martes, 29 de marzo de 2016

EL ORIGEN...






 


"Sostener que las bases materiales del gobierno radical habìan sido destruidas por la crisis del 30, y detenerse allì, supone que la historia nacional es reductible, sin mucho tràmite, a la historia general del capitalismo.
Por cierto que el règimen agrario nacional, el corazòn y los nervios de ese sistema productivo, dependìa relativa y absolutamente del comportamiento del mercado mundial. Pero asì y todo, aunque la economìa polìtica fije los lìmites de la polìtica, la polìtica no es nunca una sierva tan sumisa.
La democracia radical corrìa el serio riesgo de tornarse crecientemente democràtica con el mero correr de los años. Es que la composiciòn del pradròn electoral tenìa algunas peculiaridades: todos los ciudadanos votaban, pero los no ciudadanos, los extranjeros, constituìan un nùmero tan amplio en 1914 (50 por ciento en la Capital Federal y 30 por ciento en todo el paìs)  y tan localizado (dos terceras partes de la clase obrera), que se puede afirmar: los trabajadores no votaban sino muy minoritariamente.
La democracia radical era, en suma, una democracia restrictiva, censitaria, donde el capital extranjero tenìa voz y voto. Los ciudadanos votaban; los obreros no eran ciudadanos...Es que para el radicalismo ellos, en tanto no votantes, en tanto proletarios, eran una masa muda que debìa ser escuchada cuando no quedaba ninùn otro remedio."


DEL LIBRO "LOS CUATRO PERONISMOS" DE A. HOROWICZ
 

domingo, 27 de marzo de 2016

LAS PENAS Y LOS OLVIDOS...


 

"En nombre de los 30.000" Por Daniel Link para Perfil


Cada 24 de marzo pienso en mi primo Fernando y su voz (la que recuerdo o la que imagino, porque a esta altura del partido esos registros son indiscernibles) me dice que habla en nombre de 30.000, y yo trato de que me conteste qué pasó, porque una cosa es saber que alguien fue condenado por haber hecho tal o cual cosa (y evaluar la pertinencia o no de esa pena) y otra cosa es el veredicto indeterminado, un veredicto al ser, a una forma de pensar o a una afiliación. Esa herida es incurable.


Como tantos otros, me di cuenta tarde del golpe. En marzo de 1976 yo tenía 16 años, empezaba quinto año de la escuela secundaria, era secretario general del Centro de Estudiantes y creía que el golpe de Estado era uno más de la larga lista de sublevaciones militares que habían acompañado mi infancia (“Me acuesto con Illía –así acentuado–, me levanto con Onganía”, era un versito que había aprendido de mi abuela materna).


Ese año nos tocó organizar el acto del Día de la Raza. Apenas cumplidos mis 17 años, yo fui designado para hacer el guión de esa pieza con la cual nos despediríamos del colegio. Entre los textos que se leyeron había fragmentos del Canto general y de Confieso que he vivido de Pablo Neruda. Entre las canciones que tocaron y cantaron mis amigos músicos de entonces, incluimos ese hermoso fragmento de la Cantata Sudamericana que dice: “Otra emancipación, otra emancipación/ les digo yo/ les digo que hay que conquistar/ y entonces sí/ y entonces sí mi continente acunará/ una felicidad, una felicidad/ con esta gente chica como usted y como yo”.


La profesora de Historia, la Sra. Silveyra, y otras esposas de coroneles y capitanes responsables de nuestra educación abandonaron el salón de actos de inmediato (lo que, a nuestro juicio, fue un insulto a la bandera de ceremonias). La profesora de Literatura, a quien secretamente yo le dedicaba mis estúpidos poemas de entonces, me convocó para decirme que todos los que habíamos participado de esa conmemoración corríamos, entre otros riesgos, el de ser expulsados del colegio. Nos habíamos transformado en “rojos” que hacían “propaganda subversiva”, no ya por los textos y canciones que elegimos, sino también por el uso del color del telón del teatro de mi colegio (que era, desde siempre, de terciopelo rojo). Entonces me di cuenta de que algo más grave que Lanusse estaba sucediendo. Yo era buen alumno y mi beligerancia política se había canalizado hasta entonces en el reclamo de más papel higiénico en los baños y cosas por el estilo. No entendía lo que pasaba.


