sábado, 30 de julio de 2011

CONFESIONES DE INVIERNO...





Día del amigo = reunión con amigos.

Lugar del encuentro: Partido de San Martín (pizza libre)

Amigos en cuestión: Eduardo/Mariano/Daniel.

Motivo Amistad = Veranos (tantísimos) compartidos en el barrio Alfar de Mar del Plata, acompañados por encuentros (poquísimos) en la ciudad de la furia.

Estado cívico-social-emocional actual de cada integrante: Eduardo, a punto de casarse con Mariana (ex cuñada de Daniel), residiendo en CABA desde hace algunos años, con nuevo trabajo de ingeniero para una multinacional, buenos ingresos, poca tranquilidad y paz interior (aunque abundante paz exterior) ante la imposibilidad (por exclusiva neurosis personal) de proyectar en su realidad un futuro lejos de los semáforos y los subtes y cerca de las vacas y los tractores. Pequeños androides bebe aparecen interconectados (vía wi-fi)en su futuro inmediato.

Mariano: En pareja hace varios años con Rocío. Flamante papá de Santino. Músico talentoso (juro que le tuve muchísima fe a su malogrado invenio claroscuro) así como un deportista invertebrado, devenido en empresario del calzado. El Barrionuevo del Partido de San Martín, donde la TV suele sorprenderlo haciendo negociados en el bar de la esquina de la estación mientras toma licuado de banana.
Siendo, como Ari Paluch, un optimismo del optimismo,sufre, al igual que Eduardo, de neurosis habitacional. Sin embargo, a diferencia de nuestro amigo ingeniero, puso fecha de caducidad al mundo enfermo que nos envuelve: el año que viene, dice, se va ir a Córdoba, a respirar el aire puro de las sierras junto a Ricardo Iorio.

Daniel: Abogado en voz baja, literato en voz media-alta. Buscando un lugar (más simbólico que real) con templada desesperación. Empleado del aparato burocrático-sellístico provincial. Devoto de su trío tutelar: Fogwill-Urdapilleta-Indio Solari. De novio con Florencia, madre de una nena de dos años. Rodeado (al igual que los otros dos) por la idea/realidad de la paternidad y las responsabilidades que ello implica en cuanto a la ruptura o no de los patrones sociales y familiares adquiridos.

Resultados del encuentro: Goce absoluto y necesario para las bellas almitas en cuestión.

Próxima salida: casamiento de Eduardo, con perlitas rialescas varias que sucederán entre foto y foto y que serán reveladas a los seguidores del blog a su oportuno momento...

miércoles, 27 de julio de 2011

LA PALABRA EN EL DESIERTO...





¿Experiencia o literatura?
por Daniel Link para Perfil Cultura


¿Por qué nos convendría leer en los márgenes de la literatura o, incluso, leer marginalmente el centro de lo literario (es decir: el canon)? ¿Debe entenderse esa manía revisora (no quiero decir “revisionista”, pero se trata de eso) como una impugnación a las concepciones hegemónicas de la literatura, como resistencia al poder que, al mismo tiempo que fabrica modelos, establece sutiles dispositivos de censura? Eso, desde ya: pero también podría señalarse que tanto en las ampliaciones y desplazamiento de lo que se considera canónico en una literatura (por lo general, nacionalmente considerada) y la iluminación de zonas antes en penumbras, lo que se pretende es una vivificación de experiencias de la literatura (todas singulares) más que una versión corregida de un ordenamiento supuesto perfectible.
El canon supone procesos de selección, atribución de propiedades y de modelización (lo mismo para los santos que para los textos). Un texto o una vida, por lo tanto, no serían singulares, sino que son singularizados por un proceso complejo. La singularización afecta a una vida o a un texto que luego, en un segundo paso (ya no un paso de vida, sino un paso a la institución literaria), se volverán representativos y ejemplares. La vida de Rodolfo Walsh, la obra de Walsh, se dice, representa una manera de articular experiencias y sentidos, un modelo (positivo o negativo).
Algo del orden de lo particular (la vida vivida, el texto escrito) se singulariza, y luego de ese proceso de singularización se vuelve, de algún modo, universal. Una vida representa “la vida”, un texto representa “la literatura” (en cortes periódicos, al menos). Es así como la historia consagra una obra.
Una obra es ese encuentro real entre una masa de discurso y una vida: el nombre propio (Borges, Walsh) no es sino una forma de denominar un encuentro entre lo literario y lo viviente en el que un sujeto pone en juego su vida (como un apostador se juega su vida). Luego, el canon clasifica: asigna un lugar, una posición, una clase. Pero también transforma en clásico. ¿Todas las obras que integran el canon son clásicos? ¿Lo son del mismo modo? La clasificación se realiza de acuerdo con un ordo, que no es sólo posicional, sino jerárquico. Hay órdenes (entre los santos, entre los ángeles, entre las obras) y podría decirse que el clásico ocupa la jerarquía de primer rango dentro del canon (Hernández, Borges, Walsh). El clásico se propone como un modelo definitivo y para siempre (aun cuando, lo sabemos, el canon esté sujeto a revisiones, modificaciones, disputas, aniquilamientos).
Una obra se construye en dos dimensiones. Y la obra, como objeto de análisis, supone, pues, un doble sujeto. Por un lado, quien progresiva e imaginariamente otorga sentidos a su propia experiencia. Es el autor (no tanto la “persona”, sino el modo en que el sujeto se constituye en garante de ciertos textos). Por otro lado, quien retrospectivamente otorga sentidos a una práctica ajena. Son los críticos, los editores, los maestros. La obra será, pues, el espacio de articulación de dos subjetividades bien diferentes y es por eso que leer desde los márgenes (a contrapelo, si se quiere, de las lecturas hegemónicas, establecidas) puede ser tanto o más revelador que leer lo marginal.
Esa articulación puede ser a veces problemática, como en el caso de Rodolfo Walsh, porque al postular su nombre como una pieza decisiva del canon argentino, tal vez haya que definir previamente qué tipo de experiencia es la que se quiere leer en la articulación entre los textos y la vida de Walsh. El canon homogeneiza las diferencias entre las obras o los autores, precisamente para poder proponer modelos (que, a posteriori, se leerán como consistentes entre sí).
Angel Rama, por ejemplo, nos ha persuadido de que Walsh es el heredero de Borges, el que vuelve a hacer en los sesenta y los setenta lo que Borges hizo en los treinta (“Rodolfo Walsh: la narrativa en el conflicto de las culturas” en Literatura y clase social. México, Folios, 1983). Sea. Pero eso supone una operación de homogeneización propia del canon que pone a la experiencia que reconocemos como Walsh, retrospectivamente, en un lugar que tal vez le resulte incómodo.
La experiencia literaria de Borges es, lo sabemos, una experiencia del agotamiento. La de Walsh, por el contrario, es la experiencia de la imposibilidad (de menor intensidad que la de Beckett, pero con el mismo alcance) y, aunque la diferencia parezca muy sutil, es sin embargo inconmensurable (sin que esto implique, naturalmente, un juicio de valor, dado que la experiencia se sustrae, por principio, al dominio de lo estético).
Esa inconmensurabilidad significa, también, que no hay entre dos experiencias semejantes una relación genética (como quien dijera: después del agotamiento, la imposibilidad), porque la experiencia de la imposibilidad tal vez haya sido declarada mucho antes (por lo pronto, en Beckett).
No es que Angel Rama se equivocara al juzgar a Walsh, en algún sentido, borgeano. Es que lo tomaba, ya, en otro lugar (el lugar de la posteridad) que no era el lugar de la propia experiencia de Walsh.
De modo que la construcción de una obra es un proceso complejo y delicado. Un sujeto, el escritor, realiza opciones en relación con los textos, marca lugares de pertenencia, elige circuitos de circulación, formas adecuadas a un proyecto literario, juega su vida en relación con una masa de discurso (o ciertas imágenes). La institución reacciona de un modo o de otro, pero lo cierto es que vuelve a imprimir los valores universales del arte.
El canon estetiza. Facundo, por ejemplo, carece ya, para nosotros, de todo valor político (recuérdese que para muchos de sus contemporáneos, entre ellos José Hernández, se trataba de la obra de un asesino, de lo que podrían ser prueba circunstancial los fragmentos de correspondencia sarmientina sobre los gauchos y los paraguayos). Fuera del horizonte histórico de actuación política de Sarmiento, el canon nos autoriza a admirar la prosa de Facundo con absoluta prescindencia de los contenidos políticos que explicaron su emergencia (del mismo modo que no leemos ya La Ilíada en relación con su eficacia respecto de los modos de organización de la vida en el período jónico). El canon exige que los fundamentos de una obra sean sólo los universales del arte. Autonomiza (y, por lo tanto, estetiza) aquello que, en un nivel o en otro, formará parte de la institución literaria.
Porque el canon es esencialmente una construcción pedagógica (el tesoro de la humanidad, de la raza o de la patria) es que debe homogeneizar, monumentalizar y estetizar los textos que lo integran. Para quien pretenda una experiencia de lo literario (siempre singular, aun en la repetición), el canon puede resultar opresivo, porque tiende a normalizar y clasificar lo inclasificable. “YO YA NO ESCRIBO MAS”, exclama Walsh (con mayúsculas, en Ese hombre y otros papeles personales). Pero siguió escribiendo.
Escribir es seguir escribiendo pese a todo, porque hay que hacerlo, aunque no se pueda escribir, aunque no se encuentre la forma, la novela, el momento histórico, el público o, simplemente, el deseo. No acordarse es el motor. No acordarse de nadie ni de nada. Escribir en el vacío, contra el canon, o en sus márgenes.

lunes, 25 de julio de 2011

CUANDO LO PEOR HAYA PASADO...




Testigo privilegiado de la segunda mitad del siglo XX, Kapuscinski (Los cínicos no sirven para este oficio, Anagrama, 2002) ha dejado en sus libros la honda crónica —política, humana— de muchos de los conflictos que han moldeado nuestro presente. En esta conversación, el aclamado periodista reflexiona sobre las guerras de hoy y las de ayer, y sobre las pautas que regirán las guerras de mañana.

La realidad de Varsovia es tan dramática, y las huellas de la guerra se hallan tan presentes, que las postales que se venden en los hoteles son muchas veces las imágenes de las ruinas dejadas por el ejército alemán. Varsovia fue víctima doble: del ejército alemán, que la destruyó tres veces: en 1939, durante la invasión que marca el comienzo de la Segunda Guerra Mundial; en 1943, como castigo inmisericorde al levantamiento del gueto judío; y en 1944, como represalia a la sublevación ciudadana contra la ocupación. Y del ejército ruso, que invadió Polonia del Este gracias al protocolo secreto de los acuerdos Molotov-Ribbentrop, con Katyn de emblema, y que no socorrió a los patriotas polacos sublevados al detener sus tanques y artillería a orillas del Vístula en plena ruta a Berlín. Salvo algunas manzanas del viejo casco histórico, reconstruidas a conciencia, y el circuito del Parque Lazienki, el resto de la ciudad alterna la cal viva de la guerra con la arquitectura y la concepción urbana del bloque soviético, con el Palacio de la Cultura y la Ciencia, "regalo de los pueblos de la URSS al pueblo polaco", de mastodóntico epicentro. Quizá por ello sorprenden tanto las nuevas construcciones que crecen a lo largo y ancho de la ciudad. Tienen algo paradójico, casi cruel, las luminosas tiendas y los relumbrantes nuevos comercios en un mar urbano tan adverso. Pero no por su presencia, islas en el mar de los sargazos, sino porque de tan contrastantes producen vértigoretrospectivo: saber lo que pudo ser y no fue por tantos años. Pero, quizá regida por la ley de las compensaciones, Varsovia irradia energía y vitalidad.

Y pese a que mis juicios son los de un turista apresurado sin un mínimo de competencia en polaco, la simple cartelera de teatro, cine, exposiciones y conciertos del mes es deslumbrante. Una manzana sí, otra también, una nueva librería sale al paso del transeúnte, con estanterías repletas de obras traducidas de todas las lenguas de Babel, y lectores, muchos lectores. Por otras referencias, como los ensayos de Sergio Pitol sobre su estancia de muchos años en esta capital, sé que esto es sólo la punta del iceberg de una vida cultural riquísima.

A lo largo de su carrera como corresponsal, Ryszard Kapuscinski ha cubierto decenas de revoluciones, revueltas, rebeliones —la erre como motor inicial del cambio—, guerras, golpes de Estado, genocidios —la ge como sinónimo de sangre—, preocupado más por las causas de los conflictos y por el sufrimiento que provocan en la gente común que por lo efímero de las últimas noticias. En español, la editorial Anagrama ha publicado seis títulos de los más de veinte que comprende su obra (El Emperador, El Sha, El Imperio, La guerra del futbol, Ébano y Los cínicos no sirven para este oficio) y prepara una antología de sus reflexiones sobre el mundo y el trabajo de reportero, agrupadas en polaco, en varios volúmenes, bajo el título de Lapidarium, la vitrina en donde los museos exhiben los pedazos rotos, pero de indudable valor, que no logran conformar una pieza única.

Kapuscinski me recibe una soleada mañana de junio en su estudio, un pequeño ático adjunto a su departamento del centro de Varsovia, el lugar de descanso y trabajo de un nómada infatigable, el escritor que ha sido definido como el último humanista y el mejor periodista del mundo. Testigo privilegiado e intérprete lúcido de un siglo en llamas. Me encuentro con un anfitrión amable y sonriente, modesto como suelen ser casi todos los grandes, que me confiesa de entrada, como una sutil forma de la hospitalidad, su nostalgia del sol, la gente y la comida de México (el orden de la enumeración es del propio Ryszard), en donde vivió cuatro años como corresponsal de la Agencia de Noticias Polaca para Latinoamérica. Tardé en advertir que gracias a sus reflejos profesionales la cita había comenzado de la peor manera posible, pues era él quien me estaba entrevistando a mí: de dónde soy, cómo está México, qué tal la revista en España. Lo que sigue es la manera que encontré de darle la vuelta al rumbo inicial de la conversación.

