sábado, 30 de marzo de 2013

BAFICI: LO QUE QUEREMOS...




Comenzó la cuenta regresiva para el comienzo de una nueva edición del BAFICI...
Esteban Schmidt es mi gran hallazgo del año pasado: es la voz narrativa que, a través del preciosismo de sus artículos publicados en la revista Rolling Stone, y a pesar del cinismo que se desprende de su prosa, sacude mi cabeza y la puebla de imágenes. No sólo de palabras. Y me pregunto si un gran escritor no es aquel que no sólo tiene para ofrecer un universo nuevo de palabras, sino -además- de representaciones  gráficas que toman por el cuello al desprevenido lector

En este caso se trata de su experiencia en un Bafici de hace ya varios años (cuando en la ciudad todavía el macrismo no había desembarcado y el jefe de gobierno era el malogrado Ibarra).

Las líneas finales del texto (reproducidas a continuación) me generaron una identificación total y absoluta con la clase de pensamientos que tengo cuando participo de esta clase de eventos sociales.

"Que el mundo complejo al que accedés cuando entrás en la sala te sobreviva cuando salís y lo uses. Eso queremos."
"Si estos pibes uniformados por Levi’s, despolitizados, desinteresados por todo el mundo de verdad, y a los que vemos haciendo las filas para conseguir sus veinte, treinta entradas de cada año, estuvieran un fin de semana haciendo la cola para entrar a la rave, clavarse energizantes y hacerse los lindos, nos provocaría la vergüenza ajena de siempre o la indiferencia de los últimos tiempos, pero se meten con los símbolos, con el cine, con cosas que tienen sentido.
Con eso no se jode."


"Bafici: adentro y afuera de la sala."
 Por Esteban Schmidt para "El interpretador"
 
Estoy muy feliz, el BAFICI sigue estando abierto al público”, dijo Fernando Martín Peña en la ceremonia de cierre del séptimo Festival de Cine Independiente de Buenos Aires. “Razones no le faltan”, lo apoyaron en Clarín, auspiciante principal del BAFICI. Y lo explicaron con cifras, como se estila en el importante matutino, “porque la gente del Hoyts Abasto aseguraba que las entradas vendidas, comparadas con la edición 2004, aumentaron un 25 ”. “En todas las sedes –nos sigue informando el diario—hubo 174.500 espectadores para las 857 funciones. Y este año se vendió un 17.5 más de entradas”.
Chocho, el secretario de Cultura de la ciudad, Gustavo López, agradeció a Peña, el director, y su equipo y habló de “la diversidad cultural”, del “apoyo incesante que damos al nuevo cine joven argentino” y del “reconocimiento del público”, ¡claro! Para cerrar los discursos oficiales –nos cuenta Clarín—“el vicejefe de Gobierno porteño, Jorge Telerman, prefirió la metáfora: ‘Todos estamos enamorados del BAFICI, y como en todo buen amor, este es correspondido’”.
¡Cómo es Jorge con los metáforas!, ¿eh?

Algunos comentarios.

Es casi seguro que el Festival de Cine independiente es una de las mejores cosas que pasan en la ciudad de Buenos Aires. Sí, una de las mejores que nos pasan todos los años a algunos blancos, acomodados y lindos que vivimos o transitamos la ciudad de Buenos Aires y que no somos todos, ni mucho menos una porción considerable, de todas las personas que viven o transitan la ciudad. Quienes por rutina de clase y de gusto, vamos desde chicos al cine, más de una vez por mes, contamos con esta gran posibilidad de gambetear durante dos semanas toda la bosta que se estrena durante todo el año. Es un gran regalo, una fiesta, una nueva navidad, unas pascuas sin viernes santo, es bárbaro, en suma. Esas películas nos hacen mejores, nos hacen felices, comprendemos más la vida por ellas. Sabemos, por ejemplo, por ellas, que la vida es incomprensible y no nos conforma del todo, pero al menos no estamos solos ante semejante novedad. Ese director coreano o francés lo ve igual que nosotros y, seguramente, los que están sentados al lado nuestro también.
Seguramente.

Porque la vida en el festival nos provoca una serie de malestares que va a ser mejor que revisemos, porque ya llevan siete años. Tratando de ser precisos o metódicos digamos que hay fastidios chicos y fastidios grandes. Y que buena parte de los fastidiecitos, en realidad son la manifestación visible, la puntita, de cosas que intuímos son profundas y que nos llevan a los fastidiezotes. Como el festival dura dos semanas, los fastidios mínimos —que en una fiesta de cumpleaños cualquiera viviríamos como un ligero nubarrón anímico camino a la cocina a buscar una Coca— aquí se hacen hacen estructura, recurrencia, podemos aislarlos y tematizarlos. Y, al cabo, reírnos, que es una de las postales obligadas de cualquier celebración.
Desde hace siete Baficis, muchos miramos espantados a los pibes de anteojos de diseño, con los morrales de jean cruzados, que hacen masa en las distintas colas para sacar entradas y que visten su actitud de estamos en casa. Pensamos, claro, “¡qué boludos!” O, ¡qué boludas!, cuando sus novias o amigas evalúan el lugar en la industria del cine que ocupa ese señor que pasa por el corredor con una credencial y al que sacan del radar en cuanto captan que no pasa de tiracables. Nos causan gracia otros boludos que se sacan los zapatos en las salas y quedan en medias, siempre estiradas en la punta, indicando no puedo más, como quien lleva diez horas entubado en un jumbo volviendo de Europa.

Los otros, si son muy distintos, nos irritan siempre y hacemos mal en hacerlo saber porque eso empeora los vínculos humanos. El otro se lo toma personal, afirma quién es; y lo que hace y que nos molesta, lo hace mejor. Nosotros ratificamos el enfoque bélico y no superamos nada. Nuestra irritabilidad, a veces, es un simple problema para socializarnos. Eso también hay que tenerlo en cuenta.
Presentemos algunos otros personajes y situaciones.

Este año se incorporaron al festival cientos de estudiantes secundarios. Llegan por rebote de todas esas orientaciones nuevas que armaron los colegios privados para retener alumnado, en “comunicación y medios”, en“rock”, en “cine y video” y en las que se formatean alumnos “libres”, llenos de talleres, de posibilidades de expresión. Son cinco años de “decí lo que quieras” con un coordinador.
Quisiéramos decir que sólo en tensión con lo establecido aparecen las mejores cosas, las mejores películas, los mejores libros, pero no sabemos si es verdad.

Por razones de seguridad, los shoppings son desde hace años un lugar de encuentro de los adolescentes, por lo que esta asociación — ya de siete años entre el Hoyts y el Bafici— no pudo ser menos funcional estas semanas del 2005.
Entre los asistentes al festival se cuentan también una nueva generación de docentes, alejados del perfil de maestra pintarrajeada, y que integran el nuevo eje educativo Palermo-Colegiales donde los jardines y escuelas tienen nombres de arbolitos y donde los chicos, desde los tres años, aprenden dramatización.

Los niñitos todavía no van al festival pero no perdamos las esperanzas de que en futuras ediciones se cree la sección “Niño, no jodas con la video, tampoco” y vendrán estos dramatizados a decir sus cosas de chicos de moda. El complejo Hoyts no se opondrá.
¿Ya hablamos de las chicas con rulitos de carey, superadas por la agenda infinita de películas? Bueno, mencionemos ahora a los muchos varones preocupados por la diferenciación sonora dentro de las salas. Al respecto, la prueba masculina —en un universo donde escupir, hacerse el guapo o pasarse con las mujeres sobra— es el estallido de risas. Gente que ríe exageradamente en las salas del Bafici. Risas de haber comprendido. Podemos hablar de una risa bafici, porque no se la puede escuchar en ningún otro lugar. En la pantalla un actor dice algo gracioso. Algo contra los republicanos norteamericanos y el de la risa bafici se ríe más que el resto o solo y mal, como que captó algo más profundo, como si hubiera estado en el rodaje, como si supiera que ese director jugó una gambeta cómica que captan cuatro tipos, uno de los cuales es él.

Pero la risa bafici no funciona por oposición, si algo es gracioso es doblemente gracioso en el Bafici; pero si algo es tonto, no es doblemente tonto. No sabemos si esto es porque actúa la inteligencia y se decide no denunciar la cosa boba, con un bufido, un “uhh”, o que se trata de no poder aguantar estar viendo algo demasiado bobo, por lo tanto, callar es una forma de que no se den cuenta. O porque no les pareció demasiado bobo, directamente. O porque el director los tiene tan en cuenta a la hora de hacer su película, que el momento tonto no puede ser sino una genialidad encubierta.
Los malestares grandes.

Nos irritan, ya no nos reímos, el precio de las entradas que muchos podemos pagar pero que implican un corte de poblaciones con ingresos diferentes muy contundente y nos hace saber que no es que algunos no vendrán porque no tienen cinco pesos para gastar en cine, sino directamente porque no consideran que este festival les hable. Decimos, entonces “¡qué falta de cerebro!” Y nos irritamos con la publicidad de L’Oreal abriendo cada una de las funciones, igualito que en Berlín y en Cannes, promoviendo un programa de pureza continua y destacando los valores de una cara tersa y sin puntos negros. Sin puntos negros.
Decimos: “¿hace falta?” o “¿qué falta hace este formateo universal de caras en el espacio donde se pretende desacomodar lo uniforme?” No hace falta. No nos gusta tampoco que el espacio de relax, de living en la planta baja del Hoyts, sea auspiciado por Levi’s. Nos molestan también los cocteles diarios, ese estado de brindis que supone una fiesta sin sentido. No es el cumpleaños de nadie, nadie se recibió, nadie ganó un premio, nadie nació. Se hacen brindis porque sí. “¡Un brindis!”. “Brindis, brindis” ”¿Otro brindis?”. No porque no esté bueno brindar o tomarse una copa de algo. ¡Está buenísimo! ¡Sam! Nos preguntamos por el sentido. ¿Vale preguntarse por los sentidos de las cosas en un lugar donde se proyectan signos?