Tampoco entendía lo que pasaba en mi familia, angustiada y dividida por la desaparición de mi primo Fernando Rizzo, con cuyos libros, que le compré años antes a precio de saldo, había armado mi primera biblioteca. Ese 12 de octubre, mis amigos y yo empezamos a comprender el valor de una ausencia, de dos, de tres, de treinta mil. Yo empecé a entender lo que significaban los enloquecidos viajes de mi tía a los cuarteles y las cárceles de todo el país tratando de encontrar sin suerte a su hijo, y lentamente nos fue dominando la tristeza de una pseudo-existencia vivida a escondidas y el horror de la realidad, que empezaba a atravesarnos. O mejor dicho: nosotros, que abandonábamos el colegio, empezábamos a circular a través de una realidad horrible con la tristeza del testigo de algo de lo que nunca podrá hablar con dignidad.


Cuarenta años después, todo sigue más o menos igual, en lo que respecta a mi propia capacidad para sostener un discurso, y por eso, en su momento, evité referirme a las tristes, desencaminadas y mezquinas declaraciones del Sr. Darío Lopérfido.


Por fortuna, la sociedad civil tiene mejores recursos que yo para el asunto, lo que quedó demostrado no sólo en el unánime repudio del que fueron objeto los dichos del Sr. Lopérfido sino, antes, en la conducta ejemplar de las organizaciones de defensa de los derechos humanos, que no cejaron un instante en sostener un deseo de verdad y de justicia que no ha cesado y que no debe cesar. Provocaciones como las de Darío nos hunden en la pena porque sólo redoblan el veredicto indeterminado.

jueves, 17 de marzo de 2016

NADIE. NUNCA...

 

"Marisa se puso a explicar de què manera ciertos chicos sin lesiòn apreciable ni tampoco malformaciòn genètica quedan idos, como idiotas (como idiotas vocacionales). Puede deberse a una circunstancia traumàtica que los demàs ni siquiera registraron. Puede deberse inclusive a una circunstancia traumàtica producida durante la gestaciòn, todavìa en el vientre materno. Algunos ni alzan la mirada.  Otros puede no se nota que escuchan. Otros, casi zombis, ni una cosa ni la otra. No se sabe si se enteran. Se podrìa conjeturar que no. Viven en una especie de coma, pero con vigilia. Abroquelados hermèticamente en su burbuja de taradez. Envasados como quien dice al vacìo, pero a un vacìo mental. ¿Registran? ¿Entienen? ¿Saben? Lo màs frecuente  es inclinarse a suponer que no. Pero en el fondo no se sabe lo que les pasa. En el fondo no se sabe lo que les pasa a los otros. A nadie. Nunca."



Fragmento: "FUERA DE LUGAR" M. KOHAN

sábado, 5 de marzo de 2016

LAS PALABRAS Y LAS COSAS...


 

