jueves, 29 de noviembre de 2012

LA MANIPULACIÓN NECESARIA...




Hace solo tres años, Michael Haneke (Múnich, 1942) obtuvo la Palma de Oro del festival de Cannes gracias a La cinta blanca, contundente reflexión sobre los orígenes del nazismo. Hace solo dos noches, el director austriaco de adopción volvió a alzarse con el máximo galardón que otorga el certamen cinematográfico más importante del mundo gracias a Amour, en la que medita sobre la vejez, la enfermedad y la muerte a través de la tragedia sufrida por Anne (Emmanuelle Riva) y George (Jean-Louis Trintignant). En otras palabras, Cannes ha aportado este año una prueba física más para demostrar algo que películas como Funny games (1997), La pianista (2001) o Caché (2005) ya habían dejado claro: que Haneke es uno de los cineastas verdaderamente mayúsculos de la historia.

Amour retiene buena parte de las constantes de su autor: un asunto sombrío, un estilo visual austero pero majestuoso, un entorno cerrado que no permite salida a los personajes o a sus demonios, y varias conclusiones certeras sobre la condición humana. Pero, además, está dotada de una compasión y una ternura pocas veces vista en el cine gélido y analítico del nuevo rey de Cannes.

-La vejez y la muerte son temas que el cine actual no suele tratar de forma abierta y honesta. ¿Está la génesis de
Amour relacionada con ello?

-No, a mi lo que me inspira son experiencias personales o individuos que me interesan. Lo que me empujó a hacer Amour fue la voluntad de preguntarme por cómo lidiamos con la muerte de alguien a quien queremos, porque es algo que he experimentado en mi propia familia, y me afectó mucho. Quiero dejar claro que no tuvo que ver con mis padres, sino con otra persona a la que me sentía muy cercano.

-En la película, Anne lucha no solo por mantenerse viva, también por hacerlo con dignidad.
 
-Es la misma lucha. Tarde o temprano, cada individuo debe plantearse a cuánta de su dignidad está preparado a renunciar en su lucha contra la muerte, y en qué momento dejará de luchar. Nuestra sociedad funciona de tal manera que si tus facultades físicas o mentales quedan seriamente mermadas y no eres millonario, te ves obligado a abandonar tu hogar y el ambiente al que estás acostumbrado y en el que te sientes seguro, y es un proceso terrible, una pesadilla.

-Vivimos en una sociedad que vive de espaldas a la muerte, que no la asume de forma abierta. ¿Representa la película su visión acerca de ello?
 
-Prefiero no contestar a esa pregunta, sería contraproducente. Mi película quiere empujar a los espectadores a que busquen sus propias respuestas. La labor del arte es enfrentarnos a cosas que la industria del entretenimiento a menudo mantiene ocultas. Amour habla de muchas cosas distintas, y enfatizar una de ellas significa reducir las demás. Ustedes los periodistas esperan respuestas, quieren frases pegadizas con las que titular sus artículos. Es su trabajo y lo entiendo, pero el arte no funciona con respuestas fáciles. Cuando algo puede ser descrito con unas pocas palabras, significa que está artísticamente muerto. Como dice Susan Sontag, la interpretación es la venganza que el intelecto se toma sobre el arte.

-¿Es casual que Anne y George pertenezcan a la clase alta? ¿Cree usted que nuestra respuesta emocional ante la muerte depende de nuestra clase social?

-Amour se centra en una pareja de clase alta porque ese es el entorno del que yo provengo, y creo que un autor siempre debería hablar de aquello que conoce. Pero hay otra razón. Si hubiera situado la película en el seno de la clase trabajadora quizá se habría percibido como un drama social. La audiencia podría haberse distraído con cuestiones secundarias, como si la pareja podía o no permitirse pagar a una enfermera. Creo que nos habría sacado del tema principal del filme: explorar cómo y por qué amamos en las circunstancias más trágicas.

-El trabajo de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva en Amour es asombroso. En realidad, todas sus películas contienen grandes trabajos interpretativos. ¿Cuál es su método?

-Se trata de trabajar con paciencia y amor. Adoro a los actores, mis padres fueron actores, y el trabajo con los actores es la parte más agradable de hacer una película. Es importante que se sientan protegidos por ti y que tengan la confianza de que no lo vas a traicionar. Cuando creas una atmósfera de confianza, los actores harán lo que sea para satisfacerte. Puedes ser muy dictatorial en tu trato con ellos, pero entonces su manera de actuar reflejará esa relación. Es verdad que puedo ser terco para exigir lo que deseo, pero trato de guiarlos con delicadeza hacia mi opinión, hasta que todo cuanto hacen proviene de su propia convicción.

-¿Es usted consciente de que Amour es su película más emotiva?

-Yo me he aproximado a esta historia exactamente igual que en mis películas previas. Trato de mantener una mirada clínica, ser un observador objetivo y no dejarme avasallar por el sentimiento. Por otra parte, nunca me he sentido tan devastado como después de rodar la escena de Funny games (1997) en la que muere un niño, porque me puse en el lugar de sus padres. Y curiosamente Funny games suele definirse como una película fría. Supongo que Amour provoca respuestas más emocionales porque habla de algo que a lo que todos nos hemos enfrentado en nuestras vidas o algo a lo que sabemos que nos enfrentaremos. Por lo demás, no creo que la edad me haya ablandado. Eso es lo que espero, al menos.

-Señor Haneke, ¿cuánto le importan los premios?

-Los premios mejoran las condiciones de trabajo en tu próximo proyecto, de eso no hay duda. Y eso es todo lo que me interesa. Tener mi vitrina más o menos llena me trae sin cuidado.

martes, 27 de noviembre de 2012

EL MISTERIO (O LA TONTERÍA)...




Mijail Bakunin (Rusia, 1814-1876)
"Dios y el Estado" (fragmento)

