerme a salvo. Había sido un almuerzo con personas que me eran completamente ajenas, extrañas. Esas personas se conocían entre sí: eran familia. Me encontré rodeado, abrumado por la ausencia de palabras, por el desinterés de las suyas para con las mías, por el calor que me aplastaba sin piedad, por la indiferencia que mostraba la persona que debía -desde mi supuesta concepción arcaica de cómo funcionan las relaciones sociales en su punto inicial- acompañarme a ese intercambio de amabilidades que implica toda conversa.
Ningún intercambio amable. Silencio de mi parte (siempre fui así ante la situación casa-ajena-gente ajena) frente a un océano de palabras cuyas olas jamás rompían hacia estas costas. Busqué un poco de aire el patio. No lo encontré y, bajo ese sol tremendo, mi desesperación (mi narcisismo) comenzó a subir, llegando a un estado de alerta naranja.
Entonces ya no había vuelta atrás. Tomé mis cosas, saludé a los pocos que estaban ahí afuera y emprendí una retirada rápida hacia el auto. Cada paso que daba por el pasillo que conducía hacia la puerta de salida era un acercamiento dulce hacia mi seguridad.
El calor seguía, feroz, ladrando sin parar. Pero para cuando el sol comenzó a caer, mi cuerpo ya no estaba allí. Se lo habían cargado al hombro mis silencios que, cansados de tanto latir, decidieron cristalizarse en alguna palabra....muy lejos de allí. Muy solo.
Me fui. No podía estar ahí. No podía ser, lo cual hay veces que se puede tolerar y, muchas otras, no aguanto semejante negación.
Y me fui sin saludar.

sábado, 28 de enero de 2012

LAS COSAS POR SU NOMBRE...(5ta. ENTREGA)





ÉL

"Kirchner es lo que podríamos llamar un prócer instantáneo o, dicho de otro modo, un oxímoron, es decir, una contradicción en los términos. Un prócer siempre fue alguien que, ya asentado el polvo del presente, los debates de la historia definían como un grande: se solía suponer que sólo el paso de los años permitía juzgar los efectos de un hombre en su sociedad. Ahora parece que no hay tiempo para esas pavadas.
El verdadero mito es siempre una construcción laboriosa, lenta y espontánea, pero ésta es una tentativa muy intensa de producir un mito. Hay que reconocerles cierta audacia: no es fácil armar un héroe popular a partir de un rico que empezó una fortuna deshauciando deudores morosos para quedarse con sus casas.
La muerte de un hombre siempre es triste. La muerte de un hombre público es, además, un hecho público y como tal vale la pena examinarlo. En pocas horas, ese hombre se hizo otro: Kirchner ya es un mártir que murió porque, enfermo, no quiso dejar de pelear por el bienestar del país, un argentino excepcional, un gran patriota. En pocas horas, las radios y canales de televisión se llenaron de figuras que emitían palabras de pesar y encomio mientras hacían, para sí, cuentas electorales. En pocas horas Kirchner -su figura-se fue constituyendo en un Gran Muerto Patrio, de esos que sostienen políticas y se vuelven banderas y las distintas fracciones se disputan. El líder muerto sirve sobre todo porque cada cual le puede hacer decir lo que quiera.
La idea de héroe no sólo me rechaza por su contenido de sumisión a un jefe, un padre. Además, un héroe es alguien que está tan convencido de algo que se permite hacer lo que le parezca para sostener ese convencimiento. Pero quien cambia, va, viene, arma y desarma, no puede terminar en héroe, en mito.
Y lo más extraño es que, por ahora, lo que se está armando es otro oxímoron: un mito moderado. Si sigue así, va a ser la síntesis perfecta del oxímoron que instaló este gobierno: la épica posibilista.
¿No es curioso que sean precisamente los que hablan de ideas, principios y utopías quienes te corren con el posibilismo más descarnado, más vehemente?"

ELECCIONES

Las elecciones nos desazonan porque son una puesta en escena cruel de nuestra mediocridad como sociedad, de nuestras incapacidades. Si tenemos estas opciones la culpa es toda nuestra, somos nosotros los que no supimos conseguir otra cosa, preparar otra cosa, merecernos otra cosa. Aunque quizás -además- este sistema electoral sirva para que las opciones que lo hegemonizan nunca sean opciones.
Uno de los peores males del sufragio universal contemporáneo son los dirigentes vendidos como jabón-lava-más-blanco, con gran insistencia en sus sonrisas y ninguna insistencia en sus ideas.
Además, votar no debería ser un deber, sino un derecho. Las elecciones obligatorias son una muestra clara de desconfianza en nuestra famosa vocación democrática: si creyeran que nos importa elegirlos, no nos obligarían. Nos suelen presentar el voto obligatorio como una verdad revelada, universal indiscutible, la base de la justicia democrática. Y sin embargo el mundo rebosa de países mucho más democráticos que soportan que sus ciudadanos decidan si votan o no.
El sufragio obligatorio suele presentarse como la forma de garantizar la participación de todos: como si meterse en un cuarto oscuro y manotear un papel fuera participar. Es obvio, para empezar, que si alguien elige ir a votar cuando puede no hacerlo, va a pensar más en qué elegir: va a informarse, se va a preparar, le va a dar más vueltas al asunto, y, también, desaparecerían muchos de esos votos automáticos. Y esto, supongo, produciría algunos cambios en la forma de llevar adelante las campañas y la actividad política en general. Deberían, para eso, entusiasmar al votante con la idea de participar un poco más; la herramienta más poderosa del poder en esta democracia -convencer a los ciudadanos de que la política es un basura y mejor no mezclarse- poco a poco dejaría de servir.
También se debería hacer obligatoria el llamado a consultas populares para que la población decidan cuestiones precisas.
Entonces la campaña electoral se tornaría interesante porque nos obligaría a discutir seriamente las tres o cuatro políticas concretas importantes que deberíamos decidir, en lugar de hablar de batallas imaginarias, dragones de relato y monopolios y, sobre todo, de la sonrisa limpia y las historias sucias. Y su resultado sería más complejo y más completo: el ganador no recibiría el cheque en blanco acostumbrado porque estaría obligado a llevar adelante esas medidas que habrían sido votadas junto con él.

viernes, 27 de enero de 2012

LAS COSAS POR SU NOMBRE...(4ta. ENTREGA)




RELATO

"La palabra relato es antigua, pero fueron lo teóricos de la posmodernidad los que empezaron a usarla para insistir en que la percepción y consideración de cada momento histórico depende de cómo se lo describe y que esas descripciones son variables; que el sector que considere imponer su relato sobre los otros relatos posibles obtiene una ventaja decisiva: que la mayoría leerá los acontecimientos a través del prisma de esa manera de ver el mundo. Ese gran relato, a su vez, estaría formado por una multitud de relatos pequeños o fragmentarios: la forma en que se cuenta la realidad todos los días.
Los kirchner siempre creyeron que la pelea fundamental se da menos en los hechos que en la forma en que se ordenan y enuncian esos hechos: su relato. Por eso mostraron desde el principio que creían, como ningún gobernante anterior, en los medios de comunicación: que creían en esas usinas de relato como otros -y ellos mismos- creían en la fuerza de un dios, las armas, el dinero.
Tan confiados en la potencia del relato, necesitaban y temían a sus productores; por eso mantuvieron, durante cinco años, su alianza con el más poderoso: el grupo Clarín, que todavía no era el monopolio.
Luego vino la pelea, y -de pronto- esa pelea contra el monopolio se transformó en la causa nacional y popular. Y la causa de la pelea, por supuesto, fue explicada por los principios sacrosantos: de pronto, el gobierno nacional descubrió que Clarín había apoyado a los militares de 1976. Les tomó su tiempo -aunque los elementos en los que se apoyaron para afirmarlo no eran del todo secretos: se trataba, más que nada, de las tapas de los diarios de esos años. Lo difícil es suponer que esas tapas de 1976 hayan cambiado mucho entre 2003 y 2008. Es más fácil pensar que los férreros principios de los Kirchner son tan maleables y acomodaticios como todo el resto.
678, la usina televisiva principal desde la que se produce el relato kirchnerista, tiene muchos problemas: algunos palenlistas cuya trayectoria sinuosa y siempre oficialista los hace poco creíbles cuando se lanzan a pontificar revoluciones; alguna tendencia a la cita manipulada y a la repetición machacona, a la burla laboriosa, a la injuria fácil y a la homogeneidad extrema; el recurso sistemático al prontuario de sus enemigos cuando los de sus amigos no resisten un examen semejante, el reemplazo de la reflexión por una repetición sistemática y tenaz de slogans efectistas y subrayados absurdos, como si quienes hablan no creyeran en la capacidad e inteligencia de sus espectadores: como si hablaran para bobos.
Lo malo de 678 no es -como muchos piensan- que exista, sino que no existan más. Para que ese programa tuviera sentido tendría que haber muchos, uno por cada fuerza política significativa en la Argentina.
Para profundizar las libertades democráticas, cada sector con representación parlamentaria debería tener su programa periodístico en los medios públicos, donde pueda ejercer su opinión y su mirada - y que la importancia de ese programa sea proporcional a su peso electoral: finalmente son los votos los que dan derechos en nuestro sistema de representación."