"YA LO LEÌ" por Martìn Kohan para Perfil

A mí, en cambio, lo que más me interesó del discurso que ofreció Mauricio Macri en la apertura de las sesiones legislativas fue la manera en que lo leyó. Digo “en cambio” porque he visto y he oído a varios compatriotas que le criticaron precisamente eso, la torpeza subescolar de su lectura. Críticas que no provenían necesariamente de personas que se oponen a su gestión de gobierno, sino también de personas que adhieren con total entusiasmo a su política de ajuste, despidos y represión. Incluso esos adherentes expresaron que “estuvo bien”, aunque “leyó mal”.
A mí, en cambio, como digo, lo que más me interesó fue la forma en que leyó el discurso. Las críticas al gobierno que lo precedió, esto es al de Cristina Kirchner, las encuentro mucho mejor formuladas en diversas intervenciones de Jorge Altamira o de Nicolás del Caño, de Myriam Bregman o de Néstor Pitrola, de Christian Castillo o de Luis Zamora: críticas más lúcidas y más profundas, más amplias y más agudas, y en cualquier caso mucho mejor respaldadas por un compromiso de lucha en las filas de los explotados. Esa tesitura de reproches y de confrontación me resulta por lo demás perfectamente legítima en aquellos que asumen la existencia social de conflictos de intereses enfrentados y los encaran como tales, pero no en quien declara una y otra vez que se acabaron para siempre las disputas y las grietas y ha llegado la hora feliz de unirnos todos y llevarnos bien.
En cuanto a la mirada dirigida al futuro, es decir a las promesas, que ocupó la segunda parte del discurso y según trascendió es la que recomendaba Duran Barba, yo no alcancé a comprender cómo es que se va a alcanzar ese estado grácil de bienestar general, toda vez que los beneficios concretos de las medidas que ya se han ido tomando (la exención de ciertos impuestos, la anulación de ciertas leyes, el endeudamiento del país, los recortes selectivos de presupuesto, las balas de goma) no traen felicidad sino a los que son felices desde siempre, y a los infelices de siempre, por el contrario, les traen desdichas y mortificaciones: puras penurias.
Pero la manera en que el presidente Macri leyó el discurso, su modulación (o la falta de ella), sus enyesados cambios de entonación, las pausas para tomar agua, el lograr alzar la vista y mirar a la concurrencia al hablar, todo eso me atrajo mucho. Incluso ese momento que, a mi entender injustificadamente, la prensa calificó de blooper, lo encuentro atinado: el momento en que el presidente Macri empezó a leer un párrafo que ya había leído. El dato no es ése (a cualquiera se le pega una página en el dedo si no la pellizca bien), sino el hecho de que no se diera cuenta hasta que se lo avisaron desde las bancas. Eso revela que Macri estaba hablando sin prestar atención a lo que decía. Estaba pendiente de leer, pero no de lo que estaba leyendo. No se trata del demagogo que no dice lo que piensa, no se trata del mentiroso que dice una cosa y piensa otra. Se trata del presidente que dice un discurso y no piensa en el discurso que dice.
¿Y acaso no fueron siempre buenos oradores los demagogos, los mentirosos? La mala lectura de Macri se ofrece como verdad. Es cierto que no estamos en un campeonato de oratoria (lo señaló alguna vez Beatriz Sarlo y, como siempre, me ayudó a pensar mejor). Hay precedentes de líderes parcos, como los hay de locuaces netos que nos hundieron en la desgracia. Lo que trato de indagar es eso que Macri expresa con su no saber decir, con la evidente antipatía que siente por las palabras. Es la puesta en acto verbal (paradójicamente verbal) de su pretensión de que pueda existir una gestión sin política, o una política sin ideología.
Acaso por deformación profesional, deploro desde siempre la frase “Mejor que decir es hacer” (por otra parte, ¡qué bien hablaba el que la dijo! ¡Y cómo mentía!). Me parece una consigna falaz y tramposa, un ataque al pensamiento. Pero creo que es lo que hay que entender cuando Macri lee como lee. Uno tiene la impresión de que el coro bobo de “¡Sí, se puede!” brotó esta vez para darle aliento, para convencerlo de que sí podía llegar hasta el final del discurso, hasta la última hoja, hasta el último renglón.

viernes, 4 de marzo de 2016

NATURALEZA HUMANA...


 

DEL LIBRO "CONVERSACIONES CON MARIO LEVRERO"

 "¿Es razonable un perro? ¿Es razonable un niño? ¿Es razonable un ser humano? ¿Es razonable la vida? ¿Por què un autor debe explicar un texto, sino tenemos respuestas para las preguntas màs sencillas?El que mira un cuadro y cree que lo entiende porque reconoce un zapato si el pintor pintò un zapato, tal vez diga que no entiende el arte abstracto. Pero no hay ningùn cuadro, ninguna manifestaciòn artìstica que sea para ser entendida. El arte es para que lo integres a tu vida como una experiencia màs.
Las preguntas existenciales no tienen respuesta racional que no sea engañosa. La gracia està en crear a partir de esa tragedia."

"La literatura propiamente dicha es imagen. No quiero decir que haya que evitar cavilaciones y filosofìas, pero eso no es lo esencial de la literatura. El texto ideal serìa aquèl en el cual el lector pierde de vista el hecho de que està leyendo, y cree que esas cosas que se transmiten a su cerebro estàn sucediendo realmente.En ese sentido, puede haber extraterrestres, fantasmas o enanos multicolores, siempre que el lector crea en ellos en ese momento, porque el autor lo engatusò.La verosimilitud, entonces, significa en este contexto "engatusamiento".

"Cuando uno està todavìa bajo la sugestiòn de la creatividad, no ve al texto como es, sino como lo tiene en mente, y le suele parecer perfecto.Se trata de verlo como quien mira una fotografìa de sì mismo, que siempre impresionar peor que mirarse al espejo, porque en el espejo uno crea su imagen; en la foto no."

"Sì, la literatura tiene el don  de generar culpa. Segùn algunos psicoanalistas, entre otras cosas porque tiene el significado de matar al padre. No me pidas que lo explique. Pero esa culpa es un hecho que he venido observando en mì desde siempre, y que se repite puntualmente en cada uno de los alumnos cuando se larga a escribir en serio."


"No creo que lo adolescente o lo infantil sea algo para sepultar; por lo general son cosas que enriquecen a la gente. Eso no habla en contra de la maduraciòn, sino de una falsa maduraciòn, que es la dominante en la sociedad; una serie de actitudes acartonadas que no son realmente maduras porque corresponden a personas no individuadas, sino màs bien a prototipos. Creo que la verdadera madurez incluye a un niño y a un adolescente intactos. Tengo adentro un bebè que crece pero no madura, y que està siempre con hambre"


"La forma de escribir con fuerza y ser colorido y convincente, es prestar atenciòn a lo que viene de adentro, aunque se trate de objetos que estàn en el mundo exterior. Estos objetos se hacen artìsticos o pasan a ser materiales artìsticos sòlo a travès de un proceso en nuestro ser interior. O sea, que no tiene ninguna importancia si tu personaje saliò de un hecho policial publicado en los diarios o saliò de un sueño; para escribir sobre èl de modo literario debes pasarlo previamente por tu màquina de elaboraciòn interior."

"Las grandes obras, las obras maestras, suelen ser muy complejas: mundos enteros (Kafka, Faulkner, Joyce, Proust) y tienen que ver con cierta capacidad cerebral pero sobre todo con cierto compromiso con la realidad. Para ser màs preciso, los lìmites de mi literatura estàn impuestos por mi egoìsmo, mi narcisismo, mi limitada experiencia del mundo, mi casi solipsismo o casi autismo. Yo veo muy claramente dònde estàn mis lìmites, pero no puedo estirarlos manejando palabras, o tècnicas o estilos, sino ampliando mi comprosimo con la realidad (cosa que no estoy dispuesto a hacer). Repito: esto no afecta al estilo, ni es culpa del estilo. Hay constructores de catedrales y hay jardineros; yo soy màs bien jardinero de plantitas en el balcòn."

"Las cadenas de la humanidad torturada estàn hechas de papeles de oficina. Estos papeles burocràticos son los formularios, las fichas policiales,  las multas, las sentencias judiciales, donde la palabra escrita es el medio por el que las elites ejercer su poder. A ese uso utilitario y represivo de la palabra, Kafka antepone una escritura de libertad, una escritura que està al servicio de la poesìa y de la imaginaciòn. Un uso poètico y liberador de la palabra. La escritura como un medio de liberaciòn; una forma de defensa de los "espacios libres"

"Siempre dije que los escritores son unos tipos desgraciados y amargados, mientras que los pintores son tipos felices. Y ponerse a operar desde la plàstica  te mueve prodigiosamente el ànimo. A veces, para salir de alguna depresiòn, me da por salir a la calle con "la mirada del pintor"; tratar de ver el mundo que me rodea como espacios, formas y colores, sin discriminar cada cosa. Y da buenìsimos resultados."
 


"Cuando llegàs al punto de que te importa un bledo lo que piensen los demàs, ahì es cuando es posible que todos empiecen a respetarte y admirarte. La inseguridad nos crea huecos por donde se mete inexorablemente el sadismo ajeno, o sus ansias de dominio. Es inevitable; pasa con las mejores personas (incluso yo siempre estoy fuertemente tentado de herir al dèibil). Naturaleza humana que le dicen."








martes, 1 de marzo de 2016

YA NO SOMOS DOS...



HOSPITAL BRITÀNICO

En la madrugada del domingo siete Febrero, es decir hace tres semanas, mamà falleciò en el quiròfano del hospital. El viernes por la tarde habìa llegado de San Marìn de los Andes, y nunca me llegò a contar còmo la habìa pasado en lo que fueron las ùltimas vacaciones con sus amigas.
Despuès de varios años en los que dedicò su tiempo libre a recorrer el paìs, mamà hizo su ùltima escala allì, en San Martìn de los Andes, y al regresar a la ciudad de la furia, el corazòn -el de ella, no el mìo- le dio permiso para descansar de su cuerpo.
Ese contrato leonino que firmò en secreto con su corazòn, se me presenta, actualmente, bajo la forma de un dolor muy vivo.
Tampoco llegò a desarmar la valija; lo hicimos con mi hermano, algunos dìas despuès de su muerte, cuando volvimos a la casa , tal vez demasiado pronto, sin tener en cuenta que, en esos primeros momentos, el aire en la casa de mamà se habìa vuelto de vidrio para nosotros.

