JEREMY
(PEARL JAM)
En casa,
haciendo dibujos de montañas, con él en la cima…
Sol amarillo limón.
Brazos alzados, en V.
La muerte espera abajo, en una piscina de abandono.
Papá nunca le prestó atención.
Al hecho de que a mama no le importaba.
Rey Jeremy, el malvado, le ponía reglas a su mundo.
Jeremy habló en clase hoy.
Jeremy habló en clase hoy.
Claramente recuerdo
Parecía inofensivo, sin dolor.
Pero liberamos a un león.
Enseño sus dientes y mordió la soledad de su corazón.
Como lo voy a olvidar. ?
Y me golpea de sorpresa
Y mi mandíbula dolorida… la deja abierta.
Como el día, oh, como el día, que escuché.
Papá no le dio afecto.
Y el chico se convirtió en algo que mamá
no podía soportar
Rey Jeremy, el malvado, le ponía reglas
a su mundo.
Jeremy habló
en clase hoy.
Trató de olvidarlo... tratá de olvidarlo...
Intentó borrarlo... intentá borrarlo...
Del pizarrón.
Jeremy habló en clase hoy.
Jeremy habló hoy, habló hoy.
Jeremy habló en clase hoy, desde el pizarrón.
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Me tomé la libertad de preparar este breve ensayo a partir de
una canción. Pensar y escribir a partir de los sentidos múltiples que una
canción puede articular en la subjetividad de quien la escucha.
Tenía la edad de Jeremy, el chico del video, cuando empecé a
escuchar a la banda liderada por Eddie Vedder.
Pearl Jam y Los Redondos son las
dos únicas bandas que descubrí durante mi adolescencia en el colegio y que hoy,
veinte años después, me siguen resultando significativas. El resto quedaron en
el camino. Pero con estas dos bandas me pasa algo especial: al entrar en
contacto con sus letras y su música sigo encontrando formas interesantes de
apreciar el mundo que me rodea.
Transcurría el año 2000 y, mientras yo terminaba el secundario
acá en zona sur, Pearl Jam era una banda consolidada en todo el mundo del rock
y hacía giras por todo el planeta. Así fue que, durante un recital del grupo en
Dinamarca, se produjo una avalancha que provocó la muerte de 9 espectadores.
Dos años después, y luego de estar al borde de la separación,
la banda sacó un nuevo disco. En una de sus canciones, la letra dice: “hace dos
años perdimos a nueve amigos a los que nunca conocimos"
Esa frase quedó dando vueltas en mi cabeza. La amistad es un vínculo basado en el afecto.
Y siempre entendí el afecto como algo que aparece –o no- después de haber
conocido a otra persona. La frase de la
canción venía a cuestionar los términos de nuestro concepto de la amistad.
Y me generó una pregunta que me acompaña desde ese momento: ¿Qué
es lo que una persona necesita saber de otra para quererla? ¿Es posible querer
a ese otro que, creo, no conozco? ¿Cómo
considerarlo un amigo?
En un libro que recopila las entrevistas que concedió a lo
largo de su vida, el poeta y cantante
canadiense Leonard Cohen dice:
"Sé que a veces lo que puede cambiarte el día es la
chica que te vende cigarrillos cuando te dice que tengas un buen día. En esa función, ella es un ángel. Un ángel
no tiene voluntad propia. Un ángel es sólo un mensajero, sólo un canal. El
ángel es simplemente un canal para la voluntad."
Tal vez Jeremy, el chico del video, ese que no pudo olvidar
desde el pizarrón, ese que se olvidó de
sí mismo desde el pizarrón, no haya tenido en su corta vida ese ángel protector
del que habla Leonard Cohen.
¿Qué es lo bello, qué es la belleza? Se pregunta el Indio Solari. Y no sólo en un sentido estético, sino en su
acepción más amplia, que arranca por lo ético. En el libro “Indio Solari, recuerdos que mienten un poco”
el cantante nos dice: “terminé asumiendo que mi obsesión por la belleza era una
obsesión que, imagino, compartimos: vivimos adorándola, aunque sólo se presente
esporádicamente. La belleza está por todos lados: en el mundo natural, en la
cultura, en los actos de hombres y mujeres; pero si no miramos con buen
espíritu lo que nos rodea, la belleza queda en nada, en pura presunción. Esto
del aprender a mirarlo todo desde un buen espíritu fue esencial para mí. Es desarrollar una virtud apropiada para
asimilar ciertas lecturas, tanto como para decodificar la realidad."
