jueves, 31 de diciembre de 2020

EL AÑO QUE ESTUVIMOS EN PELIGRO

 



Lo paradójico que nos evidenció este 2020: el contacto con los demás enferma tanto como cura. Y la misma lógica para la situación inversa: estar solos, estar aislados, nos enferma tanto como nos previene de una enfermedad.

La lección parece evidente: la sanidad está en aprender a medir esa distancia, el fino equilibrio entre un estado al otro: del solipsismo a la sociabilidad. Entrar y salir de un estado a otro. A quién acercarnos? De qué manera acercarnos? Estar con los demás todo el tiempo enloquece y enferma tanto como estar solos todo el tiempo. La segunda situación fue, para mí, una constante durante buena parte del año. Y vi mi sueño (pero no mis sueños) totalmente afectado de una manera que nunca hubiera imaginado: literalmente no poder dormir. Meses sin poder dormir dos o tres horas en forma profunda y sin interrupciones. Acostumbrarme a la sensación cotidiana de no estar nunca enteramente dormido ni enteramente despierto ("soy el personaje de el maquinista!")
No dormir y volver una y otra vez sobre la pregunta que nos hace el Indio: "¿ cómo combatir a un monstruo sin volverse uno?"
No dormir y pensar en la consigna de una amiga francesa : "si no escribís, ni te analizas, ni estás enamorado, estás muerto".
No dormir y pensar en la consigna de un amigo francés: existen tres "acontecimientos" que nos hacen despertar a la vida: el amoroso, el político y el artístico (dicho esto entendemos nuestro tremendo fastidio mientras esperamos en la cola del supermercado: allí, mientras comparamos nuestra compra con la del vecino de caja, estamos muertos)
Pero no hay pandemia ni insomnio (personal o colectivo) que dure cien años. La vacuna ya está entre nosotros y, con ella, la necesidad de pensar cómo estar solos y cómo estar con los demás.
Esta noche confío en poder dormir: termino el año agotado pero sin haberme convertido en un monstruo. Y termino el año vivo, a juzgar por las consignas de mis amigos franceses.

domingo, 27 de diciembre de 2020

INVENTARIO 2020




El noticiero matutino, la resaca, el miedo a la muerte, la vida sana, la necesidad imperiosa por encajar, la desesperación por acumular, el hambre de gloria: siguen las firmas en el listado de los obturadores de pensamiento.

"Hay que levantarse pronto de la mesa si uno quiere dejar obra porque la tele impide pensar; digan lo que digan es un mantra excepcional y alienante que clava en posiciones fijas el culo y la mente. Pensar, citemos a Fogwill, es que no te hagan la lista del supermercado, y a un pobre argentino que desayuna frente a algo tan terrible como TN mudo, le tacklean  la soberanía intelectual en cinco minutos.

La resaca, por dios, impide pensar. La lengua áspera de gato, la cabeza pesada como un volquete, esos días que rogás que el cielo esté gris y que el aire esté pantanoso para que el cerebro blando se integre al ambiente desparramándose como puré de manzana, no se puede pensar. Y parecido a la resaca, esa tristeza que no sabés de dónde viene, que no podés ni pensar por qué estás triste y pasás todo un día a pérdida y te metés en la cama con la cabeza apagada. Todo un puto pozo negro que debe tener que ver con la muerte, con el sexo y con la infancia. Algo que viste o que pensaste te sacó de andarivel, no lo pudiste controlar y quedaste hecho bolsa con las persianas bajas. ¿Y estar vivo es así de choto?

Esto se ha dicho muchas veces y ni siquiera sé si es cierto, pero ahí va: lo que impide pensar a fondo es la necesidad imperiosa por encajar. Uno quiere ser libre y artista, y hombre y mujer y ciudadano y conchudadana, y decir lo que piensa y siente, y por otro lado quiere tener fuerza, necesita ser mirado uno, confirmado, estimado, valorado, aceptado, quiere ser vago uno, además, quiere estar tranqui uno, tener guita, tener plasma, tener cosas cómodas y cosas de valor, tener licuadoras actualizadas, esas grises que venden en Geo, que son como industriales o bélicas. Quién no va a entender la desesperación que te agarra por tener cosas. Todos nos hemos criado con cuentos de pobreza, hasta los que son ricos tienen historias así para contar, hay pocos ricos de cinco generaciones de ricos, más bien acá hay ricos recientes, aun los que ya llevan cincuenta años de socios de Tenis Club Argentino y le dieron su apellido a algunos pueblos de la La Pampa, tienen un abuelo que apenas comía pan con aceite y te lo cuentan, los hijos de puta. Querés tener cosas, entonces, querés ir a fiestas buenas, querés tener mesas ratonas lindas, que entres al living y vos misma, mamá, te digas: "mirá que mesa ratona tengo". Eso hay que armarlo. Entre tener una aspiración y alcanzarla, la zancada no es olímpica pero no es gratis, requiere sus sacrificios y en muchos casos sus simulaciones. Ahí es donde parás de pensar todo lo que podés pensar sobre la vida de los hombres, sus deseos y sus censuras, para pensar en función de la comodidad más prosaica.

