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martes, 28 de enero de 2020

EL ESPACIO SOCIAL...

Resultado de imagen de PARASITE"

Mientras veía "Parasite" pensaba en la película "Borgman" (que también fue seleccionada para competir en el festival de Cannes) y también pensaba en una de las mejores novelas que leí en los últimos años: "Rabia" de Sergio Bizzio. La última línea de esa novela sigue intacta en mi cabeza.
Como en la mayoría de las películas que me generan fascinación, no hay un género definido (no son puramente un drama, ni una comedia, ni una película de suspenso, ni una mera alegoría), como tampoco los personajes son clisés; están vivos. Ocupan un lugar en el espacio social, pero no son reproducciones mecánicas de lo que, en principio, uno se podría representa como propio de ese espacio.
¿Quiénes son los parásitos en esta película?
Si el gran arte es ese que no está para dar explicaciones de la realidad (para eso debería estar la política en su sentido más pragmático) sino para generar las preguntas que, de algún modo, nos tocan a todos, entonces esta película aplica con creces al llamado del arte.

lunes, 13 de enero de 2014

LOBOS Y CORDEROS...





"El lobo de Walt Street" y "La vida de Adele" son mis primeras experiencias cinematográficas del año. En la primera, DiCaprio llegó a un nivel interpretativo que, claramente, lo confirma como uno de los mejores actores de su generación.
La película de Scorsese es desmedida y brutal (fiel reflejo de la realidad que pretende triturar) y, al mismo tiempo, increíblemente divertida. La droga más potente no es la cocaína; es el dinero.
La vida de Adele, en cambio, se sostiene en la intensidad poética de la historia (homo) sexual de una adolescente, que no ofrece el alivio de la risa que sí ofrece la primera. Si DiCaprio, a los 40, llega a un nivel interpretativo superlativo, la protagonista de la película francesa, a sus 20, demuestra en su primer protagónico que el séptimo arte todavía tiene prodigios para sacar a la luz.
Muy distintas entre sí en cuanto a la temática (si en "el lobo" todo pasa por la plata, en "Adele" nada pasa por ahí) y la construcción de los personajes; muy parecidas, sin embargo, tanto en su duración (3 horas que no llegan a incomodar) como en la excelencia con la que -justamente- fueron celebrada por la crítica.
























XLSemanal. Primero compró los derechos del libro y luego se empeñó en producir y protagonizar la adaptación de la biografía de Jordan Belfort. ¿Qué le fascinó tanto?


Leonardo DiCaprio. Me gusta comparar esta historia con el Imperio romano. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, Belfort fue una especie de Calígula en un mundo de las finanzas que estaba completamente desregularizado. Supo aprovechar la oportunidad y vivir como un auténtico emperador romano.


XL. Supongo que, en medio de una gran crisis económica y mucha animadversión hacia Wall Street y sus tiburones, no era una película fácil de hacer...


L.D. Nada fácil. Íbamos a hacer un filme sobre unos tipos que, a ojos de todo el mundo, son los grandes villanos de la historia. No estábamos adaptando una obra icónica de la literatura americana, sino la historia de un hombre que durante una época de su vida estuvo poseído por la codicia. ¿Cómo íbamos a conseguir que la gente fuera al cine a verla? Pero Marty [Scorsese] nos dijo: «He hecho películas sobre criminales y gánsteres y sé que el público lo aceptará si consigues captar ese mundo sin edulcorarlo, disculparte o empatizar con ellos».


XL. Entabló una estrecha relación con Belfort. ¿Qué opina de él?


L.D. Pasé muchos meses con él. Ahora es un hombre reformado que hace lo posible por ser honesto acerca de aquella época de su vida. Pero creo que Jordan solo era un pez en una piscina llena de tiburones gigantes que sistemáticamente robaron el dinero de los americanos. Ellos querían jugar con los peces gordos y jugar con el sistema que América había creado para ellos. Y, si había una fisura en ese sistema, la aprovechaban. Si no existe una regulación y no conseguimos que esta gente pague por sus actos, estas cosas seguirán pasando.


XL. Sin embargo, la película ignora a las víctimas de sus tropelías, ¿por qué? 


L.D. Fue una decisión consciente, queríamos concentrarnos en esa insaciable necesidad de conseguir más dinero, más sexo, más drogas... El desenfreno de unos tipos que pensaban que sus acciones no tenían consecuencias. Para Jordan, que la gente lo aclamara como si fuera Bono por salir a joder a otras personas y ganar más dinero a su costa era como un colocón. El dinero lo era todo.


XL. Y Jordan, ¿qué opina a día de hoy sobre la sociedad en la que vivimos?


L.D. Que la codicia es algo inherente a todo ser vivo, es casi un instinto de supervivencia. El problema es que los seres humanos, que supuestamente somos la especie más evolucionada, deberíamos estar por encima de eso, deberíamos haber aprendido a vivir en armonía para hacer de este mundo un lugar mejor...


XL. Y usted, ¿nunca se ha dejado seducir por esa codicia?


L.D. Es fácil obsesionarse con el dinero, pero yo no creo en absoluto que sea el camino hacia la felicidad. He conocido a gente para la que todo eran círculos concéntricos hacia la riqueza. Puede ser una adicción como otra cualquiera.


XL. ¿Cómo maneja usted su propio dinero? ¿Tiene un bróker?


L.D. Sí, y no tengo ni idea de en qué invierte mi dinero, la verdad [risas].


XL. ¿Ve usted alguna similitud entre los excesos de Wall Street en aquella época y el mundo del cine?


L.D. Creo que ese tipo de decadencia la puedes encontrar en cualquier ámbito, no es exclusiva de Hollywood. Pero es cierto que, cuando las personas viven despegadas de la realidad, se dedican a alimentar la bestia de la diversión. Y eso es absolutamente inherente a Hollywood. Y también al mundo de las finanzas.


XL. Esa bestia puede cobrarse un precio muy alto. Sin embargo, parece que usted siempre ha sabido mantenerla a raya...


L.D. Yo eso lo aprendí desde muy pequeño, pero no fue gracias a Hollywood... Crecí en un barrio de Los Ángeles rodeado de un montón de gente haciendo todo tipo de actividades ilegales a mi alrededor. Y vi cuál es el precio que se paga por eso. Aquello me preparó para Hollywood de una manera fantástica.


XL. ¿Por qué?


L.D. Bueno, porque si no hubiera crecido en aquel barrio, quizá lo hubiese visto con otros ojos o hubiese dicho: «Voy a probar esto o lo otro... ¿Por qué no?». Hemos perdido a muchísima gente con talento como resultado de ese estilo de vida... Y no tiene que ver solo con los excesos, sino con el tormento que muchos de ellos experimentan cuando viven permanentemente en el escaparate público, con el hecho de que te coloquen en un pedestal para destruirte luego, con la necesidad de mantenerte permanentemente en la cima o con que la gente que te rodea no sean realmente tus amigos... ¿Cuántos grandes artistas hemos perdido? Yo he visto desaparecer a muchos de mis héroes.


