domingo, 4 de agosto de 2013

FILÓSOFOS EN SU TORMENTA... (CUARTA Y ÚLTIMA ENTREGA DE BOLSILLO)




ORTEGA Y GASSET: Para Ortega, el ser humano es una individualidad; lo que existe es una biografía humana. Considera que el individuo no tiene naturaleza sino historia. Es decir, que nos vamos haciendo y apareciendo a lo largo del tiempo, fabricándonos a nosotros mismos, pero esa fabricación no es algo aislado. En esa fabricación del propio yo no hay que atender únicamente a éste, sino también a la circunstancia determinada en la que el yo está en cada caso tramado, por así decir. Todo nuestro yo no es un yo aislado y antagónico, como el que podía pensar Unamuno, sino que es un yo que tiene que estar de alguna manera haciendo el esfuerzo por ponerse de acuerdo y por rescatar a su circunstancia. La circunstancia es la historia, la circunstancia es la gente que nos rodea, son las ideas imperantes en una época, y hay que salvar esa circunstancia; mi yo no basta, aunque yo me retire a mi torre de marfil, no basta con que yo logre de alguna manera alcanzar una cierta perfección personal si no he logrado levantar y salvar la circunstancia que me rodea, es decir el país en el que vivo. Esta tarea de salvar mi circunstancia, es decir, mi familia, mis amigos, mi comunidad, mi país, mi mundo, es lo que se llama el regeneracionismo de Ortega. De modo que la circunstancia es la articulación de la razón vital con el conjunto de lo dado, en cuanto suma de todos los puntos de vista individuales.
En cierto momento él compara al filósofo como alguien que ha caído del barco, un náufrago en el mar revuelto que debe intentar nadar para salvarse. La filosofía es ese intentar nadar cuando nos estamos ahogando en la realidad en la que hemos caído. No se trata de un pensamiento meramente académico, sino que se trata de la urgente necesidad de saber a qué atenernos, de saber cómo vivir, cómo nos vamos a arreglar con la realidad, que siempre se nos está ofreciendo.

L. WITTGENSTEIN: Su mérito es que puso el tema del lenguaje en el centro de la atención del pensamiento contemporáneo. Los lenguajes que nosotros manejamos de una manera espontánea y reflexiva dan lugar a todo tipo de trampas, equívocos y paradojas.
Su idea central fue que no hay una esencia pura del lenguaje -porque no hay una función básica del lenguaje de la cual todas las otras serían derivadas o dependientes-, lo que hay son diferentes juegos del lenguaje mediante los cuales interactuamos, y las palabras tienen sentido sólo respecto de su uso. Por lo tanto, preguntar por un juego de lenguaje es, en el fondo, preguntar por una forma de vida, de interacción, de convivencia.
Nadie puede tener un lenguaje de significados privados, porque significar quiere decir que uno adopta un símbolo y lo comparte con otros que lo entienden. En esta crítica se produce una importante profundización de la comprensión del lenguaje.
El lenguaje no sólo representa los hechos del mundo sino que también sirve para pedir, orar, preguntar o llamar. No puede reducirse, entonces, el fenómeno del lenguaje a la función descriptiva o informativa. Y cuando se analiza el lenguaje en todas su manifestaciones, se deja ver que se trata de una relación interpersonal. Estudiar un lenguaje, o un uso de un lenguaje, es estudiar una forma de vida social. Y en ella nos relacionamos mediante diferentes juegos. Alcanzar una comprensión adecuada del lenguaje no significa más que comprender los diversos juegos del lenguaje en que nos vemos involucrados.
Su frase más recordada: "los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo".

