domingo, 26 de julio de 2015

BUEN PROVECHO...




FRAGMENTOS DEL LIBRO "COMÌ" DE MARTÌN CAPARRÒS.


"Que los enamorados nunca dicen lo que piensan porque suponen su deber de simular que no piensan, que los políticos nunca dicen lo que piensan porque saben que nadie les creería, que los poetas nunca dicen lo que piensan porque lo que hacen es decir, que la mayoría nunca dice lo que piensa porque habla de otras cosas, pero que los médicos, los programadores y los relojeros diplomados deben ser capaces de la exactitud." 

 "Comen, todos los días, cuando llega la hora de comer. Pocos inventos o descubrimientos o adaptaciones culturales nos ayudaron tanto a dominar el mundo como la costumbre de comer a ciertas horas: de dedicar ciertas horas al ejercicio de la ingesta. La mayoría de los animales se pasa casi todo su tiempo buscando qué comer, comiendo. Vivir para comer es lo propio de los animales; nosotros supimos limitar ese período y eso nos dio la posibilidad de dedicarnos a otras cosas y armar una cultura (poder, familia, palabras escritas, crímenes pasionales, zapatillas con cámaras de aire) y quedarnos con todo. Aunque la diferencia no es tan grande como solemos suponer: sí ocupamos buena parte del tiempo en comida, trabajando para poder comer, entregando a cambio de comida nuestra energía, nuestro tiempo." 

 "La idea de meditar algo en su justa medida es otro error pavote: como si se pudiera definir cuál es la medida -la justa medida- en que algo debe ser pensado, como si pensar no fuera precisamente una actividad que no tiene medida, que nunca llega a un fin definitivo." "A veces pienso que si supiera -si yo si cada cual fuera capaz de asistir a lo que pasa dentro de su cuerpo- no podría hacer nada más: que ese espectáculo sería tan fascinante, tan aterrador, tan exigente para su único espectador interesado que ese espectador -hipnotizado, rehén de lo que el espectáculo produzca- no podría distraer su atención ni un segundo. Que la fascinación sería completa: que no habría nada más o mejor en el mundo. Que en esto, como en tantas otras cosas, la ignorancia es condición indispensable. Que tener piel nos salva. Comer es aceptar esa ignorancia." 

 "Entre las variadísimas definiciones posibles del paso a la edad adulta, me gusta la que dice que es el descubrimiento de la comida como un lugar para el vagabundeo y las sorpresas. Aunque todavía siga prefiriendo otra, que las niega todas: ese momento en que uno se da cuenta de que el corte que ha esperado no se va a producir, en que entiende que ese corte no existe y esa falta -la falta de ese corte- es un tremendo corte." 


 "El gato viene todos los dìas a mi ventana -a una ventana de la cocina de Silvana- para buscar comida y yo le doy comida., pero se asusta si trato de tocarlo. Cada vez que viene le doy, la come; cada vez que me acerco se escapa asustado, como si estuviera por pegarle. Los humanos, en cambio, confiamos en un código que supone que quien te da de comer no te pega." 

"Miles de millones de personas comen cada dìa y yo era uno de los pocos legitimados para opinar sobre el asunto. Es fácil opinar de cine mudo, sonidos del protón, literatura finlandesa, la migración de los dendritos; es fácil ser un especialista en lo que pocos saben. El merito está en opinar sobre aquello que todos creen conocer, donde cada cual tendrá sus propias opiniones. El mérito está en hacerles creer que no saben lo que siempre supieron." 

 "El placer de la comida dura antes de comer; en general, los placeres que no duran, duran antes. Comer no es una arte de la dilación; es, si acaso, para mi, para algunos de nosotros, un arte de la anticipación." 


 "Nadie sabe bien del todo cómo lo ven los otros. Digo los otros propios, los cercanos: los que creen que te ven, los que te miran. Según quién, unos suponen que sus otros los ven como querrían ser vistos; otros, que les ven lo que temen. Pero todos nos equivocamos: la imagen de uno en otros está llena de detalles que uno ignora. Sin ninguna duda sobre mi ignorancia, debo decir que siempre creí que mis próximos me veían sobre todo como alguien que alguna vez haría algo interesante, algo distinto, una promesa: una que se iba gastando pero que, por alguna razón, no querían dejar de sostener. Pero soy un cobarde. Fracasé porque soy un cobarde y, porque soy un cobarde, no pude terminar de resignarme a ese fracaso." 

 "La vida de una persona dura hasta ese momento impensado, fatal, en que entiende -no escucha, no dice, no supone; entiende, con una fuerza que hace que la acción de entender se mas poderosa que cualquier otra acción- que se va a morir. No que corra algún peligro inmediato, no que esté enferma o perseguida o frágil, no que si algo no funciona o funciona demasiado puede que se muera; que alguna vez, quizá dentro de días, años o décadas, se muere. Que no es una posibilidad: que no hay ninguna otra posibilidad." 