"Resumamos en pocas palabras la doctrina cristiana: Hay un dios, ser absoluto, eterno, infinito, omnipotente; es la omnisapiencia, la verdad, la justicia, la belleza y la felicidad, el amor y el bien absolutos. En él todo es infinitamente grande, fuera de él está la nada. Es, en fin de cuentas, el ser supremo, el ser único.
Pero he aquí que de la nada –que por eso mismo parece haber tenido una existencia aparte, fuera de él, lo que implica una contradicción y un absurdo, puesto que si dios existe en todas partes y llena con su ser el espacio infinito, nada, ni la misma nada puede existir fuera de él, lo que hace creer que la nada de que nos habla la Biblia estuviese en dios, es decir que el ser divino mismo fuese la nada-, dios creó el mundo.
Aquí se plantea por sí misma una cuestión. La creación, ¿fue realizada desde la eternidad o bien en un momento dado de la eternidad? En el primer caso, es eterna como dios mismo y no pudo haber sido creada ni por dios ni por nadie; porque la idea de la creación implica la precedencia del creador a la criatura. Como todas las ideas teológicas, la idea de la creación es una idea por completo humana, tomada en la práctica de la humana sociedad. Así, el relojero crea un reloj, el arquitecto una casa, etc. En todos estos casos el productor existe al crear (?) el producto; fuera del producto, y es eso lo que constituye esencialmente la imperfección, el carácter relativo y por decirlo así dependiente tanto del productor como del producto.
Pero la teología, como hace por lo demás siempre, ha tomado esa idea y ese hecho completamente humanos de la producción y al aplicarlos a su dios, al extenderlos hasta el infinito y al hacerlos salir por eso mismo de sus proporciones naturales, ha formado una fantasía tan monstruosa como absurda. Por consiguiente, si la creación es eterna, no es creación. El mundo no ha sido creado por dios, por tanto tiene una existencia y un desenvolvimiento independientes de él –la eternidad del mundo es la negación de dios mismo- pues dios era esencialmente el dios creador.
Por tanto, el mundo no es eterno; hubo una época en la eternidad en que no existía. En consecuencia, pasó toda una eternidad durante la cual dios absoluto, omnipotente, infinito, no fue un dios creador, o no lo fue más que en potencia, no en el hecho.
¿Por qué no lo fue? ¿Es por capricho de su parte, o bien tenía necesidad de desarrollarse para llegar a la vez a potencia efectiva creadora? Esos son misterios insondables, dicen los teólogos. Son absurdos imaginados por vosotros mismos, les respondemos nosotros. Comenzáis por inventar el absurdo, después nos lo imponéis como un misterio divino, insondable y tanto más profundo cuanto más absurdo es.
Es siempre el mismo procedimiento: Credo quia adsurdum. Otra cuestión: la creación, tal como salió de las manos de dios, ¿fue perfecta? Si no lo fu, no podía ser creación de dios, porque el obrero, es el evangelio mismo el que lo dice, se juzga según el grado de perfección de su obra. Una creación imperfecta supondría necesariamente un creador imperfecto. Por tanto, la creación fue perfecta.
Pero si lo fue, no pudo haber sido creada por nadie, porque la idea de la creación absoluta excluye toda idea de dependencia o de relación. Fuera de ella no podría existir nada. Si el mundo es perfecto, dios no puede existir. La creación, responderán los teólogos, fue seguramente perfecta, pero sólo por relación, a todo lo que la naturaleza o los hombres pueden producir, no por relación a dios. Fue perfecta, sin duda, pero no perfecta como dios. Les responderemos de nuevo que la idea de perfección no admite grados, como no los admiten ni la idea de infinito ni la de absoluto. No puede tratarse de más o menos. La perfección es una. Por tanto, si la creación fue menos perfecta que el creador, fue imperfecta. Y entonces volveremos a decir que dios, creador de un mundo imperfecto, no es más que un creador imperfecto, lo que equivaldría a la negación de dios.
Se ve que de todas maneras, la existencia de dios es incompatible con la del mundo. Si existe el mundo, dios no puede existir. Pasemos a otra cosa. Ese dios perfecto crea un mundo más o menos imperfecto. Lo crea en un momento dado de la eternidad, por capricho y sin duda para combatir el hastío de su majestuosa soledad. De otro modo, ¿para qué lo habría creado? Misterios insondables, nos gritarán los teólogos. Tonterías insoportables, les responderemos nosotros."

lunes, 26 de noviembre de 2012

CINE MILITANTE...




Voy al cine a ver el documental de Kirchner. No fui a ver la película  ni al Gaumont por 8 pesos (que, dicho sea de paso, no la exhibe) ni a una universidad pública como podría ser la de Lomas de Zamora o la de Avellaneda (que, por el momento, tampoco lo hacen). Fui al Cinemark del shopping de Adrogué,  típico lugar al que asiste la clase media urbana tanto para ver películas como para comer y comprar ropa o electrodomésticos. Lo hice el mismo día del estreno y la entrada costó 38 pesos.
El documental no me sorprendió; esperaba, claramente, una visión sesgada de la vida del ex-presidente. Sí me sorprendió la cantidad de gente presente (el cine estaba en un 70 % de su capacidad) como también su diversidad: había familias enteras, jóvenes, parejas de novios, grupos de amigos y -también- jubilados. También me sorprendió el grado de emotividad que se generó durante varios pasajes del documental. Había una energía impresionante circulando en la sala, una atención puesta sobre los hechos que se exhibían en la pantalla que pocas veces viví en un cine y sí tuve el agrado de sentir en algunas funciones de teatro y -más que en ningún otro lado- durante muchos recitales de rock. Se aplaudieron determinados discursos (el de la Esma, el de la cumbre de las Américas) pero también se insultó a Cobos y a Lanata.
Lo que viví es lo que la gran mayoría de los los antikirchneristas rabiosos no pueden tolerar: la clase media no es sólo la que salió con las cacerolas; también es la que fue a ver el documental pagando una entrada de 38 pesos para salir genuinamente conmovida del cine.
El kirchnerista, incluso el que da un apoyo crítico al gobierno, es -siempre-  el comprado de clase baja a cambio de planes sociales. Si es de clase media, entonces -tal vez por estupidez, tal vez en el mejor de los casos- está cometiendo una "traición" de clase.
"La gente entra en el negocio y se pone a decir cualquier cosa en contra del gobierno dando por sentado que yo pienso lo mismo" me dice sorprendida mi mamá. Será que muchos ven que ella es de clase media y no pueden entender que alguien "de su clase", es decir alguien que pueda comprar un choripán (o una licuadora) con su propio sueldo, pueda pensar algo diferente.
Para algunos pareciera ser que hay una relación directa entre la capacidad para pensar ("pensar" como "buen ciudadano", desde ya) y la cantidad de electrodomésticos que se tengan en la casa. De ahí a pedir el voto calificado (como lo promueve indirectamente la Sra. Legrand) estamos a un paso. ¿Calificado por qué? ¿Por quién? ¿Calificado por ella?
Desde ya que las personas que se encuentran en la indigencia absoluta se encuentran mucho más vulnerables a aceptar determinados condicionamientos de la coyuntura política. Pero esa misma lógica se aplica desde parte de las clases medias y altas a los que, teniendo comida diaria y educación, aún siguen sin ser de clase media; es decir, siguen sin poder ir libremente al shopping, y -en consecuencia- también son un peligro por el alto coeficiente de "cooptación" que los envuelve -pobrecitos- como una feta de salame. Por suerte los que van habitualmente al shopping sí son libre pensadores que entienden la realidad y se mueven por la vida buscando el beneficio de todos.
"Seguro que a la salida había un puestito para afiliarte a la cámpora" es lo primero que me dice un amigo cuando le cuento que fui a ver el documental. Me causa gracia su comentario pero no me sorprende. Desde esa postura la película es, desde ya, otro intento de cooptación. Un golpe bajo, porque apunta a conmover. Desde ya que hubo gente conmovida (lo que -de movida- no los desacredita intelectualmente), pero no fue mi caso. Sí me interesó ver qué se mostraba y qué no para luego leer las críticas a favor y en contra.
Si se piensa y se habla en esos términos (en los términos de la "cooptación"), se pone un freno a la cuestión central; y eso es hablar de política: de lo que se hizo y de lo que no se hizo desde el Estado, y la relación que el gobierno generó con la sociedad a través de dos canales que se separan y se fusionan inevitablemente: los medios de comunicación y el día a día de cada uno de nosotros, nuestras familias y nuestros amigos.
No se debe perder de vista lo central del documental, algo que sí pierde de vista Lanata cuando hace su crítica en Clarín el sábado pasado. Lanata critica que no se aclara ni la fecha ni el nombre de muchas de las voces que se escuchan en off. También que se hace omisión al crecimiento patrimonial del matrimonio presidencial. Se burla de Máximo por su mala oratoria y del final del documental (con el que, francamente, se le escapó la tortuga a la directora).
Lanata -con razón- critica esas cosas, pero no dice nada sobre los discursos centrales que sostienen la película. No dice "el discurso de los derechos humanos fueron sólo palabras, porque no se condenó a nadie". Tampoco dice "el discurso contra Bush y el FMI fueron sólo palabras porque seguimos de rodillas ante los organismos de crédito". De los cortes de ruta durante el conflicto con campo, en el que las entidades agropecuarias -en nombre de la patria eso sí- generaron desabastecimiento e inflacción en los alimentos básicos, ni mu.
Pero especialmente Lanata no dice nada sobre su aparición en el documental explicando el mapa de medios que controla Clarín y el perjuicio que ello genera a una democracia: "estos tipos son los que controlan tus deseos, tus ganas de consumir, tus intenciones políticas...tu libertad." También se le escapó hacer un análisis al respecto. Nadie es perfecto, no?
Paula de Luque, la directora, dijo en una entrevista: "hice una película para todos". No es cierto; hizo una película bíblica (casi literalmente por su final empalagoso) que resultara altamente emotiva para los dogmáticos, pero también una herramienta de análisis interesante para los que -como yo- se dejan atraer sin dejarse enamorar. Ese "todos" de la directora, no creo que incluya a los miles que salieron el 8N a las calles, que encontrarán -en la película- un nuevo gesto de provocación oficial.