MODELO

Si hay una frase que ha caracterizado a este gobierno es la proclama de que quieren redistribuir la riqueza. En su momento Kirchner explicó que lo haría cambiando el sistema impositivo claramente injusto. Tenía cierta razón: si no piensa producir cambios en la forma de la propiedad ni en el modo de producir, la modesta posibilidad que le quedaba al Estado para intervenir sobre la repartición de la riqueza es su política tributaria. Pero, ocho años después, el sistema fiscal sigue exactamente igual: la incidencia del IVA, el impuesto más injusto, por el que ricos y pobres pagan los mismo -y, por lo tanto, los pobres pagan mucho más en proporción a sus ingresos- fue, en 2010, del 28 % del total recaudado: lo mismo que en 2003.
Modelo es una palabra que describe una construcción teórica, no una realidad. Pero, aún así, el modelo es, en última instancia, la clave de todo.
La reactivación de 2003-2007 fue un período de crecimiento espectacular. La crisis de 2001había producido las condiciones para su propia superación: mucha mano de obra desocupada, la salida (forzada) de la convertibilidad y la gran demanda de alimentos en el extranjero posibilitaron el aumento de la producción, el empleo y el consumo para ir reconstruyendo, poco a poco, el mercado interno que volvió a consumir. De ahí en más, la cuestión era decidir qué se hacía con ese impulso, hacia dónde se dirigía el crecimiento. De eso se trata todo esto, el famoso modelo.

En octubre de 2009, por decreto presidencial, entró en vigencia la Asignación Universal por Hijo. Era una gran red de contención social que otorgaba 180 pesos a unos 3.500.000 chicos. Los 8.000 millones de pesos de la Asignación salen de los fondos de la Anses -que sigue pagando a los jubilados menos de lo que debería. O sea que ese dinero no viene de nuevos impuestos u otros orígenes redistributivos: es la plata de los jubilados.

La lógica de la desigualdad es el núcleo del sistema capitalista de mercado. En la Argentina actual funcionan 400.000 empresas de todos los tamaños. Pero las 500 empresas más grandes controlan un cuarto de la economía del país. Y la extranjerización: de esas 500 empresas más poderosas, 338 son extranjeras y sólo 162 argentinas. Lo mismo pasa si se mira por actividad: las mayores automotrices son extranjeras; igual que las mayores petroleras, las mayores telecomunicaciones, las mayores vendedores por menor, y siguen las firmas...

Se habla mucho, últimamente, de la primarización para discutir si la economía argentina actual -el modelo- está más orientada a la producción de materias primas o de valor agregado. Entre los diez productos que más se exportan sólo uno es industrial: los vehículos, que tienen una balanza comercial negativa porque cuestan más las piezas que se compran para ensamblarlos en el país que lo que entra por las exportaciones. El resto so productor primarios o muy escasamente procesados: granos, aceites, minerales, etc.

La argentina es uno de los pocos países productores de petróleo que no tiene una compañia estatal hegemónica: sí la hay en México, Venezuela, Brasil. Aquí, en cambio, el peronismo de los 90 vendió por unos pesos YPF -con gran beneficio para varios de sus jefes, entre ellos Calos Menem y Néstor Kirchner, y el peronismo de los dosmil no hizo nada para recuperarlo. Al contrario, extendió licencias de explotación y consolidó el sistema. Así que la actividad está en manos de empresas multinacionales que no sólo reparten miles de millones de dólares de utilidades antre accionistas extranjeros, sino que, además, dedicaron todos estos años a llevarse todo lo que pueden sin invertir en la búsqueda de nuevos yacimientos.

Las actividades extractivas -agrarias, mineras, petroleras- como base de la economía explican varias cosas; ente ellas, el peso que han tomado el transporte y los transportistas en la vida nacional. Con otro tipo de esquema económico - de modelo- donde los sectores industriales se hubiran desarrollado realmente, habría sido impensable que el sindicato más poderoso del país fueran los camioneros -con su jefe Moyano a la cabeza- porque los viejos gremios predominantes -metalúrgicos, mecánicos- ya no tienen el peso económico suficiente para dominar la CGT.
Que ahora los privilegiados sean Moyano y sus camioneros es, en última instancia, un dato secundario: lo que los encumbró sigue siendo el clásico mecanismo peronista que consiste en dar privilegios a un sector de los trabajadores y, sobre todo, a sus jefes, como forma de consolidar un grupo que los ayude a manejar el movimiento sindical y que contenga, sobre todo, cualquier desborde por izquierda.

Son matices para un hecho básico: que la concentración y la extranjerización de la economía no sólo no se detuvo sino que aumentó durante los ocho años del gobierno peronista de los Kirchner, durante la vigencia del actual modelo.

El tema de los subsidios es otra de la patas del modelo. Lo que importa no es tanto la cantidad, sino el destino. En 2009, por ejemplo, las 500 empresas más ricas recibieron, entre subsidios y desgravaciones, 15.000 millones de pesos del gobierno, es decir un 20 % del total de sus utilidades y el doble del costo total de la Asignación Universal.
O sea que, en última instancia, el Estado está subvencionando la actividad de empresas tan rentables como las petroleras -que cobran por su producto, en el mercado local, más de cuatro veces su costo de producción.

Otro aspecto decisivo del modelo es el famoso desendeudamiento. Es otro efecto de relato: no se habla de pagar deuda, se habla de desendeudar. Lo cierto es que el gobierno de los kirchner pagó, en sus ocho años, casi 25.000 millones de dólares a los organismos internacionales, y otro tanto a los acreedores privados: más que ningún otro gobierno en toda nuestra historia.
Estuvieron, por un lado, los diversos pagos a los acreedors privados: la renegociación de los títulos de deuda. La quita solicitada, originalmente, era del 75 %, que quedó reducida al 50. Pero nueve meses después anunciaron la verdad: pagarían casi el doble de lo que habían dicho: el doble, dos veces más, un presupuesto nacional más.
Y también estuvieron los pagos a los organismos internacionales. En un primer momento, los pagos al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y al Banco Interamericano de Desarrollo se presentaron como una maniobra genial que nos permitía librarnos de su tutela. Lo cual sucedió, pero a un precio que dejó bastante satisfechos a los acreedores. Era una opción posible. Otra, que siempre fue defendida por la izquierda, era la revisión de la deuda para establecer qué parte era legítima y cuál no; el gobierno de los kirchner nunca quiso revisar nada. Pagó, desendeudó.

Si hubiera que hablar de una sola cosa para hablar del modelo, la idea de argentinos con hambre (que aún hay, y muchos) en un país que exporta millones de dólares en comida, la idea de un país donde alcanzaría con redistribuir el 1,5 % del PBI para acabar con ese mal y no se hace, me parece suficiente para pegar un grito y terminar con la conversa.
O para insistir en que todo se basa en la falacia de que las desigualdades y la pobreza se pueden eliminar dentro del sistema de delegación como éste, donde la mayor parte del poder está en manos de los ricos que serían los más afectados por el cambio. O que se puede eliminar la desigualdad haciendo que los pobres dejen de serlo sin que los ricos sufran por eso: que alcanza con aumentar la producción de riqueza de un país para que todos reciban parte suficiente de esa riqueza. Otro efecto de relato, que repetimos sin pensar demasiado, sin querer pensarlo."

