martes, 29 de diciembre de 2015

MÙSICA PARA DESPEDIR EL AÑO...

 

"LA MÙSICA DE UNA VIDA" (FRAGMENTO)

"Se alejó del Kremlin y se zambulló entre las ramas de los bulevares, cargadas de lluvia. La historia del violín, el terror nocturno, sus años de soledad de apestado le volvían de vez en cuando a la mente, pero sobre todo para intensificar la felicidad que estaba viviendo en ese momento. El murmullo de sus padres durante la noche y el acre olor del barniz quemado eran los únicos recuerdos de esos tres años negros: 1937, 1938 y 1939. Nada en comparación con los variados placeres que colmaban su vida desde entonces. Y ahora, esa camisa mojada pegada a su pecho, el mero placer de sentir su cuerpo joven, ágil y musculoso, hacían desaparecer la angustia de los años de cuarentena. Sobre todo su concierto, dentro de una semana. Imaginaba a sus padres sentados al fondo de la sala (les rogó encarecidamente que fueran de incógnito) y, en primera fila, una de las chicas con quien había bailado La mirada de terciopelo en la fiesta de fin de año. Lera.
De nuevo pensó en la calcomanía. El mundo entero se asemejaba a ese juego de colores: bastaba con retirar la hoja de papel fina y sombría de los malos recuerdos para que la felicidad resplandeciese. Como resplandecía, a principios de mayo, la desnudez de Lera bajo un vestido de color marrón que juntos arrancaban en la precipitación de unos besos aún clandestinos, con el oído puesto en los ruidos del pasillo de la dacha: el padre, físico de profesión, ya retirado, se encontraba trabajando en la terraza y de vez en cuando reclamaba una taza de té o un cojín. De una sana desnudez, su cuerpo era como los que se veían participar en esa época, vestidos con camiseta ajustada, en los desfiles en honor de la juventud. Las palabras de Lera también eran muy sanas. Hablaban de familia, de su futura casa, de hijos. Alexei presentía que su matrimonio con Lera le convertiría definitivamente en alguien como los demás, borraría la silueta del adolescente que espiaba los sonidos de las cuerdas consumidas por el fuego. Pero más que con el hogar familiar de recién casado, soñaba en realidad con el coche de su padre, un enorme Emka negro, tan confortable como el camarote de lujo de un transatlántico, que ya sabía conducir. Para deshacerse de una vez por todas del adolescente asustado, le bastaba con imaginarse el coche, a él, a Lera y la franja azulada del bosque en el horizonte. "

sábado, 19 de diciembre de 2015

SIEMPRE IGUAL, TODO IGUAL, TODO LO MISMO...?


 

"Autobiografìa peronista" Por Martìn Kohan para Perfil

A mediados de los años 80, a lo largo de tres meses o de cuatro, practiqué el justicialismo (lo practiqué o lo ejercí, no sé cómo expresarlo. Debería decir así, sin más: “fui peronista”; pero, por lo visto, no me sale). Fueron semanas plenas de enjundias y efervescencias, de mitos y de taxatividad. Mi papá, con impaciencia, intentaba disuadirme, y dedicamos unas cuantas noches al hábito, hoy desprestigiado, del debate político en familia, con acaloramientos y mutuo desdén. Me atraía ese peronismo en la oposición, firme en apariencia al contrastar con los vaivenes tan típicos del radicalismo.
Vociferé la marcha en algún acto vespertino, y cánticos al tono en la bandeja media de la tribuna de Casa Amarilla. Tiempo después, sin embargo, decliné este pero-nismo. Las lecturas de la universidad, las clases con David Viñas y con Beatriz Sarlo, me fueron apartando del General y de Eva, de Cafiero y de Manzano. Progresista nunca he sido, es cosa que me resultó siempre ajena; pero me fui haciendo de izquierda con los libros de Lukács y de Gramsci, de Althusser y de Theodor W. Adorno, de Sartre y de Bertolt Brecht; con lo que Marx y Engels dijeron de Balzac; con lo que Lenin escribió sobre Tolstoi, y Pierre Macherey sobre Lenin; con lo que Trotsky les señaló a los formalistas rusos, lo que intentó hacer con André Breton.
De aquella experiencia juvenil justicialista, breve pero intensa, me ha quedado, hasta hoy, esta fuerte huella: la del rechazo del antiperonismo visceral. Esa clase de ciego fanatismo me es menos soportable que aquel otro fanatismo, al que se opone en simetría y del que, no sé por qué, se cree mejor o más sensato. El odio antiperonista me apabulla; nos consta que puede llevar al delirio o a la discriminación artera incluso a figuras que admiramos (a Borges, que felicitó a Videla, o a Cortázar, que vio monstruos en los pobres).
¿Cómo modular una crítica certera de los límites ideológicos del peronismo sin deslizarse penosamente hacia las taras del antiperonismo ciego? Intenté encontrar una respuesta a esta pregunta entre los brillantes integrantes de la revista Contorno, que se plantearon con limpidez la cuestión en el número doble (7-8) de la revista, publicado en julio de 1956. Leí esos textos críticos entrando ya en los años 90, es decir, en el menemismo, esa etapa en la que el peronismo se integraba con lo otro de sí (con el almirante Rojas, con Alsogaray, con el sucesor de Braden, con el tilinguerismo).
En estos días de fin de ciclo, creo notar que se fue activando entre nosotros un imaginario made in ’55: el imaginario de una épica de civismo republicano en lucha contra el fascismo imperante; el de la restauración de un orden estrictamente regulado contra los desbordes del populismo demagógico; la fantasía abolicionista de borrar de la faz de la tierra al régimen recién acabado, su lenguaje, sus nombres, su recuerdo; la fantasía correspondiente de entrar en una era de resistencia, años de esperar y de soportar, con la consigna latente de un “volveremos”.
Todas estas semejanzas puede que sean, en última instancia, menos reales que imaginadas. Pero, ¿de qué está hecha la realidad política, en buena medida, sino de eso que se imagina: de los miedos, los deseos, de los modos de figurarse el mundo? De esas mismas semejanzas brotan, en cualquier caso, insoslayables, las evidentes diferencias. No es igual que el ’55: se acaba, en efecto, una era, pero esta vez sin bombardeo aéreo ni cañoneras apuntando desde el río hacia acá; hay afán de deshacer y revertir, pero esta vez sin censuras ni persecuciones; hay una ilusión de retorno, pero esta vez sin clandestinidad ni proscripción.
No son diferencias menores, por supuesto: son mayúsculas. Pero definen, en lo que tienen de distinto, un hueco histórico imaginario. ¿Cómo pasar de una cosa a la otra? ¿Cómo enlazar una etapa con la siguiente? Acaso todo el sainete del traspaso de mando podría estar expresando esa diferencia cualitativa con la historia. Diferencia positiva, alentadora, por más que haya asumido la forma neta del papelón; histeria de Balcarce 50 o de Rivadavia y Callao, vaivén de banda y de bastón en vilo, despechos de allá no voy y acá te espero.

