lunes, 29 de febrero de 2016

SOBRE GUSTOS...


 
"Un amigo me ayudò mucho, hace muchìsimos años, cuando yo era bastante pibe, explicàndome que uno puede tener lo que se llamaba "gustos perversos", con todo el derecho del mundo, mientras sepa que son perversos. Entonces siempre pude distinguir; no defiendo todo lo que me gusta. y sè que me gustan infinidad de cosas que son una basura. Fijate que yo definì mi gusto por Julio Iglesias como un gusto perverso. Sin embargo, vos no te das cuenta de que tu gusto por Porcel es un gusto re-perverso.
Pensà un poco: no basta que una cosa te guste para que sea buena, o para que no sea tan mala como los gustos de otros. Por ese camino, podrìamos decir: el cigarrillo es bueno, porque me gusta fumar; la bebida es buena, porque me gusta tomar; la droga es buena...etc. Tendrìas que buscar un mìnimo de objetividad. Y los paràmetros aceptados al respecto son, entre otras cosas, el grado de elaboraciòn, el grado de complejidad, la riqueza de los elementos que se maneja (sea palabras, colores o sonidos). De acuerdo que todo esto es convencional, pero de alguna manera tenemos que aceptar ciertas convenciones para poder comunicarnos razonablemente. Por ese camino tuyo se va a la indiferenciaciòn de valores, o al vale todo, que es lo mismo que nada vale.
Pensalo un poco."


DEL LIBRO "CONVERSACIONES CON MARIO LEVRERO"

sábado, 27 de febrero de 2016

LOS EJEMPLOS...


 


"EL EJEMPLO DE LORD JIM" Por Fabian Casas para Perfil.


Me gustaba más el Clarín opositor. Ahora es una selfie de Macri. Igual trato de buscar entre sus notas cosas que me interesen. Hace poco se publicó una  del historiador Luis Alberto Romero donde bajo el título ¿Es mejor no hablar del número de desaparecidos? se analizaba la
polémica que surgió por los dichos de Darío Lopérfido cuestionando la cantidad exacta de desaparecidos. Dijo el funcionario, en una entrevista pública, “que no hubo en Argentina 30 mil desaparecidos, que se arregló ese número en una mesa cerrrada”.
Romero defendía en su artículo la libertad de todo el mundo para cuestionar cualquier tema, no volverlos tabú. Estoy de acuerdo con eso. Yo firmé una solicitada repudiando los dichos de Lopérfido y pidiendo que lo echaran. Ahora me parece un error. “Si te calentás, perdés”, suele decirme mi amigo Piqui. Y también está en lo cierto. Creo que solamente se deberían juntar firmas  y lo que sea para repudiar los dichos del ministro de
Cultura de la Ciudad y actual director del Colón sin la necesidad de exigir que renuncie. Es decir, lo que discuto es lo que dijo. Creo que eso es más poderoso. El tema que olvida Romero es que uno no critica sólo lo que se dijo, si no
quién lo dijo. Muchas personas pueden no estar de acuerdo con la política del ex gobierno de los Kirchner sobre los derechos humanos y tener una postura interesante con respecto a esto desde la izquierda y no desde la derecha salvaje.
Lo que pasa con Lopérfido y con Telerman –para poner otro tipo de funcionario similar en cuanto a que logran estar siempre en carrera caiga quien caiga menos ellos– es que nunca tienen una actitud de humildad.
Te gustaba el sushi, participaste de un gobierno que nos llevó a la ruina y terminó con las vidas de muchos argentinos hace muy poco tiempo, y nunca volvés con un mea culpa haciendo trabajo social en las calles, purificándote con los que más necesitan. Como sí hizo el Lord Jim de Conrad después de mandarse una cagada monumental. Nunca la redención.
Tanto Lopérfido como Telerman –tan parecido a Fantomas, la amenaza elegante– suelen resurgir rodeados de la alta cultura argentina, en cócteles regados con buen champagne, pagados por los contribuyentes. A mí estos tipos me caen mal porque, a diferencia de Fito Páez, no puedo sentir asco por la gente que vive en mi ciudad, piensen o no como yo. Y ambiciono una ciudad pluralista dirigida por gente que esté al servicio de los demás. Que hace política para cambiar la vida precaria que tienen muchas personas y no para cambiar el auto. Me acuerdo del búnker de Scioli cuando la derrota inesperada arreciaba. El único que no se hacía muchos problemas era Jorge Telerman. Como decía el spot de Stolbizer: él ya ganó.

sábado, 20 de febrero de 2016

SIGMUND, MAMÀ Y YO...


