miércoles, 30 de noviembre de 2016

LA CONTRASEÑA...

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La contraseña universal de la rebeldìa" Por Eduardo Aliverti para Pàgina 12.
"Vamos a empezar por una confesión personal. No puedo sacarme de la cabeza que se murió exactamente a los sesenta años de que el Granma saliera de México rumbo a Cuba con sus 82 expedicionarios. Había dicho "Si salgo llego, si llego entro, si entro triunfo". Es muy previsiblemente impactante lo que está ocurriendo, al menos en los medios de aquí, y lo que seguirá ocurriendo durante varios días. En los portales, en la televisión, en las redes --por supuesto que apartando las cloacas de esos seres chiquitos, que encuentran allí la descarga de su mediocridad y su ignorancia-- está el propio peso de la noticia pero se huele en la fraseología empleada, en los títulos, respeto. También se nos ocurre que hay dos razones, más allá que la muerte siempre genera reivindicación: Fidel ya era un mito viviente y dentro de ese mito había, entre otros, como dos desprendimientos. Uno era "Y en eso llegó Fidel", en alusión a cuando aparecía, sobre todo de sorpresa, en algún lugar y resolvía todo Y el otro: "¿Qué pasa cuando muera Fidel?". En realidad, Fidel ya no estaba en funciones ejecutivas desde hacía diez años aunque su lucidez intacta nos regaló esos escritos sobre el enemigo de siempre, sobre las amenazas planetarias, un tema que lo obsesionaba en los últimos años. Su desaparición física ha debido ser la cosa menos asimilada de este mundo, es como si por fin hubiera querido corroborarse que alguien puede ser inmortal. Volviendo a lo del Granma a uno le hace decir esto es lo único que le faltaba a este tipo, morirse en el aniversario sesenta.
Hace unos meses cuando Fidel cumplió 90 años recordábamos un pasaje de ese fílmico fenomenal de la televisión cubana "Cuando pienso en el Che". Se basa en una nota que le hace a Fidel en el '87, el periodista italiano Gianni Miná, una entrevista a lo Fidel de cuatro horas y cuando le pregunta "¿En qué piensa usted cuando piensa en el Che'". Fidel le contesta algo así como cuatro horas, de esas se extrajeron unos 48 minutos y sobre esa respuesta se montó ese trabajo. En algún momento le pregunta si acaso era cierto que ellos no apoyaron lo del Che en Bolivia. Fidel lo desmiente y lo alude a lo que les pasó a ellos porque lo del Che salió mal y  lo de ellos salió perfecto. Fidel dice cuando salimos con el Granma no sabíamos el destino que nos aguardaba pero aún si nos hubiera ido mal, no estábamos equivocados. El éxito o fracaso de una misión no determina su justeza. Se me ocurrió rememorarla en función de la fuerza de las convicciones inquebrantables. Y lo ligo con la segunda razón del tipo de impacto que está provocando la muerte de Fidel porque hasta el último enemigo, hasta el último gusano, hasta el más recalcitrante de los reaccionarios, sabe que el muerto vive porque como sucedió con el Ché y como sucede con Fidel, decir Fidel a secas, como fue y será siempre,  es el indicador ecuménico de la lucha contra la injusticia, de la dignidad. A quién podría ocurrírsele no sentir admiración fuera de lo ideológico --o dentro y fuera-- por quien produjo la epopeya de sostener la dignidad de una isla de 110 mil kilómetros cuadrados a 110 millas del imperio más poderoso de la historia. Una isla que a no ser por él, y los suyos, sería Haití, como referencia de la cercanía geográfica, de la injusticia, la miseria. Todos, los unos y los otros, somos hoy conscientes de que murió e último grande. Visto desde el enemigo, los va a seguir jodiendo desde la tumba por los tiempos de los tiempos y visto desde este palo, seguirá conduciendo todo espíritu dispuesto a cambiar las cosas. Murió la contraseña universal de la rebeldía. Por eso es inmortal."

lunes, 21 de noviembre de 2016

EMERGENCIA: NEGOCIAR O CONFRONTAR?


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"CAUSA Y EFECTO" Por Eduardo Aliverti para Pàgina 12.


