lunes, 26 de marzo de 2012

LA GUERRA DE LOS SUEÑOS...





Webeando, encuentro un artículo escrito hace casi dos años, firmado por uno de los periodistas de prosa más virtuosa dentro de la Rolling Stone vernácula. El tema: 6,7,8. Y si...una vez más, pero bien vale la pena, teniendo en cuenta la vigencia del objeto.

"EL CASO 6,7,8: SUCESO ARGENTINO"
POR ESTEBAN SCHMIDT PARA ROLLING STONE ARGENTINA (22-06-2010)



Cabito Massa Alcantara, la masa, el integrante más pesado del panel de 678, se desploma sobre su asiento, apoya sus brazos de 25 kilos la unidad y suelta el llavero de su Peugeot sobre la mesa con forma de búmeran del programa más visto por la minoría politizada de la Argentina, unos quinientos mil espectadores. Van a hacerse las nueve de la noche. Una maquilladora se acerca a toquetearle las bolsas de los ojos, una productora le da un beso apurado en el moflete, un político oficialista –el incombustible Negro Raimundi– le da la mano sin mirarlo a la cara y, una vez que el programa arranca, siguiendo fielmente sus expresiones desde atrás de las cámaras, pero a cinco metros, anotándolas, vamos a ver todo lo que la cámara no; y es que Cabito escucha, con parejo desinterés, baja la cabeza, con resignación, con hartazgo, con hambre; mira de reojo, con melancolía y amor al pasado; todo eso mientras, invisible a los ojos, inevitablemente, carbura asociaciones cómicas de ideas que articulen con la agenda temática del show. Tras cuarenta minutos de aire y de tensión íntima para ganarse el sope con un disparate, mientras sus compañeros le pasan la lija a Mauricio Macri después de un crudo informe enlatado, y cuando se asegura estar en cuadro, puede al fin decir lo suyo: "Y... Macri se puede ir a comer un asado a la India". Una línea que jarajajeó todo el ambiente, lo jarajajeó mal, con ese automatismo cabaretero y universal de la tevé Führer, compuesto de la condescendencia de sus compañeros de panel, la inocencia de la tribuna y la descarga rentada y diabólica de la célula de reidores de Pensado Para Televisión, la productora de Diego Gvirtz, el cráneo detrás del programa que enloquece al Grupo Clarín, que paraliza, literalmente, la redacción del diario –según nos informan nuestros colegas desde allí, en directo por el gtalk– y que, por consiguiente, excita como un chimpancé a Néstor Kirchner cuando redondea un Ballantine’s en las rocas con el índice derecho después de cenar en el quincho de Olivos; como les pasa a tantos, a tantos más, al menos a cientos de miles de argentinos a los que Clarín hizo juntar odio durante muchos años por acomodar los temas de la conversación pública a sus intereses corporativos. El viernes de abril que estuvimos allí, en el Estudio Uno de Canal 7, Cabito, la gran masa del pueblo, no dijo más, cayó y calló. Con el final del programa inició su ceremonia de elevación de la silla giratoria, enganchó el llavero del rodado en un dedo y peregrinó, con sus tiempos, a la oficina de maquillaje para que le retirasen con una toallita húmeda el polvo de maíz de los cachetes y el antiojeras de lanolina. O sea, resumiendo, salió de su casa, manejó, destruyó moléculas de oxígeno a lo pavote, para, al cabo de unas cuatro horas –¡al cabito!– decir sólo una línea decorativa que ayudó a aniquilar a un opositor por un tema sobre el que el panelista no tuvo posibilidad de formar opinión. Así es la televisión y así es la libertad de expresión: cualquier cosa, pero... cualquier cosa.

Así es un momento de 678. Elegido al azar. Al que se le puede hundir el cuchillo y hacerlo sangrar. Porque visto de cerca, compañeros, inspeccionado con una herramienta entrenada, un ojo hijo de puta, todo en esta vida puede ser una monstruosidad. Por un procedimiento así es que el periodismo es un oficio siniestro, porque al mirar en detalle cómo se hacen las salchichas, los gabinetes de ministros o los shows de televisión, el cronista se sorprende y dice: "¡Eh, loco, las hacen con tripas!", clavando un nubarrón por encima del objeto de estudio, llamémoslo de esa manera, y que al final no se entienda nada. Al respecto, 678, nuestro caso, está hecho, también, como se hacen las salchichas. Pero lo que cuenta en serio es el efecto público de su intervención. Que es revolucionaria, por cuanto hizo explotar un orden existente, el de la onda mafiosa entre periodistas que daba por buena la objetividad de todos, machacando a diario sobre el punto, de modo que ya nadie más pueda escuchar, leer, mirar a Nelson Castro, por mencionar a un miembro paradigmático del pacto denunciado, como si se tratara de un hombre sólo conectado con la hermosura constitucional de la libertad de prensa y no con los intereses políticos y económicos de la tira de empresas que le auspician el programa de cable y lo hacen vivir muy bien, cuando todo el mundo vive muy mal.

Desde el prime time de la televisión pública, a la hora de las botineras, las tómbolas y la política recluida en el cable, 678 termina con un tabú de veinticinco años de democracia: que hablar en contra de la prensa desde tribunas relevantes es antidemocrático, cuando, lo más cierto de todo, es que la agenda de lo que se discute y se vota en las elecciones resulta siempre deformada por la operación de los medios de comunicación, a los que nadie elige para semejante maldad. Este tabú, demolido para siempre, se asocia con un mito superior y al que Kirchner sacude y sacude, aún con resultado incierto: que un político electo por el pueblo no puede sostener un largo conflicto con los factores de poder permanentes sin correr el riesgo de perderlo todo. Un mito que, vale la pena decirlo, condicionó todas las presidencias de esta era democrática. Al respecto, Kirchner resolvió que Clarín no invadiría la presidencia de su esposa con demandas permanentes y discontinuó, por las malas, el tira y afloja que vivió en su gestión, que le resultó tolerable, es cierto, mientras ganaba elecciones.

Desde que viejos candidatos de los años 80 como el radical Juan Manuel Casella y el peronista Carlos Grosso reformularon sus sistemas masticatorios para sonreír sin complejos en los afiches, todos los aspirantes a sillones importantes creyeron que la política requiere de un ajuste final, de un tuneo realizado por maquilladores mediáticos, sabios de la comunicación, genios de la semiología y el marketing que ayuden a hackear con su chamanismo los medios aplastantes que amplifican cada detalle. Excepto Kirchner, quien fue por los pilotes del sistema desde el inicio mismo de su gestión, para abrazarse y que lo respalden o para plantarle explosivos cuando pasaron a quererlo mal. Porque nunca creyó que fuera una danza amable entre dos poderes y que hubiera algo, llamado "periodismo puro", escindido de los negocios.

El dedo puesto en estas llagas partió, entonces, aguas en la Argentina. Se construyeron grandes rivalidades y un clima de guerra civil alucinante que se libra con micrófonos y móviles en vivo de un lado e informes especiales del otro. Los informes son la especialidad de Diego Gvirtz. Y Néstor y Cristina celebran cada noche, a las nueve, como celebra ese medio millón de influyentes, de buena educación y posición económica, que calienta la pantalla del Canal 7, condenado al Nacional B de la cultura popular todos los años de la democracia y que ahora estará en la vanguardia de la televisión digital, mientras crece su pauta publicitaria. Apoyado por el Fútbol Para Todos, que hizo reconsiderar al Canal 7 para la hora del zapping, las emisiones nocturnas de 678 dan la chance a los ciudadanos argentinos de ver cómo las pantallas mudas de TN, prendidas en los bares de Buenos Aires, deforman la realidad durante la tarde. Si 678 no hiciera ese trabajo de decodificación, nadie lo haría. 678 contribuyó, además, y enormemente, a apoyar la lucha pública y judicial de las Abuelas de Plaza de Mayo para que se esclarezcan las identidades de Marcela y Felipe Noble Herrera, los hijos adoptivos de la dueña de Clarín, Ernestina Herrera de Noble. Jóvenes que, para empezar a hablar, no deberían llevar el apellido Noble, dado que el señor Roberto Noble murió en 1971 y los hermanos nacieron de madres aún desconocidas en 1977 durante la dictadura militar, la dictadura especializada en robo de niños.

El encono definitivo de Kirchner con Clarín y su decisión de convertir la Ley de Servicios Audiovisuales en "la madre de todas las batallas" surgieron de la idea de que por detrás, por abajo, por arriba y delante de la Mesa de Enlace de las organizaciones rurales que se opusieron al aumento en las retenciones de las exportaciones, la llamada "125", frenada en el Congreso por el voto contrario a su gobierno del vicepresidente Julio Cobos, se encontraba Clarín dándole a la matraca y alentando la insurrección. Interviniendo, decidido, en una política pública sin dar cuenta, de modo objetivo –tal su promesa–, de un malestar. Durante ese conflicto con el campo, TVR, el barco insignia de la productora de Gvirtz, que tenía asiento los sábados a la noche por el mismísimo Canal 13, colaboró en el esmerilamiento del gobierno con duros informes. Pero luego de perder en el Congreso, a poco de que Kirchner empezara a rockear en serio contra el Grupo, Gvirtz empezó a mover el piecito en sintonía. Lo mismo que le pasó a una gran cantidad de argentinos que, en cuanto Kirchner se decidió a enviar la Ley de Medios al Congreso, una ley que alivia el impacto antidemocrático de la comunicación concentrada, y dispuso la Asignación Universal por Hijo, que redujo notoriamente la población con necesidades básicas insatisfechas, vieron que así, los malos modales institucionales y la llamada crispación podían tolerarse mejor. Incluso, justificarse.

Un gobierno que parecía condenado a voceros de baja calidad como Diana Conti y Carlos Kunkel, encontró en Gvirtz su superhéroe inesperado para sistematizar esa batalla del bien contra el mal. La transferencia, varias veces millonaria, de publicidad estatal a medios sin lectores del empresario Sergio Szpolski –de la familia del quebrado Banco Patricios y cerebro del fracasado intento de instalar Dunkin’ Donuts en Buenos Aires–, como Veintitrés, Miradas al Sur, 7 Días, Newsweek y el flamante diario Tiempo Argentino, no pudo lograr en siete años de lubricación económica la construcción de un medio relevante que expresara, si no la línea política oficial, al menos afinidad con sus grandes vectores. Gvirtz lo hizo al costo de 24 mil pesos por emisión y sin que se lo pidieran concretamente. Porque Kirchner no sabe exactamente qué pedirle a una productora de contenidos. Es así.

Diego Gvirtz, de 45 años, tenía en su carpeta de cosas por hacer un show consistente en la disección diaria de los medios y la forma en que éstos empaquetan a los ciudadanos, valiéndose sinérgicamente del ejército de visualizadores de televisión y lectores de diarios y revistas de su productora que atendían sus dos programas más reconocidos, TVR y Duro de domar; por intermedio de Sergio Massa, aterrizó en Canal 7, en contra de los deseos de Tristán Bauer, el mandamás del canal, que dio poco apoyo inicial e incluso vetó al conductor propuesto por Gvirtz, el periodista de deportes conocido como Chavo Fucks. El programa arrancó en 2009, entonces, con la conducción de María Julia Oliván, una periodista criada en los feed lots de Jorge Lanata. Sin embargo, la idea original se fue deformando a medida que se calentaba el ambiente público y 678 combinó crecientemente su espíritu periodístico y desmitificador con una reunión partidaria.

Para tal evolución, contribuyeron los panelistas que ponen poca resistencia al sesgo oficialista de los informes, especialmente aquellos que refieren muy críticamente a opositores como Pino Solanas; por eso la escasa predisposición de personalidades no oficialistas a ser invitadas, lo que condena al programa a la visita permanente de Daniel Filmus, Claudio Morgado o el Negrito Raimundi. Al respecto, Gustavo Noriega, antiguo panelista de Duro de domar, amigo con mandato cumplido de Gvirtz, dice que "el kirchnerismo del programa no es sólo disimular los horrores oficialistas, sino adoptar su espíritu y reducir toda la complejidad de la política a una oposición binaria, un enfrentamiento entre un «nosotros» y un «ellos» en el que el universo K se muestra del lado de los buenos. Lejos de ser un programa crítico, en la mejor tradición de su productora, puede leerse como un ejercicio autocomplaciente al servicio de los intereses del canal donde se emite, cosa que es, casualmente, la misma acusación que el programa le hace a «los medios»".

