Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
miércoles, 19 de octubre de 2011
VIVIR EN LA SOCIEDAD DE LA INFORMACION...
Ricardo Forster es filósofo y ensayista, investigador y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y Distinguished Professor de la Universidad de Maryland. Forma parte de la revista Pensamiento de los Confines, una revista de ensayos que aborda los campos de la cultura, la estética, la teoría crítica, la filosofía y la literatura. Es, además, uno de los fundadores de Espacio Carta Abierta.
¿Cuál es el rol de la comunicación en la sociedad actual?
RICARDO FORSTER: Vivimos en una sociedad absolutamente atravesada por los fenómenos comunicacionales, como toda sociedad, pero ahora estamos sobreexpuestos a esta dimensión por las transformaciones tecnológicas. Es muy difícil imaginar alguna esfera de la vida cotidiana, tanto el espacio privado como el espacio público que no esté influida por las diversas formas de la comunicación. No se trata solo de la comunicación en términos de televisión, sino como un fenómeno que articula la vida social, las relaciones entre las personas y que básicamente, ahora está profundamente signada por las nuevas tecnologías de la comunicación, de la información, de la industria de la cultura, del espectáculo. Eso hace que sea impensable la trama social, política, cultural, las formas de la intimidad sin relacionarlas con la comunicación. La comunicación también es el medio tras el cual lo que llamamos, entre comillas, “realidad”, hoy se define para cualquier individuo. No hay una realidad por fuera de la comunicación. Entonces, a partir de ahí pensar la comunicación, es pensar la sociabilidad, es pensar la forma como se instituye la sociedad, pensar las relaciones entre las personas, pensar el cuerpo, pensar la sexualidad, el modo de ver el mundo. No hay un modo de ver el mundo que no esté inscripto en los lenguajes comunicacionales, por lo tanto la propia experiencia pasa hoy por el vínculo de mediación que general los medios de comunicación.
Entonces y, consiguientemente, ¿cuál sería el rol de los medios de comunicación?
RF: El rol de los medios es complejo. Es un rol que tiene que ver con la generalización telemática de la sociedad, donde los medios tienen que ver con concepciones de la vida, tienen que ver con intereses económicos, con tramas ideológico-políticas. Acá no hay asepsia, no hay neutralidad, no hay objetividad. Los medios de comunicación son, en algún sentido, un campo de batalla de lo cultural simbólico. Expresan una profunda querella en torno a la sociedad, en torno a sentidos que pueden estar incluso contrapuestos. Los medios de comunicación son estructuras privadas, son en principio empresas y mucho más que eso. Son correas de trasmisión de concepciones del mundo, de ideologías, de intereses. Y, de alguna manera en una época donde las identidades políticas, las estructuras políticas tradicionales o están en crisis o se han ido vaciando o disolviendo, los grandes medios de comunicación expresan directamente, intereses político-ideológico-económico-culturales. Entonces, pensar el rol de los medios de comunicación es pensar cómo se está instituyendo una sociedad, cómo se la está presentando, cómo se define el concepto de opinión pública. Y acá hay un tema clave: cómo establecer una relación con ese interés intrínseco a la lógica empresarial política de los medios de comunicación todo lo que llamamos, entre comillas, la “objetividad informativa” o el uso de la “libertad de prensa”, “libertad de expresión” y de qué manera juegan los medios de comunicación respecto a esto.
La siguiente pregunta tiene que ver con la educación pública. Teniendo en cuenta que este año vivimos tomas de los colegios y de las facultades ¿qué lugar ocupa y qué rol cumple la educación pública en la sociedad actual?
RF: La Argentina tiene una historia relevante, con una gran educación pública que expresó también la movilidad social, la estructura equitativa que recorrió la sociedad desde los años 40 y comienzos de los años 70. Si bien el proyecto de educación pública es de inicios del siglo XX, el momento de mayor socialización comienza a desarrollarse con la llegada masiva de inmigrantes y con el primer peronismo. Eso supone que la educación pública ocupó un lugar clave que abarcó un período importante en la Argentina a partir de, básicamente del golpe del 76. Pero quizás uno puede ir a buscarlo antes el proceso de deterioro de la educación pública y un proyecto de la clase dominante de ir desfinanciando y vaciando a la educación pública y de ir rompiendo los espacios de correspondencia, de intercambio, de encuentro entre distintos sectores sociales. En mi generación, yo soy del año 57, se educó en la escuela pública. La clase media, salvo que fuesen a algún tipo de escuela confesional, optaban por la educación pública, era parte de lo cotidiano. Esto implicaba que había un intercambio social muy profundo entre los sectores medios, entre los sectores populares. Aquello del crisol social dentro de la educación pública se fue perdiendo, la sociedad se fue fragmentando, se fue desfinanciando la educación, se introdujeron transformaciones ligadas a visiones autoritarias y dictatoriales de la educación. En estos últimos años han dado un giro importantísimo, una recuperación notable del presupuesto educativo. Pero no es solamente importante esto último, el gran desafío es hacer posible que la educación pública sea nuevamente el eje de la formación de la mayoría de los argentinos y que lo haga con intensidad, con calidad de contenidos. Que sea también un espacio en el que se devuelva, sobre todo, al sector más débil de la sociedad, aquello que se enseña como la igualdad de oportunidades.