XL. ¿Es la filantropía y su cruzada medioambiental una forma de encontrar el equilibrio con esa codicia inherente?


L.D. No solo creo que es mi responsabilidad, sino que, además, me apasiona tanto como la interpretación. Si no fuera actor, sería biólogo o científico medioambiental. Y cuando surgió la posibilidad de hacer cosas en ese terreno, lo tuve claro. No me sentiría realizado si no fuera por eso. Es increíblemente gratificante. Además, solo el dos por ciento de la filantropía está dedicada a proteger el medioambiente. Es inaudito, teniendo en cuenta que es fundamental para nuestra supervivencia...
XL. ¿Qué es lo que más le indigna de lo que pasa en el mundo en estos momentos?


L.D. Uf, podría hablar durante horas... Me resulta inconcebible, por ejemplo, que, ahora que toda la comunidad científica ha llegado al acuerdo de que el hombre es el causante del cambio climático y se da tan por hecho como la ley de la gravedad, todavía exista un debate al respecto. Es necesario cambiar un sistema energético basado en los hidrocarburos y los combustibles fósiles. Si no somos capaces de hacer esa transición, estaremos destruyendo nuestra propia civilización. Y, aun así, continuamos en este inevitable camino de caos y destrucción... Lo más sangrante de todo es que ya existe la tecnología, pero no se está implementando al nivel que se debería. Es una locura que no seamos capaces de ponernos de acuerdo para solucionarlo.


XL. A veces da la sensación de que las estrellas hacen más por las causas humanitarias o medioambientales que algunos líderes mundiales. ¿Le decepciona la actitud de los políticos?


L.D. Me decepciona el mundo entero cuando se trata del medioambiente. Muy pocos países tienen una buena agenda medioambiental. Es deplorable que todavía se celebren cumbres para que los líderes mundiales se reúnan y el resultado siga siendo una debacle total porque otros intereses tienen más peso. Continuamos actuando como si este problema fuera a resolverse por sí solo, esperando algún tipo de milagro... Y no descarto que ocurra, pero si no se apoyan las nuevas tecnologías porque hay demasiado dinero en juego en la extracción de hidrocarburos, ¿cuándo vamos a empezar a arreglar este problema?


XL. Lleva dos décadas cosechando éxitos en Hollywood, ¿ha cambiado la forma en la que enfoca su carrera?


L.D. En realidad, mi actitud acerca de este negocio nunca ha cambiado. Miro atrás y veo las decisiones que tomé cuando tenía 15 años... y la verdad es que estoy muy orgulloso de mí mismo. Había visto mucho buen cine y me propuse que, algún día, yo también haría papeles importantes. Y esa ambición nunca te abandona.


XL. Hace unos meses sugirió que podría retirarse... ¿Es ese todavía el plan?


L.D. Dije que quería tomarme un tiempo porque, después de haber rodado tres películas seguidas, necesitaba descansar. Pero no quería decir que iba a dejar de actuar. Aunque ahora no tengo ninguna película a la vista, eso no significa que vaya a retirarme.


XL. Pronto cumplirá 40 años. ¿La edad es solo un número o cumplir años le hace ponerse reflexivo y hacer balance vital?


L.D. Claro que me hace pensar sobre mi vida y el tiempo que llevo en esta industria, pero al mismo tiempo soy una persona a la que no le gusta demasiado hacer planes. Prefiero ver adónde me lleva la vida en cada momento. Aunque pueda sonar a cliché, lo importante no es la edad, sino tu actitud. Pero eso tampoco quiere decir que sufra un extraño síndrome de Peter Pan...



















domingo, 6 de octubre de 2013

ICH WILL...





Del mismo modo en que no puedo dejar de pensar "Entre los Muros" sin pensar -en forma simultánea- en "Elefante", no puedo dejar de pensar en "La Ola" como el lado B de "Pendejos", la película experimental de Perrone. Es verdad: las vi en la misma semana, por lo que la comparación resulta prácticamente inevitable.
Todas tienen en común que sus protagonistas son adolescentes. Todas, desde diferentes enfoques, intentan problematizar esa etapa de la vida (ya de por sí bastante problematizada).
La película alemana es interesante en su planteo (la idea de que -en el siglo XXI- es posible el surgimiento de algún tipo de colectivo que busque emular al nazismo) e impactante en su resolución final, aunque pierde un poco de verosimilitud en el hecho de que sólo transcurre una semana entre el inicio del "proyecto" y su desenlace fatal.
Lo de Perrone, en cambio, es un desafío brutal para el espectador. Su película genera estados de lo más diversos. En casi tres horas, uno va y viene entre la curiosidad, el aburrimiento vuelto hastío, y -finalmente- un sentimiento liberador. Al salir de la sala se tiene -o por lo menos yo tuve- la impresión de haber atravesado una experiencia absolutamente necesaria. Si el arte no debe ser "mero entretenimiento", Perrone acepta el desafío y lo lleva hasta el límite. La incomodidad (¿el sufrimiento?) que genera su película es el que se debe asimilar si se busca algún tipo de expansión intelectual (si el arte no está para eso, para qué está?).
Los que permanecimos esa noche en la sala, entonces, debimos asimilar  una película  en la que, en su extensísima duración- no se escuchaba una sola voz humana. Ni una. Los poquísimos diálogos eran subtitulados, mientras escuchábamos de fondo una mezcla de cumbia con ópera. Así tres horas.
La experimentación con la "ausencia" de voz humana está clara. La metáfora de que esos chicos crecen en un mundo sin voz, también.
Lo que cada espectador pudo experimentar es una pregunta interesantísima que deja planteado el film: ¿cuánto tiempo podemos soportar sin escuchar una sola voz humana?
Pensemos en nuestra vida cotidiana. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, son escasos los momentos en los que no escuchamos una voz. La única situación sostenida en la que sucede tal situación es en los casos de los lectores entrenados a leer en la soledad más absoluta (sin siquiera una radio de fondo).
 Los que quedamos en el cine -muchos para mi sorpresa- aceptamos el desafío del director. Y salimos "lastimados" pero -a la vez- airosos. Tomamos la película como un combate del que no podíamos bajarnos. Y es que, como dijo el santo padre en alguna vieja canción, "el que abandona, no tiene premio"


domingo, 10 de febrero de 2013

OLOR A OSCAR...

