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martes, 13 de junio de 2017

ESA VOZ...

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ENTREVISTA A JOHN BERGER PARA LA NACIÒN
-¿Piensa escribir su autobiografìa o esto es lo más cerca que piensa ir al respecto?
-No tengo la menor intención de escribir una autobiografía. No estoy en contra del género como tal, hay grandes obras. Creo que lo que tenía que decir al respecto ya lo he escrito. La autobiografía no va conmigo, quizá porque me considero un contador de historias, porque alguien que escribe ficción es alguien que es accesible a otros, que es capaz (en realidad casi sin pensarlo) de ponerse los zapatos de los personajes. Creo que he nacido con esa capacidad. Además, siempre he tenido una conciencia muy débil de mi propia identidad, que no me parece interesante. Para quien cuenta historias su propia vida no está en el centro de lo que hace.
-¿De dónde viene la voz de su madre muerta cuando la encuentra en una plaza de Lisboa?
-Es una pregunta que yo me hago a mí mismo porque creo que la voz de mi madre está verdaderamente allí, y cuando escribo. Déjeme decirlo de otra manera. Por lo general me cuesta mucho trabajo escribir, corrijo muchísimo y cambio el orden de las cosas con frecuencia. No soy un escritor espontáneo, aunque pueda parecer lo contrario. La espontaneidad es en mi caso fruto del trabajo. Pero, curiosamente, la presencia de mi madre en Lisboa, lo que decía, era como si me lo estuviera dictando al oído.
-¿Habló lo bastante con sus padres mientras estaban vivos o es este libro una suerte de conversación pendiente?
-Con mi madre hablé de muchos asuntos importantes cuando estaba viva, pero nunca durante mucho tiempo, quizá porque no era necesario. Nos entendíamos sin necesidad de emplear muchas palabras. Estábamos muy unidos. Pero este libro no es una reconstrucción de cosas no dichas, sino más bien una muestra de gratitud por el hecho de que haya existido.
-El libro transcurre en Lisboa, Ginebra, Cracovia, Islington, Le Pont d´ Arc, Madrid, el Szum y el Ching. ¿En qué medida sus recuerdos de esas ciudades y ríos son un mapa del alma?
-No estoy muy seguro en lo que se refiere al alma, pero lo que sí sé es que cuando lo escribí quería abarcar Europa, desde Lisboa a la antigua frontera ucraniana. Abandoné el Reino Unido hace ahora cuarenta y cinco años [N. R.: vive en las montañas, Alta Saboya]. En aquel momento nadie pensaba en Europa como se piensa ahora. Si tenía algún tipo de ambición era la de convertirme en un escritor europeo, por eso Robert Musil es tan importante para mí. Pero fue la vida la que me llevó a esos lugares, no lo hice pensando en el libro.
-Cuando habla de los pintores de la cueva de Pont d´Arc, dice que a veces hacen aflorar las figuras ocultas en la roca. ¿Se puede establecer un paralelismo entre lo que hacían esos artistas anónimos y Miguel Angel cuando extraía sus figuras de la piedra?
-Creo que hay algo de eso, salvo por un detalle importante: en el caso de Miguel Angel su búsqueda y sus hallazgos eran un proceso muy solitario, mientras que los artistas del paleolítico no tenían esa sensación de soledad. Lo que me parece extraordinario es que esa tradición pictórica de las cavernas se mantuvo durante veinte mil años con mínimos cambios estilísticos. Por eso creo que esa dimensión temporal influyó en la sensación de pertenencia y de no sentirse aislados. Pero al mismo tiempo, la forma en que hacían aflorar su imaginación visual y táctil probablemente tiene mucho en común con Miguel Angel.
-¿Por qué sigue sintiéndose tan cerca de Giacometti, de quien vuelve a escribir en Esa belleza?
-Mostró que el arte es un proceso que continuamente está corrigiendo errores, que no es tanto una cuestión de inspiración sino de descartes, y en ese proceso hay una serie de accidentes y una selección que aprovecha lo útil. Es un proceso que tiene sus paradas, o bien porque el papel está exhausto para seguir usándolo, o porque ha surgido una presencia valiosa. Otra razón por la que considero que sigue siendo significativo es porque cuando su nombre se hizo ampliamente conocido por primera vez, tras la Segunda Guerra Mundial, en los cincuenta, todo el mundo lo consideró como un artista existencialista, que reflejaba el sufrimiento, una suerte de agonía. Cuarenta años más tarde, las mismas piezas parecen increíblemente positivas. Es así cómo las obras cambian en la historia, y cómo la historia cambia la percepción que tenemos de ellas. Una de sus delgadísimas figuras de caminantes que en los años cincuenta representaba para algunos a un hombre saliendo de un campo de concentración, ahora se la ve como algo afirmativo. Me parece conmovedor.
-En la época que estamos viviendo, el sentido de la historia parece ausente. ¿Echa de menos un sueño político?
-Mucha gente piensa así. No es mi caso. Todavía creo en la historia y sigo considerándome en gran medida un marxista. Desde un punto de vista histórico, lo que me parece absolutamente meridiano es que el nuevo orden mundial no puede durar, a causa de sus profundas contradicciones internas. Lo que está cobrando fuerza son formas de resistencia y de supervivencia frente a ese mundo unipolar a menudo mucho menos claras de lo que solían ser. Desde la Ilustración, los movimientos que surgían a favor de un mundo mejor siempre se presentaban como un programa, una especie de solución para las injusticias. Fue útil. Ahora la gente tiende a hablar de conquistas, pero aquellos movimientos siempre se correspondían con una visión que estaba basada en el futuro, en una solución. Spinoza, uno de los pensadores favoritos de Marx, decía que cuando nuestras respuestas a la vida son verdaderas y adecuadas, en ese momento palpamos la eternidad. La eternidad no es algo que está esperando por nosotros, no es algo que forme parte del futuro, sino que es algo que experimentamos, que se puede vivir y compartir en este instante. Puede que parezca exagerado -aunque tal vez no del todo- si pensamos en España y en lo que ocurrió en las últimas elecciones, en las que tanta gente votó, dio una respuesta adecuada que procedía de ellos mismos, no de instrucciones. Fue algo compartido por muchos de manera muy profunda. Al margen del resultado, creo que eso que tantos sintieron no puede ser destruido. Por supuesto que esos momentos -porque vivimos en un mundo de heridas y luchas constantes- puede que no vayan a perdurar. Pero que permanezcan no es la cuestión, sino que de alguna manera palpamos algo eterno.

miércoles, 27 de enero de 2016

UNA NOVELA QUE AYUDA...

 

ENTREVISTA A FRANCISCO MOULIA (AUTOR DE LA EXCELENTE NOVELA "TÀCTICAS DE SUPERACIÒN PERSONAL") PARA TELAM.

T : ¿Cómo nació Tácticas...: cómo un experimento literario, cómo una suerte de diario personal (o persona")?, ¿Cómo es tu relación con la zona del país donde transcurre la mayor parte del texto?
 
FM : Tácticas de superación personal nació como la consecuencia natural de mi oficio de escribir. No sé si la definiría como un experimento literario. Prefiero explicarla como una instancia más de proceso. Es imposible para mí pensar en Tácticas… desconociendo todo lo que escribí antes o, incluso, lo que escribí después. En todo caso, si tomara a esta novela como un experimento, diría que es una de las primeras que no me explotó en la cara. Tiene algo de diario personal, es verdad. Pero de diario personal de un narrador. Yo no ayudé a suicidarse a mi bisabuela. El narrador sí, a la suya. La ficción permite expandir, corromper, manipular la realidad. Los personajes tienen impunidad literaria; los escritores, no. La novela transcurre en Córdoba, en el valle de Traslasierra. Es una parte del país que conozco bastante; en la que me siento cómodo y en la que me habría gustado estar si me hubiera pasado lo que le pasó al narrador.
 
T : Confesión de parte: yo estoy de acuerdo tanto con la eutanasia como con el suicidio asistido. Esto no tiene importancia más que para preguntarte a vos, como alguien que escribe y que inventa un personaje, cuál es tu posición al respecto.

