Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
sábado, 27 de septiembre de 2014
KIRCHNERIANOS...
"Un pequeño ajuste de tèrminos" Por Martín Kohan para Perfil
Me vengo topando con cierta frecuencia con personas visiblemente violentas. Me llama la atención cómo se ponen a insultar de repente, los exabruptos a menudo escabrosos que son capaces de proferir, las agresiones sin fundamento que sueltan desorbitados, el veneno humeante que exudan, lo sacados que parecen estar. En general no los conozco, pues se escudan en el anonimato o en el seudoanonimato; pero tengo entendido que en algunas circunstancias, puestos a explicar el descontrol de sus conductas, suelen dar la siguiente razón: el kirchnerismo. El kirchnerismo tiene la culpa, el kirchnerismo los pone así. Debemos inferir, por ende, si nos atenemos a sus dichos, que en otros tiempos (con De la Rúa, por ejemplo, o durante la presidencia de Ramón Puerta) supieron ser personas respetuosas, bien educadas, equilibradas, correctas, aun para el desacuerdo o la polémica. Pero que el kirchnerismo y sus crispaciones, sus lecturas de Carl Schmitt, sus antinomias, su grieta, los ha condenado a la ferocidad: a ser los violentos que son.
Me guío por lo que dicen y entonces los veo así: como impensados kirchnerianos. No como kirchneristas, por supuesto, ya que discrepan de sus políticas y detestan su ideología; pero tampoco como antikirchneristas sin más, u opositores como somos tantos. Pues lo que en verdad están planteando es que si son como son y si actúan como actúan, no es sino por el kirchnerismo. Es decir, con otras palabras, que el kirchnerismo, según ellos, los constituye: que los produce y los justifica, que les da forma y los determina. De hecho, según parece, casi no logran pensar en otra cosa a lo largo de cada uno de los días de esta vida que les toca padecer, ni hay tema de conversación que a la corta o a la larga (y en rigor de verdad, a la corta) no los lleve siempre hasta ese mismo punto.
Imploro se me disculpe, a partir de ahora, por la indiscreta autorreferencialidad que, a modo de excepción, voy a permitirme. Me ha tocado, en estos años, participar de programas de televisión y de radio conducidos por oficialistas o conducidos por opositores. Me ha tocado escribir artículos literarios para medios oficialistas o para medios opositores. Me ha tocado ser invitado a diversas ferias del libro, a veces por el oficialismo y a veces por la oposición (y a veces por entidades extranjeras que no eran ni una cosa ni la otra). Y he contado siempre con la posibilidad de intercambiar ideas, de debatir, incluso de confrontar. En ocasiones con kirchneristas y en ocasiones con antikirchneristas, con tales argumentos o con tales otros, contra tales argumentos o contra tales otros.
Con los impensados kirchnerianos, en cambio, me resulta bastante más difícil manejarme. No exagero si digo que me apabullan, que me pasman, que me hielan. No exagero si digo que me intimidan. No exagero si digo que me angustian. Ahora mismo, sin ir más lejos, cumplo con mi trabajo y entrego esta columna, y una vaga congoja me invade.
sábado, 20 de septiembre de 2014
LA VIDA ES UNA FIESTA...
“En esta noche me siento contenta”
Por Daniel Link para Soy
Las fiestas tienen buena prensa
(¡festejemos!, ¡festejemos!) y están, por lo general,
sobrevaloradas.
Hace veinte años que no hago fiestas
de cumpleaños propias, y con las ajenas cumplo como un soldado pero
lo que más me gusta es evaluarlas una vez que he dejado el lugar: la
música, la concurrencia, las modas de vestuario (últimamente, he
visto proliferar a chicos con barba usando taco aguja y los perdono
sólo por la juventud soberana de la que son culpables). Añoro las
épocas en que las fiestas estaban llenas de Milhouses y chicas
hormiga (¿qué se hizo de ellos?).
Ni hablar de fiestas multitudinarias:
el otro día, en una reunión de cátedra, porque uno de los más
jóvenes integrantes tuvo la peregrina idea de investigar el asunto,
hablamos de los rituales báquicos, de eleusis, de la suspensión del
tiempo y de los órdenes, del llamado de la tierra, del ritmo y la
danza, del ritornello y de lo comunitario. En un momento me
fastidié un poco y dije: todo esto es muy bonito, pero convengamos
que si uno no está muy drogado, queda fuera de todo el asunto. Y si
queda fuera del asunto es peor que ver la danza orgiástica de Matrix
en cámara lenta: dan ganas de matarse. O sea, que la fiesta tiene
tres intercesores: el ritmo, la droga (o el alcohol) y las
tecnologías que, en última instancia, habría que poner bajo el
rótulo de “tecnologías del yo”.
Y después, además de todo, hay que
recuperarse físicamente porque uno ya está muy mayor como para que
el cuerpo no se resienta.
Las peores son las fiestas programadas,
porque la idea misma de la programación cancela toda posibilidad de
sorpresa, de acontecimiento (sabemos que el acontecimiento es del
orden de lo imprevisible) y, todavía más, las falsas fiestas que
llamamos discoteca. Ir a una discoteca es sumergirse en un universo
de mutuo desprecio.
Añoro las épocas de las primeras
raves, cuando ibamos en grupo de amigos a investigar el
ambiente. Pero ahora me doy cuenta de que hacíamos trampa, porque el
“círculo” que creábamos en verdad impedía la desubjetivación
apropiada al escenario (la música, la desintegración del yo en la
vastedad del horizonte nocturno al aire libre). Para probar lo que
sucedía, una vez fui solo a una rave en medio del campo (no
sé cómo me enteré de su existencia). Llegué demasiado temprano,
no conocía a nadie y cuando la música empezó a sonar no me
gustaba, y los mosquitos ya me habían sacado la mitad de la sangre
de mi cuerpo. Me fui apenas todo comenzaba. Fue mi última rave.