LAS COSAS POR SU NOMBRE...(3ra. ENTREGA)





SEGURISMO

"El segurismo pretende que las respuestas no deben enfrentar el deterioro social sino sus consecuencias, por vía de mayor represión. No siempre desemboca en gobiernos más autoritarios, pero puede suceder. Cuando no, produce una intensificación de la represión y el control social dentro de los límites del mismo sistema político. El segurismo, que no analiza las razones y causas del problema, tiende a creer, con el mismo mecanismo, en soluciones mágicas, y en la aparición de líderes salvadores capaces de aplicarlas: la famosa mano dura del hombre fuerte. El segurismo y sus slogans sustituyen -o intentan sustituir- el resto de los debates políticos y sociales que esa situación parece precisar."

LAGENTE

El segurismo tiene un sujeto por excelencia: lagente. Lagente es otro argentinismo que se podría definir como un conjunto amplio y voluntariamente vago de personas que deberían compartir intereses y opiniones. El sustantivo colectivo lagente es un concepto nuevo, que da cuenta de la falta de definiciones de nuestra sociedad. Lagente apareció durante el peronismo de los noventa para reemplazar a otra palabra -pueblo- que resultaba conflictiva. Aunque, a su vez, pueblo fue la respuesta populista a otra -trabajadores- más definida y conflictiva todavía. Que, a su vez, era la respuesta a otra que más aún: clase obrera.
El concepto lagente intenta postular que la pertenencia de clase no es un dato decisivo, porque hay un "sentido común", que está por encima de esa pertenencia. Postula, en síntesis, que hay cosas que todos, más allá de su posición social, deberían pensar y apetecer. Lagente, entonces, no tiene ideología; tiene, por supuesto, ideas: en sentido común.
Quienes usan el concepto lagente pretenden que incluye a -casi- todos: lagente puede ser el dueño de una petrolera, su secretaria, su chofer, el médico que lo atiende, la suegra de ese médico, la peluquera de la suegra y tantos otros millones. Los únicos que en principio no son lagente son los villeros, faltaba más. Por lo cual se podría decir que lagente es, pese a su aparente indefición, un grupo censitario: para integrarlo se necesita cierto nivel de plata.
Lagente resulta, desde ya, un instrumento para achatar cualquier análisis, para no decir quién se beneficia o no con ciertas cosas. Y es, también, la palabra que usa mucha gente para no decir yo: yo pienso, yo creo, yo quiero. Porque si su enunciado se sujeta en lagente se transforma en el sentido común de una supuesta mayoría."

CAMPO

En la Argentina, el campo se postula como lo inmutable: lo esencial, pura ontología. Si la argentina es algo, es el campo.
Esta construcción fue sostenida por el poder económico y el poder político: muchas décadas en las que el campo fue la principal producción argentina, y sus dueños los dueños de la patria.
La pelea entre los capitalistas volcados a la exportación y capitalistas interesados en el mercado interno es la historia de nuestros últimos cien años. En los setenta, los ricos argentinos se desesperaron y decidieron que tanta industria requería demasiados obreros y que esos obreros no eran buenos para su salud y que lo mejor sería acabar con ambos problemas con un solo golpe. El golpe de 1976, queda dicho, fue sobre todo un intento -exitosísimo- de devolver la Argentina a su papel de país agroexportador.
Actualmente, con la soja el campo ha vuelto a convertirse en el sector económicamente más significativo, con la soja se están modificando las formas de explotación agrícola, con la soja se concentró la propiedad de las tierras, con la soja cambió la vida de miles de pequeños productores, con la soja se está armando una explotación agraria casi sin mano de obra, con la soja peligran los suelos por generaciones, con la soja se ha roto la hegemonía del puerto de Buenos Aires, con la soja la Argentina está volviendo a ser la que planearon los padres fundadores.
Si hay formas de producir mucho más alimento tiene sentido que se usen, aunque ocupen menos gente; allí es donde debería intervenir el Estado para garantizar que con esas ganancias multiplicadas se creen otras fuentes de trabajo que permitan incorporar a los expulsados por las nuevas tecnologías. Es una de las formas más leves de lo que suele llamarse redistribución de la riqueza: que el beneficio de los avances técnicos no sea sólo para los propietarios sino para todos.
Lo que más impresiona es que todo esto nos cambia la vidaa, y nunca lo decidimos. La invasión de soja nos sucede -a cuarenta millones de argentinos nos sucede- porque algunos ricos y el mercado resolvieron que así iban a ganar más. Es la democracia que tenemos: así se toman las grandes decisiones. Las que definen nuestras vidas y futuros mucho más que si fulano es diputado, zutano gobernador, perengano presidente...esas cosas que todavía nos dejan decidir."
El problema de este gobierno no fue que trataran de sacarle modestas sumas a los ricos; fue que también trataron de sacarle ricas sumas a los modestos, y así se consiguieron un enemigo que no debería haber sido tal. Lo que consiguió el gobierno con sus errores fue que esa idea de campo como patria se ampliara hasta límites impensados. Y consiguió perder, sin proponérselo, su alianza con ciertos grupos económicos, con su base agropecuaria, como el grupo Clarín."

PROGRESISMO

Progresismo es, más que nada, el nombre de la desorientación contemporánea: de la imposibilidad de definirse, de la dificultad de tomar posiciones claras en medio de tanta confusión generalizada. Decir progresista es decir tan poco que, en estos días, el lider boquipapa Mauricio Macri se definió como tal y definió el asunto con verba paratí: ser progresista es crecer, y crecer es cambiar de problemas.
El progresismo es una conciencia mínima entre sujetos muy diversos, que no están lo bastante convencidos de nada como para busca algo más que coincidencias mínimas - y que, si se pusieran a discutir, podrían estar en bruto desacuerdo sobre tantas cosas. Decirse progresista es decir me gustaría saber qué soy o qué apoyo pero no lo tengo demasiado claro aunque de pronto sí se me ocurren dos o tres cosas; decirse progresista es querer decir algo sin saber realmente qué, y -de algún modo- preferir ignoralo.
Lo progre empieza por ser una identidad cultural: ciertas conductas, músicas, lecturas, películas, ropas compartidas que funcionan como marcas de reconocimiento. Pero, si fuera necesario definirlo más allá de esas marcas, más allá de diferencias y matices, se podría decir que lo común del progresismo es una sensibilidad leve a ciertos problemas sociales, que impulsa a sus portadores sanos a buscarles leves soluciones que no excedan los límites del orden establecido. Por eso algunos dicen que el progresismo es una forma contemporánea del gatopardismo: el ejercicio de cambiar un poco para que nada cambie."

miércoles, 25 de enero de 2012

LAS COSAS POR SU NOMBRE...(2da. ENTREGA)



Segunda entrega del libro de Martín Caparrós...