sábado, 12 de diciembre de 2015

BLANCA Y RADIANTE VA LA NOVIA...


 

"Usureros de la felicidad" Por Daniel Link para Perfil

Antes de la boda, mi hija entregaba sobres repletos de dinero: a los proveedores de mobiliario, a los de la cocina, a los siniestros inspectores de CAPIF y SADAIC (curiosamente, esas asociaciones de buitres cobran en efectivo, como los vendedores de droga y probablemente por la misma razón). La novia estaba de blanco, ellos blanquearán después. Dije en su momento (la emoción no me dejaba hablar): “No vengo acá a cumplir con la obligación milenaria del padre que entrega a su hija a un clan extraño para garantizar la supervivencia de la cultura. Vengo aquí, junto con ustedes, como testigo privilegiado de un amor que hoy se transforma en instituto matrimonial.
¿Cuantos amores se pueden tener a lo largo de una vida? Dejo de lado los arrebatamientos, que nunca sabemos exactamente como interpretar: amores frustrados, sin historia y, por lo tanto, sin destino y, sobre todo, sin Tiempo. La diferencia radical entre el amor y el arrebatamiento tiene que ver con esa perspectiva temporal: no tanto que el amor va a durar muchos anos, todos los anos (mientras que el arrebatamiento es instantáneo), sino que el amor ya ha durado demasiado y en cada uno de sus instantes existe su historia entera. Todos sabemos, porque el amor no es sólo una intensidad interior, sino algo que sucede en círculos de sociabilidad, cuánto amor hay entre Eugenia y Guillermo. Él la necesita a ella como la luna necesita de la poesía para brillar en la noche, y ella lo necesita a él como el viento necesita de los árboles para soplar suavemente su música. Eugenia es carne de mi carne y sangre de mi sangre. Guillermo, no. Pero hoy no sabría decir cuál es más propio y cuál es más ajeno, porque juntos armaron una unidad indestructible.
Yo no sería yo, sin embargo, si no les lanzara a los dos esta amenaza: sean fieles y verdaderos el uno con el otro, crezcan juntos, trátense bien, cuídense, usen la imaginación para salvarse del tedio matrimonial porque, de lo contrario, mi espectro se les aparecerá como humo negro, como un gigante demente, y les arrancará nervio tras nervio. No dejen de sostener el amor que se tienen hasta el fin de los Tiempos, porque ésa es la única inmortalidad que ustedes y yo podemos compartir, queridos míos”.
Después de la boda, subí un videíto muy casero a youtube, para poder mandarlo a mis amigos. De inmediato se me advirtió que infringía no sé qué reglas de copyright, porque se escucha un tema musical mientras ella baila.
Mi hija ya está de viaje y no puedo pedirle el recibo de CAPIF y SADAIC (si acaso se lo dieron), para demostrar que pagamos los derechos correspondientes a esa propalación de basura industrial y vigilada. Una pena que un acto de puro amor se transformara tan de repente en una miserable extorsión. Pero a lo mejor es una advertencia: Lasciate ogni speranza.

sábado, 5 de diciembre de 2015

OJOS QUE NO VEN...



 

Mientras esperaba en el bar de la clínica el turno para entrar a conocer a mi sobrina (nacida en la tarde del día de hoy, bajo el nombre de Belén, mediante parto natural y pesando casi 4 kilos), la tv puso frente a mis ojos una noticia que -como todas las noticias- sonaba repetida: que hubo una matanza en Estados Unidos. De allí en más (mientras subía a la habitación 105, mientras tenía a mi sobrina en brazos, mientras manejaba de vuelta al departamento) muchas cosas se cruzaron en mi cabeza. Me acordé de Urdapilleta por ejemplo, cuando -en tumberos- le preguntaba a un militar si era capaz de escuchar el sonido de los niños ("¿escucha el sonido de los niños? quieren salir a jugar.."). Pensé, también, es una definición que se me ocurrió de lo que puede ser la sabiduría, que se me ocurrió hace varios años, y que trato de aferrarme a ella cuando no se bien qué hacer; se me ocurrió -y al día de hoy no tengo motivos para oponerme a mi invento- que la sabiduría no tiene que ver con un determinado bagaje cultural, sino con darse cuenta -A TIEMPO- qué es lo que hay que defender.
Y pensé en mi sobrina, en que todo lo que ella y sus pensamientos necesitan para crecer. Y en los (pequeños) milagros que van a estar de su lado cuando comience a leer...