M : Las personas que no quieren seguir viviendo están en todo su derecho a morir. En este punto el narrador y yo estamos de acuerdo. La sociedad no debería tratar de retenerlos, sino de proveerles las herramientas necesarias para que ese momento sea lo menos dramático y lo más natural posible. Sostener las funciones vitales de un cuerpo cuando la persona que lo ocupa ya está podrida de vivir es un acto egoísta de la sociedad. Y ese egoísmo no es sólo el de los familiares que no aceptan que su ser querido prefiera morir antes que seguir compartiendo su denigrante sufrimiento con ellos; está también el egoísmo de un sistema: empresas que producen drogas para mantener activa una biología que ya no da para más, que engordan sus ganancias a base de prolongar la agonía. Mi posición con respecto a la eutanasia o al suicidio asistido no tiene nada que ver con que no le tenga miedo a la muerte. Todo lo contrario. Pero me da más miedo quedar atrapado en este cuerpo, sufriendo por demás, deseando que todo termine de una puta vez, y no poder morir porque las leyes siguen sujetas a una moralidad tradicionalista y arcaica.
 
T : ¿Qué pensás de los libros de autoayuda: son buenos materiales para una ficción, o creés que esas prácticas en general, sirven para algo más que una función de placebo?
 

M : En lo personal, los libros de autoayuda me aburren. Están plagados de lugares comunes y frases conciliadoras. No les encuentro valor estético. Ni literario. Así y todo es una apreciación personal. Son gustos. En un análisis más profundo, hay que entender a los libros de autoayuda como un fenómeno de época. Hoy todo lo que tenga que ver con la motivación está de moda: videos para futbolistas antes de una final, coaching para empresarios, textos que buscan que sus lectores reflexionen y se superen a sí mismos. Tácticas de superación personal no busca ayudar a nadie, excepto al narrador. El título juega con la idea de libro de autoayuda, pero en un sentido más literal: es el texto que él necesitaba escribir para ayudarse. La novela trata de no perder de vista en ningún momento una de las funciones vitales que, para mí, tiene que tener cualquier obra, sea de la expresión artística que sea: entretener. Si en el medio alguien se queda con alguna reflexión profunda o decide irse a vivir a la montaña, es un accidente fortuito. Yendo concretamente a la pregunta, creo que todos los libros de autoayuda son ficción. Y todas las ficciones pueden funcionar como placebo. Pero también como remedio. Y si tienen sustancia literaria, mucho mejor.
 
T : A la novela la sobrevuela cierto aire de retiro, de la necesidad, algunas veces, de retirarse para tomar distancia, ver más claro. ¿Esto es así?
 

M : Yo creo que sí. Sin distancia no hay perspectiva. Sin perspectiva no hay análisis posible porque todavía somos un componente activo de eso que queremos analizar. No estamos diseñados para ser objetivos, eso está claro. Pero también es cierto que cuanto más nos alejamos del vértigo de un hecho, esa subjetividad intrínseca se debilita. La distancia a veces es tiempo. El narrador se va a una casa en el valle de Traslasierra para poner en perspectiva el hecho de haber ayudado a suicidarse a su bisabuela. A veces ver más claro no implica cuestionarse una decisión, sino todo lo contrario: entenderla, reafirmarla, argumentarla mejor.
 
T : También parece sobrevolarla cierto aire de irrealidad, concentrado en la figura del señor Iván, o en la idea de venganza que trama el personaje respecto a un rival, quien finalmente no es responsable de ser más que quién es. Tácticas... ¿no cede en rigor cuando le da tanta importancia a esos episodios?
 

M : Convivimos con un aire de irrealidad permanente. O, por lo menos, con la sospecha de que eso que nos parece imposible, puede estar desarrollándose en algún laboratorio clandestino en este mismo instante. La tecnología nos viene aleccionando hace tiempo al respecto. Hoy muchas cosas que se ubicaban en la categoría de lo imposible pasaron a la de lo improbable. Y ese pasaje ya nos ofrece una perspectiva totalmente distinta. El señor Iván –tal vez– descubrió la forma de compatibilizar el ADN de la medusa inmortal con el del ser humano. La importancia no radica en lo imposible o improbable de su hallazgo, sino en qué sentido tendría que hubiera encontrado realmente la fórmula de la inmortalidad. El señor Iván, en algún punto, propone una reflexión sobre cómo cambiaría nuestra concepción de la vida si no existiera el límite de la muerte.
 
T : Finalmente, ¿qué pensás del saber sobre la responsabilidad que creo yo gana el personaje durante esos meses alejado de la gran ciudad?
 
M : El narrador pasa tres meses en la montaña, lejos de la muerte de su bisabuela, del rechazo de su familia; afuera de ese contexto de ciudad en el que se sentía estancado. El valle tiene otra densidad, otra dinámica, otros personajes. Pero él sigue siendo él. Es ingenuo pensar que el hecho de cambiar de paisaje hace que los conflictos internos de una persona desaparezcan. José –el narrador– gana responsabilidad en el sentido de que gana conciencia sobre sí mismo. Conciencia y aceptación. Su evolución tiene que ver con reconocer sus deficiencias y asimilarlas con naturalidad. José logra explicarse sus miserias y desdramatizarlas. Y eso, en mi opinión, es algo que nos vendría bien a todos. 

domingo, 27 de septiembre de 2015

¿QUÉ HACER?




ENTREVISTA AL HISTORIADOR Y FILÓSOFO HAYDEN WHITE PARA CLARÍN.

¿Cuándo empezaron a formarse las ideas que se demostrarían en su gran obra teórica, “Metahistoria”?

Creo que tiene que ver con mi descubrimiento de Marx. Una vez que uno comienza a tomar conciencia de que en las ciencias sociales, en la filosofía y en la religión lo que estás tratando son varios tipos de ideologías, entonces lo que quieres ir a buscar es la iluminación, la clarificación, desmitificación. Creo que ese es el motivo por cual yo me interesé en las ciencias sociales y la historia. Gente como Max Weber parecían ofrecer puntos de vista desmitificados sobre el mundo. Y creo que todos queremos la iluminación. No queremos vivir en una fantasía; no se puede vivir en la fantasía. La fantasía es necesaria para alimentar al espíritu, pero no es suficiente para manejarte en el mundo.

En su larga historia como profesor, ¿cómo evalúa los cambios del joven estadounidense?

El mundo digital ha cambiado todo. Antes intentábamos enseñar a la gente joven a pensar conceptualmente. Pero hoy el montaje y el collage de las imágenes dan una forma diferente de pensar y relacionar los signos con las cosas.  Y esto crea una sensación diferente del tiempo y la temporalidad. Por lo tanto pienso que la generación actual de alumnos no experimenta el pasado como algo arcaico o remoto. Es simplemente otra dimensión exótica que se puede tornar presente con imágenes con gran facilidad.

¿Y cómo se siente frente de estos cambios?

Las cosas cambian. Todo cambia. Desesperarse por el cambio no tiene sentido.

¿Considera que este libro que se publica ahora en Argentina es una buena introducción a su obra en general?

Un escritor no es el mejor crítico de su propio trabajo. Mi punto de vista siempre ha sido: lo escribes, lo publicas y la gente lo puede usar como le parezca. No me molesta ser interpretado o mal interpretado.

No es común oírle a un teórico esa opinión.

Creo que toda comunicación es comunicación fallida y que los errores creativos son válidos. La interpretación nunca es objetiva. A mí no me interesa la polémica. Mi punto de vista es que hago lo mejor que puedo; si usted piensa que lo puede hacer mejor, hágalo mejor.

Estamos en un momento donde se promueven visiones contradictorias: la humanidad oscila entre la salvación tecnológica y un cataclismo que amenaza  borrar la raza humana de la Tierra.

