Catástrofe
y forma-de-vida en Salón
de Belleza,
Teorema
y
Las
escaleras del Sacré Coeur.
Según
sostiene Susan Buck-Morss en “Mundo soñado y catástrofe”, la
construcción de la utopía de masas fue el sueño del siglo XX. Se
trató de la fuerza ideológica impulsora de la modernización
industrial tanto en la forma capitalista como en la socialista.
Buck-Morss plantea que, mientras que los sueños de los individuos
expresan deseos frustrados por el orden social, este sueño colectivo
se ha atrevido a imaginar un mundo social aliado con la felicidad
personal.
Sin
embargo, llegado el fin del siglo, los mundos soñados por cada
persona no han dejado de verse repletos de artículos industriales. A
nivel personal, éstos todavía poseen una función utópica. La
utopía de masas, afirma Buck-Morss, es ahora una idea que ha quedado
en el olvido, que está siendo descartada por las sociedades
industriales al igual que lo están siendo aquellas primeras fábricas
que se diseñaron con el objeto de producirla.
(1)
“Pero
los mundos soñados se vuelven peligrosos cuando las estructuras de
poder, movilizadas como un instrumento de fuerza que se vuelve en
contra de las propias masas a las que se suponía que tenía que
beneficiar, usa la enorme energía de aquéllos de forma
instrumental. Si el potencial soñado para la transformación social
sigue sin hacerse realidad, entonces éste puede enseñarle a las
generaciones futuras que la historia les ha traicionado. Y, de hecho,
los más brillantes proyectos de utopía de masas (la soberanía de
las masas, la producción de masas, la cultura de masas) han dado
paso a una historia de desastres. El sueño de la soberanía de las
masas ha llevado al mundo a guerras de nacionalismo y al terror
revolucionario. El sueño de la abundancia industrial ha permitido la
construcción de sistemas industriales que explotan el trabajo humano
y el hábitat natural. El sueño de una cultura para las masas ha
creado toda una serie de efectos fantasmagóricos que hacen más
estética la violencia de la modernidad y anestesian a su víctimas.”
En
esta misma línea de pensamiento , el historiador Eric Hobsbawm, en
“Historia del Siglo XX” señala: (2)
“la
crisis afectó a las diferentes partes del mundo en formas y grados
distintos, pero afectó a todas ellas, con independencia de sus
configuraciones políticas, sociales y económicas, porque la edad de
oro había creado, por primera vez en la historia, una economía
mundial universal cada vez más integrada cuyo funcionamiento
trascendía las fronteras estatales y, por tanto, cada vez más
también, las fronteras de las ideologías estatales.”
Esta
crisis, en “Salón de Belleza” de Mario Bellatin, aparece en un
grado terminal bajo la figura de la enfermedad. No se trata de
cualquier enfermedad, sino de una enfermedad imposible de curar: (3)
“otros
quieren colaborar con medicinas, pero les tengo que recalcar que el
salón de belleza no es un hospital ni una clínica sino
sencillamente un Moridero.”
Si los espejos son desechados radicalmente del moridero es,
justamente, porque los espejos reproducen a los hombres, y la
reproducción humana equivale a la reproducción de la enfermedad
incurable, que no es otra que la enfermedad que suministra el mundo
al que hacen referencia los textos de Buck-Morss y Hobsbawm.
De
allí que, en la ficción de Bellatin, no hay forma-de-vida (no hay
cura) posible para los enfermos. No se trata de curar, ni el cuerpo
ni el alma, sino de morir. (4)
“Puede
parecer difícil que me crean, pero ya casi no identifico a los
huéspedes. He llegado a un estado tal que todos son iguales para mí.
Al principio los reconocía e incluso llegué a encariñarme con
alguno. Pero ahora todos no son más que cuerpos en trance de
desaparición.”
Las personas sólo se identifican en tanto que, todos, son enfermos y
no otra cosa.
La
enfermedad, a su vez, clausura en el texto la posibilidad de un
futuro posible, del surgimiento de nuevas formas-de-vida que puedan
ser viables más allá de los límites del moridero. De allí que los
“huéspedes” sólo sean hombres (la aceptación de mujeres y
hombres en un mismo lugar daría lugar a la reproducción de la
especie humana y –en consecuencia- a la reproducción de la
enfermedad): (5)
“uno
de los momentos de crisis por los que pasó el Moridero fue cuando
tuve que vérmelas con mujeres que pedían alojamiento. Venían a la
puerta en pésimas condiciones. Algunas traían en brazos a sus
pequeños hijos también atacados por el mal. Pero yo desde el primer
momento me mostré inflexible”
La
sexualidad, en “Salón de Belleza” sólo puede ser planteada en
términos de homosexualidad; sólo pueden intervenir hombres. Si se
vislumbra una crisis terminal (una catástrofe) es justamente porque
habitamos un mundo en el que no sólo los adultos (hombres o mujeres)
están enfermos; los niños también lo están. No hay esperanza, no
hay sueño alguno, no hay formas-de-vida posibles, (no es posible,
siquiera, la idea de “familia”) más que la forma de vida que
enferma a los hombres de una enfermedad incurable: (6)
“la
actitud con la que llegan varía de acuerdo con su carácter. Casi
todos están desesperados, pero algunos muestran signos de luz a
pesar de todo. Otros están derrotados por completo y a duras penas
pueden mantenerse en pie. Una vez recluidos, yo me encargo de
ponerlos a todos en un mismo estado de ánimo.”