 

En mi sueño me casaba. Y los sueños, sabemos, muchas veces dibujan imagenes que -en parte- estàn bastante lejos de la realidad que nos rodea cuando abrimos los ojos. El de anoche fue uno de esos sueños que quedan flotando en la mente una vez que nos despertamos. Y no pasa seguido.
Sucediò asì: despuès de varias noches sin poder dormir, (a lo que se sumò la pesadilla de tener que levantarme temprano para ir al trabajo) el cansancio pudo màs y conseguì dormìr largamente. No sòlo dormì; tambièn soñè. Y no sòlo soñe, sino que soñè con mi vieja.
Lo extraño no fue que, en mi primer registro onìrico despuès de su muerte, ella estuviera presente; no fue eso lo extraño, sino la situaciòn: yo me casaba. Me casaba con una chica a la que -en la "vida real"- no veo hace unos diez años. Esa chica no fue mi novia; tampoco una amiga, sino "amiga de una amiga".
No sòlo no la vi en todo este tiempo, sino que nunca, jamàs, pensè en ella. Desde que estoy en fb (en donde , quiero creer, hay gente que se muestra màs estùpida de lo que verdaderamente es) , busquè a algunas personas por la misma curiosidad con la que lo hacemos todos: para saber "què es de la vida de". Nunca se me cruzò por la cabeza hacerlo con respecto a esta chica.
Lo cierto es que me casaba con ella; con una desconocida a fin de cuentas. Algo que no pasa en la vida real, claro, porque uno no se anda casando con un desconocido....no? ¿o sì?
Yo estaba en la casa de mi vieja dando vueltas, angustiado, pensando que "no podìa ser" que me casara con alguien que no veo hace tanto tiempo y con quien nunca tuve un vìnculo cercano.
Como si fuera que, en algùn momento de nuestras vidas, hubìeramos firmado una especie de pacto por el cuàl acordàbamos que nuestro reencuentro serìa directamente para nuestra fiesta de casamiento.
Mis amigos me estaban esperando para la celebraciòn, y yo estaba dando vueltas en la cocina de la casa de mi vieja, sin saber què hacer.
Y ahì estaba mi mamà, muy tranquila ella, tomando mate con mi prima recièn llegada de uruguay.
La vi tranquila, hablando pausadamente y eso me pacificò. Dejè de dar vueltas por la casa mientras resolvìa si me casaba con una desconocida o no.
En el sueño me fui. Y eso es todo. Como los sueños no son como las pelìculas, no sè el final, si me tiraron arroz o no, si bailè al ritmo del carnaval carioca y si hice todas esas cosas que uno hace en los casamientos y que despuès siente verguenza -màs propia que ajena- cuando le hacen ver el video de la fiesta.
Simplemente el sueño terminò allì.
Si ya sè: el edipo. Sì: toda otra mujer, es, para nuestra madre amorosa, una "desconocida".
Tal vez. Pero lo cierto es que hoy, cuando despertè, sentì algo de la paz que ella tenìa en el sueño, mientras tomaba mate con mi prima, en la cocina de su casa.

jueves, 11 de febrero de 2016

LO REPRIMIDO Y LO REPRESOR...



"AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD" Por Martin Kohan, para Perfil.

Tiendo a pensar que no son pocos los que consideran que existen buenas razones para temerle a la policía: para sentirse precavido, o bien para recelar, o bien para tenerle lisa y llanamente miedo. Algunos lo habrán aprendido en la militancia política, otros en algunos recitales de rock, otros en las canchas de fútbol, otros sencillamente en las calles de cualquier ciudad, de cualquier pueblo. Y algunos lo sabrán por ser lectores de la literatura gauchesca, o por serlo de Operación masacre, de Rodolfo Walsh. Buena parte de los argentinos, en definitiva, entabla con la policía una relación de cierta desconfianza o de marcado pavor. Y es que demasiadas veces fue la fuerza de la ley la que acabó violando la ley, agrediendo, maltratando o matando.
Los buenos policías, que según se dice los hay, han de ser los más profundamente consternados ante este estado de cosas, los más preocupados de todos. Porque a ellos les toca ser honestos y limpios en una institución en la que la deshonestidad y la mugre rebasan por los cuatro costados, infestando su historia entera. Los nostalgiosos que acostumbran evocar la dulce confianza que otrora se tenía al agente de la esquina  acaban por trastabillar en su remembranza al saber con qué frecuencia esa figura, u otra equivalente, dio en enlodarse en lo turbio o en lo atroz.
Dijeron los encuestadores que el de la inseguridad era un tema prioritario en nuestra sociedad: que la mayoría de nosotros vivía amedrentada. Y aunque la certeza de que “acá salís a la calle y te matan” la enunciaban con frecuencia personas a las que no habían matado ni le habían matado a nadie, si es que no, más aún, estrellas de la televisión que ni siquiera salen a la calle, lo concreto es que el miedo ante la inseguridad quedó como un dato efectivo. El delito y la violencia, que ciertamente existen, deciden la zozobra en la que muchos se ven envueltos.
Pues bien, en supuesta prevención de esa clase de inseguridad, notamos que han regresado a nuestras vidas la pasmosa prepotencia de las requisas policiales y la brutal arbitrariedad de los interrogatorios por portación de rostro. O que la Gendarmería se mete en un barrio pobre y dispara con balas de goma a unos niños del lugar.
A ese miedo del que tanto se habló viene ahora a agregarse este otro: más espeso y más terrible. Sin haberse nunca ido, vuelve. Retorna como retorna, no lo reprimido, sino lo represor.