La primera impresión que tiene un lector suyo es sorprenderse —y no pocas veces emocionarse— con la enorme capacidad de empatía que tiene usted con las situaciones extremas y con su capacidad de soportar condiciones terribles con tal de llegar a la gente y narrar su historia. ¿Fue Polonia una buena escuela de estoicismo?
Nací en una parte de Polonia que ahora forma parte de Bielorrusia, muy al este de Varsovia, fuera de nuestras fronteras actuales. Era la parte más pobre de Polonia y posiblemente de Europa. De hecho, sigue siendo muy pobre. Una tierra desgraciada, de pocos recursos y de una gran escasez. Cuando empecé a viajar por nuestro planeta como corresponsal extranjero encontré un lazo emocional con las situaciones de pobreza en los llamados países del Tercer Mundo. Era como regresar a los escenarios de mi niñez. De ahí nace mi interés por estos países. Por eso me interesan los temas que tocan la pobreza y lo que produce: conflictos, guerras, odios.


¿Vivió usted la guerra en Varsovia? ¿Cuál es su relación con esta ciudad?


Cuando llegué a Varsovia tenía doce años. La guerra la viví como población en tránsito. Mi familia huyó de las desgracias del frente y pasé los años de la guerra en distintas partes de Polonia, siempre como refugiado. Varsovia ha sido a lo largo de su historia una ciudad muy valiente y rebelde y ha sido castigada en consecuencia. Destruida muchas veces, siempre renace de sus cenizas. Su historia es un péndulo de destrucción y reconstrucción. La Segunda Guerra Mundial fue un desastre total para esta ciudad. No fue sólo la destrucción de sus edificios, monumentos y patrimonio artístico, sino la destrucción de todos o casi todos sus habitantes. La población actual de Varsovia está compuesta por la gente que vino de fuera a poblarla, tras la guerra, porque su población histórica fue aniquilada. Todos somos nuevos ciudadanos de Varsovia.

¿Cuáles son las características de las guerras actuales? ¿Estamos ante un nuevo tipo de guerra?

Tradicionalmente la guerra fue un enfrentamiento entre Estados. Un conflicto entre fuerzas armadas organizadas y jerarquizadas, representantes armados del Estado. El objeto de las guerras ha sido siempre la conquista territorial y la derrota del enemigo estatal. En ese sentido, la guerra tradicional es un fenómeno muy bien definido. Ahora tenemos un nuevo tipo de guerra. Ya no tenemos guerras de Estados como tales. El objeto ya no es la conquista territorial. En el mundo moderno el territorio dejó de ser símbolo de prestigio. Un país puede tener un territorio enorme, pero eso no significa que sea poderoso. Al revés. Muchos países con grandes territorios son muy débiles como Estados. Por ejemplo, Sudán. El territorio no tiene importancia. Lo que cuenta es el poder económico y militar. Se cambiaron los actores y los objetivos de la guerra. Ahora tenemos muchos actores distintos: mafias, milicias tribales, terroristas, narcotraficantes, mercenarios. Se trata de grupos armados que se independizaron del Estado. El Estado como tal ha perdido el monopolio del instrumento de la violencia, rompiendo con una de las definiciones tradicionales de la naturaleza de todo Estado: el de monopolista de los instrumentos de violencia. Los actores de la violencia se han "democratizado" y actúan de forma independiente, y son estos grupos los que empezaron a crear nuevas situaciones de conflicto militar.
La guerra tradicionalmente fue financiada por el Estado, con recursos del Estado. Ahora estos grupos que utilizan la violencia a su libre arbitrio se autofinancian, ya sea mediante el robo, o la inversión en paraísos fiscales, o el lavado de dinero, o la invasión y uso de las minas de diamantes o el dinero del narco, y se vuelven independientes económicamente. Ya no necesitan al Estado, al contrario, el Estado se convierte en su enemigo principal. En su competencia.
Esta es la primera diferencia: la independencia y proliferación de estos grupos armados autónomos. Junto a esto, tenemos un tremendo desarrollo de la tecnología en el armamento y un aumento espectacular del mercado negro de armas. Además, no sólo las armas ligeras actuales son muy precisas, sino que son muy fáciles de manejar, lo que permite a estos grupos contratar gente desesperada, niños huérfanos, desocupados, mercenarios, para engrosar las filas de sus ejércitos particulares.
En este escenario, las fuerzas armadas tradicionales son una cosa antigua, sin sentido, sin poder real para enfrentarse a estas nuevas situaciones. Los ejércitos tradicionales están estructurados para otros fines y no tienen capacidad de respuesta, son muy lentos y muy burocráticos. La situación actual es paradójica: cuanto más se desarrollan estos grupos militares autofinanciados no gubernamentales, más se empeñan las fuerzas armadas en un plan arcaico, estatal y sin sentido.
El sentido de la guerra, según Clausewitz y todos los clásicos del tema, es defender un Estado o atacar a otro Estado. Todo conflicto se daba en un plano estatal. De ahí nacen, por ejemplo, las alianzas militares y de defensa. Los nuevos actores de las guerras se basan no en el pensamiento estatal sino en el pensamiento tribal, racial, de identidad, religioso. Todos son objetivos particulares. Se lucha por promover un grupo étnico, los intereses de una minoría, ciertos objetivos religiosos, y esto cambia las reglas del juego.
En ese mundo descentralizado y posmodernista existe todo un conjunto de conflictos armados muy cambiante. Nada es permanente. Los aliados de hoy se enfrentan mañana y las alianzas se rompen cada día.
Lo curioso es que persisten los conflictos tradicionales entre Estados, como sucede entre la India y Pakistán.
Nuestro mundo es muy grande. Somos seis mil millones de hermanos en esta tierra. Tenemos una gran variedad de situaciones. Todo es posible, pero lo interesante es describir lo que es nuevo, no lo que ya se conoce. Además, el conflicto entre la India y Pakistán también está vinculado con estas nuevas situaciones por la guerrilla en Cachemira. Junto a las fuerzas armadas estatales tenemos a esos grupos armados y junto a esa situación de conflicto fronterizo entre Estados tenemos un conflicto religioso.


El nuevo problema es que los poderes estatales ya no controlan al cien por ciento la situación y eso los vuelve más peligrosos. Ni el presidente de Estados Unidos ni nadie. Los grandes líderes sólo pueden influir de manera parcial, porque la situación en el mundo contemporáneo tiende grandemente a la dispersión particular de los conflictos armados y eso los vuelve más peligrosos.

¿Cuál es su lectura de los terribles sucesos del 11 de septiembre?

Primero, el mundo es cada vez menos posible de controlar, está lleno de fuerzas independientes, que se rigen por su propia lógica y bajo su propia estructura de interacción y esto es un problema muy grande para el futuro de nuestro planeta. El mundo globalizado no tiene ningún poder global que pueda controlar a estas nuevas fuerzas de las que venimos hablando. Este es el escenario en el que discutimos las nuevas guerras.

Y con el peligro adicional de que estos grupos independientes de los Estados en algún momento tengan la capacidad de crear o adquirir armas de destrucción masiva.
Todo es posible. Lo más preocupante es que no sabemos en qué momento uno u otro grupo va a ser dueño de una valija nuclear, que no deja de ser un pequeño dispositivo que se puede esconder en un contenedor. The Economist publicó hace poco unos datos increíbles: en el mundo se mueven quince millones de contenedores, que representan el 90% del comercio mundial, y sólo el 2% puede ser controlado por las aduanas. No hay fuerza aduanera que pueda controlarlo todo. Esa es la discusión después del 11 de septiembre.
Ese es el problema más fascinante e importante. El desarrollo de la economía occidental en general y norteamericana en particular depende del libre comercio. Si se impone el control, se hace muy difícil y lento el movimiento de mercancías y se afecta toda la economía. En el mundo actual los componentes de un producto cualquiera se hacen en diferentes partes del planeta, para terminar armándose en otro lugar distinto. Si imponemos un control estricto de todos los contenedores, entonces la economía mundial se detiene.
El mundo es muy frágil y cualquier esfuerzo de control severo y revisión aduanera exhaustiva lo puede desintegrar. El desasosiego de los hombres del poder en Washington, entre los defensores del libre comercio y el neoliberalismo, es que saben que cualquier tipo de reglas de control en aras de un mejor manejo de la lucha contra el terrorismo implica una contradicción de sus postulados básicos.
La guerra contra el terrorismo sólo se puede ganar introduciendo el estalinismo y entonces sí, en un mes, se gana esta guerra. Pero ello significa el fin de la sociedad libre y de la hegemonía de los Estados Unidos. La alternativa es un mundo en riesgo, pero abierto, o un mundo detenido, cerrado, pero seguro. Toda vía intermedia implica saber de antemano que no hay manera de ganar la lucha contra el terrorismo de manera total.

Las democracias se basan entre otras cosas en la libertad individual, pero el individuo puede usar esta libertad de una manera irresponsable.
Así es. Aquí es donde la civilización occidental, y especialmente norteamericana, se topa con su principal contradicción después del 11 de septiembre. O seguimos el camino de la civilización abierta y entendemos y aceptamos el hecho de que la lucha contra el terrorismo es una lucha sin victoria, y que contra el terrorismo tan sólo cabe limitar su existencia, o introducimos reglas fuertes de control y eso quiere decir que se detiene toda la economía estadounidense y mundial.

La guerra implicaba el sacrificio de los propios soldados. Desde la guerra de Irak asistimos al espectáculo de las guerras sin víctimas de uno de los bandos. Antes de empezar, uno de los contendientes sabe que está liquidado y que no tendrá la opción de ver al enemigo. ¿No es esto una invitación a buscar "compensaciones" a través del terrorismo, por más repugnante que nos parezca desde el punto de vista moral?
Estamos encarando unos fenómenos nuevos en la historia de la humanidad para los que no tenemos ni siquiera un lenguaje propio que los describa. En el mundo actual ya no hay certezas y estamos a la búsqueda de nuevas definiciones. Lo único que podemos hacer son reflexiones parciales y temporales.
La civilización moderna en Occidente se basa en el entretenimiento. Es una cultura de la alegría consumista, de las eternas vacaciones, del turismo, del ocio, del tiempo libre, de las compras sin fin. Los líderes de estos países saben que una sociedad así, hedonista, lo último que quiere saber es de víctimas y de guerras. Pero al mismo tiempo, el mundo occidental necesita fortalecer su presencia en el mundo, mantener sus reservas de gas y petróleo y todas las cosas que se derivan de este imperativo. Y esto sin poner en contra a la opinión pública de sus países, incluso diría de nuestros países. Por ello tuvimos que inventar un método que, por un lado, permita a la sociedad continuar con su ritmo de consumo y su vida dedicada al ocio y, por el otro, simultáneamente, conserve nuestros recursos y nuestra influencia en el mundo. De ese dilema viene el concepto de guerra sin víctimas, único en la historia de la humanidad.
La escena del cadáver del piloto de avión arrastrado por las calles de Mogadiscio durante la intervención norteamericana en Somalia indignó de tal manera a la opinión pública de su país que obligó a la administración de George Bush a ordenar la salida inmediata de Somalia. La única manera de justificar las guerras y mantenerse en el poder es que éstas se desarrollen sin víctimas.
Este tipo de guerra es posible gracias a un enorme y rápido desarrollo electrónico y tecnológico, son guerras informáticas, y gracias a un elevado gasto militar, ya que son guerras costosísimas, porque todos los dispositivos de esta nueva guerra cuestan fortunas. La tecnología y el dinero permiten inventar esta nueva estrategia y nuevo modelo de guerra, basado en la información y en la comunicación y que requiere fondos sin límites para inventar y desarrollar aviones o tanques sin piloto, con todo su sofisticado sistema a control remoto. Eso se usó por primera vez en Irak, luego en Kosovo y ahora de nuevo en Afganistán.
Sin embargo, ya sabemos lo que ese tipo de guerras significa. Aunque salve a nuestros soldados, simultáneamente implica enormes pérdidas en esos países. Se trata de un bombardeo inclemente. Se destruyen puentes, carreteras, cuarteles, edificios y se causan muchas víctimas, la mayoría de civiles inocentes.
Claro que las sociedades que son víctimas de estas nuevas guerras sin soldados albergan un enorme sentido de venganza y de buscar hacer daño, y por ello el terrorismo crece. La guerra contra el terrorismo, con estos métodos, es fuente de más terrorismo y todo deriva en un círculo vicioso.

¿Se pueden cubrir estas nuevas guerras? ¿Cuál debe ser el papel, el trabajo del periodista y del corresponsal en estos escenarios?

Cuando me pidieron ir a la guerra de Irak yo dije que no: no me interesaba este tipo de cobertura que depende sólo de los boletines del estado mayor. Así no hay periodismo posible, ya que no hay forma de saber sobre el terreno en qué medida esa información refleja o no la realidad.

Y en el caso de las guerras de los grupos independientes y autofinanciados, ¿cómo acercarse a ellas?, ¿cómo reportarlas?