 
 
Después de un año en el que la mayoría de mis escapadas al cine fueron para ver películas europeas, este año llevo en mi cuenta una argentina (Tesis sobre un homicidio) y varias candidatas al Oscar. "El lado luminoso de la vida" y "El vuelo", son buenas películas. Cuentan con excelentes actuaciones y un guion prolijo que mantiene el interés en el espectador.
Sin embargo (difícil evitarlo en este tipo de producciones), del mismo modo en que uno no vuelve a su casa sin olor a cigarrillo en la ropa si estuvo en un ambiente cerrado con gente que fuma, tampoco se vuelve a casa sin olor a película norteamericana si se sale del cine de ver una candidata al Oscar. Difícil que una película nominada a tal premio no haya sido hecha con esa intención.
"La noche más oscura" es la que mejor disimula tal pretensión y es -justamente por eso- la que más me gustó. Me parece la película más libre de las tres que vi. Todavía tengo pendiente la de dos directores-tanque: Tarantino ("Django sin cadenas") y Spielberg ("Lincoln"). Y una tercera a la que le pongo fichas: "La niña del sur salvaje".

Seguramente todas me van a gustar, aunque no creo que ninguna me impresione tanto como "la noche". Será por su carácter testimonial del hecho inaugural del siglo (el atentado a las torres, desde ya) y del devenir de una década bajo un estado de violencia que fue desarrollándose en forma planificada hasta dar muerte a Bin Laden: un demonio desaparecido en la oscuridad de la noche del mundo.
¿Muerto? el perro, no se acabó la rabia. Lo sabemos antes de entrar a ver la película. Lo sabemos aún más cuando salimos de verla.

Tal vez gane el Oscar. No sé si la palabra es "merecer" en tanto que no sé qué tipo de criterios adornan la ceremonia que hace entrega de la estatuilla, pero -en lo que a mí respecta- se trata de la película que necesitaba ver.
Y yo premio o castigo sin otro criterio más que en base a mis gustos personales, teniendo en cuenta sólo lo que "necesito" ver en un momento determinado...como todo el mundo, no?



miércoles, 5 de diciembre de 2012

CINE EUROPEO EN BAIRES...


Acaba de terminar la semana del cine europeo en Bs. As. Por el cine Gaumont (que alguien me explique cómo -al día de hoy- siguen teniendo las entradas a $ 8) desfilaron las películas más destacadas que participaron del último festival de Cannes. El mismísimo director del festival galo se hizo presente en el agitado centro porteño para la inauguración del evento.
Vi 4 películas. Dos de ellas me agradaron sin más. Las otras dos ("Amour" de Haneke y "The Hunt" de Thomas Vinterberg) me deslumbraron por su intensidad y por las soberbias interpretaciones.
La película de Haneke es un drama asociado a la vejez; es decir, al carácter inexorable de la muerte.
En las grandes películas uno no se detiene a imaginar "qué va a pasar". Mucho menos en este caso, en donde, por una cuestión de la biología de los personajes, la surte ya está echada. Lo que sí importa -y mucho- es lo que pasa: el minuto a minuto, la construcción de un clima; el final de la vida y el final del amor. La idea del amor (y no el dinero o el cinismo) como último refugio para un cuerpo en vías de extinción.
La de Vinterberg, en cambio, aborda el tema del abuso sexual infantil y el terror que genera el hecho de no saber. Muchas veces "no saber" se hace algo intolerable. Cuando el camino hacia la verdad puede ser muy largo, el atajo tranquilizador (cuyos efectos bien pueden desvanecerse en algunas conciencias de tono crítico) es la verdad autoconstruida. La etiqueta anticipada.
"La caza" bien puede ser puesta en relación con "La duda"; sin embargo, la primera me parece más profunda, en el sentido de que no se pregunta sólo por los efectos -individuales pero también fundamentalmente sociales- del "no tener certezas" en relación a la producción o no de un abuso infantil, sino que además llega a dar indicios de lo que pasa por la cabeza del personaje principal, en tanto el cura de la segunda se defiende a rajatabla desde un hermetismo sostenido a lo largo de la historia.
"Amour", "The Hunt"...junto con las locales "Elefante Blanco" e "Infancia clandestina" y la abrumadora "Enter the void" son -seguramente- lo mejor que pasó por los cines en este 2012 que se retira.





jueves, 29 de noviembre de 2012

LA MANIPULACIÓN NECESARIA...




Hace solo tres años, Michael Haneke (Múnich, 1942) obtuvo la Palma de Oro del festival de Cannes gracias a La cinta blanca, contundente reflexión sobre los orígenes del nazismo. Hace solo dos noches, el director austriaco de adopción volvió a alzarse con el máximo galardón que otorga el certamen cinematográfico más importante del mundo gracias a Amour, en la que medita sobre la vejez, la enfermedad y la muerte a través de la tragedia sufrida por Anne (Emmanuelle Riva) y George (Jean-Louis Trintignant). En otras palabras, Cannes ha aportado este año una prueba física más para demostrar algo que películas como Funny games (1997), La pianista (2001) o Caché (2005) ya habían dejado claro: que Haneke es uno de los cineastas verdaderamente mayúsculos de la historia.

Amour retiene buena parte de las constantes de su autor: un asunto sombrío, un estilo visual austero pero majestuoso, un entorno cerrado que no permite salida a los personajes o a sus demonios, y varias conclusiones certeras sobre la condición humana. Pero, además, está dotada de una compasión y una ternura pocas veces vista en el cine gélido y analítico del nuevo rey de Cannes.

-La vejez y la muerte son temas que el cine actual no suele tratar de forma abierta y honesta. ¿Está la génesis de
Amour relacionada con ello?

-No, a mi lo que me inspira son experiencias personales o individuos que me interesan. Lo que me empujó a hacer Amour fue la voluntad de preguntarme por cómo lidiamos con la muerte de alguien a quien queremos, porque es algo que he experimentado en mi propia familia, y me afectó mucho. Quiero dejar claro que no tuvo que ver con mis padres, sino con otra persona a la que me sentía muy cercano.

-En la película, Anne lucha no solo por mantenerse viva, también por hacerlo con dignidad.
 
-Es la misma lucha. Tarde o temprano, cada individuo debe plantearse a cuánta de su dignidad está preparado a renunciar en su lucha contra la muerte, y en qué momento dejará de luchar. Nuestra sociedad funciona de tal manera que si tus facultades físicas o mentales quedan seriamente mermadas y no eres millonario, te ves obligado a abandonar tu hogar y el ambiente al que estás acostumbrado y en el que te sientes seguro, y es un proceso terrible, una pesadilla.

-Vivimos en una sociedad que vive de espaldas a la muerte, que no la asume de forma abierta. ¿Representa la película su visión acerca de ello?
 
-Prefiero no contestar a esa pregunta, sería contraproducente. Mi película quiere empujar a los espectadores a que busquen sus propias respuestas. La labor del arte es enfrentarnos a cosas que la industria del entretenimiento a menudo mantiene ocultas. Amour habla de muchas cosas distintas, y enfatizar una de ellas significa reducir las demás. Ustedes los periodistas esperan respuestas, quieren frases pegadizas con las que titular sus artículos. Es su trabajo y lo entiendo, pero el arte no funciona con respuestas fáciles. Cuando algo puede ser descrito con unas pocas palabras, significa que está artísticamente muerto. Como dice Susan Sontag, la interpretación es la venganza que el intelecto se toma sobre el arte.