KIRCHNERISMO

"La candidatura de Kirchner no fue la consecuencia de ninguna construcción política: no tenía detrás un programa, un partido, un movimiento que lo apoyara; fue el resultado de esas casualidades que lo pusieron en un lugar inverosímil, que ni el mismo esperaba. Se benefició con el apoyo de Duhalde y se benefició sobre todo de su ambigüedad: nadie sabía quién era, qué haría, lo cual en ese momento era lo mejor que le podía pasar a un candidato.
Más allá de sus detalles, la idea básica de su discurso era la de reconstruir el Estado Argentino y reparar el mercado interno para mejorar el funcionamiento del capitalismo criollo.
El primer efecto del gobierno Kirchnerista fue la recuperación de la confianza en la delegación democrática. Kirchner hablaba de utilizar los instrumentos que la Constitución y las leyes contemplan para construir y expresar la voluntad popular. Ahora, ocho años después, sabemos que sus gobiernos nunca convocaron a ninguna consulta popular. Y que, más aún, todas sus decisiones furon tomadas en un grupo tan pequeño, tan cerrado, tan incapaz de consultarlas, que sólo ese mecanismo explica la cantidad sorprendente de errores cometidos.
El kirchnerismo forma parte de una tendencia hacia la centroizquierda que atravesó América Latina después del gran fracaso neoliberal, favorecido por el fin de la guerra fría y el aumento de los precios de las materias primas que produce la región.
La recuperación de la confianza en la delegación democrática no sólo era necesaria para desalentar búsquedas alterativas; también era indispensable para encarar la reconstrucción del Estado. Los argentinos veníamos de un largo período de propaganda antiestatal, que confluyó en el 2001 con el rechazo radical de la clase política a cargo de la conducción de ese Estado denigrado. En ese clima, cualquier tentativa reestatista habría sido imposible por impopular.
Reconstruir el Estado no garantiza nada en cuanto a su uso posterior; sólo supone armar una herramienta que sirve para controlar a los ciudadanos y también, ese poquito, a los más ricos. O sea: que serviría, eventualmente, para que alguien lo usara para eso si quisiera. Y podría servir, incluso, más eventualmente, para garantizar que la mayoría tenga acceso a ciertos derechos mínimos.
Los privatistas no son los que quieren que no haya Estado; son los que pretenden que el Estado se limite a su papel de represión y control, y les deje hacer lo que quieran con el poder que les da su dinero. Su gran argumento -tan pegadizo, tan defendible- es la idea de que el Estado es inútil, una cueva de ladrones y, sobre todo, una runfla de incapaces. Es una idea difícil de sostener. Si el Estado no es capaz de administrar una compañía eléctrica o una empresa telefónica, menos, mucho menos, puede manejar la Argentina. O sea: un gobierno no puede usar esa explicación para privatizar, porque entonces lo primero que tendría que hacer sería tomarse el helicóptero. Pero la idea prendió: gracias a ella, lo sabemos, el peronismo de Menem malvendió casi todo.
Kirchner aprovechó ese cambio para reestatizar ciertos servicios y funciones. Lo hizo tan mal, con tan poca transparencia y credibilidad, que ahora los privatistas aprovechan para contraatacar, y tratar de instalar de nuevo aquella desconfianza. Una vez más, los errores y excesos del gobierno les permiten eludir la discusión de fondo."

martes, 24 de enero de 2012

LAS COSAS POR SU NOMBRE...





De vuelta en Baires (a sólo una semana de volver a trabajar), mientras separo la ropa sucia de la ropa muy sucia, recuerdo una noche con mis amigos durante mi estancia en la feliz, en la que -para mi sorpresa- los temas habituales de conversación (la cotidianeidad más pura y dura de cada uno)dejaron lugar a las intervenciones de índole político. No participé para nada. Estaba cansado y me limité a tratar de escuchar. Y lo que escuché no me sorprendió. En el grupo había un descontento generalizado con los políticos en general y con la gestión kirchnerista en especial. No participé porque me di cuenta que iba a hacerlo en favor del oficialismo, pero no por convicción, sino por oposición a mis interlocutores.
Cosa curiosa: si ellos hubieran hablado bien del gobierno, tampoco hubiera participado, pero -en mi mente- hubiera elaborado todo tipo de críticas a los k.
Donde no hay convicción y sí hay agotamiento, es preferible que haya silencio. El problema del silencio es que hay un tipo de silencio (el que busco) que precede a la paz; hay otro (al que temo) que precede a la desesperación.
Vuelvo a leer "Argentinismos, las palabras de la patria" de Martín Caparrós. Es contundente en su arremetida contra el gobierno. Es contundente, también, en la omisión de proponer alguna alternativa superadora del actual proyecto.


DEMOCRACIA

"Democracia no quiere decir igualdad social, no quiere decir repartición de la riqueza, no quiere decir justicia para todos, no quiere decir comida para todos, no quiere decir salud para todos...o no necesariamente. La democracia es una forma de gobierno, que se puede usar para estructuras socioeconómicas diversas. La democracia, en principio, sólo garantiza ciertas libertades básicas: la libertad de expresión, la libertad de circulación, la libertad de delegar el poder de los ciudadanos a unos representantes nombrados en elecciones. Eso no la hace mejor ni peor: es lo que es. No es una decisión sobre la justicia o la injusticia de que algunos tengan todo y otros nada, que unos coman y otros no, que unos vivan y otros menos.
Es, sobre todo, el recuerdo del horror el que ha hecho de la democracia un tótem indiscutible: nuestra religión cívica. Así se construye el culto de la democracia, único dios. Ese miedo es uno de los efectos más fuertes, más eficaces de la represión militar de hace treinta años; instalar en la memoria la idea de que cualquier alternativa distinta es peligrosa, la idea de que no hay otra opción que el capitalismo por delegación política o, dicho de otro modo: esta democracia de delegación."

POLÍTICA

"Los argentinos compartimos la idea de que los políticos son más que nada avivaditos, ambiciosos buenos para nada que, sin opciones decentes, decidieron buscar suerte en ese terreno cenagoso. Creemos, en síntesis, que los políticos lo son porque no pueden ser otra cosa. La actividad política no se percibe como una forma de participación, de servicio, de entrega al bien común; se piensa más bien como una carrera basada en triquiñuelas y acomodos y deglución de batracios variados. Un campo reservado para los que no se imaginan buenos médicos, ingenieros, poetas, biólogos, programadores, choferes de camión. Los jóvenes argentinos mejor preparados, los más inteligentes, no se piensan como políticos: no quieren ser, cuando sean grandes, Duhalde, Fernández, Scioli; eso se lo dejan a los que sólo pueden rebuscárselas de alguna forma oscura. Y la sensación aumenta porque los políticos argentinos empezaron por no hacer lo que decían, y terminaron por no decir nada.
Cuando existe la política -cuando los partidos políticos son conglomerados de personas que comparten una visión del mundo y ciertas ideas de cómo y hacia dónde debería dirigirse- los vínculos familiares no tienen importancia. En cambio, cuando la política no existe -cuando los partidos políticos son conglomerados de personas que creen cosas variadas y variables y están dispuestas a variarlas todo lo necesario para garantizar su permanencia en el poder- cualquier vínculo es débil, sospechoso, porque siempre está a punto de ser traicionado si aparece otro más ventajoso. Es entonces cuando la sangre ocupa el lugar privilegiado. En la espera permanente de la traición, los grupos politiqueros se refugian en la familia, y es patético."

PERONISMO

Un famoso peronista escribió, hace muchos años, que el "peronismo es el hecho maldito del país burgués". El hecho decisivo del país se podría decir. Porque es una denominación de orígen que lleva sesenta y cinco años denominando y dominando la escena de la patria. Tanto, que consiguió producir uno de los mitos más potentes entre los numerosos mitos que conforman nuestro discurso político: que sólo el peronismo puede gobernar la Argentina. El axioma supone varias cosas. Supone, para empezar, que existe algo que llamamos gobernar la Argentina y que siempre consiste en más o menos lo mismo, en el uso de ciertos resortes del poder económico y político; supone, entonces, que esos resortes no pueden -no precisan- cambiar. Y supone, también, que existe un set de habilidades necesario para ejercer ese poder. Por ese axioma, dicen algunos, se explica la supervivencia del peronismo: un movimiento que puede adoptar cualquier política, que nada define si no es su capacidad para concentrar y ejercer el poder: que nada define. El peronismo es un todo caótico que no necesita definirse para subsistir porque no tiene enemigos que lo fuercen a eso. Y, si definición, ahonda su condición de cuerpo amorfo donde todo cabe. Es curioso que un movimiento tan basado en la historia pueda deshacerse tan fácil de la historia: cada peronismo ha sobrevivido todos estos años gracias a ese mecanismo que consiste en postular que el peronismo anterior no era el verdadero peronismo, que traicionó a su esencia pero que el próximo peronismo volverá a encarnarla."