Un problema no menor es que todos los actores de estas nuevas guerras pierden sus rasgos distintivos. Todos tienen los mismos emblemas, trajes, armamentos. Y las alianzas cambian todo el tiempo. Todo se hace oscuro y poco definido.
Yo creo que no estamos todavía preparados mentalmente para ajustar nuestro oficio a esta situación. Por ejemplo, el material que he leído sobre la guerra de Afganistán refleja esta situación de falta de orientación. Detecto diferentes estrategias de los reporteros adscritos a la guerra: unos trataron de poner el énfasis en el conflicto religioso y leer el problema como un choque entre el Islam y la democracia; otros trataron de tener una perspectiva humanitaria y cubrieron los campos de refugiados y las condiciones de pobreza del pueblo afgano; pero nadie pudo tener una visión de conjunto. Antes, el corresponsal de guerra podía viajar de un lugar a otro, reportar el movimiento de las tropas, saber qué piensa la retaguardia, tener una visión del estado mayor y del soldado ordinario. Eso ya no existe. El mandato del estado mayor de vedar el acceso a los medios y el hecho de que no hay un campo de guerra definido y de que todo es muy frágil y cambiante han convertido el trabajo del corresponsal de guerra en algo imposible. Los soldados no se ven, quizá ni existen, y los otros están escondidos y son impermeables.
Paradójicamente estamos en la situación en que los que se encuentran en los lugares de control total tienen más información que los que se encuentran en el terreno mismo, ya que pueden reunir todas las informaciones parciales y manejarlas; en cambio, el enviado tiene sólo un fragmento de la realidad, lo que alcanza a ver con sus propios ojos, y el pobre reportero ve poca cosa. No se puede mover, no conoce el idioma local, no conoce las costumbres de la zona, no existen mapas ni carreteras, los lugares son inseguros y por ello sólo ve un fragmento limitado del conflicto.

La primera vez que me enfrenté a una situación como ésta fue en 1974. La guerra de Angola fue el principio de este nuevo tipo de guerras, sin fronteras, de unos grupos armados que cambian de bando todo el tiempo, robando, destruyendo, ocupando las minas de diamantes y los campos de explotación petrolera y autofinanciándose. Angola fue el origen de este nuevo tipo de guerra. Luego eso se repitió en Somalia. En aquel tiempo, como eso no tocaba intereses occidentales, no ameritaba ningún tipo de atención. En mi libro Another day of life (Vintage, Nueva York, 2001), dedicado a la guerra de Angola, hablo precisamente de este fenómeno y de cómo el Pentágono y la OTAN tarde o temprano tendrían que desarrollar nuevas formas de combatir a estos ejércitos particulares.

La salida que se anuncia es a través de los servicios secretos y el contraespionaje, ¿no le parece?

Pero eso requiere enormes cambios estructurales. Un cambio increíble. Conocer el mundo, aprender idiomas, estudiar otras costumbres. En fin, un cambio de mentalidad muy grande y complejo.

En el libro El Sha narra la revolución que derrocó la dictadura de Reza Pahlavi. Mi lectura de ese libro es que los partidarios del ayatola Jomeini se adueñaron de un movimiento mucho más amplio, orquestado como rechazo a la dictadura del Sha y no forzosamente como apoyo a las tesis integristas.

La revolución fue "expropiada".La revolución de Irán fue la última gran revolución de masas del siglo XX. No hemos vivido hasta el día de hoy ninguna revolución tan multitudinaria como aquélla. Fue un evento único. No podemos encontrar ningún movimiento de ese tamaño en ninguna parte del mundo. En efecto, la revolución empezó como un movimiento democrático en contra del régimen autoritario y represivo. La revolución no empezó como una lucha entre Occidente y el Islam, sino como una batalla entre la democracia y la dictadura. La contradicción, casi diría el dilema histórico, es que cuando un movimiento trata de democratizar un Estado multinacional y multicultural como Irán inmediatamente entra en cuestión la supervivencia del propio Estado, ya que las minorías oprimidas entienden la democratización como la lucha por la independencia. Entonces el lema democratización que los agrupa significa cosas distintas para cada cual, y eso entraña el peligro del fin del Estado e inmediatamente empieza la lucha entre las distintas facciones que hicieron posible la revolución, en la que acaba imponiéndose la más fuerte.

Ese fue el dilema de la URSS y la perestroika. No se puede independizar el poder multinacional creado como poder represivo porque entra en juego el interés de minorías oprimidas que quieren usar la situación de democratización para sus propios fines y desintegrar el Estado. Eso pasó con la Unión Soviética y eso explica la independencia de Ucrania, Uzbekistán, Georgia, Armenia.
Lo mismo pasó en Irán. Cuando empezó la revolución, las minorías (kurdos, árabes, turcos, afganos) quisieron imponer sus intereses, pero la ola de nacionalismo farsi musulmán se impone e inmediatamente empieza la lucha contra sus antiguos aliados que la apoyaron al principio. Y ahí se termina la revolución democrática y nace la nueva tiranía. La revolución empezó contra las fuerzas antidemocráticas del Sha y terminó con la victoria de las fuerzas antidemocráticas del ayatola Jomeini en el poder.

En El Emperador narra el alucinante reinado de Haile Selassie en Etiopía, pese a que usted había llegado a Addis Abeba a cubrir, como corresponsal, su derrocamiento y los problemas de la revolución triunfante. ¿Cómo descubrió que lo que tenía que contar era el pasado y no el presente, que lo original estaba atrás y no enfrente?

Mi problema es que quería tener dos papeles.
Por una parte, como corresponsal, tenía que cubrir lo que estaba pasando sobre el terreno y esa fue mi obligación profesional, pero por otra, de manera simultánea, yo tenía pasiones propias, privadas, de temas que me fascinaban personalmente. Fui corresponsal de la Agencia de Prensa Polaca porque era casi la única forma que tenía en aquel entonces de viajar, que es lo que realmente quería hacer. Conocer el mundo y su gente. En cierto sentido, tuve que venderme a la agencia para poder viajar y buscar mis propios intereses personales y desarrollar mis ambiciones literarias. Es el precio que tuve que pagar. Por ello, mis libros son distintos de mi labor periodística como corresponsal.

En mi trabajo como corresponsal escribí sobre el general Mengistu, el terror en las calles y todos esos acontecimientos, pero mis libros reflejan mis pasiones personales. Me fascinaba la estructura del poder autoritario y su funcionamiento, y encontré en el régimen de Haile Selassie y en la forma en que funcionaba su palacio y su corte un ejemplo fascinante de poder autoritario. Me fascinaba tanto ese tema porque en Polonia vivíamos bajo un régimen autoritario y esas analogías de funcionamiento me parecían chocantes y clarificadoras a un tiempo. Además, ya había escrito mucho sobre las revoluciones y su lógica. Ahora quería escribir sobre las dictaduras y su funcionamiento interno.

En Ébano afirma que la verdadera África no está en los hoteles para turistas ni en los barrios importantes de sus capitales, que son iguales en todo el mundo. Y usted sale a buscarla: recorre sus míseros mercados, sus caminos paupérrimos, su campo desolado, y entra en contacto con la gente que la habita. ¿Qué le dejó esa África profunda, asumiendo que existe algo tan vasto y diverso como África, como usted mismo advierte en la apertura de su libro?

Yo distingo dos tipos de civilizaciones a lo largo de la historia. Las civilizaciones de desarrollo y las de supervivencia. El antiguo Egipto fue una civilización de desarrollo y siglos después devino en una de supervivencia. Lo mismo pasa con la cultura asiria o sumeria. Al revés también sucede: Japón, hasta la segunda mitad del siglo XIX, fue una civilización de supervivencia y luego devino en una de desarrollo. En el mundo presente la civilización de desarrollo es la occidental y la de supervivencia es la africana. En ambos mundos la gente pone mucha energía, pero esa energía está dirigida a cosas muy distintas. En las primeras, la energía humana está concentrada en el desarrollo técnico y científico. En las segundas, la energía humana está concentrada en sobrevivir: en comer un día más, en beber un día más.
África tiene tres condiciones adversas: un clima pésimo, una tierra muy mala y poco productiva y una enorme deficiencia de agua. Y toda su energía está concentrada en mantenerse en tales condiciones. La lucha de la gente africana por la supervivencia despierta en mí todo el respeto. En esas situaciones de pobreza, hambre y condiciones adversas, vinculadas a conflictos violentos, guerras y matanzas, la gente africana mantiene rasgos de una enorme humanidad: son hospitalarios y conocen el valor de la alegría en medio del dolor. En África nunca me he sentido ni perdido, ni aislado ni con miedo.

Además de estas condiciones adversas de clima, suelo y falta de agua, lo mejor de su fuerza de trabajo, durante siglos, fue sacrificada bajo la terrible palabra de la esclavitud.

Efectivamente. Tres siglos de terrible esclavitud y no sólo por el robo descarado de su gente, sino por el saqueo de sus riquezas y la destrucción de su medio ambiente. Y luego cien años de colonialismo también, en muchos aspectos, muy destructivo. Su historia es muy trágica, pero el hecho de que esa gente sobreviva, y sepa reírse, demuestra que tiene un alma maravillosa.


Una de las crónicas más interesantes de su libro La guerra del fútbol es justamente la del enfrentamiento bélico entre El Salvador y Honduras, que si bien tenía raíces más profundas se desató, al menos como casus belli, por el maltrato recíproco de los hinchas de cada país durante una eliminatoria mundialista. De las tribunas de un estadio a la guerra entre dos Estados. ¿No es esta la guerra más absurda que ha cubierto?


En aquel entonces yo era corresponsal con base en México, pero como mi agencia era pobre, tenía que cubrir toda Latinoamérica. Fue un tiempo muy agitado para el continente: movimientos guerrilleros, golpes de Estado, y yo tenía que viajar todo el tiempo. América Latina era por aquel entonces dinamita.
En ese clima estalló esta guerra, la penúltima defensa de los grandes terratenientes salvadoreños. Las famosas catorce familias que controlaban todo el país. Los salvadoreños temían la emigración hondureña hacia sus tierras, ya que consideraban que esos pobres campesinos hondureños eran una suerte de agentes de Castro que se internaban en el territorio de El Salvador para hacer la revolución. Las fuerzas salvadoreñas trataban de controlar los movimientos de campesinos hondureños, pero no podían por razones geográficas y por carecer de recursos, y esa penetración siguió. Toda América Central era muy pobre. Tegucigalpa era una ciudad diminuta y muy pobre. En esa atmósfera estalló esa guerra. Fue una guerra muy cruel aunque duró poco tiempo. Me acuerdo de sus aviones pasando y bombardeando. Cada país tenía uno o dos aviones solamente y por ello era un poco grotesco, pero de manera muy trágica. En el libro quise reflejar también lo que significa el futbol, como motor de la identidad nacional, en la cultura latinoamericana.

Usted ha dicho que la historia del siglo XX no es sólo la historia de las guerras mundiales y las dictaduras, sino también la de dos grandes procesos: la descolonización y la otra migración del campo a la ciudad. A mi juicio, el siglo XXI es el de una tercera ola de transformación: la emigración de los países pobres a los países ricos. ¿Cuál es su lectura de la migración y de la respuesta europea a este fenómeno relativamente reciente?

Los tres procesos tienen un rasgo común: son irreversibles. No va a parar ninguno de ellos. Son una parte integral de nuestra civilización contemporánea y definen su carácter. Estos procesos reflejan dos características esenciales de la humanidad: el anhelo de mejorar las condiciones de vida y el enorme desarrollo de los medios de transporte y locomoción. La emigración es la combinación de la esperanza humana y el movimiento. La esperanza se realiza a través de la noción del movimiento. La gente va a seguir buscando mejorar su vida mediante el movimiento. Ir de unos lugares que piensa que son peores hacia otros lugares que piensa que son mejores. Eso es irreversible y está en el núcleo del pensamiento humano.


Hagamos un poco de historia. La emigración de tierras pobres a tierras ricas es resultado del fracaso de los países subdesarrollados en la segunda mitad del siglo XX para alcanzar el desarrollo. En 1955, en la conferencia de Bandoung (Indonesia), se reunieron Nehru de la India, Nasser de Egipto, Tito de Yugoslavia, Kwame Nkrumah de Ghana, junto al anfitrión Suharto, para fundar la Organización de Países No Alineados. La idea central era forzar a los países desarrollados a establecer relaciones más justas en el intercambio comercial del mundo. Este movimiento, cuya última conferencia tuvo lugar en Argel en 1972, fracasó. Fue aniquilado por la política de los precios de las materias primas impuesta por los países ricos. A partir de este fracaso, el Tercer Mundo, de manera subconsciente, cambió de estrategia: en lugar de confrontar, infiltra
r.

Esa es la etapa en la que estamos. Desde luego que esta penetración encuentra, dentro de las sociedades ricas, fuerzas que se oponen de manera creciente. Temen que si continúa la emigración los va a rebasar, ya que saben, aunque sea de manera intuitiva, que la población europea representa menos del diez por ciento de la población del mundo. Pero esas fuerzas no quieren entender que esa situación de contradicción no tiene solución. La emigración es necesaria porque la sociedad europea envejece cada año, y cada vez tiene menos niños. Si Europa quiere mantenerse en el nivel mundial de desarrollo y jugar un papel importante en el mundo, tiene que producir mucho, y para hacerlo requiere importar fuerza de trabajo.

La migración más natural para Europa, por razones geográficas, es la del Magreb y el Medio Oriente y eso significa masas de musulmanes, lo que acentúa la confrontación cultural y religiosa entre el cristianismo europeo tradicional y el islamismo, que es una fuerza joven, pujante, ambiciosa. Esto va continuar con una tensión creciente, sin solución a la vista.

Yo espero, sé que ingenuamente, que la generación que nace ya en Europa y va a la escuela pública europea sea el motor de la integración y que los hijos de los xenófobos y los hijos de los emigrantes se van a encontrar en las aulas y van a construir una maravillosa Europa mestiza.
No inmediatamente. Con el tiempo, quizá sí. Por el momento, el problema es que esos nuevos emigrantes viven en guetos, producto del rechazo de las sociedades que al mismo tiempo los necesitan para su bienestar. Es muy pequeño el porcentaje que busca integrarse. En París, Roma, Estocolmo, hay barrios de emigrantes, barrios herméticos, con sus propias tiendas, prensa, lugares de culto. Estamos todavía en una etapa de mutua desconfianza y de mutuo recelo. La inte gración va a tardar. La historia humana enseña que las culturas que entran en interacción lo hacen lentamente, no de inmediato.