-¿Es casual que Anne y George pertenezcan a la clase alta? ¿Cree usted que nuestra respuesta emocional ante la muerte depende de nuestra clase social?

-Amour se centra en una pareja de clase alta porque ese es el entorno del que yo provengo, y creo que un autor siempre debería hablar de aquello que conoce. Pero hay otra razón. Si hubiera situado la película en el seno de la clase trabajadora quizá se habría percibido como un drama social. La audiencia podría haberse distraído con cuestiones secundarias, como si la pareja podía o no permitirse pagar a una enfermera. Creo que nos habría sacado del tema principal del filme: explorar cómo y por qué amamos en las circunstancias más trágicas.

-El trabajo de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva en Amour es asombroso. En realidad, todas sus películas contienen grandes trabajos interpretativos. ¿Cuál es su método?

-Se trata de trabajar con paciencia y amor. Adoro a los actores, mis padres fueron actores, y el trabajo con los actores es la parte más agradable de hacer una película. Es importante que se sientan protegidos por ti y que tengan la confianza de que no lo vas a traicionar. Cuando creas una atmósfera de confianza, los actores harán lo que sea para satisfacerte. Puedes ser muy dictatorial en tu trato con ellos, pero entonces su manera de actuar reflejará esa relación. Es verdad que puedo ser terco para exigir lo que deseo, pero trato de guiarlos con delicadeza hacia mi opinión, hasta que todo cuanto hacen proviene de su propia convicción.

-¿Es usted consciente de que Amour es su película más emotiva?

-Yo me he aproximado a esta historia exactamente igual que en mis películas previas. Trato de mantener una mirada clínica, ser un observador objetivo y no dejarme avasallar por el sentimiento. Por otra parte, nunca me he sentido tan devastado como después de rodar la escena de Funny games (1997) en la que muere un niño, porque me puse en el lugar de sus padres. Y curiosamente Funny games suele definirse como una película fría. Supongo que Amour provoca respuestas más emocionales porque habla de algo que a lo que todos nos hemos enfrentado en nuestras vidas o algo a lo que sabemos que nos enfrentaremos. Por lo demás, no creo que la edad me haya ablandado. Eso es lo que espero, al menos.

-Señor Haneke, ¿cuánto le importan los premios?

-Los premios mejoran las condiciones de trabajo en tu próximo proyecto, de eso no hay duda. Y eso es todo lo que me interesa. Tener mi vitrina más o menos llena me trae sin cuidado.

miércoles, 10 de octubre de 2012

OSCURAMENTE FUERTE ES LA VIDA...

Infancia Clandestina es -con Elefante blanco- lo mejor que el cine nacional nos regaló en este 2012...
Ahí están la Oreiro (con su belleza que lastima y ofende) y Ernesto Alterio (junto al chico, lo mejor de la película). Noto en el hijo del célebre actor un leve parecido a mi persona...aunque ese bigote no está en mis planes...




 

martes, 14 de agosto de 2012

LARS, EL SUPREMO...




Después de ver "Contra viento y marea" (1996), puedo decir que coincido plenamente en el diagnóstico de Daniel Link sobre las películas de Lars Von trier: son, a la vez, tan fascinantes como aterradoras.
Pienso en las filmografía que recorrí del gran director: "Bailarina en la oscuridad", "Dogville", "Manderlay", "Anticristo" , "Melancolía" y -recientemente- "Contra viento y marea".  Todas son de una potencia, de una intensidad -visual, interpretativa, ideológica- que nunca encontré en ningún otro director de cine contemporáneo. Tal vez en "Sacrificio" de Tarkovski (justamente director del que Von Trier se declara deudor). Dicho esto, no puedo menos que coincidir con el propio danés, cuando se autoproclama "el mejor director del mundo".
Así es. Sus películas, todas excesivas, desmesuradas (pero aun así increíblemente reales y de allí el horror que generan), reducen a a gran parte del cine que se produce en todo el mundo a un menú de casa de comidas rápidas.
Buscando en Internet, me entero del nuevo plato ( aún se encuentra en la cocina) que está elaborando: se trata de la historia sexual de una mujer, desde su nacimiento hasta su presente (50 años) y hará dos versiones: una "light" y otra porno.
Sobre "Anticristo" (2009), película que le valió la reprobación mayoritaria en el festival de Cannes, puedo decir que luego de verla comprobé la veracidad de un diagnóstico. Es decir que, efectivamente, "tiene la fuerza indescriptible del delirio de un enfermo mental", según diagnosticara (y no se puede usar otra palabra que no sea "diagnosticar" al hablar de esta película) el crítico Sergi Sánchez.

Lo que sigue es un análisis (de "Anticristo" y de Von Trier) de Carlos Gamerro para el suplemento Radar de Página 12, publicado el 14/11/2010:

"A Lars von Trier suele tachárselo de provocador. La película que lo hizo conocido ante un público masivo, Breaking the Waves (Contra viento y marea), presenta el caso de una muchacha de un cerrado y rígidamente protestante pueblo del norte de Escocia, que cree que habla con Dios, que se casa con un “extranjero” que trabaja en una plataforma petrolera y, no pudiendo soportar su ausencia, le pide a Dios que se lo traiga de vuelta, y se convence de que su deseo ha sido concedido, con venganza, cuando éste le es devuelto, parapléjico, tras un accidente de trabajo. A partir de allí la joven pasará de presbiteriana a prostituta, en principio para satisfacer las fantasías de su marido incapacitado, pronto convencida de que sólo su sacrificio operará el milagro de curarlo. Y así se entregará a unos marineros violentos, a sabiendas de que la esperan para violarla, y morirá a sus manos. ¿Final trágico, que nos previene contra las consecuencias del fanatismo religioso mal entendido?

Nada de eso. La secuencia final de la película nos muestra su entierro en alta mar, al marido de pie, perfectamente sano, curado de milagro, intentando, junto a sus compañeros, descubrir de dónde procede el sonido de campanas y, en la última toma, la plataforma vista desde el cielo, y en lo que técnicamente sería un primer plano, pero que emotivamente podríamos llamar un plano refriegue, dos gigantescas campanas de bronce tañendo entre las nubes. El marido curado ya era mucho. Pero lo intolerable, lo inadmisible, lo insultante para una gran parte del público fueron las campanas. Inútiles fueron los esfuerzos de los críticos para buscar ironía, o al menos un atisbo de doble lectura. Von Trier parecía decidido a insultar deliberadamente a su público progre y laico, o al menos moderada y modernamente religioso, enrostrándoles una película medieval sobre sacrificios y milagros, heredera de una larga tradición que va de los mártires cristianos a esos héroes dostoievskianos que buscan la salvación y aun la santidad a través de la infamia y el pecado, y nos pregunta: ¿por qué la hemos abandonado? O al menos, ¿por qué la subestimamos?