HONESTISMO

El honestismo es un producto de los noventa: otra de sus lacras. Entonces, ante la prepotencia de aquel peronismo, cierto periodismo -el más valiente- se dedicó a buscar sus puntos débiles en la corrupción que había acompañado la destrucción y venta del Estado, en lugar de observar y narrar los cambios estructurales, decisivos, que ese proceso estaba produciendo en la Argentina.
La corrupción fueron los errores y excesos de la construcción del país convertible: lo más fácil de ver, lo que cualquiera podía condenar sin pensar demasiado. Es como los juicios a los militares: esos militares que destruyeron las organizaciones sociales, produjeron la deuda externa que todavía nos siguen cobrando, pero los juzgamos por haber robado una cantidad de chicos. Es terrible robar chicos. Pero frente a lo que construyeron como país es un hecho tan menor. Pero es mucho más fácil acordar en lo horrible de sus torturas y robos que en lo definitorio de su reestructuración del país -entre otras cosas, porque los que se beneficiaron con esa reestructuración son, ahora, los dueños de casi todo. Lo miso pasó, con menos brutalidad, con la misma eficacia, con las reformas del peronismo de los noventa.
La furia honestista tuvo su cumbre en las elecciones de 1999, cuando elevó al gobierno a aquel monstruo contranatura, pero nunca dejó de ser un elemento central de nuestra política. La honestidad es -o debería ser- un dato menor: el mínimo común denominador a partir del cual hay que empezar a preguntarse qué política propone y aplica cada cual. Mientras tanto, muchos siguen currando con eso de la honestidad: con la denuncia, con los prontuarios ajenos, con la promesa propia. Y, con eso, clausuran el debate sobre el poder, la riqueza, las clases sociales: acá lo que necesitamos son gobernantes honestos, dicen, y la honestidad no es de izquierda ni de derecha.
La honestidad puede no ser de izquierda o derecha, pero los honestos seguro que sí. Se puede ser muy honestamente de izquierda y muy honestamente de derecha, y ahí va a estar la diferencia."

sábado, 21 de enero de 2012

APOCALIPSIS NOW...





Robert Frost
(EEUU, 1874-1963)

Fuego y hielo

"Algunos dicen que el mundo acabará entre llamas,
Otros dicen que entre hielos.
De lo que yo he saboreado del deseo
Estoy de acuerdo con aquéllos que favorecen el fuego.
Pero si tuviera que perecer dos veces,
Creo que conozco bastante de odio
Como para saber que, para la destrucción,
El hielo también es poderoso
Y bastaría."

miércoles, 11 de enero de 2012

LA ERA DEL VACIO...









Gilles Lipovetsky (París, 1944), uno de los 12 intelectuales franceses más influyentes según la revista Le Nouvel Observateur, habla para M Semanal de su último libro, La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (Barcelona, Anagrama, 2010), coescrito con Jean Serroy. En esta conversación, el filósofo comparte sus ideas sobre los cinco fenómenos que han redefinido nuestros hábitos y han provocado las crisis que vivimos: el mercado, la tecnociencia, las industrias culturales, el consumo y el individualismo.

Durante esta larga conversación Lipovetsky se muestra en toda su complejidad. Explica que el lujo y la moda le interesan sólo como temas de estudio, pues su vida es simple y desprovista de cosas materiales: el exceso le atrae como un reto intelectual, pero en su vida personal busca la moderación. Se confiesa adepto a Facebook y a las nuevas tecnologías como parte de su campo de investigación, y dice que ya cuenta con más de mil amigos, un número siete veces más alto que la media francesa.

En su libro habla de varios fenómenos que han provocado cambios profundos en nuestra sociedad. Usted llama a esa transformación “la cultura-mundo”. ¿En qué sentido la globalización no es sólo una realidad económica sino también —y sobre todo— una cultura?

GL: Cuando se habla de la globalización, uno piensa inmediatamente en factores geoestratégicos o geopolíticos (la desaparición de la Unión Soviética, por ejemplo), pero es también una cultura, un modo de conciencia, de percepción, un sistema de valores desde el cual se percibe un mundo donde las fronteras se erosionan. En primer lugar, es una cultura de mercado. Sabemos que el mercado no es una invención actual, pues siempre ha habido una cierta cultura de mercado, la cultura de la rentabilidad. Sin embargo, esta cultura era limitada en varios sentidos: limitada en el espacio, pues el mundo del mercado era el mundo occidental. Incluso en Occidente esta cultura era interrumpida por múltiples factores como el arte, la nación, los deportes, la escuela, el servicio público. Todos ellos ponían un límite al mundo del mercado: cuando se creó, el Museo de Louvre no estaba en competencia con otros museos y no tenía el imperativo de rentabilidad. Esto ha desaparecido. Hoy en día, la cultura de mercado es planetaria —estoy incluyendo a China. Ya no hay un solo país que esté al margen de la empresa privada, del mundo de la competitividad y la rentabilidad. La lógica del mercado ha invadido las esferas que antes estaban protegidas, incluyendo la esfera educativa. Las escuelas, las universidades están en una competencia mundial, deben ganar dinero, y los museos sirven a los intereses económicos de la región. En segundo lugar, el libro habla también de la tecnociencia como algo que va más allá de la técnica, pues ésta ha creado una cultura planetaria. Tomar el teléfono, bañarse en la regadera, tomar una pastilla, usar una computadora son hoy en día gestos elementales que se han vuelto planetarios. La técnica genera conductas que se han globalizado.
En tercer lugar, aparecen los medios masivos de comunicación, es decir, las industrias culturales: la televisión, el cine, la música. No hay ninguna nación que esté fuera de este desarrollo de los instrumentos de comunicación y de aquello que los acompaña: el consumo cultural. Cuando murió Michael Jackson, todas las generaciones jóvenes —incluyendo las chinas— se enteraron. Todos nos hemos convertido en consumidores de cultura, de películas, de programas de televisión, con la hegemonía estadunidense actual que domina ampliamente el mercado de las industrias culturales —el cine estadunidense ocupa 85 por ciento de las plazas de exhibición. En Estados Unidos las ganancias generadas por el cine, la música y la televisión ocupan el primer lugar de exportación del país. La aparición de internet hace 20 años ha cambiado los medios, ya que participamos en la comunicación instantánea que elimina las distancias: lo lejano lo es menos porque uno está en contacto con la gente o con los acontecimientos del otro lado del mundo. Quiero aclarar que este acercamiento no significa que han desaparecido los conflictos. Por ejemplo, todos usan software estadunidense, e incluyo a los países árabes donde se detesta y rechaza a Occidente y en particular a Estados Unidos. Los latinoamericanos tienen una percepción de la realidad diferente de la de los gringos. Pero hay una conciencia planetaria que no ha destruido las diferencias culturales. Empero, se utilizan las mismas herramientas, pero las diferencias culturales están a la vista. La paradoja consiste en que nunca antes el mundo occidental había sido tan penetrante (pues la técnica y el mercado son occidentales) y tan rechazado. Esto nos muestra que los factores culturales guardan una fuerte autonomía.