¡Bueno, claro! Eso es por el capitalismo. El capitalismo extraerá todo lo que pueda de la tierra para poder producir bienes y promoverá el consumo como un bien en sí mismo. A ellos no les importa el calentamiento global. Ellos asumen que la tecnología traerá una solución. A las corporaciones no les importa. A Mobil Oil no le importa el calentamiento global. Destruirían el universo entero para lograr una ganancia. Este es nuestro problema, no la tecnología. La tecnología es solamente un medio, se puede usar con fines buenos o malos. Pero, desafortunadamente, el capitalismo es suicida porque presume de una expansión infinita en una situación donde hay recursos limitados. No puedes tener expansión infinita y recursos limitados. El sueño es entonces que colonizaremos la Luna, colonizaremos el planeta Marte. No creo que eso vaya a suceder. Hasta que logremos regular las corporaciones capitalistas, estamos condenados.

Más de una década después de haber entrado en el siglo XXI, ¿cuál sería su primer boceto de la historia del siglo XX?

Es una serie de catástrofes. Hay un comentarista inglés que lo designa: “El podrido siglo XX.” Cuando lo piensas: comienza con la Primera Guerra Mundial; la Gran Depresión; la Segunda Guerra Mundial; la Guerra Fría; después toda una seguidilla de guerras. Los Estados Unidos estuvieron en guerra por 56 años. Es el primer país capitalista y el capitalismo significa guerra. Esa es la forma más rápida de consumir los bienes y de crear demanda. El siglo XX fue el triunfo del capitalismo, la destrucción de la Tierra y el uso de la tecnología para generar ganancias en vez de proveer las necesidades de los seres humanos y los demás animales y plantas sobre la Tierra.

Dado ese sentimiento, ¿cómo se siente viviendo en el corazón de la bestia?

Es exactamente eso. Los Estados Unidos son el gran villano de este cuento, porque han empujado el proyecto capitalista hasta su máxima expresión. Ahora es una sociedad que se dedica nada más que a la producción de desechos. Produce más basura, más desechos atómicos y orgánicos. ¡A tal punto que ya no saben dónde ponerlos! Han estado tirándolos en Africa –¿sabía eso?– ¿Qué van a hacer con los desechos atómicos? Los están enterrando en cuevas del sudoeste del país, en Nuevo México y Arizona: pero esta cosa no se desintegra por 10.000 años. Va a estar allí envenenando el agua potable y la tierra. O lo tiran al mar. Destruyen ríos… Sin pensarlo. ¡Y lo saben! ¡Saben lo que están haciendo! Esto es una de las razones de que el marxismo sea más fuerte entre los intelectuales de los Estados Unidos que en cualquier otro lugar del mundo. Vemos los efectos del capitalismo. ¡También nos beneficiamos! ¡Mírame a mí! Soy sano. Y eso es porque los ricos siempre se protegen a ellos mismos. ¡No les importa el calentamiento global! Se compran otra casa en un lugar donde estarán a salvo.

Hay muchas personas que afirman que el marxismo ya no sirve para explicar el mundo.

La reciente catástrofe financiera demuestra lo contrario. Todo el mundo decia: “¿Cómo pasó esto? ¡Cómo puede ser!” ¡Que lean a Marx! El les contará cómo sucedió. Cualquier persona de la izquierda vio claramente y de antemano lo que estaba sucediendo con la creación de las deudas hipotecarias. Los ejecutivos de Goldman Sachs o cualquier otra casa financiera, si les preguntas te responden: “El juego es así.” Y el Estado es cómplice. El gobierno de los EE.UU. no está haciendo nada para la gente sin trabajo o para las personas que perdieron sus hogares. Han salvado los bancos y las instituciones financieras. A hora la brecha entre los ricos y los pobres en los EE.UU. es así: un 1% de la población controla más del 90% de la riqueza del país. Esta es la distribución de riqueza más desbalanceada en la historia del capitalismo. Antes la idea era que el libre mercado permitía que cualquiera pudiera jugar; pero, obviamente sabemos que no puedes jugar sin los recursos. Si yo juego en el mercado bursátil con cinco mil millones de dólares no es lo mismo que si lo hago con mis ahorros de unos miles de dólares.

¿Es posible que esta desigualdad lleve a una revolucion popular como hemos visto en los países del norte de Africa al comienzo de este año?

No. Es imposible. Porque el Estado tiene todo el poder, tiene todas las armas. Ya no puede haber más revoluciones populares. Salvo en el Tercer Mundo, en Ruanda o Namibia. Mira, antes que nada: imagínate que quieres hacer una revolución y quieres destruir a General Motors. ¡General Motors es una empresa internacional! ¿Dónde voy para destruir a General Motors? La ataco en Detroit, pero eso no haría gran daño a la empresa. Esta todo terciarizado por todo el mundo. Y lo mismo vale para el Estado. El Estado está donde sea que el poder del Estado reside. El Estado es Mobil Oil, por ejemplo. Y uno sabe perfectamente qué pasa cuando hay una amenaza terrorista en Washington: ¡el gobierno se va! Tiene búnkers subterráneos… Se ve sano, tanto en cuerpo como en mente. Parece feliz. Pero esa imagen es totalmente contradictoria con lo que piensa sobre la realidad del mundo.

¿Cómo sobrelleva esa tensión?

Imagínese que el calentamiento global lleva a la destrucción de la raza humana. ¡Sería bueno para la Tierra! La gente me pregunta, ¿Por qué eres tan pesimista? Y yo respondo: No soy pesimista. Soy optimista. ¡Creo que la raza humana por fin se morirá! ¡Será muy bueno para el planeta! Es la especie humana la que está destruyendo el planeta. ¡No son los perros los que lo están destruyendo! Desde el punto de vista de la evolución darwiniana, es bueno que las especies se extingan. Es algo necesario para que siga en marcha el proceso evolutivo.

¿Se considera usted un nihilista?

Sí. Un nihilista en la ontología, un anarquista en la política. No tengo nada de esperanza o fe en el sistema político o el sistema económico.

domingo, 17 de mayo de 2015

DIALECTOS SEXUALES...


 

Cuando tenía nueve años, alguien telefoneó a su madre y dijo: "Su hija es marimacho". ¿Sufrió de niña?

Iba a un colegio de monjas, pero nunca tuve problema por ser distinta. Cuando me decían qué quería ser de mayor, respondía: hombre. Me veía como hombre porque ellos tenían acceso a las cosas que quería hacer: astronauta o médico. Nunca lo viví como vergonzoso ni traumático, era algo a lo que creía tener derecho. De cría, hasta tenía una hucha para hacerme un cambio de sexo.

¿Qué referentes tenía en esa época: Burgos, primeros ochenta?

Ninguno. Yo me movía en un mundo en el que el referente era la parroquia, imagínate.

Entonces, ¿se guió por instinto?

De niña, sí. El instituto fue fundamental. Simona, una maestra con un hijo autista, reclutó a niños con problemas y creó una clase. El grupo G. Autistas, superdotados, raros. Ocho marcianos feos y atroces. Terribles, pero mimados. Adoraba a mis profesores, eran muy abiertos para como era yo.

De aquella llamada a hoy, ¿cómo llevan sus padres su activismo sexual?

Fue traumático y lo sigue siendo. Mi padre era un empresario respetable. Mi madre, costurera de novias. Soy hija única. Imagino que esperaban otra cosa de mí. Son religiosos y de derechas como se es de derechas en Burgos, de forma irreflexiva, porque toca. En ese contexto fui rebelde, pero no porque me lo propusiera, sino porque cada cosa que hacía escandalizaba. Yo era un ovni, sí, pero no lo viví como algo que ocultar.

¿De dónde sale su rebeldía, si no sufre por ser como es?

Lo más duro para mí es ver cómo la gente se deja reprimir.

Entonces ¿es una rebeldía solidaria?

Siempre ha tenido algo político. Daba charlas a los niños para decirles: hagamos esto, organicémonos. Yo no me dejé reprimir, pero sí han sido dolorosas las rupturas con mis amigos o mi familia cuando no aceptan lo que para mí es natural. Con mis padres ha sido una larga pedagogía. Mi carácter no es el más tolerante. Ahora pienso: os tolero en vuestra manera de ser, qué voy a hacer. Pero entonces fue muy intenso. Con 16 años fui con el grupo G a Filadelfia y volví con la idea de hacer filosofía política.

¿Qué le atrae a una adolescente de la investigación filosófica?