Esta tradición, específicamente cinematográfica y específicamente danesa, tenía su monumento en un film anterior: La pasión de Juana de Arco de Carl Dreyer. Los principales elementos aparecen en la recreación de Von Trier: la joven simple, campesina o de pueblito aislado, que habla con Dios, que decide encarar una misión de inspiración divina, que es juzgada y condenada, y que luego, descubrimos, tenía razón, y se logra el milagro. El único elemento que parece ajeno y hasta hostil a la leyenda de Santa Juana, el de la promiscuidad sexual, no lo es tanto: al menos en el bando contrario se la veía como una mezcla de bruja y putita hábil, como evidencia la Pucelle que presentó Shakespeare en su Enrique VI primera parte.

Entre sus otras provocaciones, Von Trier inventó el movimiento Dogma, redactó su manifiesto, hizo una película (Los idiotas) ateniéndose rigurosamente a sus parámetros para mostrar cómo se hacía, y después los dejó para la gilada; en Los idiotas, también, incluyó escenas de sexo real, en close-ups pornográficos (adjetivo en sentido no moral sino apenas estético); en Dogville desarrolló una película entera en un set con las casas, calles y otras locaciones apenas dibujadas sobre el suelo, demostrando que no faltaba nada, y así arrasó con algunas verdades aceptadas sobre la diferencia entre lo teatral y lo cinematográfico; y en Dancer in the Dark (Bailarina en la oscuridad) inventó un género en apariencia imposible: la tragedia musical... Cada uno de sus proyectos se convierte en una respuesta a la pregunta más simple y radical de todas: “¿Por qué no?”.
En Anticristo, la provocación comienza como escándalo estilístico: las tomas de Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg haciendo el amor mientras su niño, descuidado, trepa hacia a una ventana abierta, se asoma y, en cámara lenta, junto con la nieve que flota, sin sonido, bellamente cae a su muerte, son de un esteticismo ofensivo, casi insultante.

Así arranca la historia. Tras un período de internación, y disconforme con el tratamiento que su desconsolada esposa recibe, Dafoe decide llevarla a una cabaña del bosque en un lugar llamado (ja ja) Edén, donde él, comprensivo, paternal y cariñoso, intentará curarla de su trauma. Primera señal de alarma: un padre que ha perdido a su hijo por un descuido de ambos intentará tratar terapéuticamente a la madre que ha perdido a su hijo por un descuido de ambos: pocas veces en la historia del relato occidental alcanzó la hubris trágica, esa arrogancia o exceso de confianza que los dioses griegos elegían como blanco favorito de sus venganzas, cimas tan altas. Uno presiente que, de acá en más, todo lo que le suceda a Dafoe lo tendrá bien merecido: los dioses nunca dejarán pasar semejante dulce sin probarlo.

Pero eso sería si la espesura del bosque norteamericano estuviera habitada por ellos, con su corte de ninfas y sátiros. Mala suerte: los dioses griegos nunca cruzaron el Atlántico. Quien sí lo hizo, como polizonte en alguno o en todos los barcos que fueron llegando, fue el demonio de los cristianos, también conocido como el Anticristo.

A partir de aquí la dinámica de la película de Von Trier se inserta en un poderoso modelo de historias de parejas que, en un aislamiento geográfico o meramente emotivo, dedican todas sus energías a aniquilarse: desde las piezas pioneras de August Strindberg, como La danza de la muerte y El padre, a ¿Quién le teme a Virginia Woolf? de Edward Albee (la única con final feliz), la más comercial La guerra de los Roses de Danny DeVito y la despiadada y oscura Bitter Moon (Perversa luna de hiel), una de las mejores películas de Roman Polanski. La guerra de los sexos, siempre que sea a muerte, rinde, en las tablas y en la pantalla.

La diferencia, acá, está en el bosque. El bosque es la selva oscura de Dante, lugar de la perdición y los instintos primordiales; es el lugar terrible de los cuentos infantiles, donde el lobo embosca a Caperucita y Hansel y Gretel caen en manos de la bruja caníbal. De manera menos metafórica, más directa e inmediata, el bosque primordial fue para los puritanos que se establecieron en un bordecito de playa de Nueva Inglaterra lo que el desierto para nosotros: el mal de la extensión, de lo salvaje, lo opuesto a lo civilizado: lo que siempre estaba, como la selva de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad o la de Aguirre, la ira de Dios de Werner Herzog, presto a devorarlos, por fuera y por dentro. Para los colonos de Nueva Inglaterra, en el bosque habitaba el diablo: allí se dirigían las brujas para firmar su nombre en su libro, con sangre, allí se realizaban los aquelarres, allí se enterraba a los niños asesinados. De esos senderos se volvía para siempre cambiado.

El personaje de Charlotte Gainsbourg, pronto nos enteramos, estaba escribiendo, en la misma cabaña del mismo bosque, una tesis sobre el feminicidio, más precisamente sobre la manera en que los hombres crearon la figura de la bruja, para luego, a través de ella, castigar y exorcizar cualquier intento de las mujeres por escapar, resistir o aun invertir las estructuras de poder patriarcales. Otro momento para preocuparse: si una película de Von Trier parece suscribir a una tesis reconfortantemente progre, es el momento de ajustarse los cinturones.

Porque pronto descubrimos, con Willem Dafoe revisando papeles, fotos, que ella es en efecto una bruja, o cree serlo (¿cuál es la diferencia?), que atormentaba al niño de diversas maneras; que, finalmente, lo vio cuando se acercaba a la ventana pero, cogida como estaba en ese momento, no hizo nada por impedir su caída, y alcanzó el clímax en el momento de su muerte. El sexo aniquilador, absoluto, y el infanticidio han sido desde siempre dos rasgos constitutivos del ser bruja.
En otra escena memorable, ella, cuando el marido intenta alejarla, comprensivo del sexo-desatado-entregándose-al-cual-ella-busca-tapar-su-dolor, sale desnuda al bosque y, al pie de uno de sus grandes árboles, se masturba desaforadamente, retorciéndose, uniéndose a las grandes raíces; él sale, y como para mostrar que sigue siendo útil, consiente en “satisfacerla”. Si la escena es erótica, lo es de modo muy perturbador: Willem Dafoe, con todo su tamaño y sus músculos, parece poco más que un dedo más grande.

