sábado, 14 de marzo de 2015

LA NOVELA: ESE METABOLISMO MONSTRUOSO...


 
ENTREVISTA A JUAN JOSÈ BECERRA PARA PLIEGO SUELTO


La interpretación de un libro es el reflejo de la desregularización de los géneros literarios, ya que puede leerse como una novela, un ensayo, una crítica de arte o un tratado de amor. ¿Cuál es tu reflexión al respecto?

Creo que la novela es un metabolismo monstruoso capaz de asimilar cualquier cosa. Me gusta mucho una imagen animada de Disney, de hace mil años, en la que un avestruz se come una radio portátil. Eso es tener un metabolismo de novela. La novela es omnívora, por lo tanto el ensayo, el tratado de amor y la crítica de arte son solo los platos del día de una dieta mucho más vasta. Una novela, si quiere, puede comerse una guía telefónica que no le va a pasar nada.

Dices también que la diferencia entre el ensayo y la ficción es la misma que hay entre nadar y bucear, ¿cómo llegaste a esta conclusión?

Hundiéndome un poco. Las diferencias saltan a la vista frente a la experiencia de escribir cada cosa. El ensayo y la crónica son géneros más “seguros” que la ficción. La razón es que las referencias siempre están disponibles para acudir en nuestro auxilio. Son géneros en los que el vértigo y el desamparo que produce escribir ficción desaparecen. El ensayista evita ese vértigo con las citas, y el cronista lo evita con los viajes. Esas son sus redes de seguridad. No empezó a escribir que ya tiene algo firme donde apoyarse. La ficción, en cambio, establece una relación densa con la intimidad del escritor. Mi sentimiento, que equivale a una teoría sensible de la ficción, es que a las novelas uno las escribe desde adentro, mientras que al ensayo y a la crónica se los escribe desde afuera. Por lo tanto, el ensayo y la crónica son deportes de superficie, mientras que la ficción es un deporte de las profundidades, o de las alturas, según cómo se mire. Por supuesto, esto no es una regla. Los ensayos de Benjamin y Barthes pueden desmentir lo que digo por un lado; y por el otro, también pueden desmentirme las “ficciones” de Paulo Coelho.

¿Qué metodologías has aplicado a la hora de representar conceptos complejos como los binomios escritor-lector, escritura-lectura y literatura-vida cotidiana, mientras se lee y escribe una novela dentro de una novela?

Sospecho que los sistemas de representación en la literatura se dan por una suma de combinaciones espontáneas. Tan claro es para mí no registrar el método que creo que el arte literario tiene sus mejores momentos en la improvisación y el error de cálculo. Después de escribir un libro uno puede deducir el proceso que lo compuso, pero definir el método de antemano es darle todas las herramientas de la literatura al control, es decir a la represión. ¿Cuál era el método de Cervantes si no el de ir hacia adelante? ¿Y cuál era el de Proust si no el de ir hacia atrás? ¿Y cuál era el de Beckett si no el de quedarse donde estaba? En los tres casos hay deriva literaria e inconciencia. Sinceramente, prefiero una novela malograda a esas novelitas metódicas e industriales que atestan las librerías. La escritura se da por impulsos indescifrables que se van conectando entre sí. Aceptemos que sea el cerebro con todos sus cortocircuitos y fallas geológicas el que haga el trabajo literario, pero no aceptemos que lo haga la conciencia. La conciencia es un dique que detiene el cauce de la literatura. Tener un método para escribir es tan inútil como tenerlo para vivir. En cuanto a la lectura y la escritura, creo que son partes irremplazables de la experiencia literaria. Si falta una parte no existe ninguna de las dos.

En una  entrevista con El País afirmaste que “La literatura es como una religión marginal: se vive con intensidad pero cada vez afecta a menos gente de manera íntima”. ¿Podrías ampliar esta idea?

Para el lector de literatura, la literatura es sagrada. Esa sería su condición religiosa, aunque se trate de un arte marginal. Lo mismo vale para el lector de autoayuda, de gastronomía o de matemáticas, para el que sus lecturas también son sagradas. En cuanto a la marginalidad de la literatura, es algo que está a la vista. La literatura es una estrella que se está apagando, pero allí donde se mantenga viva seguirá siendo una experiencia intensa, la única que todavía puede competir con la vida.

Si bien en La interpretación de un libro se toma al libro como un fetiche y objeto de culto, ¿cuál es tu reflexión sobre la lectura y nuevas tecnologías a través de la irrupción de los blogs, los e-books y las redes sociales?