En un sentido parecido pero pensando desde el interior del peronismo kirchnerista y sin dejar de anotarle puntos muy positivos, Artemio López, el sociólogo y encuestador con el blog más influyente de la blogósfera política, Ramble Tamble, dice: "El análisis de medios realizado por 678 es impecable, profundo, aleccionador y didáctico, pero que el problema surge cuando el panel «da el salto a la política», y sus monólogos se transforman en progresismo puro y duro, soberbio, elitista y, también, bastante autista".

Aun cuando comentarios como éstos empezaron a llover desde distintas fuentes –amigas, enemigas y grises–, 678 perseveró en su perfil partidario al punto de dedicarse un himno llamado "La mierda oficialista", un canto de amor a sí mismos, a su presente de lucha, que reclama en ese exhibicionismo que los otros shows periodísticos hagan lo mismo, que se saquen la careta y digan quiénes son. Este énfasis fue el que finalmente incomodó a Oliván, que se declaró "periodista y no militante" y que partió, entonces, a un mundo donde no hay bandos, ni buenos ni malos, donde existen los periodistas. A Fantasy.

Para el último 9 de abril, el show había logrado asentar su kirchnerismo de tal manera que logró oxigenar la sangre militante de los empleados de los ministerios públicos, quienes rompieron por segunda vez –ya lo habían hecho en marzo también– sus lógicas dramáticas de volver a casa a mirar la tele y se movilizaron convocados por el Facebook de 678 al Obelisco, en apoyo a la Ley de Medios. Lo que despertó en el estudio, delante y detrás de cámaras, a cinco metros del casual Luciano Galende y equipo, un vuelco emocional abrumador en los panelistas que podría haber hecho menstruar a todas las chicas presentes en la tribuna. Orlando Barone filosofó sobre "la alegría" que despierta "la militancia" y Carlos Barragán, autor de "La mierda oficialista",dijo conmocionado que se recibió de ciudadano cuando aceptó el trabajo en 678. Cabito, para las diez de la noche, miraba de reojo tales manifestaciones mientras cocinaba un chiste, desde su punta simbólica del panel, donde se representa o sintetiza a la gente normal, punta en la que también habita Carla Czudnowsky, que puede ser la gente sin ideas políticas, o las mil variantes de la triste indiferencia humana. Es que antes de ser la mierda oficialista, Czudnowsky, Cabito y la misma Oliván habían sido, simplemente, boludos felices.

En la otra punta, sin embargo, algo peor: Orlando Barone. Un patriarca de los pájaros de 72 años entregados al oficio del periodismo en medios siempre conservadores como la revista Mercado o los diarios La Nación y Clarín, bajo todos los regímenes políticos y militares que tuvo la Argentina y, siempre, sin chistar. A la vejez, viruela: el patriarca se volvió un interpretador de todas las intenciones humanas, con una ironía permanente que fracasa en su intento de hacer reír a sus compañeros, a la tribuna y a los reidores. Cruelmente, es el encargado de hacer pensar. A la vuelta de cada informe pide enseguida la palabra para surfear sobre sus dos previsibles olas gramaticales: la que arranca con "sabés qué pienso" y la más emotiva, "yo siento que"; desde las que descarga baldes de bleque sobre colegas de otros medios que reúnen, al momento, menos agachadas que él. Porque en todos los años en que el mundo fue injusto –el mundo es injusto todos los años–, Barone calló o eludió o tapó, con los diarios y revistas que escribió y editó, la injusticia. De grande, a la edad de las escapadas a Necochea, en fin, asume un presente de lucha con el que cree espantar los pájaros del pasado. Lo cierto es que la Argentina se desgració, fundamentalmente, durante toda la vida adulta de Barone. Por él es por quien Cabito baja la cabeza.

La otra interpretadora del show, encargada de hacer pensar, del famoso "plus" del que tanto se habla, es Sandra Russo, una veterana fuertona dada a la semiología, como una periodista y algo más, que cumple muy bien el trámite televisivo ideal, por cuanto no habla por hablar, ni pisa a sus compañeros, y escucha, y piensa, y luego, recién, dice, una secuencia que Barone y Czudnowsky no pueden seguir, empujados por fuerzas sobrenaturales a hablar hasta la hiperventilación. Russo, largamente asociada al periodismo más comprometido con la verdad y la justicia, fue la madre del suplemento Las 12, que sale en Página/12, y que fue el primer producto periodístico de género que no tomó a las mujeres como boludas que necesitan consejos o cosas. Antes de hacerlo, sin embargo, fue editora de la revista Luna, de editorial Perfil, cuyo drama semanal era esperar los containers de China con los regalitos que acompañaban la revista. Una vida que tampoco resulta unidimensional y hace más interesante su consistencia política.

Una enorme verdad de la política prescribe que la preocupación número uno del líder debe ser la conservación del poder. Llegado el caso, con poder, puede querer ir a la guerra o ir a la Luna. Pero sin poder no va a pasar nada. En países como la Argentina, la pérdida del poder puede conducir, además, a la cárcel. Ni el ex presidente ni nadie que se dedique a algo que le gusta mucho se quiere retirar y, mucho menos, ir preso. Por ello, mientras Kirchner mantenga una única y gran pulseada con el Grupo Clarín no estará teniendo ni la única ni una gran pulseada con otro político que quiera competir por la presidencia en 2011, todo lo cual lo ayuda a conservar la manija. Esta es una gran verdad de esta realidad a la que 678 suma sus bombas de profundidad, y es el gran mérito del diputado, ex presidente y candidato al 2011 por el movimiento que lleva su nombre, el kirchnerismo, quien construye, desde su derrota electoral del 28 de junio de 2009, una escena en la que sólo existen él y ella –su señora y presidenta–, el Grupo Clarín, y quienes les hacen los coros a ambos, allá atrás, meciéndose junto a la máquina de humo. La oposición política, que podrían ser los herederos, en este contexto, se desdibuja y anula.

Para que el plan resulte del todo, Kirchner requirió de la enorme vanidad de la prensa y su tendencia, también evidenciada en 678, a la autorreferencia. Cuando Kirchner descubrió que mencionar a Clarín en cada acto lo dejaba en el escenario público con una empresa que no se presenta a elecciones, sólo insiste con eso, porque la empresa y sus empleados no dejan de cacarear. Y rompe, Kirchner, si hace falta, toda la camaradería subterránea del poder. Invitado a 678 en el verano, contó que durante el conflicto con las organizaciones rurales, Héctor Magnetto, principal directivo de Clarín, le ofreció clemencia si el estado facilitaba el ingreso de su empresa a Telecom. La versión de Magnetto sobre la reunión, por supuesto, no se conoce. Por una sola razón: porque Clarín no puede admitir que su vínculo con el poder excede largamente el rol periodístico puro y liberal del que tanto se jactan. Kirchner, además, ¡una cosa más!, devuelve gentilezas. Que es una de las maneras de no ser la señorita del pabellón y conservar el poder. Si los medios de comunicación no lo van a dejar dormir, él no los va a dejar dormir a ellos.

viernes, 23 de marzo de 2012

FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMOROSO...



"LA VERDAD DEL AMOR"
Por Daniel Link para Soy


"Habrá habido mucho más en el medio”, leo en el mensaje de correo que se refiere a mis dos matrimonios, el primero con una mujer, el segundo con un hombre. No sé qué hacer con esa presunción, pero desarrollarla al pie de la letra para dar de mí una imagen de libertino me obligaría a tantos pedidos de autorización que prefiero renunciar a esa ficción autocomplaciente (“nada de lo humano me es ajeno”). Elijo la segunda posibilidad, tomarla al pie de la letra para interrogar qué hubo en el medio, y si es que hubo tal medio, hiato o punto de separación.

Desbrozo el terreno, para que se entienda qué amor nos preocupa y en qué dioses griegos fijar nuestra mirada. Sigo a Eratóstenes (276ac-194ac) quien, si fue capaz de medir la superficie terrestre con margen ínfimo de error, poco es lo que puede equivocarse en este punto: Afrodita (Venus) rige los amores intersexuales, Eros (Cupido) los amores entre varones.

Yo, que desde pequeño frecuenté los mitos griegos (y envidié la temprana erudición de Claudio María Domínguez en la materia), estaba destinado, más tarde que temprano, a volverme griego. Mi virginidad en materia de amor entre varones, descontadas las amistades platónicas de la escuela primaria, me acompañó hasta bien entrada mi treintena y rompí los sellos que guardaban esa puerta de la mano de un (entonces) amigo y compañero de trabajo heterosexual que después de declararme su amor y de arrastrarme a un fin de semana salvaje (siempre tuve el “sí fácil”) decidió continuar con su vida y sus rutinas afectivas y dejar a mi cuidado la parte experimental (o teórica) del asunto.

Por supuesto, a partir de entonces empecé a leer retrospectivamente mi vida anterior y a descubrir (incluso en mi cultivo de la poesía) señales inequívocas (siempre es así en la mentalidad del converso) de una oscilación entre Afrodita y Eros que espíritus más aventajados que el mío habían codificado decenas de años antes que yo en términos de un combate entre lo apolíneo y lo dionisíaco (y que habían pasado a la historia, por eso mismo, como paradigma del pensamiento decimonónico “del armario”): oh sí, fui un lector adolescente embriagado de Nietzsche y de sus tristes herederos.

Los lectores “no locas” de estas líneas deben comprender que si uno sostiene una hipótesis no minorizante de la sexualidad humana (es decir: diferente de una cuestión de porcentajes), necesariamente debe pensar en términos proustianos: los amores intersexuales son sólo la apariencia que recubre el destino de cada uno.

Por eso, el Hermafrodita original no es el que se fecunda a si mismo, sino el que genera dos cadenas o series divergentes, Sodoma y Gomorra.

En La furia de Sansón (1839), un poema que muchos tildarán (no sin razón) de intolerablemente sexista, Alfred de Vigny ((1797-1863) formula la predicción de Sansón: “Pronto, confinados a un reino atroz, la Mujer tendrá Gomorra y el Hombre tendrá Sodoma, y, lanzándose de lejos miradas irritadas, los dos sexos morirán, cada uno por su lado (como en la publicidad de Quilmes).

La diferencia más radical del amor no es pues, subjetiva, sino objetiva: está el amor por las mujeres, por un lado, y el amor por los hombres, por el otro.

Escribí una breve pieza teatral, El amor en los tiempos del dengue, que se estrenó en 2007. Yo preveía que los actores (dos mujeres y dos hombres) desempeñaran aleatoriamente (rotativamente) los dos caracteres que hacían la “escena amorosa”. En la puesta de Saula Benavente, que entendió lo que estaba en juego en esa calesita de afectividades, cada escena se repetía dos veces, en boca de diferentes actores de diferente género.

El amor en los tiempos del dengue no quería subrayar la unidad del amor, con independencia de los géneros, sino todo lo contrario: las mismas palabras, dichas por un hombre o por una mujer (a un hombre o una mujer, según los casos) cambian de sentido. El amor (mucho más que el deseo, que no tiene nombre) se sostiene en el discurso (es decir: en posiciones de enunciación).

Roland Barthes, consciente de la dificultad de sostener el discurso amoroso, propuso que el enamorado, por sólo serlo, se feminiza (se pone, como la tejedora, en situación de espera). Gilles Deleuze encontró en Proust una fórmula todavía más radical que ya he citado: los amores intersexuales encuentran su verdad en la homosexualidad (cuando digo “amor”, insisto, me refiero a algo más complejo que a la sexualidad, a la que incluye, pero a la que sobrepasa). Yo mismo he estado enamorado de mujeres y de hombres, sucesiva y simultáneamente (no me jacto del asunto, porque el amor involucra una considerable cantidad de pena).