Ella, o tal vez su demonio femenino que la ha poseído, odia al hombre que la somete y domina con sus buenas intenciones y su comprensión, odia al niño que la convierte en madre y la separa del caliente mundo del sexo sin barreras, odia al falo que le da el goce, pero también podría negárselo: no sorprende, entonces, que el acto sexual más explícito y sofocante de la película sea aquel en que descubrimos, flashback mediante, que ella deseó la caída del niño; aquel en el que golpea con un tronco los testículos de su marido, desmayándolo, y luego masturbándolo hasta hacerlo eyacular sangre (Bataille, de haber vivido para verlo, podría haber dicho: “No se molesten en leer El erotismo, basta con ver esta escena”); y tampoco sorprende (aunque sí da un miedo de película) que tras esto se inflija con un par de tijeras una clitoridectomía casera. Esta práctica, execrada con razón por feministas y activistas de los derechos humanos de gran parte del mundo, deviene aquí automutilación desesperada de monje medieval: la versión femenina de Orígenes.

Este es el sexo de Anticristo: aquel que abomina de la procreación, aquel contra el cual advierten, con razón, los sacerdotes y los lleva a practicar como una rutina los abusos sexuales, el que llena de crímenes pasionales y violaciones las páginas policiales, el que Bataille hermana con la muerte y la tortura, el gran enemigo de la civilización tal como la conocemos; el que llevó a Freud a la trágica resignación de El malestar en la cultura, de que no hay reconciliación, ni superación posible, sino mera lucha eterna y treguas temporarias, entre el impulso de la satisfacción de los deseos, que es el de la felicidad, y los requerimientos de la vida ordenada en comunidades organizadas.

En Cannes 2009, la película de Von Trier recibió el primer anti-premio jamás otorgado por el jurado ecuménico, “al autoproclamado mejor director del mundo, por su película más misógina”, explicación que dice más sobre quienes lo otorgaron que sobre el premiado. Quién sabe si es el mejor director, pero sin duda es el único que, hoy, sigue creyendo en un cine donde son posibles películas como Salò de Pasolini.

La etiqueta de provocador, entonces, a Lars Von Trier le queda corta por donde se mire. Esto no es provocar. Esto es buscar las verdades insoportables en la médula de los espectadores. No nos ayuda a entender sino a tomar conciencia de todo lo que no entendemos.
Uno sale de ver una película como Las brujas de Salem de Nicholas Hytner, por ejemplo, sacudiendo la cabeza, chasqueando la lengua y pensando “qué cosa, estos puritanos, cómo cazaban brujas”, y se va a dormir tranquilo. Uno sale de ver Anticristo estremecido de pena y espanto, cargado de compasión y terror (porque no hubo catarsis alguna); y esa noche no duerme."

domingo, 27 de mayo de 2012

SOKUROV (O LA FUERZA Y LA ESPERANZA EN EL ARTE)




