Hace solo tres años, Michael Haneke (Múnich, 1942) obtuvo la Palma de Oro del festival de Cannes gracias a La cinta blanca, contundente reflexión sobre los orígenes del nazismo. Hace solo dos noches, el director austriaco de adopción volvió a alzarse con el máximo galardón que otorga el certamen cinematográfico más importante del mundo gracias a Amour, en la que medita sobre la vejez, la enfermedad y la muerte a través de la tragedia sufrida por Anne (Emmanuelle Riva) y George (Jean-Louis Trintignant). En otras palabras, Cannes ha aportado este año una prueba física más para demostrar algo que películas como Funny games (1997), La pianista (2001) o Caché (2005) ya habían dejado claro: que Haneke es uno de los cineastas verdaderamente mayúsculos de la historia.
Amour retiene buena parte de las constantes de su autor: un asunto sombrío, un estilo visual austero pero majestuoso, un entorno cerrado que no permite salida a los personajes o a sus demonios, y varias conclusiones certeras sobre la condición humana. Pero, además, está dotada de una compasión y una ternura pocas veces vista en el cine gélido y analítico del nuevo rey de Cannes.
-La vejez y la muerte son temas que el cine actual no suele tratar de forma abierta y honesta. ¿Está la génesis de
Amour relacionada con ello?
-No, a mi lo que me inspira son experiencias personales o individuos que me interesan. Lo que me empujó a hacer Amour fue la voluntad de preguntarme por cómo lidiamos con la muerte de alguien a quien queremos, porque es algo que he experimentado en mi propia familia, y me afectó mucho. Quiero dejar claro que no tuvo que ver con mis padres, sino con otra persona a la que me sentía muy cercano.
-En la película, Anne lucha no solo por mantenerse viva, también por hacerlo con dignidad.
-Es la misma lucha. Tarde o temprano, cada individuo debe plantearse a cuánta de su dignidad está preparado a renunciar en su lucha contra la muerte, y en qué momento dejará de luchar. Nuestra sociedad funciona de tal manera que si tus facultades físicas o mentales quedan seriamente mermadas y no eres millonario, te ves obligado a abandonar tu hogar y el ambiente al que estás acostumbrado y en el que te sientes seguro, y es un proceso terrible, una pesadilla.
-Vivimos en una sociedad que vive de espaldas a la muerte, que no la asume de forma abierta. ¿Representa la película su visión acerca de ello?
-Prefiero no contestar a esa pregunta, sería contraproducente. Mi película quiere empujar a los espectadores a que busquen sus propias respuestas. La labor del arte es enfrentarnos a cosas que la industria del entretenimiento a menudo mantiene ocultas. Amour habla de muchas cosas distintas, y enfatizar una de ellas significa reducir las demás. Ustedes los periodistas esperan respuestas, quieren frases pegadizas con las que titular sus artículos. Es su trabajo y lo entiendo, pero el arte no funciona con respuestas fáciles. Cuando algo puede ser descrito con unas pocas palabras, significa que está artísticamente muerto. Como dice Susan Sontag, la interpretación es la venganza que el intelecto se toma sobre el arte.
-¿Es casual que Anne y George pertenezcan a la clase alta? ¿Cree usted que nuestra respuesta emocional ante la muerte depende de nuestra clase social?
-Amour se centra en una pareja de clase alta porque ese es el entorno del que yo provengo, y creo que un autor siempre debería hablar de aquello que conoce. Pero hay otra razón. Si hubiera situado la película en el seno de la clase trabajadora quizá se habría percibido como un drama social. La audiencia podría haberse distraído con cuestiones secundarias, como si la pareja podía o no permitirse pagar a una enfermera. Creo que nos habría sacado del tema principal del filme: explorar cómo y por qué amamos en las circunstancias más trágicas.
-El trabajo de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva en Amour es asombroso. En realidad, todas sus películas contienen grandes trabajos interpretativos. ¿Cuál es su método?
-Se trata de trabajar con paciencia y amor. Adoro a los actores, mis padres fueron actores, y el trabajo con los actores es la parte más agradable de hacer una película. Es importante que se sientan protegidos por ti y que tengan la confianza de que no lo vas a traicionar. Cuando creas una atmósfera de confianza, los actores harán lo que sea para satisfacerte. Puedes ser muy dictatorial en tu trato con ellos, pero entonces su manera de actuar reflejará esa relación. Es verdad que puedo ser terco para exigir lo que deseo, pero trato de guiarlos con delicadeza hacia mi opinión, hasta que todo cuanto hacen proviene de su propia convicción.
-¿Es usted consciente de que Amour es su película más emotiva?
-Yo me he aproximado a esta historia exactamente igual que en mis películas previas. Trato de mantener una mirada clínica, ser un observador objetivo y no dejarme avasallar por el sentimiento. Por otra parte, nunca me he sentido tan devastado como después de rodar la escena de Funny games (1997) en la que muere un niño, porque me puse en el lugar de sus padres. Y curiosamente Funny games suele definirse como una película fría. Supongo que Amour provoca respuestas más emocionales porque habla de algo que a lo que todos nos hemos enfrentado en nuestras vidas o algo a lo que sabemos que nos enfrentaremos. Por lo demás, no creo que la edad me haya ablandado. Eso es lo que espero, al menos.
-Señor Haneke, ¿cuánto le importan los premios?
-Los premios mejoran las condiciones de trabajo en tu próximo proyecto, de eso no hay duda. Y eso es todo lo que me interesa. Tener mi vitrina más o menos llena me trae sin cuidado.
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