domingo, 28 de mayo de 2017

LOS HOMBRES PEQUEÑOS...


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Mientras preparo el café, el presidente aparece en la pantalla. Lo veo hablando, con motivo del 25 de mayo, en un colegio. Y me doy cuenta de algo: habla con las mismas palabras y el mismo tono sin importar que sus interlocutores sean chicos de primaria o su electorado (real o potencial, pero siempre compuesto por adultos).
O el presidente tiene una estimación muy alta de los chicos o una valoración muy pobre de los adultos. 
La otra opción es que crea que un adulto es un chico estirado a través del tiempo. 
Lo debería consultar con su padre.

lunes, 15 de mayo de 2017

LLEVE DOS...

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"ROSENCRANTZ Y GUILDENSTERN HAN MUERTO"
por Daniel Link para Perfil

Ahora vendrán los “te lo dije”, las sonrisas sarcásticas, el saber retrospectivo. Ahora vendrán los “hay independencia de poderes”, “qué barbaridad”, “no acordamos, pero respetamos”, los “en 2013 pasó lo mismo y nadie dijo nada”. Ahora, la Sra. Fernández encontrará razones para sustraerse a la escolástica oxoniana, que había que prever hostil a todas y cada una de sus causas (penales): “hechos de suma gravedad requieren mi presencia” adujo como excusa para cancelar esa etapa de su viaje (pero no las previas).


Ahora deberemos suspender las clases, no porque la paritaria universitaria esté paralizada sino porque habrá que concurrir a las plazas, las cabezas cubiertas con pañuelos blancos, cada vez que nos lo pidan, porque sabemos que estamos en peligro.

En un instante, cualquier intento para comprender lo que de todos modos era incomprensible (la insensibilidad con la que se manejan las variables macroeconómicas; la tolerancia con la que se maneja un juego inflacionario que ni los refugiados sirios toleran sin escándalo; el endeudamiento enloquecido, como si no hubiera mañana) trastabilla en un charco de plomo derretido.

Un gobierno de derecha lo es porque sus políticas lo son. Podría maquillarse, mal que mal, el muñeco liberal para que parezca un payasito inofensivo: “no hay plata”, “productividad”, “pesada herencia”, “háganse cargo”, “ya vendrán las inversiones”, “crecemos lentamente”. Uno podría analizar cada una de esas excusas del gobierno e incluso aceptar a regañadientes la verdad de algunas de ellas aunque fuera para conciliar el sueño y no sentirse de nuevo al borde del abismo (del dinero basura, de la cesación de pagos, de la desesperanza educativa, del sálvese quién pueda).

Pero en relación con las penas a los apropiadores de niños, a los torturadores, a los que colaboraron en llevar a cabo las enloquecidas fantasías de exterminio que constituyen el capítulo más sombrío de la historia argentina, y que la Suprema Corte decidió amablemente acortar aplicando una ley transitoria y de emergencia que ya fue derogada, no hay buena voluntad ni explicación posible.

Fue este gobierno el que insistió en incorporar al número de los supremos a dos jueces (burlando todo procedimiento legal fijado a tal efecto), el Sr. Rosenkrantz y el Sr. Rosatti, quienes sumados a la Sra. de Nolasco (que permanece en la Corte también por voluntad política de este gobierno) consideraron que conforme al principio in dubio pro reo les correspondería el cómputo de la pena de la ley 24.390 (2x1) a los todos los juicios penales, incluidos los correspondientes a delitos de lesa humanidad.

Los tres jueces fundaron su asonada en la misericordia y el humanitarismo e incluso uno de ellos abrió la ventana a la interpretación trágica al señalar que “de lo contrario se correría el riesgo de recorrer el mismo camino de declive moral que se transitó en el pasado”.

El “declive moral” no es una noción ajustable a derecho ni a criterio de verdad científica. Su tratamiento ni siquiera es asunto de clérigos sino de poetas, filósofos y dramaturgos.