La
enfermedad invade los cuerpos, hasta que llega un día en que el
organismo se ha vaciado por dentro de tal modo que no queda ya nada
por eliminar. En ese instante, no queda sino esperar el final.
No
sólo no hay medicina, sino que tampoco hay religión posible a la
cuál aferrarse para sobrellevar la enfermedad; de allí que otra de
las reglas del moridero es que están prohibidos los crucifijos, las
estampas y las oraciones de cualquier tipo.
Esta
falta total de esperanza en la humanidad, en la posibilidad del
surgimiento de nuevas formas-de-vida, se condensan, tal vez, en una
metáfora que define con precisión la catástrofe que nos trajo el
siglo XX y de la que nunca podremos huir: (7)
“lo
que antes fue un lugar destinado a la belleza, se convertirá
solamente en un espacio que alguna vez estuvo destinado a la belleza
y ahora lo está para la muerte.”
Pier
Paolo Pasolini, por su parte, ofrece –en “Teorema”- una salida
posible a la catástrofe que encierra el capitalismo. No deja de
plantear que, en este sistema, la burguesía aparece como clase
social que adora la razón; sin embargo, a causa de su negra
conciencia, maniobra para castigarse y para destruirse. La burguesía,
entonces, se sabe secretamente portadora de un mal, de una enfermedad
mortal, pero lo oculta bajo las formas sutiles del pensamiento. De
allí que la solución propuesta en el texto sea actuar antes de
pensar; porque, en el pensar, se propician las condiciones de
posibilidad para que la enfermedad no se detenga y la catástrofe sea
el destino insoslayable para toda la humanidad.
Mientras
que en Bellatín la enfermedad es irreversible y oprime fatalmente
el advenimiento de nuevas forma-de-vida, en Pasolini, por el
contrario, las almas sí tienen una salvación posible a su alcance.
La enfermedad que aparece (en modos diferentes) en cada uno de los
personajes, sí tiene cura. Pero deben luchar contra ellos mismos,
contra su propia identidad, para vencer a la enfermedad.
Al
referirse a Pedro, el hijo de la familia burguesa que retrata la
novela, el narrador afirma: (8)
“lo
que en él es pálido es otra cosa: la humanidad, el mundo, su clase
social. Sus ojos son muy inteligentes: pero su inteligencia está
como enturbiada por una enfermedad intelectual, de la cual Pedro no
se da cuenta, resarcido como está por la seguridad que su nacimiento
le ofrece al comprender y actuar.”
La
salvación, en “Teorema”, es posible sólo con la aparición de
otro: el huésped. Ese otro nos es presentado como la belleza y la
bondad sublime, otro al que se le ofrece hospitalidad. La apertura de
la morada “al otro” aparece, entonces, como posibilidad de
liberación. Mientras que en “Salón de Belleza” los huéspedes
son aquellos desesperados que, huyendo del mundo que los rodea, sólo
esperan poder morir, en Pasolini, por el contrario, el huésped es
aquel que viene a traer la cura (y la posibilidad de devenir en
nuevas formas-de-vida-) a la familia burguesa que está enferma por
haber sido poseída por la enfermedad que habita en su propia
condición social. En ese contexto, el revolucionario mensaje ha de
pasar por el erotismo; una zona liberadora que se revela en el
interior de un hogar que hasta ese momento se encontraba contenido
para conservar el orden burgués. Justamente, la venida del otro, del
extranjero, provoca en cada uno de los miembros de la familia un
sacudón, porque sacude el dogmatismo y la vida monótona que los
aplasta.
La
familia burguesa sólo puede evitar la catástrofe y devenir (cada
uno de sus integrantes) en nuevas formas-de-vida con la irrupción
de un factor ajeno a su propio núcleo constitutivo. Cada integrante
de la familia ve en el extranjero su llave al autoconocimiento; es en
el encuentro con el otro el que genera que cada uno de los personajes
salga, aunque más no sea transitoriamente, de la prisión de su
papel, de su ideología, de su historia. Y es que, como bien sostiene
Giorgio Agamben en “La potencia del pensamiento”, la vida acaba
haciendo del hombre un viviente que no se encuentra nunca
completamente en su lugar, un viviente que está destinado a “errar”
y a “equivocarse”.
Si
el amor, en “Salón de Belleza”, tiene como finalidad asistir a
los moribundos para que atraviesen el proceso inevitable de su
enfermedad con la mayor dignidad posible; el amor, en “Teorema”,
aparece no ya como forma de acompañar al otro hacia la muerte
inevitable, sino como la forma apropiada para liberar a los
personajes de la enfermedad que constituye a la clase social que
representan, y -de esta forma- evitar que ese mal que los aqueja se
propague a las futuras generaciones. En ese sentido, resulta radical
la transformación en la figura del padre (porque el padre, a su vez,
no evoca otra figura que la de la ley): el padre vuelve a ser hijo,
se infantiliza, vuelve a necesitar que le enseñen el camino a
seguir.