El festival, que ya tiene la inercia de una tradición, es guita, acuerdos económicos que hay que realizar, viajes, hoteles, aduanas, salarios. Visto antes de empezar parece un caos irrealizable: muchas piezas, poco tiempo. Pero se acomoda, increíblemente, porque la Argentina es un país donde cualquier ratón cree que puede tener un restaurant. Entonces, ese espíritu emprendedor y empresarial, hace las costuras necesarias. Pero aquí es donde llegamos al espacio Levi’s o a la publicidad de L’Oreal que abre las sesiones.

¿Hace falta que el festival acuerde con una internacional de los uniformes y con otra de la piel tersa? Muy bien, ponen dinero que permite la realización del festival. Lo que automáticamente permite inferir que, sin ese dinero, el festival no se haría. ¿Por qué no se haría? ¿Porque el gobierno de la ciudad no tiene plata? Falso, tiene un montón. Se haría igual, sólo que es más fácil la lógica de que la plata la pongan otros. Pero, increíblemente II, no por pijoteros sino porque es más rápido el aporte del privado que la transferencia del Banco Ciudad.

A diferencia de lo que pasa con muchas películas que se pasaron en estos siete años, que prueban que todo se puede pensar, para que este festival exista hay cosas que no se pueden pensar. O que una vez pensadas deben quitarse del orden reflexivo y no ser evocadas jamás, como cuando tenés un mal pensamiento, tu papá golpeándote delante de unos primos, algo feo, y no querés arruinarte el almuerzo familiar.
Que el festival se realice en cinco locaciones ubicadas en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires es un despropósito. Es claramente injusto. Es decirles a los habitantes de la zona sur: ustedes tienen el peor pavimento, la peor recolección de basura, la menor presión de agua y los cortes de energía más frecuentes y prolongados, pues a joderse, no pretenderán ver las buenas películas que traemos todos los años.

Claro, para quienes organizan, es más fácil imaginar a otro tomándose un colectivo para ir al centro que imaginarse a uno mismo haciendo un viaje a la periferia. Y la política y este festival es esclavo de tan pobre imaginación, de tanto egoísmo. Alguien lo pensó, seguro, pero no lo pudo seguir pensando.
Aunque ahora vamos a hacer un desfile de personajes involucrados en este asunto, permítaseme decir antes que pensar en esto es la obligación de muchos, muchos actores distintos, incluidos los profes de las escuelas de los arbolitos, la prensa y los chicos de anteojos de marcos enrulados.

Almuerzan hoy.
Para Aníbal Ibarra, el festival es un gol sin correr demasiado, un penal sin arquero, una hora de un día en su agenda para la presentación y rédito todo el año. Es una pregunta en la reunión de gabinete de los martes: “¿Cómo estamos con eso?”. “Bien, marcha”. OK, otro tema. “Fatala, ¿cómo estamos con los aires acondicionados?”. No sabemos que Ibarra vaya al cine, no se sabe que haya anotado nada para ver en este festival. Había cuatrocientas películas, la mitad decentes, en un festival importante que se hace en su ciudad y el tipo no va a ver ninguna. ¿Ninguna? A la novia que trabaja en Canal Nueve, ¿tampoco le interesó ninguna para llevar al Intendente? Una peli, una. Por curiosidad. Pero no, viejo. No hay nada que hacerle. Lo contamos, solamente, para su cita anual con Maná en el Luna Park.

Para el secretario de Cultura, Gustavo López, el que dijo“marcha”, el festival es el gol que hace él (en la cuenta del gabinete), este año y que, por ello, no vale doble ni nada, porque lleva siete temporadas el Bafici y nadie reconoce nada que funcione por rutina. Habrá caído López, seguramente, alguno de los fines de semana a los cines, con algunos de sus hijos. ¡A ver alguna! “¿Qué me recomendás, Ferrrnando?, le preguntó por teléfono a Peña, el director del séptimo Bafici. Y Peña, que ha visto a tipos como López en mil películas malas, le responderá con cortesía y sintiéndose mal, sin dudas, por avivar giles. López, que sirvió a Shuberoff, fue radical de todas las versiones, personalista, antipersonalista, sushi, siempre chorizo, y ahora está con el casco de soldado internacional en el gabinete ibarrista, con el tema de su vida, el arte.
Para los programadores, el festival es su guerra mundial. Veinte años esperando que Hitler o quien sea invada Polonia y se pudra todo. Son tipos estudiosos y apasionados. Enamorados de lo que hacen en un mundo donde poquísimos se pueden dar los gustos. Los días del festival se los ve culposos en esos momentos en que la fiesta se pone nublada, porque son ellos y no otros los que programan y porque les incomoda tener poder, cuando siempre hicieron sus cosas, sus notas, sus libritos, sus revistas, a sus espaldas o a lo sumo a la sombra de los que tienen la manija. Algunos, ¿no? Otros creen cosas increíbles de sí mismos.

Si se mira el staff del festival que figura en Internet y se considera la distribución de tareas que se asume allí, hay que decir que la falta de reflexión sobre los precios de las entradas, sobre la distribución geográfica del festival y sobre la apertura L’Oreal les cabe a estos actores mencionados, principalmente. Y a todos, todos los otros, secundariamente.
Los programadores son críticos y destaquemos ahora que el efecto del Bafici sobre las nuevas generaciones de cinéfilos, es la proliferación de escuelas de crítica de cine, institutos; un invento argentino. Comprendemos que escribas sobre cine porque te gusta, para entender, para divulgar, para cuestionar, para publicitar. Lo que resulta más raro es ese plano cerrado sobre la idea de la crítica de cine. ¿Recibirse de crítico de cine? Es posible que los dueños de estos institutos sólo crean en la posibilidad de ganarse unos mangos hablando de lo que más saben, y que los que cursen allí sólo estén viendo el modo de aterrizar en el mundo de los adultos, de una forma que les evite trabajos alienantes y desgraciados, en un mundo de identidades móviles. Bien, si es así, y nadie se cree demasiado o para siempre lo del “crítico de cine”, estamos bien.

Pero no es lo único que estos alumnos aprenden de sus profes. Son raros, escasos, los críticos de cine que escriben sobre algo que no sea películas, como si entre la casa y el cine no les pasara nunca nada. Entrenados para ver y entender lo que ven, sólo ven y se apasionan con lo queno existe, representado en una tela. Que la masa crítica, que podría estar en la primera línea de fuego para denunciar las faltas que mencionamos antes, esté compuesta por esta elite desinteresada seguramente facilita la perpetuación de las faltas y ese hiato que parece abrirse entre lo que vemos en la pantalla y lo que el festival es en su totalidad.
Decíamos, lo mejor del Bafici son las películas y se las debemos a los programadores que las buscan por el mundo. Y nos dirán, los que no admitan los malestares enumerados, “¡lo único que importa son los films!” En promedio, las pelis nos muestran un mundo donde las cosas no están del todo bien y son películas de lucha o de catarsis las que, por alguna razón, suelen ser las mejores. Hay películas felices que también están muy bien, claro. Muchas de las que veíamos cuando eramos chicos, por ejemplo, las de Louis de Funes, La pata o la pechuga.

En aquella época, digamos 1978, salíamos del Luxor en Lavalle, nos frotábamos los ojos con los dedos, como despertando, violentados entre el día de verdad de afuera y los días y las noches increíblemente falsos de dentro. Todos los chicos lo hicieron y lo hacen y todos los grandes ya dejaron de hacerlo. No obstante, las exageraciones respecto del cine se mencionan cuando uno es adulto, siendo que la parte sensorialmente más loca quedó atrás. El decir sobre el cine funciona dialécticamente con la cinefilia que es un diferenciador social fuerte. Al menos aquí, en Buenos Aires. Con una gran ventaja sobre los libros, viejo marcador de distancias culturales, porque mirar una película es muchísimo más fácil que leer un libro y hay poquísima gente con la que se pueda hablar de libros. No se invita a alguien a ir a leer juntos a la biblioteca.

Pero esto último no es muy importante. Lo que importa es que el mundo del arte, el que nos interesa más, es un mundo sin arreglo, descompuesto, sí, for ever. No es como el mundo promovido por el mercado que es perfectamente solucionable. En el fondo son mundos enfrentados. Y si no se enfrentan, el problema es de los artistas y no de los capitalistas que tienen como misión fundamental vendernos algo a todos.
Y las pantallas del Bafici presentan ese mundo de catarsis, peleas y preguntas importantes pero en su totalidad, el Festival no tiene más espíritu que el que le ponen los directores de los filmes que el Bafici sóloexhibe.

La película Repatriation de Dong-Won Kim es un documental que cuenta la historia de los coreanos del norte que quedaron presos durante más de treinta años en el sur por espías después de la guerra y quienes, pese a la tortura, nunca aceptaron convertirse. Entraron jóvenes y comunistas, salieron viejos y comunistas. ¿Por qué lo hicieron?”, se pregunta el director. ¿Por qué no te convertiste y la sacabas más barata?
A la salida de la sala, estaban los empleados de Hoyts con sus viseras, listos para la limpieza y para asegurar la rotación. Ese choque entre el mundo adocenado de afuera y el mundo de catarsis, luchas y preguntas de adentro debemos ganarlo. Y en esta séptima edición seguimos perdiendo. Somos quienes éramos más Repatriation pero no somos quienes éramos menos el programa de pureza continua.

