En su libro "Es la ekonomía, estúpido", publicado
antes de las elecciones de 2011, Maximiliano Montenegro - luego de analizar las
medidas económicas del gobierno de Néstor y del primer gobierno de Cristina-
enumera las que, a su entender, son las grandes falacias de la economía
argentina.
Lo que habría que revisar es cuantas de estas falacias
efectivamente lo son, en el sentido de que hayan sido pronunciadas por los
funcionarios del gobierno como verdades irrefutables. Por ejemplo, la falacia
uno dice: "la pobreza disminuyó ininterrumpidamente en la era K".
Está bien ver si esto es así o no, pero también hay que chequear de dónde salen
los enunciados que se pretenden atacar en su veracidad.
No sea cosa de hacer lo que hace Lanata, cuando
-increíblemente- él mismo se da pie para atacar a un funcionario. Así pasa
cuando lo nombra a Kicillof. Dice, "este chico Kicillof...bueno, ya no es
ningún chico, ya es un boludo importante." Es increíble porque -desde el
gobierno- jamás escuché a nadie referirse a Kicillof en los términos de "chico",
independientemente de que parece mucho más joven de lo que es. Lo de
"chico" surge de Lanata, por eso digo que él mismo se da pie para
luego atacar...
FALACIA 1: "LA POBREZA DISMINUYÓ
ININTERRUMPIDAMENTE EN LA ERA K"
El relato oficial sugiere que la gestión K fue un
proceso ininterrumpido de mejora social. Revirtió los abrumadores niveles de
exclusión de la noche menemista. Y hoy se acerca a los parámetros mínimos de pobreza
y desigualdad de principios de los años setenta, previos a la etapa del ajuste
neoliberal inaugurada por el Rodrigazo y la dictadura.
Es el cuento que narran las cifras del INDEC. Lo
cierto es que en la primer etapa (2003-2006), los indicadores sociales mejoran
notablemente frente a los picos de la crisis gracias a la potente reactivación,
con gran creación de empleo y baja inflación. El gobierno, además, impulsó la
recomposición del poder adquisitivo de los trabajadores -pulverizado por la
devaluación- con decretos de aumento salarial, que motorizaron el mercado
interno, hasta que arrancaron por sí solas las negociaciones paritarias.
En este lapso, la pobreza bajó de un 54 % hasta el
26,9 %
La segunda época es menos virtuosa. Reaparece la
inflación y en especial se dispara el costo de la canasta de alimentos. Salvo
en los índices de Moreno, la franja de trabajadores informales no logran
acompañar el alza de precios, y sólo los asalariados en blanco negocian
aumentos que empardan la inflación. La generación de empleo es más moderada. La
fuga de capitales, el conflicto con el campo, y la crisis internacional golpean
la actividad económica hasta desembocar en la recesión de 2009.
En una tercera etapa, abierta tras las elecciones de
2009, el Gobierno volvió a armar la red de planes de transferencia directa de
dinero a los pobres con el objetivo de revertir el deterioro causado por la
inflación y el estancamiento del empleo. Con el plan Ingreso Social con Trabajo
y la Asignación por Hijo, los programas sociales recuperaron terreno y llegaron
al 4,2 % del gasto público.
Sin embargo, pese a la ampliación del Estado de bienestar
y a la fuerte reactivación, es difícil afirmar que el escenario social de 2010
sea mejor que el de fines de 2006. Con el repunte del consumo, los precios
volvieron a acelerarse y en el caso de los alimentos superaron el 35 %. En
paralelo, no se evidenció una baja relevante del empleo en negro y la ocupación
creció a ritmo muy lento.
El INDEC oculta -como mínimo- casi la mitad de los
pobres en la Argentina: unos 4, 5 millones de personas. El organismo
contabiliza 4,8 millones, mientras que en la estimación académica más cauta son
9,3 millones.
El regreso de la inflación en los últimos cuatro años
le trazó un límite a las mejoras sociales, en una economía que ya no origina
puestos de trabajo como en los primeros años del modelo.