Si
la fábrica, en “Teorema”, es el lugar que pone en relación al
explotador (el burgués poseedor) con el explotado (el proletario
poseído), la unidad del desierto funciona como la negación de esa
articulación perversa; allí no hay ni unos ni otros: (9)
“el
hábito de la idea de la Unidad que el desierto asumía en los
sentidos, proyectándose como algo inmutable en la interioridad de
quien lo atraviesa sin poder salir ya nunca más de él (por más que
esté totalmente abierto), y la convicción de que era imposible
olvidarlo siquiera por un instante y por más esfuerzos que se
hicieran, se convertía casi en una segunda naturaleza que coexistía
con la primera y poco a poco la corroía, la destruía, ocupaba su
lugar: así como la sed mata lentamente al cuerpo que la padece.”
No
se trata, en “Teorema”, de aceptar la catástrofe de la vida como
una fatalidad irreversible de la que sólo se escapa al momento de la
muerte (como sucede en “Salón de Belleza”), sino de matar sin
prisa pero sin pausa, la enfermedad que llevamos dentro.
En
“Las
escaleras del Sacré Coeur”,
de Copi, uno de los personajes (el travesti Mimí) dice: (10)
“después
se pierde la fe. Una se deja llevar al Hospicio como antes a la
Oficina, dejando cualquier idea de vicio, de pasión o de capricho,
con el último recuerdo al entrar al Edificio”.
Lo que aparece allí es la resistencia de una forma-de-vida hacia las
instituciones que pretenden normalizarlo. En esa misma dirección se
encuentran las palabras de otro de los personajes (Ahmed): (11)
“no
se trata de arreglar ni nuestra raza ni el sexo, sí de poderse
expresar en una situación ardua.”
El
personaje que representa la “voluntad normalizadora” se encuentra
en la figura de la mujer solitaria (la madre de Lou), que le plantea
a su hija lo siguiente: (12)
“la
mujer es como es. No es una cuestión de época. No por tener una
verga adquirida en un sex-shop vas a eyacular a litros”.
El discurso de la madre no busca otra cosa que negar esa potencia
des-clasificatoria que observa en su hija.
La
madre le reprocha a Lou que busque fabricarse una ilusión en medio
de la miseria. Lo locura, en el texto, aparece como imposición
brutal de las formas de vida heredadas. Es por eso que Lou le
contesta a su madre: (13)
“ya
bastante me ha costado asumir esta locura que me diste por herencia”.
La locura, en tanto que se presenta como aquello que se impone a la
descendencia, bien puede ser pensada en términos de enfermedad que
se propaga. Así sucede con la herencia burguesa (la enfermedad
burguesa) que aparece como rasgo central en “Teorema”. La cura,
el remedio ante la catástrofe que se avecina, tiene que ver con la
ruptura radical de las formas de vida heredadas. En ese sentido, Lou
proclama: (14)
“no
soy tan sólo tu hija, soy una hija de la tierra”.
Sin
embargo, al asumir su deseo de romper con la tradición heredada, Lou
confiesa su temor a ser madre. Su hijo, según ella misma lo afirma,
no será hijo de nadie (de lo contrario se estaría haciendo con el
hijo lo mismo que hicieron con ella): (15)
“no
tendrá que ser un hombre, no será nena o varón. Lo sé, yo sé que
es la suma de todas las adiciones.”
En el texto, la diversificación de los géneros sexuales (no ya el
modelo binario hombre-mujer, sino la aparición de travestis o
transexuales) funciona como estandarte para la lucha contra las
formas de vida que las instituciones sociales tienen programas para
las personas, en tanto que las mismas se clasifican en hombres o
mujeres.
Lou
no sólo teme a la maternidad. La “desclasificación” que hace de
su futuro hijo, la lleva a pensar en que apartarse de las normas
puede resultar una experiencia monstruosa: (16)
“tengo
miedo que nazca con la cara de mi madre y el cuerpo de un animal”.
Si
en “Teorema” la enfermedad siempre estuvo latente en la familia
burguesa sin que sus integrantes se percaten de ello hasta la llegada
del huésped, en “Las escaleras del Sacré-Coeur” se toma
conciencia de la enfermedad con la llegada de la maternidad: (17)
“apenas
nació mi hijo yo misma me envenené”
dice la protagonista. El texto finaliza con la muerte Lou trágica de
Lou y el principio de una esperanza; su hijo queda al cuidado de los
travestis Mimí y Fifí. Mimí le da el pecho, es decir, lo
“alimenta”, asumiendo un lugar maternal desde su posición
marginalizada en la sociedad, dando lugar a la posibilidad de una
nueva forma de familia, (algo que Lou no pudo hacer, encerrada como
estaba en la propia catástrofe que sufrió por haberse asumido como
una forma-de-vida).
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