 "Ir al dentista es, en cualquier circunstancia, un claro gesto de optimismo. Hay dos razones últimas posibles para decidirse a concurrir a ese templo del dolor programado, del dolor con demoras y herramientas: la desesperación del sufrimiento cuando se hace insostenible, insoslayable, cuando el mundo parece meticulosamente ocupado en cada uno de sus mínimos resquicios por la potencia del dolor, que lleva al doloroso a someterse a cualquier práctica en la esperanza de que acabe o, por lo menos, aminore. Y, en la vereda opuesta, el optimismo: internarse en la vía dolorosa es una clara puesta en escena de la teleologìa judeocristiana, de esa galleta ideológica en que llevamos veinte siglos enredados, convencidos de que la mejor conducta consiste en tolerar cierto sufrimiento en el presente para asegurarse, a cambio, una dosis de placer o, cuando menos, de alivio en el futuro. Me dirán que ir al dentista no es lo mismo que renunciar a comer carne cada viernes y que curarse una muela no es igual que llegar al paraíso; les diré que me chupen un huevo."

miércoles, 22 de julio de 2015

JUNTOS...





Si hay algo que me gustaba de viajar en colectivo (cosa que, hasta hace unos años, hacìa cotidianamente) era el hecho de poder leer en el camino, o simplemente prestar atenciòn al paisaje que iba apareciendo del otro lado de la ventanilla.
Esta mañana tuve que ir al microcentro por un tràmite, por lo que decidì dejar el auto y tomarme el viejo y querido 37.
El "paisaje" que màs veces vì -una vez cruzado el puente vèlez sarsfield- fueron los gigantes afiches de campaña del pro. Todos tienen dos particularidades:
1) en todos aparecen las caras visibles de su "equipo" (macri, larreta, santili, vidal) con "gente comùn". (la "gente comùn" vendrìa a ser la gente no muy linda y no muy adinerada, especialmente lo segundo. Dicho esto, estarìa bueno ver algùn afiche con macri acercàndose a "otro tipo de vecinos", como ser empresarios, banqueros, lobbystas de medios, buitres locales y grandes terratenientes ligados a la sociedad rural y -lo que es màs importante aùn- que la imagen venga con la correspondiente transcripciòn del diàlogo, asì sabemos què tiene para decirle macri y su equipo a esos vecinos. Pero no caigamos en la depresiòn, y esperemos màs y mejores afiches.
2) En ninguna imagen ninguno de los fotografiados està mirando a la càmara, sino que se estàn mirando entre ellos.
Las dos cosas, obvio, estàn mas que calculadas. La primera tiene que ver con esta idea, tan meneada por el pro, de que la polìtica està al servicio de la gente (quièn podrìa decir lo contrario?), que la "gente" es partìcipe necesaria del mundo polìtico (en tanto los polìticos son sus "empleados"), por lo tanto, en todo afiche de campaña "la gente" debe estar presente (no sòlo los candidatos a los cargos que se disputan). Lo segundo tiene que ver con algo del "efecto de la realidad". Si los candidatos estuvieran posando para la càmara con "la gente", la imagen no tendrìa el mismo efecto de realidad que si la càmara "los sorprendiera" en pleno diàlogo con el vecino para enterarse de sus problemas y aportar futuras soluciones.
En lo que los asesores del pro no repararon es que estas imàgenes, a simple vista, tienen tan poco de espontàneas y tanto de cotillòn como las otras.

Volvì a viajar en colectivo. Y lo mejor que me pudo pasar en el viaje fue mirar el paisaje y seguir...

Fue mirar el paisaje y seguir.

martes, 14 de julio de 2015

EL SUR...





"LOS SUICIDAS DEL FIN DEL MUNDO" (LEILA GUERRIERO)

"Habìa escuchado tantas teorìas para explicarlo todo...
Porque sì, porque no habìa nada para hacer, porque estaban aburridos, porque no se llevaban bien con sus padres, porque no tenìan padres o porque tenìan demasiados, porque les pegaban, porque las hacìan abortar, porque tomaban tanto alcohol y tantas drogas, porque les habìan hecho un daño, porque salìan de noche, porque robaban, porque salìan con mujeres, porque salìan con mujeres de la noche, porque tenìan traumas de la infancia, traumas de adolescencia, traumas de primera juventud, porque habìan querido nacer en otro lado, porque no los dejaban ver al padre, porque la madre los habìa abandonado, porque hubieran preferido que la madre los hubiera abandonado, porque los habìan violado, porque eran solteros, porque tenìan amores pero desgraciados, porque habìan dejado de ir a misa, porque eran catòlicos, satànicos, evangelistas, aficionados al dibujo, punks, sentimentales, raros, estudiosos, coquetos, vagos, petroleros, porque tenìan problemas, porque no los tenìan en absoluto.
Teorìas. Y las cosas, que se empeñaban en no tener respuesta.
Escuchè un estruendo en la calle y supe que el viento habìa empezado otra vez"

domingo, 12 de julio de 2015

PORNOPODER...