sábado, 24 de noviembre de 2012

EL PODER DE LA IMAGEN




ENTREVISTA A SUSAN SONTAG PARA LETRAS LIBRES (2003)

El hecho de que en un libro sobre la fotografía y el dolor falte una alusión al Gulag es significativo.

SS: ¿Qué quiere decir?

Bueno, de alguna manera corrobora la hipótesis de que el Gulag no ha penetrado en la conciencia contemporánea de la misma forma que lo habría hecho de haber habido fotografías de la tragedia.

SS: Yo he dicho eso mismo muchas veces.

 Sí, claro. Por eso se lo recuerdo.

SS: Está en el libro. El Gulag está en el libro.

No recuerdo.

SS: Está aunque usted no lo vea. Cuando digo que recordamos y nos preocupamos de lo que ha sido fotografiado es evidente que el primer pensamiento de estas líneas alude al Gulag. Y he dicho y he escrito repetidamente que una de las razones por las que la gente tardó tanto en apreciar y entender el horror completo del sistema soviético fue por la ausencia de documentación fotográfica. Es evidente que cuando digo que las fotografías identifican también quiero decir lo contrario: cuando no hay fotografía el olvido es más fácil. Y hay dos ejemplos clásicos: el Gulag y la guerra civil de Sudán, una guerra que se ha cobrado millones de vidas ante la indiferencia más helada del mundo. O sea que sí. Implícitamente está el Gulag.

Hay muchos ejemplos explícitos.

SS: Y hay muchos otros que no he podido incluir. El libro ocuparía el doble. ¿Lo entiende?

 No se lo tome como un reproche. No lo es.

SS: Es que es obvio...

Me parecía llamativo que no se aludiera en el libro a un tragedia no fotografiada. Llamativo y hasta coherente. Eso es todo.

SS: Le enviaré un resumen con todos mis textos y declaraciones sobre el asunto.

De acuerdo. "Encuadrar es excluir", dice usted en un momento del libro.

SS: Sí, la exclusión puede ser tan significativa y ruidosa como la inclusión.

Desde luego, pero querría preguntarle si no cree que esa selección puede reunir un grado tal de objetividad que lo que se excluya sea irrelevante.

SS: No pienso en fotografías de una forma tan abstracta. Cada proyecto fotográfico tiene una intención particular. Y está rodeado de una gran cantidad de contextos particulares. Pienso en la fotografía, tan famosa, de la caída de la estatua de Sadam en el centro de Bagdad. ¿La recuerda?

Sí, la estatua cayendo...

SS: La estatua cayendo, derribada, y en torno a ella un grupo de personas mirando satisfechas. No eran más de veinte personas, pero la peculiaridad del encuadre hacía creer que esas personas eran como una sinécdoque de la plaza. El espectador creía que la plaza estaba repleta de gente que aplaudía satisfecha el momento simbólico de la caída de la estatua del dictador. Era un momento muy importante porque las tropas norteamericanas acababan de entrar en Bagdad. Bien: recordará usted todo eso. Bueno, pues lo cierto es que esas veinte personas eran las únicas que estaban en la plaza. Yo he visto otras fotografías de aquel momento, en la plaza, tomadas con gran angular. La plaza está prácticamente vacía.

Pues en ese caso la foto era falsa. Porque resulta contradictoria con lo que excluye.

SS: ¿Contradictoria? Yo hablaría más bien de énfasis. Ese encuadre pone el énfasis en un lugar... Otra fotografía, otro encuadre. La niña quemada por un bombardeo de napalm en una carretera de Vietnam. La foto forma parte de un paisaje mucho más grande. La carretera está abarrotada de gente que huye despavorida y ella es una más en la tragedia. Naturalmente, el hecho de centrarse en una parte de la imagen y excluir el resto es una forma de dirigir el significado de la foto, de subrayar lo que se pretende que vea el espectador. Luego hay otra cosa importantísima: las fotos no llegan desnudas ni se muestran desnudas. El pie de foto, el contexto donde la foto aparece, quién la está contemplando y por qué, todo eso es fundamental para configurar el sentido definitivo que la foto acabe adoptando.

Yo diría que hay una diferencia esencial entre la foto de My Lai y la de Sadam. En el caso de la estatua de Sadam, lo que queda fuera de la foto contradice el fundamento de su discurso. Pero eso no sucede con la niña de la masacre de My Lai, porque...

SS: Déjeme interrumpirle. En el caso de Bagdad induce a error. Eso podría decirse. Es un fenómeno demasiado corriente, por desgracia. Muchas fotos inducen a error.

En My Lai el encuadre dramatiza, enfatiza, como usted dice. Personaliza una situación general, retórica muy propia del periodismo.

SS: Sí, estoy de acuerdo. Yo siempre digo que el encuadre afirma y que, como cualquier información, puede inducir a error. Es lo que distingue la fotografía de la pintura. No hay una afirmación pictórica.

Resumiendo: encuadrar es excluir pero no siempre con las mismas consecuencias.

SS: Desde luego. Si no, todas las fotos inducirían a error. Y no todas las fotografías son erróneas ni mienten. Yo no digo esto. No tendría sentido decir una cosa así.

En cuanto a la objetividad...

SS: La objetividad no es un término que yo tenga en gran estima. No creo que explique demasiado. En parte porque es un elemento polarizado, parte de una dicotomía. En el momento en que dices objetivo obligas a hablar de subjetivo. Y no es eficaz. Es, como si dijéramos, una alternativa demasiado cruda. Y no creo que sea la forma correcta de hablar de fotografía. Lo que hay que buscar en las fotografías es que sean capaces de darnos la mayor cantidad de información posible sobre una situación cualquiera que se ha producido, que ha sido real. Entendiendo siempre, claro está, que sobre una situación real la información será siempre incompleta. Yo creo que la tensión entre objetividad y subjetividad crea muchos problemas falsos, y que la primera obligación de cualquier análisis es evitar la posibilidad de que aparezcan problemas falsos.