M. HEIDEGGER: Pretende una renovación radical del pensamiento occidental, o como él prefiere expresarlo, una superación del pensamiento metafísico. Para él, el error de la metafísica -y que se remonta hasta los orígenes del pensamiento- es una confusión entre el ser y el ente. Dios, la naturaleza, son entes. Es decir, en cualquier caso, no importa qué ente de los reales y conocidos, o de los trascendentes, señalemos, siempre es un ente, ya sea del ente en general o del ente supremo (teología); de esta manera  se olvida el ser mismo y se forja un pensamiento exclusivamente cosificador.
El único modo que tenemos de acercarnos a la comprensión del ser es, precisamente, a través de los entes. Ésta es la base, en contenido de Ser y Tiempo, la obra más importante y famosa de Heidegger. El hombre es un ente, pero un ente cuyo ser problematiza su ser constantemente, y que está de alguna manera vaciándose constantemente de su ser, al intentar contemplarlo y aprenderlo.
De este ser-en-el-mundo se puede decir, entre otras cosas, que es un proyectarse en las posibilidades que tiene ante sí en cada caso. Las resoluciones que tomamos a partir de esas posibilidades nos definen y también definen el sentido de las cosas con las que cotidianamente nos involucramos. Como además el ser-en-el-mundo es siempre un ser-con los otros, el mundo es esa trama de significaciones en la que convivimos.
El hombre es consciente de que brota y viene de la nada, y está constantemente como flotando en la nada. Eso produce en el individuo angustia, que es la revelación de nuestra auténtica condición, la temporalidad; somos temporalidad, somos finitud, y es desde esa condición  que se realiza nuestro vivir con los demás, que se desliza una y otra vez hacia la impropiedad, porque Heidegger nos advierte que vivimos impropiamente, porque estructuralmente nuestro ser tiende a perder lo propio. Si lo propio de nuestra condición es la mortalidad, lo impropio es pretender negarla, y esa negación ocurre como caída en la banalidad, en la trivialidad, en la avidez de novedades, en la vida impersonal. Pero la tentación de esa negación es recurrente e inevitable. Hasta el punto que nos perdemos a nosotros mismos.
La idea de Heidegger es que el ser del hombre (el "Dasein") está siempre arrojado hacia sus múltiples posibilidades, pero entre todas ellas hay una que siempre está presente: la de morir. Para Heidegger vivimos huyendo de esta idea del morir, o sea, de la idea de que retornaremos a la nada de la que venimos. La vida del hombre es un entre, y los extremos -la nada del antes y la nada del después- no le pertenecen. La única forma de recuperar un poco de autenticidad existencial es, para Heidegger, vivir de cara a la propia condición de mortales. Es lo que él llama "ser-para-la-muerte".

T. ADORNO: Fue un pensador de tiempos tormentosos. Vivió la revolución rusa y las guerras mundiales, y fue espectador, testigo o parte de innumerables conflictos bélicos que llevaron aparejados destrucción, crueldad y la pérdida de millones de vidas humanas a niveles desconocidos anteriormente en la historia.
El siglo XX se precia de ser fundamentalmente técnico y científico, es decir, profundamente racional. Adorno estudio la racionalidad moderna y concluyó que sí, que los hombres actuales aplicamos la razón, pero sólo en los medios que utilizamos para las cosas, es decir que hay apenas una razón instrumental que analiza cuáles son los mejores medios que hay que buscar para obtener tal o cual fin, los instrumentos técnicos, científicos, incluso los mecanismos de organización social.
Los métodos que se emplearon fueron instrumentos para obtener el poder, el dominio de unos sobre otros, la manipulación de la gente y de las conciencias a través de los medios masivos de comunicación.
Adorno expresó que nuestro mundo está tramado por una tela hilada por la burocracia y la tecnocracia. La libertad personal ha sido destruida por la concentración del capital y por la cultura de masas. La capacidad de pensamiento crítico agoniza. La obra de Adorno se propone, precisamente, socavar los sistemas cerrados de pensamiento y dificultar a la sociedad de todo intento de afirmación no reflexiva.

J. P. SARTE: Mientras que el ser en sí es la materia, lo inerte, lo mecánico, el ser para sí es allí donde la conciencia funciona por aniquilación de contenidos, proyectando una luz y diciendo esto no soy yo. De lo que se trata es que el ser en sí es lo que es y como es, no tiene vueltas, no le falta nada, es. En cambio la conciencia, el ser para sí, no tiene plenitud alguna, está siempre haciéndose, no es nada determinado previamente, de hecho es la nada de su indeterminación, y por ser una nada puede llegar a ser cualquier cosa: un ser para sí no tiene una esencia previa. Se hace mientras vive, y se hace desplegando la libertad que es.
El ser en sí es el ser de lo que hay, de lo dado, en cambio el ser para sí es el ser característico del ser humano, de la conciencia humana. El ser humano está inventándose permanentemente, está creándose determinado por sus sucesivas elecciones.
El ser-en-sí es la total inmediatez de las cosas consigo mismas. Y si la conciencia es conciencia del ser, ha de ser distinta del ser. El ser-en-sí es denso, pleno macizo, idéntico a sí mismo. La conciencia es distanciamiento o separación respecto del ser. De hecho, el ser del hombre consiste en la libertad.
No hay ninguna esencia a las que los individuos se ajusten. Más bien, la existencia de cada uno, al ir realizando su camino hacia la libertad en las diversas situaciones que le toca vivir, determina lo que es. Éste es el sentido de la famosa frase de Sartre: "en el hombre, la existencia precede a la esencia."
En ese sentido es que el hombre se hace a sí mismo. Otra gran frase: "lo esencial no es lo que se ha hecho del hombre, sino lo que él hace de lo que se ha hecho con él"
La libertad pertenece a la estructura misma de la conciencia. Sartre lo marca muy claramente cuando dice que los seres humanos estamos condenados a ser libres. Esta libertad constitutiva se reconoce en la angustia. Es en la angustia donde el hombre comprende su ser como libertad originaria.



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