Hay otros dos factores que son muy importantes para esta cultura-mundo: el consumo y el individualismo. El cuarto rasgo es el consumo: es evidente que el universo consumista está muy mal repartido en el planeta. Hay millones de personas en el mundo que sobreviven con dos dólares al día. Pero el problema es que ellas conocen el primer mundo. Ya no exite ninguna nación en el mundo que no aspire a ser parte del universo consumista. Éste es incluso un factor importante para la migración hoy en día. Anteriormente, los inmigrantes eran perseguidos políticos o gente que moría de hambre; actualmente hay toda una inmigración en nombre de la calidad de vida. El consumo se ha vuelto una verdadera cultura que ocupa una gran parte del tiempo y de las aspiraciones. En América Latina las ciudades se vacían los domingos, a excepción de los centros comerciales, que son el lugar de encuentro. Las encuestas muestran que una de las motivaciones principales del turismo es ir de compras. Los turistas tendrán acceso a las mismas marcas, pero eso no importa: irán a Nueva York. ¿Por qué allí? ¿Para ir al Museo de Arte Moderno? No, para ir de compras. Las compras (el shopping) se ha convertido en una actividad turística masiva. Los modos de vida se han vuelto completamente dependientes de las lógicas de las marcas y del consumo para la mayor parte de las actividades de ocio. Turistear, escuchar música, viajar, ver la televisión: nos hemos vuelto hiperconsumidores. No hay sector que escape. Cuando tomo el Metro, veo a la gente con su iPod escuchando música comprada o descargada de internet. Y observamos hoy en día que esta aspiración al consumo ha ganado por completo a los países emergentes. Hay un verdadero fetichismo del consumo de marcas en China, Rusia o Brasil: estudios muestran que los jóvenes conocen mejor los nombres de las marcas de lujo que los nombres de personajes de la historia, la literatura o la religión. El consumo es, junto con el amor, el otro gran sueño de la vida privada. La gente sueña con viajar, con tener una casa bella, con las marcas, con comprar y cambiar. Esos son los sueños de la mayor parte de la gente. Y esto se relaciona con el primer punto. Es decir, que anteriormente las élites estudiaban Humanidades y ahora se inscriben en las Escuelas de Negocios porque es allí donde se gana dinero. Y con el dinero uno puede consumir. Allí es donde uno ve la coherencia de esta cultura-mundo.
Pasemos al quinto rasgo, que es fundamental y al que me he dedicado por más de 30 años. Me refiero a la individualización del mundo. Esta lógica, que nació en Europa y que hace mancuerna con el Occidente y la democracia moderna, se ha convertido en un valor capital que ha ganado terreno en el planeta y que adquiere formas diferentes según la cultura. Hay varios ejemplos que lo confirman: en los países emergentes se observa un individualismo posesivo: ganar dinero, hacer negocio. Esta lógica consumista es una de las facetas de la cultura individualista. Poco a poco se va imponiendo el principio de que cada uno es responsable de gobernar su propia existencia, independientemente de las tradiciones. En mis dos últimos libros (La cultura-mundo y El Occidente globalizado, éste de próxima publicación en español) explico que esta dinámica de la globalización significa que cada vez se debilita más el poder restrictivo que las grandes instituciones ejercen sobre la vida privada de la gente. Este es el verdadero significado del individualismo, y cada vez gana más terreno incluso en los países árabes, que vomitan el individualismo y el materialismo; se puede constatar que en esos países las mujeres tienen cada vez más voz en el número de hijos que desean tener, y en Irán las mujeres tienen en promedio el mismo número de hijos que en Francia. La paradoja consiste en que dicho país rechaza la modernidad individualista, para ellos sinónimo de decadencia, aunque en la realidad social los comportamientos ya son individualistas. Los iraníes ven la televisión, se conectan a internet, van a Dubai de compras, las mujeres controlan la natalidad y también acuden con frecuencia a la cirugía estética. Esto me ha llevado a rechazar la tesis de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones, porque en realidad todas las culturas hoy en día se ven influidas por las mismas fuerzas. No dejo de admitir que hay oposiciones; sin embargo, la oposición Oriente-Occidente no es la más importante. Por ejemplo, a los sunitas les aterroriza el poder que van adquiriendo los chiitas, aunque compartan la misma religión. Hay una fuerte enemistad entre los pakistaníes y los indios, y una mayor rivalidad entre China e India que entre India y Occidente. Este es el primer argumento. El segundo es que, en el fondo, todos los países, todas las culturas, todas las civilizaciones son movidas por las cinco fuerzas que he mencionado: el mercado, la tecnociencia, las industrias culturales, el consumismo y el individualismo. Estas fuerzas son un factor de unificación planetaria pero no de uniformización, pues también hay conflictos. Creo que en esta cultura-mundo las fuerzas que nos unen son mayores que aquéllas que nos separan.

LA EDUCACIÓN, PUNTO DE PARTIDA

Usted argumenta que hay algunas ambigüedades en esta cultura-mundo, y afirma que no es sinónimo de estadunización, ni tampoco de homogeneización del pensamiento. ¿Dónde están, entonces, los verdaderos desafíos de esta cultura-mundo?

GL: La cultura-mundo tiene varios desafíos. El primero y más importante en el corto plazo tiene que ver con las desigualdades sociales. Tanto en Europa como en el resto del mundo es la misma cosa: hay una enorme brecha entre los individuos. Ustedes en América Latina tienen perfecto conocimiento de esto. Todo ocurre de tal manera que hay personas que tienen acceso a esta cultura de mercado y de los medios, y otras que no entran a ese mundo. Incluso hay una concreción física de esta enorme diferencia: me refiero a las urbanizaciones cerradas que están muy extendidas en Estados Unidos y ahora también en Brasil y México. Allí están, con vigilancia y seguridad extremas, demostrando cómo la sociedad se fractura. Las ciudades donde antes había un espacio público generalizado tienen ahora sectores con sus propias reglas y su propia vigilancia; pero son los olvidados, aquellos que se quedan fuera de ese circuito, aquellos que no entran en la competitividad mundial quienes representan un enorme desafío. Si uno no educa a estas personas, va a reproducir esta fractura y eso crea una sociedad de inseguridad detestable que se volverá contra nosotros.
El segundo desafío es el individualismo, que, llevado al extremo, crea ansiedad y también nuevas formas de comunitarismo. La comunidad protege, da un marco de referencia a la gente. Creo que esto será inevitable en el futuro, pues el individualismo hace estallar los controles, las comunidades. Algunas personas se las arreglan, pero otras se sienten totalmente perdidas. Esto abre la puerta a los gurús, a las sectas, a nuevas comunidades fanáticas.
El tercer desafío es la globalización, pues ha desarrollado nuevas redes criminales a nivel mundial, como las de la droga, que son una amenaza constante para la paz, la seguridad de las personas e incluso para la democracia. El problema es grave. Le diré francamente lo que pienso: creo que nos equivocamos en mantener una política de prohibición de la droga. En ese sentido soy liberal. Tenemos el ejemplo de la prohibición del alcohol en los Estados Unidos, que fracasó, pues creó a Al Capone. Si queremos luchar contra estas redes criminales, debemos dejar de prohibir el consumo de drogas y el Estado debe crear sistemas de control que sequen las redes mafiosas y permitan una mayor higiene pública y menos riesgos de sobredosis. En este momento gastamos millones de dólares a escala planetaria para luchar contra estas redes; si retroceden en un país, se desplazan a otro lugar y aumentan en países como México. Desde hace 30 o 40 años se dirige una guerra con un presupuesto gigantesco. El error está en el punto de partida, es un error político pues es una guerra perdida de antemano.


El cuarto desafío es la cultura. ¿De qué manera la escuela y la cultura pueden rivalizar con la televisión, con el internet, con las distracciones? Hay una serie de fenómenos que han provocado que la cultura haya perdido el estatus del que gozaba antes, que la han hecho menos deseable, que la han convertido en un elemento de consumo. Para mucha gente, incluyendo a los profesores de la actualidad, planear las vacaciones es más importante que la lectura. Porque la cultura de consumo tiene un poder de seducción, de atracción, de pasividad que no tiene la cultura. Hay también un consumo de cultura mediocre que se ha vuelto mercantilizada. No podemos decir que los programas que se ven en la televisión son un modelo deseable, pues la cultura mediática no es muy enriquecedora que digamos. Dicho esto, hay que señalar que éste es menos grave que los otros desafíos. Creo que la época en que la cultura era sagrada pertenece al pasado. La cultura tiene hoy menos peso, menos importancia simbólica en la vida de la gente, y al mismo tiempo hay mucha más gente que tiene acceso a la cultura. Pienso, por ejemplo, en la música. Me impresiona, cuando voy en el Metro, la cantidad de gente que la escucha. También veo a la gente —incluso en el Metro— leyendo libros, novelas. A propósito, el mundo editorial no está en crisis, es un sector que escapa a la crisis. Entonces, el fenómeno de la cultura es bastante complejo: hay menos grandes lectores, y sin embargo la gente continúa leyendo. Leen en función de su estado de ánimo, de su interés, de lo que sucede a su alrededor.
De todos modos, estoy convencido de que frente a esto no es la reforma de las industrias culturales lo que cambiará las cosas, sino la educación, es la escuela la que debe provocar el deseo de estas cosas. No son los medios masivos de comunicación sino la escuela. La reforma tiene que provenir de los consumidores; si no se tienen las claves, uno podrá dejar los museos abiertos y gratuitos y la gente no irá. ¿Para qué ir a los museos pudiendo ver la televisión? La gente irá si tiene una motivación. No es sólo cuestión de dinero. Uno también puede amar u odiar los programas de televisión y a mí eso no me inquieta. Los verdaderos problemas culturales se encuentran en que cada vez más gente tiene dificultad para leer, incluso en los países desarrollados. Hay un fracaso escolar, en la educación básica, y eso es intolerable, inadmisible, un verdadero escándalo. Entiendo que reformar el sistema monetario internacional puede ser complicado, y dudo que sea posible transformar la tecnociencia. En cambio, que gente que pasa 10 años en la escuela no pueda leer correctamente es completamente ininteligible. Es un fracaso y un escándalo, y me preocupa mucho más que los programas de televisión, puesto que actualmente estamos en un sistema en el que el consumo cultural no es homogéneo, y tal vez nunca lo ha sido. La gente tiene gustos diferentes. A uno le puede gustar algo kitsch y al mismo tiempo ser un lector de Marcel Proust. La cultura-mundo favorece este tipo de contrastes. En Francia hay una cadena de televisión que se llama Arte que hace cosas realmente buenas, de calidad y accesibles, y sólo tiene 30 por ciento de audiencia; pero uno no va a forzar a la gente a ver Arte. Es por ello que insisto en el punto de partida, en la educación. Es muy importante que la gente tenga opciones.