Saliendo del cine, los jóvenes que nos irritan, los programadores, los cinéfilos de filo y hasta los jubilados de pro que largaron el Burako por un fin de semana, preservan su pacto con lo mercantil, su mirar para otro lado y su lealtad a los uniformes, no a los que respetábamos excesivamente de chicos sino a los que debemos combatir ahora.
Más al norte todavía. El epílogo para el malestar grande.

En algunos años más, en pocos, la empresa Patagonik habrá logrado llevar el Bafici al Palermo Center, un emprendimiento conjunto de esa compañía y el gobierno de la Ciudad. El P.C. es una ciudadela de cines y patios de comida y negocios que se emplazará sobre las ruinas de la Bodega Giol, entre las calles Godoy Cruz, Santa Fe, Juan B. Justo y Paraguay. La novedad de este shopping abierto es que dispondrá salas para el cine arte y que, si vivís en Charcas y Godoy Cruz, ya no tendrás que buscar Paraguay o Santa Fe para cruzar a Juan B. Justo. Directamente atravesás la plaza seca y, por qué no, te tentás con alguna pavadita. Entusiasta en su presentación del año pasado, dos meses a.C. (antes de Cromagnon), el intendente Ibarra exclamó: “Esto unirá los dos Palermos”. No hizo falta aclararlo. Se refería a SOHO y a Hollywood. A las dos horas de pronunciadas estas palabras, estallaron fuegos artificiales en París y Budapest. Enterados en esas ciudades, quisieron celebrar que el Sena y el Danubio nunca serán entubados y que habrá que caminar lo que sea hasta los puentes para pasar del otro lado porque Aníbal no tiene ciudadanía europea.
Pero no hemos dicho nada. Patagonik es una empresa de Disney de la que participan el grupo Clarín y Telefónica Media. La preocupación de Clarín por el buen cine está a la vista todos los días. Lo mismo lo de los telefónicos que controlan Telefé. Sorprende, sí, Disney queriendo darle lugar a Kiarostami. Pero habrá que rendirse a las evidencias cuando las tengamos. De todos modos, se confirma esta asociación entre la alternatividad y los negocios.

Como se ha dicho en algún texto famoso, el estado es un robo. Transitivamente y no transitoriamente, el festival también lo es. Por eso esa sensación de estamos en casa de los pibes que nos alteran con sus poses, no es tan errada. Es de ellos, es el festival de los cinéfilos, de los hijos de los burócratas estatales mejor acomodados y de todos los hijos de los que tienen guita y mandan a los nenes a la FUC (Fundación Universidad del Cine) que sale un ojo de la cara por mes.
Una lástima la falta de coordinación con la Secretaría de Educación que, cada tanto, paga funciones de cine para los pibes de la zona sur porque esa es la única posibilidad de que vean una película no programada por Teleonce o el 13, en todo el año o en todo lo que han vivido. Claro, para ello y como mínimo, el Festival debería ser más que una pregunta en la reunión de Gabinete; debería ser una reflexión y debería tener un sentido.

Como es independiente, el sentido, el componente justiciero que la política siempre debe presentar en sus hechos, parece que ya fue aplicado. Pero no, falta algo más. Falta que se te ocurra cómo integramos población. Cómo damos las mismas oportunidades.
El botín del robo lo administramos de Rivadavia al norte. Contra todos los discursos de privilegiar al sur, de equilibrar lo que el mercado se encarga de desequilibrar, el estado se ha perdido otra oportunidad de correr la ciudad, de mover los ejes que la articulan. Se pierde la posibilidad de que miles de pibes de zona norte conozcan por primera vez Mataderos, barrio al que conocen por avión. Que conozcan chicas de Mataderos o que gasten plata allá, que es tan importante. Que les den ganas de volver.

Peña, el director, sumándose a regocijo López dijo también que el balance del séptimo festival es “positivo” y se sumó a la celebración de los números. “Un 17 por ciento más de público que en 2004”. Como Tristán, en la compañía de los hermanos Sofovich, una preocupación excesiva por el bordereaux y que desmerece al tipo que restauró Los traidores de Raymundo Gleyzer. Fernando, si querés más gente el año que viene, Manuel Quindimil te fleta unos micros desde Lanús. El pone los micros y los negros, vos tenés que poner las entradas. ¿Hay lugar para los pobres de Lanús en las salas del Bafici?

A diferencia de Cromagnon, donde la iniciativa privada mata a las personas sin control estatal; en el Bafici, de iniciativa estatal, el control privado de los detalles mata o anula el espíritu libertario, contestatario o rebelde que, al menos, las películas nos dicen que el festival es. El estado se deja, naturalmente; todos sus actores, también. Unos, los funcionarios políticos porque necesitan que la máquina funcione sin fricciones, renunciando a la historia porque en el futuro estarán muertos. ¡Que no se prenda fuego!, ¡que no salga mal!, son los gritos que resumen sus preocupaciones. Otros, los especialistas, y organizadores del mundo del cine del Festival, porque están superados. Durante el año, el maltrato de los funcionarios es tan grande, con la plata que no llega, los salarios que se postergan, los trámites que se olvidaron de hacer que, al final del recorrido, lo único que quieren es levantar el telón.
En todas las escalas pega también el porro capitalista. “Me tengo que juntar con la gente de L’Oreal Paris”. Ah, ¡la frase! ¡Excita!, sabemos que excita. Una caricia fría en el ojo del culo.

Epílogo de los malestares, chicos.
Suponemos que las cosas que decimos tienen su origen todavía más atrás o en una pregunta anterior a las interrogaciones y respuestas que venimos dando aquí. Queremos saber por qué disponiendo de semejante recurso humano, de tantos miles de tipos entrenados en decodificar símbolos, sensibles, con anteojos de moda o con rulos, lo mismo da, las cosas no están mejor. La respuesta no es fácil, porque podemos arrancar pensando al revés y decir que es por ellos, (y por nosotros), que no estamos peor. Y terminamos la charla acá.

Repongamos las imágenes. Miles de pibes hacen la cola en el shopping Abasto. Van a un festival de cine que se define independienteporque pasa películas que están fuera del mainstream, lo cual significa que funcionan por afuera y muchas veces en contra de la industria del entretenimiento. Que mantienen la pretensión del arte, por sobre la de gratificar a las masas con lugares comunes, y la no subordinación de la inteligencia a sensaciones primarias como el miedo, el vértigo o las erecciones.
Los chicos cuentan sus entradas como aquellos que nunca sacan las cintas que les ponen las aerolíneas a las maletas para que no se pierdan y que se acumulan como prueba de la posición a la que llegaste o en la que te quedaste (que, a veces, es más preciso).

Estos muchachos, hijos de las mejores familias de Buenos Aires, las más ilustradas, las que vieron a Les Luthiers todos los años y exaltaron a Bergman, se sacan los zapatos en el cine, se sientan en la sala, en la diez o en la siete o en la doce y le preguntan a su amigo:

—Esta de ahora, ¿cuál es?
—Una ficción chilena.
Disponen ocasionalmente de la risa bafici como identificador personal, y ven veinte, treinta películas, muchas, durante dos semanas, lo que dura un Grand Slam. Son felices como los días de sports en los colegios ingleses. Visto así, nada para decir.

Entonces, ¿queremos que chiflen cuando viene la presentación de L’Oreal y el anuncio del sorprendente programa de pureza continua?
Sí, queremos.
¿Queremos que abran con trinchetas los almohadones del Levi’s lounge para ver si hay arena debajo de la guata? No, porque después los que limpian son los pobres. Pero podemos querer que pasen al lado y digan “yo acabo de ver Repatriation, no me boludées, Levi’s” o “Telerman, López, Peña, hagamos acero, no caramelos”.

Menos adocenamiento, más indisciplina.
Que el mundo complejo al que accedés cuando entrás en la sala te sobreviva cuando salís y lo uses. Eso queremos.

Si estos pibes uniformados por Levi’s, despolitizados, desinteresados por todo el mundo de verdad, y a los que vemos haciendo las filas para conseguir sus veinte, treinta entradas de cada año, estuvieran un fin de semana haciendo la cola para entrar a la rave, clavarse energizantes y hacerse los lindos, nos provocaría la vergüenza ajena de siempre o la indiferencia de los últimos tiempos, pero se meten con los símbolos, con el cine, con cosas que tienen sentido.
Con eso no se jode.-

SALIR A LA LUZ...




Félix Bruzzone es hijo de desaparecidos durante la dictadura militar argentina y uno de los representantes de la Nueva Narrativa Argentina. En su novela ‘Los Topos' plantea el tema de la búsqueda continua de la verdad a través de la memoria.

El personaje principal de su novela "Los Topos" es hijo de desaparecidos. Es un dato autobiográfico, ya que sus padres desaparecieron durante la dictadura militar en Argentina. ¿Cómo marcó este hecho su obra literaria?

Félix Bruzzone: El hecho de ser hijo de desaparecidos me motivó a trabajar alrededor de este problema desde que me dieron ganas de escribir sobre eso, tratando de hacer algo con el problema de los desaparecidos hoy. Es decir, trabajado desde una voz de alguien que vive hoy en el país donde pasaron esas cosas. Y a partir de ahí se fue dando. Me han dicho que se nota cierta libertad en la composición y en el abordaje de los problemas. No es algo que yo haya buscado. Se fue dando a partir de ese trabajo de buscar la forma de enfocar ese problema de ese personaje que son hijos como yo.

¿Qué puede decirnos sobre el nacimiento de Los Topos? ¿Cuál es la búsqueda del personaje? ¿Tiene que ver también con su búsqueda?