El Imperio narra tres viajes suyos a través de la URSS, el último en la época de Gorbachov. El trasfondo del libro es lo que para un polaco significa Rusia, eterno rival y, al mismo tiempo, modelo cultural en muchos sentidos. ¿Cómo es la relación actual de Polonia con Rusia y cómo vislumbra el futuro de esa nación?
En Polonia la gente distingue entre dos realidades, pueblo ruso y Estado ruso. Con el pueblo ruso tenemos muy buenas relaciones. Son gente muy buena, tenemos mucho en común culturalmente, fe cristiana e historia compartida. En Polonia trabajan setecientos mil rusos de forma natural y tenemos con ellos muy buena relación. Lo que mucha gente odia es al Estado ruso, como modelo de Estado autoritario, tiránico y muy opresivo, no sólo frente a Polonia sino frente a todos los otros países y naciones que han sufrido mucho bajo su dominio. En Polonia sabemos claramente hacer esta distinción.

La URSS se derrumbó en unos días, casi diría en unos minutos. Tenemos que ver cómo va a desarrollarse, no podemos adelantar conclusiones. La inteligencia rusa está dividida, desde principios del sigo xix, entre eslavófilos y occidentalistas. Entre Chaadáev y Leontiev. Entre los que piden la plena integración con Europa y los nacionalistas que consideran que Rusia es un fenómeno totalmente aparte. Dostoievski, por ejemplo, odiaba a Occidente y consideraba que nunca iba a entender la verdadera naturaleza de Rusia, cuya salvación era mantenerse lo más lejos posible de Occidente. Ahora pasa lo mismo. Putin es occidentalista y se enfrenta a una parte grande de la sociedad que está en contra. La interacción de estas dos fuerzas caracteriza a la Rusia de antes y de ahora. Rusia necesita de Occidente la técnica y el dinero, ya que sigue siendo un país del Tercer Mundo en el sentido fundamental del término: su mayor valor son las riquezas naturales, el petróleo y el gas. La economía rusa no produce nada creativo y no hay ningún invento ruso de los últimos cien años que perdure. Nada indica que esta relación de dependencia vaya a cambiar en el corto plazo. Por otro lado, la nación rusa es formidable, fuerte, educada, con una inteligencia estupenda, una gran fuerza creativa. Todo eso conforma un cuadro muy complicado y difícil de predecir.

LA LOCURA...




Que Miguel del Sel (Miguel del Sel!!!) haya conseguido el porcentaje de votos que consiguió en las elecciones de ayer, es algo que, en partes proporcionales, no deja de causarme asombro y horror.
Estuvo cerca -demasiado cerca- de acceder nada menos que al cargo de gobernador de la provincia de Santa Fe.
Del Sel es, no solo, un analfabeto político, sino el hijo político de Macri, que a su vez, en su discurso de "no ideología" ("no conflicto"), hace pie en la ideología Menemista de los 90.
De lo que se trata, hoy como ayer, es del vaciamiento de la política, de su reconfiguración en una experiencia puramente estética, frívola, patética.
El bunker del pro,esta vez en Santa Fe, es, una vez más, lo más parecido que puede haber a una fiesta de casamiento o al bailando de Tinelli (al que tan abonado fue el cuasi electo gobernador).
Contaminada toda la clase política desde el 2001 y su mítico "que se vayan todos", de lo que se trata -desde la estrategia "Pro" organizada por el impresentable de Durán Barba- es de presentar a los candidatos (Macri, Del Sel) como ciudadanos que, siendo exitosos fuera de la política, deciden ingresar a ella para promover la felicidad de todos los ciudadanos. Una felicidad "desideologizada". El mundo feliz de Huxley. Otro hombre mediático Pro: el rabino Bergman.
En este marco, cuando intelectuales como Sarlo o Caparros critican al oficialismo (y hay muchas razones para hacerlo), no deberían dejar de pronunciarse sobre el resto del abanico político. Digo, como para no hacerles el juego a los "anti-ideología", que desde su "no-pensamiento", ya sabemos que tipos de pensamiento van a defender...o no?

lunes, 18 de julio de 2011

LOS GOLES HECHOS CENIZAS...





Entrevista a César Luis Menotti por el diario español El País (previa a la derrota frente a Uruguay por la Copa América)

"El fútbol se lo robaron a la gente"

Pregunta. ¿Cómo lleva lo de haber dejado de fumar?

Respuesta. Mal. Me dijeron: 'El primer mes es muy duro, pero después...' ¡Nada. Cada mes tengo más ganas! Los médicos insisten en hacernos la vida más larga y menos agradable. Amargarnos es lo que hacen. ¡Y lo cirujanos son peores! Ahora tienen una maquinita, como si fuera una play... pim, pim y ya te han operado, se acabó la medicina profunda, lenta, ya no hay ni sangre en los quirófanos.

P. ¿Qué tal está de la operación?

R. No fue nada. Era poca cosa, no estaba claro que me la tuviera que quitar siquiera. Le dije al médico: 'usted manda: yo sé de fútbol, no de pulmones'. Me dijo que no fumara, pero que podía hacer vida normal. ¿Vida normal? Mi vida normal no es como su vida normal. El cigarrillo para los adictos es un amigo. Extraño el tabaco. Agradezco que me echen el humo a la cara, lo busco por las puertas de los restaurantes.

P. ¿Del fútbol también se está quitando?

R. Uno recibe alguna recompensa. De la misma manera que Huracán salvó al futbol argentino, España me devolvió el apasionamiento por el juego. Verle jugar con los chiquitos fue reconfortante. El fútbol es el único lugar donde me gusta que me engañen. El fútbol son tres cosas: tiempo, espacio y engaño. Pero no hay tiempo, no se buscan los espacios y ya no me engañan nunca. Me aburro de tal manera que tengo la sensación de que eso que llaman fútbol es otra cosa. El 99,9% de los entrenadores viven envidiando el juego del Barcelona. Todos quisieran ser Guardiola. Pero la mayoría no sabe cómo se hace.

P. Él dice que con buenos jugadores...

R. No, eso se lo come un pelotudo, yo no. No es un señor que se para en la línea y dice: 'tocar, tocar y tocar' y, como son buenos, le hacen caso. Lo de Guardiola es muchísimo más difícil. Es producto del entrenamiento, de ideas claras, de saber hacerse comprender y ganar adeptos. Quedó demostrado que Guardiola es más importante que sus jugadores. ¡Él que va a decir! ¿Soy el mejor? Tampoco se lo cree. Pero revisemos quién era Piqué antes de Guardiola, quién era Pedro, quién era Busquets. Ni siquiera Iniesta era titular. Ahora son unos fenómenos. Tuvo un punto de suerte con la herencia de Rijkaard. Pero mentiría si dijera que Guardiola es Guardiola por los jugadores. Tuvo a Eto'o, a Henry, a Ibra, ahora a Villa... Y por el lateral izquierdo han pasado cuatro o cinco, a Mascherano le usa de central... Lo de Guardiola es muy serio y me provoca una envidia tremenda a mí también. Y tampoco estoy de acuerdo con otra cosa...

P. Diga, ¿con qué?

R. Cruyff tampoco fue el primero que empezó a hacerlo. El primero que intentó jugar como Guardiola en el Barcelona se llamó Menotti. Y me costó la vida. ¡Nos pitaban por dar muchos pases! No sé si hubo otro antes, pero yo jugaba con Maradona de 9 -parecido ahora a Messi- Carrasco y Marcos en las bandas, Schuster como juega Xavi... Y los jugadores entraban en el descanso en el vestuario diciendo 'así no podemos jugar' porque cada vez que Schuster se la daba a Alexanko nos pitaban. Nos costó.

P. ¿Por qué se fue del Barça?

R. Había fallecido mi mamá, volvía la democracia a Argentina y sentí que debía estar...El presidente Núñez me puso un cheque en blanco. Fue después de ganar la Copa del Rey, que entonces era una copita. Ahora la gana el Madrid y parece que haya ganado la Intercontinental. Pero ¿a dónde quería llegar?

P. Estaba hablando de la importancia del entrenador.

R. Quería hacer un reconocimiento profundo del valor del entrenador. Es como el profesor: ¿qué influencia han tenido los profesores? Depende. Odié las matemáticas porque durante tres años me amargaron la vida tres profesoras a cual más idiota, y me enamoré de la química porque el profesor llegó el primer día fumando, llenó la pizarra de fórmulas y nos dijo: 'Esto se lo tendrían que aprender para el martes, pero es imposible'. Y añadió. 'Esto es para que sepan que la vida es como la química, hay que interpretarla'.

P. Pero la figura del profesor anda devaluada...

R. No sé en España, aquí hace 50 años que se produjo la desculturización. La marginalidad ha llegado a la clase media alta. Han robado a la gente el sentido de pertenencia. Parece que todo es suyo, incluso el fútbol. Cuando el gobernador hace una calle parece que la ha pagado de su bolsillo. Nos robaron la música, los parques, las plazas y hasta el fútbol. Y luego se extrañan de que la gente acampe en las plazas. Soy un pesimista feroz... Después de lo vivido me siento un marxista hormonal, sin más explicación ideológica. Durante 70 años he comprobado el desastre que ha hecho el capitalismo en todo lo que me rodea, incluido el fútbol. Este país no tiene sentido.

P. ¿A qué le suena eso del "fútbol para todos" que pregona el gobierno?

R. El fútbol se lo robaron a la gente, ya no les pertenece. Por eso la selección argentina ya solo tiene espectadores, tiene público. El que entiende, no va más. Si el negocio se come los tiempos, malo. El fútbol es educativo y el Estado debería haber vigilado si funcionaba en las sociedades sin ánimo de lucro, pero ha mirado a otro sitio con las sociedades anónimas y han desaparecido clubes históricos, se los han fundido. Hubo grupos inversores que vendieron por tres millones de euros y al club solo entraban 300.000.

P. ¿Le quedan ganas de volver a entrenar?

R. Sí, pero acá no. Yo veo la cancha y soy como el músico que ve una guitarra. Pero aquí no. A veces veo por televisión a los equipos inferiores del Barça y pienso: 'yo podría armar un equipo de inferiores y ganarles, pero los jugadores me durarían seis meses; el presidente vendería a medio equipo con 16 años'. Es una vergüenza.

P. ¿Usted señala a Grondona?

R. Grondona tiene la culpa, pero no es el único. ¿Cuál es la permisividad que ha tenido el fútbol con él? ¿O es miedo? Lleva 35 años haciendo lo que le da la gana. Hay algo más grave. Se han destruido instituciones maravillosas: Ferrocarril, Platense... También ha pasado en España... Ver al Tenerife en Segunda B o la desesperación del Cádiz. Yo amaba al Cádiz... Y me gustaba el Betis, mucho. El Loco de la Colina me habló de dirigir el Betis. La cuestión es que vine del Atlético y firmé por River y a la semana me llamó para ir al Betis. Me quería morir, siempre quise dirigir al Betis.

P. ¿En Argentina no existiría una figura, un Guardiola?

R. No. Guardiola hay uno, pero llegado el caso no le dejarían existir. Lo asesinarían antes. Aquí lo que hay son mourinhos o tipos como él, que solo piensan en ganar y cuando pierden no es culpa suya. ¡Vaya personaje! Tiene unas contradicciones muy grandes. Un amigo asistió a los entrenamientos de Mou y a los de Pep y me dijo que es parecido lo que hacen, que Mourinho entrena muy bien, conceptualmente son parecidos. Pero en el campo, a la hora de la verdad, no tienen nada que ver. Mourinhos hay muchos, Guardiola uno solo... El Barça y la selección española han hecho un gran bien al fútbol, se lo agradezco. Luis decidió ser torero y no toro. Dije eso una vez, que España tenía que definirse y se enojó. Pero Luis me cae muy bien.

P. Del Bosque dijo que quería ser como Busquets, el más alto. ¿usted quien quisiera
ser?

R. Busquets es uno de los mayores talentos del fútbol español. Un descubrimiento. La primera vez que le vi, llamé a un amigo y le dije: 'He visto un futbolista de una especie desaparecida'. Un crack. El mejor que yo vi es Pelé. Era sorprendente: cuando iba a rematar de cabeza, subía un poco más y la paraba con el pecho. Nunca sabías qué iba a hacer.

P. Como Messi...

R. Hubo cuatro reyes y el quinto no ha aparecido. Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. Ahora estamos esperando al quinto, que será Messi o, de momento, no será nadie. Es el que está más cerca, pero no le vas a dar la corona a los cinco años. Para darle la corona habría que verle fuera del Barcelona, conseguir lo de Maradona en el Nápoles; aquello era una banda y la convirtió en una orquesta. Messi es un lujo, una cosa maravillosa, no tiene nada que demostrar, pero le falta un escalón. No dudo que puede llegar a tener la corona del quinto rey, pero no todavía. Lo mejor sabe qué es...

P. No, dígame...

R. Que Messi aprende. Los solistas deben dominar los tiempos sino entorpecen a la orquesta; si el violín toca cuando le da la gana, no funciona la orquesta. Y Messi hacía eso: cogía la pelota y en cada jugada tocaba el violín tres o cuatro veces, pero había ocasiones en que decías 'a qué viene ese solo si ahora no tocaba'. Y ahora mide. Da pases de gol, tiene otro sentido, está mejor colocado, devuelve al primer toque al que se la dio como diciendo 'tomad, no pensé nada'. Antes, cada vez que cogía la pelota, se le había ocurrido ganar el partido, ahora no. Ha evolucionado. Ahí se nota la mano del maestro. ¿Que hubiera sido de estos jugadores sin Pep? ¡Te imaginas a Piqué sin Pep!