Es que el hambre de gloria te impide pensar, aunque sea la gloria módica de acá, para tener cosas o para asomar la cabeza y no pasar por pobre, así como así. Y para infiltrarte en la gloria hay que ser un zorro en el desierto y pensás tácticas todo el tiempo. Y arriba, cuando ya estás en el cerro de la Gloria sacándote la foto con Nicolino, dicen que te volvés tarado, como una consecuencia natural de que ya está, descansemos, y empezás a guardarte las reflexiones más podridas que tenés.  Vejez y boludez no van siempre juntos pero cierto formato de la vejez puede impedirte pensar, el reblandecimiento, el circo de las trayectorias, podés llegar a decirle Gabo a Garcia Marquez, o recibir una medalla al mérito, si te va mal, en la escuela donde hiciste el secundario, y están quienes entre los sesenta y los ochenta años, se dedican a relatar una y otra vez lo que hicieron entre los veinte y los cuarenta. La mitad de la agenda ocupada en la salud, en las tareas preventivas, la otra mitad dedicada a la memoria de sábados circulares. 


Y el sexo, dios, cuánto tiempo de cabeza insumen esas cosas, ese motorcito porno fabricando pensamiento improductivo. Remember Oyarbide en Tribunales, mirando papeles aburrido una mañana, folios! y de pronto se acuerda de Tomás, ponele que Tomás, el pibe vestido de gladiador romano que usaba casco y todo, y que lo agarra -en el video que pasó Grondona-  de la manito a Norberto como si lo fuera a subir a la calesita, y el juez once y media de un lunes hervía porque no se le iba el poster de Tomás de la cabeza, y Tommy de 24 años, cien kilos de sangre y músculo, addominales duros como un edificio y a las doce pensó el juez, basta, pero dijo el juez: "me voy a un allanamiento, Alicia. El tipo no pudo pensar, no pudo ver la foto grande. Los celos impiden pensar y en celo no se puede pensar. Perdés soberanía como loco.

Y después está lo que no se puede pensar. Todos pensamos al menos una vez que Cristina es un personaje monstruoso. ¿y qué hacés con eso? Porque no es que se te ocurrió o que repetís como un loro lo que escuchaste en la radio, lo pensaste en serio, con la soberanía de tu lista del supermercado. Viste al personaje, lo escuchaste y pensaste algo así como qué terrible, sentiste lástima por ella, viste algo muy muy fallado ahí, y pasaste a negarlo, obvio (negar lo obvio), porque nadie quiere arruinar la paz pública de tal manera. Y no vas a poder evitar nada, además. Querés que lo que tenga que pasar, pase pronto, como se dice en los hospitales en voz baja y con culpa. Y sin darnos cuenta. Lo que queremos todos, morir durmiendo.


"UN BREVE INVENTARIO" POR ESTEBAN SCHMIDT" 




domingo, 20 de diciembre de 2020

FINAL DEL JUEGO






 Un amigo me avisa del cierre del Ensamble. Ese mismo amigo, hace más de diez años, fue quien me recomendó el lugar.

Entro a la página oficial del teatro y lo confirmo: el 2020 no sólo se llevó puesto el trabajo y la salud de infinidad de personas; también hizo lo propio con los espacios culturales (que también forman parte del universo del trabajo y de la salud)
Muchos de los que leen esto saben de mi relación con ese lugar; aunque quizá no sepan muchas cosas que me pasaron ahí.
En el Ensamble vi reír a mi primo y a su novia hasta las lágrimas y sentir que su risa (y la del resto de la sala) funcionaba para mí como unas manos gigantes que me elevaban; en el ensamble descubrí música que, de otro modo, nunca hubiera llegado a mi vida (pienso en "Buena Vista Social Club"); en el bar del ensamble escribí el cuento "Uno menos Dos" que terminó siendo seleccionado en un concurso y posteriormente editado en un libro; en el ciclo de cine del ensamble vi "Boyhood", la película que capta con un nivel de sutileza notable el instante preciso en que una chica siente que se enamora; en el ensamble confirmé que no hay forma posible del humor o de la emoción si la persona que lo transmite no tiene una relación de intimidad con eso que está dando, es decir, si no lo divierte o lo emociona lo que tiene para ofrecer; en el Ensamble vi actuar a Carlos Portaluppi y a Luis Machin y recuerdo, después de cada una de esas funciones, haber salido caminando en dirección contraria a la que estaba el auto; en el Ensamble me ilusioné con que algunos vínculos familiares podían renacer definitivamente; en el Ensamble pude terminar de ubicar el lugar que ocupan algunas personas en mi vida; en el Ensamble disfruté infinidad de veces de la parodia de los pastores de la tele, el "deje de sufrir", con frases del tipo "si usted tiene una casita en Santa Clara, o un auto con vtv y lo aporta a la causa, después en el cielo recibe una mansión, pero si usted es pobre en el cielo no recibe nada", o exorcismos a personas poseídas por el espíritu de Carrió; en el Ensamble me olvidaba de los problemas laborales cuando parecía que los problemas laborales se adueñaban de mi cabeza; en el Ensamble los mozos me saludaban como si fuera su amigo, poniendo en practica la letra de una canción de Pearl Jam: "primero somos amigos y después nos conocemos".
Al ensamble debería agregarlo inmediatamente a la lista de agradecimientos que hice este año cuando tuve el ascenso en el trabajo. Lo hago ahora, en forma tardía, con la noticia del cierre.