martes, 4 de febrero de 2020

LA INCLUSIÓN Y EL LENGUAJE

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En principio, mi desacuerdo con el lenguaje inclusivo es puramente estético: simplemente no me gusta cómo suena y no me gusta leerlo. A esto se podrá contestar que lleva tiempo y esfuerzo desarrollar (en la sociedad y en uno mismo) un nuevo lenguaje que resulte superador del tradicional, es decir del lenguaje "exclusivo". Sea. Pero para empezar a mentalizarme en la necesidad de realizar ese esfuerzo, el argumento que debería ser contundente, para mí, es el ético. Debería encontrar, en el uso de la e y de la x razones lo suficientemente poderosas como para cambiar y subirme a ese tren (dicho sea de paso, el tren que parece monopolizar, para algunos y algunas, las "posiciones progresistas" que toda persona abierta y de bien debería asumir en este momento).
Que existe una relación íntima y profunda entre lenguaje y realidad, entre lenguaje y subjetividad y entre lenguaje y sociedad no tengo dudas. Y de que existe la cultura del patriarcado tampoco las tengo. Pero si la relación entre las palabras y las cosas es tan compleja, lo es, justamente, porque las palabras no tienen un efecto de abracadabra sobre la realidad. El "bullying" en los colegios existía antes que la palabra. Y si mañana se pretendiera quitar el término, igual seguiría existiendo.
Todos ( hombres y mujeres) hasta la aparición del lenguaje inclusivo, decíamos "todos" para referirnos a un colectivo indefinido. Eso quiere decir que todos pensábamos que el lugar de la mujer en la sociedad era la cocina y que los travestis o transexuales eran depravados que debían ser marginados de la sociedad? Entiendo que no. De lo contrario, la gente que ahora empezó a decir "todes" estaría reconociendo implícitamente que toda su vida defendió el orden patriarcal y la exclusión de las mujeres, y que lo dejó en estos últimos años.
Cuando se habla del lenguaje, muchas veces se pasa por alto que lo más importante tal vez no sea cambiar la morfología de la palabra (la o por la e o la x), sino las representaciones mentales que ella genera en los interlocutores que la emplean.
En una charla sobre lenguaje inclusivo, Beatriz Sarlo dio un ejemplo interesante con la palabra "gauchada". Para la generación del 80, el gaucho (junto con el indio) representaba uno de los principales males para el desarrollo del país. Todo lo que hacía el gaucho era deleznable. Tuvieron que pasar muchos años para que su figura fuera reivindicada, y llegó un momento (que se mantiene al día de hoy) en que, cuando alguien nos hacía una gauchada nos estaba haciendo un favor desinteresado.
Hubo un cambio? Claro que sí. Pero no se cambió la palabra gaucho o gauchada, lo que cambio fueron las representaciones mentales que se empezaron a generar ante el uso de esas mismas palabras que antes estaban ligadas a lo bajo y lo abyecto.
Que nuevas interpretaciones del lenguaje deben acompañar y participar de la creación de una sociedad más inclusiva lo tengo claro. Que la forma sea diciendo o escribiendo chiques no tanto, por lo que respeto a quienes lo usan así como respeto que las instituciones habiliten su empleo, pero no me gustaría que se vuelva normativo y que, valga la redundancia, no sea inclusivo con quienes, por el momento, no queremos usarlo.

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