Los Topos surge de una serie de cuentos que se publicaron en otro libro que se llama “76”, que va a ser publicado en Alemania en agosto. Los Topos surge como cuento. La idea que yo tenía al comenzar era escribir otro cuento más. Y como no me cerró finalmente, y, como logré divisar un final que estaba bastante lejos del lugar al que había llegado la búsqueda del personaje, se extendió y se convirtió en novela corta. En realidad, pensándolo, tiene que ver con la segunda pregunta, sobre la búsqueda. Yo comencé escribiendo un relato, y ya estaban los problemas que tiene la novela pero la búsqueda no termina ahí y se extiende hasta conformar otro relato. Creo que la novela tampoco termina ahí. Quizá podría haber seguido con otros avatares que hubiese tenido el personaje. Es un personaje al que le empiezan a pasar muchas cosas en esa búsqueda. La idea de búsqueda para un personaje que es hijo de desaparecidos me empezó a dar la sensación, a partir de un momento, de que es una búsqueda constante. A partir de algo que no se encontrar y que está explícitamente puesto así, para que no se pueda encontrar, esa búsqueda nunca va a tener un final. Se haga lo que se haga. Es una búsqueda que es constante, es algo que esos personajes van a llevar siempre. Yo mismo como hijo la llevo siempre, en cada cosa que voy haciendo, incluso cuando hago literatura. Tal vez esta novela conforma una unidad con ese libro de cuentos, y quizás más adelante se sumen otros relatos conformando una especie de cosa inabarcable.

El tema forma parte de una nueva narrativa argentina que está buscando elaborar lo que pasó durante la dictadura argentina, los asesinatos, las desapariciones. ¿Cómo ve este tema como núcleo literario? ¿Lo ve como un tema eterno, comparable con el tema del Holocausto en Alemania?

Las películas sobre la Segunda Guerra Mundial me cautivaron siempre y hoy las sigo viendo. Debe ser que tocan algo que va más allá del tema en sí, y que sigue movilizándonos. Con la dictadura argentina pasa un poco eso. A pesar de que se suele escuchar que es un tema agotado, que ya podemos dar vuelta la página, me parece que no, es precisamente todo lo contrario, que lo que hace falta son enfoques diferentes. Lo que intento desde la literatura es tomar ese tema central y traerlo otra vez a cuento. Ya sea mediante un género literario que no se haya usado para abordar el tema, mediante la forma, se trata de traerlo. Es un tema muy productivo, tiene muchas posibilidades. En Argentina hay un discurso de querer dar vuelta la página desde hace unos años.

Los nuevos autores están haciendo precisamente lo contrario. Se ve justamente la intención de darle nueva forma al tema de la dictadura. ¿Cómo caracterizaría esa nueva narrativa?

Hay muchos puntos en común que diferencian a los escritores de otra generación de escritores. Quizás el hecho de haber nacido en dictadura, el haberse formado en años de desarraigo y diletantismo, de estar como boyando. Todos coincidimos en eso, en el marco histórico. Y además nos unen las nuevas teconologías, internet...

En cuanto a los ideales políticos de sus padres, ¿siente que su literatura los juzga, los critica?

La figura de los padres es algo raro para mí, porque nunca los tuve. Tuve muchos padres, y mis personajes también están con ese problema. No se los puede juzgar sobre lo que hicieron o pudieron haber hecho. Es otra cosa que no se puede saber. Podría criticar lo que pudieron haber sido o llegar a ser, pero creo que en ese punto no puedo juzgar a mis padres. En algún momento, obviamente, me enojé con mis padres, porque uno va incorporando esos valores de la familia, del cuidado de los hijos, y se siente un poco descuidado cuando los padres se dedican a algo que los pone en peligro y que lo pone en peligro a uno mismo como hijo. Pero es una crítica adolescente. Ahora soy yo también padre y no puedo pretender ser el mejor padre, siempre habrá algo que criticar a los padres. Y la lucha de ellos sigue siendo un problema por la forma en que se dio y por la forma en que se dio la derrota posterior y la elaboración de esa derrota. A lo largo de todo el proceso de la búsqueda de justicia han sucedido muhas cosas. Y los resultados quizás hablan poco de lo que fue pasando en todo ese tiempo. Hay cosas que siguen sin resolverse. Una contradicción, por ejemplo, es que si yo me pusiera del lado del discurso de mis padres, no podría estar pidiendo por los derechos humanos. Sin embargo, la lucha se continúa a partir de los derechos humanos, a partir de la búsqueda de la justicia que lleve a la cárcel a los responsables. Mis padres pertenecían a una organización guerrillera y tenían otra forma de hacer política.

¿Piensa que en Argentina se hace lo suficiente en materia de derechos humanos?

En Argentina se ha hecho demasiado, creo. Es un país que ha intentado resolver ese problema, que es irresoluble, porque, si se lo piensa desde el lugar de un hijo, que es huérfano, hágase lo que se haga, va a seguir siendo huérfano, es una lucha que se ha llevado adelante. Se la puede criticar o no. Y es algo contra lo que se intenta ir con eso de “dar vuelta la página”, hacer como si el problema no hubiera existido. Pero existió. Y con toda la crítica que se le puede hacer a los organismos de derechos humanos, dichos organismos han llevado a cabo esa lucha. Hay muchos organismos de derechos humanos que están ligados al Estado, y eso es quizás un poco contradictorio. El Estado de hoy en Argentina no es el Estado de hace diez años, y es mucho más proclive a que esa lucha se produzca, pero sigue siendo el Estado. Siguen existiendo los intereses que hay siempre en países como Argentina, más allá de estas políticas más puntuales y efectivas alrededor del reclamo de los derechos humanos.

viernes, 29 de marzo de 2013

SUPERHÉROE LOCAL...