R. No...

R. Piqué es Beckenbauer, un futbolista de un talento enorme, pero otro técnico difícilmente le permitiría lo que hace Pep. Esto no es libertad; la libertad no se le da a nadie sino que se gana desde el conocimiento. Si tú en el trabajo le das libertad a un tonto, te arruina el periódico. Se juega libre dentro de una idea y de un funcionamiento. En el Barcelona no hay libertad absoluta, hay normas que permiten ser a los jugadores muy libres y muy felices.

P. Se refiere al 4-2-3, 3-4-3...

R. No, eso es un número de teléfono. 4-2-3-1, 3-4-5-1... Una vez le preguntaron a Di Stéfano como era posible que jugaran un 2-3-5 y contestó: '¿Pero tú qué crees, que antes éramos pelotudos, qué con dos tipos defendíamos a cinco? Nosotros defendíamos todos y atacábamos los que sabíamos.

P. Usted se reunió con Guardiola hace unos años, cuando quería ser entrenador. ¿Qué descubrió?

R. Una cosa que le hacía diferente: vino aquí con la idea muy clara, no vino como otros buscando que yo le llenara de inspiración, le dijera el camino a seguir como un mesías... Vino con su idea y se fue con su idea. Estoy aburrido de hablar con entrenadores que vienen a buscar la verdad. Pep no vino buscando que le dijéramos cómo se hacía. Él ya lo sabía. Me preocupa porque le están esperando para dispararle.

P. Parece que lo tiene asumido desde el primer día...

R. Pero cuenta con una ventaja: ya tiene un pasado y eso no se puede cambiar. El Madrid puede fichar más y más, al final los tendrá a todos y ganará, pero el 5-0 del clásico es para toda la vida. Uno puede ganar 5-0 en el resultado, pero ganar 1-0 en el juego. El Barcelona le ganó 5-0 en el resultado y 8-0 en el juego. Yo me pongo a pensar y no encuentro un partido como ese. Mató a Mourinho para toda la vida.

P. Usted dijo que después de aquello, se cagó.

R. Vi al siguiente partido a Higuaín, Adebayor, Benzema, Kaká en el banquillo y pensé: 'Igual gana, pero se recontracagó'. Es la mayor cobardía que he visto en un grande. Y con el Madrid, es inaudito. El toro no lo mató y el tipo salió corriendo, nunca más se acercó al toro. Pero es muy duro lo que le pasó al portugués. Busca a ver quién salió humillado así de un clásico; yo no lo recuerdo.

P. ¿Qué le pasa a Argentina que hace malo a Messi?

R. Cuando digo que el fútbol argentino ha sufrido una desculturización no me refiero a que antes leyeran a Borges. La cultura del fútbol era que antes, si uno le daba mal, te miraban los otros 10 jugadores. Un día saqué una falta lateral, quedaba un minuto, subieron todos, la tenía que poner, en la barrera había un tipo y le pegué al tipo de la barrera. Un mes estuvieron con la joda: 'Si hay un tiro libre que lo tire Menotti'. ¿Sabes qué pasa con Argentina?

P. Soy todo oídos.

R. El fútbol es como la vida. No te levantas a las seis de la mañana y te pones a buscar a la mujer de tu vida; la encuentras o no. Cada vez que la tocan, quieren ganar el partido. Es terrible. Una verticalidad, un espanto. Para que queremos un enganche si no tenemos a quien asistir. En el Barcelona hay asistentes que tienen a quien asistir. Hay más pases que goles. Y de eso se trata, de pasarse la pelota, no es tan difícil. Batista tiene buenas intenciones, pero...

P. Le piden que juegue como el Barcelona.

R. Imbéciles. ¿Que se creen?, ¿Que es fácil cantar como Serrat? No. Es imposible. ¿Sabes que me llamó nada más salir del hospital? Me dijo '¿oye viejo, por qué no dejás de joder y te dedicas a hacer algo más importante en la vida que fumar?

P. ¿Y le hizo caso?

R. No fumo. Intento escribir un libro. No sé que saldrá, igual descubro los misterios del fútbol.

lunes, 11 de julio de 2011

EL VIEJO EN SU MAR...





Son agradables las horas dedicadas al proceso de escritura?

Mucho.

¿Puede decir algo sobre ese proceso? ¿Cuándo trabaja? ¿Sigue un plan estricto?

Cuando estoy trabajando en un libro o en un cuento escribo todas las mañanas desde que aparece la primera luz. Nadie lo molesta a uno y hace frío o fresco y uno empieza a trabajar y entra en calor a medida que escribe. Uno lee lo que ha escrito y como se detiene siempre cuando sabe lo que va a pasar después, arranca desde ahí. Uno escribe hasta llegar al lugar hasta donde tiene todavía jugo y sabe qué va a ocurrir después y entonces para y trata de vivir eso hasta el día siguiente donde le da de nuevo. Uno ha empezado a las seis de la mañana, digamos, y puede seguir hasta mediodía o terminar antes. Cuando para está tan vacío y al mismo tiempo nunca vacío sino lleno, como cuando se ha hecho el amor con alguien que uno quiere. Nada puede herirlo, nada puede suceder, nada significa nada hasta el día siguiente en que vuelve a hacerlo. Lo difícil es la espera hasta el día siguiente.

¿Puede descartar de su mente el proyecto en que está cuando deja la máquina de escribir?

Por supuesto. Pero se necesita disciplina para hacerlo y esta disciplina se adquiere. Hay que hacerlo.


¿Reescribe cuando lee lo que escribió el día ante¬rior? ¿O eso viene después, cuando está todo terminado?


Siempre reescribo cada día hasta donde dejé. Naturalmente cuando está todo terminado se revisa de nuevo. Hay otra oportunidad de corregir y reescribir cuando alguien lo pasa a máquina en limpio. La última oportuni¬dad son las pruebas de imprenta. Uno agradece estas distintas oportunidades.

¿Cuánta reescritura hace usted?

Depende. Reescribí el final de “Adiós a las armas”, la última página, treinta y nueve veces antes de quedar satisfecho.

¿Había algún problema técnico? ¿Qué era lo que lo desafiaba?

Encontrar las palabras justas.

¿Es la relectura lo que provoca el “jugo”?

Releer lo pone a uno en el punto donde hay que continuar, sabiendo que hasta ahí es tan bueno como se pudo. En cuanto se puede arrancar todo va bien. Siempre hay jugo en alguna parte.

¿Pero hay veces en que la inspiración no aparece?

Naturalmente. Pero si usted paró cuando sabía lo que iba a pasar después, puede seguir. Mientras pueda arrancar todo va bien. Ya vendrá el jugo.

¿Cuáles son algunos de los lugares donde le ha resultado más ventajoso trabajar? El hotel “Ambos Mun¬dos” debe de ser uno, a juzgar por la cantidad de libros que hizo allí. ¿O tienen poca importancia los alrededores para el trabajo?

El hotel “Ambos Mundos” de la Habana era muy buen lugar para trabajar. Esta finca es un lugar espléndido, o era. Pero he trabajado bien en cualquier parte. Quiero decir, he podido trabajar tan bien como puedo bajo circunstancias muy diversas. El teléfono y las visitas son los destructores del trabajo.


¿Es necesaria la estabilidad emocional para escribir bien? Usted una vez me dijo que sólo podía escribir bien cuando estaba enamorado. ¿Puede explayarse un poco sobre eso?


¡Qué pregunta! Pero bien por hacerla. Se puede escribir en todo momento en que la gente lo deje a uno solo y no lo interrumpa. O bien se puede si uno es lo bastante despiadado para hacerlo. Pero lo que mejor se escribe es cuando se está enamorado. Si para usted es lo mismo prefiero no explayarme.

¿Y qué pasa con la seguridad financiera? ¿Puede ir en detrimento de la buena literatura?

Si empezó temprano y usted ama la vida tanto como su trabajo será necesario mucho carácter para resistir la tentación. Una vez que la escritura se ha convenido en su mayor vicio y su placer más grande, sólo la muerte puede pararlo. La seguridad financiera es entonces una gran ayuda porque le evita preocuparse. Las preocupaciones destrozan la habilidad de escribir. Las enfermedades son malas en la medida que producen preocupación que ataca el subconciente y destruye las reservas.

¿Puede recordar el momento exacto en que decidió ser un escritor?

No. Siempre quise ser un escritor.

¿Cuál consideraría usted que es el mejor aprendizaje intelectual para el futuro escritor?

Digamos que debería ir y ahorcarse porque descubre que escribir bien es una dificultad intolerable. Entonces habría que cortarle la soga sin piedad y obligarlo por las propias a escribir lo mejor que pueda por el resto de su vida. Por lo menos tendría la historia del ahorcado para comenzar.


¿Qué pasa con la gente que ha hecho una carrera académica? ¿Cree que gran cantidad de escritores que ocupan cargos en la enseñanza han comprometido su carrera literaria?


Depende de lo que usted llame compromiso. ¿Lo dice en el sentido de una mujer que se ha comprometido? ¿O es el compromiso del estadista? ¿O el compromiso con su almacenero o con su sastre de que les va a pagar un poquito más pero en cuotas? Un escritor que puede escribir y enseñar tendría que hacer las dos cosas. Muchos escritores competentes han probado que podía hacerse. Yo no podría, lo sé, y admiro a los que pueden hacerlo. Me inclino a pensar, sin embargo, que la vida académica pondría punto a la experiencia exterior lo que limitaría posiblemente el conocimiento del mundo. El conocimiento, no obstante, demanda más responsabilidad de un escritor y hace más difícil la escritura. Tratar de escribir algo de valor permanente es una tarea que toma todo el tiempo aunque sólo se usen unas pocas horas en escribir realmente. Un escritor puede compararse a un pozo. Hay muchas clases de pozos como hay de escritores. Lo importante es tener agua buena en el pozo y es mejor sacar una cantidad regular que dejar el pozo seco y esperar que se vuelva a llenar.

¿Aconsejaría al joven escritor que trabaje en un diario? ¿Cómo le ayudó el aprendizaje que hizo usted en el “Kansas City Star”?

En el “Star” uno estaba obligado a aprender a escribir una frase declarativa simple. Eso es útil para cualquiera. El trabajo en un diario no dañará al joven escritor y puede ayudarlo si abandona a tiempo. Este es uno de los más polvorientos clichés que existen y me disculpo por él. Pero cuando a alguien se le hacen las mismas viejas preguntas se corre el riesgo de recibir las mismas viejas respuestas.

Usted escribió una vez en “Transatlantic Review” que la única razón para escribir periodismo era que estaba bien pagado. Dijo: “Y cuando se destruyen las cosas valiosas que uno tiene, escribiendo sobre ellas, uno quiere conseguir el gran dinero”. ¿Piensa en la escritura como un tipo de autodestrucción?

No recuerdo haber escrito eso. Pero suena lo bastante tonto y violento como para que yo lo haya dicho para evitar tener que morderme las uñas y decir algo sensato. No creo que escribir sea una especie de autodestrucción aunque el periodismo después que se ha llegado a un cierto punto puede ser una cotidiana autodestrucción para un escritor creativo serio.

¿Cree que el estímulo intelectual de la compañía de otros escritores tiene algún valor para el autor?

Por cierto.

¿En París en el año 20 tenía un “sentimiento de grupo” con los otros escritores y artistas?


No. No había sentimiento de grupo. Teníamos respeto por los otros. Yo respetaba a un montón de pintores, algunos de mi edad, otros mayores -Gris, Picasso, Braque, Monet que todavía vivía entonces- y unos pocos escritores: Joyce, Ezra, la buena de la Stein…

Cuándo escribe ¿se encuentra alguna vez influenciado por lo que está leyendo en ese momento?

No, desde los días en que Joyce estaba escribiendo “Ulyses”. La suya no fue una influencia directa. Pero en esos días en que las palabras que conocíamos nos estaban vedadas y teníamos que luchar por cada una de las palabras, la influencia de su obra fue lo que cambió todo e hizo posible que nosotros nos escapáramos de las prohibiciones.

¿Se puede aprender de los escritores algo sobre literatura? Joyce, por ejemplo, no toleraba hablar sobre literatura.

Con la gente del mismo oficio se habla en general de los libros de otros escritores. Cuanto mejor son los escritores, menos hablarán de lo que ellos mismos han escrito. Joyce era un muy gran escritor y solamente le explicaba lo que hacia a los mediocres. Se suponía que los otros escritores que él respetaba iban a poder saber lo que hacía con leerlo.

Parece que usted evita la compañía de escritores en estos últimos años. ¿Por qué?

Eso es más complicado. Cuanto más uno se adentra en la escritura, más solo está. La mayoría de sus mejores y más viejos amigos muere. Otros se van. Uno no los ve más que en ocasiones, pero uno escribe y tiene el mismo contacto con ellos como cuando estábamos juntos en el café en los viejos días. Uno se manda cartas irresponsables, obscenas, alegres, a veces cómicas, y es casi tan bueno como conversar. Pero uno está más solo porque debe trabajar y el tiempo para trabajar es cada vez más corto y si uno lo desperdicia siente como si hubiera cometido un pecado para el cual no hay perdón.

¿Cuáles diría que han sido sus antecesores literarios, los que más le han enseñado?

Mark Twain, Flaubert, Stendhal, Bach, Turgueniev, Tolstoi, Dostoiewski, Chejov, Andrew Marvell, John Donne, Maupassant, el buen Kipling, Thoreau, el Capitán Marryat, Shakespeare, Mozart, Quevedo, Dante, Virgilio, Tintoretto, Hieronymus Bosch, Breughel, Patinier, Goya, Giotto, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, San Juan de la Cruz, Góngora, nos llevaría un día recordarlos a todos. Y además sonaría como si reclamara una erudición que no poseo en vez de tratar de recordar toda la gente que ha tenido influencia en mi vida y en mi obra. Esta no es una vieja pregunta estúpida. Es una pregunta muy buena pero solemne y requiere un examen de conciencia.