Yo era muy de ciencias, quería hacer biología genética. Pero en bachillerato me di cuenta de que las cuestiones a las que quería responder no iba a resolverlas con la biología, y que ese otro lugar era la filosofía.

Usa conceptos como 'biohombre', 'biomujer', 'biopolítica'; la biología está en su obra.
Sí, me interesa la vida, pero en su dimensión somática, carnal, corporal.

También habla de arquitectura, de la ciudad como organismo.

Quizá el origen de todo sea el cuerpo, pero no como organismo natural, sino como artificio, como arquitectura, como construcción social y política. Eso que siempre imaginamos como biológico -la división entre hombre y mujer, masculino y femenino- y que es una construcción social. Me interesa la dimensión técnica de eso que parece natural.

Hablamos de género en Occidente en 2010. Pero pensemos en un niño que nace en Malí, ¿su sexo y su género también es artificio biopolítico?

Claro, fíjate en las distinciones que estableces. Para indicar naturaleza, piensas en África, como si aquí estuviera la tecnología y el artificio, y en África, la naturaleza. Estas distinciones funcionan para lo masculino y lo femenino. Lo masculino como técnica, construcción, cultura. Lo femenino como naturaleza, reproducción. Lo que es construido es esa distinción naturaleza/cultura que no existe, que es ficticia.

¿Los cromosomas XX y XY no significan nada?

Son un modelo teórico que aparece en el siglo XX para intentar entender una estructura biológica, punto.
Sostiene que la sexualidad es plástica. Que no es una constante en la vida, ni siquiera en el día. ¿Esa es la esencia de su teoría?

En parte sí, en el sentido de que la sexualidad, que es de forma más amplia la subjetividad, y en la que entra la identidad y la orientación sexual, los modos de desear, los modos de obtener placer, son plásticos. Y precisamente por eso están sometidos a regulación política. Si fueran naturales y determinados de una vez por todas, no la habría.

Por regulación se refiere a que se determine que se es hombre o mujer en el DNI, y a ello correspondan X derechos, X deberes, X roles.

Exacto. Hay un enorme trabajo social para modular, controlar, fijar esa plasticidad. Y no sólo política, también psicológicamente. Cada individuo es una instancia de vigilancia suprema sobre su propia plasticidad sexual. Cuando preguntabas de dónde viene mi rebelión, es de ahí. Cómo es posible que no estemos en revuelta constante, que esto no sea la revolución.

¿Por qué tendría yo, mujer, heterosexual, casada, madre de dos hijas y moderadamente conforme con su vida, que rebelarme?

Deberías estar en rebelión porque hay un cierre, una clausura de tu identidad que impide cualquier otra posibilidad. Desde el momento en que dices: yo, biomujer, casada, madre...

Ya me estoy perdiendo cosas.

Efectivamente. Declararse heterosexual también supone un conjunto de arreglos posibles, pero suponen una coreografía tan estrecha que lo que me parece terrible es que se acepte como inamovible. No creo en la identidad sexual, me parece una ficción. Un fantasma en el que uno se puede instalar y vivir confortablemente.

Y feliz.

Por supuesto. Pero es que ese es precisamente el éxito de la biopolítica.

Que nos comemos el 'soma' y encima contentos.

Totalmente. Cuando hablamos de biopolítica, estamos hablando del control externo e interno de las estructuras de la subjetividad y la producción de placer. Me defino como transgénero, pero he salido con biohombres, con biomujeres, con trans Y te puedo decir que cuando eres biomujer, asignada socialmente como mujer, y sales con un biohombre, asignado como hombre, experimentas una reorganización de tu campo social. De repente, tu familia está contenta. Es un sistema de comunicación complejo, en el que emites signos que son descodificados: estoy de acuerdo con el sistema de producción, y voy a reproducir la nación tal como la conoces.

Aunque seas infiel, o seas un gay en el armario.

Claro, la máquina de control eres tú, y lo interesante es la forma de desactivarla. Por eso me interesa escribir, dar clases, el activismo. Hay posibilidad de rebelión en cualquier parte.

¿Ese activismo es una postura intelectual, o le sale de las tripas?

Pero ¿qué son mis tripas? Volvemos a la misma diferencia. Yo nací con una deformación de mandíbula. Durante años no tuve fotografías personales, sólo médicas. En casa no hacíamos fotos porque yo era deforme. Desde los siete años tengo ritualmente encuentros con el sistema médico. A los 18 me hacen una operación funcional, pero también estética. Era necesaria, pero tampoco tuve opción de decir no al aparato médico. Tenía una cara atroz, de caballo, y en cuanto salí, todos me dijeron que estaba fantástica. Viví esa operación como un cambio de sexo en el sentido de que era un cambio de identidad.

¿Porque la devolvió al redil de la 'normalidad'?

Sí, fue un modo de normalizar mi cara. A partir de ahí empiezo a distanciarme de todo eso de qué eres tú naturalmente, o qué son tus tripas, o que la cara es el espejo del alma. Mi cara no es el espejo del alma, es el espejo de la medicina plástica de la España de los ochenta.

Parece que su rebeldía sí tiene algunas semillas.

Algo hay. Cuando salí de la operación, me gasté el dinero ahorrado para cambiar de sexo en viajar. Me di cuenta de que mi imagen y la que los otros veían no coincidían ni coincidirían nunca. Es como la anorexia. Yo aún le pregunto a mi novia si me ha crecido hoy la mandíbula. Por eso veo el cuerpo como arquitectura, como relación con las instituciones médicas, jurídicas y políticas.

Leyendo su obra, su vida parece una batalla constante contra la norma. ¿Por qué no se relaja?