Entonces debe ser parte de la política estatal, formar parte del proyecto de país…
RF: La educación pública no puede estar fuera de un proyecto de país, no puede estar fuera de un proyecto de sociedad que distribuya mejor sus riquezas materiales, su riqueza cultural-simbólica. La educación, en ese sentido es absolutamente clave y decisiva. Es como una columna vertebral de ese proceso de distribución de los bienes cultural-simbólicos. Si se aumenta el acceso a la educación pública y ésta es de calidad, también aumenta la oportunidad de construir formas de movilidad social que nos coloquen en una lógica de mejor equidad, de mejor distribución de esa justicia inherente a lo que la equidad genera en una sociedad.
Al mismo tiempo, la educación se enfrenta a otro tipo de problemáticas, que ya no son solamente estructurales o económicas o propiamente ligadas a las currículos pedagógicas, sino que tienen que ver con los cambios de la subjetividad de la época, con los cambios de las estructuras familiares, las mutaciones de la vida urbana… por lo tanto, estructurar un espacio educativo que esté a la altura de los desafíos de la época no es sencillo ni en la Argentina ni en el mundo. La educación es un fenómeno de altísima complejidad que no tiene una salida univalente o una dimensionalidad única.
Y la universidad pública en particular?
RF: La educación universitaria, antes de mediados del siglo pasado, pero claramente desde las últimas décadas, ha crecido exponencialmente, sobretodo en las clases medias y eso ha quebrado la idea de la universidad elitista o para pocos. También se ha vuelto más compleja la relación entre excelencia académica y universidad de masas en la Argentina. Acá tenemos una universidad como pocas en el mundo, yo diría que la UNAM de México podría ser la equivalente. Aquí los cientos de miles de estudiantes entran sin ningún tipo de restricción y es absolutamente gratuita, lo que hace que universidad sea uno de los últimos lugares que mayormente guarda la memoria de las equidades de esta sociedad. Porque es un espacio que, a diferencia de lo que ocurre en la mayor parte del mundo, no está dominado por la ley del mercado. Entonces creo que ahí también hay un desafío. La universidad ha sufrido mucho en determinados períodos de la historia argentina. Estas décadas de democracia le hicieron muy bien, permitieron recuperarse muchas cosas, pero también creo que este es un momento difícil de la universidad pública, particularmente de la Universidad de Buenos Aires, particularmente de nuestra facultad (Facultad de Ciencias Sociales), donde se ha roto algo que va a ser difícil recomponer. Se ha roto esa posibilidad de intercambio más sólido entre estudiantes y docentes, ha sucedido algo suficientemente grave, no por la toma en sí, porque la toma es parte de la dinámica de los movimientos estudiantiles, no me parece algo malo en sí mismo, es un instrumento que hay que saber utilizarlo. Pero me parece que se produjeron situaciones entre los distintos actores del conflicto que plantearon un problema, un nudo no resuelto. Que no se resuelve aun habiendo levantado la toma.
Incluso entre los estudiantes no se ha resuelto…
RF: Por supuesto. Dentro del movimiento estudiantil y de los estudiantes que no son parte del movimiento pero que participan de la vida universitaria, me imagino que debe haber situaciones engorrosas, conflictivas, difíciles. La cuestión es ver cómo se puede solucionar esto, cómo se lo puede convertir en algo que reconstituya a la propia facultad.
La siguiente pregunta tiene un cierto correlato con lo anterior y se refiere a la participación de los jóvenes en la política. Últimamente se dio un cierto “despertar del espíritu o de la conciencia adormecida” de los jóvenes. Quisiéramos saber su opinión al respecto y cuánto de real cree que hay en esto?