¿Relee a los autores de su lista, a Twain, por ejemplo?

Hay que esperar dos o tres años con Twain. Se lo recuerda demasiado bien. Leí algún Shakespeare este año, siempre “Lear”. Alegra leerlo.

Leer, entonces, es una ocupación constante y un placer.

Siempre estoy leyendo libros, tantos como existen. Me los raciono para tener siempre provisión.

¿Admite que hay simbolismo en sus novelas?

Supongo que hay símbolos ya que los críticos se la pasan encontrándolos. Si no le molesta, no me gusta hablar de ellos ni que me pregunten por ellos. Ya es bastante duro escribir libros y cuentos como para que además uno tenga que explicarlos. También, deja a los explicadores sin trabajo. Si cinco o seis o más buenos explicadores pueden continuar, ¿por qué los interferiría? Lea cualquiera de las cosas que escribo por el placer de leerlas. Cualquier otra cosa que encuentre estará en la medida que usted la haya aportado a la lectura.

¿Hasta qué punto está completo en su pensamiento la concepción de un cuento? ¿Mientras lo va escribiendo cambia el tema, el argumento o algún personaje?

A veces uno sabe el cuento. A veces lo va haciendo y no tiene la menor idea de cómo terminará. Todo cambia a medida que se mueve. Eso es lo que hace que el movimiento haga el cuento. A veces el movimiento es tan lento que no parece que se estuviera moviendo. Pero siempre hay cambio y siempre movimiento.

¿Le resulta fácil saltar de un proyecto literario a otro, o continúa hasta terminar lo que comienza?

El hecho de que esté interrumpiendo trabajo serio para contestar estas preguntas prueba que soy tan estúpido que debería ser castigado severamente. Lo seré. No se preocupe.

¿Se piensa en competencia con otros escritores?

Nunca. Solía tratar de escribir mejor que ciertos escritores muertos de cuyo valor estaba seguro. Desde hace un largo tiempo he tratado de escribir lo mejor que puedo. A veces tengo buena suerte y escribo mejor de lo que puedo.


¿Los personajes de sus obras, están tomados sin excepción de la vida real?


Por supuesto que no. Algunos provienen de la vida real. Mayormente se inventa a la gente a partir de un conocimiento y comprensión y experiencia de la gente.

¿Puede usted decir algo sobre el proceso de convertir un personaje de la vida real en uno de ficción?

Si explicara cómo a veces se hace esto se convertiría en un manual para los abogados que se ocupan de injurias.

¿Hace usted una distinción -como la hace E.M. Forster- entre personajes “chatos” y “redondeados”?

Si se describe a alguien, es chato, como son las fotografías y desde mi punto de vista, un fracaso. Si se lo compone con lo que uno sabe, aparecerán todas las dimensiones.

¿Cómo le pone nombre a sus personajes?

Lo mejor que puedo.

¿Le vienen los títulos mientras está en el proceso de hacer el cuento?

No, hago una lista de títulos después de haber terminado el cuento o el libro, a veces hasta de cien títulos. Luego comienzo a eliminarlos, a veces todos.

Cuando no está escribiendo, ¿sigue siendo constantemente el observador, buscando algo que pueda serle útil?

Seguramente. Si un escritor deja de observar está acabado. Pero no tiene que observar candentemente ni pensar cómo le será útil. Quizás eso sirva al principio. Pero después todo lo que ve va a la gran reserva de cosas que sabe o ha visto. En la literatura se está limitando por lo que ya ha sido hecho satisfactoriamente. Así que he tratado de aprender a hacer algo distinto. Primero he tratado de eliminar todo lo que es innecesario para comunicar experiencia al lector, de modo que después de leer algo, él o ella lo conviertan en parte de su experiencia y les parezca que realmente ha ocurrido. Esto es muy difícil de hacer y he trabajado duramente en esto.

¿Ha descripto alguna vez algún tipo de situación de la que no tenga conocimiento personal?

Es una pregunta rara. Por conocimiento personal ¿entiende usted conocimiento carnal? En ese caso la respuesta es positiva. El escritor, si es bueno, no describe. Inventa o crea a partir de su conocimiento personal e impersonal y a veces parece tener conocimientos inexplicados que pueden venirle de una experiencia olvidada familiar o racial.

¿En qué grado se debe estar separado de una experiencia antes de poder escribirla en términos de ficción?

Depende de la experiencia. Una parte de uno la ve con completa independencia desde el principio. Otra parte queda muy implicada. Creo que no hay reglas sobre el tiempo que debe transcurrir antes que uno pueda escribir. Dependerá en cómo se adapte el individuo, de cómo sean los poderes de recuperación de él o ella. Aprende varias cosas importantes muy rápidamente. Si le van a ser útiles o no, está condicionado a la supervivencia. Sobrevivir, con honor, esa palabra tan pasada de moda y tan omnimportante es tan difícil y tan importante como siempre para un escritor. Los que no duran son siempre los más amados ya que nadie tiene que verlos en sus largas, opacas e inexorables luchas, sin dar ni recibir un centavo por hacer algo como creen que debe hacerse antes de morir. Los que mueren o se van pronto y fácil y con buenas razones son preferidos porque son comprensibles y humanos. El fracaso y la cobardía bien disfrazada son más humanos y más amados.

¿Puedo preguntarle hasta qué punto cree usted que el escritor debe preocuparse por los problemas sociopolíticos de su época?

Cada uno tiene su propia conciencia y no deberían existir reglas sobre cómo debe funcionar una conciencia. De una cosa puede estar seguro y es que si la obra de un escritor preocupado por la política debe durar tendrá que saltear lo político cuando lo lea. Muchos de los llamados escritores enrolados políticamente cambian frecuentemente su política. Esto los alegra mucho a ellos y a sus revistas político-literarias. A veces tienen que escribir de apuro sus nuevos puntos de vista… Quizás esto pueda ser respetado como una forma de la búsqueda de la felicidad.

¿Diría alguna vez que hay una intención didáctica en su obra?

Didáctica es una palabra que ha sido mal usada y arruinada. “Muerte en la tarde” es un libro instructivo.

Se ha dicho que un escritor trata una o dos ideas a través de toda su obra. ¿Diría usted que su obra refleja una o dos ideas?

¿Quién dijo eso? Suena muy tonto. El hombre que lo dijo posiblemente no tenía más que una o dos ideas.

Usted ha dicho, creo, que la gran literatura nace de un sentimiento de la injusticia. ¿Considera importante que un novelista sea así dominado, por un sentimiento tan compulsivo?

Un escritor sin sentido de la justicia y la injusticia haría mejor en preparar un libro de lectura para una escuela de chicos infradotados que en escribir novelas. El don más esencial para un buen escritor es el de poseer un detector de mierda, innato y a prueba de choques. Ese es el radar del escritor y todos los grandes escritores lo tienen.

Finalmente, como escritor creativo ¿cuál cree que es la función de su arte? ¿Por qué una representación de los hechos en vez de los hechos mismos?

¿Por qué asombrarse de eso? De las cosas que han ocurrido y de las cosas tal como existen y de todas las cosas que uno conoce y de todas las que uno no puede conocer, se hace algo por medio de la invención que no es una representación sino una cosa nueva y completa más verdadera que cualquier otra cosa viva y verdadera, y se la hace viva, y si se la hace lo bastante bien, se le da inmortalidad. Por eso se escribe y por ninguna otra razón que se conozca.

LEER, PENSAR Y ESCRIBIR...




Terminó el primer cuatrimestre en la facultad. Cuando las clases me aburren (algo habitual por desgracia), me desconecto de la especificidad del lenguaje literario que fluye a mi alrededor y pienso en la carrera que estoy llevando adelante.
Por momentos, el único sentido que le encuentro a la ubicación de letras en el espacio académico, es el de servir de refugio espiritual para personas que tienen una determinada inclinación a leer, pensar y escribir. Es decir, a personas con ciertos estados de inteligencia y sensibilidad, que su narcisismo impulsa a ponerlos a prueba en un ámbito legitimado por la comunidad intelectual: la universidad. Este mismo narcisismo, desde ya, es el que convierte a ese refugio en una potencial trinchera de guerra.
Esto es así, aún cuando la preparación formal de las diversas asignaturas apunta a producir docentes de literatura y no intelectuales elevados que compiten entre sí para ver quien tiene mayor consenso en su propia comunidad sin dejar de desear algún tipo de reconocimiento por parte de las masas iletradas.
Me indigna que, en esta carrera, haya docentes que -como si estuviéramos en el secundario- se tomen el trabajo de supervisar que los alumnos hagan una lectura de "todo el texto".
Lo importante es el cruzamiento de textos teóricos con textos literarios, y encontrar líneas de pensamiento que surjan de la articulación de los mismos.
Justamente, si la carrera lo que forma es -en principio- futuros docentes, lo que está haciendo no es otra cosa que formar "profesionales de la palabra"
A diferencia de un médico, un abogado, un contador, un psicólogo o un ingeniero (las profesiones tradicionales), el licenciado en letras -con su título en mano- sólo afecta a las personas -en tanto utiliza en la sociedad las herramientas adquiridas en la universidad- en forma simbólica.
En las carreras mencionadas anteriormente, una falla del profesional y la afectación es material y directa para el cuerpo o la mente que la sufre, ya sea que se trate de un escrito judicial presentado fuera de término, la prescripción de una dosis elevada de medicación de acuerdo al estado del paciente o una liquidación de impuestos mal practicada.
Dónde está la mala práxis en el mundo de las palabras, es decir, en el mundo de la semiosis infinita?
La mala praxis debe encontrarse objetivada.La objetivación de una carrera tan cercana al mundo del arte y tan alejada del mundo de las leyes del mercado en el que se compran y se venden cotidianamente todo tipo de bienes y servicios, la encuentro en la elección misma de los textos.
La mala praxis estaría, entonces, en el posicionamiento político que emprende una cátedra de literatura al seleccionar un determinado material bibliográfico y no otro.
Es, justamente, de la articulación entre el presente social y político en que se vive, y los textos elegidos por la cátedra, donde podría llegar a inferirse algún tipo de desprolijidad intelectual.
Es, justamente, entendida de un modo sartreano, la forma en que puede concebirse la necesidad de la existencia de la literatura como saber profesional.
Se trata, como siempre, de la ampliación del campo de batalla en el que se mueven nuestros sentidos.
La obra literaria está atada a -y será leída desde- otros campos del conocimiento, que siempre serán los conocimientos propios del resto de las ciencias sociales. Es decir, las series de sentido de un determinado texto literario serán encontradas (para el lector entrenado) en relación con las grandes corrientes de pensamiento que marcaron -cada una desde su área- el descubrimiento y análisis del hombre en su relación con el mundo. Se trata de la psicología, la filosofía, la sociología, la antropología, la historia y, por supuesto, la propia literatura.
En este contexto, la poesía es la que intenta, por todos los medios, romper con cualquier tipo de sentido "social" de la palabra. Escapar de las ciencias sociales y, aún, de la propia literatura.
La poesía es, entonces, lo más parecido a la música que se pueda hacer con palabras.
Tal vez, lo más parecido a la verdad que pueda pronunciar un hombre.

domingo, 10 de julio de 2011

EL DERECHO AL MISTERIO...


Jorge Barón Biza
El canto de la lejana libertad (fragmento)



“Amor, libérame de las razones por las que tú prefieres llorar y yo prefiero volar.”
¿Literatura del verdadero límite? ¿Literatura del otro lado del límite? Aquí nadie jugó al surrealismo ni al dadaísmo. El contrasentido, el absurdo, lo incomprensible tuvieron aquí un valor existencial que hace que nos riamos de todos los experimentos de la ciencia literaria. Estos textos ponen también a los que los leen en el límite, sobre todo si se los lee aquí, en las celdas abandonadas para siempre, evacuadas sector por sector. Estos pocos textos ambiguos y herméticos resumen los otros, los de odio, amor o salvación. Estos son los textos del misterio. No se trata de misterios policiales, sino de un misterio que anidó en lo más profundo de unas vidas destruidas y que sin embargo conservaron y recibieron la fuerza para tratar de rehacerse y también la fuerza del amor. No son textos que tengan una finalidad segura: no lloran, no bendicen, desconciertan. Y ése es quizá el último derecho de las experiencias de este lugar: el derecho al misterio, el derecho a no mostrarse enteramente a pesar del hacinamiento, del panóptico vigilador, de las requisas. El derecho de proclamar que, después de todo, las víctimas conservan ese rincón al que no ha llegado nadie y que, quizá, explicaría todo, que en el misterio del hombre reside el amor y su redención."

PARIS ERA UNA FIESTA...








Medianoche en París es el tipo de película que me hace sumamente odioso el hecho de tener que abandonar la sala al término de la función. Y es que, finalizada la magia, nada del mundo real tendrá sentido por algún tiempo.
La historia de un viaje inesperado en el tiempo hacia el centro de la ilusión y el deseo de una persona (ilusión que, en este caso, muchos compartimos con el protagonista) es, en las manos de Woddy, una artesanía deliciosamente elaborada (no es eso, acaso, lo que hizo de la filmografía del neoyorkino un conjunto de elementos indispensables para entender las formas modernas de vida en la ciudad?)
Arte, historia, deseo y ciudad son los ejes que se articulan bajo el sello increíblemente amable que tienen sus películas.
Si hay una virtud, entre las tantas, que se le pueden atribuir a sus producciones es la de revestir la neurosis de sus personajes de un encanto arrebatador.
Para enamoranos de nuestra neurosis, entonces, están las películas de Allen.
Y es que... si no podemos con nuestro enemigo, qué mejor que aprender a quererlo, no?

martes, 5 de julio de 2011

LOS GRANDES RELATOS...