Usted habla de la diferencia, en lengua inglesa, entre "tomar una foto (to take)" y "hacer una fotografía (to make)". Es una diferencia muy interesante.

SS: Permite determinar la capacidad de intervención del fotógrafo, ja, ja.

¿En inglés no se ha producido un desplazamiento léxico entre hacer y tomar?

SS: No, no. Por fortuna.

En español, al menos en el español de España, ya nadie dice "tomar una foto".

SS: Pues lo siento, de veras.

La ausencia de fotos en la catástrofe del 11 de septiembre. De fotos de cadáveres...

SS: Me pareció muy mal. Yo soy partidaria de que circule siempre la mayor información posible.

Aunque sea brutal.

SS: Las fotos brutales exigen una brutalidad previa que es necesario conocer. Con la que es necesario encararse. Una sociedad democrática debe someterse a ese tipo de ejercicios. Si no se convierte, en cierto sentido, en una sociedad cómplice de la brutalidad.

Antes de seguir en el análisis quisiera preguntarle si efectivamente existen fotos del 11 de septiembre vetadas al público.

SS: Sí, existen...

Hay quien dice que la tragedia no dejó ni siquiera cadáveres. Sólo cenizas.

SS: Dejó muchas cenizas y muchos cadáveres.

¿Usted ha visto alguna de esas fotos?

SS: No, yo no las he visto. Pero las han visto gentes de mi máxima confianza, editores, cámaras, fotógrafos... Ellos me han dicho repetidamente que esas fotos existen.

Y que fueron censuradas.

SS: Exacto.

¿El cadáver de un acto terrorista no deja de ser un cadáver privado para convertirse, en cierto modo, en un cadáver público?

SS: Hummm. Pregunta perturbadora. Es verdad. Sí, creo que es verdad. Pero es muy difícil atreverse a decir eso.

Hace algún tiempo se lo pregunté al hermano de una víctima del terrorismo etarra. Asintió con una claridad y una energía emocionantes.

SS: Es muy duro. Y esa reacción que me cuenta es muy hermosa y valiente. Pero no todas las víctimas reaccionan igual, claro. Y cómo no respetar el derecho de las víctimas en ese trance. Es un asunto muy complicado. Pero, en fin, yo considero, en cualquier caso, que la decisión de ocultar el cadáver es mucho peor. Las consecuencias son mucho peores. Los familiares pueden prohibir la exhibición de las fotos o los vídeos, claro... Es lo que sucedió con el vídeo del asesinato del periodista del Wall Street Journal, Daniel Pearl, por un grupo terrorista islámico.

Realmente es un caso extremo. Es que no sólo se trata de un cadáver sino de un degüello, de la filmación de su asesinato.

SS: Y filmado para que se exhibiera, desde luego. Su exhibición se prohibió por dos motivos. Primero el buen gusto, el pudor. Luego, porque podría ofender a su viuda. Desde luego, no se trata de una decisión fácil. Pero aun así, creo que deberíamos poder verlo.

 Sinteticemos, si le parece: ¿por qué deberíamos verlo?

SS: Si se parte de la idea de que hay fotos que ayudan a entender la realidad, la cuestión se aclara. Aunque no de una manera contundente, absoluta, porque siempre habrá resquicios por donde se colarán los derechos y los sentimientos de los otros. En realidad mi libro está dedicado a saber cuánto puede mostrarse de lo real. A mi entender esta es una pregunta clave.

 De la guerra puede mostrarse muy poco, dice usted repetidamente.

SS: La guerra. Las fotos nos transmiten una cierta imagen de la guerra, vinculada al acontecimiento, al estallido, a una acción determinada. Pero lo crucial de la guerra es lo que sucede después. ¿Cómo se fotografía lo que sucede después? O pensemos en la hambruna de África. ¿Cómo se fotografía el hambre, más allá de las circunstancias agónicas de estos niños esqueléticos que vemos cíclicamente cuando en un poblado o una región determinada la situación se desborda? Bueno, éste es un problema muy importante. Mucho más importante que si a raíz de un hecho concreto se muestran o no determinadas fotos que puedan ofender el gusto, la moral o la sensibilidad.

Habla de William Hazlitt y del ensayo que dedicó al Yago de Shakespeare.

SS: Sí, Hazlitt, Burke...

Permítame que le lea a los lectores la cita de Hazlitt, a propósito de la atracción de la maldad: "¿Por qué —se pregunta Hazlitt— siempre leemos en los periódicos las informaciones sobre incendios espantosos y asesinatos horribles?" Y responde: "Porque el 'amor a la maldad', el amor a la crueldad, es tan natural en los seres humanos como la simpatía".

SS: Sí, me parece que Hazlitt tiene razón. Y Burke, que decía que las desgracias de los demás nos procuraban placer.

¿No le parecen apreciaciones algo cargadas de malditismo literario?

SS: No, la verdad.

 Quizá se trate sólo de un efecto parecido al de los cuentos de terror: realmente es horrible, pero yo no estoy ahí.

SS: Es su opinión. Prefiero la de Hazlitt. Creo que su observación sobre los otros es muy atinada. Hay mucha gente que tiene un potencial sádico muy fuerte y que no lo externaliza a menos que la autoridad se lo permita.

¡Vaya! Fieras babeantes con bozal.

SS: Le recomendaría que no se pusiera delante. Hay gente con una enorme capacidad de crueldad, que disfruta con el dolor que se inflige a los demás. La verdad, no creo que sea una cuestión vinculada con el hecho de sentirse bien, con el hecho de no estar ahí, en el lugar del sufrimiento.

 ¿Por qué no?: al fin y al cabo, no es nada más que la lógica banal del superviviente.

SS: No lo creo. ¿Por qué la gente se para en la carretera a mirar un accidente de automóvil?

Es una noticia. Una interrupción en la vida. Llama la atención.

SS: Y excita.

Insisto: ¿no cree que hay alguna literatura que va muy cargada de demonio? El propio Bataille, que usted también cita a propósito de la foto del prisionero sometido a la tortura mortal de los cien cortes.

SS: Me es indiferente. En realidad la literatura me es indiferente. Diga que cito porque queda bien.

Muy bien.

SS: Yo parto de la realidad. Ni me interesa Hazlitt, ni Burke, ni Bataille, ni Baudelaire, ni el malditismo, ni lo demoníaco, ni nada de eso. ¿Sabe lo que a mí me interesa?

¿...?

SS: Ruanda.

El genocidio.

SS: El genocidio a cuchillo de Ruanda. La literatura es totalmente secundaria. A mí me interesa la realidad. En seis semanas, ochocientas mil personas, OCHOCIENTAS MIL PERSONAS, fueron asesinadas en Ruanda. Por sus vecinos. POR SUS VECINOS. Cada una de esas personas murió de una manera individualizada, pasada a cuchillo. Mire la historia de la humanidad. Mírela fijamente: ¡le importa un rábano lo que dicen los escritores! Ruanda. ¿Sabe usted lo que es Ruanda?

 No, no lo sé.

SS: Ruanda es un pequeño país. Un pequeñísimo país. Más pequeño que Cataluña. Y con un noventa y cinco por ciento de sus habitantes que son católicos. ¿Para qué tengo que leer a Baudelaire?