"Una serie de indicios demuestra o haría sospechar que el Gobierno entra en un período particularmente convulso, con muy pocas ayudas o quizás una sola –el desperdigue opositor– para timonearlo sin mayores problemas.
Por empezar es cierto que, como se acerca un año electoral, el opo-oficialismo va corriéndose hacia posiciones más duras. Se suma a las protestas, o bien se muestra comprensivo ante ellas. Desde el propio establishment económico, que conforma la coalición de derechas gobernante, surgen reforzadas las voces de alarma. Otro tanto ocurre en la prensa oficialista. Y personalidades de ésas que, siempre, hacen gala de su moderación, se despachan con críticas hasta feroces. Sobresalió Roberto Lavagna, asesor hace rato de Sergio Massa y quien dijo que esto es como la dictadura o los 90, que no existen señales de recuperación, que salir de la fiesta de endeudamiento macrista costará muchísimo tras haberse quitado la piedra de deber en dólares y que responsabilizar a Donald Trump, por lo que pueda agravarse, no tiene sentido porque el 80 por ciento de lo que vaya a suceder será por cuestiones locales. A Casa Rosada le sentaron peor que mal los dichos de Lavagna, al no esperar tamaña crítica de un hombre parco, nada habituado a las declaraciones altisonantes, quien como adherente al massismo –si es que tal ismo correspondiera– guardó silencio durante este año en que el Gobierno perpetró lo ahora descubierto, o manifestado, por el ex ministro de Economía de Kirchner. Que la respuesta macrista central haya quedado a cargo de Rogelio Frigerio, una de las torres políticas del oficialismo, da cuenta del estupor gubernamental. Lo blanqueó el mismo ministro del Interior al aceptar que la frase de Lavagna, comparándolos con militares y Menem, lo descolocó. “No entiendo a qué se refiere”, dijo Frigerio, aunque lo entiende muy bien. Tan bien que su retruque no fue técnico, sino anclado en los versos de la herencia recibida que van gastándose con prisa y sin pausa. En rigor, hay dos partes sustanciales del legado que al macrismo le resultaron fantásticas en el corto plazo: recibieron uno de los países menos endeudados del mundo y la capacidad adquisitiva de los asalariados era competitiva con la inflación, con lo cual tuvieron y tienen margen para, respectivamente, conseguir financiamiento a efectos de que ingresen dólares disimuladores y amortiguar el descontento social. Por lo demás, desde cualquier análisis basado en datos experimentados, es imposible desmentir que hay la repetición de causas con lo sucedido en dictadura y menemato salvo –nada menos, no se pierde vista– la existencia del terrorismo de Estado y el hecho de que el riojano escenificó la absorción peronista por derecha con ninguna resistencia. Luego, sin abundar: festival de deuda externa, transferencia de ingresos a los sectores más concentrados de la riqueza, restricción del mercado interno y consecuente achicamiento del aparato productivo a favor del capital financiero, con sus papelitos que son de colores como estadío del desarrollo pero firmes cuando hay que pagar los intereses. ¿Cómo se replica, en consecuencia, que Macri, Menem y los militares son al cabo igual cosa en términos de modelaje económico, salvadas aquellas distancias epocales de que no hay partido militar como brazo armado de la clase dominante, ni una licuación total del peronismo en función de esa clase porque la experiencia kirchnerista mantiene un vigor desmembrado, pero vigor al fin? (y salvo, también, que Massa es precisamente la salida por derecha que imagina la alianza de ídem).
Los números oficiales revelan que para hallar un índice tan deprimente de producción industrial debe retrocederse hasta el segundo trimestre de 2003. Como escribió Alfredo Zaiat en su columna del domingo pasado, aun cuando hubiere una recuperación las empresas atenderán la mayor demanda expandiendo lo que ya tienen ociosamente instalado. “Pretender un comportamiento diferente del empresariado, porque Macri proviene de una familia que hizo su fortuna como contratista del Estado y con apelaciones a la voluntad emprendedora, es de una ingenuidad que no se enseña en los manuales de Economía ni, mucho menos, en la gestión política de gobernar”. Eso es lo que volvió a reflejarse desde las usinas de la UIA, que ya no sólo insisten de manera oficiosa con que la economía no arranca. Adrián Kaufmann, titular del órgano fabril, puso la cara el jueves para decir que la caída industrial se profundiza. Y se alerta, desde