miércoles, 5 de septiembre de 2012

VIENTOS DE CAMBIO...




Nos mudamos. En el transcurso de septiembre, los cinco tribunales de trabajo de Lomas de Zamora dejan que tener su asiento en el edificio central del poder judicial departamental. La corte provincial nos "descentraliza". La descentralización, a un nuevo edificio, (mal) ubicado a unas quince cuadras de nuestro actual mobiliario, implica una mudanza de varios días.
Si toda mudanza implica -por su propia definición- un desplazamiento evidente (de los cuerpos y los materiales), me interesa pensar en aquello que permanece, no ya en el lugar que se abandona, sino en la subjetividad del que -voluntariamente o no- debe emigrar.
Lo que permanece, tal vez, también se ve afectado por un viento fresco. Los efectos de ese viento (la velocidad que imprime pequeñas huellas en su contacto con la piel) representan un fenómeno invisible a los ojos del que, rutinizado, sólo apunta hacia un futuro lleno de recuerdos.
Mi futuro, por el contrario, se me presenta como la situación del edificio al que me traslado: descentralizado. Si algo se moviliza en estos días para mí -además de los miles de expedientes que pasan por mis manos cotidianamente- es, justamente, una energía circular que pivotea entre el deseo lúdico (y sus mecanismos de coacción) y el trabajo seguro y rentado (ese que, muchas veces, no merece ningún perdón alguno).
Me pregunto qué deja y qué se lleva cada uno de mis compañeros de trabajo. Querido o no, no puedo dejar de pensar que hay algo que se muere en cada cambio y que en ninguna muerte -incluso en las deseadas- me puedo imaginar comiendo torta con coca.
No poder desprenderse realmente de nada; no poder aprehender realmente nada. Dilema del neurótico, del que -por su propia historia- tiene dificultades, no con la constitución de sus deseos (seres absolutamente autónomos por otra parte), sino con la organización de los mismos (X).
Pienso en la secretaria del tribunal. Rubia, petisa, con un culo que debería haber sido censado en el 2010 (o tiene una familia entera alojada bajo su cintura, en cuyo caso estamos en presencia de un "culo habitado" ante el cual habría que interponer formal demanda de desalojo,  o bien alguna luna llena se desprendió del cielo,  para caer por su ventana e incrustarse en su propio cuerpo mientras dormía boca abajo). Pienso en esa mujer -una mujer inteligente- y en su psicopatía moderada (moderada por su inteligencia, claro). Tal vez el indio tenga razón, tal vez todo consista en determinados posicionamientos frente a los psicópatas de medio pelo que diseñan no ya nuestra existencia colectiva como sociedad, sino nuestros pequeños dramas cotidianos como individuos.
Es extraña la sensación que se produce al dejar de ver como a un monstruo a la persona que detenta un cierto poder y que lo ejerce psicopáticamente (buscando permanentemente denigrar a los empleados que tiene a su cargo), para empezar a ver su propia desnudez. Una persona que busca con su presencia poner sistemáticamente a la defensiva a las personas que la rodean, evidentemente está aplicando una máxima propia del fútbol: "no hay mejor defensa que un buen ataque". La pregunta, entonces, es: ¿de qué se defiende esta mujer? ¿qué la hace sentir en peligro? ¿a qué le teme tanto?
Sus temores -y la psicopatía que desarrolló para no tener que lidiar con ellos- irán en sus cajas al nuevo edificio. Ella también lleva sus recuerdos al futuro.
Sus recuerdos no serán los míos.

(X) ver los fragmentos de la "Carta al Padre" de Kafka






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