¿...?

SS: Yo no apelo a la autoridad del intelectual. Insisto en que nadie ha escuchado al intelectual. Tenemos que redescubrir el retorcimiento de los seres humanos. Yo cito a estos escritores no para refugiarme en su autoridad, sino sobre todo para decir qué extraño es que sigamos redescubriendo a cada paso lo mismo. Qué extraño es que redescubramos lo evidente. Qué extraño es que no nos hayamos convertido todavía en adultos morales o psicológicos. Lo siento: me siguen sorprendiendo estas crueldades indescriptibles de los seres humanos.

Mostrar el dolor. Hace treinta años dijo usted en Sobre la fotografía que la exhibición repetida del dolor anestesiaba la percepción.

SS: Siempre estoy en discusión conmigo misma. Hoy mismo ya me discuto cosas de este último libro. Imagínese lo que pienso de lo que escribí hace treinta años. Pero, en fin, creo que no es cierto que la exhibición de las imágenes del dolor anestesien la conciencia del hombre.

Este punto de vista acabó convirtiéndose en un lugar común. Hay muchos directivos en los periódicos que se niegan a exhibir cadáveres invocando su punto de vista, aunque no sepan que es suyo.

SS: Sí, parece que ha llegado a convertirse en un lugar común.

¿Qué le hizo cambiar de opinión?

SS: La realidad. La imagen de Cristo, por ejemplo. ¿Cuántos años llevan sus fieles contemplando ese hombre ensangrentado, agonizante, desnudo, a tamaño natural? Si fuera cierto que nos acostumbramos al sufrimiento, hace mucho que los católicos habrían dejado de conmoverse. No lo han hecho. Esto es lo real. A veces tenemos que someter lo que pensamos a este tipo de verificaciones decisivas. Si te sientes comprometido con determinadas imágenes, las hayas visto una o cien veces seguirás sufriendo.

Sí. Una imagen contemporánea, por ejemplo: el avión que va a estrellarse contra una de las Torres Gemelas.

SS: Sí, claro, nadie va a olvidarla.

 Esa imagen ha sido observada estéticamente. Sí, digamos "estéticamente".

SS: ¿Quiere decir que hay quien la ha visto bella?

Sí, eso mismo.

SS: ¿Y?

¿Qué le parece?

SS: Todas las fotografías embellecen lo real.

Yo le pregunto si es posible advertir ahí la belleza, aunque se trate de una belleza siniestra.

SS: Sí, es posible.

¿Pero el que mira no se ve automáticamente en el avión?

SS: Hummm... No, no creo que la gente se sienta dentro. La gente siente, como en la vieja frase de Aristóteles, lástima y terror. Pero de ahí no pasa. No creo que por mirar las fotos de los bombardeos de Madrid del 36 la gente se instale automáticamente en el Madrid del 36. No, no me lo creo. Es respetable esa actitud, pero no creo que sea la del común de las gentes. La gente ve una imagen y la juzga. La juzga, además, insisto, partiendo del principio de que cualquier foto embellece la realidad. Y sobre todo, aunque esté de moda ponerlo en duda, sabiendo perfectamente que una cosa es la fotografía y otra distinta lo real.

En realidad lo que yo quería preguntarle es si la belleza es un término operativo en este tipo de imágenes.

SS: Una foto puede ser terrible y bella. Otra cuestión: si puede ser verdadera y bella. Este es el principal reproche a las fotografías de Sebastiao Salgado. Porque la gente, cuando ve una de esas fotos, tan sumamente bellas, sospecha. Con Salgado hay otro tipo de problemas. Él nunca da nombres. La ausencia de nombres limita la veracidad de su trabajo. Ahora bien: con independencia de Salgado y sus métodos, no creo yo que la belleza y la veracidad sean incompatibles. Pero es verdad que la gente identifica la belleza con el fotograma y el fotograma, inevitablemente, con la ficción.

Hay en su libro párrafos violentos contra la françoiserie: Baudrillard, Glucksmann...

SS: Ja, ja, françoiserie. Es una visión muy provinciana de lo real. Lo real no es un simulacro. Desgraciadamente para muchas víctimas, lo real no es un simulacro. No creo que ese discurso merezca mucho más comentario.

Es un discurso imperante en las universidades norteamericanas.

SS: Hay muchos otros discursos en América, y muy imperantes, que son despreciables.

 Usted suele hablar bien del periodismo. Más allá de sus simulacros, ¿cree que el periodismo nos ha hecho más solidarios al extender el dolor de los demás?

SS: Todo en el siglo veinte ha sido un arma de doble filo. También el periodismo. Es verdad que nos ha permitido saber de los otros, de sus tragedias y de sus necesidades. Pero también ha contribuido a una globalización cultural y moral que en buena parte está asentada sobre premisas falsas. El periodismo ha llenado nuestra vida de imágenes falsas. Es verdad: tenemos una idea de lo que pasa en el mundo como nunca nadie la tuvo antes. Pero a veces esa idea es demasiado nominal. Y se mezcla con la propaganda. Ya ve usted que voy de un extremo a otro. De un filo a otro. Aunque quizá lo peor de esta propaganda diseminada por el periodismo sea este mensaje: "Esto es lo que hay en el mundo, ahora ya lo conoces, pero poco puedes hacer para cambiarlo". Esta impotencia. Este aviso de que el conocimiento de las cosas no se transforma en una energía para cambiarlas. La posibilidad, incluso, de que tanto y tan variado conocimiento llegue a aturdirnos y a reforzar la impresión de que el cambio es más complejo de lo que es en realidad. Porque luego es cierto que observadas las cosas de cerca, una a una, no parecen tan complejas.

Sí, la saturación, el agobio mediático.

SS: Y la posibilidad de que los horrores puedan acabar convirtiéndose en un espectáculo. Yo defiendo el periodismo. Soy una gran defensora del periodismo. Viví en Sarajevo al lado de los periodistas. Comprobé cómo trabajan. Puedo decir que la mayoría de ellos son gente honrada. Y, sobre todo, no son gente endurecida, como quiere el tópico, sino que tratan de contribuir con su trabajo a la mejora de las condiciones de vida generales. Cuando la gente habla de la corrupción del periodismo hay que mirar en muchas direcciones. También en la dirección de los propietarios de los periódicos. O sea que, en este sentido, Baudrillard y demás podrían tener su parte de razón, cuando sugieren que debido a esta corrupción el común de los hombres se vería en dificultades crecientes para distinguir entre las imágenes y la realidad. Pero esa visión siempre sugiere un menosprecio de lo real, y del que sufre lo real, falso: aun hipnotizada, drogada, la gente no pierde el sentido de lo real.

 La gente...