EL PELIGRO DEL COMUNITARISMO

Hoy en día uno puede constatar que en Europa hay una tendencia a cuestionar el multiculturalismo. Angela Merkel declaró recientemente: “No hemos logrado integrar a los inmigrantes”. Las leyes de migración europeas se están volviendo más estrictas. En su libro hay una postura muy clara de defensa a la sociedad multicultural. ¿Qué opina sobre lo que pasa actualmente en Europa?

GL: Afortunadamente existe el multiculturalismo, gente de diferentes religiones, de orígenes y lenguas diversas. Eso no causa ningún problema. Lo que es problemático e incluso peligroso, en mi opinión, es el comunitarismo, que es que uno se piense en primera instancia como miembro de una comunidad y no como ciudadano, dejando a un lado la nación en nombre de un particularismo. El interés general desaparece, la ciudadanía desaparece en beneficio de la comunidad, y ésta muchas veces rechaza o puede rechazar las reglas de la ciudadanía democrática. La comunidad puede ejercer un verdadero terror en la gente. Hay varias cuestiones en las que el peso de la comunidad es tal que tiene a las mujeres en un verdadero estado de esclavitud. Hay una amenaza que se ejerce sobre los más jóvenes, sobre las mujeres y que es perjudicial para la unidad de la nación porque las comunidades se atacan unas a otras. Incluso en los países de tradición más tolerante, como Holanda, hay un problema de rechazo a ciertos comportamientos musulmanes. Yo a eso no le llamo multiculturalismo, pues yo pienso que los musulmanes tienen su lugar si respetan las leyes fundamentales de la República; respetarlas es bueno para todos, pues es una manera de liberarse de la influencia de la comunidad. No hay naciones sin leyes y las leyes deben ejercerse para todos. Yo no soy especialista, pero considero que no hay ninguna razón para pensar que la inmigración es un fenómeno aparte, y que como todo fenómeno exige una regulación, pues si no la hay las cosas terminan mal. Ya lo vimos en el aspecto económico. Es tan mala la coacción totalitaria como la ausencia o insuficiencia de reglas, pues eso provoca muchos problemas. Así pues, creo que son deseables unas leyes más inteligentes y no necesariamente más drásticas. Ha habido errores, como el de la política francesa, que ha pretendido estigmatizar a los gitanos. Estigmatizar a un grupo no honra a la República. En una sociedad democrática se estigmatiza a individuos, a culpables, pero no se puede señalar con el dedo a una comunidad, pues esto crea un ambiente malsano que no es compatible con el ideal republicano. Creo que este problema continuará en el futuro si tomamos en cuenta que Europa está al lado de África, donde hay millones de personas que viven en la extrema pobreza y que se sienten atraídas por el canto de la sirena del consumo y bienestar europeos. No hay que engañarse, el problema no se ha solucionado. Por ello, los europeos en conjunto deberíamos contar con políticas de concertación, pero también con políticas de control y de ayuda a los países del Este y de África que estimulen su desarrollo, pues si no hay desarrollo la inmigración continuará.

Tomemos un último ejemplo que muestra cómo el comunitarismo me parece execrable. Un ejemplo radical: la ablación del clítoris. Uno podría decir: “Son sus reglas, sus leyes, su tradición, y hay que respetarlos”. Este es un punto de vista relativista que yo no comparto. Desde el momento en que estamos en un mundo que no es el mundo de la tradición, conservar una conducta preindividualista me parece un crimen. El respeto al cuerpo humano forma parte del ideal universalista que se aplica a todas las religiones, a todas las personas sin importar raza, credo o color. Es el ideal universalista el que debe primar. En nombre del respeto no se debe tolerar ni la ablación ni la poligamia. Hay que respetar las tradiciones mientras que éstas no vayan en contra de los ideales universalistas. Para decirlo de otra manera: me parece legítimo ir a la mezquita o construirla, pero construir una mezquita es un acto de multiculturalismo y no de comunitarismo, pues las personas tienen derecho a ejercer libremente su religión. Sin embargo, ejercer libremente su religión no es lo mismo que practicar la ablación del clítoris.
Lo primero es compatible con el ideal universal del respeto a la persona, a su cuerpo y a su integridad. Sine embargo, lo segundo es inaceptable. Así pues, yo diría que el principio general es que hay que aceptar toda religión o comunidad cuyas prácticas, creencias y costumbres no choquen con el ideal humanista y universalista. En esta dirección el multiculturalismo me parece deseable, pero el problema empieza en el momento en que se convierte en comunitarismo.


MUNDO IMPERFECTO, PERO NO EL PEOR


La Reina de Inglaterra abrió recientemente su página de Facebook. Muchos líderes políticos la utilizan. Usted también está en esa red social. ¿Es indispensable?

GL: Quisiera contar una historia. Yo me metí ya tarde a Facebook, y lo hice porque en ese momento estaba escribiendo algo relacionado con las redes sociales y pensé que la mejor manera de conocer este tema era participar en él. En realidad, hago poco. Le dedico a Facebook cinco minutos al día, no me toma mucho tiempo. En lo que a mí respecta, creo que esa red es una de las figuras de la cultura-mundo, porque recibo muchos más mensajes de diferentes partes del mundo que de Francia. Una gran cantidad proviene de América Latina. En cuanto a su pregunta, yo creo que Facebook no es un indispensable, pues se trata de una gran banalización: con 500 millones de usuarios, ha caído en una especie de cotidianidad hecha de conexiones y usos diferentes. Considero que hay un aspecto profundamente individualista en Facebook, pues es un espacio para hablar de sí mismo y donde cada uno se sube al escenario. Lo que allí se dice de sí mismo es muy diferente a aquello que cuenta la gente cuando escribe sus memorias. Hoy en día lo que importa es decir qué te gusta. Se dice que Facebook es una red social, pero para mí es una red emocional; hay incluso gestos que indican cuando algo te gusta o te disgusta. La gente ve tus fotos, te envía fotos y tú dices si te gustan o no, ¡y eso es todo! Lo esencial es comunicar lo que has vivido, tus sentimientos: siento, luego existo. Ya no es “pienso, luego existo”, sino “yo siento, luego existo”, o bien “yo soy lo que siento”.

Esta es la nueva figura del individuo, una especie de individualismo emocional, en el fondo poco argumentativo y muy subjetivo con un colorido artístico, con ligas a imágenes y música. Es increíble. La gente se comunica pero no habla mucho de política sino de la última película que han visto, un fragmento musical, las fotos de sus hijos, sus amigos y sus viajes, una pintura que les gusta, su grupo favorito. En Facebook todos son fans de 50 mil cosas y tú eres de lo que eres fan. Estamos en una zona ilimitada y diversa que abarca diferentes estilos y gustos, lo cual refuerza el individualismo. Esta situación es muy diferente a la del pasado, pues antes todos escuchaban la misma música y eso marcaba el gusto de la gente. Hoy en día existe un consumo cultural ilimitado y accesible a todos, que no sólo expresa el individualismo de todos, sino que también lo desarrolla.

Pienso que Facebook no es el medio más invasivo en la vida de la gente. Lo más invasivo que se avizora en el porvenir son las nuevas tecnologías comerciales que harán posible localizar al usuario en donde quiera que se encuentre. Un GPS personal. Puede haber nuevas formas de control de ese estilo que me inquietan mucho más que esta red porque, insisto, uno puede parar Facebook cuando quiera.

La moderación es importante para usted. ¿Es posible lograr el justo medio en una sociedad dominada por la lógica del exceso?