    Cine y pintura
    La cuestión de la relación entre cine y pintura es muy importante. En efecto, el primer signo de acercamiento de una imagen al nivel del arte se produce si la imagen lleva la impronta del arte. Hasta el presente, la pintura, el dibujo, llevan esta impronta, la escultura… La foto, menos. Y si el cineasta moderno se apoya sobre las tradiciones, la tradición que existe en la pintura, si eso se produce, si se comprueba que eso es posible, existe la posibilidad de crear nuevas obras de arte. ¿Qué es lo que nos une a la pintura? Es el hecho de que, a pesar de todas las estratagemas, el cine y la pintura son, sin ninguna duda, fenómenos planos. No tienen relieve. La imagen en el cine se proyecta sobre una pantalla plana. Antes de eso, esta imagen toma forma sobre la superficie plana del negativo. Todas las propuestas sobre la creación de volumen en el cine no son pues sino un juego o un error. A mi entender, hay que hacer el máximo para obtener resultados artísticos parecidos a los obtenidos por los pintores. Así se podrá decir que una obra de arte cinematográfica, una verdadera obra de arte, ha nacido al fin. La óptica nos estorba, eso es seguro, porque la óptica destruye… Ella intenta jugar con el espacio y engañar a todos. No por mucho tiempo. Pienso que los cineastas serán llevados a combatir la ilusión óptica y a ocuparse del arte plástico. El arte plástico plano, privado de perspectiva literal o fisiológica, puede llegar a ser atractivo por su resultado que nos permite hablar de arte. En la imagen plana, hay algo que queda reservado, que queda no dicho para nosotros espectadores. Bien, lo que distingue al arte, es el misterio, los límites de lo que dice, una limitación de lo que podemos ver y experimentar inmediatamente. Hay misterio. Una imagen plana nos da ese misterio.
    Los grandes maestros
    La pintura de los siglos XVII, XVIII, XIX, es sin duda la que yo prefiero. Es la época en que existía la escuela de pintura, un gran dominio del oficio, verdaderos grandes nombres. Además, existía el vínculo entre la tradición de la pintura y una cultura religiosa bien fundada, muy importante para el arte. La estabilidad es muy importante. Yo diría incluso, una especie de conservadurismo. La época contemporánea, el siglo XX, me interesa menos pues los grandes nombres son inexistentes, incluso si son conocidos. Los cuadros de ciertos artistas contemporáneos se venden por millones de dólares, pero el dinero no significa nada. Pero los nombres del nivel de un Rembrandt, de un El Greco o incluso de un Turner, no existen. Nadie me convencerá de que Picasso está a la altura. Picasso es universal, es una figura cultural del siglo XX, un hombre universal, pero no un Rembrandt ni un El Greco. Aparte de eso, hay que notar que los pintores del siglo XIX prestaban gran atención a la pintura de paisajes. Tenían un notable dominio del arte del retrato, que no tienen los contemporáneos. Estos últimos no tienen una tradición en materia de paisajes que sea de valor y los resultados no son convincentes. Con seguridad, también están muy atrás en retratos, y eso es un problema importante de las artes plásticas de nuestra época. La ausencia de retratos perfectos y sublimes, y la falta de resultados fundamentales en pintura. Por ejemplo, la obra de Turner, a mi entender, ha anticipado e incluido todo lo que pudieron hacer los impresionistas, con tantos colores. Turner no es muy conocido, pero muchos admiran a los impresionistas franceses. El arte fundamental ya existe, la pintura existe. No se los puede negar o decir que han perdido su importancia fundamental y universal.
    La música
    Sí, en efecto, eso es lo que se produce: el sonido es el alma, la imagen son los pies. La imagen nos guía, el sonido nos hace despegar. La imagen permite caminar, y el sonido, volar. Se lo puede decir así. El sonido es más libre, es más universal y más espiritual que la imagen. Y ese carácter libre, universal, esa espiritualidad, hace del sonido un factor completamente único. Pienso que somos, muy simplemente, los herederos de esa gran sacudida emocional que cada uno de nosotros experimenta en la escucha intensa de una gran música. Sin música, no hay gran literatura y quizás no hay gran dramaturgia, sin esa armonía de sonidos. Sólo la música hace la armonía. Los ambientes, los sonidos solos, no hacen la armonía, con seguridad. La música es la armonía. Ella anticipa todo lo que se crea en las otras artes. Ella absorbe y expresa. Arquitectura, pintura, dramaturgia, prosa, poesía, la música absorbe todo, incluye todo, generaliza… todo eso. Es, para las artes, la gran Dama. Es como algo que todo el mundo va a adorar. Verdaderamente. Es por eso que la cultura de la música en un film tiene una importancia enorme, pero debo decir que, desde mi punto de vista, la música no debe ilustrar. La imagen y la música son seres independientes que viven en el mismo film. Son una especie de gemelos, pero que viven independientemente. Algunas veces, pueden unirse para formar un dúo, la imagen y la música. Pero en general, una y otra tienen tareas diferentes, completamente diferentes. Los pensamientos, la filosofía, las emociones evocadas por la música, son una cosa, y el mundo de los pensamientos, las emociones, nacido del trabajo de la imagen es completamente diferente. Idealmente, se puede ver el film, y escuchar su versión en audio, cortar la imagen y escuchar sólo la banda de sonido. Para cada uno de nuestros filmes intentamos crear un "film radio" así. Escuchando Madre e hijo, Padre e hijo, Una indiferencia dolorosa, El día del eclipse e incluso El arca rusa, se percibe que esas dos constantes artísticas coexisten sin duda en las obras. Y eso me encanta.
    En torno al montaje
    Para mí, el montaje es uno de los problemas esenciales del cineasta. Antes, era uno de esos medios técnicos que definen el cine, o, por así decir, justificaban la existencia del cine, acercándolo al arte. Sin eso, nosotros no estábamos del lado del arte. Era el instrumento del que disponían los grandes realizadores y documentaristas como Igravolkin. En los años veinte, algunos partían de un buen principio, el cine estaba en una época en la que se constituía una teoría y una práctica del montaje, teoría y práctica. Nadie sabía lo que se avecinaba, a dónde lo llevaría eso. Eisenstein siguió la teoría del montaje de Taksionov. Los cineastas soviéticos Pudovkin y Kuleshov se consagraron igualmente; Vertov también se preocupó por el montaje. Los montajes de Griffith consiguieron un franco éxito. Eran los inicios del cine. La fascinación por el montaje que se impuso en los primeros años ha desaparecido. Poco a poco, el montaje ha cedido el lugar a otros elementos del lenguaje cinematográfico. A decir verdad, cuando se habla de montaje, es como si habláramos de la letra A del alfabeto, la primera letra. No se sabe si hay otras letras, si están escritas o no. Hoy no se sabe. Si existe hoy en día un abecedario del cine, no se sabe. Todavía no, creo yo. Pero con respecto a eso, yo tengo decir que en el montaje reside la esencia del cine. El cineasta soviético Romm, en sus cursos en el instituto cinematográfico, llamaba la atención de sus estudiantes sobre el hecho que los primeros montajistas habían sido los escritores. Y en no importa cuál obra literaria, hay un juego de montaje. Es un himno al montaje. Porque el escritor desplaza la atención de un punto a otro, describiendo al principio el contexto general, por ejemplo la residencia en la que se sitúa la acción. Pero luego pasa a lo que nosotros llamamos la descripción del personaje principal, cómo se viste, el calzado, después las manos, la silueta. Hay pues un plano general, un primer plano, un plano medio. La literatura, sobre todo la del siglo XIX, como la del inicio del XX, preparó, por así decir, al montaje cinematográfico. Lo preparó humanamente, no por la técnica. Y técnicamente, fue la salida que el cine dio a la situación, buscar algo para abrir esa pista... Hoy en día, es más que evidente, el montaje ocupa un lugar menor en el cine. Es una broma para el cineasta, su juguete. La manera en que el montaje envejece, las formas, el estilo de montar, nos permiten conocer la antigüedad de un film. Ni los vestuarios, ni el comportamiento de los actores, ni la música, ni el decorado, nada se consume tan rápido como el montaje. El montaje es un medio cinematográfico rudo, rígido y muy tendencioso. No hay nada parecido en la literatura, ni en la música, donde ahí también se unen diferentes elementos. De hecho, es un fenómeno complejo, imperceptible. La experiencia y el tiempo demuestran que allí donde los cineastas utilizan el montaje con mucho cuidado, no haciéndolo su prioridad, artísticamente, en la creación de una obra, el film tiene la posibilidad de sobrevivir. Allí donde los cineastas manipulan el montaje, con sus asistentes, experimentan, el film se deteriora. Ese cine se deteriora rápido. Es lo que yo llamo la cultura moderna del video-clip. Muere rápidamente, de ser tan agresiva y tendenciosa. Es el gran problema científico del cine. No es tanto un problema artístico sino científico. Porque es una manera de organizar la fisiología del cine.
    El amor y la muerte
    Puedo decir que la muerte en sí misma no me interesa. En ella, todo se comprende. Las condiciones en las que se produce no solamente nos tocan, sino que nos hacen comprender lo que ella es. Son aspectos que no nos gustan, que nos recuerdan que vamos a morir. Este tema está casi prohibido. Es duro, increíblemente duro. Eso me interesa, el esfuerzo que hace el ser humano para, por un lado, olvidar la muerte que lo acecha, y, por el otro, luchar contra ella. Lo que resiste me interesa. Es verdaderamente eso lo que me habla. Eso que se deja ir, eso que es débil, que zozobra, no me interesa mucho. Pienso que el arte debe aportar la fuerza y la esperanza, la fuerza y la esperanza. En ese sentido, el film Madre e hijo es verdaderamente sorprendente, sentimentalmente sorprendente, porque da lugar a un ciclo de filmes que hablan de un exceso de amor, de demasiado amor. Nunca hay suficiente. Pero cuando hay demasiado, es una situación difícil, un problema complejo. En general, se habla de lo que nos falta, pero no se aborda casi nunca la cuestión de la demasía. En este film y en Padre e hijo, y en el tercero de este ciclo, Dos hermanos y una hermana, hablo de personas que tienen demasiado amor, de ese estado, de la manera de controlarlo. La madre ama tanto a su hijo que no puede vivir sin él y el hijo ama con tanta fuerza a su madre que no puede vivir sin ella. Se produce una situación paradójica, horrible, dura, en la que no hay víctimas. No son necesarias. Como siempre, el exceso es peligroso. Es así, exactamente. Nuestro film va al encuentro de La Pietà. En la religión, La Pietà es María, una mujer con un hombre en los brazos, María con el Cristo en brazos. En nuestro caso, todo se invierte. El hijo lleva a la madre en sus brazos. No es una metáfora evidente. Debemos meditarla. Es un camino, una salida. La esperanza, la fuerza de esperar. La fuerza de la felicidad, si tú quieres. ¿Por qué es tan bello que alguien te tome en los brazos? La mayoría de la gente no tiene esa esperanza y no la tendrá jamás. Nadie es así. Es un cuento. Madre e hijo, Padre e hijo, son cuentos, personajes de cuentos. Eso que vemos no existe, pero sería agradable que existiera…

sábado, 26 de mayo de 2012

TODO UN PALO...