RF: Creo que algo muy importante y significativo viene sucediendo en la Argentina en los últimos años. Digo Argentina, pero también viene acompañado, en gran medida, por algunos países de Sudamérica. Hay un giro de época, es un giro histórico. Se ha salido de lo que fueron los años 90, una época dominada por la despolitización, dominada por una lógica hiper individualista y centrada en el ego de cada persona, una época vaciada, una época de pérdida de referencia, estallido de sentido, de banalidad y banalización generalizada. Eso incluía por supuesto, a la sociedad en su conjunto. Siempre hubo pequeños grupos de resistencia a la mayoría que acompañaba ese proceso de pérdida y vaciamiento. Hay algo que habilita una cantidad de cosas y esto es la crisis del 2001 que evidenciaba la caída de ese modelo de construcción de la sociedad argentina. No se sabía bien hacia dónde se iba, había una percepción de caída a un abismo, de fragmentación. Incluso, el imaginario de los jóvenes de los finales de los 90 y principios de esta época estaba ligado a salir de la Argentina, escapar de un país sin futuro y que vivía un presente de desarticulación. En cada joven había una mirada desolada respecto a lo que le podía ofrecer el país en términos de oportunidades. Esto cambió con muchísima intensidad a partir de la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en mayo de 2003. Cambió el mapa de la realidad argentina, se recuperó en parte lo que podemos llamar la dimensión política, el espacio público. Y eso derivó, sobre todo en los últimos años, a la extensión de ese debate a las distintas esferas de las sociedad política, cultural, mediática. Hoy podemos comprobar que hay dentro de esta sociedad una gama muy amplia de sectores absolutamente movilizada, que participa, que se interroga, que debate. Esto plantea que algo nuevo, algo distinto, algo intenso viene sucediendo en la Argentina. La crisis desatada por la Resolución 125 generó en la sociedad argentina una gran movilización y una gran disputa, un litigio dentro de la democracia. Eso habilitó un proceso de repolitización de la sociedad que se vio a través de la disputa de casi un año, a mi gusto interesantísima y anómala dentro de cualquier experiencia democrática, como lo fue el debate en torno a la Ley de Servicios Audiovisuales. Durante casi un año, la sociedad y sus múltiples actores discutió y confrontó en torno a los fenómenos de la comunicación. Eso implicaba discutir el problema de la concentración monopólica, la cuestión de la distribución igualitaria de la palabra y de la imagen, implicaba discutir qué era la comunicación, qué era este mundo de los medios de comunicación y su relación con la política, la ideología, los intereses, la economía. Eso implicó una apertura enorme del debate y así comenzaron a participar muy activamente los integrantes de una generación joven. Ya no era solamente los pertenecientes a otra generación que actuaban en el debate público. Incluso se hablo del retorno de la generación del 70.
Pareciera que se amplió el debate y se ve más participación por parte de la sociedad…
RF: Acá hay algo interesante porque creo que se han ido reconstruyendo los puentes para que diversas generaciones puedan discutir, cada una con sus experiencias y su sensibilidad, pero poder intercambiar y generar las condiciones de una interpretación mutua. Uno dice los jóvenes, pero ni en los 60 eran todos los jóvenes ni en los 90 eran todos los jóvenes… Siempre hay rupturas, tribus, sectores que resisten la corriente epocal. La corriente de este momento me parece que ha sido puesta en visibilidad de una franja importantísima de jóvenes que, bajo sus propias condiciones han dado un paso hacia el espacio público. Con esto me refiero con el hecho de involucrarse con la circulación de las ideas, de los poderes y de los cuerpos en la vida social compartida. Esto siempre que sucede, está atravesado por lo político, entendido lo político como aquella lengua que articula conflictivamente esta diversidad de sujetos que habitan el espacio de una sociedad y que tiene que ver con modos de pensar y de actuar para dirigir a la sociedad a un destino posible. Me parece que hoy los jóvenes están colocándose en la esfera pública de una manera novedosa que puede ser sorprendente, sobre todo, para aquellos que hace mucho tiempo habían construido una idea de “ausencia de la generación joven” en la escena político social. Quedó en evidencia, sin dudas, por la participación multitudinaria de los jóvenes en las jornadas del velorio de Néstor Kirchner. Fueron muchas cosas que estaban a flor de piel pero que afloraron mucho más en el lenguaje, en las emociones, en lo que se pensaba y lo que se decía. En una combinación extraña y muy impresionante que se percibió en esas jornadas en la plaza. Era entre tristeza por la muerte de alguien que había tocado algo en mucha gente para que se generara lo que se generó, pero, junto a esta tristeza había una corriente de energía. No era la tristeza de algo que se acabó y vienen tiempos horribles, sino que era una tristeza quienes se despedían de alguien que, evidentemente, los había conmovido y también les había dejado una realidad social cultural que los había involucrado y había generado las condiciones de un proceso de continuidad y profundización. Me parece que hay algo notable, hay una irradiación hacia afuera de lo que podríamos llamar el reconocimiento de un sector de la juventud hacia Néstor Kirchner o Cristina Fernández.