Yo me veo relajadísima, mucho más que los otros. Lo que observo en la gente es una tensión aunque sea inconsciente por adecuarse a lo que se supone que es femenino, masculino, a la heterosexualidad o la homosexualidad. Yo también he experimentado la presión homosexual al decir que no soy un tío ni una tía. En la homosexualidad hay restricciones, reglas precisas. La tensión está ahí, la revolución es otra cosa.
¿Su estado natural?
No [ríe], ya me gustaría. Hay veces que no puedo evitar decir: cero solidaridad con el género humano y su cultura de la guerra.
¿Por qué esa desesperanza?
Hay una teórica queer americana, Sedwick, que decía que la revolución es un modo de salir de la depresión política. Es como si viviéramos en estado de patología, veo una gran depresión colectiva cuyos signos son el consumo aberrante, la producción de desigualdades, lanormalización excesiva, la sobrevigilancia, la cultura de la guerra.
¿Lo que llama 'régimen farmacopornográfico' es un nuevo fascismo basado en el sexo?
No, el fascismo no es depresivo, sino histriónico, mientras que el momento farmacopornográfico es de sobreadicción, sobreconsumo, destrucción. Como si nos hubiéramos dado colectivamente las condiciones de nuestra propia destrucción y estuviéramos de acuerdo. Y digo esto consciente de que puedo parecer un padre jesuita.
¿Pero esta no es una cultura hedonista?
No. El hecho de que lo que mueve la cultura sea el placer no quiere decir que el fin sea hedonista. El objetivo es la producción, el consumo y, en último término, la destrucción. El reto de lo que debería ser una izquierda para el siglo XXI es tomar conciencia de ese estado de depresión colectivo, a diferencia de la derecha, que vive en la euforia del consumo, de la producción de desigualdades, de la destrucción. La izquierda tiene que decir: mierda, la estamos cagando, y eso tiene que llevar a un despertar revolucionario. Y creo que eso puede venir de esos que hemos apartado a los márgenes de lo político: los gays, las lesbianas, los yonquis, las putas. Ahí hay modos de producción estratégicos para la cultura y la economía, y ahí se están produciendo soluciones.
¿Y qué aportan esos 'detritus del sistema', como usted los llama?
Inventan nuevas formas de relación personal y política que se salen de una coordenada que engancha con las políticas coloniales del siglo XV y que tienen que ver con la familia, la nación, la raza. Esa línea se ha agotado, hay que abrirse a lo no familiar, no nacional, no racial, no generizado.
¿Es consciente de la difícil comprensión y 'venta' de ese modelo?
No aspiro a venderlo. Y no es tan difícil. En mis charlas siento que lo del estado depresivo conecta. Pese a la enorme complejidad del mundo contemporáneo, veo una terrible reducción a lo de siempre.
Es gracioso el pasaje de 'Testo yonqui' cuando vuelve a Burgos y ve a sus ex novietas del cole paseando por el Espolón con sus niños y sus mechas perfectas.
Las respeto y las adoro. Sobre todo porque sé que detrás de las mechas y los niños siguen resistiendo, están vivas.
Se define como una terrorista, una guerrillera.
Así me ven los otros. Yo hacía mis cosas, todos decían: que paren esa revolución, y yo no comprendía que la revolución era yo. Disfruto de la inteligencia colectiva. Mi primera Gay Parade en Nueva York fue el mayor subidón de éxtasis vital de mi vida. Éramos 3.000 bolleras por la calle, ese espacio que nos tenían prohibido. Fue darme cuenta de que otro mundo es posible, de que la realidad puede cambiar, eso me fascina.
Los transexuales claman por entrar en los protocolos de reasignación de sexo. Sin embargo, usted deplora que estén regulados por el Estado.
Hay una multiplicidad de maneras de ser transexual. He estado en asociaciones de lesbianas radicales y, en tres años, la mitad habían cambiado de sexo. Desconfío de los dogmas acerca de la identidad sexual, porque he visto todo y su contrario. Los protocolos son un modo de normalizar la plasticidad sexual. España es una especie de gallifante de Turquía y Suecia. Hay una base biopolítica cuyos emblemas son el género, la heterosexualidad, la familia, la raza y la nación. Pero también un régimen farmacopornográfico en el que el sexo es objeto de consumo y producción. La colisión de esos dos regímenes lleva a una situación delirante, en la que puedes acceder a operaciones de cambio de sexo, pero sólo con las condiciones exigidas para normalizarte.
En 'Testo yonqui', usted es el objeto de su investigación. ¿No le da pudor esa exposición?
No, y eso que me eduqué con monjas y estudie filosofía en Comillas con los jesuitas. Los adoré, estaban metidos hasta el fondo en el marxismo y la teoría de la liberación. Son fantásticos. Sigo teniendo relación con Juan Masiá, un filósofo al que excomulgaron por decir que el condón es de sentido común. Nos intercambiamos obras.
¿En serio? ¿Y qué comenta un jesuita de sus prácticas sexuales en 'Testo yonqui'?
Nada [ríe]. Pero no hace falta, sé que me aprecia y nos queremos mucho.
Me refería a si no le da pudor exponer su sexualidad.
Al contrario: mi sexualidad ha sido siempre invisible. Lo que era visible es el estereotipo que la gente tiene sobre la sexualidad lesbiana o trans. Entonces no lo veo como una forma de exposición impudorosa, sino como un modo de producción de visibilidad. Hay un elemento de propaganda. Una amiga, Itziar Ziga, ha escrito un libro, Devenir perra, en el que dice: nosotros follamos más y mejor. Follamos fuera de vuestras restricciones normativas y eso es un placer que nunca conoceréis. Y si os tienta saberlo, wellcome to the revolution.
¿Ese sería el orgullo 'queer': follamos más y follamos mejor?
Sí, y quizá vivimos en otro mundo. En otro mundo que existe y que esta aquí, justo al lado.
Usted es una celebridad en los círculos 'queer', da clases en la Universidad París VIII, pero es desconocida en España. ¿Se ve de profesora en la Complutense?
En España hay instituciones casi feudales. Y dentro de ellas, en un caos extraordinario, suceden cosas paradójicas. En cualquier universidad hay elementos revolucionarios, puntos de resistencia. La revolución no está en otro lado, está aquí, y en la Complutense también.
A ver si la nombran hija predilecta de Burgos.
[Risas]. Ahora, con lo del premio, mi madre dice: qué bien, hija, sales en el periódico, pero tienen la mala idea de sacarte con bigote. No sabe que mi gran orgullo mediático es la portada de la revista transgénero americana.
Desde fuera, lo suyo puede parecer un espectáculo provocativo.
Sí, siempre existe ese riesgo de apariencia estrambótica y consumo morboso, pero hay vida más allá del mundo normalizado.
Para escribir 'Testo yonqui' se administró testosterona en gel casi un año. ¿Sigue 'poniéndose', ya que en el libro se declara 'adicta'?
Ocasionalmente. Respecto a otras adicciones que conozco, la de la testosterona es llevable. Lo veo como una posibilidad y no una necesidad. Para mí, el cambio del sexo no es el paso del muro de Berlín; algo de esa frontera política tiene, pero yo lo veo como un espacio de prácticas del cuerpo.
¿Qué obtiene de la testosterona? Algo le sacará.
Es una droga sexual. Si fuera de venta libre, sería el Viagra para biomujeres. Te pone a mil. Pero empecé a tomarla por un elemento de experimentación, de transgresión, casi una orgía hormonal.
Qué le sugiere a usted, que se declara más allá de lo masculino y femenino, la expresión 'violencia de género'.
Creo que cuando se dice violencia machista no se incide tanto en las prácticas de discriminación como en la masculinidad. Como si la masculinidad fuera una violencia en sí misma y que se ejerce contra las mujeres. Se pasa por alto toda una serie de prácticas violentas transversales. Hay violencia dentro de la homosexualidad, de la transexualidad. Creo que el género mismo es la violencia, que las normas de masculinidad y feminidad, tal y como las conocemos, producen violencia. Si cambiáramos los modos de educación en la infancia, quizá modificaríamos lo que llamamos violencia de género. Siempre pensamos que las niñas pueden defenderse y no agredir. Seamos honestos: en una cultura de la guerra, no equipar técnica y prácticamente a un conjunto de la sociedad para ser capaz de acceder a técnicas de agresión cuando sea necesario es discriminatorio.
¿Propone enseñar a las niñas no defensa personal, sino ataque personal?
Exacto.
Menudo titular me acaba de dar.
Busco alternativas radicales a la cultura de la guerra, y una es el acceso igualitario a las técnicas de la violencia. Toni Negri decía: hay que darle armas al pueblo, puesto que el Estado está armado. Yo diría: hay que darles armas a las mujeres, puesto que los hombres están armados.
Le van a llover protestas.
Esto es una guerra fría: tú tienes armas, yo también.
En 'Testo yonqui' propone a las mujeres tomar testosterona. ¿Cree que así romperíamos el techo de cristal?
Eso es una fantasía de política ficción. La filosofía hace eso, produce ficciones que nos ayudan a modificar el modo en que vemos lo real. Pero nada impide que todas las mujeres tomen testosterona y mañana sean hombres. La posibilidad es tan simple que tiene que haber medidas de restricción para evitarlo. Mi proyecto político es más serio y lúdico a la vez. Imagínate qué mundo lleno de tíos peludos. La estructura de dominación está tan anclada que claro que hay techo de cristal. Pero también represión del lado masculino. Ellos tampoco están bien.
¿La famosa crisis del hombre moderno?
Si algo está en crisis es la masculinidad. Desde el feminismo ha habido un trabajo crítico, pero del lado de los tíos, nada. Por eso me asombra que ellos no se rebelen y digan: quiero enseñar mis piernas estupendas sin celulitis.
Los hombres se depilan hoy más que las mujeres.
Uno de los cambios del régimen farmacopornografico es que el cuerpo masculino pasa a ser objeto de producción del mercado. Lo de la nueva masculinidad o la metrosexualidad no es más que eso. Ahí hay posibilidad de rebelión para los biotíos.
¿Es feliz?
Me considero afortunada/o. Cambio de género al hablar y escribir.
Y en varios idiomas ¿no se lía?
De hecho, la sexualidad es muy comparable a las lenguas. Aprender otra sexualidad es como aprender otra lengua. Y todo el mundo puede hablar las que quiera. Sólo hay que aprenderlas, igual que la sexualidad. Cualquiera puede aprender las prácticas de la heterosexualidad, de la homosexualidad, del masoquismo...
Hay negados para los idiomas.
Incluso ellos pueden chapurrear lesbiano o gay.
Hay una lengua madre, ¿también una sexualidad madre?
Hay una sexualidad que constituye tu suelo de adoctrinamiento. Aquella que has aprendido a reconocer como natural. Pero en cuanto aprendes una segunda lengua sabes que hay más, que incluso puedes abandonar la primera lengua que hablaste sin mayor problema. Yo he estado años sin hablar español y lo hago bien, ¿no?.


sábado, 14 de marzo de 2015

LA NOVELA: ESE METABOLISMO MONSTRUOSO...