Pablo Trapero, una vez más, da muestras de su acabada precisión narrativa a la hora de contar una historia. Elefante Blanco, su última película, es un eslabón perfecto en esa cadena contundente de representaciones sociales que responde a la denominación de "obra cinematográfica".
Si en "Mundo Grúa" -la historia de un operario entrañable que busca reinsertarse en el mundo del trabajo- la violencia era simbólica y quien ejerce la violencia no llega a ser visibilizado, en "El bonaerense", "Leonera" ,"Carancho" y ahora con "Elefante Blanco", el director sube la apuesta y presenta la violencia de los escenarios en los que se mueven los personajes en tu esplendorosa desnudez. El mercado de trabajo de un obrero es reemplazado -sucesivamente- por la policía bonaerense y su complicidad con el delito, el sistema penitenciario federal, los abogados carroñeros y, finalmente, las villas y su relación con la iglesia católica.
Ya no se trata solo de la ausencia del Estado y sus políticas de inclusión, y de las marcas que esta ausencia deja en los cuerpos solitarios, sino de la violencia explícita que esa ausencia genera en determinados contextos sociales que -en el abandono- se organizan alrededor de sus propias leyes.
Es justamente en ese sentido que Elefante Blanco resulta una experiencia tan necesaria como demoledora. No hay -como en los anteriores películas del director- posibilidad de redención para sus personajes. La película tiene reminiscencias directas con la inolvidable Ciudad de Dios, y también -en el sentido de la ausencia total de esperanza que impregna al espectador- de la serie local "Tumberos".
Lo que vemos es la forma de vida en un solo mundo. Ese mundo (hasta el final de la película) no entra en conflicto más que consigo mismo, con sus propias imposibilidades de ser algo distinto de lo que es. Ese mundo -el mundo de la villa- es acompañado por los curas -solitos y solos- que intentan ordenar lo que allí sucede. Ordenar no es modificar. Ordenar lo que existe sin poder modificarlo - y esto lo sabe cualquier ama de casa- puede enfermar hasta la locura. La política, a través de sus diversas facciones (básicamente la institución policial y la eclesiástica) funciona -simplemente- dejando que en el lugar que esas personas tienen asignado para vivir puedan arbitrar sus propios códigos, su propia normativa. No se niega su existencia, tan sólo la posibilidad de intervenir sobre ella. Los mundos sociales parecen definitivamente configurados. En ese marco, la intervención estatal debe ser al sólo efecto de la prevención. Funciona como un dique que busca contener al río cada vez más revuelto.
El final de la película es brutal al mostrar cómo funcionan nuestras instituciones cuando los villeros no respetan ni la jurisdicción ni a los terceros no comprendidos en la aplicación de sus leyes, excediendo los parámetros del contrato social que -sin saberlo- tienen firmado con los políticos de turno y con buena parte de la sociedad que -deliberadamente- vota pensando en que el tipo del cartel le garantice que los productos tóxicos producidos en las villas no se derramen sobre las avenidas de la gran ciudad.
Ver "El campo", otra película argentina estrenada recientemente, después de haber visto la película de Trapero, resulta interesante por el marcado contraste entre los dos films.
Al igual que en elefante blanco, acá tampoco aparece nunca la ciudad. La diferencia es que una película muestra un ámbito generado por años y años de vaciamiento del estado y la otra muestra un ámbito tan natural como abundante en nuestro país, en un principio presentado como "salvaje" (por el querido Domingo Faustino, ya sabemos), y ahora, vuelto a idealizar por muchos ante la furia caótica en la que se vive en las grandes ciudades.
"Elefante Blanco" es un drama colectivo, social, mientras que "El Campo" plantea -con un minimalismo con sabor a poca densidad, hay que decirlo- el drama existencial de una pareja que busca redimirse en las afueras de la civilización.
El campo, la ciudad y la villa como el hijo no deseado de esta última, Tan lejos y tan cerca uno de otro. Los tres escenarios en los que -hoy como ayer- se debaten (o se debieran debatir) las posibilidades sobre cómo vivir juntos bajo el mismo cielo.

lunes, 19 de marzo de 2012

EL PROVOCADOR...






Ir al cine es, seguramente, una de las cosas que más disfruto. Si la experiencia es intensa, mi percepción sólo queda activada en función de aquello que se proyecta en la pantalla. El mundo exterior se disuelve. Una gran película, como un gran libro o una gran obra de teatro, tiene el efecto inmediato de un estupefaciente: la separación total de un cuerpo de la cotidianeidad que lo envuelve.
Por eso, en caso de ir acompañado, estudio la relación entre mi estado de ánimo, la persona elegida y la película o la obra señalada. La personas que me acompañan son dos o tres, justamente porque se trata de aquellas personas con las que comparto más que dos o tres cosas. Y es que uno no puede entregarse a una experiencia si la persona que está al lado no se encuentra atravesando un viaje similar. Finalmente, todo, entonces, queda supeditado a mi estado de ánimo.
Vuelvo a la soltería después de más de un año, encuentro en el cine Gaumont gran cine a bajísimo costo. Gusta. Compro.
"Enter the void" es el último largometraje del franco-argentino Gaspar Noe, director de la inolvidable "Irreversible".
La película es una experiencia de los sentidos y de la imaginación (¿no es eso, acaso, el arte en estado puro?). Es un ejemplo -uno más- de que, muchas veces, la forma es más importante que el contenido. Y es que, tanto en "Irreversible" como en "Enter the void", los guiones son tan correctos como elementales, como así también los diálogos entre los personajes; no así la forma de narrar la historia. El manejo de las cámaras, de la luz, del sonido y la fotografía es vital para crear un mundo corrosivo, en el que se borran los límites entre lo real y lo fantástico. Una fusión salvaje y abrumadora de sueño y realidad.
En un caso -irreversible- se trata de la historia de una venganza por una violación; en el otro -enter the void- la vida desangelada de dos hermanos -huérfanos por el accidente de sus padres- que deciden ir a Tokio (donde serán traficante y striper respectivamente)en una especie de fuga hacia adelante de sus vidas atormentadas.
Esta última película marca, tal vez, un punto de inflexión en la filmografía de Noe. Como lo fue "Imperio" para David Lynch (hasta la fecha, su última película), se verá como sigue sus pasos un director que parece haber explorado los límites de su posibilidad estética, ante lo cual, el horizonte creativo se acompleja, y repetirse (y repetirse es arruinarse) es el eslabón a la vez más temido pero también mas arduo de quitar de la cadena.
Mientras tanto, vale decir que -dejando de lado a los grandes clásicos- el cine de Gaspar Noe, como el cine de David Lynch, el de Gus Van Sant, el de Michael Gondry y- fundamentalmente- el de Lars Von Trier es el único cine que se representa experiencias estéticas de la imaginación y los sentidos.