ENTREVISTA A EDUARDO GRUNER

Sus desarrollos ubican al psicoanálisis como una de "las principales formas del pensamiento del siglo XX, con fundamentos más sólidos", la otra sería el marxismo. ¿Cómo cree que influyeron estos discursos en el mundo occidental?


-Son dos disciplinas que, con sus diferencias, han construido un horizonte absolutamente nuevo -usando una metáfora de Foucault- para el pensamiento occidental, aunque no solamente para él. Presentado esto como marco más general, debo decir que una buena parte de mi estudio, de mi trabajo intelectual estuvo, durante mucho tiempo, presidido por el asombro que me provocaba -puede ser una lectura particular que no le quiero endilgar a nadie- comprobar la extraordinaria semejanza en la lógica del razonamiento entre dos sabios tan diferentes como fueron Marx y Freud. Si uno lee, por ejemplo, el primer capítulo de El capital y se detiene en la famosa sección que Marx llama "El fetichismo de la mercancía", y por otro lado, ese artículo de Freud de 1927 sobre el fetichismo, es pasmoso verificar cómo dos sujetos tan diferentes pueden estar pensando en un mismo registro, que es también asombrosamente complementario para reflexionar sobre cuestiones como la ideología, nada más y nada menos. La operación fetichista, tanto en Marx como en Freud, aparece en dos terrenos distintos, que parecerían no tener ningún tipo de contacto entre sí. Sin embargo, son pensamientos a partir de cuya articulación puede entenderse en buena medida cómo están armados ciertos mecanismos inconscientes de ‘la dominación’. Así hay muchísimos otros ejemplos que pueden darse, y me parece que es fundamental, para alguien que pretende ser un intelectual crítico en la actualidad, seguir pensando en esta articulación. Por supuesto que no es ninguna novedad, esto ha sido pensado muchas veces, pero creo que hay que insistir sobre eso. Porque se trata no tanto de considerar objetos o contenidos específicos, sino de aprender un modo de razonamiento, que hasta ahora es el que a mí más me ha servido para estar permanentemente alerta frente a las seducciones y a los fetichismos habituales del pensamiento. Me parece que es un modo de pensamiento -sobre todo desde esta perspectiva de la mirada crítica permanente sobre los fetichismos- que permite reflexionar sobre lo que ha sido la Historia de Occidente. Permítanme hacer un pequeño preámbulo. ¿Por qué yo insisto en que es necesario volver a pensar en esta relación entre Marx y Freud? Porque en cierto modo, el pensamiento occidental de las últimas décadas se ha alejado, no solamente de esta relación entre Marx y Freud, o, más abarcadoramente, entre el materialismo histórico y el psicoanálisis, sino de estos autores, y eso es también una operación ideológica. Todo ese pensamiento que se llamó, muy genéricamente, posmoderno -que por suerte está, creo, en una crisis terminal, hay cierta inercia- ha sido dominante desde la década del 70 hasta la actualidad. Uno de los principales caballitos de batalla de ese pensamiento ha sido, a esta altura casi una caricatura, esta idea de ir contra los grandes relatos de la Modernidad, y, como quien no quiere la cosa, entre esos grandes relatos se ha incluido, la mayor parte de las veces, al marxismo y al psicoanálisis. A mí siempre me llamó mucho la atención que este pensamiento posmoderno, supuestamente crítico de la Modernidad, empieza por aceptar las versiones más oficiales y dominantes de lo que ha sido la Modernidad, como si hubiera sido una suerte de bloque homogéneo, una totalidad sin fisuras. Cuando la presencia de pensadores como Marx o Freud, podría agregar a Nietzsche, desde otra perspectiva, demuestra que la Modernidad fue un campo de batalla, que esa racionalidad que la Escuela de Frankfurt hubiera llamado instrumental -y que fue la forma efectivamente triunfante en la Modernidad- siempre estuvo en el propio interior de ella. Racionalidad discutida y combatida por pensadores como Marx y Freud que intentaban mostrar que la Modernidad no era un bloque homogéneo. Hay una fractura profunda, por ejemplo, en lo que es la visión de la sociedad y de la historia, para hablar del lado de Marx, que el discurso dominante ha tenido sobre la Modernidad.


-O la división del sujeto, en Freud.


-Sí. No quiero insistir sobre la famosa metáfora de la tercera herida narcisista, pero sin ninguna duda se trata de una forma de pensar el sujeto, de construir ese nuevo objeto que es el inconsciente, que pone en duda las cuestiones dominantes de lo que supuestamente es el sujeto moderno a partir de Descartes. Y acá viene la cuestión del fetichismo: ya es una cuestión fetichista el identificar a Marx y a Freud con esta visión de la Modernidad. Pero la crítica del fetichismo, que hacen estos pensadores, no solamente permite pensar por qué justamente se intenta identificar a estos dos sujetos con estas versiones dominantes, sino que posibilita pensar la Historia de la Modernidad en sí misma, esas fracturas. Finalmente ¿de qué se trata tanto en Marx como en Freud, desde el punto de vista filosófico más general? Se trata de que tanto la sociedad capitalista, en el caso de Marx, como este sujeto también homogéneo, sólidamente constituido, que es el sujeto cartesiano o kantiano, que ha terminado por triunfar como imagen en la filosofía occidental, sólo pueden funcionar con esa apariencia de totalidad, precisamente, porque les falta algo. Uno lee el texto sobre ‘Fetichismo de la mercancía’ y allí se encuentra con que Marx dice: ‘Sí, todas las respuestas que la teoría económica -que él llama burguesa- da para el funcionamiento de la economía capitalista son perfectamente correctas. No dice que sean mentiras, que se esté engañando a la gente, salvo por un detalle: son respuestas correctas –dice él- a una pregunta que no se hace. La pregunta es muy sencilla: ¿cómo es que los capitalistas tienen ganancia? Ahí viene toda la cuestión de la plusvalía, un detalle trivial, tan trivial como esos lapsus o esos actos fallidos o esos sueños a través de los cuales Freud construye un objeto nuevo para la ciencia que es el inconsciente. Entonces, la Historia de la Modernidad occidental tanto como el sujeto moderno son totalidades aparentemente completas y perfectamente racionales, salvo que uno se interrogue por ese detalle que les falta, del cual esas totalidades o esos discursos no pueden dar cuenta. Para hablar del sujeto dividido, que mencionábamos recién, en la propia constitución de la imagen del sujeto, si uno trata de articular los dos discursos, puede empezar a hacerse algunas preguntas. La imagen del sujeto que triunfa en el pensamiento filosófico occidental, decíamos, es la del sujeto cartesiano. Descartes es un pensador de mediados del siglo XVII, 1650 y algo es la fecha de la escritura del Discurso del método, de esos textos, sin duda, fundamentales para el pensamiento occidental. Ahora, si uno le pregunta al más convencional de los profesores de Historia del colegio secundario cuándo empieza la Modernidad, podrá citar la caída del Imperio romano de oriente -por lo menos eso se hacía en la época en que yo estudiaba- en muchos casos, el así llamado ‘Descubrimiento de América’. En cualquier caso, estamos a fines del siglo XV: me falta un siglo y medio. ¿Por qué la Modernidad histórica empieza a fines del siglo XV cuando el sujeto moderno nace a mediados del siglo XVII? ¿Qué hubo que desplazar del campo para que la imagen del sujeto que triunfara fuera la de un sujeto que pertenece a esa época de consolidación del modo de producción capitalista –mediados del siglo XVII? Es decir, un sujeto que es ya plenamente un individuo, con todo lo que eso implica. Me refiero a la etimología de ese término ‘sujeto no dividido’, que se basta a sí mismo, encerrado en su mundo, en la mónada de su conciencia plena, en la transparencia de sus conocimientos sobre sí mismo. Y sobre todo -como diría Sastre- un sujeto ‘serializado’, que permite una imagen de sociedad que es simplemente lo agregado cuantitativo de estas mónadas de los individuos. Muy distinta hubiera sido la imagen del sujeto moderno si hubiéramos tomado efectivamente el año 1492, los grandes debates, por ejemplo, entre Bartolomé de las Casas y Francisco Vitoria, a propósito de si los indios americanos tienen alma o no, o sea, un debate que presupone un sujeto dividido entre su cuerpo y su alma. Y que da por sentado además que la construcción de ese sujeto "nuevo", que se les aparece a los europeos, es una construcción dialógica, que tiene que ver con un choque de culturas, donde necesariamente hay un Otro que está implicado en la propia construcción de esa subjetividad. Pero esto es lo que aparece desplazado, obturado, renegado o forcluido por la dominación ideológica a partir de mediados del siglo XVII. Y hay todavía un fetichismo mayor que se produce con esto, porque a partir de ese momento y de la constitución en el discurso dominante de esa imagen del sujeto de mediados del siglo XVII: la historia la hace Europa. La subjetividad, la racionalidad, la civilización como tal, la cultura queda absolutamente en manos de esa ínfima región del mundo que hasta 1492 era una miserable periferia, digámoslo con todas las letras.

-¿Se trata de la cultura o del poder?

-Sí, me refiero a la cultura dominante, hay un discurso, que se vuelve hegemónico en manos de las potencias colonialistas, para seguir con el ejemplo.


-Que marcan lo que es y lo que no es
.

-Exactamente. Entonces, una articulación entre el pensamiento de Marx y el de Freud permite pensar esta cuestión desde una perspectiva totalmente diferente, descentrada. Porque ahí podríamos hablar de otra anticipación, en realidad, este sujeto cartesiano, de mediados del siglo XVII, es anticipado, de un modo asombroso, por el arte del Renacimiento, allí es donde aparece por primera vez el protagonismo del individuo. Hay un género pictórico, que por supuesto existe desde antes, pero que se vuelve en muchos sentidos dominante, a partir del Renacimiento, que es el retrato: que no es otra cosa que la promoción del rol protagónico del individuo. Pero además, se inventa la perspectiva, el individuo ya no sólo es retratado, sino que aparece en primer plano, en posición dominante sobre el universo en general, la naturaleza, o lo que sea. Por supuesto, esto tiene otro tipo de consecuencias, como la separación del sujeto y el objeto, que hace posible la Ciencia experimental moderna. En la medida en que el sujeto se separa de la naturaleza y empieza a intervenir sobre ella, hay también allí un proceso de dominación en juego. Al mismo tiempo que, por un lado, con la conquista de América y con la expansión colonial, existía la posibilidad de construir una imagen dialógica y social de la subjetividad, basada en el choque de culturas; el arte, en esos mismos años, estaba anticipando esa figura del sujeto cartesiano que luego termina triunfando.


-Se podría decir que el arte ha tenido habitualmente un rol anticipador.


-Claro que sí.


-Usted dice en un texto que "el arte dominante de hoy es roca muerta, que no tiene secretos que entregarnos" De ser así, el arte habría dejado de ocupar ese lugar de anticipador, donde generaba cierta incomodidad en la cultura, a la vez que haría presumir que es posible que no haya secretos.


-¿Yo dije eso?... está muy bien, no lo recordaba. Digamos que existe ciertamente ese peligro en la medida en que el arte justamente está cada vez más ‘disuelto’ en la cultura. En este caso, estoy utilizando el concepto de cultura en el sentido de la cultura dominante, con todo lo que eso significa. En muchas otras épocas, el arte tuvo un lugar de confrontación, un lugar crítico, de enfrentamiento con la cultura, casi un lugar objetivo, que no necesariamente era conciente e intencional. El arte que Adorno, por ejemplo, llamaría autónomo tiene la particularidad de ser una singularidad tan irreductible a cualquier otra cosa, que necesaria y objetivamente entra en conflicto con la cultura dominante que lo rodea, de la cual es parte. Esto es lo interesante, de la misma manera que el inconsciente es parte de cualquier sujeto y está en conflicto con aquello que el sujeto piensa de sí mismo.

-Siguiendo esta descripción, esta definición, ¿no será que lo que hoy en día se considera arte, en realidad, no lo es y el arte está en otro lugar?

-¿Y dónde, por ejemplo?

-No lo sé, esperaba que Ud. me lo dijera.

-Por eso es un signo de la época y el fin de las vanguardias, son fenómenos que todavía hasta la segunda posguerra mantenían cierta iniciativa, cierta energía. Creo que en buena medida todo eso está liquidado, en una época que ha presenciado, como ninguna anterior, el triunfo casi completo de lo que Adorno hubiera llamado ‘la industria cultural’. Y que va mucho más allá de lo que él preveía en aquellos textos sobre ‘la industria cultural’ que son de fines de la década del cuarenta. Hoy en día, yo diría que hay una suerte de consustanciación íntima entre el arte y la industria. Hasta se podría decir que toda industria es cultural, porque las transformaciones tecnológicas, económicas y sociales que se han producido en las últimas décadas (los medios de comunicación de masas, la informática, etc.) hacen que haya una progresiva ‘estetización’ incluso de la lógica económica. Y eso, para volver al principio de nuestra charla, significa una proliferación tal de fetichismo como no se había visto nunca antes en la historia: una especie de pérdida de la materialidad, de eso estoy hablando. Uno podría construir, por ejemplo, una suerte de Historia del dinero, sería interesantísimo hacerlo en paralelo con este tipo de transformaciones. En tiempos primitivos, remotos, las vacas o los costales de sal cumplían la función que hoy tiene el dinero, y se usaban como un equivalente general en las operaciones de trueque -no sé por qué, ya que eran bienes escasos. Después, se inventaron los lingotes de oro, la moneda, que ya era una forma de dinero atravesada por el signo, entonces, se acuñaban monedas, y el monarca de turno tenía que firmarlas o se imprimía su sello, su imagen. Pero todavía había una consistencia material, que con el billete ya se pierde, y luego viene el plástico. Hoy en día, el dinero es ‘aire’, se realizan operaciones en esas ‘maquinitas’ para transferencias bursátiles que viajan por el espacio cibernético y que pueden derrumbar sociedades enteras. Entonces, esa pérdida de la materialidad, esa inconsistencia de la economía actual y del capitalismo como tal tiene, por otra parte, efectos materiales bien dramáticos. Es una inconsistencia material, una espiritualización. Una vez escandalicé a algunos profesores de la Facultad de Ciencias Sociales, diciéndoles que yo creía que había que pensar las cosas exactamente al revés de lo que se suele decir en los medios, donde se critica el materialismo del mundo moderno, yo creo que ocurre exactamente lo contrario, que hay una especie de ‘fetichizada espiritualización’, y que lo que hace falta es más materia crítica sobre todo. Y volver a pensadores como Marx y Freud, y, sobre todo, una lectura conjunta de ambos como una manera de reintroducir materia crítica en el mundo.