Las que me siguen emocionando son las
fiestas populares, la expresión colectiva de un sentimiento
compartido. Las mejores fiestas son para mí las marchas (de
cualquier índole, incluso la más abstrusamente política). Casi
siempre lloro (lo que no significa demasiado, porque lloro también
mirando películas de Disney, pero se ve que la voz colectiva, en ese
caso, toca una cuerda sensible).
Mis amigos más queridos hacen fiesta
todo el tiempo y yo la paso bien en esas fiestas, pero hasta
determinada hora. Después ya pienso en lo que me va a costar volver,
dormir, despertarme, retomar mis rutinas cotidianas. Además, salir
de una fiesta de día me resulta completamente intolerable. Siempre
les pido a mis amigos que hagan fiestas de 24 horas, de 23.00 a
23.00, pero me miran pensando que soy un reventado.
Digo todo esto y sé que, en el fondo,
odio pasarla mal en una fiesta. Estoy seguro de que el año que
viene, en ocasión de mi aniversario de bodas, voy a hacer una
fiesta. Un fiestón. Si me da un accidente cerebrovascular, ya saben:
la culpa es de la institución matrimonial.
domingo, 14 de septiembre de 2014
LO SAGRADO Y LO PROFANO...
Roger Caillois
El hombre y lo sagrado (fragmento)
" En relación con lo sagrado, lo profano sólo representa caracteres negativos: en comparación parece tan pobre y desprovisto de existencia como la nada frente al ser. Pero, según la feliz expresión de R. Hertz, es una nada activa, que envilece, degrada y arruina la plenitud respecto a la cual se define. Por lo tanto, conviene que un cerco absoluto aísle de modo perfecto lo sagrado de lo profano; todo contacto es fatal para entrambos. "Los dos géneros, escribe Durkheim, no pueden acercarse y conservar al mismo tiempo su naturaleza propia". Por otra parte, los dos son necesarios para el desarrollo de la vida: el uno como medio en que ésta se desenvuelve, el otro como fuente inagotable que la crea, la mantiene y la renueva.
En efecto, de lo sagrado espera el creyente todo el socorro y todo el éxito. El respeto que le muestra está hecho de terror y de confianza. Las calamidades que lo amenazan, y de las cuales es víctima, la prosperidad que desea o que le cae en suerte, se relacionan según él con un principio que trata de aplacar o de constreñir. Poco importa la forma que preste a este supremo origen de la gracia o de las penalidades: dios universal y omnipotente de las religiones monoteístas, divinidades protectoras de las ciudades, almas de los muertos, fuerza difusa e indeterminada que da a cada objeto su excelencia en su función, que acelera la canoa, aguza las armas y hace nutritivo el alimento. Por muy perfecta o primitiva que se la imagine, la religión implica siempre el reconocimiento de esta fuerza con la que el hombre debe contar. Todo lo que él juzga puede ser su receptáculo, le parece sagrado, temible y precioso. Y todo lo que no lo es, se le antoja, por el contrario, inofensivo, pero también impotente y desprovisto de atracción. Sólo se puede desdeñar lo profano, mientras que lo sagrado dispone para atraer de una especie de fascinación. Constituye a la vez la tentación suprema y el más grande de los peligros. Terrible, impone la prudencia; deseable, invita al mismo tiempo a la audacia.
En su forma primitiva, lo sagrado representa ante todo una energía peligrosa, incomprensible, difícilmente manejable, eminentemente eficaz. Todo el problema consiste en captarla y utilizarla a favor de los propios intereses, protegiéndose de los riesgos inherentes al empleo de una fuerza tan difícil de domar. Cuanto más importante es el fin que se persigue, más necesaria es su intervención y más peligrosa su puesta en marcha. No se la domestica; no se diluye ni se fracciona. Es indivisible y está siempre entera allí donde se halla; en cada parcela de la hostia consagrada se halla presente en toda su integridad la divinidad de Cristo, y el más pequeño fragmento de una reliquia no posee menos poder que la reliquia intacta. Que el profano se guarde de apropiarse esta fuerza sin precaución: el impío que acerca su mano al tabernáculo la ve desecarse y convertirse en polvo; un organismo no preparado no puede soportar semejante transmisión de energía. El cuerpo del sacrílego se hincha, sus articulaciones se endurecen, se retuercen, se quiebran; su carne se descompone, y muere pronto extenuado o entre convulsiones
domingo, 7 de septiembre de 2014
GRACIAS POR VENIR...
Lo que pensè fue lo mismo que pensè al enterarme de la muerte de Spinetta: que nunca lo fui a ver. En el caso del flaco, nunca prestè mayor atenciòn a su mùsica; por lo que la palabra arrepentimiento no sirve para describir la situaciòn en la que me vi inmerso; sì en el caso de Cerati: no fui a ver el regreso de Soda Stereo.
Soda Stereo està en el podio. Detràs de los Redondos, claro. Dos lìricas y dos estilos mùsicales que, sin salirse del rock, fueron diametralmente opuestos y complementariamente hermosos. Pero la mùsica y la lìrica de Cerati no toca ninguna de mis fibras ìntimas como sì lo hace la mùsica y la lìrica del Indio.
Con la muerte del ex-lider de Soda, llegaron las palabras, muy precisas, con la dedicatoria del Indio. Le recuerda que va a poder descansar del trabajo que implica tratar de huir de la muerte.
Y a nosotros nos recuerda, que todo, todo, està en nuestra voz.
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