¿Cuántos amores se pueden tener a lo largo de una vida? Dejo de lado los arrebatamientos que hoy no sabría exactamente cómo interpretar: amores frustrados, sin historia y, por lo tanto, sin destino y, sobre todo, sin Tiempo. De hecho, del puñado de amores que recuerdo, cuyos objetos fueron hombres y mujeres (podrían ser muchos más, si mi memoria operara de otro modo), dos terminaron en sociedades matrimoniales (con una mujer, primero, y con un hombre, después). No quisiera bastardear ni sobrevalorar el instituto matrimonial: lo único que de él retengo para mi argumentación es el factor temporal que involucra o presupone.

Si la sexualidad es atemporal (y de esa atemporalidad le viene su fama, probablemente sobrevalorada: la petite mort), el amor es pura duración (los “signos dolorosos del amor” lo son precisamente porque duran, insisten).

La durée es una dimensión de la realidad que coincide con el Todo: flujo de tiempo que cambia, que dura mientras cambia y que produce lo nuevo. La paradoja constitutiva del amor hace referencia precisamente a este carácter del pasado en relación con el presente: el presente no podría pasar a menos que el pasado del amor (toda la historia amorosa) coexista con él. No es que el pasado del amor sea un antiguo presente que ha dejado de existir, sino todo lo contrario: es la profundidad propia del amor, de la que depende para pasar a la existencia. El amor hunde sus raíces en el tiempo absoluto de su propio pasado y allí encuentra su fuerza. Si lo propio del presente (y de la sexualidad, que es presente puro) es la existencia actual bajo la forma de una sucesión de diversos instantes (antes y después), el pasado puro, fundamento y profundidad del tiempo amoroso, en cambio, se caracteriza por la "coexistencia virtual" de sus diversos niveles con el presente. Cada punto de presente contiene todos los yacimientos de pasado y eso es el amor.

La diferencia radical entre el amor y el sexo tiene que ver con esa perspectiva temporal: no tanto que el amor va a durar muchos años, todos los años (mientras que el acto sexual es instantáneo), sino que el amor ya ha durado demasiado y en cada uno de sus instantes coexiste su historia entera: me encanta o me exaspera un gesto de la persona amada porque ya ha sucedido antes y reconozco en su actualización una serie inconmensurable de ocurrencias virtuales.

Dicho esto, vuelvo al punto de partida: ¿He amado del mismo modo a un hombre y a una mujer? ¿Hay unidad en el amor? ¿Qué diferencia hay entre el amor a un hombre y el amor a una mujer (desde la perspectiva de un hombre)?

La pregunta me incomoda y me doy cuenta de que tal vez sea incontestable, salvo en niveles de conceptualización extremadamente abstractos que involucran la propia noción de identidad. ¿Es lo mismo amar a los veinte años que a los treinta y cinco o a los cincuenta? ¿Es lo mismo amar a un carácter tal o cual? ¿Es lo mismo amar a una persona de la misma edad (de tal o cual género) que amar a alguien de quien nos separan quince o diez años? ¿Es lo mismo un amor que se expresa antes en la beatitud (de uno o de los dos) que uno que necesita de los arrebatos operísticos como operadores de la duración temporal (la superposición entre el pasado absoluto y el segmento de presente)?

Yo, personalmente, tiendo al arrebato operístico y por eso necesito de amores que entiendan lo operístico (lo espectacular del asunto) como su única verdad. Las personas que toman (que han tomado) en serio mis arrebatos son las que menos soy capaz de amar y las que menos me aman (me amaron).

Agregaría a las dos leyes que mencioné antes (el amor feminiza, la verdad de los amores intersexuales se encuentra en los amores homosexuales), basándome en mi propia experiencia, que el amor dura (en el sentido en que dura el tiempo) mientras los arrebatos operísticos (o la beatitud) son tomados como lo que son: meras imposturas que sólo reclaman el desdoblamiento del otro en partícipe necesario y en audiencia, al mismo tiempo. “Te hago una escena” no es tanto que te pongo en lugar de antagonista sino de espectador, espectador de todo, espectador total y privilegiado del espectáculo de mi vida. Por amor, cedo “ante quien me leerá como un libro abierto”. Para los demás seré a o b o... n. Para el que participa del mismo amor que yo (el amor a este “nosotros”), seré a+b....+n: el total espectáculo de lo que soy, de lo que ni siquiera imagino que soy (el amor nace y se alimenta de interpretación silenciosa).

Nada, por supuesto, de narcisismo. Antes se relacionaba homosexualidad con el narcisismo, pero creo que esa hipótesis fue refutada por lecturas más atentas de los mitos griegos, que notaron que Narciso no se enamoró de si mismo, sino que se enamoró de una imagen que creyó que era otro (un otro, El Otro). Narciso se entrega al amor por desconocimiento de su propia imagen, fascinado por unos signos que desconoce. Así como yo seré el mejor lector-espectador del otro, el otro será el mejor lector-espectador de mi mismo.

La verdad (homosexual) del amor combinará, entonces, idénticas cantidades de feminización y conciencia de espectáculo, y en ese sentido se articula con la ley de la duración: consciente como es de su carácter de espectáculo, el amor (homosexual) transforma radicalmente las dimensiones espacio-temporales, que tienden, a su abrigo, al infinito.

Con frecuencia se ha pensado el espacio amoroso como un espacio cerrado (cerrado por completo a la mirada de los otros, inmune al mundo, profundo como un secreto), pero tal vez el amor funciona en la sociabilidad, y es tanto una unidad de los signos mundanos como de los signos dolorosos.

El amor sucede en círculos de sociabilidad y en ellos encuentran tanta verdad como en la articulación entre uno y otro. La pareja de enamorados se constituye tanto en la propia mirada como en el “¿Qué le vio?” de los otros.

Por eso los votos matrimoniales se pronuncian ante amigos y yo repito ahora los de mi segunda boda, pocos días después de su primer aniversario: “Todo el mundo lo sabe, Sebastián: vos sos lo que yo he hecho de vos, y yo soy lo que vos has hecho de mí. Podríamos haber dicho lo mismo ante Dios o ante la Ley, pero elegimos decirlo delante de nuestros amigos: ninguno de los dos puede ya ser algo diferente de lo que cada uno ha hecho del otro. Después de estos diez años, que te agradezco, eso es ya irreversible y, por lo mismo, definitivo. Sos lo que quise, lo que quiero y lo que voy a querer. Hasta mi último suspiro”.

LA ESPERANZA COMO NECESIDAD ONTOLÓGICA...





ENTREVISTA A PAULO FREIRE (BRASIL, 1921-1997)


Tanto "La Pedagogía del Oprimido", como "Pedagogía de la Esperanza", expresan importantes polémicas con los tiempos en que fueron realizados. ¿Es así?

Sí, yo creo que ésta es una hipótesis de comprensión de ambos libros. En la tentativa de explicarlos, la estructura misma de la Pedagogía de la Esperanza a mí me convence. Es exactamente la siguiente: busca demostrar que en el fondo, todo lo que usted crea, un libro, un arma o una obra de arte, todo siempre emerge de un proceso producido en ciertas tramas, que algunas veces no dejan clara la hipótesis de gestación de la obra. Por eso trato en la primera parte del libro algunos casos, que yo llamaría historias, que experimenté cuando era joven y cuando niño; y que al menos para mí hoy, tomando distancia, eran tramas que anunciaban la Pedagogía del Oprimido. Que podrían no haber ocurrido, pero que al llegar crearon marcas. Por ejemplo un caso que cuento de un malestar que sufrí durante años sin saber sus causas; que me sorprendía de repente y me dejaba abatido, desanimado. Al llegar a San Pablo pude analizar las causas y entender lo que sucedía; en un proceso de concientización individual, que yo explico y distingo de la hipótesis de concientización del otro. En ese caso, mi concientización funcionó y me liberó. Pero lo que nosotros no podemos esperar es que la concientización sola pueda resolver esa liberación, cuando se da en torno a las tramas estructurales de la sociedad. Allí ella continúa siendo importante, pero no es suficiente. Es preciso que al concientizarme sobre la realidad expoliadora, me movilice y organice con otros y luchemos juntos por la transformación radical de las estructuras que generan la explotación. Esto tiene que ver indiscutiblemente con la Pedagogía del Oprimido. La forma en que yo trabajé este libro sobre el otro, la forma en que yo intenté comprenderlo, generó a éste. Cuanto más analicé y analicé el proceso en el que escribí la Pedagogía del Oprimido, tanto más pude escribir este libro.

El segundo momento de Pedagogía de la Esperanza es el análisis que hago del libro Pedagogía del Oprimido haciéndose, o sea, el libro siendo trabajado, siendo escrito. Allí yo hablo un poco de la fase de la oralidad: antes que nosotros escribamos, hablamos de lo que vamos a escribir o de lo que estamos escribiendo. Éste para mí es un momento importante, sobre todo para la gente joven que no tiene experiencia en el esfuerzo de redactar.

Yo creo que es interesante que los más viejos cuenten su historia, por ejemplo que digan como tienen también dificultades para escribir.

Hay otro momento en Pedagogía de la Esperanza que yo considero importante, que es aquel en que intento, sin rabias pero con derecho, conversar con los lectores de este libro sobre las críticas que se hicieron en los años 70 a la Pedagogía del Oprimido. Es interesante, porque por ejemplo, las críticas marxistas eran casi todas mecanicistas. La mayoría de ellas, con excepciones, claro, se fundamentaban en una comprensión mecanicista de la historia. Eran críticas marxistas y por lo tanto proclamativas de la concepción dialéctica; pero eran profundamente no dialécticas. Y algunas de ellas eran críticas muy formales. Yo recuerdo una de ellas que decía: "Freire es un intelectual indiscutiblemente vivo, interesante, pero no dice que la lucha de clases es el motor de la historia". Yo no lo decía porque no lo era; porque la lucha de clases es uno de los motores de la historia; pero uno no puede esclavizarse a una sola cosa. Ahora, desde el punto de vista del tiempo de Marx, eso era correcto, era lo que él estaba observando del rumbo histórico. Para mí lo que faltó agregar es que hay otros motores de la historia y no solamente la lucha de clases. La lucha de clases continúa siendo un motor importante, claro, pero lo que yo digo en este libro y creo interesante es que muchos de mis críticos de los años 70, que decían que yo no mencionaba la lucha de clases en la Pedagogía del Oprimido (aunque yo cité treinta y tantas veces, no el concepto de lucha de clases sino el concepto de clases sociales) hoy son pragmáticos y neoliberales.


Son los que se hicieron eco de las proclamas sobre el fin de la historia...

Exacto. Hay un montón de gente de izquierda que nos da la impresión que, asustados, hoy casi gritan que se han equivocado de dirección. Se arrepienten de haber sido de izquierda, y se vuelven felices con la idea del fin de la historia y que la lucha de clases terminó. Se dicen posmodernos. Yo creo incluso que son posmodernos, pero posmodernos reaccionarios. Porque hay una posmodernidad progresista. La posmodernidad progresista es la que expresa que ya no estamos demasiado seguros de nuestras certezas. Porque la modernidad estuvo muy segura de sus certezas, pues surgió con el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Marx era un moderno y tenía que serlo. No había forma que no lo fuera. Pero para mí la modernidad va más allá de Marx. Es eso lo que se precisa decir y no decir que Marx murió, que Marx no existe. De ninguna manera, pues Marx está más vivo que muchos de nosotros.


Usted habla en su último libro de la esperanza como una necesidad ontológica...

Exacto, esa necesidad ontológica que yo veo en la esperanza es la que los mecanicistas no entendieron en la Pedagogía del Oprimido. Los mecanicistas no podían entenderlo. En primer lugar, esa ontología no es un "a priori" de la historia. Esto quiere decir que la naturaleza del hombre y de la mujer, la naturaleza de ser humano, no fue donada al ser humano antes de la historia. Es gracioso, yo soy cristiano y afirmo eso, pero con eso no tengo nada en contra de la trascendentalidad. Al revés, yo me afirmo en esta trascendentalidad en cuya relación dialéctica con la mundanidad yo me encuentro. Pero digo lo siguiente: la naturaleza humana se va constituyendo históricamente. La esperanza corno necesidad ontológica se constituye aquí, en el quehacer histórico. Y para mí no es posible, siendo el ser que estamos siendo, históricos, por lo tanto, inacabados y envueltos constantemente por una necesaria idea del mañana; no es posible experimentar la necesidad del mañana sin superar la comprensión del mañana como algo inexorable, que es, que hacía y decía el mecanicismo de los marxistas que me criticaban en el 70 y que hoy se han vuelto pragmáticos y dicen que hay que acabar con esta historia del sueño, de la utopía, que sólo ¡Ha creado dificultades!