"Declaración de Montevideo"
Por Esteban Schmidt para Rolling Stone


Quiero escribir esta tarde palabras hermosas sobre un hombre hermoso, un papá, un jefe de bronce, un gladiador con termo que está siempre peinado para atrás. Que mira a los ojos, que mezcla las palabritas como un poeta, que entra, incluso, en los salones y la gente se da vuelta diciéndose interiormente pero qué tapin, como el mismísimo Carlos Gardel, aunque se trata de un uruguayo, éste, posta, de Cardona propiamente, y ya saben quién es, alguien con arrebatos verbales extraordinarios, alguien bueno, alguien que, en mi humilde opinión, salvó a los argentinos que queremos lo mejor para los pobres, del trabajo tremendamente alevoso de los argentinos que quieren lo mejor sólo para ellos, aunque ya tienen sus camionetas, sus casaquintas con seguridad. Señoras, señores, por qué no lactantes, Víctor Hugo Morales es nuestro superhéroe inesperado, nuestro Hombre Araña enamorado del Carnegie Hall. Quien con el gran poder de su inmensa voz, su inteligencia, su acento en lo que es justo, asumió una gran responsabilidad: la de circular solito entre el infierno de los ricos y famosos para dar la batalla ideológica contra el grupo Clarín que no tuvo cómo contener, cómo lastimar a la voz más querida y respetada de la Argentina (ojo a la combinación), la de un uruguayo hermoso, y de Cardona. Bah, los tristes de Clarín, en el párrafo mil de una nota inusualmente larga para Clarín, donde los cinco párrafos ya son La crítica de la razón pura , una nota que no llevaba firma, una note cobarde y buchona, lo llamaron el locutor oficial . Nunca le pudieron hablar de frente. Y así, tan desacomodados como los colaboracionistas de Clarín que no supieron responderle, las personas, los ciudadanos, los consumidores, los hombres y mujeres de a pie, se preguntaban, calladitos, durante la batalla de la Ley de Medios qué a le pasó Víctor Hugo, como si les cayera una ficha interna a nuestros millones de indiferentes, que se deslizaba, aceitada, sin hacerlos hablar, porque eso los llevaría a diferenciarse en un campo vedado para ellos, el de la acción pública; pero claro, cuando lo veían en la tele a Víctor Hugo argumentando, diciendo Clarín , las dos sílabas diabólicas, todas las letras, cargándose, a puro tiki tiki conceptual, al multimedios, se hicieron sus preguntas. El relator legítimo daba legitimidad a una batalla que, de este lado del río argumental, del lado de los buenos, sólo tenía personajes  de poca monta, malos argumentadores o enviciados, como voceros, el sinfín de kirchneristas de cuarta. Y si Víctor Hugo, a quien hasta ayer las masas abastecieron de admiración, lo apoyaba, cuán malo podía ser el proyecto, y por qué, entonces, Clarín, el diario de los clasificados, no sería la porquería de la que se habla tanto, si Víctor Hugo los mordía y no los soltaba. Se dio, entonces, vuelta la taba en una conversación nacional empatada. Y no se asustó, nuestro superhéroe, eh. Cuando vio que quedaba solo en el ring, que eso podía dejarlo pegado con los políticos feos, sucios y malos; podría haber experimentado el vértigo que da el compromiso, la ficha interna otra vez, aceitada, cianúrica, recorriendo, amarga, las cavernas íntimas, y que es tan usual en el mundo de la famosidad, donde lo que devuelve el espejo es lo más importante, lo único. Y no, siguió Morales, se enlodó dulcemente en la música contracultural. Mi tesis es que el hombre esperaba el momento de coronar en su vida, que después de haber hecho todo bien, una carrera, una familia, los relatos que cruzarán el tiempo por generaciones, especialmente uno, luego de que cada salida al aire, de un millón de salidas al aire, salió magnífica; con recursos, además, con su famoso departamento en Nueva York, con una red grande y cómoda donde caer si la aventura salía muy mal, con tiempo, además, para disfrutar la coronación, en uso de su gran elocuencia, y sin interlocutores a la altura de esa elocuencia, podía hacer un gran testimonio público libre de rentabilidades materiales, puro ejercicio moral. Y no es que lo hiciera desprendido de resentimientos personales. No. Porque no es un héroe raro, no es un rosarino con plata que viaja a Cuba en moto a tirotearse por la propiedad de los cañaverales. Víctor Hugo discutió de plata con cuadros del multimedios, le ofrecieron cosas, aceptó algunas, rechazó otras, pero se sintió, sin embargo, maltratado siempre. Es lo que cuenta. ¡Y un príncipe!, se siente maltratado por cosas que para un plebeyo no serían nada. ¡Vivan los príncipes que no toleran los malos tratos y que no maltratan ! ¡Mueran los plebeyos que se bancan todo! Aunque lo peor que le hizo el multimedios si seguimos la intensidad de su relato guerrero en los reportajes de los últimos meses-- fue manipular el tiempo del directo que hacía Canal 13 y Torneos y Competencias de los partidos que transmitía Víctor Hugo por la radio. Torneos y Canal 13, ambos del Grupo Clarín, atrasaban o adelantaban segundos la transmisión de modo que ya nadie podía seguir la locución de nuestro uruguayo y mirar el partido bajando el volumen de la televisión sin frustrarse. Un crimen. Algo intolerable estética e históricamente considerado. Millones de nuevas familias no pudieron perpetuar la tradición de poné a Victor Hugo. Visto desde la mediana distancia de quienes lo queremos, sin tener que compartir el baño, Víctor Hugo no presenta fallas en su sistema operativo. Qué se le puede reprochar, entonces, a este genio del fútbol mundial. Desde nuestro rincón de Piacere, en Paraguay y Gurruchaga --donde se guarece, la minoría que resiste--, no podemos hacer más objetiva esta declaración de amor. Quién sabe tiene sus días malos, Víctor Hugo, como los tenía San Martin, del que se habla tan bien, que se levantaba y no saludaba a nadie hasta después de la tercera taza de opio y había que tolerarle al general media mañana de gruñidos, había que aguantarlo cuando afilaba la espada con las herraduras puestas de los caballos hasta hacerlos sangrar. Al respecto, indagamos pudorosamente en las inmediaciones del relator: decime algo que me lo relativice. Y cuando buscan en sus recuerdos, las fuentes, encuentran algo a lo que no le encuentran mayor explicación y que no les alcanza para un cuestionamiento, aunque no les cierre del todo: que el uruguayo nunca camina solo. Que una estela de colaboradores lo sigue en racimo llevándole papeles, auriculares y el termo. El famoso apéndice de la famosidad y el poder. Les pregunto a las fuentes si piensan que eso es algo naturalizado por tratarse de un personaje de esa envergadura, o si ven en Víctor Hugo la propia construcción de su condición noble, que no daña a nadie, es cierto, pero que le podría impedir situarse como par ante los demás. Y ahí se quedan mudos. Uhmmm, dicen. Vos sabés que no sé. Es una cosa que el tipo entra a la radio y todos se dan vuelta, qué sé yo carisma, no sé. Llegado el punto, no dan más y todos dicen no sé. Yo, lo vi una sola vez, en la cancha de River, en el palco de prensa, donde están todas las cabinas. Hace quince años. Había terminado el partido, el caminaba con Marianito Closs al lado, y cuatro anónimos atrás, y como que refunfuñaba con Closs --sin actuar, ya nadie lo veía, no lo escuchaba ningún oyente-- sobre la calidad del partido. Qué vergüenza estos tipos, eso le escuché. Esa virtud tiene, además. Le gustan en serio las cosas de las que habla. No es la trágica existencia de Nelson Castro que a los cincuenta y cinco años se va de vacaciones con la madre. Nelson hizo vestuarios durante el Mundial 78, mientras se recibía de médico y no le gustaban, sin embargo, ni el fútbol ni la medicina. Se recibió de las dos cosas igual, pobre, de comentarista y neurólogo. Pero nunca pudo comentar las pasiones y los pánicos que orbitan en su cerebro. Completamente mudo para sus sentimientos y padeceres. Ambicioso, no obstante, cuando descubrió la libertad que le daba el dinero para mantener a raya a su mamá, se consagró a buscarlo y empezó a hablar de otro tema que no le interesa pero que bien llevado puede hacerte próspero, la política. Y renunció para siempre a comentarse. Nelson no habla, sino que es hablado por los anunciantes que le financian la soledad y las escapaditas. En otro rincón, digamos, de los contemporáneos victorhuguianos, Adrián Paenza, alguien no menos dramático, un chico índigo ya sexagenario que es hablado por sus lectores. A quienes les dice lo que ellos esperan que él diga. Que los entretenga con estadísticas, que los haga felices con las matemáticas, con fábulas que convenzan a los niños de lo hermoso que es levantarse a las seis para ir a la escuela. Morales, al respecto, no es boludo. Le gusta el fútbol, sabiendo que es un entretenimiento fenomenal que acompaña al capitalismo concentrador y explotador y empobrecedor, pero sabiendo también que es una suma de historias orales que se cuentan en bares, poné a Víctor Hugo, saberes preciosos que se hilan en las memorias y acompañan el largo canto del cisne que es una vida. No importa el fútbol, importan los lazos sociales creados en torno a los partidos, el idioma común, la misma bombilla. En El Hombre Araña 2, Spiderman lucha contra un malvado lleno de garras, tecnotrónico, con muchos medios para reventarte. En la escena cúlmine, el Hombre Araña debe ofrecer su cuerpo para que un tren le pase por encima y el pasaje no caiga al vacío. De más está decir que lo logra y ya del otro lado del abismo, los pasajeros, agradecidos, recuperan el cuerpo maltrecho de Spiderman para ser curado. Es una escena emocionante donde los ciudadanos se van pasando al superhéroe con los brazos y por encima de sus cabezas. Spiderman es inmortal, es su condición adicional. Victor Hugo envejecerá. Y un día, en fin. Ese día, dejenmé ayudar a llevarlo en andas a donde quiera descansar porque le estoy con mis compañeros de historia muy agradecido.

jueves, 28 de marzo de 2013

LA SALUD DE NUESTROS SUEÑOS...




Empiezo a recordar los sueños. Es interesante el ensamble de personas y situaciones que se pueden producir en ese mundo paralelo y efímero que se genera mientras dormimos (¿será que -estando despiertos- nuestros sueños son la misma cosa; es decir, un mundo fugaz que atraviesa nuestros ojos mientras estamos ocupados "en la realidad" que nos rodea?, ¿será que mientras -en el sueño- la realidad "duerme" a nuestro alrededor, en la vida "real" -es decir mientras estamos despiertos- el sueño vuelto pesadilla es aquel que duerme en estado lúcido?).
Lo cierto es que sueño que llegan Carolina (mi prima que no es mi prima) y mamá a casa para avisarme que hay que ir a un velatorio. No sé quién murió.
Me encuentro frente al placard, viendo qué ropa me pongo para ir, cuando Alejandro me apura: "¡ponete cualquier cosa, es un velatorio! Acto seguido me pregunta: "vos sabes quien murió, no?"
Le digo que no. Me dice: "murió Germán".
Entro en crisis y voy corriendo a la cocina. Desesperado, al borde de las lágrimas, me encuentro con mi mamá que está sentada. La miro y las palabras brotan: "no puede ser, cómo que murió Germán! No puede ser!". Fin del sueño. Fin de la pesadilla, mejor dicho.
Paso a explicar la identidad de los personajes intervinientes.

Carolina: es la nieta de Ofelia, mejor amiga de mi mamá. Hace pocos días falleció Marcelo, sobrino (cuasi-hijo) de Ofelia.

Alejandro: es abogado y trabaja en los tribunales de lomas. Juego a la pelota con él los viernes a la salida del trabajo. No conoce a ninguno a mis amigos ni a mi familia.

Germán: amigo del grupo de mar del plata. Vive allá actualmente. Primero en una casa rodante (un "motorhome") próximamente en una casa fija. Está por ser papá. Tampoco conoce a ninguno de los participantes del sueño.

Al día siguiente tengo una comida en la casa de una amiga. Les cuento a mis amigas del sueño y una de ellas intenta analizarlo. Los "psicoanalistas de ocasión" (muchísimas personas -entre las que me cuento- que tienen en común ciertas dosis de inteligencia y sensibilidad) me generan algo ambiguo: valoro la intención pero pierden de vista que -más allá del marco teórico- lo que falta allí es el marco analítico propio de la terapia.
Y si a esto le sumamos que se trata de un sueño de índole coyuntural (y no "estructural" de mis noches), resulta poco menos que imposible decodificar el mensaje.

El ensamble de la mente es evidente. Lo que genera inquietud es porqué -en ese ensamble- el que muere es Germán y no cualquier otro de mis amigos, familiares o conocidos.

"¿Qué representa Germán para vos?" me pregunta mi amiga en un intento de llegar al fondo de la nada misma.
Tal vez ese sea el problema de los "analistas de ocasión":  creen se puede llegar al fondo de alguien de la misma forma en que un automovilista llega a mar del plata por la ruta 2: todo derecho. Con la diferencia que el automovilista sabe cómo ir y qué se va a encontrar cuando llegue.
 "No lo sé, es un amigo como cualquier otro" le contesto, tratando de disimular -sin éxito- el fastidio que me generó la pose desde la que preguntaba.
Ella volvió a la carga..."bueno, pero todos los amigos no significan lo mismo para nosotros".

Veo que el resto de mis amigas ya no prestan atención así que no quiero ser el único que tenga que hacerlo, así que negocio la salida del tema con una propuesta: en caso de volver a soñar lo mismo -o algo parecido- ella  va a ser la primera en darme una "devolución".

Pero no vuelvo a soñar lo mismo; ni siquiera algo parecido. Sueño que estoy en la facultad de letras, con mi amigo Marcos en la clase de literatura del siglo xx de  Daniel Link
Marcos es mi amigo que se fue a vivir a España desde que terminamos el secundario.
Todos los años viene para estas fechas a pasar un par de semanas con su familia.
Sueños coyunturales me esperan por las noches...sueños lúcidos, que -al despertar- los puedo atrapar con las manos como si fueran una hoja que cae de un árbol.