La persistencia de niveles de trabajo en negro
cercanos al 40 % es otra de las causas que explica que convivan baja
desocupación con pobreza elevada. En medio de un proceso inflacionario, ese
núcleo duro de pobreza tiene menos chances de mejorar su situación, porque
corre siempre detrás en la negociación salarial. De ahí que la brecha entre
remuneraciones en negro y en blanco se amplíe aún más en los últimos años.
FALACIA 2: "EL GOBIERNO COBRA MÁS IMPUESTOS A LOS
QUE MÁS GANAN"
Para consolidar un sistema tributario progresivo es
necesario recaudar más impuesto a las Ganancias, el gravamen clásico para
distinguir a aquellos que les va mejor que a otros.
Si la Argentina lograra recaudar 2 puntos del PBI
adicionales en impuesto a las Ganancias a las personas físicas, el Estado
embolsaría $ 28.000 millones extra, suficientes para triplicar la Asignación
por Hijo.
¿Utopía? Sólo significaría acercarse a lo que recaudan
Brasil o Chile de impuesto a las ganancias: 7,7 del PBI y 8,4 respectivamente.
En nuestro país, en cambio, se recaudan 5,4 puntos del PBI: 3,8 sobre empresas
y apenas 1,6 sobre las personas.
Utopía sería acercarse a los sistemas impositivos de
los paises desarrollados. En Estados Unidos ingresan al fisco 13, 5 puntos del
PBI en Ganancias (10,2 sobre personas físicas) y en Europa 13,4 del PBI (10
puntos sobre individuos).
Como contraste del bajo nivel de cobro de ganancias
personales, en Argentina es elevado el peso de los impuestos que gravan el
consumo de bienes y servicios, fundamentalmente el IVA.
La administración K nunca impulsó una reforma
impositiva que dotara de progresividad al sistema. Dicha revisión debería
empezar por eliminar exenciones al impuesto a las ganancias, como la renta
financiera y las ganancias de capital, que hoy casi no se consiguen en el resto
de Latinoamérica.
En el Congreso duermen en los últimos años varios
proyectos para imponer las rentas financieras y las ganancias de capital por la
compra-venta de títulos y acciones. No sería algo revolucionario, ni mucho
menos. Es la norma en Estados Unidos y Europa. Y a esta altura también es regla
en la mayoría de los países de la región.
FALACIA 3: "EL GASTO PÚBLICO PRIVILEGIA A LOS MÁS
POBRES"
La asignación universal por hijo es el programa de
redistribución de ingresos emblemático de la era k. Esa formidable y demorada
medida luce exigua frente al subsidio estatal al consumo de los sectores
acomodados.
En 2010, la AUH implicó un gasto de $ 6.340 millones.
En el mismo año, el Estado erogó más de $ 40.000 millones en subsidios a la
energía, transporte y al sector agroindustrial. Sólo se consideran aquí las
transferencias corrientes a empresas con el objetivo de abaratar tarifas de
luz, gas, combustibles y transporte, y, en teoría, también el precio de los
alimentos.
Una estimación conservadora indica que alrededor de $
16.000 millones se dirigieron a congelar tarifas de familias de clase
media-alta y alta o mejoraron la rentabilidad empresarial; es decir, engordaron
los bolsillos de quienes no lo necesitaban.
Kirchner siempre se guió en este asunto con un
criterio político: temía la reacción que un deshielo tarifario podía ocasionar
en la opinión pública de clase media del área metropolitana.
"Descongelamos tarifas si lográs que no aparezca en tapa de Clarín",
respondía con ironía a funcionarios que le sugerían un esquema de salida. Tal
razonamiento suena absurdo a la luz de la guerra posterior con el Grupo."
FALACIA 4: "SE INTERVINO EL INDEC PARA PAGAR
MENOS A LOS ACREEDORES"
Al subestimar los índices de precios, el INDEC
sobrestima el crecimiento del PBI. Desde el canje de 2005, el Estado liquida
todos los años un premio a bonistas, el llamado "cupón PBI", atado al
crecimiento del año anterior por encima de cierto nivel. Así que al inflar el
crecimiento el INDEC también agranda el monto que cobran los acreedores por
este concepto.