Quiero decir, en el momento en que tú admites que el mañana es un dato ya dado, que tú marchas hacia él inexorablemente, entonces no hay por que hablar de esperanza. La esperanza se instala en ti en el momento en que el mañana no es inexorable; puede venir y puede no venir. En otras palabras, el mañana tiene que ser hecho por nosotros. Eso es lo que para mí fundamenta la esperanza como una necesidad ontológica. Yo estoy esperanzado no porque sea impertinente, estoy esperanzado porque estoy en el mundo y con el mundo. No puedo dejar de estarlo.

La Pedagogía de la Esperanza, es necesariamente un libro escrito con amor y con rabia. Es el resultado de un gran aprendizaje, parte del cual yo relato, entre ellos los viajes por el mundo para discutir la Pedagogía del Oprimido. Porque la Pedagogía del Oprimido en cierto momento se independizó de mí. Era ella la que me presentaba al mundo, no yo a ella.


Usted se refiere en su libro, también, a la existencia de una esperanza ingenua...

Claro, una esperanza ingenua es decir que el mañana que queremos viene de cualquier manera. En el fondo la comprensión mecanicista de los marxistas distorsionados, implica una esperanza ingenua. Cuando tú piensas que el mañana es inexorable, que tiene que venir, tú eres ingenuo. Porque el mañana sólo viene si yo lo hago, junto con los otros.

Esta posición frente a la esperanza, choca con quienes pregonan el escepticismo.

Exacto, la crítica a la esperanza viene de quienes necesariamente no entienden a la historia corno posibilidad. De quienes no aceptan que la historia no es algo predeterminado, que la historia es posible, no solamente es posible sino que es posibilidad; y que si ella es posibilidad hay que realizarla. Esa es la tarea de los sujetos históricos, de los individuos. Esa es otra cosa que el marxismo mecanicista negaba y distorsionaba: al enfatizar lo social terminaba negando absolutamente la presencia del individuo en lo social. Es claro que nosotros reconocemos que lo que hay de individual en mí y en ustedes, no es suficiente para explicar lo que estamos haciendo, pero es indispensable.


Cuando usted se refiere a la dialéctica y al valor de lo subjetivo en la transformación histórica, se acerca al pensamiento de marxistas dialécticos y revolucionarios como el Che.

Yo tengo una admiración muy profunda por algunos revolucionarios de este siglo, que no conocí personalmente. Que afloran constantemente en mí, aunque a veces no necesito ni nombrar. Che es uno de ellos. Gramsci es otro, más lejano. Che Guevara me tocó y continúa tocándome por una serie de cualidades humanas e intelectuales. Como un hombre que peleó, un hombre que luchó, un hombre que se expuso como yo nunca me expuse. Un hombre que continúa testimoniando un coraje manso, un coraje dignificante. Y como un hombre que también pensó, y puso en el papel de una manera muy convincente y bonita las reflexiones que hizo sobre la práctica.

El Gramsci con quien yo intimé es exactamente el Gramsci de la prisión, el Gramsci que no podía estar haciendo la práctica que el Che hizo, pero que hizo una práctica antes de ir para la prisión y que allí dentro piensa y habla de lo que hizo y de lo que podía haber hecho. Otro hombre que me impactó mucho y que me continúa impactando es exactamente, yo diría casi, el Guevara del Africa, que es Amílcar Cabral.

Incluso yo supe cuando estuve en Africa, por Guinea Bissau, del momento en que los dos se encontraron, Guevara y Amílcar Cabral. No sé si usted sabe eso. Amílcar era bajito, y eso no le gustaba. El se encontró con el Che, que delante suyo era un gigante. Aunque yo creo que en el fondo eran dos gigantes del siglo, enamorados del mundo. Ellos tuvieron las rabias necesarias, las rabias que no pueden ser evitadas. Tú no haces historia sin rabia. Tú no haces ni un libro sin rabia. Pero tampoco los haces sólo con rabia y eso es lo que ellos vivieron muy bien. Ellos hicieron la historia de ellos y la historia nuestra de este mundo, con la rabia y el equilibrio necesario entre la rabia y el amor.

Lo que a mí me contaron es que los dos se encontraron, conversaron, discutieron, debatieron, y se volvieron grandes amigos. Incluso me contaron que en un momento quedaron parados uno delante del otro como si estuvieran enamorados. En el fondo era un enamoramiento mediado por la praxis, mediado por la historia. Che Guevara, Gramsci antes, Amílcar. Yo no quiero con eso reducir la historia de estos años sólo a estos hombres. Porque después encontré a otro hombre que fue malvadamente asesinado por la izquierda de su país que fue Maurice Bishop, en Grenada. Yo me acuerdo de la reacción de Fidel entonces que fue muy fuerte frente a una izquierda incompetente y malvada.

Usted se ha referido a estos hombres como pedagogos de la revolución.

Sí. Yo creo que Fidel, Guevara, Amílcar, no son sólo pedagogos revolucionarios, sin o pedagogos de la revolución. Hay mucha diferencia, porque creo que pedagogo revolucionario yo soy, a pesar de que se decía que no tenía nada que ver con eso. Pero otra cosa es ser pedagogo de la revolución.


¿Cuáles son los debates actuales y su opinión sobre la experiencia de la educación popular en el Tercer Mundo?

Yo he leído a latinoamericanos y he oído a dirigentes africanos progresistas que dicen, como expresión del trauma del momento que estamos viviendo, que al final de cuentas lo que hoy se necesita es una educación popular en el Tercer Mundo, que no sería más de concientización. Por el contrario, debería dislocarse para experiencias puramente económicas. Eso surge primero en las experiencias de sobrevivencia después del golpe de Pinochet. Lo que interesaba en la época era conseguir medios de sobrevivencia de los grupos populares, progresistas, que aplastados por el golpe de estado precisaban ayuda. Y la ayuda mejor, no sería más la discusión alrededor de la realidad sino la sobrevivencia. Financiar talleres, fabriquitas de juguetes, grupos de costureras, etc. Yo no estoy en contra de eso, pero mucha gente de los llamados pragmáticos plantean que el problema de la educación popular en América Latina y en Africa no podría ser desarrollado por una pedagogía del "develamiento", de la concientización, sino por una pedagogía práctica que trate la formación técnica de los grupos populares. Para mí ésta es una dicotomía que nos lleva de nuevo al fracaso. No es posible separar la formación técnica, de la comprensión crítica del mundo.

Marx inclusive definió la cuestión de la educación de la clase trabajadora y decía claramente que la burguesía no puede formar a la clase trabajadora, a no ser para reproducir a la clase trabajadora como tal. Eso es obvio, porque la clase trabajadora se tiene que formar en una perspectiva contradictoria y antagónica con la visión de la clase burguesa. Entonces, mientras que para la clase burguesa, la clase dominante, la formación de la clase trabajadora debe ser técnica y terminar en la técnica, la formación progresista de la clase trabajadora abarca la formación técnica indiscutiblemente; pero al tocar lo técnico sabe que no está tocando nada neutro. La tecnología no es neutra. Entonces, al enseñar, al capacitar, el buen obrero no es el que sabe hacer funcionar las máquinas. Es aquel que funcionando con las máquinas, reconoce la razón de ser histórica y social de la propia máquina. Y reconoce a favor de quien trabaja la máquina en sus manos.

Yo hoy insisto en que la educación popular en este pedazo de historia nuestra, debe continuar develadora de lo real; en la búsqueda de la razón de ser de los hechos que se producen, no ocultando ni haciendo una pura formación de sobrevivencia.

Algunos dicen que estos ya no son temas de los 90. Pero: ¿cuál es el tema de los 90? Lo que continúa profunda y dramáticamente como tema de los 90 es el sueño de cambiar radicalmente este mundo. La educación entra allí como uno de los elementos de viabilización de los sueños. Entonces en el momento en que tú dices que "la educación popular ya fue" es porque tú no crees más en la educación. Claro que las tácticas que se precisan en la lucha de la gente son históricas. El testimonio es universal, se da siempre en la historia. Pero la forma como se da cambia de generación en generación. Estratégicamente uno testimonia en favor de nuestra liberación. Ahora, la forma en que yo testimonio ese deseo, esa necesidad de transformación del mundo es diferente. Yo creo que hoy las tácticas, los métodos, pueden variar. Pero lo que para mí no puede variar, lo que no puede dejar de existir es la comprensión crítica de la historia. Y eso significa develar los hechos.


La crítica de los pragmáticos se refiere a la politización de la educación popular.

Exacto. Eso también es así. Me sucedió en París, donde yo estaba en una reunión de la Unesco, cuando uno de los presentes me dijo: "Es interesante, profesor Freire, hace un mes o dos, yo estaba aquí en una reunión patrocinada por la Unesco con gente de América Latina y quedé sorprendido porque unos educadores latinoamericanos decían que usted no es un educador, que usted es más un ideólogo. Por la exigencia con que usted trata políticamente las cosas".

Posiblemente en los años 70 esa gente me criticaba por no ser marxista. Gente de izquierda que hoy se ha vuelto indecisa por lo menos. Yo hoy soy, con los cambios que la historia realiza, casi al mismo que el que escribió la Pedagogía del Oprimido. Yo reconozco solamente que cuando escribí la Pedagogía del Oprimido di saltos grandes de cuando escribí La educación corno práctica de la libertad. En La educación corno práctica de la libertad yo era algo ingenuo en mi defensa de la subjetividad y de la conciencia. Pero creo que fue óptimo que lo haya sido, porque me preparó para adquirir una mayor profundidad dialéctica entre objetividad y subjetividad. Yo analizo ese desvío subjetivista que cometí en La educación como práctica de la libertad. Pero en la Pedagogía del Oprimido yo creo que no; soy el mismo que ahora, no cambié.

¿Cómo fundamenta su esperanza ante un capitalismo que se presenta como vencedor?

Yo creo que el capitalismo no dio nada a los pueblos. Puede ser que en esto yo sea sectario. Pero como digo en un texto que escribí sobre los 500 años de la conquista de América, yo no puedo festejar la llegada colonial al continente, porque yo festejo la lucha de liberación de los pueblos y no puedo festejar la conquista de los pueblos. Yo no festejo al capitalismo y creo que lo que el capitalismo ha hecho en América Latina son cosas trágicas. Usted toma los índices de asesinatos de niños en este país, Brasil; usted toma los índices de niños y niñas fuera de la escuela, que no tienen el derecho de entrar en la escuela; usted torna los índices de los niños de sectores populares que por la presión de los sindicatos de sus padres consiguieron un lugar en la escuela pero que son expulsados enseguida. Los técnicos y especialistas hablan de este fenómeno diciendo que los chicos "se evaden" de la escuela. Como si los niños hiciesen un Congreso y decidiesen que no quieren seguir más en la escuela.

¡No! Ellos son expulsados de la escuela. Usted toma los índices de los hombres y mujeres que en esta hora del día de hoy murieron de hambre, y de los que van a morir de hambre desde ahora hasta las tres de la tarde, de los que están enterrados en las periferias de las grandes ciudades. Usted toma los índices de maltrato, de desesperanza de los hombres y mujeres de este país. Mujeres de 30 años que parecen que tienen 120, deterioradas, maltratadas, desdentadas, decepcionadas. Y usted pregunta: ¿quién hizo eso? Obviamente que en la campaña en el Brasil ahora se discute esto. Yo creo que el presidencialismo tuvo mucho que ver con eso. Yo soy parlamentarista, porque no creo que el presidencialismo ayude en nada a la democracia en este país. Creo que se corresponde con la historia de este país, es una respuesta a la tradición autoritaria de la sociedad brasileña. Pero el gran responsable por todas esas maldades es el capitalismo. El capitalismo desenfrenado, es de una perversidad ontológica de la cual ya no se libera.