-La pérdida de la consistencia de la materialidad, ¿qué efectos tiene en los sujetos?

-Es también una pérdida de la materialidad de los sujetos, no me caben dudas. Marx tiene una famosa frase, muy profunda, que dice que ‘la historia efectivamente se repite, se produce una vez como tragedia y la segunda vez como farsa’. Ahí también podemos detectar otra semejanza por lo menos de intereses entre Marx y Freud. Cuando me refería a una comunidad de intereses, pensaba en lo trágico que, tanto en Marx como en Freud (aunque desde perspectivas diferentes), y, por supuesto, en Nietzsche, a quien ya mencionamos, aparece no como un mero objeto de estudio, sino como una herramienta de análisis. El pensamiento trágico como tal se transforma en un instrumento de análisis crítico. Es este sentido amplio de la tragedia lo que la sociedad moderna ha perdido totalmente. Estamos en la era de la farsa, que tiene efectos trágicos, que hace que sociedades enteras se hundan de la noche a la mañana -la nuestra, para no ir más lejos, que todavía mantiene ciertos privilegios, si uno piensa en Irak o en ciertas sociedades de África. Creo que esta pérdida del pensamiento trágico como lógica de pensamiento es gravísima en las formas actuales de pensar el mundo, basada en un conflicto que es irresoluble. Se trata de reponer, veremos después si se puede resolver o no, esta dimensión conflictiva de lo real, que está en la imagen o en la construcción freudiana del sujeto fracturado, que está en la construcción que hace Marx de la historia y de la sociedad.


-¿Por qué considera a Edipo como un punto de inflexión que posibilita las condiciones para la ‘Era del sujeto moderno’?


-Esa idea no es mía, tengo que ser honesto, yo la he usado como mejor creí entenderla. Es una idea original de un pensador francés que es Jean Joseph Goux que a mí me resultó sumamente estimulante. Yo no diría como lo hace Goux que posibilita las condiciones del sujeto moderno como tal, porque hacen falta una cantidad de otras condiciones históricas que evidentemente no son las de la Grecia del siglo V a.c. cuando aparece este mito y esta traducción o interpretación trágica que Sófocles puede hacer del mito de Edipo. Pero sí diría que tomándolo tanto como figura mítica o como estructura recurrente, insistente da cuenta muy bien del conflicto irresoluble entre ciertas formas de un orden arcaico y ese orden de la Modernidad que va a terminar imponiéndose definitivamente con la sociedad moderna burguesa o con el capitalismo. Es muy astuto lo que dice Goux, al revés de lo que sucede con todos los otros héroes míticos y trágicos más paradigmáticos, Edipo es el primero que sólo utiliza su razón, su astucia para luchar con el monstruo. En este sentido es un caso absolutamente anómalo en el contexto de la gran mitología griega. En Edipo, en primer lugar, se trata de una cuestión política, esta es una dimensión que suele olvidarse: Edipo conquista el poder respondiendo a la pregunta de la esfinge, mientras que los otros héroes le cortan la cabeza con un hachazo y con la ayuda de los dioses. Son los dos elementos que este pensador francés señala que faltan en Edipo, él no recurre a la fuerza física, sino a la astucia de la razón y no invoca a los dioses; en ese sentido, es un sujeto moderno, laico. Goux va mucho más allá, dice que ahí está el origen de la Filosofía tal como nosotros la conocemos. Volviendo a Adorno, allí está el inicio también, aunque Goux no lo desarrolla, de lo que la Escuela de Frankfurt llamaría ‘la racionalidad instrumental’, ese aspecto de una racionalidad cuyo objeto más presente es la dominación -no el único- la conquista y la construcción del poder sobre la naturaleza, sobre los otros hombres o lo que fuera. Entonces creo que el interés que tiene Edipo -más allá incluso de Freud o del psicoanálisis- es el de ubicar ahí un conflicto fundacional que la sociedad occidental no ha terminado de resolver.


-En este sentido, Antígona ¿estaría en esa misma línea?


-Ese planteo lo hace una mujer, ese es el otro aspecto que falta. En la construcción de estos sucesivos fetichismos, de estas forclusiones en que consiste el pensamiento dominante en Occidente -seguramente no sólo, pero uno habla de lo que conoce- también está el lugar de lo femenino. Y no estoy haciendo un discurso necesariamente feminista, en el sentido también dominante de ese término que es muy discutible, pero sin duda, hay algo. Estos monstruos que los héroes de la mitología griega tienen que matar son siempre femeninos, allí hay una obturación de un lugar que parece que es necesario cortar de cuajo. Valga lo que valga esa metáfora, cuando estamos hablando de la castración en un sentido muy amplio del término. Así que esa racionalidad instrumental, por supuesto que es masculina, que ha renegado y ha forcluido su otra parte constitutiva, ese costado femenino que es en cierto modo lo más material, en sentido amplio, la separación de la cabeza y el cuerpo. Si uno toma la tragedia, justamente, como género, pero también como estructura, que sin duda es algo así como el momento fundacional de la cultura occidental y el arte, Antígona o incluso Edipo, hay ahí un anudamiento muy estrecho entre una forma estética, sin duda, o literaria, que eso es sobre todo la tragedia. Pero también eso que yo llamaría lo político como tal, como fundamento mismo de lo humano, de la constitución de la comunidad de seres humanos. En esa lucha entre Antígona y Creonte, no hay un conflicto entre dos políticas para la polis ‘ciudad’, lo que hay es una pugna entre algunas políticas para la ciudad y eso -que sin duda Antígona, como mujer, representa muy bien- que a veces se llama ‘pensamiento de lo sagrado’ o ‘ley de la sangre’, pero que los griegos de esa época llamaban el ôikos, que era lo familiar. De allí proviene el término economía, porque efectivamente por ahí empieza la administración de la pequeña economía doméstica, pero tiene un alcance mucho mayor. Es lo Real, si quieren traducirlo en términos lacanianos, la materialidad de la que ninguna polis puede dar cuenta plenamente. Y eso es lo que está en combate en una tragedia como Antígona, el conflicto entre el ôikos y la polis. Donde por supuesto, termina triunfando la polis, pero donde algo del orden del ôicos retorna bajo las formas más siniestras -como suele suceder con los retornos de lo reprimido.

-¿Se podría establecer algún nexo entre ‘el fetichismo de la mercancía’, es decir, la idolatría del objeto, y ‘el objeto a’?

-Tratemos de atravesar este fantasma, como dicen ustedes. Hay varias cuestiones. Yo inevitablemente voy a tratar de pensar esto -además la pregunta lo supone- en el campo hipotético de relaciones entre el psicoanálisis y Marx y la historia. El ‘fetichismo de la mercancía’ implica entre otras cosas que todo aquello que es del orden de lo cualitativo queda desplazado, subsumido por una abstracción general. Marx dice que los objetos que hay en el mundo, que en la economía capitalista llamamos ‘mercancías’, son todos, por supuesto, radicalmente diferentes entre sí. Sin embargo, como no estamos en la época del trueque -aunque estuviéramos, sería complicadísimo llegar a ciertos criterios confiables sobre qué cosas trocar por qué otras cosas- se ha inventado eso que se llama ‘el equivalente general’: el dinero, ese tercer término al cual se puede reducir todo lo demás. Ahora, esto supone una abstracción, un fetichismo –una de las maneras de definir el fetichismo es como la sustitución de la parte por el todo o el todo por la parte, funciona en las dos direcciones. Entonces, acá lo que sucede es que hay una abstracción general bajo la cual se pierden las diferencias, quedan anuladas, porque todo puede pagarse con dinero, al sistema no le interesa cuál es la naturaleza de esos objetos. Las diferencias entre los sujetos quedan obturadas por el triunfo del ‘equivalente general’, que es la noción de ciudadanía. Los sujetos son todos diferentes, hay clases distintas, no todos los ciudadanos están en condiciones de ejercer su ciudadanía de la misma manera. Pero esas diferencias cualitativas se pierden en el ‘equivalente general’ de la ciudadanía, supuestamente democrática. Se trata de que no se repone la materialidad de la cuestión, porque en cuanto eso se hace, uno tiene que hacerse cargo del conflicto irresoluble que hay allí. Eso que se llama democracia es el objeto ‘a’ de la política. Esta es mi tesis, es decir, un objeto perdido, desde siempre, al que sólo podemos acercarnos, más o menos, mediante diferentes imaginarios, que no son todos iguales, los hay mejores y peores, o diferentes formas de identificación. Es un objeto que no podemos alcanzar, no podemos esperar que nos satisfaga plenamente, es un objeto eternamente desplazado, eso es lo más interesante que tiene. Hay otro pensador francés, Jacques Francier que en un librito que se llama El desacuerdo explica -y tiene que ver con el fetichismo- cómo los griegos inventan la democracia como una forma de hacer política dejando afuera a aquellos para los cuales supuestamente se edifica la política. Es una operación muy curiosa, que otra vez tiene que ver con la construcción de una totalidad que deja afuera aquello que precisamente le permite funcionar. Si uno bucea un poco en las etimologías y se pregunta qué quiere decir democracia, se encuentra con que democracia quiere decir ‘poder de los pobres’ -no, gobierno de la mayoría- del pueblo llano, del que no tiene propiedad, como se suele decir. El ‘fetichismo de la mercancía’ es la promoción del objeto ‘a’ a una filosofía de vida, en términos políticos y económicos. Curiosamente, y siendo consecuentes con el propio psicoanálisis, uno puede encontrar el síntoma de esto en los lugares más triviales. Por ejemplo, el discurso que mejor ha advertido esta posición del objeto es la publicidad. ¿En qué consiste la publicidad?, en hacer que un objeto sea deseable pero no satisfactorio, si no, uno dejaría de consumir, si encontrara plena satisfacción en alguna cosa, dejaría de comprar. Un sistema como el capitalismo depende de que uno siga deseando objetos que nunca lo satisfagan.


-Además, por su misma estructura, el deseo no se satisface, o sea, que siempre habrá consumidores disponibles.


-Exactamente, y ese es otro aspecto interesante para pensar la relación entre Freud y Marx, porque yo creo que el capitalismo es la primera forma de sociedad, el primer modo de producción que ha logrado capturar algo constitutivo de la propia conformación de la subjetividad (que sería esto que tiene que ver con el fetichismo, objeto ‘a’ o como se lo quiera llamar). Es la primera vez en la historia que hay una suerte de coincidencia entre la estructura del sujeto y una forma de dominación que ha sabido apoyarse en ella como en ninguna otra.

-¿Cuál sería la nueva posición intelectual y pasional -tomando lo que Ud. enuncia en sus textos- que le compete al psicoanálisis en la reestructuración cultural?

-Creo que hemos estado todo el tiempo hablando de esto. Le corresponde el lugar, que no puede tener ninguna otra disciplina, del pensamiento crítico, hasta las últimas consecuencias, sobre estas aporías de la subjetividad moderna. No sé hasta dónde el psicoanálisis puede retroactivamente pensar otras formas históricas de subjetividad, es un problema que me interesa muchísimo, pero seguro que sí la Modernidad, que es el contexto en que esa disciplina ha surgido, en un momento de crisis muy fuerte, en el pasaje del siglo XIX al XX.


-Decía antes que los grandes relatos han caído.


-Eso lo dicen los posmodernos.

-¿Cuál es su postura?

-No han caído porque todavía no existen, esta es mi polémica fundamental con el llamado pensamiento posmoderno. Creo que una operación ideológica fetichista que hace el pensamiento posmoderno es la de dar por sentado que tuvimos grandes relatos y que ellos se han derrumbado. Yo pienso que todavía a esos grandes relatos hay que construirlos y allí el psicoanálisis o el marxismo tienen un rol absolutamente protagónico. ¿Por qué pienso que no los hemos tenido?, por esto que decíamos hoy, por esas operaciones fetichistas que nos han tratado de convencer de que la Modernidad era ese bloque homogéneo y armonioso que la ideología o el pensamiento dominante nos presentaban como imagen. Creo que todavía no tenemos ese gran relato de la Modernidad.

-¿Por qué resulta necesario un gran relato?

-Porque creo que toda la historia de la cultura occidental nace de grandes relatos. Es necesario someter esos grandes relatos del origen, reponerlos, y, por supuesto, criticarlos. Quiero decir, otra vez la tragedia griega, la épica, el gran inicio del arte occidental está íntimamente ligado -no importa lo que pensemos de esas cosas- a temas como la filosofía y la religión. Ese nudo originario del cual hablaba hoy -a propósito de la tragedia griega- uno podría decir que la historia de la cultura occidental es la historia del progresivo ‘desanudamiento’ de esas cosas que constituían una voluntad de dar cuenta del universo. Aun cuando sea una voluntad trágica ¿en qué sentido?, en que sabemos que eso también es un objeto inalcanzable. Alcanzar esa imagen totalizadora del universo es imposible y hasta siniestro. Pero bueno ¿qué hacemos?, ¿nos hacemos los desentendidos, los distraídos o intentamos tener eso como horizonte, aunque por definición uno sabe que el horizonte se desplaza a medida que uno va caminando? No me parece que quedarse quieto sea la respuesta.