 
ENTREVISTA A JUAN JOSÈ BECERRA PARA PLIEGO SUELTO


La interpretación de un libro es el reflejo de la desregularización de los géneros literarios, ya que puede leerse como una novela, un ensayo, una crítica de arte o un tratado de amor. ¿Cuál es tu reflexión al respecto?

Creo que la novela es un metabolismo monstruoso capaz de asimilar cualquier cosa. Me gusta mucho una imagen animada de Disney, de hace mil años, en la que un avestruz se come una radio portátil. Eso es tener un metabolismo de novela. La novela es omnívora, por lo tanto el ensayo, el tratado de amor y la crítica de arte son solo los platos del día de una dieta mucho más vasta. Una novela, si quiere, puede comerse una guía telefónica que no le va a pasar nada.

Dices también que la diferencia entre el ensayo y la ficción es la misma que hay entre nadar y bucear, ¿cómo llegaste a esta conclusión?

Hundiéndome un poco. Las diferencias saltan a la vista frente a la experiencia de escribir cada cosa. El ensayo y la crónica son géneros más “seguros” que la ficción. La razón es que las referencias siempre están disponibles para acudir en nuestro auxilio. Son géneros en los que el vértigo y el desamparo que produce escribir ficción desaparecen. El ensayista evita ese vértigo con las citas, y el cronista lo evita con los viajes. Esas son sus redes de seguridad. No empezó a escribir que ya tiene algo firme donde apoyarse. La ficción, en cambio, establece una relación densa con la intimidad del escritor. Mi sentimiento, que equivale a una teoría sensible de la ficción, es que a las novelas uno las escribe desde adentro, mientras que al ensayo y a la crónica se los escribe desde afuera. Por lo tanto, el ensayo y la crónica son deportes de superficie, mientras que la ficción es un deporte de las profundidades, o de las alturas, según cómo se mire. Por supuesto, esto no es una regla. Los ensayos de Benjamin y Barthes pueden desmentir lo que digo por un lado; y por el otro, también pueden desmentirme las “ficciones” de Paulo Coelho.

¿Qué metodologías has aplicado a la hora de representar conceptos complejos como los binomios escritor-lector, escritura-lectura y literatura-vida cotidiana, mientras se lee y escribe una novela dentro de una novela?

Sospecho que los sistemas de representación en la literatura se dan por una suma de combinaciones espontáneas. Tan claro es para mí no registrar el método que creo que el arte literario tiene sus mejores momentos en la improvisación y el error de cálculo. Después de escribir un libro uno puede deducir el proceso que lo compuso, pero definir el método de antemano es darle todas las herramientas de la literatura al control, es decir a la represión. ¿Cuál era el método de Cervantes si no el de ir hacia adelante? ¿Y cuál era el de Proust si no el de ir hacia atrás? ¿Y cuál era el de Beckett si no el de quedarse donde estaba? En los tres casos hay deriva literaria e inconciencia. Sinceramente, prefiero una novela malograda a esas novelitas metódicas e industriales que atestan las librerías. La escritura se da por impulsos indescifrables que se van conectando entre sí. Aceptemos que sea el cerebro con todos sus cortocircuitos y fallas geológicas el que haga el trabajo literario, pero no aceptemos que lo haga la conciencia. La conciencia es un dique que detiene el cauce de la literatura. Tener un método para escribir es tan inútil como tenerlo para vivir. En cuanto a la lectura y la escritura, creo que son partes irremplazables de la experiencia literaria. Si falta una parte no existe ninguna de las dos.

En una  entrevista con El País afirmaste que “La literatura es como una religión marginal: se vive con intensidad pero cada vez afecta a menos gente de manera íntima”. ¿Podrías ampliar esta idea?

Para el lector de literatura, la literatura es sagrada. Esa sería su condición religiosa, aunque se trate de un arte marginal. Lo mismo vale para el lector de autoayuda, de gastronomía o de matemáticas, para el que sus lecturas también son sagradas. En cuanto a la marginalidad de la literatura, es algo que está a la vista. La literatura es una estrella que se está apagando, pero allí donde se mantenga viva seguirá siendo una experiencia intensa, la única que todavía puede competir con la vida.

Si bien en La interpretación de un libro se toma al libro como un fetiche y objeto de culto, ¿cuál es tu reflexión sobre la lectura y nuevas tecnologías a través de la irrupción de los blogs, los e-books y las redes sociales?

Creo que en mi novela el fetiche es la literatura, no el libro. Cualquiera escribe un libro. Pero la literatura sigue siendo un milagro que se produce de vez en cuando. Las nuevas tecnologías, como todas las herramientas de progreso, dan un paso adelante y otro hacia atrás. Las redes son horizontales, y esa farsa democrática es su gracia. La desgracia es la catarsis demencial de los millones de comentarios y opiniones que sostienen ese mundo. En general, las redes no producen pensamiento sino rechazos y adhesiones acerca de los pensamientos o los actos de terceros, dos actitudes reaccionarias, salvajes y preintelectuales. Lo dominante es el chisme y un escaso conocimiento de causa de los fenómenos que se juzgan. Por supuesto que en ese río revuelto puede pescarse algo, pero lo veo como una máquina que transmite casi exclusivamente pasiones sociales, es decir como un impulso infantil actuando en un escenario adulto llamado sociedad. Pero la transmisión franca de los contenidos en las redes sociales puede producir acontecimientos benéficos. Las publicaciones de Wikileaks son la prueba del milagro que pueden generar las redes y, también, la prueba de que su fuerte es la transmisión y no la producción de contenidos. Las nuevas tecnologías tienen más que ver con el perfil conductor del alambre de cobre o de las cañerías aquasystem que con una usina de ideas. Del e-book, por supuesto, estoy a favor porque es el soporte que puede filtrar propuestas independientes y a bajo costo en un mercado gobernado por las mafias del mal gusto.

Los cuadros de Edward Hopper te han servido como hilo conductor en tu libro porque expresan orfandad y claustrofobia urbana. ¿Qué otros elementos has tomado del lenguaje pictórico y cinematográfico para insertarlos en la obra? 

Hay necesidades que van  surgiendo cuando se escribe una novela. Son necesidades inesperadas. De pronto, la novela pide algo: un escenario nuevo, otro personaje, un accidente. Las respuestas a esas necesidades son inmediatas y no están meditadas. Son pequeños incendios que uno va apagando, o avivando. Al monoambiente1 del novelista Mastandrea le hacía falta una decoración de interiores, por no decir que le hacía falta “vida”. Entonces su groupie decide intervenir esa hoja en blanco con imágenes en las que sólo ella esté presente. ¿Y quién otro que Hopper para representar mujeres entregadas al vicio de la lectura? Pero no veo esa intervención como la de meros cuadros colgados. Más bien son proyecciones en las que se descifra el presente y también el porvenir de la relación entre el novelista y su lectora. La aparición de imágenes de Marilyn Monroe, en cambio, obedece a mi fascinación por las fotos en las que aparece leyendo a Joyce. Semejante belleza sometida a la pasión de una literatura exigente… Además, Marilyn Monroe cumple una función ambigua, porque ¿a qué mundo podemos decir que pertenece? ¿Al de la realidad o al de la ficción? Todavía no lo sabemos.

La interpretación de un libro, ¿nace como una prolongación de tu novela Miles de años (2004) o tomas sus referentes como pretexto creativo para una nueva historia?