Es más, yo creo que como nunca en la historia, Marx pagaría para vivir en el mundo de hoy. Yo creo que nunca hubo un tiempo más propicio para la utopía socialista. Pero cuando digo hoy, no es 1993. Mi hoy supera los primeros años del milenio que llega. Para mi historia individual, 30 años son una cosa terrible, porque yo ya no tengo chance de vivir 30 años. Hay gente que vive 110, 120 años, yo creo que no voy a vivir eso. Pero 30 años para el país, para América Latina, 30 años para el mundo no son nada. Yo creo que en estos 30 años la chance del sueño socialista, democrático, está ahí. El capitalismo no puede inventar otro chivo expiatorio como hizo durante todos estos años, que era el comunismo. Realmente era una ventaja para ellos trabajar con el espantapájaros del stalinismo, era muy fácil. Pero hoy no pueden seguir con la guerra fría.


¿Qué posibilidades tienen de modificar esta situación las administraciones de estados gobernados en Brasil por la izquierda?

Es necesario tener una visión avanzada y realista de este tema. Por ejemplo, yo fui secretario de educación de San Pablo. Algunos compañeros nos criticaban porque decían que nosotros éramos apenas administradores de la crisis capitalista. Es un absurdo. El gobierno de Erundina no fue administrador de la crisis capitalista. Fue un gobierno progresista, de un tiempo capitalista y de un espacio capitalista. Pero es una experiencia democrática. Es preciso comprender la experiencia democrática, lo que significa el juego democrático en la búsqueda de una mejor constitución de un nuevo poder y de un nuevo gobierno. El testimonio que dio el gobierno de respeto a la cosa pública, de enfrentar una problemática desfavorable a las clases populares, la reorientación de los gastos, dejar de maquillar y embellecer lo que ya está bonito e invertir en las áreas proletarias, en las áreas populares, yo creo que todo eso es una experiencia que testimonia cómo es posible hacer algunos cambios en el sentido de los intereses de las clases populares, aún sin alcanzar la radicalidad del cambio.


¿Qué significa su participación en el Consejo de Redacción de América Libre?

Cuando Betto me dio el primer número de la revista, y me habló de la utopía de esa revista, yo adherí inmediatamente. Adherí a la revista enseguida que él me planteó la posibilidad de que yo fuese incorporado.

Está claro que esta revista, es una de las posibilidades históricas que tenemos hoy. Es la posibilidad de trabajar en favor de la posibilidad. Yo creo que ningún hombre, ninguna mujer progresista de este continente, puede negar como mínimo, la contribución que cada uno y cada una de nosotros tenga la posibilidad de dar. Porque no es sólo un sueño de los que hacen la revista, es una necesidad histórica de los que vivimos en este continente.

¿Cuáles son hoy sus sueños más importantes en esta difícil situación de la lucha por la libertad de América Latina?

Yo diría uno sólo que creo que es vital para la gente, y que no es un descubrimiento mío. Es un imperativo de la historia, que ha sido el sueño de Guevara, que fue el sueño de los Bolívares: un gran esfuerzo a favor de la unidad en la diversidad. Porque nosotros no podemos hablar de América Latina como una cosa sola, no tiene sentido. Somos diferentes. Estamos llenos de diferencias. Brasil es una cosa, México es otra, Argentina es otra, Paraguay es otra, Uruguay es otra. Lo que se precisa es que cada una de esas otras cosas, tenga en primer lugar, esperanza en sí, confianza en sí, y gusto por la lucha. Segundo, que cada una de esas cosas, reconociéndose diferente de la otra, descubra los lazos que las unen. Con esta unidad en la diferencia, es que seríamos capaces de enfrentar a los que nos dividen para poder mandar. Es la única respuesta que los dominados tienen para enfrentar a los dominantes: unirse en la diversidad para enfrentar a los unificados que nos desunen. Ahora usted sabe que ésa es una cosa difícil de ser hecha, pero yo creo que la revista es un intento en favor de eso. Yo sé que ha habido otros, pero éste hoy es el intento de unificar en la diferencia.


¿Qué le preguntaría usted a Paulo Freire?

Yo en lugar de preguntarle, si tuviese que decirle alguna cosa a Paulo Freire sería lo siguiente: "continúa soñando. Pero siempre que continúes pensando el sueño como de él hablaste en la "Pedagogía de la Esperanza"...

martes, 20 de marzo de 2012

EL REGRESO MÁS ESPERADO...





ENTREVISTA A ROCCO, EL SEMENTAL ITALIANO


El actor porno Rocco Siffredi (Italia, 1964) vuelve al mundo del cine pornográfico después de su retiro. Siffredi —nombre artístico de Rocco Tano— está volcado en la producción de películas pornográficas, que también dirige, y tomó parte como actor en unas 1.300 cintas. Tras comenzar su carrera en Francia, trasladó su negocio a Budapest, donde está ubicada la sede de su productora. Está casado con la actriz Rosa Caracciolo y tiene dos hijos, nacidos en 1996 y 1999.


Rocco Siffredi (Italia, 1964) no ha podido resistir detrás de las cámaras. El actor porno, que estuvo este fin de semana en Ibiza como la estrella invitada de una fiesta de la espuma, asegura que los cuatro años y medio de su retiro como intérprete han sido los peores de su vida. Por eso ha decidido volver el trabajo que le hizo popular en todo el mundo.

–La espuma de su espectáculo sale de un elemento fálico. ¿Es imposible desligarlo a usted del sexo?

–Por suerte sí, es imposible. Hay otras cosas antes que el sexo, pero vivo de él. Está en mí y es normal que la gente me vea así. Creo que cuando la gente me mira, me mira el paquete. Mi entrenadora personal me dijo que no podía quitar sus ojos de ahí porque mi persona le llevaba a mirarme esa zona. En la playa me pasa lo mismo. Si no me llamara Rocco Siffredi la gente no me miraría así. No puedo hacer una tragedia de ello porque mi personaje es eso. La gente que me conoce bien sabe que amo la vida, el deporte y muchas cosas. Pero dedico muchas horas a pensar en sexo. Cuando conozco a una chica, la puedo mirar por bella, por inteligente, pero siempre sé que terminaré en el erotismo.

–Vaya, que es un estilo de vida.

–¡Es el Rocco style! Al final, todo el mundo tiene un estilo de vida. Hay quien vive sin sexo y es feliz. A mí, la vida sin sexo me haría muy infeliz. Pero en la vida te acostumbras a todo.

–Se retiró hace unos años. ¿Echa de menos el porno?

–Me retiré hace cinco años y hace ocho meses que he decidido volver. Esos cuatro años y medio sin porno ha sido la peor época de mi vida. He estado 20 años delante de la cámara y detrás me he sentido muy frustrado, así que he vuelto. El mercado ha cambiado mucho. El DVD ha muerto y ahora todo es internet. Pensaba que a los 47 años no estaría en la forma física adecuada para rodar con chicas de 20 años, que tienen mucha energía, pero aún estoy bien. Lo más gracioso es que había muchas chicas que querían trabajar conmigo, que llevaban años queriendo trabajar conmigo. Eso quiere decir que he hecho un buen trabajo como actor.

–¿Ha sido difícil volver?

–Era difícil porque no estaba seguro de si encontraría el feeling adecuado. Ahora me siento mucho mejor. Soy feliz cien por cien otra vez. Ahora estoy seguro de que nunca más volveré a decir que me retiro. Mi padre tiene 86 años y siempre pregunta por chicas, así que creo que es una cuestión genética.

–No me diga que se ve a los 80 años rodando porno.

–Si me lo preguntas hoy te digo que sí, aunque sé que no podrá ser porque un hombre de más de 60 años rodando porno sería un poco ridículo.

–¿Si volviera a nacer volvería a dedicarse al porno?

–Si te digo la verdad, trabajar con sexo no es fácil. Me gusta mucho pilotar aviones y helicópteros. Ése sería otro trabajo que me gustaría, si hubiera podido hacerlo. Pero en la misma situación que cuando era joven, con mis mismas condiciones, seguramente si naciera 50 veces volvería a dedicarme al porno 50 veces porque disfruto con ello.

–Ahora mucha gente quiere ser actor porno.

–Sí. Ahora es muy difícil. He ido a América, he visto a la nueva generación de actores y ninguno es natural. Usan pastillas vasodilatadoras. Es muy malo porque cuando el cuerpo se acostumbra a esa mierda deja de reaccionar de forma normal. Si a los 20 años haces cosas así, a los 35 ya no tienes erecciones naturales. No entiendo por qué los chicos no quieren hacer este trabajo de manera natural, como un hombre normal. Todos quieren la seguridad que les dan las pastillas. Como productor estoy desesperado porque no me gustan todos estos chicos que trabajan así. No tienen pasión, pasión verdadera, que es lo que más me gusta en mi trabajo. El sexo no se puede mentir, ni en la vida ni en el cine normal. En una película fantástica las escenas de sexo son la peor parte. Muchos grandes actores reconocen que esas escenas son las más difíciles. La nueva generación de actores es terrible, piensan más en la seguridad de no fallar que en que sea real. Es un reflejo de la sociedad actual, que está creando unas nuevas generaciones muy inseguras. No se toman las pastillas porque tengan un problema, sino por si acaso. Tengo dos hijos, uno de diez años y otro de catorce, y les explico que el porno es algo que se hace de verdad y que puede ser el peor trabajo del mundo si no lo haces bien. Algunos no se lo creen, pero este trabajo puede ser una experiencia muy dura psicológicamente. Puedes pasarlo muy mal.

–¿La seguridad de los actores ha mejorado?

–Sí. En los últimos quince años ha mejorado mucho. Ahora todo el mundo se pasa la vida haciéndose pruebas, y no solo del sida, sino de todas las enfermedades de transmisión sexual. De todas maneras, el porno es siempre un trabajo de riesgo porque a la gente no le gusta ver el preservativo. Las películas con preservativo han sido un fracaso.

–¿Tiene proyectos fuera del porno?

–Sí, me gustaría mucho hacer un reality en el que la gente pueda aprender este trabajo. El futuro del porno es la televisión, es el nuevo gran productor. Querría hacer un buen programa para enseñar este trabajo para los que de verdad quieren aprenderlo y explicar a los jóvenes cómo se puede hacer este trabajo del mejor modo.

lunes, 19 de marzo de 2012

EL SENTIDO FABRICADO...





"Los mejores libros se escriben sin fórmulas"

MARTIN KOHAN (BS. AS. 1967, DOCENTE, CRÍTICO Y ESCRITOR)



"Quienes se aplican, eventualmente con esmero, a fabricar una literatura-que-gusta-a-todo-el-mundo, parecen encontrarse, tarde o temprano, con una especie de punto ciego que los pone tensos o rabiosos. Aun cuando logren dar, como a menudo lo logran, con la fórmula que les procura la dicha de agradar a todos, acaban por tocar un límite que es acaso inexorable: no gustan a quienes no gustan de la literatura-hecha-para-gustar-a-todo-el-mundo. Pueden haber dado con alguna de las fórmulas que garantizan una aprobación generalizada, pero a pesar de eso, o por eso mismo en realidad, no gustarán a quienes descreen de la literatura hecha con fórmulas de garantía general. Así es que habitan, ufanos, un cielo de plácemes: mimados por los jurados, beneficiados por los editores, alentados por las campañas de prensa, adquiridos por los compradores de libros, rozan esa utopía, la de gustar a todos, y casi podría decirse que en efecto la alcanzan. No obstante, y por definición, no gustan a quienes prefieren una literatura que, para gustar, corre el riesgo de no gustar. Es decir una literatura que, en lugar de acatar reglas de eficacia comprobada, se exponga a un intento que, si sale bien, es porque también podría haber salido mal. Faltando ese riesgo, el resultado no sería ni bueno ni malo, sino tan sólo correcto (o incorrecto), como cuadra a cualquier ejercicio de mera aplicación de reglas.