GL: Esta reflexión sobre la moderación llegó en el momento de la crisis financiera, y en general en el momento de la crisis mundial ligada al hiperconsumo y por lo tanto a los desechos y a los daños en el medio ambiente. Nosotros tenemos un sistema hiper que se caracteriza por el exceso: el exceso financiero, de créditos, en la renovación de todas las cosas, y este exceso es ante todo peligroso para la economía, para el empleo, para el equilibrio del planeta e incluso para los individuos pues estamos en sociedades hiper pero no somos hiperfelices: el hiper ha dado como resultado la ansiedad, la depresión, el malestar, los suicidios.
Por otra parte, al escuchar a la gente vemos que una gran parte de sus aspiraciones tienen que ver con la moderación. Sí, la gente quiere consumir, pero si uno entra en el detalle, no es el exceso lo que les interesa; por ejemplo, las mujeres desean poder equilibrar la vida profesional y el hogar sin renunciar a ambas cosas. Allí está el gran ideal: encontrar la moderación para no sacrificar ni el trabajo ni la familia. Esto es importante, pues las mujeres representan 50 por ciento de la humanidad. Es difícil encontrar este equilibrio, pues la cultura-mundo empuja a la competencia, y ésta conlleva una lógica de exceso: hay que ganar, ser mejor que los demás. Allí está el problema: tenemos de un lado la aspiración a una vida moderada, al equilibrio, a la slow food, a la slow life, al bienestar, a una calidad de vida, pero al mismo tiempo el sistema en el que vivimos funciona en una dimensión hiper. Se diseñan regulaciones que son imperativas en todo lo relacionado con el clima, el CO2, la economía del carbono. Las regulaciones son indispensables para limitar los desbordes del capitalismo financiero. Se está intentando encontrar vías de compromiso, de límites. Sabemos que los grandes modelos llevados al extremo son malos. La economía administrada, como la hicieron los soviéticos, es detestable porque impide la libertad individual y el bienestar colectivo. Pero el liberalismo en exceso es indeseable también, ya vimos el precio que hay que pagar. El mercado es necesario pero con regulación. Algunas regulaciones deben ser impuestas por el Estado, y otras no: no en lo que respecta a la vida individual, pues es una sabiduría que cada quien se busca por sí mismo. En esta época de la cultura-mundo necesitamos una regulación mundial. El exceso es algo negativo que conduce al caos y al desorden. El exceso puede dar una satisfacción puntual, como la borrachera, pero en general se paga cara y en todo caso tiene un riesgo. Por ello, el exceso no puede ser un ideal. El equilibrio o la moderación, sí.

Usted hace un análisis imparcial y profundo, desprovisto de nostalgia, de esta cultura-mundo del presente. Usted no llora a las glorias del pasado, sino que acepta las nuevas lógicas de esta realidad sin juzgarlas como necesariamente negativas.

GL: Yo no tengo ninguna nostalgia por el pasado. Tengo demasiada conciencia de lo que ha sido el siglo XX para ver que el alto valor atribuido a la cultura se pagó con el horror: dos guerras mundiales, genocidios, campos de concentración y de exterminio. Los nazis eran personas cultas y eso no les impedía exterminar a sus congéneres. Creo que el respeto a los valores humanos es más importante que el respeto a un museo: prefiero una civilización en la cual hombres y mujeres sean respetados, a una donde abunden los conciertos de Wagner.
El fetichismo de la cultura no es lo mío. La gente critica mucho el tiempo presente, pero nadie quiere dar marcha atrás: nadie quiere regresar a un estado donde se imponía el matrimonio, en el que era imposible la separación o el divorcio, donde uno permanecía en su pueblo para siempre, donde las mujeres no podían tener la profesión que deseaban, y en el que el control de la natalidad era escaso. En el mundo en que vivimos hay muchas promesas; se viven más años en forma y uno puede tener múltiples experiencias en la vida gracias al mundo de hoy. Por ello no tengo ningún tipo de nostalgia. Creo también que este mundo es imperfecto, ya lo he dicho en varios momentos, pero no es el peor de los mundos. No es bueno pues hay mucha gente que sufre, hay mucha miseria; sin embargo, la cultura-mundo es en general una oportunidad para el planeta. La cultura-mundo ha dado siete años más de vida a los chinos. Hoy en día hay centenas de millones de personas que viven una vida aceptable. La apertura del mercado ha creado economías como la china, la india, la brasileña y otras que se encuentran en un camino que las acerca a un mundo de bienestar, aunque no sea totalmente un mundo satisfactorio. Sin embargo, los ecologistas radicales dicen que ésta es una ensoñación que vamos a pagar muy cara, pues el planeta no podrá soportar el modo de vida occidental, ya que no hay suficientes minerales, habrá mucha más contaminación y, en fin, que este tipo de vida nos conducirá al desastre. Creo que este argumento es exacto, pues necesitaríamos seis planetas si todo el mundo consumiera como los estadunidenses y los europeos, y no los tenemos. Entonces, ¿qué vamos a hacer? Esta es la razón por la que yo defiendo incansablemente la inversión de los Estados en la investigación, la educación, la formación. Éste es el único camino que tenemos. Insisto que debemos invertir en la búsqueda de nuevos medios de producción y de consumo que harán posible un bienestar planetario que a la vez no destruya las oportunidades a las generaciones venideras. La solución se encuentra en la inteligencia humana. Creo que, en el largo plazo, la inteligencia humana es el único camino hacia el futuro.

viernes, 6 de enero de 2012

LAS OLAS Y EL VIENTO...





Primera impresión al bajar del micro: "esto no puede ser mar del plata; hace más calor que en Buenos Aires!"
Sólo al ver el mar -tan imponente como siempre- me quedé tranquilo sobre la veracidad del destino indicado en mi pasaje. Y es que son realmente contados los días en que el calor marplatense resulta tan abrumador como el que conocemos nosotros y del que -justamente- corremos desesperados al mar para escapar.
Una vez en la playa con mi histórico amigo, el calor nos obliga a mantenernos cerca de la orilla. Miro a mi alrededor y recuerdo ese chiste de mafalda que leí de chico y que -cada tanto- vuelve a mi memoria cuando observo a la gente en la playa: mafalda, rodeada de hombres y mujeres en traje de baño que charlan amablemente con su vecino de carpa, que juegan a la paleta en la orilla del mar o que toman sol mientras leen una revista con un ojo y con el otro prestan atención a los cuerpos esbeltos que se pasean a su lado, reflexiona: "es curioso, pero viendo cómo se comporta la gente en la playa, pareciera que nadie tiene la culpa de nada de lo que pasa". Excelente.
Con la pequeña diferencia de que mafalda reflexiona desde una superinteligencia para analizar sostenida por una superinocencia de niña que la exime de cualquier salpicón que se produzca de revolver la cacerola en la que, a fuego lento, se funden en una única salsa los adultos que la rodean.
Será cuestión de ir probando el tuco entonces...y de asumir responsabilidades incluso estando de vacaciones, no sólo a la hora no solo de comer -fundamental- sino también a la hora de condimentar el plato nuestro de cada día.

miércoles, 4 de enero de 2012

DE AHÍ (TAMBIÉN) SOY YO...





Como siempre, mi año no empieza el 1 de enero, sino el día (el 4 o el 5) en el que viajo a mar del plata. Los primeros días del año siempre son algo borroso, ilegible. Como, duermo, entro a internet, leo y pienso bajo un estado de aturdimiento emocional absoluto. Sólo los momentos en la pileta me llevan hacia un estado de bienestar transitorio.
Mañana, bien temprano por la mañana, trataré, mientras subo al micro y me alejo lentamente de la ciudad de la furia, de comenzar mi año. Viajo con pocas prerrogativas; las de siempre: playa, mucha lectura, amigos y poca vida nocturna (estas vacaciones están patrocinadas por personas a las, al volver, deberé algo más que las gracias, por lo que las condiciones de oportunidad y conveniencia en el uso de cada billete con la cara de roca será evaluado hasta la locura)
Y es que, estoy convencido, el tiempo de vacaciones no es tal si uno no viaja. No se trata solo del intercambio del tiempo de trabajo por tiempo de ocio, sino -fundamentalmente- de la renovación del espacio y de las personas que lo componen. Lo que se llama "cambiar el aire".
Y si hablamos de "aires", puedo decir que -desde la infancia- respiro el aire marplatense. Lo respiro incluso estando bajo otros aires, los "buenos" que me enloquecen durante todo el año.
Será que cuestión de encontrarse con esa persona que vive y respira ese otro aire y que -seguramente- me resultará familiar su aspecto y odioso su carácter.
Allá voy.