Es como que esa creencia que imperaba en los 90 de “la política es mala, no te metas” se corrió y se transformó…
RF: Sí, se transformó bastante. Ahí el rol de los medios de comunicación fue muy relevante. El proceso de despolitización está íntimamente ligado a los intereses mediáticos. A su visión de la sociedad, a su construcción ideológica. A esa idea de lo que significa en el interior de la sociedad, devastar la política, dejar que unos pocos se encarguen de administrar la sociedad. Me parece que uno de los grandes logros de esta etapa político histórica es haber vuelto a habilitar a la política no como una cosa puramente reducible a la gestión, sino como algo que tienen que ver con un gran debate respecto al país. Ahí los jóvenes se sienten interpelados de otra manera porque también vuelve a aparecer la esencia política, el apasionamiento, el entusiasmo, sensibilidad que estaban absolutamente quebrados.
Continuando con la política… en diversos momentos históricos o transformaciones históricas, el arte y la cultura acompañaron los movimientos políticos. ¿Cómo podemos observar hoy esto?
RF: Es cierto que en otro momentos, sobretodo en la vida moderna y en esos momentos clásicos de la modernidad, como la Revolución Francesa y la generación romántica que la acompañó hasta los grandes movimientos de las vanguardias estéticas en Europa de entreguerras, o en la década de los 60 y su cimientos de la contracultura, cada momento de la modernidad, una modernidad donde todavía la idea de sentido de intensidad y de transformación del mundo eran parte central de su construcción, hacía posible que tuviese vasos comunicantes directos con lo que estaba pasando social y políticamente y aquello que estaba irrumpiendo en el terreno de los lenguajes estéticos, culturales o del mundo de las ideas. Las vanguardias estéticas son contemporáneas a la Revolución de Octubre. En ese momento el mundo de la cultura vive un estallido de crecimiento absoluto que atraviesa desde las ciencias de la naturaleza hasta el psicoanálisis, las transformaciones radicales en la esfera del arte, los grandes debates filosóficos, etcétera. En los años 60, bajo otras condiciones, también hubo una disputa alrededor del sentido, de la lengua, de la cultura, del arte, los movimientos contraculturales, el hipismo, los grandes debates político-filosóficos eran obviamente expresión de, quizás, el momento de cierre de lo que se llamó “la gran experiencia moderna”. Nuestra situación actual es un poco diferente porque esta matriz moderna si bien no ha desaparecido, se ha ido transformando. Más bien hay una relación de multiplicidad, de estallido. Ya no hay esos nombres propios que se enceraban dentro de las figuras colosales de la historia moderna… entonces desde un Einstein hasta un Sartre, desde un Voltaire hasta un Lenin. Esas son figuras propias de otra época de la historia social, cultural, política de la propia modernidad. Hoy más bien estamos en el interior de un tiempo social de una lógica en la que la fugacidad, la instantaneidad tienen un papel muy fuerte donde la durabilidad prácticamente, se deshace todos los días. De todas maneras creo que es un momento culturalmente interesante pero no de gran factura. Es decir, no hay una producción cultural en casi ninguna de las artes ni del mundo de la cultura en general que uno dijese “acá estamos frente a algo colosal”. En todo caso, nos quedará la nostalgia de esos otros tiempos. Pero sí me parece que hay una efervescencia, hay un debate, se está recuperando, en parte, la posibilidad de poner en discusión de una manera más amplia producciones lo que son siempre producciones de pequeños grupos. Creo que estamos infinitamente mejor que en los años 90, donde también había producción cultural, no es que fue una década de solamente la banalidad, de lo trivial de una cultura descerebrada. Hoy me parece que hay una mayor visibilidad de lo que está pasando en el mundo de la cultura y, también un deseo fuerte de ser parte de eso que está ocurriendo.
Para ir cerrando quisiéramos preguntarle sobre Carta Abierta y sus implicancias en la sociedad argentina de hoy.