Los escritores que uno prefiere (tomemos, para acotar, tan sólo a los argentinos y tan sólo a algunos que han surgido desde mediados de los años ochenta: Sergio Chejfec, Alan Pauls, Juan José Becerra, Gustavo Ferreyra, etc.) admiten esa posibilidad: que incluso esos libros suyos que a uno más le gustan, a otro puedan no gustarle, y que eso sea verosímil, y aun probable, y hasta necesario. Y es que ninguno de ellos se aboca a la medianía de la aceptación promedio. No prometen, como tantos otros productos de compra y venta, una satisfacción garantizada. Arriesgan en su escritura, en vez de acatar las discretas instrucciones que asegurarían un resultado a conformidad.

Hay un ingenioso texto de Julio Cortázar, "Tema para un tapiz", que propone la siguiente situación: un general consigue, con astucia y con paciencia, que distintas fracciones del ejército enemigo se vayan pasando paulatinamente de su lado. Por fin obtiene que se pasen todos. Todos, menos uno. A ése no lo convence. Su gran ejército, integrado por miles, sitia ahora a ese magro ejército, compuesto por uno solo. Pero ese uno no se pasa. Lo presionan, lo esperan y no se pasa. El general entonces se exaspera, se obsesiona, se desespera. Con ése pierde la batalla.

Todo afán de unanimidad tropieza, de alguna manera, con escollos así. Por lo tanto, de esa misma clase de obcecada ofuscación participan aquellos que, seguros de tener que gustar a todos, no pueden concebir que no vayan a gustarle a alguien. No es que se depriman o que se mortifiquen, como podría pasarle a cualquier otro, no es que se fastidien, no es que se apenen: es que no lo pueden creer. Les resulta inconcebible que exista alguno al que sus textos puedan no interesar. No les cabe, y entonces ante la adversidad se entregan, febriles, a conjeturar diversas conspiraciones, con una combinación variable de paranoia y vanidad.

Sueñan (o deliran) conjuras plurales: la de los académicos, supuestamente aquejados de elitismo; la de los críticos, supuestamente resentidos por no ser escritores; la de los otros escritores, supuestamente envidiosos del prestigio de rankear en los top ten; la de fantasmales camarillas, logias o sectas que en secretas alianzas se aplican al desmedro.

No se sabe qué es lo que obtienen de estas masculladas presunciones: si algún alivio o más agobio. De cualquier manera, si acaso es cierto que la falta de debates literarios es digna de lamento, parece difícil distinguir, en estos términos, qué es lo que se discute y en todo caso para qué."

EL PROVOCADOR...






Ir al cine es, seguramente, una de las cosas que más disfruto. Si la experiencia es intensa, mi percepción sólo queda activada en función de aquello que se proyecta en la pantalla. El mundo exterior se disuelve. Una gran película, como un gran libro o una gran obra de teatro, tiene el efecto inmediato de un estupefaciente: la separación total de un cuerpo de la cotidianeidad que lo envuelve.
Por eso, en caso de ir acompañado, estudio la relación entre mi estado de ánimo, la persona elegida y la película o la obra señalada. La personas que me acompañan son dos o tres, justamente porque se trata de aquellas personas con las que comparto más que dos o tres cosas. Y es que uno no puede entregarse a una experiencia si la persona que está al lado no se encuentra atravesando un viaje similar. Finalmente, todo, entonces, queda supeditado a mi estado de ánimo.
Vuelvo a la soltería después de más de un año, encuentro en el cine Gaumont gran cine a bajísimo costo. Gusta. Compro.
"Enter the void" es el último largometraje del franco-argentino Gaspar Noe, director de la inolvidable "Irreversible".
La película es una experiencia de los sentidos y de la imaginación (¿no es eso, acaso, el arte en estado puro?). Es un ejemplo -uno más- de que, muchas veces, la forma es más importante que el contenido. Y es que, tanto en "Irreversible" como en "Enter the void", los guiones son tan correctos como elementales, como así también los diálogos entre los personajes; no así la forma de narrar la historia. El manejo de las cámaras, de la luz, del sonido y la fotografía es vital para crear un mundo corrosivo, en el que se borran los límites entre lo real y lo fantástico. Una fusión salvaje y abrumadora de sueño y realidad.
En un caso -irreversible- se trata de la historia de una venganza por una violación; en el otro -enter the void- la vida desangelada de dos hermanos -huérfanos por el accidente de sus padres- que deciden ir a Tokio (donde serán traficante y striper respectivamente)en una especie de fuga hacia adelante de sus vidas atormentadas.
Esta última película marca, tal vez, un punto de inflexión en la filmografía de Noe. Como lo fue "Imperio" para David Lynch (hasta la fecha, su última película), se verá como sigue sus pasos un director que parece haber explorado los límites de su posibilidad estética, ante lo cual, el horizonte creativo se acompleja, y repetirse (y repetirse es arruinarse) es el eslabón a la vez más temido pero también mas arduo de quitar de la cadena.
Mientras tanto, vale decir que -dejando de lado a los grandes clásicos- el cine de Gaspar Noe, como el cine de David Lynch, el de Gus Van Sant, el de Michael Gondry y- fundamentalmente- el de Lars Von Trier es el único cine que se representa experiencias estéticas de la imaginación y los sentidos.

sábado, 10 de marzo de 2012

FORMAS DE LO INEVITABLE...



Mientras redacto -sin escribir una línea en absoluto- mis próximas entradas, encuentro una cita que me lleva a un singular personaje mexicano: el escritor Carlos Monsivais.

“Lo que me motiva a escribir es la idea de vencer la primera versión, la que siempre me parece triste. Las siguientes, aunque no me persuaden, se acercan a lo que quería decir, y ya cuando decido entregar, no es que se acerque a lo quería decir, sino que ya se me olvidó lo que quería decir, entonces me enfrento a un texto que por lo menos no me disgusta”.

—Ese obsesivo ejercicio de relectura y corrección que mantiene con sus escritos se contrapone a la lógica de los blogs, una tendencia muy difundida entre escritores, donde se exacerba la inmediatez. ¿Qué le parecen?

—Inevitables. Y eso resume todo lo negativo y positivo, porque lo inevitable carece de signo valorativo.

—¿Inevitables por la transformación tecnológica?

—Sí. Mire, la Biblia dice: “Horrenda cosa es caer en manos de un dios vivo”. Ahora diría: “Horrenda cosa es ser un analfabeto tecnológico”. Pero yo en lo del blog me resisto, porque me volvería grafómano, y no avalo esa necesidad compulsiva de escribir para la Red en una suerte de esclavitud tecnológica. Cuando veo a los que tienen blog, me doy cuenta de que están pensando obsesivamente en el blog, y que no están hablando conmigo sino que están chateando conmigo. Y esa sustitución me alarma. Pero como es inevitable, no sé en qué momento caeré, aunque por lo pronto soy pre-blog.

—¿Y con quién dialoga usted cuando escribe?

—Mentiría si dijera que imagino un público. En principio, escribo para el lector más exigente de mis escritos que soy yo. Una vez que mediaticé mi disgusto, imagino a amigos que me leerían con su mirada crítica aunque atenuada por la amistad, entonces me dirían: “Me gustó, salvo…”, y ese salvo incluiría tantas críticas que yo quedaría demolido, pero amistosamente (risas).

—¿Qué se debe como escritor?

—Escribir una página que me pareciese perfecta. Y luego recapacitar y advertir que puesto que estaba muerto, ya no la podría redactar. También me debo más lecturas que escrituras.

Por lo pronto, Monsiváis se encuentra abocado a la ejecución de los textos que acompañarán los grabados que su amigo y artista, Francisco Toledo, realizó sobre Pinocho, el personaje de Carlo Collodi popularizado por los Estudios Disney. De la misma forma que lo hizo para complementar las imágenes de Nuevo catecismo para indios remisos.

—¿Por qué en “Nuevo catecismo...” fue al encuentro de la religión desde un lugar sin compromisos como la fábula, en vez de hacerlo desde el ensayo?

—Porque me divirtió la idea de lo que habría sido el mundo virreinal en torno de sus fábulas. Nadie puede igualar la fabulación de los clérigos, lo que ahora se llaman supersticiones. Por eso quise buscar un acercamiento al delirio y a la idea de que ese delirio forjaba la fe.

—¿No ve usted una contradicción entre la exaltación del culto católico y la reivindicación de los pueblos originarios que se hace en México?

—No creo. Con el catolicismo hay una fe más que explicable. Sobre todo con la Virgen de Guadalupe, que ha sido un elemento de consolación indispensable para millones. Otra cosa es el papel de la jerarquía eclesiástica, quienes ya no disponen de la autoridad última.

—Usted ha analizado infinidad de manifestaciones de la cultura popular mexicana, desde Juan Gabriel hasta Gloria Trevi ¿Qué le interesa de eso?

—Ver al público, ya que artísticamente no me interesan. Pero ahora este público desbordado de la TV me deja afuera, porque no tengo capacidad ni de describirlo ni de interpretarlo. Ejemplo de ello es lo que ocurre con Betty la fea, una telenovela que se ha pasado en 73 países y ha tenido 14 versiones especiales para cada país. Eso ya me excede, y por eso entonces la política me parece más importante para estudiar, no sólo por sus consecuencias sino porque la gente ahí se individualiza lo suficiente como para tener respuestas emocionales tan diversas que permiten un condición narrativa más amplia.

—Por cierto, el año pasado se involucró por completo en la campaña de López Obrador. ¿Cómo fue ese revés?

—Cuando vino la derrota decidí no quedarme con la condición de derrotado por un sistema que había invertido cantidades gigantescas en campañas de odio, y he seguido esa ruta de la resistencia. Ahora también estoy siguiendo los movimientos ecológicos mexicanos. En México todos los pronósticos indican un agotamiento de los mantos freáticos para 2015. Y esa tranquilidad del grueso de la población ante el apocalipsis, esa suerte de serenidad ante el desastre, me llama la atención. La disputa del agua con los Estados Unidos es muy fuerte y, pese a ello, no se expresa colectivamente.

—Sin embargo hubo experiencias políticas de gran envergadura, como la del Subcomandante Marcos, la cual usted apoyó…

—Marcos fue importantísimo porque situó nacionalmente el drama de los sectores indígenas y del racismo. En ese sentido, ha tenido pronunciamientos muy lúcidos. Sin embargo, en los últimos tiempos ha enfocado sus baterías contra la izquierda que está luchando con armas electorales, como López Obrador, lo que me parece erróneo; además de expresiones a favor de ETA... Veo en Marcos a alguien confundido por el primer éxito, y que después ha emprendido una ruta de condenación universal que no creo que lo lleve lejos.

Portador de una prosa lacerante, Monsiváis hace (ab)uso de su mejor ejercicio: rastrear, descifrar y pulverizar con lucidez las desafortunadas manifestaciones políticas. Con maliciosa ironía, y hasta ridiculizando el discurso, como lo hizo durante años en su emblemática columna en el diario La Jornada. Prolijo jíbaro militante. “Cuando un dirigente obrero dice: ‘Somos más marxistas que el Papa’, eso me maravilla porque siento que nada es tan eficaz como denuncia que lo que ellos mismos dicen al exhibir su nivel cultural y sintáctico.”

—Y por eso, con Vicente Fox usted se hacía un festín

—Con Fox ha sido un banquete interminable en materia de disparates. Recuerdo cuando fue al Segundo Congreso de la Lengua en España y en su discurso habló de “José Luis Borgues”. La prensa mexicana se le fue encima. Y luego salió en su programa de radio diciendo: “Me critican porque dije José Luis Borgues pero, bueno, cualquiera puede cometer un lapsus bilingüe”. Y eso simplemente me iluminó, porque es un hallazgo notable. Ir tras las declaraciones de Fox no era sólo mi deporte, era un deporte nacional.

Así, ágil e ingenioso, Monsiváis aguarda el momento preciso para pillar a su presa. Su singular erudición no discrimina temas en la vida política, cultural y social del continente, por lo que resulta imposible precisar de dónde saldrá su próxima víctima.

—¿No tiene temores?

—Antes le temía al ridículo, ya no. Ahora les temo a la idea de escribir un texto y al releerlo decir: esto ya lo escribí, y entonces darme cuenta no de que me estoy plagiando a mí mismo, sino que ya me cloné. A eso le tengo mucho miedo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

ESE HOMBRE...





ENTREVISTA A JAVIER BARDEM

ENCONTRAR AL PERSONAJE

¿Cuáles fueron sus primeras sensaciones al enfrentarse a un personaje tan extremo como el de Uxbal: miedo, temor, ansia?

¡De todo! El primer acercamiento a un personaje siempre está marcado por los anhelos y ansias propias. En este caso, deseaba que el personaje me atrapase por lo mucho que admiro a Alejandro (González Iñárritu). Además, en la primera lectura del guión es inevitable que intentes encontrar algo de ti en el personaje, algo que a veces no te deja ver el corazón de la historia. Consciente de ello, en cuanto terminé la última página, volví a empezar y entonces descubrí que la película hablaba sobre algo conmovedor: la compasión como el último signo de salud y dignidad en un mundo marcado por la corrupción y la explotación, el mundo en el que vive Uxbal. La película muestra una sociedad enferma en la que el único rastro de luz está en los hijos de Uxbal.

¿Y cómo planteó su acercamiento físico y psicológico al personaje de Uxbal?

La clave está en el momento en que terminas esa segunda lectura. Llegado ese punto se produce en ti un cambio, algo casi hormonal que te lleva hacia algún lugar todavía incierto: puede ser un olor, una sensación física, un sentimiento... Y eso es importante retenerlo porque va a ser la fuente de la que vas a extraer la esencia del personaje. Pero ahí se produce un equilibrio delicado: ¿cómo fijar el límite entre tu identidad y la del personaje? Evidentemente, yo no he matado a gente con una pistola de aire comprimido, no he vivido parapléjico más de 30 años y tampoco he sido un poeta cubano perseguido por una dictadura (se refiere a No es país para viejos, Mar adentro y Antes que anochezca, tres de sus títulos más conocidos), pero a través de situaciones lejanamente parecidas y adecuadamente magnificadas puedes llegar a empatizar con esos personajes. Con Biutiful, el reto consistió en alejarme un poco de mí mismo para poder construir algo nuevo y real. Fue todo un aprendizaje. El rodaje se extendió durante cinco meses, trabajábamos casi seis días a la semana, 12 horas al día... Vivir permanentemente en el estado de fractura emocional que atraviesa Uxbal hubiese sido imposible de soportar.

BARDEM IÑÁRRITU BARCELONA

¿Le afectó de alguna manera dar vida al personaje creado por Alejandro González Iñárritu enBiutiful?

Debo reconocer que tuve que abstraerme un poco de la realidad durante el rodaje. Tenía que estar permanentemente concentrado. Aparezco en casi todos los planos de la película excepto en un par de escenas. Y además, Alejandro trabaja con muchísima intensidad. A veces rueda 30 ó 40 tomas de una misma escena y todas tienen que estar cargadas de fuerza dramática. Al trabajar de esta manera, no es raro que el personaje termine contaminándote. Por ejemplo, mientras hacíamos la película, sentí una cierta urgencia por finalizar cosas inacabadas en mi vida: cerrar alguna cuestión material, escribir algo que tenía pendiente y otros temas más personales. Pero entonces me di cuenta de que ese ansia no era real, no era mía, sino que pertenecía a Uxbal, un hombre amenazado por la sombra de su muerte. Para darse cuenta de estas cosas, no hay nada mejor que los tuyos, tu familia, que te conocen de verdad y saben decirte: No, esto no es tuyo, ¡relájate! (risas).

¿Le sorprendió conocer la realidad oculta de Barcelona que se muestra en la película?

Fue impactante, sí. Conocía lo que había visto en las noticias sobre los talleres de trabajo ilegal, pero verlo in situ fue realmente espeluznante. Lo terrible es que la mayoría de ciudades de Occidente tienen ese claroscuro de ciudad avanzada, rica, que se sustenta en el sacrificio de muchas personas que trabajan ahí de forma ilegal y en condiciones deplorables. Por otra parte, también he hecho Vicky Cristina Barcelona (W. Allen, 2008) y conozco la otra Barcelona, que existe y es visitada por cientos de miles de personas todos los veranos. Me gusta haber participado en ambas visiones de la ciudad, así se equilibra la balanza.

COMPROMISO Y OXÍGENO

Con Biutiful regresa a un cine comprometido con una realidad social, como hizo en Los lunes al Sol (Fernando León de Aranoa, 2002) o Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004). ¿Vive de un modo diferente estos proyectos?
Sin duda. Los vivo de una manera más personal. Ya llevo 22 años en esto y he hecho de todo, cosas muy malas, algunas buenas, pero siempre he creído en lo que estaba haciendo. Y lo que más me ha motivado ha sido creer que los proyectos en los que participaba podían ser importantes. Si solo piensas en un público mayoritario, ya sabes qué películas vas a terminar haciendo. De hecho, hay actores que se dedican a ello y lo hacen estupendamente. En mi caso, sé que bajo esos términos no puedo comprometerme tanto como si participo en algo que me incumbe personalmente. De ahí es lógico saltar a cuestiones políticas e ideológicas. Aunque al final lo que cuenta es lo humano. Para mí, Biutiful habla de lo importante que es la compasión y la comprensión, la necesidad de ponernos en la piel del otro, del desfavorecido, y ser conscientes de nuestros actos.

¿Cree que este cine es más necesario en un momento de crisis como el actual?

Bueno, sé que la capacidad de las películas para producir cambios es muy limitada. Además, ante una realidad difícil, es comprensible que mucha gente quiera ir al cine a pasarlo bien y evadirse. Yo mismo soy un producto de ello. Cuando terminé de rodar Biutiful sentí que necesitaba luz, oxígeno, y me fui a Bali a hacer una comedia con Julia Roberts. Necesitaba desconectar, ponerme camisas de nylon, ir a la playa. Siento que, en mi carrera, películas como Come reza ama terminan dando sentido a otras como Biutiful.


ATRAPADO ENTRE CANNES Y HOLLYWOOD

No deja de resultar chocante el contraste entre el momento de crisis actual y el oropel que rodea a Hollywood o a un festival como Cannes. ¿Cómo vive esta paradoja?

De partida, reconozco que soy un privilegiado al poder vivir bien de mi trabajo, lo que me permite garantizar un nivel de comodidad y seguridad para mí y mi gente. Luego están los lujos, que es algo que a todos nos viene bien en algún momento. Me refiero a darse un capricho, que tanto puede valer dos pesetas como dos millones, puede ser ir a cenar fuera o irse a la India una semana. Para mí, lo importante es no perder nunca de vista el lado fortuito de este trabajo. Bigas Luna decía que el éxito se compone de un cuarto de talento, un cuarto de compromiso, un cuarto de salud y un cuarto de suerte. Y así es, la suerte es fundamental. Conozco a un montón de actores extraordinarios que están en el paro. Voy a una escuela de teatro, trabajo con Juan Carlos Corazza, sé lo que es un laboratorio de actores. En fin, que conozco bien el lado no glamouroso de la profesión. Luego, venir a Cannes es una inmersión en un mundo totalmente irreal, donde todo el mundo pretende y donde lo más difícil es rescatar lo único importante, que es el cine. Pero bueno, te pones el esmoquin e intentas salir lo menos tambaleado posible de esto.

¿Y los rodajes de Hollywood también son así?

Al principio tienen un punto extraño. Recuerdo que el rodaje de Collateral (Michael Mann, 2004), en el que solo estuve tres horas, me pareció caótico. Veía a mucha gente con magnetófonos diciendo muchas cosas y no me enteraba de nada (risas). Se me ocurrió pedir un vaso de agua y la que se lió. Primero nadie me lo traía porque todos iban delegando la orden en un subordinado. Entonces, al ver que no había manera, me levanté para servirme el agua y se armó un jaleo: ¡El actor se está sirviendo el vaso de agua! Parecían alarmados. Una locura. Sin embargo, en Come reza ama, en la que estuve trabajando un mes, descubrí el nivel de entrega de todo ese montón de gente que se deja la piel para que estas megaproducciones salgan adelante. Pude sentir la energía de todo el grupo y fue estimulante.

domingo, 4 de marzo de 2012

EL SECRETO DE LA VIDA...





Fragmento del libro "El que tiene sed", de Abelardo Castillo


"–Escúcheme bien –dijo el hombre de los ojos de plata–. Hay muchos tipos de gente, pero en los extremos hay dos. Mire que no hablo del idiota y del genio, no hablo del criminal y del santo. Le estoy hablando de la gente en general, y por eso digo extremos, no digo excepciones. Me va a entender enseguida, si no me entendió ya. Usted parece bastante despierto. No se enoje, no niego que pueda ser mucho más que despierto, un criminal, un genio, hasta un loco: una excepción en algunos de los extremos. Pero si le interesa lo que digo va a tener que olvidarse del valor que usted les da a las palabras. Y hasta de la palabra valor. Escuche. Hay gente que no sirve para nada o no sabe hacer nada, esa gente a la que todo le sale mal. Ni siquiera son mediocres, ni son dementes de alguna clase. Lo mediocre es el término medio de la especie humana, es el tipo general, la norma; y la demencia ya le dije que se trata de una excepción en uno de los extremos. En el inferior, digamos. En el otro extremo está la gente que sabe hacer bien muy pocas cosas. O sólo una. En todo lo demás son como los que no saben hacer nada. ¿Me sigue? En todo lo demás no son ni siquiera mediocres, son incapaces. Inútiles. Salvo para eso que sí saben hacer, no importa lo que sea. Cuando eso que saben hacer coincide con la posibilidad y con la voluntad de hacerlo, usted diría algo así como que están salvados. Y no me pregunte cómo lo sé, hoy repitió veinte veces la palabra salvación. Acá, si quiere, ponemos a los grandes hombres, a los hombres de talento, a los creadores de cualquier tipo, sobre todo si son capaces de hacer una sola cosa, ni siquiera dos. Unicamente esa cosa. Los fanáticos, los iluminados religiosos, algunos artistas. En cuanto al genio, la excepción, es nada más que la anormalidad superior pero todavía humana de este segundo tipo. Y hay una tercera clase de hombres, si es que se trata de una clase y no de un solo ejemplar. Páseme la botella. Es como si estuvieran dotados para todo. Para casi cualquier cosa. Y fíjese, por favor, que no he dicho dotados para lo que ustedes llaman cosas grandes o extraordinarias. He dicho casi para cualquier cosa. Podrían llegar a ser matemáticos o rematadores. Podrían ser astrónomos, dedicarse a la fabricación de escobas, a la etnografía. Estos, sin ser idiotas, teniendo en casi todo orden una aptitud potencial superior a la del hombre común o a la del gran hombre, son tan inútiles, en los hechos, como los que no saben hacer nada. Acá tiene uno. ¿Se hizo alguna vez un test vocacional? Espero que no. Yo sí, alrededor de los veintitrés años. Hace más de treinta. Bueno, estaba dotado para todo. Se da cuenta, un sujeto que a los veintitrés años puede ser arquitecto, director de empresa, astrofísico, remachador, sacerdote o trombonista de la filarmónica. Usted cree que miento, espere –y mientras yo le aseguraba que le creía, lo cual misteriosamente era cierto, él se agachó, alzó del suelo un bolso de avión en el que vi al pasar una botella, papeles y algún libro, y sacó de allí un legajo de enormes hojas–. Ahí tiene.

Las páginas, escritas en alemán, tenían todas un formidable membrete impreso en letras góticas. Sólo descifré la palabra instituto y la fecha. Me llamó la atención una cosa: esas hojas no estaban deterioradas. La carpeta parecía haber sido abierta muy pocas veces. Por lo tanto, no se trataba de una ceremonia alcohólica; el hombre de los ojos de plata no acostumbraba mostrar esos papeles. Ni siquiera acostumbraba mirarlos.

–Vea el informe de la última página –dijo–. ¿Lee alemán?

–No. Lo siento.