"Moral y represiòn" por Martìn Kohan para Perfil
Una cosa que no me convence en la performance posporno que se llevó a cabo el otro día en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA es que la encuentro un tanto moralista. Por supuesto que adhiero, desde siempre, en las ideas y en los hechos, al propósito de alcanzar las formas más plenas de placer sexual, emancipándonos de los diversos mecanismos de normativización que imperan en la sociedad para disciplinarnos y restringirnos. Pero entiendo que los placeres sexuales, no menos que todos los otros, sin dejar de ser dispositivos sociales y sin ser estrictamente individuales en el sentido liberal del término, sí se activan en singularidades. Y se resisten, por eso y por suerte, a las tentativas de generalización que puedan querer hacerse.
Me parece que la irrupción posporno en el hall de la citada casa de altos estudios no presentó su vistosa reivindicación de un hacer cada cual lo que le plazca sin deslizar, al mismo tiempo, una indicación finalmente normativa de que ese placer cuya escena montaban era el placer de verdad. O sea que habría un placer validado (por rupturista, por desatado, por heterodoxo, por respondón) y habría un placer desestimado (por módico, por soso, por anodino, por convencional). En resumen, uno bueno y uno malo; siendo lo propio lo bueno, como siempre, y siendo lo malo lo ajeno, por supuesto.
Ahí se infiltra el moralismo, según creo: al pasar de la mostración legitimadora de las formas de placer en cuestión a una especie de imperativo que hunde en la condena por pacatería monacal a quien desista de incursionar por caso en el ensartamiento frugal de micrófonos o en el revolcón expeditivo sobre las áridas mesas partidarias (enseño en la universidad desde hace 25 años: conozco bien esos micrófonos, son fríos y rasposos; conozco bien esas mesas, son duras, una lija; reclamo mi libertad de abstenerme de esos trances, sin que se me tome por eso por remilgado o por reprimido).
Debo decir, finalmente, que comparto por completo la opinión que Roland Barthes expresó ya en 1977 en Fragmentos de un discurso amoroso: que lo reprimido en la sociedad contemporánea no es lo sexual, sino lo sentimental. Pero de eso, como de cualquier tabú, no se habla demasiado. Lo sentimental resultó también fuertemente reprimido, a mi criterio, en la performance posporno de aquel día; y eso a mí me deja triste.

domingo, 5 de julio de 2015

EN EL AIRE..


"Fascismo Aeronàutico" Por Daniel Link para Perfil.

No quisiera que se entendieran las siguientes líneas como una defensa de la Srta. Xipolitakis, a quien no contrataría ni para que limpiara mi inodoro. Su miserabilidad y su vileza, al difundir un video que comprometía el trabajo de dos personas, ha quedado suficientemente demostrada.
Todas las “celebridades”, ahora lo sabemos, son invitadas a la cabina. Yo mismo, cuando era un niño, fui invitado varias veces a visitar a los pilotos. Ahora, esas gentilezas comprometen la “seguridad” y el periodismo televisivo se rasga las vestiduras ante la gravedad de la intromisión de la Srta. Vicky en un ambiente supuestamente “estéril”. Se me dirá que no hay que pecar de bovarismo, pero en las películas de avión, siempre termina aterrizando el aparato una azafata descerebrada y valiente. Quiero decir: hay cosas más importantes de las cuales preocuparse en relación con los aviones.
El tratamiento que recibe cualquier pasajero de cualquier aerolínea en cualquier parte del mundo muestra que vivimos una situación propiamente concentracionaria: los aeropuertos y los aviones son espacios en los que somos despojados de todos nuestros derechos ciudadanos y somos tratados como terroristas enloquecidos, culpables antes de cualquier consideración: botellitas de agua no se pueden subir a los aviones, los desodorantes son incautados, así como los encendedores (yo siempre llevo dos, porque he comprobado que cuando descubren uno, ya se quedan tranquilos). Hay que sacarse los zapatos y someterse a escaneos con dispositivos cancerígenos. Hay que pasar todos los controles con una sonrisa y evitar toda protesta porque eso podría costarnos el vuelo y, todavía más, una prohibición a largo plazo.
Ya en el cielo, hay que soportar estoicamente el suplicio de espacios cada vez más reducidos, la escasez de mantas y de almohadas, la impertinencia del personal de a bordo. Como si viajáramos en trenes de la muerte.