En Hamlet, la tragedia de Shakespeare, Rosencrantz y Guildenstern son dos informantes pagos por el gobierno para espiar a sus amigos de la Universidad y para adular al Rey Claudio. Su deshonestidad corre pareja con su incompetencia y a Hamlet, el que duda de todo, no le tiembla la mano cuando decide mandar a matarlos.

En la escena final del acto V, en medio de una orgía de muertes encadenadas, un embajador británico dice “Rosencrantz y Guildenstern han muerto”.

Lo mismo podría decirse de los personajes secundarios Rosenkrantz, Rosatti y Nolasco quienes, creyendo adular al poder, lo hunden todavía más en el callejón sin salida de lo trágico, al matar una idea de justicia que era tal vez lo único capaz de sostener a los argentinos como comunidad en el mundo.

Ayer fue Edipo (el enfrentamiento del padre y del hijo: Correos Argentinos), hoy es la truculencia isabelina de Hamlet. Alguien debería advertirle al más desapasionado gobierno del que se tenga memoria que la tragedia no es un formato que le convenga. Rodea al soberano de demasiada muerte.

miércoles, 10 de mayo de 2017

PEQUEÑOS TIRANOS...


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Le pregunto a mi sobrino si quiere ir al cine. Me mira sin saber muy bien qué decir, entonces le aclaro que ahì se pueden ver dibujitos en una pantalla màs grande. 
El domingo nos encuentra, entonces, refugiàndonos de la lluvia en el shopping. Las opciones iniciales eran dos: o los pitufos o un jefe en pañales. Como llegamos tarde a la primera, vamos a la segunda. El primer comentario del pequeño, apenas empezada la funciòn, me dejò perplejo: "es para bebès tìo! Yo no soy un bebè. Para la media hora de la pelìcula, lo que siguiò no fue un comentario, sino una exigencia: "me quiero ir".
Mientras nos encaminábamos hacia la salida, pensaba que la pròxima lo llevo a ver una de Tarantino, a ver què tan hombrecito es.
Eso sì, no perdiò la oportunidad de ir corriendo a la jugueterìa y exigirme con gestos ampulosos que le compre un dinosaurio gigante (son su debilidad junto con los trencitos).
Al ver el precio del bicho, uno entiende perfectamente porquè se extinguieron.
"¿No me vas a comprar nada, tìo? me increpò con aires de indignaciòn. Le faltò agregar: "encima que me banco que me lleves a ver esa porquerìa!
Azorado por el chantaje moral del infante, decidì comprarle dos pequeños tiranosaurios en lugar del gigante, no sòlo porque toda exigencia tiene un lìmite, sino tambièn por una cuestiòn epocal: el medio aguinaldo se cobra en julio.
Al dejarlo de vuelta en su casa tuve suerte de que mi hermano no me preguntara cuàndo ibamos a repetir la salida al cine, dado que empieza la "temporada baja" de plazas.
Lo hubiera mirado con la misma cara de incomprensiòn que puso mi sobrino cuando le propuse ir a ese lugar que èl desconocìa y que, al juzgar por su primer experiencia, hubiera deseado seguir desconociendo por un tiempo.

LAS INSTITUCIONES...