El año pasado habìa cumplido 50 años de egresada, y la alegrìa que le dio el homenaje que les hicieron en el colegio, que -obviamente- no recuerdo cuàl es, pero sì que queda en Barracas- parecìa haberla rejuvenecido.
Impresiona pensar a la propia madre como una mujer joven, que se burla del tiempo, que le discute su lògica.

Infarto por disecciòn de arteria aorta”, me explicaba el cirujano, que fue un caso muy complicado, que pasa mucho màs en hombres que en mujeres, que abriò a mi mamà hasta la pelvis, buscando algùn lugar dentro de su cuerpo en el que, esa vida que todavìa latìa, -la vida de mi mamà- se pudiera refugiar de la muerte.

Pero mamà no se refugiò; sangrò. Su sangre se desbocò por dentro, en furioso silencio, como si hubiera estado guiada por el espìritu de las pinturas de Pollock, hasta hacerla cerrar los ojos. Y, al cerrarlos, la sangre se detuvo y el cuadro terminò: mamà acaba de morir, dejando inmòvil su bondad, en el quiròfano del hospital britànico.

Con la boca hecha un desierto, comencè a caminar por los pasillos, tratando de no hacer ruido con mis làgrimas, en busca de alguna màquina de gasesosas. Encontrè una que aceptaba billetes; lo puse y seleccionè un juguito en cartòn, pero la màquina se trabò, quedando una mitad de la cara de belgrano del lado de adentro y la otra mitad del lado de afuera. Mientras trataba de sacar el billete, apareciò una mujer de limpieza, que me preguntò si tenìa algùn problema.
Pensè en decirle que sì, que tenìa un gran problema; que el problema de mi vida era que tenìa mucha sed, que querìa tomar un juguito y que la màquina no me permitìa hacerlo, pero me dì vuelta y le dije que no y me fui, dejando la màquina asì, con mi billete de diez pesos atorado en la garganta.

Lo que me pregunto todos los dìas, desde hace tres semanas, es una pregunta sin respuesta y es la siguiente: “¿cuàndo es que, realmente, mamà empezò a sangrar? ¿En què momento de su vida?
Siempre resulta dificìl decidir sobre el pasado.
Cada tanto, ella pensaba en la muerte. Cuando arrancaba con sus “porque cuando yo no estè”, me nublaba y ya no podìa registrar ninguna otra palabra que me dijera.


Yo volvì a pensar en la muerte el año pasado, una noche, . Y, casualmente, por esos dìas me encontrè con un pasaje de un libro de Caparròs en el que el narrador expresa de algùn modo lo que me habìa dado vueltas por la cabeza mientras miraba el techo esa noche, y es lo siguiente:

la vida de una persona dura hasta ese momento impensado, fatal, en que entiende -no escucha, no dice, no supone; entiende, con una fuerza que hace que la acción de entender sea mas poderosa que cualquier otra acción- que se va a morir. No que corra algún peligro inmediato, no que esté enferma o perseguida o frágil, no que si algo no funciona o funciona demasiado puede que se muera; que alguna vez, quizá dentro de días, años o décadas, se muere. Que no es una posibilidad: que no hay ninguna otra posibilidad." 


Ahora mamà està otra vez en su casa. La tenemos en la còmoda, en una caja de madera, en el estante de arriba. Allì tambièn estàn sus padres; mis abuelos.
¿Mi vieja entra acà?” Si mamà ahora cae de mis manos...¿ensucia el piso?

Como ella tenìa un local de ropa, muchas veces yo no sabìa què regalarle para su cumpleaños o para el dìa de la madre. Quiero que las mujeres sepan por este medio lo que sufre un hombre promedio cuando tiene que hacerles algun regalo.
El menù mental del hombre en esos momentos es muy acotado; hasta en mc donals uno encuentra mayor diversidad, con la diferencia de que mis regalos tan poco originales estaban hechos con una carga afectiva un poco màs intensa que la que ponen los empleados de mac donals a la hora de hacer las papas fritas.