los voceros periodísticos del macrismo, que Macri decidió meterse en la pelea entre el Ministerio de Economía y el Banco Central. Si quiere nominárselo, la situación no da para demasiado más entre Alfonso Prat Gay, quien pretende aflojar un poco como si pudiera desentenderse del patrón al que tributa, y Adolfo Sturzenneger, que es un monetarista atrasado veinte años y convencido de que por vía del ajuste fiscal se domará la inflación. No es que Macri entienda mucho del tema, sino que ve venir las elecciones de 2017 y estaría prefiriendo alguna dosis del “populismo” que se cansó de cuestionarle a los kirchneristas. Por hache o be, se expone que la tropa duranbarbesca llegó muchísimo antes por el disgusto con las formas del gobierno anterior que debido a la necesidad de cambiar con algún plan coherente; no importa que de derecha explícita o fraguada, pero coherente. Eso es lo que no hay y lo que no advirtió, no le interesó, no le pareció sustantivo, a una porción finalmente mayoritaria de los votantes. Emanuel Álvarez Agis, el economista que secundó a Axel Kicillof y cuya rigurosidad profesional no es puesta en duda desde la vereda contraria, dice que algo peor que un programa de derecha es tener tres programas de derecha. Y eso es justamente lo que contradice a la verticalidad macrista. Tienen un Banco Central que promueve festín de tasas de interés y bicicleta financiera; un Ministerio de Economía conteste de que por ese camino van a contramano del mundo, pero atado a una conducción política que Macri no lidera, y un forcejeo permanente entre los intereses del complejo agroexportador y los del sector industrial por el tipo de cambio. El Gobierno es así tan inexperto –en su operatividad, no en sus intenciones– como la falta de memoria que lo condujo al poder.
En medio de esa tensión, hubo la marcha originalmente convocada por varios movimientos sociales y a la que se plegó el triunvirato de la CGT. A nadie en su sano juicio, desde el campo popular, se le ocurriría poner en cuestión el despliegue de acciones que tiendan a mitigar los efectos de este modelo. Así lo indicó el viernes un texto de La Cámpora al que se invalidó desde la mala fama de la agrupación, incluyendo el señalamiento de que sus dirigentes fueron partícipes responsables de la derrota. Pero, cuando el escrito problematiza la línea política de los reclamos, no es correcto contestarle con el mero expediente del prontuario. Al referirse a la ley de “Emergencia Social y de las Organizaciones de la Economía Popular”, que Cambiemos obturará en Diputados, dice el escrito que “las medidas económicas del actual Gobierno generan pobreza y desigualdad como único resultado posible y en forma sistemática. No como excepción, sino como regla”. Añade que “la acción misma del ‘amague’ se transforma en complicidad si no se actúa. Se termina siendo parte de una oposición ‘permitida’ que no discute lo que hay que discutir, sino que se sorprende y decreta ‘emergencias’ que todos sabíamos que se iban a producir. (…) No discutir las bases del modelo, y afirmar que esto es el resultado de un fenómeno meteorológico, es una maniobra que se utilizó en el pasado reciente en la Argentina para mantener el statu quo”. Los discursos escuchados frente al Congreso, que la prensa en general observó como un “endurecimiento” de la CGT, ratificaron que esa dirigencia efectivamente pareciera mirar los corolarios de la política económica cual efecto no deseado. La exigencia unánime de ayuda social como aspiración prioritaria no deja lugar para otra conclusión, que no es de izquierda de cafetín. El moyanista Juan Carlos Schmid previno que van a negociar y confrontar a la vez. Lo primero está clarísimo y lo segundo ya semeja a la amenaza de un personaje de Capusotto. Pero la mención más destacada de las palabras de Schmid fue que durante el gobierno anterior reclamaban sólo por los laburantes registrados debido a que había trabajo. Si a confesión de partes relevo de pruebas, y como si la ex vara alta justificara haber ignorado a excluidos y trabajadores informales, lo que el cegetista admite es que había un país más justo. Y lo que no reconoce es que varias huestes sindicales contribuyeron a su ocaso, para favorecer la llegada de una derecha a la que hoy le piden clemencia.
Por supuesto que se está a tiempo de recuperación, en la medida de saberse identificar, y confrontar en serio, contra un Gobierno que no está equivocándose. Cumple con las franjas del privilegio que representa."