Cuando hablamos de la educación, y especialmente de la
educación con el otro y no para el otro, tal vez deberíamos pensar en esa idea.
En la idea de la educación como una herramienta valiosa; no tanto –o no solamente-
para aprender cuáles son las capitales de los países europeos, o dónde
desemboca un determinado río, o el
teorema de Thales o las reglas básicas de la gramática; sino para aprender a disfrutar de esa belleza que está
por todos lados, y que muchas veces no sabemos cómo ni dónde buscarla.
Una noche, escuchando el programa de radio “la venganza será
terrible”, Alejandro Dolina dijo algo que, al día de hoy, tengo guardado en mi pequeño disco rígido
emocional; un oyente lo había consultado
sobre el sentido de la educación en un país como el nuestro, donde a diario
vemos que profesionales universitarios terminan manejando un taxi.
Dolina respondió que hay una concepción de la educación con
la que él no está de acuerdo. Considera que hay un error de base en los motivos
por los cuáles se le inculca a un chico que tiene que estudiar. Se les dice a
los chicos que hay que estudiar porque después, una vez llegados a la edad
adulta, esos chicos van a tener que trabajar. Y sin título no hay trabajo.
Todo eso es cierto; pero en ese razonamiento que a todos nos
fue transmitido desde chicos, en ningún lado se dice que aprender es algo en lo
que, también interviene el goce. Que
también educarse forma parte de un acto lúdico. De un acto creativo. Que
también es interesante saber, independientemente de que ese saber después
posibilite o no la manutención del hogar. Que no hay que quedarse sólo con el
aspecto utilitario del conocimiento. Porque,
justamente, en tiempos donde un profesional maneja un taxi, si no se repone la
idea de un saber que hace posible un determinado tipo de goce (“encontrar
belleza en este mundo” diría el Indio) entonces la educación entendida como un
fenómeno más amplio pierde su rumbo.
Si sólo sirve para preparar a los trabajadores del mañana, entonces esa educación, hoy, camina con muletas.
Porque la educación no sólo sirve para preparar a una persona
para el futuro, sino que también, y fundamentalmente, debe ser una herramienta
para ayudar cuidar el presente que tenemos. Facundo Cabral una vez dijo “cuida
tu presente, porque en él vas a vivir toda tu vida.”
¿Qué decir de la educación en el mundo actual, en pleno siglo
XXI y el auge de las sociedades de la información?
El filósofo Diego Singer nos recuerda qué es lo importante:
“tan entretenidos estamos todos con el "efecto posverdad" que lo más
importante pareciera ser transformarnos en chequeadores de información. Como si
lo principal que tuviéramos que hacer con la proliferación de discursos e
imágenes fuera compararlos una y otra vez con una especie de base de datos de
la verdad. El desafío no es desenmarañar las posibles verdades presentes en un
mar de engaños. Lo que falta es, ante todo, una disposición frente al discurso
que nos permita jerarquizar, valorar, comprometer, transformar, revisar lo que
somos. Faltan maestros, faltan amigos. Y antes que eso, como su condición de
posibilidad, falta que tengamos la valentía de buscar maestros -incluso de
constituirnos en tales si esto fuera necesario- y de dejarnos encontrar por
nuevos amigos. Solamente una dislocación producida por un otro significativo
puede hacer que prevalezca un silencio por sobre los ruidos y una palabra justa
que finalmente nos toque. Son los maestros y los amigos quienes nos ayudaran a
guiarnos en ese magma de discursos a la vez confuso y monótono. Y lo podrán hacer
porque vienen con nosotros.
La educación finalmente, entendida como un camino. Y para
iniciar ese recorrido, se me ocurre que
lo mejor es asumir el siguiente riesgo: primero ser amigos y después conocernos
durante el viaje. Pero primero nos distanciamos de nuestra propia cobardía y
somos amigos. Y después nos conocemos. Desde el pizarrón. Y hacia el pizarrón.