Creo que en mi novela el fetiche es la literatura, no el libro. Cualquiera escribe un libro. Pero la literatura sigue siendo un milagro que se produce de vez en cuando. Las nuevas tecnologías, como todas las herramientas de progreso, dan un paso adelante y otro hacia atrás. Las redes son horizontales, y esa farsa democrática es su gracia. La desgracia es la catarsis demencial de los millones de comentarios y opiniones que sostienen ese mundo. En general, las redes no producen pensamiento sino rechazos y adhesiones acerca de los pensamientos o los actos de terceros, dos actitudes reaccionarias, salvajes y preintelectuales. Lo dominante es el chisme y un escaso conocimiento de causa de los fenómenos que se juzgan. Por supuesto que en ese río revuelto puede pescarse algo, pero lo veo como una máquina que transmite casi exclusivamente pasiones sociales, es decir como un impulso infantil actuando en un escenario adulto llamado sociedad. Pero la transmisión franca de los contenidos en las redes sociales puede producir acontecimientos benéficos. Las publicaciones de Wikileaks son la prueba del milagro que pueden generar las redes y, también, la prueba de que su fuerte es la transmisión y no la producción de contenidos. Las nuevas tecnologías tienen más que ver con el perfil conductor del alambre de cobre o de las cañerías aquasystem que con una usina de ideas. Del e-book, por supuesto, estoy a favor porque es el soporte que puede filtrar propuestas independientes y a bajo costo en un mercado gobernado por las mafias del mal gusto.

Los cuadros de Edward Hopper te han servido como hilo conductor en tu libro porque expresan orfandad y claustrofobia urbana. ¿Qué otros elementos has tomado del lenguaje pictórico y cinematográfico para insertarlos en la obra? 

Hay necesidades que van  surgiendo cuando se escribe una novela. Son necesidades inesperadas. De pronto, la novela pide algo: un escenario nuevo, otro personaje, un accidente. Las respuestas a esas necesidades son inmediatas y no están meditadas. Son pequeños incendios que uno va apagando, o avivando. Al monoambiente1 del novelista Mastandrea le hacía falta una decoración de interiores, por no decir que le hacía falta “vida”. Entonces su groupie decide intervenir esa hoja en blanco con imágenes en las que sólo ella esté presente. ¿Y quién otro que Hopper para representar mujeres entregadas al vicio de la lectura? Pero no veo esa intervención como la de meros cuadros colgados. Más bien son proyecciones en las que se descifra el presente y también el porvenir de la relación entre el novelista y su lectora. La aparición de imágenes de Marilyn Monroe, en cambio, obedece a mi fascinación por las fotos en las que aparece leyendo a Joyce. Semejante belleza sometida a la pasión de una literatura exigente… Además, Marilyn Monroe cumple una función ambigua, porque ¿a qué mundo podemos decir que pertenece? ¿Al de la realidad o al de la ficción? Todavía no lo sabemos.

La interpretación de un libro, ¿nace como una prolongación de tu novela Miles de años (2004) o tomas sus referentes como pretexto creativo para una nueva historia?

Es una novela de convalecencia que nace como “cura” de una novela larga que estuve escribiendo durante varios años. Sólo quería que fuese breve y contara la historia de un escritor argentino vanidoso y fracasado, valgan las redundancias. La vanidad aparece más o menos saciada por la devoción que una lectora siente por él, mientras que la prueba del fracaso es la única novela que pudo escribir en su vida y que se llama Una eternidad, nombre de fantasía de mi novela Miles de años. Si consideramos que la literatura es una zona franca donde al derecho lo hace uno, ¿qué me impedía ejecutar esa maniobra de autorrobo? Después de todo, la ficción es una realidad con los nombres cambiados. Lo curioso fue el hecho de que una novela escrita y publicada, y por lo tanto un objeto de la realidad, pudiera tener “otra vida” en una dimensión distinta.

Al tratarse de la intrahistoria de un novelista argentino, ¿qué cosas en común tiene Juan José Becerra con su personaje Mariano Mastandrea?

Hay una cuestión que podemos llamar documental, y es que mi novela Miles de años estuvo de saldo en la calle Corrientes de Buenos Aires como lo está Una eternidad en La interpretación de un libro. Un día mi madre compró cinco ejemplares de mi libro de saldo –cada ejemplar valía la mitad de un diario– y me sentí un best seller. Esa podría haber sido otra versión de La interpretación de un libro, la del novelista que tiene en su madre a la única persona en el mundo capaz de leer sus libros. Un poco lo que le ocurrió a Borges antes de su consagración.

¿Cómo surgió la idea de incorporar en la trama al personaje de Camila Pereyra, “la loca de los libros”?