El INDEC no falsea los índices para que el Estado
tenga que pagar menos deuda, sino que -en pleno proceso inflacionario- lo hace
para contabilizar la menor cantidad de pobres y, de esta manera, no perder
rédito político.
FALACIA 5: "LOS JUBILADOS NUNCA ESTUVIERON
MEJOR"
La política previsional de la era K tuvo tres
capítulos sobresalientes. En primer lugar, priorizó una redistribución al
interior del sistema jubilatorio. Durante los primeros cuatro años de la
gestión de Kirchner se optó por recomponer las jubilaciones mínimas -por arriba
de la inflación- financiando esos aumentos con el congelamiento de los haberes
más altos, en particular superiores a 1.000 pesos.
Se "acható la pirámide" de prestaciones,
emparejando los haberes: hoy el 73 % de los jubilados reciben la mínima frente
al 16 % en 2001.
Esta situación disparó una catarata de juicios contra
la ANSES por las dispares liquidaciones efectuadas entre 2002 y 2006. En ese
lapso, a quienes cobraban por encima de la mínima hasta $ 1.000 se les aumentó
sólo 22 % y para los que percibían más de $ 1.000 la mejora fue de apenas el 10
%. En noviembre de 2007, en el famoso caso Badaro, la Corte Suprema dictaminó
en favor de un jubilado con un haber superior a $ 1.000 y ordenó a la ANSES un
reajuste del 88,6 %, al tomar como referencia la evolución salarial durante el
período. El desfasaje que se había acumulado era enorme y la Corte ordenó
compensarlo.
Hasta ahora la estrategia oficial fue el
reconocimiento individual ante cada fallo. Se abonan unas 20.000 sentencias por
año, con un costo anual de $ 3.000 millones.
El segundo capítulo de la política de la ANSES fue la
"universalización". Mediante la llamada moratoria previsional se
facilitó el acceso a una jubilación a los trabajadores en edad de retiro que no
sumaban los años de aportes requeridos por la ley. Aunque fue urticante para
quienes dentro del sistema contributivo perdieron poder adquisitivo durante
estos años, fue una decisión política necesaria en un país en el que, desde
hace dos décadas, 1 de cada 3 asalariados se desempeña en negro, sin obra
social ni aportes previsionales.
En 2005, sólo el 55 % de las personas en edad de
retiro cobraban jubilación, proporción que se elevó al 88 % a fines del 2010.
El tercer capítulo fue la ley de movilidad, aprobada
en octubre de 2008, que estableció que los haberes se actualizarían,
automáticamente, dos veces al año. Fue un paso trascendente en respuesta a los
fallos de la Corte. Los aumentos ya no dependen del anuncio del Gobierno de
turno y se reconoce que la jubilación debe guardar relación con los salarios.
Implica, además, que en adelante ningún gobierno podrá hacer lo mismo que hizo
la propia administración K hasta 2006: congelar una franja de los haberes para
mejorar otros.
Cualquier proyecto para mejorar los ingresos del sector
pasivo sólo sería viable con una reformulación de la recaudación y gastos en el
presupuesto. Entre las alternativas se cuenta una reforma impositiva (como ser
eliminando exenciones al impuesto a las ganancias); reestructurar el gasto
público (por caso, recortando subsidios en energía a sectores medios-altos), o
restituir parcialmente aportes patronales.
Sin embargo, el mayor problema del sistema previsional
es otro. El sistema previsional argentino cuenta con 8,5 millones de aportantes
y paga 5,6 millones de beneficios. Una relación de 1,5 activos por cada
jubilado. Antes de la moratoria la relación era 2,15 por cada pasivo. En los
setenta, la ecuación era 4 a 1.
Mientras tanto, 7 millones de trabajadores
(asalariados y cuentapropistas) no realizan aporte alguno. De persistir los
actuales niveles de empleo en negro la relación empeorará. Y con el tiempo
deberá abrirse inexorablemente otra moratoria para incorporar a la jubilación
mínima a una nueva y nutrida camada de trabajadores en edad de retiro sin aportes
suficientes.
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