–No lo sienta. Yo soy alemán y le digo que en alemán sólo vale la pena leer das Niebelungenlied, Zarathustra y el primer Faust. –Y mientras yo casi me caía de la silla dijo con la misma voz, carente de matices afectivos pero ahora sin el menor acento germánico–: Y Kafka, que era judío y checo –se rió sin alegría–. Agreguemos a Thomas Mann.

–Pero usted no tiene... Es muy extraño.

–Exdraño que un áleman –prorrumpió con voz sonora e inesperada–, que un áleman hafle sin tureza, sin estrújulas, ajj sí, muy enormidad de exdraño. Pero cómo voy a tener acento. No le estoy diciendo que soy un hombre en blanco, sin huellas espirituales de ninguna especie, tal vez sin alma. ¿Soy alemán? ¿En realidad lo soy? Miembro del mundo, como decía en alemán un poeta que usted habrá leído, también checo pero no judío. Y no sé hasta qué punto. Hasta qué punto soy miembro del mundo, quiero decir. Vea. Antes de venir a la Argentina viví unos años en México. Me dejé grandes bigotes caídos. Me decían el macho blanco de Tlaxcala... Pero apenas ojeó mi test, ¿quiere que le traduzca la última página? No hace falta. Usted ya comprendió que yo ni siquiera puedo mentir. Un borracho que no puede mentir. Ni ponerse sentimental, ni romper de tanto en tanto alguna cosa. Si yo fuera usted, Espósito, me parecería una monstruosidad. Deme mi carpeta, no quiero que se ensucie. De todos modos, las posibilidades monstruosas de la vida real no pueden ser previstas en un test. O a lo mejor faltó una pregunta, la pregunta para mí. La vida real se descifra mejor con esto –levantó la botella con un gesto casual, la miró fríamente, y yo vi como si sus ojos ardieran un segundo tras el ámbar del líquido mirándome desde otro lugar; se sirvió–. Yo empecé a beber fuerte en la adolescencia, al terminar el gimnasio, lo que acá se llama el secundario. Fue en los años anteriores a la guerra. No sé por qué empecé, pero no fue por horror a una catástrofe que amenazaba diezmar a Europa, mi mundo, el mundo que yo conocí. La guerra en cierta medida atrae. Sólo que a mí me atraía en la misma medida que me repugnaba. Un matemático o un físico dirían que eso es igual a cero o verían fuerzas que se anulan. Se anulaban, en efecto: la guerra me era indiferente. Yo creo que empecé porque sí. O por lo mismo que bebe todo el mundo, porque el alcohol siempre está a mano. En la paz y en la guerra, y sobre todo en la paz, en las bodas de la gente, cuando alguien nace, alrededor de los muertos. En esos años, en Renania y el Palatinado, y en nuestra esfera, todo era un poco irreal. Era el Walhalla. Yo y mi grupo solíamos decir que éramos dioses, yo sin mucho entusiasmo. Un día me di cuenta de que no me importaba el destino sagrado de Alemania: lo atribuí a la brutalidad y estupidez de los dirigentes nazis. También me di cuenta de que no me importaba luchar contra sus ideas: lo atribuí al hecho de que era alemán. Entonces estalló la bomba. Literalmente estalló. Estábamos los dioses bebiendo una noche en una fonda de Manheim, un bodegón parecido a éste, y en la mesa vecina vi a un hombre real. Hablaba contra Hitler, contra Alemania, contra nosotros, hablaba serena y apasionadamente. No sé si porque yo estaba borracho o porque era muy joven, o porque el hombre decía la verdad, pero estuve a punto de levantarme y hacer algo. Darle la mano, o no sé qué. Siempre he estado a punto de hacer algo, lástima no saber si esa vez lo hubiera hecho. De pronto el restorán voló en pedazos. Los nazis habían puesto una bomba. Lo mató a él y a casi todo su grupo. Mató a todos mis amigos. A mí me partió la cabeza como si fuera un huevo. Por eso me interesó la muerte de su amigo Santiago, por la imagen, quiero decir. Diez cirujanos me rearmaron la cabeza, hueso por hueso. En esos días estalló la guerra. Y sobreviví. A todo. A la bomba. A Hitler. A la guerra. A los cirujanos. En 1942, el más eminente sínodo de médicos austríacos dictaminó: puede vivir tres años, cinco a lo sumo. Mi cerebro estaba intacto, pero alguien había detectado por casualidad un lento e irreversible proceso degenerativo. En el páncreas. Entonces hice mi test. Antes dejé el alcohol: lo dejé sin ningún esfuerzo. Yo tenía veinticuatro años. ¿Ya le han dicho que usted no sólo bebe de un modo descomunal, Espósito, sino que nunca aparta la mano de la botella? Pásemela, por favor. Gracias. Yo tenía veinticuatro años y pensaba me quedan tres, con suerte cinco, y no sé qué quiero de la vida. De mi vida. Cuando lo sepa, pensaba yo, voy a hacer fanáticamente eso. El tiempo que fuera, pero hecho día a día, minuto a minuto, hasta la muerte. No lo pensaba sino que lo supe, muy borracho, la noche misma que dejé el alcohol. Y aquí está mi formidable test. Apto para todo servicio. O por nosotros no se preocupe, tome lo que quiera y haga de su alma lo que quiera. Como le insinuó el patrón hace un rato, cuando usted parecía tan disconforme con la vida. Yo buscaba una sola cosa y ahí aparecían otra vez todas. Qué hago. Qué se hace en un caso así. Me hago quiromántico, fundo una religión, pongo una bomba en el Reichstag, estudio germanística, escribo una novela, demuestro que Kant confundió tiempo con eternidad o que el tiempo no es una intuición pura sino una pura ilusión del movimiento, y que el espacio, en cambio, subsiste aun en la inmovilidad absoluta y en la nada. Y a mí qué me importa la metafísica. Tres o cinco años bastan para inventar un idioma analítico más interesante que el volapuk o para escribir una novela, si no fuera que la encuadernación o la teología o el flautín son un destino como cualquier otro. Entonces compré doce cajones de vino del Rhin, saqué un pasaje y me embarqué para Sudamérica. No, no me volví alcohólico por eso; yo era alcohólico de nacimiento, como pude haber sido abstemio. Cuando bajé del barco ya tenía un destino razonable, el único que me quedaba. Me dediqué a eso que se llama vivir. En el año cuarenta y siete, un buen año, me acosté con ciento cincuenta mujeres, tomé seiscientos litros de bebidas alcohólicas. Fue en Brasil. Me decían el portugués. No me estaba destruyendo, no. Estaba haciendo a conciencia la única cosa que me comprometía entero. Vivir a rajatabla y emborracharme hasta la tumba. No sé qué significa lo que voy a decir pero de algún modo debo decírselo. Yo era feliz. Al séptimo año de esta sobrevida, en el cuarenta y nueve, y acá en Buenos Aires, me di cuenta de que algo andaba mal. Siete años no son cinco, y sobre todo no son tres. No me sentía peor que cuando me reconstruyeron la cabeza y supe que tenía páncreas. Fui al médico. Fui a cincuenta médicos. Radiografías, electroencefalogramas, tactos de recto, fondo de ojo, electrocardiogramas, análisis de orina, de semen, y consejos para dejar de beber y de fumar. ¿Necesito decirle qué pasó? ¿No se lo imagina? Estamos en 1970 y estoy acá, en El Barrilito de Villa Crespo, hablando con usted, ¿no es cierto? Entonces se lo imagina. No me morí. Tenía corazón de atleta, un páncreas raro, hígado grande y catarro. Era inexplicable, antinatural, opuesto a la medicina, y a la lógica... Si me disculpa, ¿usted comió hoy? Si piensa ir a dar una conferencia allá enfrente, yo le aconsejaría que me dejara a mí el resto de la botella y se embuchara un buen lomito. No es para poner esa cara, yo ya no puedo comer mucho, si no lo ayudaba. En resumen, Espósito, que acá estoy, o está lo que va quedando de mí. Hace unos veinte años que no me acuesto con una mujer: dejaron de interesarme el día que acepté que no iba a morirme. Lo que no pude dejar, lo que ya no me abandonó a mí, es esto. Es extraño. El organismo humano es lo que se llama el hombre, con su alma y su voluntad libre y su espíritu. Sin embargo trabaja en secreto, a su modo, sin intervención del hombre. ¿Tiene idea de cuánto tarda esta enfermedad, esta inmundicia, para incubar en la gente? –Y el hombre de los ojos de plata me quitó casi con brutalidad la botella de la mano; fue el primer gesto violento que le vi hacer en todo ese tiempo–. Perdóneme –dijo mientras se servía, y volvió a su tono apático y blanco–. Usted me contagia su tensión, aprieta de tal modo las mandíbulas que un día se va a quebrar una muela. Le decía que tarda entre siete y trece años. En otros, más; pero ésos no son alcohólicos, son los que toman en las comidas, en las fiestas, cuando no se pueden dormir o para pegarle a la mujer. Terminan igual pero no son alcohólicos, son los burgueses del alcoholismo. Cuando se toma como usted, si es que siempre toma así, o como yo, a los diez u once años ya no se puede dejar. No voluntariamente. Quiere decir que alrededor de los treinta y tres años, fecha de mi fallecimiento, yo quizá no estaba envenenado. Y quién sabe, con algunas cuantas células nerviosas menos a lo mejor era capaz de menos cosas. Aunque más no fuera, el flautín. Ahora me quedan únicamente hábitos. Seguir vivo y seguir emborrachándome. Pero sabe una cosa, Espósito, el problema es que ahora, cuando de veras me estoy muriendo, no quiero morirme. No quiero morirme como me voy a morir. ¿Vio la fotografía de un hígado con cirrosis? ¿Vio el cerebro de un alcohólico después de treinta años de imbecilización? Yo sí.

–Y por qué no se mató –lo dije con un rencor que me sobresaltó a mí mismo, pero que no estaba dirigido a nadie–. Quiero decir, no sé. Hable usted.

–Sé lo que quiere decir. Por qué no tuve la decencia de matarme. Usted piensa que yo debí matarme más o menos a su edad. No me maté, Espósito, por falta de interés. Para matarse hay que tener cierto grado de pasión. Yo no soy un suicida ni un autodestructivo, ya se lo dije. Pero, por qué no me mato ahora, ahora que sí podría matarme. Porque no quiero. He descubierto, un poco tarde, el sentido de la vida. Sé perfectamente lo que me espera, la cirrosis, quizás una pierna cortada o las dos. El manicomio, si Dios me da salud. Calculo que me quedan otra vez unos cinco años. Y ahora no hay error, porque ahora me diagnostiqué yo. Un día el hígado no funciona más, o se perfora algo y se hace ahí adentro un pantano de orín, sangre, toxinas y excrementos. O las arteriolas del cerebro se hunden entre la gasa, se taponan de detritus y se asfixian, o estallan. O el pus de las meninges hace algo por mi alma. Quizás hasta tengo la dicha de un delirium tremens, aunque con mi mala suerte no creo. Pero si ahora pudiera elegir, elegiría vivir un poco más.

–Y por qué no deja esta porquería –estuve a punto de decir pero no lo dije, porque esa frase venía demasiado unida al acto de haberme casi tragado el medio vaso que me quedaba, y no me pareció oportuno. Sin contar que el whisky opera de un modo no siempre previsible y ahora me empezaba a colmar un humor sarcástico y hasta algún otro tipo de humor, todavía ignorado por mí. Así que sólo pregunté–: Y cuál es el secreto de la vida.

–Ya se lo dije –contestó el hombre de los ojos de plata–. Se lo dije al principio. Siempre puede ocurrir algo peor. Vale la pena vivir sólo por eso. Para ver dónde está el límite de la degradación, la infelicidad y el sufrimiento. Hasta dónde somos capaces de humillar y hacer sufrir a los demás, o hasta dónde la vida es capaz de vejarnos, envilecernos y hacernos padecer. Pero sobre todo hasta dónde somos capaces de llegar, hacia abajo, sin ayuda de nadie, nosotros mismos. Ahora vaya. Se le va a hacer tarde."