Necesitaba una lectora loca que leyera con el cuerpo. La locura es un poder que sirve para una sola cosa, por eso su fuerza es tan extraordinaria. En este caso, Camila Pereyra, “la loca de los libros”, debía cumplir con ese cometido. Es un personaje que bien podría ser la bisnieta de Ema Bovary o la hija de Annie Wilkes, de Stephen King. O ser alguien situada entre ambas, a mitad de camino del sacrificio y el terror. Pero en el fondo, no hay duda que flamea la referencia cervantina y mi idea, que ahora descubro, de que Alonso Quijano es un personaje femenino.

Volviendo al tema de Miles de años, los personajes de Castellanos y Julia aparecen otra vez, del mismo modo que la situación en que alguien abandona a alguien. ¿Consideras a La interpretación de un libro como una reflexión sobre el desamparo amoroso?

Sí, por supuesto. La entrada y la salida son los dos momentos más intensos del amor. Ahora que lo pienso, La interpretación de un libro está dividida en dos partes: “principio” y “final”. En las separaciones hay tanto o más amor que en la etapa de enamoramiento, y muchísima más energía, aunque se trate de una energía radiactiva
.
La interpretación de un libro es el primer volumen tuyo que se publica en España, ¿podrías hablarnos de otros títulos?, por ejemplo, de los ensayos: Grasa. Retratos de la vulgaridad argentina y Vaca.Viaje a la pampa carnívora (2007), así como de Patriotas (2009).
Voy a traducir el espíritu de esos libros. Un Grasa2 español no hubiera excluido críticas de la imagen pública de Iñaki Urdangarín, el ex presidente Aznar, la Duquesa de Alba y Cristiano Ronaldo. Patriotas hubiera analizado el discurso de obispos, rabinos, políticos y editorialistas de la ultraderecha española que condescienden tácticamente a disfrazar con buenos  modales su violencia ideológica. Y Vaca-Viaje a la pampa carnívora se hubiera llamado Cerdo ibérico-Viaje a las dehesas de Guijuelo. Estas son las traducciones que encuentro. En todos los casos se trata de atacar el sentido común, cuyo vehículo es esa lengua muerta que millones de personas hablan sin detenerse nunca a pensar qué es lo que están diciendo y por qué.

¿Qué semejanzas y diferencias encuentras en tus novelas Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (2004) y Toda la verdad (2010)?

Las semejanzas radican en que en todas está presente el amor como un problema sin solución. Las diferencias, en que me parece que cada uno de mis libros es una posibilidad de negar el anterior. Después de escribir un libro, me digo: “yo no fui”. Como si sólo fuese posible ser el escritor del libro por venir.
¿Cómo surge la posibilidad de publicar con Candaya, una editorial independiente que siempre apuesta por escritores innovadores tanto de España como de América?
De casualidad. Diómedes Cordero, un amigo venezolano que tenemos en común con Paco Robles y Olga Martínez, de Candaya, leyó el Word de La interpretación de un libro y por iniciativa propia recomendó publicarla. Y aquí estamos. La literatura tiene un gran poder de penetración a través de las ramificaciones del contrabando hormiga. Digamos que a la mafia mala del mercado le respondemos con la mafia buena de los conspiradores.

¿Qué significan para ti conceptos como la fama y el mercado?
Nada.

Desde España existe una percepción de que Cortázar y Borges han monopolizado el discurso de los escritores de Argentina, ¿qué piensas sobre este tema?

Que esa época ya pasó. También pasó la época posterior, cuyos polos eran Juan José Saer y César Aira. Ahora se escribe de espaldas a todo el mundo y la ficción argentina goza como nunca antes del descontrol.

¿Cómo observas la escena literaria en España e Hispanoamérica? ¿Qué autores lees o recomiendas?

Recomiendo los dos últimos que leí: Oremos por nuestros pasaportes, de Mercedes Cebrián; y La historia del dinero, de Alan Pauls, próximo a salir. Con esto saldo las relaciones argentino-españolas tan conmovidas por el caso Repsol.
¿Qué opinión tienes del llamado periodismo literario o periodismo narrativo?

Según quien lo escriba. Es un género de autor y todo depende de él. Como lector, encuentro desde retratos extraordinarios sobre esa materia escurridiza llamada realidad, de los que Martín Caparrós y Juan Villoro son un poco los príncipes; hasta bodrios llenos de imposturas y prosa de segunda selección con los que hasta los huevos se avergonzarían de ser envueltos en el almacén.

¿Cuáles son tus proyectos futuros?

Esperar que nazca mi cuarto hijo y, después, comprarme una silla Aeron para seguir escribiendo sin lumbalgia una novela que hasta ahora se llama Obra de arte.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario