sábado, 8 de julio de 2017

ESA PALABRA...


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"En los debates académicos la categoría "populismo" adquirió tantos sentidos diferentes que llevò a que muchos cuestionaran su utilidad. Pero al volverse de uso común en los medios de comunicación y en los debates políticos, especialmente en las últimas dos décadas, se terminò de descontrolar completamente. Hoy casi cualquier cosa puede ser llamada "populismo" en la prensa internacional. "Populista" se ha vuelto una especie de acusación banal que se lanza para desacreditar a cualquier cosa o adversario, buscando asociarlo con algo ilegal, corrupto, autoritario, demagògico, vulgar o peligroso.
En los debates actuales, "populismo" significa no mucho màs que ser amistoso con la clase baja -sea en términos de políticas concretas o simplemente de manera discursiva- o tomar medidas (o tener estilos) que desagradan a las elites políticas, económicas o culturales. Porque, supongamos por un momento que manifestar cercanía hacia la clase baja fuera algo que se aparta de los ideales de las democracias "normales", esto es, de las que supuestamente dejan que el "pluralismo" oriente una negociación cordial de todos los intereses sociales, sin preferencia por ninguno. Y supongamos que tal desviación fuera tan importante que requiriera todo un concepto para nombrarla: no es "democracia", sino "populismo". Aceptemos todo eso por un momento. ¿Cómo es entonces que no hay un concepto especifico para nombrar la desviación opuesta, es decir, las ideas, actitudes, estilos o políticas que manifiestan cercanía con las clases altas y producen desagrado a las clases bajas? ¿Cómo es que tal apartamiento del ideal de pluralismo es simplemente una de las variables aceptables de la democracia y no reclama una etiqueta especial que nos advierta sobre el peligro que implican?
En la ausencia de la respuesta a esas preguntas, la pretensión normativa del concepto "populismo" queda perfectamente clara."
EZEQUIEL ADAMOVSKY: "EL CAMBIO Y LA IMPOSTURA".

sábado, 1 de julio de 2017

LA ALEGRÍA PROGRAMADA...


"DALE CAMPÈONResultado de imagen para festejo campeon" Por Martìn Kohan para Perfil
Hay gente que tiene que festejar algo por algún motivo y no sabe muy bien cómo hacerlo. Puede tratarse de un cumpleaños de quince o de sesenta, de una fiesta de egresados, de haberse recibido, de haberse casado; el caso es que hace falta estar contentos y no hay certeza de conseguirlo. Para eso existen, desde hace tiempo, los animadores y las animadoras. Su función social es importante. En la televisión, por ejemplo, son indispensables, dada su promesa frenética y fallida de entretenimiento incesante. En los cumpleaños infantiles se los requiere mucho también, pues los niños, cuando se aburren, lo declaran inmediatamente.
Ahora bien, si hay un lugar en el que no hacen falta en absoluto, es en una cancha de fútbol, y menos en un día de celebración de campeonato. Ahí no hace falta animar a nadie, no hace falta organizarle una hoja de ruta al contento: ahora cantamos esto, ahora saltamos por aquello, ahora nos exaltamos, ahora nos emocionamos. La fiesta digitada, la fiesta diseñada, la fiesta administrada, no encaja en esos palacios plebeyos de la alegría popular (pues, pese a todo, en gran medida lo siguen siendo).
En las fiestas burguesas se desean las alegrías de esa clase (o de esas clases), por eso se ha puesto de moda importar en ellas una sección de cumbia (adecentada) y por eso existe desde hace tanto el tradicional “carnaval carioca”, remedo penoso que ni es carnaval ni es carioca. Ese horrible criterio de fiesta se está queriendo llevar a las canchas, los papelitos los tiran máquinas, la música sale de parlantes, un animador y una animadora le gritan a la gente qué es lo que tiene que hacer. El objetivo está claro: dominar y disciplinar los festejos populares, contenerlos y adecuarlos para el espectáculo televisivo.
Las tribunas responden con soberana indiferencia, y esa es su forma de resistir. La fiesta la hacen a su manera, y esa es su victoria.