Es una novela de convalecencia que nace como “cura” de una novela larga que estuve escribiendo durante varios años. Sólo quería que fuese breve y contara la historia de un escritor argentino vanidoso y fracasado, valgan las redundancias. La vanidad aparece más o menos saciada por la devoción que una lectora siente por él, mientras que la prueba del fracaso es la única novela que pudo escribir en su vida y que se llama Una eternidad, nombre de fantasía de mi novela Miles de años. Si consideramos que la literatura es una zona franca donde al derecho lo hace uno, ¿qué me impedía ejecutar esa maniobra de autorrobo? Después de todo, la ficción es una realidad con los nombres cambiados. Lo curioso fue el hecho de que una novela escrita y publicada, y por lo tanto un objeto de la realidad, pudiera tener “otra vida” en una dimensión distinta.

Al tratarse de la intrahistoria de un novelista argentino, ¿qué cosas en común tiene Juan José Becerra con su personaje Mariano Mastandrea?

Hay una cuestión que podemos llamar documental, y es que mi novela Miles de años estuvo de saldo en la calle Corrientes de Buenos Aires como lo está Una eternidad en La interpretación de un libro. Un día mi madre compró cinco ejemplares de mi libro de saldo –cada ejemplar valía la mitad de un diario– y me sentí un best seller. Esa podría haber sido otra versión de La interpretación de un libro, la del novelista que tiene en su madre a la única persona en el mundo capaz de leer sus libros. Un poco lo que le ocurrió a Borges antes de su consagración.

¿Cómo surgió la idea de incorporar en la trama al personaje de Camila Pereyra, “la loca de los libros”?

Necesitaba una lectora loca que leyera con el cuerpo. La locura es un poder que sirve para una sola cosa, por eso su fuerza es tan extraordinaria. En este caso, Camila Pereyra, “la loca de los libros”, debía cumplir con ese cometido. Es un personaje que bien podría ser la bisnieta de Ema Bovary o la hija de Annie Wilkes, de Stephen King. O ser alguien situada entre ambas, a mitad de camino del sacrificio y el terror. Pero en el fondo, no hay duda que flamea la referencia cervantina y mi idea, que ahora descubro, de que Alonso Quijano es un personaje femenino.

Volviendo al tema de Miles de años, los personajes de Castellanos y Julia aparecen otra vez, del mismo modo que la situación en que alguien abandona a alguien. ¿Consideras a La interpretación de un libro como una reflexión sobre el desamparo amoroso?

Sí, por supuesto. La entrada y la salida son los dos momentos más intensos del amor. Ahora que lo pienso, La interpretación de un libro está dividida en dos partes: “principio” y “final”. En las separaciones hay tanto o más amor que en la etapa de enamoramiento, y muchísima más energía, aunque se trate de una energía radiactiva
.
La interpretación de un libro es el primer volumen tuyo que se publica en España, ¿podrías hablarnos de otros títulos?, por ejemplo, de los ensayos: Grasa. Retratos de la vulgaridad argentina y Vaca.Viaje a la pampa carnívora (2007), así como de Patriotas (2009).
Voy a traducir el espíritu de esos libros. Un Grasa2 español no hubiera excluido críticas de la imagen pública de Iñaki Urdangarín, el ex presidente Aznar, la Duquesa de Alba y Cristiano Ronaldo. Patriotas hubiera analizado el discurso de obispos, rabinos, políticos y editorialistas de la ultraderecha española que condescienden tácticamente a disfrazar con buenos  modales su violencia ideológica. Y Vaca-Viaje a la pampa carnívora se hubiera llamado Cerdo ibérico-Viaje a las dehesas de Guijuelo. Estas son las traducciones que encuentro. En todos los casos se trata de atacar el sentido común, cuyo vehículo es esa lengua muerta que millones de personas hablan sin detenerse nunca a pensar qué es lo que están diciendo y por qué.

¿Qué semejanzas y diferencias encuentras en tus novelas Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (2004) y Toda la verdad (2010)?

Las semejanzas radican en que en todas está presente el amor como un problema sin solución. Las diferencias, en que me parece que cada uno de mis libros es una posibilidad de negar el anterior. Después de escribir un libro, me digo: “yo no fui”. Como si sólo fuese posible ser el escritor del libro por venir.
¿Cómo surge la posibilidad de publicar con Candaya, una editorial independiente que siempre apuesta por escritores innovadores tanto de España como de América?
De casualidad. Diómedes Cordero, un amigo venezolano que tenemos en común con Paco Robles y Olga Martínez, de Candaya, leyó el Word de La interpretación de un libro y por iniciativa propia recomendó publicarla. Y aquí estamos. La literatura tiene un gran poder de penetración a través de las ramificaciones del contrabando hormiga. Digamos que a la mafia mala del mercado le respondemos con la mafia buena de los conspiradores.

¿Qué significan para ti conceptos como la fama y el mercado?
Nada.

Desde España existe una percepción de que Cortázar y Borges han monopolizado el discurso de los escritores de Argentina, ¿qué piensas sobre este tema?

Que esa época ya pasó. También pasó la época posterior, cuyos polos eran Juan José Saer y César Aira. Ahora se escribe de espaldas a todo el mundo y la ficción argentina goza como nunca antes del descontrol.

¿Cómo observas la escena literaria en España e Hispanoamérica? ¿Qué autores lees o recomiendas?

Recomiendo los dos últimos que leí: Oremos por nuestros pasaportes, de Mercedes Cebrián; y La historia del dinero, de Alan Pauls, próximo a salir. Con esto saldo las relaciones argentino-españolas tan conmovidas por el caso Repsol.
¿Qué opinión tienes del llamado periodismo literario o periodismo narrativo?

Según quien lo escriba. Es un género de autor y todo depende de él. Como lector, encuentro desde retratos extraordinarios sobre esa materia escurridiza llamada realidad, de los que Martín Caparrós y Juan Villoro son un poco los príncipes; hasta bodrios llenos de imposturas y prosa de segunda selección con los que hasta los huevos se avergonzarían de ser envueltos en el almacén.

¿Cuáles son tus proyectos futuros?

Esperar que nazca mi cuarto hijo y, después, comprarme una silla Aeron para seguir escribiendo sin lumbalgia una novela que hasta ahora se llama Obra de arte.
 

martes, 23 de diciembre de 2014

PENSAR...EN NADA


 

ENTREVISTA AL HISTORIADOR ENZO TRAVERSO PARA "LA NACIÒN"


-En la historia hubo distintas definiciones de la figura del intelectual. ¿Cuál elegiría hoy? 

-Ciertamente, hay varias definiciones de "intelectual" como figura social y muchas de ellas hoy tienen pertinencia. Si se trata de sugerir una definición general, para mí el intelectual es un hombre o una mujer que produce ideas, que trabaja con su pluma o computadora, que produce conocimientos, que puede crear también -un escritor, un artista- y que al mismo tiempo toma una posición en el espacio público con respecto a los problemas del conjunto de la sociedad, en el mundo global. Lo que hace de Einstein un intelectual no es la creación de la teoría de la relatividad, sino el hecho de que después de la Primera Guerra Mundial tomó posición sobre el fascismo, la guerra y la paz, y sobre las relaciones internacionales.

-O sea, requiere autonomía crítica, perspectiva universalista y capacidad de denuncia.

-Sí, el intelectual debe tomar posición, aunque también se pueda discutir sobre las posiciones que toma. No todos los intelectuales tienen esa autonomía crítica y eso es un problema fundamental que se plantea en la historia de los intelectuales del siglo XX. Uno de los peligros que históricamente afecta la figura del intelectual es la caída, la limitación o la abdicación de su autonomía crítica.

-Hoy se suele llamar "intelectuales" a profesionales de la academia, profesores universitarios e investigadores. ¿Hay un abuso del término "intelectual"?