Estoy contento de haber vuelto a soñar.  Y estoy contento de que Germán esté bien.
 

miércoles, 20 de marzo de 2013

LA LEY INTERNA...




Herman Hesse (Alemania, 1877-1962)
Obstinación (fragmento)

"Una virtud hay que quiero mucho, una sola. Se llama obstinación. Todas las demás, sobre las que leemos en los libros y oímos hablar a los maestros, no me interesan. En el fondo se podría englobar todo ese sinfín de virtudes que ha inventado el hombre en un solo nombre. Virtud es: obediencia. La cuestión es a quién se obedece. La obstinación también es obediencia. Todas las demás virtudes, tan apreciadas y ensalzadas, son obediencia a las leyes dictadas por los hombres. Tan sólo la obstinación no pregunta por esas leyes. El que es obstinado obedece a otra ley, a una sola, absolutamente sagrada, a la ley que lleva en sí mismo, al "propio sentido".

sábado, 16 de marzo de 2013

HABEMUS CAMBIUS?





A la muerte de Guillermo Nimo y el Facha Martel (pérdidas locales de misma magnitud que la que tuvo la muerte de Chávez para  los venezolanos), le sucede -como gran noticia- el nombramiento de Bergoglio como primer papa argentino.
"Se van a generar grandes cambios" me dice un compañero de trabajo. "Tuvo gestos de austeridad muy importantes" me dice mi mamá, subida -tal vez- al mismo tren esperanzador.
Yo prefiero no confundir la sorpresa en la designación con la esperanza en grandes cambios. En relación a los cambios, podemos distinguir posibles cambios en el orden institucional de la Iglesia como "corporación de la fe" y de cambios en el orden mundial (diseñado por corporaciones sobre las que la Iglesia hace tiempo que tiene nula injerencia).
Con respecto al orden institucional de la iglesia católica, me gustaría pensar que el cambio de papa no sea -una vez más- como cambiar un árbitro en medio de un partido de fútbol; es decir que me gustaría pensar que no va a ser seguir jugando con las mismas reglas. Que podrá modificar algunos puntos del reglamento: celibato, trato igualitario a las mujeres, aceptación de los métodos anticonceptivos y del matrimonio entre personas de un mismo sexo, etc.
Con respecto al orden mundial, tengo menos esperanzas. Hay gente que se entusiasma como si estuviéramos en la edad media, cuando la realidad es que -con el transcurso de los siglos- la Iglesia es una institución que fue corriéndose del centro de la escena para dar lugar primero a la nobleza y luego a los grandes capitales concentrados y -en el mejor de los casos- comenzó a funcionar no ya como articuladora del tejido social, sino como una máquina de emparchar los agujeros sociales (la "ONG" a la que se refiere Bergoglio) y -en el peor de los casos- como una palabra de aliento para aquellos que -succionados por el agujero negro de la historia- pudieran "irse en paz".
¿Es Dios un mal invento de los hombres o somos los hombres un mal invento de Dios?
¿El no saber hacer...supo hacer un Dios?
La iglesia no es Dios. De allí la diferencia entre ateos y agnósticos. Personalmente, pienso en el mundo y en los seres humanos y me resulta tan asombrosa la idea de la existencia de un Dios como la idea de la inexistencia del mismo.
Pero si Dios existe, si existe en los términos que lo propone la religión (como una entidad infinita y todopoderosa), entonces para Dios la justicia no existe, porque no existe el tiempo.
La justicia, me parece, hay que pensarla siempre en el terreno de los humanos, no en el terreno divino. Porque el tiempo corre para nosotros, no para él.
Fui a un colegio católico, y puedo decir que si alguna vez sentí la presencia de Dios, no fue estando en un misa, ni tomando la comunión. No fue "compartiendo la presencia de Dios" en los lugares y bajo los términos establecidos por una comunidad. En esas situaciones sólo sentí tedio.
Pero sentí algo parecido a la presencia de  Dios en situaciones de la vida cotidiana; en esas casualidades que agitan una brisa metafísica que nos genera un frio leve en el pecho: viajando en colectivo, mientras pensaba en que hacía tiempo que no veía un tipo que subía a vender cremas para los dolores musculares, y en la parada siguiente subía el tipo, y -de todos los pasajeros- al que dedicaba su primer mirada buscando un potencial cliente, era a mí.
Ese tipo de guiños se repiten. Y los siento como algo más de meras "casualidades" (lo que diría un escéptico puro y duro). Lo siento como casualidades untadas de algo más...
Se me ocurre que el arte tiene algo divino.
Para los que no creemos en que algún día iremos al cielo, ahora -en la tierra- la música es, tal vez, esa cosa incomprensible que nos hace pensar en la posibilidad de algún tipo de existencia divina, expresándose de un modo tan hermoso como indescifrable.







lunes, 11 de marzo de 2013

LA MUERTE Y EL BIEN...

 


"En torno de lo que no estuvo bien"
 
Por Vicente Battista para Página 12
 
Acabo de leer “No estuvo bien”, la nota de Santiago O’Donnell que publicó Página/12 el domingo. Advierto que, con argumentos que acaso fundamenta, se inquieta porque el gobierno de Venezuela ocultó lo que se creía era la convalecencia de Chávez, que O’Donnell bien podría llamar agonía. El mundo entero sabía que Chávez estaba pasando por un trance muy duro, del que tenía muchísimas más posibilidades de quedarse por el camino que salir victorioso. Esta última circunstancia inquietaba enormemente a la oposición, de ahí que a voz en cuello pidiesen información minuto a minuto del enfermo, no porque les preocupara su estado de salud, sino para recuperar el poder que habían perdido en las urnas. Recordemos que a Fidel Castro, desde que en 2006 se hizo pública su enfermedad, numerosos medios del mundo entero lo vienen matando sin mayor éxito. El diario El País de España no vaciló en publicar una foto falsa de Chávez a fin de que no quedasen dudas de cuál era el estado del presidente y, de paso, demostrar de qué modo el Estado que presidía Chávez ocultaba la verdadera verdad.
A O’Donnell, con razón, le inquieta el modo en que ciertos regímenes encubren la salud de sus funcionarios. Dice: “Salvo en Corea del Norte, Irán, Cuba y países por el estilo, cuando una persona importante se enferma, ni hablar el presidente, se estila que el médico que lo trata o jefe del equipo médico informe periódicamente sobre el estado de salud del paciente”. Tal vez convenga recordar que el desatino de ocultar la enfermedad del presidente, del rey, del primer ministro, del ayatola o de cómo se denomine a quien sostenga el poder, es común en todos los gobiernos, sin que importe la ideología política que cada uno de ellos sustente. El líder es quien sostiene el poder y la debilidad de ese líder supone la debilidad del país. Desde 1981 hasta 1995, nada se dijo en el Palacio del Eliseo acerca del cáncer de próstata que sufría el presidente Mitterrand: el gobierno de Francia guardó silencio durante catorce años. Un silencio idéntico al que supo tener la Casa Blanca durante el mandato de Ronald Reagan: a lo largo de diez años el gobierno de los Estados Unidos de América ocultó el mal de Alzheimer que padecía su presidente; el sinceramiento vino después de su muerte, en las exequias fúnebres, la viuda Nancy Reagan declaró: “Mi familia y yo queremos que el mundo sepa que el presidente Ronald Reagan falleció después de diez años con la enfermedad de Alzheimer”.
Confieso que no soy un asiduo lector de las notas de O`Donnell, pero doy por descontado que en su momento habrá denunciado, con el fervor que ahora lo hace, los silencios de Francia y de los Estados Unidos de América. Noto que también le preocupan las intrigas palaciegas que, dice, se están produciendo en torno de quien debería presidir el gobierno de Venezuela hasta el 14 de abril, fecha fijada para las nuevas elecciones. No quiere que se produzca, doy por descontado, una suerte de fraude electoral similar al que permitió que George Bush se quedara con la presidencia de los Estados Unidos de América, que le correspondía asumir a Al Gore y que, no dudo, O’Donnell habrá denunciado en su día.
En “No estuvo bien” se pregunta si los ocultamientos y las mentiras del actual régimen venezolano se hacen con el fin de “preservar los grandes logros de la Revolución Bolivariana”. Omite informar acerca de esos logros y de inmediato ofrece un inventario de terror que incluye “el fracaso económico, el dólar en negro, la inflación record, la criminalidad record, la corrupción, las valijas, las patotas armadas que fungen de milicias chavistas, la Corte Suprema de mayoría automática, el odio hacia Estados Unidos cuando le vende todo su petróleo a Estados Unidos, el enfrentamiento con las organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos, ignoremos que no hubo dictador en el mundo que Chávez no abrazara”.
Aquí me detengo porque por fin advierto que O’Donnell está mirando una Venezuela distinta a la que ven millones de venezolanos. Me refiero a esos hombres, mujeres, niños y niñas que desde hace días sufren por la muerte de su líder, pero que, por fortuna, no se quedan únicamente en el dolor: han recuperado la dignidad perdida, aprendieron a leer y a escribir, sienten real orgullo de su país y no están dispuestos a perder ni un poquito así de todo lo que han conquistado. El próximo 14 de abril demostrarán, sin violencia, que todo estuvo bien.

miércoles, 6 de marzo de 2013

LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA...