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"El modelo universitario es, hoy en día, en términos estructurales al menos, el mismo que se adoptò pasada la dictadura, cuando las universidades se reabrieron y reorganizaron. En ese momento era tal la necesidad de fortalecerse, que la universidad lo hizo sobre todo a modo de instituciòn, cosa que, claramente, es, pero esto implicò un sistema de concursos y meritocracia, un pedido constante de subsidios, que trajo como contracara una gran burocratizaciòn. Se volcò puertas adentro, ensimismàndose, volviendo a erigir una suerte de torre de marfil.
Hay un libro muy interesante de Ignacio Lewkowicz llamado "Pensar sin Estado" en donde analiza este tema de las instituciones. Y èl lo que dice es que en una sociedad con un Estado fuerte y presente, las instituciones tienen lo que serìa un modo "normal" de funcionamiento, y cito: "Hay una coordinaciòn estatal de las instituciones que opera de modo tal que los sujetos producidos por una, son necesitados por otra. Se trata de la funciòn del Estado como garante de la puesta en cadena de las instituciones."
El problema seria entonces cuando el Estado se debilita y pierde por ende esa capacidad articulante. Cada instituciòn queda dando vueltas como una pieza suelta de un rompecabezas, es decir, las instituciones dejan de estar inscriptas en una totalidad orgànica y cada una de ellas se vuelve un mundo aparte. Y explica: "Este aislamiento genera un doble efecto. Por un lado, una anarquìa en relaciòn de la instituciòn con su exterior. Por otro, una tiranìa despòtica en el interior de las instituciones. Porque ahora cada instituciòn necesita producir exhaustivamente sus sujetos. Es como decir que cada instituciòn se comporta, para sì misma y para cada individuo, como instituciòn total, que no toma nada ni cede nada al exterior, que vive para sì."

SOL ECHEVARRÌA. "LAS CLASES"

miércoles, 3 de mayo de 2017

EL QUE DIO DE BEBER...


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Abelardo Castillo


Las otras puertas (fragmento)

" Los únicos somos nosotros.
Nosotros: los únicos. El argumento tenía la fuerza de una provocación, y también era una provocación que ella hubiese vuelto. Y entonces, puercamente, todo parecía más fácil. Hoy creo –quién sabe– que, de haberse tratado de una mujer cualquiera, acaso ni habríamos pensado seriamente en ir. Quién sabe. Daba un poco de miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de nosotros.
–No digas porquerías, querés –me dijo Aníbal.
Una semana más tarde, Julio aseguró que esa misma noche conseguiría el automóvil. Aníbal y yo lo esperábamos en el bulevar.
–No se lo deben de haber prestado.
–A lo mejor se echó atrás.
Lo dije como con desprecio, me acuerdo perfectamente. Sin embargo fue una especie de plegaria: a lo mejor se echó atrás. Aníbal tenía la voz extraña, voz de indiferencia:
–No lo voy a esperar toda la noche; si dentro de diez minutos no viene, yo me voy.
–¿Cómo será ahora?
–Quién... ¿la tipa?
Estuvo a punto de decir: la madre. Se lo noté en la cara. Dijo la tipa. Diez minutos son largos, y entonces cuesta trabajo olvidarse de cuando íbamos a jugar con Ernesto, y ella, la mujer morena y amplia, nos preguntaba si queríamos quedarnos a tomar la leche. La mujer morena. Amplia.
–Esto es una asquerosidad, che.
–Tenes miedo –dije yo.–Miedo no; otra cosa. Me encogí de hombros.
–Por lo general, todas éstas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser.
–No es lo mismo. A Ernesto lo conocemos.
Dije que eso no era lo peor. Diez minutos. Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase iba a pasar algo.
Aníbal tenía cara de asustado ahora, y diez minutos son largos. Preguntó:
–¿Y si nos echa?
Iba a contestarle cuando se me hizo un nudo en el estómago: por la calle principal venía el estruendo de un coche con el escape libre.
–Es Julio –dijimos a dúo.
El auto tomó una curva prepotente. Todo en él era prepotente: el buscahuellas, el escape. Infundía ánimos. La botella que trajo también infundía ánimos.
–Se la robé a mi viejo.
Le brillaban los ojos. A Aníbal y a mí, después de los primeros tragos, también nos brillaban los ojos. Tomamos por la Calle de los Paraísos, en dirección al paso a nivel. A ella también le brillaban los ojos cuando éramos chicos, o, quizá, ahora me parecía que se los había visto brillar. "

ABELARDO CASTILLO. "LAS OTRAS PUERTAS" (FRAGMENTO)