domingo, 13 de noviembre de 2016

ME VOY A IR JUNTO A VOS, BIEN LEJOS DE ESTE MUNDO...

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"El hombre y  la màscara" Por Martin Kohan para Perfil 

No vi el primer debate, tampoco vi el segundo. No leí con el debido detenimiento la plataforma electoral del Partido Demócrata, tampoco lo hice con la del Partido Republicano. Por los diarios y por la televisión, supe que, según los expertos en politología, en esos debates Hillary Clinton le había sacado una buena “ventaja” a Donald Trump, su contrincante. Los mismos medios me hicieron saber que, según los expertos en mediciones, las encuestas daban a Hillary Clinton como “favorita” para ganar las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. No por eso, sin embargo, alcancé a hacerme una idea definida de cuál de los dos iba a ganar y cuál de los dos iba a perder. Lo advertí apenas ahora, al percibir a mi alrededor una mezcla singular de sorpresa y de asfixia colectiva con la noticia de que el triunfador (es decir, el presidente) no es sino Donald Trump (no es que yo me hubiese hecho una idea más certera: es que no me había hecho ninguna).

De Hillary Clinton alcancé a percibir apenas un amplio y previsible repertorio de lo bien pensante, surgido del arsenal de lo políticamente correcto; como toda cosa progre, me desalentó profundamente. De Trump alcancé a percibir, en cambio, el amplio y no menos previsible repertorio de lo mal pensante, surgido del arsenal de lo políticamente incorrecto. También eso me desalentó, como cada verificación de que a lo progre se lo suele correr por derecha, y no por izquierda; que se lo contrarresta por lo general con puras barrabasadas retrógradas, y no con la impugnación de su tibieza, de su insuficiencia, de su fatal moderación, su falta de radicalidad.

La pugna entre la progre y el bestia me tenía pues un tanto ajeno. No obstante ello, hubo al menos un par de cosas, ambas referidas a Trump, que me llamaron la atención. Una fue aquel programa de televisión en el que se resolvieron a dirimir si la alarmante pelambre de Donald Trump era suya o se trataba de una peluca. El método de comprobación fue sencillo: Trump ladeó un poco la cabeza (menos resignado que divertido, hay que decir) y el periodista le pegó un par de firmes tirones a las mechas. Aguantaron. Eran suyas.

Lo otro que vi fue una fotografía de Donald Trump con su máscara (con una máscara de Donald Trump) en las manos. La prueba de la peluca, primero, y la imagen del hombre y la máscara, después, me dieron a ver que lo que estaba en juego era el discernimiento de cuánto de verdad y cuánto de farsa existía en Donald Trump. Porque Trump resultó siempre un tanto exagerado, impostado, caricaturesco, sobreactuado, hiperbólico. ¿Qué de todo eso era auténtico y genuino, y qué de todo era artificio: macaneo, mera actuación? El pelo de Trump lo explica todo: siendo su pelo de verdad, parece aplique, parece peluca. Y la cara de Trump lo explica todo: no es la máscara la que se le asemeja, como cuadra a cualquier imitación realista; es que su cara, su cabeza toda, tiene un marcado aspecto de máscara. En vez del tradicional artilugio de la política, que es presentar algo falso y hacerlo pasar por verdadero, Trump se ofrece verdadero bajo la apariencia de lo falso. Es la victoria total de la total inverosimilitud.

Ahora que ganó, ahora que será presidente, la esperanza consiste al parecer en que no haga todo eso que prometió (deportar, perseguir, amurar, aplastar, arrasar). Escuché ese argumento en la radio (lo escuché más de una vez; una de ellas, ¡a uno que había votado por Trump!). Rara forma de la expectativa, modo extraño de la ilusión: apostar a que el candidato no pueda o no quiera cumplir con lo que anunció que haría. Que no pueda (¡el Congreso no lo autorizará! ¡La Constitución le pondrá un freno!) o que no quiera (que haya hablado por hablar en las bravatas de la campaña, ¡ya se mostró más sosegado en su primer discurso como triunfador!). En resumen, que se calme al traspasar de la pura fantochada a la cruda verdad de los hechos. Pero, ¿y si la cruda verdad de los hechos no fuese para él otra cosa que la pura fantochada, así como la máscara es lo mismo que la cara, así como el propio pelo funciona igual que el bisoñé? 

jueves, 10 de noviembre de 2016

LO QUE FLUYE...

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Carol Ann Duffy: "Los delfines"

"Mundo es donde se nada, o baila, así de simple. 
Estamos en nuestro elemento pero no somos libres.
Fuera de este mundo no puedes respirar por mucho tiempo.
El otro tiene mi forma. Sus movimientos arman
mis pensamientos. También los míos. Hay un hombre
y hay aros. Y una culpa constante que fluye.

Ninguna verdad encontramos en estas aguas;
no hay explicaciones que tiemblen en nuestra carne.
Fuimos benditos y ahora ya no lo somos.
Después de viajar en este espacio por días aprendimos
a traducir. Era el mismo espacio. Es el mismo
espacio siempre y encima de él está el hombre.

Y ahora ya no somos benditos, pues el mundo
No se hará más profundo para soñar en él. El otro sabe
y por amor me refleja como soy.
Miramos nuestra piel de plata centellear
como el recuerdo de otro sitio. Hay una pelota colorida
que hemos de balancear hasta que el hombre haya desaparecido.

La luna ha desaparecido. Circulamos por gastados surcos
de agua con una misma nota. Música de la pérdida irremediable
en el corazón del otro que petrifica el mío.
Hay un juguete de plástico. No hay esperanza. Nos hundimos
hasta el fondo del estanque hasta que el silbato suena.
Hay un hombre y nuestra mente sabe que moriremos aquí. "