RF: Carta Abierta es un espacio un poco anómalo, extraño. Primero porque no es un partido político, no es un movimiento social, no es un sindicato. Es un espacio de reunión libre de una multiplicidad de personas que vienen de distintos oficios, de distintas tramas culturales, pero también, de diversa geografía político intelectual. Nació en un momento muy especial de la vida política argentina, en el comienzo del conflicto por la 125. Nació de una manera imprevista: un pequeñísimo grupo de amigos que veíamos que era importante decir algo. Veíamos que era importante decir algo. Leíamos lo que estaba pasando no como un conflicto más entre un sector y el gobierno en función de reivindicaciones económicas, sino que veíamos algo más grave. Veíamos aquello que después en la primera carta adquirió un sentido que de algún modo cortó la escena e inauguró otra cosa, cuando hablamos de clima destituyente. Me parece que allí la palabra “destitución” o “destituyente” ocupó un lugar significativo. Lo interesante o lo que pareció raro, es que Carta Abierta creció inmediatamente. La primera convocatoria reunió 70, 80 personas de distintos ámbitos de la cultura y del mundo académico y, a partir de allí, el crecimiento fue exponencial. La única carta en la que se juntaron firmas, que fue la primera, en dos o tres días reunió más de 1.500 firmas. Después, desde hace más de dos años, cada 15 días se reúne la Asamblea de Carta Abierta en la Biblioteca Nacional. Entre 300 y 500 personas debaten, discuten… cosa que es extraña acá y también en la China. Se han escrito siete cartas, pero lo interesante y lo que llamó la atención al principio fue que, frente al discurso unívoco de la corporación mediática que describía al gobierno como un gobierno cerrado, crispado, loco… y la clase media de manera que parecía unificada salía a decir que este gobierno era miserable, corrupto y no se cuántas cosas más, llamaba la atención que un grupo de personas entre comillas “bien”, como diría mi abuela, habitantes de los barrios medios de nuestras ciudades, intelectuales reconocidos, profesores universitarios, dramaturgos, arquitectos, biólogos, gente de buena presencia saliese a defender al gobierno. Yo creo que eso sorprendió muchísimo. Sorprendió que alguien que escribe sobre un poeta o sobre el romanticismo, alguien que participa sobre los grandes debates de la modernidad pueda dar un paso hacia una intervención política y que colocase las cosas en una dimensión diferente al discurso mediático. Generó algo inesperado porque parecía que ese tiempo ya estaba clausurado, me refiero al involucramiento de, entre comillas, los “intelectuales” de nuevo en la cuestión pública, en la política. Esto se abrió en una dimensión muy rica, muy interesante que, creo que contribuyó a darle relevancia a lo que viene sucediendo en estos últimos años en la Argentina. Me parece más que interesante que haya habido una recepción de diversos actores, tanto obviamente del gobierno, del kirchnerismo, pero también de la oposición, de los medios de comunicación. No pudieron desentenderse de la aparición de Carta Abierta ni de la cantidad de ideas que surgieron allí: clima destituyente, nueva derecha, la excepcionalidad, la anomalía… una cantidad de cosas que fueron emergiendo de un debate y fueron puestas en discusión en la esfera pública. Eso me parece que fue muy rico, es muy interesante. También es una experiencia valiosa allí donde distintas personas que tenían procedencias geográficas muy diferentes. En el caso mío, cuando tuve una militancia política que la tuve siendo joven en la primera parte de la década del 70, era una militancia de izquierda, pero yo nunca fui peronista por ejemplo. Una parte importantísima de los miembros de Carta Abiertas es peronista, en las formas diversas que hay de ser peronista en la Argentina. La mayoría de ellos venía de una experiencia de un peronismo revolucionario de los 70, pero muchos se habían retirado de la vida política.
Yo creo que algo sucedió y yo creo que no sólo con la 125, ésta fue un disparador porque ahí lo que se percibía era un peligro. Pero algo muy fuerte sucedió a partir de la llegada de Néstor Kirchner, que fue una llegada imprevista, inesperada que generó un viraje en la historia argentina. Entonces, a partir de eso, hay que entender lo que puede significar un espacio como Carta Abierta que básicamente, es un intento de complejizar, en el mejor de los sentidos, el debate político argentino.
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Buenas!
ResponderEliminarQuisiera agregar la fuente de esta entrevista:
www.epcomunicacion.com.ar
El Puente Comunicación Integral.
Gracias!
Saludos.