SS: Déjeme explicarle un anécdota significativa. Mire, después del ataque a las Torres Gemelas, varios grupos de personas que habían conseguido escapar fueron apareciendo por las calles. Los iban entrevistando las cámaras de televisión. Estaban todos ellos cubiertos de ceniza, agobiados, aterrorizados. Les ponían el micrófono en la boca y les preguntaban cómo se sentían, cómo había sido, esas cosas. Algunos de ellos explicaban: "Ha sido como una película". ¿Quiere eso decir que lo real y lo ficticio ya no se distinguen? En absoluto. Esa fue una interpretación muy extendida en aquellos días, pero falsa. Lo cierto es que cuando se produce un trauma de estas características se tarda un poco en absorber la realidad. Hace cien años estas gentes habrían dicho que era como un sueño. Hoy dicen que como una película. Pero a nadie de aquellos que salían se le habría ocurrido dudar de que aquello fuese cierto. Sólo decían que les sorprendía mucho que lo que habían visto en las películas se hiciese de pronto realidad. Era su forma de significar la magnitud de la catástrofe. No de significar sus dudas. Lo que importa de las personas son las experiencias propias. ¿Me deja que le cuente otra anécdota?

Y mil que contara.

SS: 1969, en el sur de Marruecos. Pleno desierto. Una pequeña cabaña con luz eléctrica y un café con televisión. Armstrong acaba de pisar la Luna. Yo me acerco al hombre que sirve el café. Por la tele se ven los saltitos de los astronautas. Yo se lo comento al hombre: "¡Es fantástico, la gente está en la Luna!" Mueve la cabeza y dice que no. "¡Cómo que no!", le digo y casi le obligo a salir fuera, y mirar al cielo, donde brilla la Luna. "¡Están ahí!", le digo, señalando indistintamente la Luna y la televisión. El hombre se ríe, me mira y me dice: "¡Qué va: es sólo televisión!" En cierto modo está bien fiarse de las experiencias personales.

 Al final del libro dice usted que la guerra es inefable.

SS: Sí, me acuerdo.

Es desmoralizador.

SS: ¿Por qué?

Es desmoralizador que el arte no sirva en los momentos gigantescos.

SS: No es cero o cien. No se trata de que no sirva. Se trata de que cualquiera que haya visto la guerra sabe que su representación poco tiene que ver con ella. Sí, está Tolstoi, está Goya. Pero no estaban allí. El ruido, por ejemplo, el ruido de la guerra. Si no ha estado no puede imaginárselo. Como un concierto de rock en el que usted estuviera con la oreja pegada al altavoz y multiplicado ese ruido por cinco. ¿Donde está ese ruido? ¿En qué cine? ¿En qué sala de concierto? ¿En qué teatro? El arte sólo es un gesto en la dirección de esas experiencias. Un gesto solo, aunque imprescindible.

domingo, 18 de noviembre de 2012

8N Y 11N: SECUELAS...




Pasó el 8N, y -antes que nos demos cuenta- estaremos despidiendo el año. No se si es algo personal, pero ultimamente siento que el tiempo corre a la velocidad de un cohete que me lleva atado. Si tengo crisis, justamente, es por mi dificultad para desligarme de ese tiempo y ubicarme en un tiempo propio, separado, que -sin ser autónomo, para lo que tendría que consumir productos alucinógenos- pueda existir independientemente del tiempo real. Siempre me interesaron las dicotomías: cuerpo-alma, sueño-realidad, vida-muerte, individual-colectivo, conciente-inconsciente. La realidad no es unidimensional, y -seguramente- en la percepción de que esa frontera (que delimita el pasaje de un estadío a otro) no es  -en absoluto- algo claramente identificable, reside la riqueza de nuestras posibilidades creativas.
Probablemente nada de todo esto tenga sentido, pero siguiendo este razonamiento (no del todo razonado), tal vez sí tenga sentido dar cuenta de las secuelas de dos días claves. Uno corresponde al tiempo "real", y el otro al tiempo subjetivo, al tiempo propio.
Seguí la manifestación por tv. Ya escribí en este blog mi repudio en relación a la cobertura de las movilizaciones que hacen los medios oficialistas. Saben que van a ser hostigados y saben -desde ya- que los insultos y las posibles trompadas son el costo que hay que pagar a cambio de mostrar exclusivamente "el salvajismo opositor". De las consignas de la multitud, de la pertenencia o no de las mismas a la actual situación de cosas, ni hablar. En este caso, lo increíble resultó ver  la cronista de 678 queriendo reeducar a las mentes cooptadas por la corpo para ir a la marcha.
Se llega a un punto de saturación del que es muy difícil salir. Resulta difícil tan sólo hablar con alguien que parte de la idea de que por que piensa distinto o bien esta cooptado (ya sea por la prensa oficialista o por la opositora), lo que lo pone en el lugar de débil mental,  o bien esta "comprado" (por un plan social o un cargo en el gobierno de un lado; por un puesto altamente rentado en la industria mediática en el otro). En este punto es interesante ver como lo que "pasa" en la calle es -pura y exclusivamente- efecto de una construcción mediática. Es decir, se aferran con uñas y dientes a una verdad relativa, aquella que dice que no existe absolutamente ningún tipo de realidad independiente del discurso que la enuncia. Vale decir, si todos los medios de comunicación dejaran de existir, en la calle no pasaría "absolutamente nada". De esta forma, todo lo que se diga no es
"real" en tanto "lo único real" es el discurso que predomina en la sociedad; es decir el de Clarín.
En ese sentido fue interesante la actitud de la cronista cuando le preguntó a un manifestante a través de qué medios se informa, y la persona respondió: "leo Clarín pero también página 12 y también veo tu programa." La periodista se quedó dura unos instantes y, enseguida, se dio vuelta para ir a buscar otro testimonio. Quedó claro que ese no le servía.
Si no se puede salir de esas posturas, entonces no se puede tener trato directo con el otro; no, por lo menos, en relación a la política. No se puede hablar de nada en forma respetuosa partiendo de la base de que el otro es un estúpido o un cínico. El móvil de 678 durante la marcha debió haber tenido en cuenta ese dato.
Vale decir: el librepensador es libre -y como ciudadano un progresista hecho y derecho- en la medida que piense como yo. Nosotros somos los que evaluamos y expedimos ese certificado indispensable para conciliar el sueño por la noche. Si no podemos corrernos de esas posturas (porque eso implicaría un paso atrás en la batalla cultural), entonces, al menos, evitemos las situaciones que puedan trasladar ese estado de violencia simbólica a un estado de violencia fáctica.
Tuve, en mi tiempo subjetivo, el 11N: el reencuentro, después de 12 años, con mis ex-compañeros de colegio.
Sólo puedo decir que fue un momento mágico y la magia -se sabe- fascina por el poder de disciplinamiento que tiene sobre lo posible. Pero la magia es efímera frente al poder de lo posible. Lo posible es rocoso, estable, impermeable.
Lo posible fue el encuentro, la alegría de estar otra vez en el colegio. Comer un asado y recorrer los pasillos y las aulas...y comprobar que todo sigue igual!
La magia -la ilusión tal vez- hace que la excitación de un día pueda hacer de vínculos hechos en el pasado lazos en el presente.
Que nos une un pasado en común y que ese pasado fue muy rico, no quedaron dudas.
La emoción por el día vivido fue tal que, antes de despedirnos, acordamos una nueva fecha antes de fin de año. Alguno sugirió -medio en broma medio en serio- que, después de doce años sin vernos, tal vez fuera mucho. Lo cierto es que, de hacerse próximamente, una nueva reunión desplazaría el pasado como eje de relación para darle más lugar al presente. Y allí, anclados en el presente, es dónde un grupo puede seguir sosteniendo encuentros colectivos de cara al futuro.
Curioso: nos volvimos a ver para desempolvar un pasado que -desde nuestra vida de adultos- nos pedía a gritos salir a la luz una vez más. Sin embargo, empezar a  vernos más seguido comenzaría un proceso de disolución de ese pasado maravilloso que nos unió y que ya no esta.
Tal vez, después de este primer encuentro, la mejor forma de preservar ese pasado sea no superponerlo con el presente. Tal vez a nadie le importe realmente qué es de la vida del otro, tal vez todo consista en mantener su recuerdo como una forma eficaz de fuga de nuestro presente hacia el bálsamo de lo que fue y no será. Que el presente, con sus intermitencias, no nos inunde el pasado. Y es que el pasado -a diferencia del futuro- es el único lugar en el que (aunque sea por una tarde), la ilusión de seguridad es tan grande que nadie nos puede tocar.
Si no nos podemos seguir viendo, sabemos -al menos- que no vamos a perdernos nunca.



lunes, 12 de noviembre de 2012

EL PESO DE NUESTROS PESOS...