 

"Mas grande que lo posible"

Por Mario Wainfeld para Página 12
 
Si hay un lugar común pavote y mediocre es hablar de (o esperar) un veredicto de la Historia sobre los líderes o grandes dirigentes. No existe ese tribunal impersonal (ejem), “independiente”. Los que van juzgando son los pueblos, portadores y defensores de intereses. El presidente Hugo Chávez se fue glorificado en las urnas por su pueblo, revalidado en numerosas ocasiones, repuesto en su lugar por movilizaciones masivas tras el nefasto golpe de 2002. La última elección fue una más (porque ratificó una tendencia) y fue única porque se produjo en medio de su enfermedad: quedó como el pronunciamiento final y tajante. Lo que Chávez fue para Venezuela lo plebiscitaron sus compatriotas. Los números y la recurrencia hablan solos, poco hay que agregar.
Tenía un gran manejo mediático e histriónico... Lo que concretó es bien tangible. Es difícil mensurar la proporción internacional de Chávez sin puntualizar que Venezuela no es una potencia económica ni militar. Que jamás un presidente de ese país fue tan conocido, amado u odiado, funcionando como referencia en esta América y en el mundo. Hay que saber mucha política, tener mucho don de mando y capacidad de negociación para conseguir tanto con una “base material” tan acotada.

En la región fue un líder formidable y constructivo. Central para un nuevo diseño del Mercosur, que aglutinó a los tres países con mayor PBI. Determinante para el “No al ALCA”, que sepultó una propuesta política norteamericana en la Cumbre de Mar del Plata.
El hombre, claro, supo aliarse. Primero que nada, con Argentina y Brasil. La narrativa dominante sobre esta etapa se saltea la conjunción entre los dos países más relevantes de América del Sur, durante las presidencias de Lula da Silva, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff. La unión estratégica es un eje de la época, que en estas pampas se subestima o se niega para demostrar que lo de Brasil es formidable y lo nuestro un engendro. La sincronía en tantas medidas, la articulación y comunicación permanentes refutan esa lectura perezosa.
Chávez captó ese cuadro de situación y supo jugar dentro de él. Un ejemplo redondo fue la mentada Cumbre de Mar del Plata, donde aceptó (divertido, desde ya) hacer de chico malo cuando Kirchner y Lula se lo pedían o manejar la extensión de sus discursos para dilatar o acortar una reunión. El saldo fue el rechazo a una tremenda iniciativa imperial, conseguido a pulso.
Otro logro, chocante con la caricatura que dibuja la derecha, es cuán importante fue Chávez para la sostenida paz en la región. Y para el firme rechazo conjunto a la violencia norteamericana en Medio Oriente o la instalación de un centro de detención y tortura en Guantánamo. Entre tanto “el concierto de las naciones” acompañaba, hacía de comparsa o, en el mejor de los casos, miraba para otro lado.
Se habla de un bravucón (que podía serlo de palabra, si venía al caso), pero fue un pilar en tiempos de trabajosa integración regional, connotada por la ausencia de conflictos bélicos relevantes.

A la hora de la hora, el orador impenitente sabía escuchar. Aceptó, a instancias especialmente de Kirchner, someterse al referéndum revocatorio: una elección a todo o nada durante un mandato vigente, algo que casi no existe en ninguna Constitución del mundo. Debía descomprimir la tensión interna. El mejor camino eran las urnas. Supo entender, le sobró cuero para jugarse. Y ganar, esa arte tan esquiva para varios republicanos de opereta que sólo convocan minorías.

Venezuela, como tantos países, se benefició con el alza sideral del petróleo. No hay datos de otras naciones que, sin ser potencias y arrastrando necesidades importantes, usara esa riqueza para trabar relación con otros menos afortunados, para ayudarlos. De nuevo, abundan traducciones esquemáticas, provenientes de aquellos que no registran los cambios históricos y usan siempre las mismas categorías. El ladrón cree que todos son de su condición; el imperialista, también. Por eso subestiman o encasillan mal lo que concretó Chávez trasfundiendo petróleo a precio de regalo a aliados vecinos: Nicaragua o Cuba son los más característicos. O hasta ideológicos: llegó a vender nafta barata para abaratar el bus de Londres cuando lo gobernaba Ken Livingstone, un cuadro izquierdista apodado “el alcalde rojo”.
Venezuela no se constituyó en una metrópoli sino en una peculiar variación de aliado. El ejemplo de Cuba es el más complejo y evidente. Iba dinero a Cuba, desembarcaban médicos y maestros cubanos en Venezuela, se formaban médicos de toda la región en La Habana con financiamiento venezolano. ¿Había pujas por ver quién “conducía” a quién en esta relación o en la que lo ligó con Brasil y Argentina? Seguro que la hubo, siempre está presente entre aliados o compañeros de ruta. Pero no se plasmó en la relación imperio-colonia.

Citaba a Bolívar, a Tupac Amaru, a Fidel, a Mariano Moreno, a Dorrego, a San Martín, a Salvador Allende... Ninguno de los presidentes argentinos de los últimos años evoca tanto al ex presidente Juan Domingo Perón en sus modos retóricos ni lo cita tanto en sus discursos. Era un autodidacta ávido y se
aggiornaba continuamente, vaya a saberse en qué momentos o ratos libres. Regalarle al presidente Barack Obama Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, fue un gesto ingenioso, pleno de simbolismo. Conocía la historia de nuestro país mejor que la mayor parte de los dirigentes argentinos actuales. Alguna vez se enzarzó con Cristina en una charla sobre el revisionista Jorge Abelardo Ramos, lo tenía en su biblioteca.
Sus discursos eran largos, seguramente caribeños, podían albergar un tramo musical cantado a voz en cuello o un gesto teatral, como cuando se sacudió el azufre dejado por George Bush en las Naciones Unidas. Pero distaban mucho de la parodia, al contrario, eran ejemplo de comunicación de masas. Conjugaban la lógica de la retórica dirigida a pueblos y militantes: síntesis histórica, semblanza y glorificación de los próceres. Nadie se iba sin tener una pintura de lo que quiso expresar, sin un par de consignas, de mensajes para trasmitir a sus compañeros o en sus barrios.

Cuando el rey de España le espetó “por qué no te callas” sinceró una verdad honda, que trascendía la levedad de la anécdota. En el centro del mundo querían acallarlo, anularlo. No porque fuera exagerado y ruidoso, sino por lo que decía y representaba. Lo aborrecieron en Estados Unidos y en la Europa central. No odian a los dictadores: auparon a muchos. No odian la violencia que ellos ejercieron en Irak o Afganistán. Odian el desafío político e ideológico que le propuso nuestro Sur, en una era de relativa independencia y autonomía, sin un ápice de olor a pólvora.
El cronista le debe al periodista y ensayista Ernesto Semán esta caracterización del antagonismo ideológico, que tiene más de cien años y reflorece vital en el siglo XXI: “Chávez capturó como pocos un común denominador regional que precede al populismo: una idea de republicanismo, que pone en el centro político los derechos sociales e ideas de bien común (que muchas veces pueden ser al mismo tiempo inclusivas y autoritarias) por sobre ideas de libertad individual y derechos de propiedad privada que caracterizan al liberalismo en su versión norteamericana”.

Se lo evocará mostrando una edición de bolsillo de la Constitución bolivariana, bailando, abrazando a sus pares, pronunciando palabras conmovedoras frente al féretro de Kirchner. El cronista se lleva en la memoria un acto realizado en Ferro, en contrapunto con la presencia de George W. Bush en Uruguay. Este escriba corría contra el cierre. El discurso se rizaba y era imposible saber cuándo llegaba a su fin. La razón profesional del cronista le ordenaba partir, para darle al teclado. Su corazón lo clavaba ahí. Le era imposible, como a muchos millones de latinoamericanos, no quererlo y disfrutar de su palabra.
Que no era hueca, además. Esa vez describió a “Cristina y Néstor” como “mis hermanos porque somos hijos de la misma crisis”, una frase tan afectuosa como precisa. Y agregó que creía más en los procesos históricos que en los hombres providenciales. Que si Bolívar hubiera muerto de disentería en la infancia o si San Martín no hubiera regresado de España, la independencia de sus países hubiera llegado igual. Tratemos de combinar, a pluma alzada, las dos afirmaciones. El determinismo absoluto no existe, las condiciones propicias sí.
La sincronía de gobiernos de matriz popular, críticos de los desvaríos y de la entrega noventista, es consecuencia de un marco general: el fracaso del neoconservadorismo. En cuanto a lo de los dirigentes providenciales, acaso no existan, estrictamente. Y por cierto de nada sirven si no “embocan” el momento histórico en que les toca vivir. Pero hay protagonistas que llegan al tope de las posibilidades disponibles. Que saben interpelar a sus pueblos y articular alianzas como pocos o nadie. Chávez fue uno de ellos, en ese sentido es irremplazable. En todo lo demás, se abren todos los enigmas acerca de cómo se suple, en pleno proceso de cambio, a un jefe carismático consagrado merced a sus acciones rompiendo la tradición y reformando a fondo las instituciones. Instituciones y tradición marchitas y estériles, por si hace falta resaltarlo.
Entre tanto, seguramente sin mayor originalidad, pero presumiendo que en sintonía con los lectores de este diario, el cronista llora a su modo la pérdida de un compañero y de un referente.

domingo, 3 de marzo de 2013

PRÓFUGOS Y VISITANTES...




Después de terminar "Rabia" de Sergio Bizzio, pensé que no me iba a ser fácil encontrar rápidamente otra novela que me gustara tanto. Pero no. "El mal menor" de Charlie Feiling, es uno de esos libros que -como "Rabia"- van a perdurar en mi memoria con el paso del tiempo. Hoy lo terminé y no puedo dejar de subir un fragmento, como para que vean de qué va la historia...
Ah, transcurre en San Telmo.

