jueves, 28 de febrero de 2013

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"Manejar los hilos del deseo de la mujer" (Por Elina Weschsler para Página 12)

El obsesivo se defiende encarnizadamente, con sus síntomas, del dolor del amor. Sufre de deseos que lo obsesionan y tiene terror a esos mismos deseos. Enredado en su jaula narcisista, pretende un control total a partir de su yo; la pretensión ilusoria, forzada e imposible, de controlar y manejar los hilos de la escena deseante de su o de sus mujeres.
No puede perder a ninguna, porque cualquier pérdida lo remite a la castración, a un desfallecimiento de su imagen narcisista. De allí su carácter anal, retentivo, en relación con el objeto. De allí su afán de controlarlo todo, especialmente a su objeto amoroso.
Su pregunta esencial es: ¿estoy vivo o muerto? En la modalidad activa, las grandes hazañas yoicas, las necesarias demostraciones de potencia sexual con las mujeres son un intento de sentirse vivo. Dar prueba de que está vivo en la proeza del sexo. En la modalidad pasiva, "el muerto" gana partida y el enganche a la mujer es sólo burocrático, cuando lo hay.
Tanto en la histeria como en la obsesión el goce inconsciente en juego es de carácter narcisista. Pero mientras en la histeria se expresa en la alienación al deseo del Otro -la histérica está a merced del deseo del otro para colmar imaginariamente su falta- , el obsesivo se retrae, se aísla emocionalmente para defenderse. Padece de su pensamiento. Se acantona en sus rumiaciones. Preso de la idealización de sí mismo, cuando en la vida amorosa debe tomar una decisión se escabulle, anulando la pérdida y la ganancia.
El obsesivo siempre está psíquicamente en lucha para no ser sometido por el padre o sus representantes: el jefe, el suegro, el colega. Curiosamente, tal como puntualiza Freud en "Análisis terminable e interminable", muchos obsesivos terminan siendo sometidos no por hombres sino por sus mujeres.
Como lo importante queda siempre para después, arrastra la sensación penosa de no estar presente en los acontecimientos importantes de su propia vida -el matrimonio, la paternidad- por el aislamiento, la desconexión entre la representación y el afecto, una de sus defensas clave. Perdido en el laberinto de un tiempo muerto donde lo significativo queda siempre para después, reforzando su fantasía de inmortalidad, vive sometido al régimen de la duda, de la exhuberancia retórica, a un mundo cerrado donde no hay lugar, en suma, para las vicisitudes de la dramática amorosa.
Podemos situar al sujeto obsesivo como aquel que en el tránsito edípico se sintió fuertemente amado por la madre, que tuvo estatuto de objeto privilegiado del deseo materno y que no ha renunciado a ser ese falo en la escena actualizada con sus partenaires."

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