Entrevista al periodista (especializado en economía) Alfredo Zaiat.

Para comenzar Alfredo, nos gustaría que hagas un balance de la economía Argentina y cuáles son los principales problemas para el Gobierno en este contexto de crisis internacional.
 
La economía argentina no puede ser entendida sin tener en cuenta los factores internos y factores externos. Los factores externos tienen que ver con la crisis internacional, que impacta fuertemente en países con los que Argentina tiene importantes intereses comerciales como ocurre con Brasil. A nivel interno, la política de tratar de evitar una devaluación regresiva, una devaluación que produzca una fuerte redistribución de ingresos hacia los sectores más concentrados de la economía. Entonces, en ese contexto, por el lado del sector externo, tenés una fuerte desaceleración del crecimiento económico de Brasil que impactó negativamente en industrias muy dependientes de las exportaciones a este país y que por consiguiente provocó un retroceso industrial en el primer semestre de este año para la economía argentina. Por el lado local, el desafío que tomó el gobierno de evitar una devaluación, un ajuste fiscal o el endeudamiento masivo para evitar caer en las crisis cíclicas provocadas por las restricciones externas lo llevó a tomar medidas con el control al acceso de divisas y a un control de importaciones. Ambas medidas impactaron de manera negativa en la actividad económica lo que provocó una caída en el nivel de actividad general. Ahora, esto es lo que se reflejó durante el primer semestre de este año. Una vez que la economía local adaptó su funcionamiento a las restricciones a las importaciones y a los límites al acceso de moneda extranjera, y si a eso le sumamos las políticas tomadas por Brasil para mejorar su actividad económica, es posible ver que en el segundo semestre la economía reinició un proceso de crecimiento leve, pero crecimiento al fin, con una tendencia positiva para fin de año y con perspectivas de continuidad para el año próximo.
 
En el último tiempo se han escuchado muchas voces acerca de la necesidad de encarar una reforma fiscal. Sin embargo se ve poco movimiento en la oposición como en el gobierno con respecto a esto. ¿Por qué te parece que ocurre esto y en qué sentido te parece que habría que hacer esta reforma?
 
La inmovilidad frente a una reforma tributaria tiene que ver con la resistencia que ejercen los sectores privilegiados. Como ejemplo podés poner lo que ocurre con los jueces que no pagan impuestos a las ganancias sobre sus ingresos. El poder judicial realiza un fenomenal lobby tanto en poder legislativo y en el poder ejecutivo para evitar que avance una de las posibles medidas de reforma tributaria. Igualmente, cuando se piensa en reforma tributaria creo que hay que alejarse de la idea de una mega reforma tributaria. Lo que debería hacer el gobierno es avanzar en proyectos específicos para eliminar nichos de privilegio como el que te mencionaba de los jueces. Otro proyecto debería avanzar sobre la exención de pago de ganancias en la renta financiera, otro sobre la exención de pago por ganancias de capital, otro es la reinstauración del impuesto a la herencia y después, en última instancia, pensar en una disminución en el impuesto al valor agregado, es decir en el IVA. No se si en términos generales, pero por lo menos sobre las canastas básicas de alimentos.
 
Otra cuestión sobre la que te queríamos consultar es sobre el “sujeto” en la economía. Tanto en los discursos de Néstor Kirchner como de Cristina Fernández se alude a la idea de reconstrucción de una “burguesía nacional”. Sin embargo lo ocurrido en el último tiempo con YPF parece marcar un camino alternativo más ligado a lo que podría ser llamado un “Capitalismo de Estado”. ¿Cuál de estas dos alternativas te parecen más fructíferas en función del contexto internacional del que hablábamos al principio y las características de la economía argentina?
 
Conviven ambas estrategias. Lo que es cierto es que el kirchnerismo ha intentado por varias vías la reconstrucción de una “burguesía nacional”, política que hasta ahora se ha demostrado con escaso resultado. Se inició con esta idea voluntarista de que con un crecimiento económico muy elevado y el fomento al mercado interno el empresariado iba a invertir y por consiguiente convertirse en una burguesía dinámica, tanto por su rol de inversión como por el desarrollo de nuevas tecnologías o de innovación productiva. Lo cierto es que esto no se verificó. Después tuvo la estrategia de “argentinizar” grandes empresas privatizadas que con lo de YPF se mostró fallida. Por consiguiente, el Estado pasó ocupar espacios en eslabones importantes de la producción fundamentalmente a partir de YPF. Yo creo que ahora hay un último intento, más estratégico, que tiene que ver con el proceso de sustitución de importaciones, con la aspiración de regenerar una industria nacional y por consiguiente empresarios nacionales comprometidos con el destino nacional, es lo que Aldo Ferrer denomina “densidad nacional”.
 
Una última pregunta, tiene que ver más con tu trayectoria como economista y periodista. Cuando arrancaste a estudiar economía, ¿te imaginabas trabajando como periodista o fue una posibilidad que fue apareciendo después en tu horizonte?
 
Yo soy periodista, periodista especializado en economía. Cuando empecé a estudiar economía no creí que me iba a dedicar al periodismo. Pero ya en la última mitad de la carrera empecé a trabajar en Página 12 y me empezó a gustar el trabajo, el oficio de periodista. Las herramientas adquiridas en el estudio universitario me permitieron ampliar mis posibilidades de intervención en los medios en los que me desarrollo.
 
¿Qué te parece clave a la hora de la comunicación de las ciencias económicas en los medios de comunicación?
 
Tratar de ser claro, preciso. Que sea entendible. Estar alejado de los lobbys. Pensar en la economía para trasmitírselo a la población y no ser simple vocero de los intereses empresariales o de grandes intereses financieros o políticos. Me parece que lo relevante es tratar de trasmitir la economía con un concepto básico: “la economía es economía política”. Por consiguiente, tiene que ser una herramienta para poder interpretar los fenómenos económicos, políticos y sociales que vive la población día a día.

EL YIN Y EL YANG...