"Los sueños son reales. Mientras dormimos, nuestro cerebro, desprovisto de estímulos externos, necesita contarse historias porque de lo contrario su inactividad le resultaría dañina. Estas ficciones de la mente, con todos sus personajes, objetos y espacios, subsisten durante un tiempo -lo que dura el sueño- en una zona o dimensión paralela a la de la vigilia. El acceso de una dimensión a la otra no es imposible, pero supone un esfuerzo de la voluntad que está ausente de los personajes del sueño, que por lo común sólo ejecutan su papel, o que una persona de la vigilia sepa cómo cruzar del otro lado y desee hacerlo, ya que nadie ha vuelto de allí con sus facultades intactas.
Hay una tercera zona o dimensión llamada El Cerco. Es la frontera entre las otras y la que garantiza que el mundo tal cual lo conocemos siga existiendo. En cualquier época de la historia humana ha habido doce personas, por lo común mujeres, que tienen el deber de preservar El Cerco. Son los arcontes, los que nunca sueñan. Mucha gente posee la sensibilidad necesaria para convertirse en arconte, y de hecho la mayor parte de los seres humanos ha intuido alguna vez en su vida que los sueños existen. transcurren en algún sitio. No obstante, nadie se convierte en arconte sin que otro arconte lo designe su heredero y le enseñe a no soñar, a desplazarse por El Cerco y a leer los sueños de las personas comunes. Cada arconte conoce la identidad de los otros once, y puede con esfuerzo y paciencia comunicarse con ellos a través de largas distancias, aunque no lo hace a menudo porque resulta muy doloroso y complejo. Desplazarse por El Cerco tampoco es algo que los arcontes hagan con frecuencia, ya que el placer de prescindir de las ataduras corporales entraña la tentación de no regresar jamás a ellas.
En ocasiones, cuando los sueños de una persona son particularmente vívidos, cobran tal solidez que un arconte puede verlos. Dichos sueños, que parecen formar parte de la vigilia pero jamás entran en contacto con ella, se denominan visitantes. Los arcontes no les temen, pero les prestan atención porque una abundancia de visitantes -suelen ser sueños que producen angustia, como las pesadillas- indica que El Cerco atraviesa un período de inestabilidad y de algún modo peligra. La amenaza real y mayor, sin embargo, son los prófugos. Un prófugo nace cuando una persona de especiales dones. que debería ser arconte y sin embargo no ha sido identificada por los otros, comienza a tener pérdidas, vale decir, posibilita que cierto personaje de sus sueños cobre conciencia de sí y de quien los sueña. Si los arcontes están débiles, o pasa mucho tiempo durante el cual son menos de doce, el prófugo puede abrir una brecha en El Cerco y encarnarse. Lo que ocurre luego es materia de especulación, pero por lo común el prófugo comienza por aniquilar a los seres queridos de quien lo ha soñado y finalmente se independiza de éste, matándolo también. Reparar El Cerco es muy difícil, porque cualquier brecha facilita a la larga la apertura de otras, y si el proceso continúa hasta los visitantes de las personas más comunes pueden adquirir conciencia de sí y cruzar a la vigilia."



sábado, 2 de marzo de 2013

EL MAESTRO...




ENTREVISTA AL DIRECTOR DE CINE PAUL THOMAS ANDERSON PARA "EL PAÍS" DE ESPAÑA.


Pregunta. "The master" arranca en un periodo histórico que Europa parece estar viviendo de nuevo. Miseria, hambre, paro, extremismos… ¿En Estados Unidos tienen también la sensación de ir hacia atrás?

Respuesta. No me gusta hablar de política... Una vuelta del fascismo es imposible, aunque cuando ves cosas como las que pasan en Rusia da miedo.

P. El Tea Party tampoco se queda corto.

R. Sí, pero es menos poderoso de lo que parece. Obama ha sido reelegido, y yo soy optimista y tengo esperanza en el futuro. Cuando acabó la era de Bush pocos esperaban que Obama ganara, pero al final va a estar ocho años en el poder.

P.¿Ha recibido presiones de la Cienciología?

R. No. Ninguna. Vivo en un país donde se pueden contar las cosas, donde puedes contar las historias que quieras. Y por cierto, eso es lo mejor que tiene.
P. ¿Quiso contar la fundación real de la Cienciología?

R. Es la parte de atrás de la historia. Hice lo mismo con la pornografía en Boogie nights. Dijeron “va a hacer una película porno”, pero cuando la vieron entendieron que no era cine porno. Lo mismo con el petróleo en Pozos de ambición, tampoco era un documental. Parece inevitable que la gente espere que haga una especie de documental. Si quieres aprender sobre un tema ve un documental. Yo hago ficción.

P. Pero Dodd, el Maestro, es el fundador de la Cienciología.

R. Sí, aunque tiene cosas inventadas. No soy un escritor tan bueno como para crear de la nada. Necesito robar, coleccionar piezas para juntarlas; robo de mí mismo, de cosas que me cuenta un amigo, de lo que leo, de figuras históricas… En este caso el personaje es el principio de todo. Es una figura muy polémica, la gente siente mucha curiosidad y lo entiendo. Es una historia única en nuestro tiempo, o al menos en la historia reciente: asistir a la creación de una religión. Un tipo creando una religión: ¡es una gran historia!

P. A sus amigos de la Cienciología, como Tom Cruise, ¿les gustó la película?

R. Sí, pero eso es una cosa que queda entre nosotros, es personal, no quiero hablar de eso.

P. ¿Y ha habido reacciones de los cienciólogos?

R. No. No he oído nada.

P. ¿Le importa?

R. Sí, espero que les haya gustado. Cuando haces una película te metes en una situación absurda: crees que a todo el mundo le va a gustar. Te sientes un psicópata, pero es la única forma de hacer cine; te engañas para bien.

P. La película arranca a toda mecha y luego baja el ritmo. ¿Es deliberado?

R. Sí, al principio hay muchas cosas que contar: el final de la guerra, la vuelta de Freddie, su encuentro con el Maestro… Después la relación entre los dos se asienta durante mucho tiempo. A mí me gusta ese cambio, pero algunos protestan.

P. Quizá porque Magnolia era una apoteosis permanente…

R. Creo que la historia exige esa segunda parte más reposada. Es un cara a cara y, más importante, una relación íntima. No hay un final grandilocuente porque la dinámica entre los dos, como pasa con las relaciones forzadas, se va desvaneciendo poco a poco, sin grandes aspavientos.
P. ¿La Cienciología es una secta?

R. ¿Cuál es la diferencia entre una secta y una religión?

P. ¿Sabe que en Italia les condenaron por secta? El Vaticano presionaría, imagino.
R. ¡Claro, se hacen la competencia! Lo que no sé es por qué no persiguen al Vaticano.
P. Bueno, hay algunas denuncias por pederastia…

R. ¿Realmente las hay? La idea de que la Cienciología es una secta es ridícula, lo que pasa es que es una religión más nueva, más joven, y la gente piensa que se la puede criticar más fácilmente, lo que es injusto. Yo la defiendo hasta un punto: creo que su sistema de creencias es tan válido y racional como cualquiera otro.

P. ¿Racional o irracional?

R. Eso lo dice usted, yo no, porque no sé si lo es. Usted tampoco, ninguno lo sabemos. Si alguien sabe lo que pasa realmente después de la muerte, me encantaría oírlo. Pero ni por un segundo digo que sea algo irracional. ¿Quiénes somos para decirlo?

P. ¿La superstición, lo sobrenatural y la charlatanería forman parte de las religiones?

R. Puede ser. Pero también nos ayudan a navegar la vida, como las películas, los libros y la música. Así que no tengo ningún problema con eso.

P. El Maestro promete la felicidad aunque ofrece esclavitud. ¿No es un charlatán?

R. Nunca pensé en él como un charlatán sino como un tipo lleno de sí mismo, muy egoísta, pero a la vez como un hombre que se dedica increíblemente a ayudar. La forma en que trata a Freddie es muy amable y generosa. En el fondo no es tan egoísta.

P. Y a su esposa, tan parecida a Lady Macbeth, ¿también la comprende?

R. Sus objetivos son diferentes, ella está más orientada al negocio que él; él tiene un tipo de personalidad más creativa.

P. ¿Es más falsa?

R. No. Es genuina porque es fiel a sí misma. Encuentro demasiado simple esa definición. Yo soy real y usted falso… ¡No!

P. Le interesa más el dinero que la fe…

R. Su camino de perfección es honesto. Y al mismo tiempo es avara. Es complicado…

P. ¿Le preocupaba hablar sobre la integración de las almas salvajes?

R. La cuestión es ver qué pasa cuando mandas a alguien a la guerra y le pides que se comporte como un bestia en nombre de la libertad, y luego ese tipo vuelve a casa y sigue comportándose igual. Es como enseñar a un perro a atacar al que se acerca, y esperar que cuando un amigo viene a casa se siente en su regazo.

P. Aquí narra otro pedazo de historia del país, la dura llegada de la modernidad.

R. Es la resaca de la guerra, la resaca de la gran carnicería. La gente trataba de ser feliz y optimista, pero no lo conseguía.

P. Si la Historia es una sucesión de carnicerías y resacas, ¿dónde estamos ahora?

R. Parecería que son las tres y media de la mañana y buscamos un vaso de agua antes de acostarnos para no tener resaca.

P. En esta guerra o posguerra financiera no caen bombas, pero hay víctimas…

R. Es un mundo nuevo, las guerras son ciberespaciales y se hacen por ordenador. Los niños ya no se pelean en los colegios, se pelean en las redes sociales.

P. ¿Usa mucho Internet?

R. Sí, me ayuda mucho a investigar, a jugar, a ver porno...

P. ¿Todavía le da al porno?

R. Todo el tiempo, bueno, ahora menos: tengo tres niños...

P. Tiene una varita mágica para los actores. Joaquin Phoenix ha resucitado.

R. Adoro trabajar con actores; cuando recuerdo las películas que me gustan me acuerdo de las interpretaciones, y cuando escribo el guion pienso en los actores, en la gente, no pienso en las tomas o en el trabajo técnico.