Debo confesarlo: en mas de una ocasiòn, le regalè algun libro teniendo en cuenta mis gustos personales, con la certeza de que, tarde o temprano, ese libro terminarìa formando parte de mi biblioteca.
Si ya sè, un espanto lo que acabo de contar; pero, como dijo alguien en una canciòn: Im not the only one.
Cuando, con culpa, lè comentè a un primo lo aberrante de mi actitud, èl me mirò muy tranquilo y me dijo: yo hago lo mismo con mi vieja. Ahì tiene la universidad de masachuccets un nuevo estudio estùpido para hacer: informar acerca del gen de la miserabilidad, que, tal vez, nos transmiten nuestros padres hacia nuestras madres, durante el proceso de eyaculaciòn, y por el que, hoy, pido disculpas.
En los almuerzos de los domingos solìa contarme sus proyectos: cerrar el negocio y dedicarse al trabajo social, carrera que estudiò de joven y que nunca ejerciò por dedicarse al comercio, ver crecer a sus nietos, juntarse a comer con las amigas. Viajar, recorrer cada punto del paìs que tuviera pendiente de conocer.

Ahora entiendo que la muerte nos interpela todo el tiempo, toda la vida. Como trabaja en forma discreta, uno se olvida – o hace que se olvida- de que existe, pero està ahì, olfateando silenciosamente nuestro oìdo.

Tambièn es cierto que, por el momento, la vida sigue para nosotros, y los que quedamos de este lado, hacinados por la revoluciòn de la alegrìa, debemos estar preparados para repeler todo tipo horrores; los sociales, claro, pero tambièn aquellos màs ìntimos y profundos, los màs domèsticos: levantarnos una mañana, por ejemplo, y darnos cuenta que nos volvimos una cucaracha, como en la metamorfosis de Kafka, o peor aùn, despertarnos una mañana y, ver, en el espejo, la cara de marcelo bonelli, o ponernos de novios con alguien que muestra nuestros misma inclinaciòn ideològica, sin sospechar que chica en cuestiòn pueda ser, al mismo tiempo, una fervorosa militante de los baby-showers.

Una de las ùltimas imàgenes que tengo de mi vieja fue de los dìas que pasamos en mar del plata, en el alfar, por navidad.
Le saquè una foto con el celular mientras posaba sonriente con el lechòn que comimos en nochebuena con mi tìo y mis primos.
La otra imagen, captada sòlo por la retina de mis ojos, es la de su figura saliendo del mar. Allì volverà. Ahi, en el mar, es donde debe estar.
Creo que ella asì lo hubiera querido. Cuando llegue ese dìa, no tengo dudas, van a ser muchas las manos que la acompañen a nadar; a zambullirse con ella por ùltima vez. Porque somos muchos, en este mundo, los que vamos a estarle siempre muy agradecidos. Porque no hay donde esconder tantas manos.

Como en todo, Fogwill tenìa razòn: estar vivos es algo temporario. Como estar de vacaciones, que tambièn es algo temporario.
Me gusta pensar que mamà viviò trabajando y muriò descansando. A lo mejor le habìa tomado demasiado el gusto al descanso, que decidiò tomarse vacaciones no ya del trabajo, sino de la vida entera. Si fue asì, bien merecido lo tenìa: mamà fue una de las pocas personas que conocì que tenìa bien claras estas diferencias: la que hay entre lo que conviene y lo que corresponde y la que hay entre la gente y los preservativos. Imposible una sin la otra.
Sobre la base de esas dos discriminaciones, ella edificò su mundo.

Hace poco se me apareciò en un sueño: yo estaba preocupado por dos razones: la primera es que me casaba y la segunda es que me casaba con una chica a la que -en la vida real- no veo hace diez años, lo que no dejaba de ser un contrasentido: se supone que uno no se casa con alguien que no conocer. O sì?
Lo cierto es que, en mi sueño, mamà estaba en la cocina, muy tranquila, tomando mate con mi prima, ajena a mis preocupaciones nupciales.

Despertè por la mañana sintiendo algo de la calma que ella mostraba en el sueño; sintiendo que ella habìa despertado allì, en mi sueño, en mi hora màs oscura de la noche, para mostarme su nombre; Clara.
Para tatuarme su mensaje, para aclarármelo todo.
Con mamà entendì la diferencia entre erudicciòn y sabidurìa. Ella no fue una gran lectora, pero siempre tuvo la virtud que tienen las personas sabias; la de darse cuenta, a tiempo, què es lo que hay que defender.