Tomás Moro (Gran Bretaña, 1478-1535). Fragmento "Utopía"

"Quisiera que alguien se atreviera a comparar con esa justicia la de otros países, donde moriría uno antes de hallar el menor vestigio de justicia y de equidad. Porque ¿qué clase de justicia es aquella que permite que cualquier aristócrata, banquero, financiero --u otro de esos que no hacen nada, o nada que tenga gran valor para el bien público-- lleve una vida holgada y suculenta, en el ocio o en ocupaciones superfluas, al paso que el obrero, el carretero, el bracero y el labriego han de trabajar tan dura y asiduamente como bestias de carga --a pesar de que su labor sea tan útil que sin ella ningún estado duraría ni un año--, soportando una vida tan mísera que parece mejor la de los burros, cuyo trabajo no es tan incesante y cuya comida no es mucho peor, aunque el animal la encuentre más grata y no tema el porvenir? Más a los obreros aguijonéalos la necesidad de un trabajo infructuoso y estéril y los mata la premonición de una vejez indigente, puesto que el jornal cotidiano es tan escaso que no basta para el día, imposibilitando que puedan aumentar su fortuna guardando algo cada día para asegurar su vejez. ¿No es ingrato e inicuo el estado que a los nobles --así los llaman--, a los banqueros y demás gente holgazana o aduladora, les prodiga tantos placeres frívolos y sofisticados y tantas riquezas, al paso que mira impasible a los campesinos, carboneros, peones, carreteros y obreros, sin los cuales no existiría ningún estado? Tas abusar de su trabajo mientras están en sus mejores años, el estado --cuando más tarde están abrumados por los años o por una enfermedad que los priva de todo--, olvidándose de tantos desvelos, de tantos servicios prestados por ellos, los recompensa, en el colmo de la ingratitud, con la muerte más miserable. "

martes, 6 de noviembre de 2012

DIARIO DE UN CUERPO...




Fragmentos "Diario de un cuerpo" de D. Pennac.

"Es inútil ocultármelo más tiempo: no deseo a Simone. Y es recíproco. Nuestros cuerpos no concuerdan. Antes o después, esta incompatibilidad física acabará con nuestra complicidad. Nos encontramos ya en la compensación. Este perfecto entendimiento que mostramos y que nos convierte en una pareja tan "pública" nos oculta nuestro fracaso sexual. Es preciso evitar que un niño sufra algún día por ese malentendido.
En la cama, cuanto más sé lo que estoy abrazando menos puedo acomodarme a ello: esta piel seca, esta clavícula aguda, este húmero que se puede sentir inmediatamente detrás del bíceps, ese seno demasiado musculoso, ese vientre duro, ese vello rasposo, esas nalgas nudosas, demasiado pequeñas para mis manos, en resumen, ese cuerpo de deportista que me hace soñar inevitablemente en su contrario. Peor aún, tengo que convocar las quimeras para consumirlo. De lo contrario, flacidez, excusas dudosas, noche taciturna, mal humor por la mañana. Y además, no me gusta su olor. La quiero, pero no puedo ni olerla. En amor, no hay mayor tragedia.

Montaigne dice: el más perfecto olor de una mujer es no tener olor alguno.

Simone y yo tenemos todo lo necesario para entendernos, sólo que nuestros cuerpos no se dicen nada. Concordamos, pero no encajamos. A decir verdad, lo que me atrajo fue menos su cuerpo que su modo de ser: su mirada, sus andares, el tono de su voz, la gracia algo brusca de sus gestos, su lenta elegancia, esa sonrisa carnosa en ese rostro dubitativo, todo eso (que yo consideré su cuerpo) concordando perfectamente con lo que decía, pensaba, leía, callaba...prometía una concordancia total."

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"Nuestros cuerpos...nos pasamos la vida comparando nuestros cuerpos. Pero una vez salidos de la infancia, lo hacemos de modo furtivo, casi vergonzoso. A los quince años, en la playa, evaluaba yo los bíceps y los abdominales de los muchachos de mi edad. A los dieciocho o veinte años, esa protuberancia en el traje de baño. A los treinta, a los cuarenta, los hombres comparan su pelo. A los cincuenta años, la panza. Y ahora, en esas asambleas de viejos cocodrilos que son nuestras autoridades de tutela, la espalda, el andar, el modo de enjuagarse la boca, de lavarse, de ponerse el abrigo, la edad, en suma, simplemente la edad."

jueves, 1 de noviembre de 2012

LEYENDO EL ESPEJO...




Entro al blog y observo por arriba las entradas del último mes. En un intento de autoanálisis (¿acaso escribir no es, siempre, un intento -deliberado o no pero siempre fallido- por llegar al fondo de uno mismo?). Pensando, en busca de la conquista de lo inútil,  relaciono algunos pasajes.
Me detengo en la entrada de los 30, cuando hablo de mi experiencia terapéutica poniendo el acento en mi deseo por arrojar la potencialidad de ese vínculo al resto de los mortales. ¿Qué vínculo es el que estoy catalogando como imprescindible y -en consecuencia- "pidiendo" a todos que se permitan tener? Cuando lo escribí pasó desapercibido para mí. Ya no.
Luego repaso mi última entrada, la del 11-N. Pienso en los amigos que conservo del colegio: un contador, un médico, un abogado, un psicólogo. Todos elegimos las carreras que "había" que elegir. Elegir "entre lo que hay que elegir", se me ocurre,  puede ser pensado como la actitud de un marginal que se refugia en la multitud. Todos (por nuestras historias familiares), creo, nos hicimos cargo de un déficit de deseo: la dosis recomendable sólo fue inyectada por la mitad...
Hoy, adultos jóvenes, somos universitarios que trabajamos en relación a lo que estudiamos, pero con baja intensidad. No somos "profesionales exitosos" y, seguramente, nos importe muy poco serlo. Tal vez, convivimos muchos años con una depresión controlada (¿lo que se llama "nostalgia, tal vez?) No somos padres y...
Luego de vivir "en la clandestinidad" durante años, actualmente alterno estados de "centro" con estados de   "marginalidad" (que hoy mismo me trajo como consecuencia la negación de un ascenso en el tribunal que trabajo) . La detecto en los espacios sociales que ocupo: sólo ocupo el centro en los lugares en donde el "centro" está en otro lado: un cine o un teatro. En un bar, en el aula de la facultad o en una reunión familiar o de amigos, tiendo a ubicarme a un costado; en papel de observador "del centro": jamás en el centro mismo. Ese lugar, con el tiempo, hace que los deseos (esos estados febriles de la imaginación) comiencen a secarse. Pero los deseos nos reclaman un desplazamiento (es decir, un viaje o una muerte) y que esa resistencia al desplazamiento no lo contamine todo.
El marginal es un refugiado sin harapos; no marginado de la sociedad, sino de los núcleos que la organizan y dirigen. No busca "construir" en los lugares que ocupa; busca protegerse.
Si el marginal busca refugio, la forma de encarar este viaje ( cuya primer parada es el 11N que nos convoca) es la del tipo que sale a la intemperie; no sólo a respirar, sino a permanecer y a medir qué es lo que quiere y lo que puede sobre esta tierra desierta.
Y si hablamos de viajes, ahora que manejo, creo que puedo sentir que la vida y el manejo esconden un paralelismo perfecto: nada asegura la llegada al destino feliz -de hecho muchas veces nos perdemos en el camino  pesar de tener gps- aunque hay más chances si se maneja mirando fijo hacia adelante, pero sin descuidar nunca lo que viene detrás y lo que pasa a los costados. La armonía para combinar esos desplazamientos visuales (más el estado de la ruta y el compromiso de los que circulan a nuestro lado), define la suerte de un trayecto.