-El problema no es tanto el abuso, sino que hay que ser consciente del papel del intelectual y del hecho de que el intelectual representa hoy una capa mucho más grande que antes. Al final del siglo XIX, los intelectuales eran una pequeña porción en la sociedad, que tenía el monopolio de la palabra y de la escritura, y el espacio público estaba estructurado en torno a esa pequeña capa de privilegiados. Hoy ser un universitario, un investigador significa hacer cualquier trabajo y no implica pertenecer a una elite. El abuso puede darse en la medida en que hoy el universo mediático produce "intelectuales" y hay mucha gente que es respetada, que tiene una palabra muy escuchada y cuya autoridad es artificialmente construida por la televisión. Y no estoy seguro de que podamos llamarlos "intelectuales".
-¿Por ejemplo?
-Un ejemplo en Francia es Bernard Henri-Levy. Es la típica figura construida por los medios de comunicación cuya obra es un apéndice de su papel público como figura mediática. La industria cultural es la reificación del espacio público, y en ese espacio se crean nuevas figuras que son productos del mercado y del capitalismo neoliberal en el campo de la cultura. Y eso es distinto de los escritores, investigadores, artistas y científicos que produjeron una obra y que además explotaron su autoridad y su influencia para tomar una palabra en el espacio público. Es el caso del escritor Mario Vargas Llosa, a quien admiro mucho como escritor, aunque políticamente tengo discrepancias de él. Si él es escuchado cuando toma posiciones sobre un conjunto de problemas políticos y sociales es porque es una autoridad que está arraigada en su obra.

-Los medios de comunicación e Internet han modificado las formas de circulación y de debate de ideas. ¿Qué destrezas nuevas le exigen a un intelectual? 

-Hay una actitud conservadora y muy estéril en quienes rechazan el uso de los medios de comunicación, como muchos intelectuales en la década del 60 o 70 con respecto a la televisión. Pero otra cosa muy distinta es plegarse y postrarse completamente a las reglas, las pautas y los mecanismos de funcionamiento de los medios. Es decir, tener dos segundos en televisión para expresar una idea. Aceptar este tipo de restricciones implica la destrucción del pensamiento. Pero si yo tengo que decir algo sobre lo que está ocurriendo en Palestina o sobre las relaciones entre la Argentina y los bancos, utilizar los medios es fundamental.

-¿Cree que en el debate público el "experto" y el especialista han ganado terreno y visibilidad, en detrimento del lugar que anteriormente ocupaba el intelectual? 

-Creo que sí. Eso es una tendencia general. Los sistemas de poder son muy complejos y se necesitan competencias técnicas. La universidad se reformó y se reorganizó para formar técnicos y especialistas capaces de articular los mecanismos del poder. La especialización es inevitable en el complejo mundo de hoy. No pretendo hacer un alegato en contra de los saberes específicos y las especializaciones. Sería una batalla retrógrada y perdida desde el principio. Hay expertos que tienen competencias que la gente común no tiene y esas figuras son fundamentales. El problema es que esas figuras no tienen, en la mayoría de los casos, ninguna autonomía de pensamiento crítico. Juegan dentro del horizonte social y político de nuestro orden y eso es un problema que está vinculado a lo que yo llamo el "eclipse de las utopías".

-¿En qué sentido?

-En un mundo sin utopías, en el cual el sistema económico-social, la democracia liberal, la sociedad de mercado y el capitalismo aparecen como algo natural, finalmente no se puede sino actuar como parte de ese mecanismo. Hoy falta una visión utópica que los intelectuales tenían a lo largo del siglo XX. Esa figura del intelectual como crítico del poder me parece que es muy débil hoy y su voz es inaudible.

-¿Qué sucede cuando un intelectual deviene funcionario público? ¿Es posible mantener la mirada crítica o necesariamente se transforma en publicista o propagandista?

-Es una tentación muy fuerte: que un intelectual que tiene una visión del mundo quiera actuar y para lograrlo establezca un vínculo orgánico con el poder, con un partido político o un movimiento. Ése es el problema de la ceguera que afectó a muchos y que se planteó en el pasado con respecto a Cuba, se plantea hoy con respecto a la Venezuela de Chávez y también con el peronismo en la forma kirchnerista. Algunos intelectuales que comparten las posiciones de los Kirchner con respecto a los derechos humanos cayeron en la trampa peligrosa de volverse intelectuales orgánicos del kirchnerismo. No quiero meterme en el debate argentino, porque miro al país desde la distancia, pero una cosa es apoyar una determinada posición del Gobierno, y otra distinta es volverse propagandista de un gobierno. Ésa es una abdicación del papel crítico del intelectual.

-¿En que medida la gravitación que antes tenían los intelectuales la tienen hoy los economistas? 

-Los economistas han ganado lugar porque en el mundo de hoy la política está aplastada por la economía. En el caso de la Unión Europea, por ejemplo, quienes deciden la política económica de Francia, Italia y Alemania son el Banco Central Europeo, el FMI, el Banco Mundial. Y los economistas no pueden tener pensamiento crítico en la medida en que la mayoría de los que toman posición públicamente en los diarios financieros son quienes tienen vinculaciones orgánicas con el mundo financiero. Ésa es una realidad tanto en Alemania como en EE.UU., Brasil y la Argentina. Entonces, se transforman en intelectuales orgánicos en el sentido gramsciano. Gramsci define a los intelectuales como una capa social cuyo papel es elaborar una visión del mundo vinculada a una clase social. Esa definición en muchos aspectos todavía sigue vigente. Los economistas son los intelectuales por excelencia del capitalismo financiero en el mundo neoliberal: intervienen en los debates públicos como expertos y si vemos los sueldos que muchos de ellos obtienen de los bancos u organismos que asesoran, son mucho más altos que el que reciben como investigadores o universitarios.

-Hoy, el intelectual parece más dedicado a extraer las lecciones del pasado y a pensar el presente que a debatir alternativas de futuro. ¿Cree que hay un déficit de debates sobre el futuro?

-Cuando yo hablo del eclipse de las utopías no lo entiendo como una limitación específica de los intelectuales. Los intelectuales son los que formulan un imaginario colectivo y visiones que para existir tienen que estar arraigadas y empujadas por la sociedad. El problema es que la sociedad misma hoy no mira al futuro, no genera utopías, y los intelectuales son el espejo de esta impotencia. Entonces, no se puede pedir a los intelectuales que "sobrepasen" los límites de su época. Ésa es la contradicción fundamental del mundo de hoy: es una temporalidad de aceleración permanente con un horizonte cerrado, sin proyección al futuro y sin ninguna estructura prognóstica. Y eso explica también la obsesión por la memoria.

-¿Porque una sociedad que no mira al futuro no tiene otra opción que mirar al pasado?

-Exacto, una sociedad que no tiene futuro está "casi obligada" a mirar al pasado y esa mirada muchas veces toma un rasgo apologético: "Hay que sacar lecciones del pasado para confirmar que el presente es un orden sin alternativas posibles porque las revoluciones fracasaron, crearon monstruos totalitarios, hubo fascismos y dictaduras y, entonces, hay que aceptar el orden de hoy como un orden sin alternativas", sostiene esa sociedad. Esa falta de imaginación utópica es terrible. Hay ejemplos: la falta de alternativas y horizonte de futuro de las revoluciones árabes fue llenada por los fundamentalistas. O los movimientos de "los indignados", que tienen una idea muy clara de qué es lo que no les gusta del mundo de hoy, pero que no tienen la capacidad de formular una alternativa.

-Pero caídos los socialismos reales y fracasadas las revoluciones, ¿a qué asociar hoy la utopía?

-Ésa es la gran cuestión. Las utopías de hoy son distopías: aparecen las visiones catastróficas del mundo, reforzadas también por la industria cultural.

-¿Cuáles son los motivos por los que los intelectuales hoy deberían levantar la voz? 

-Hay muchos motivos y, frente a la globalización, el principal es el crecimiento impresionante y traumático de la desigualdad. Estamos viviendo la refeudalización del planeta. Esto amenaza la libertad, la democracia y la noción misma de ciudadanía. En un mundo en el cual la riqueza y la pobreza se desarrollan en formas extremas e incontrolables, no se puede hablar más de democracia, de una comunidad internacional o de un espacio público compartido. Desde un punto de vista social, el mundo esta volviendo al Antiguo Régimen, a pesar de que este proceso tome rasgos posmodernos, con una aristocracia financiera en lugar de la nobleza terrateniente. La defensa del principio de igualdad me parece una causa central, como ya fue en el siglo XVIII para los filósofos de la Ilustración.