ENTREVISTA AL HISTORIADOR ENZO TRAVERSO PARA "LA NACIÒN"
-En la historia hubo distintas definiciones de la figura del intelectual. ¿Cuál elegiría hoy?
-Ciertamente,
hay varias definiciones de "intelectual" como figura social y muchas de
ellas hoy tienen pertinencia. Si se trata de sugerir una definición
general, para mí el intelectual es un hombre o una mujer que produce
ideas, que trabaja con su pluma o computadora, que produce
conocimientos, que puede crear también -un escritor, un artista- y que
al mismo tiempo toma una posición en el espacio público con respecto a
los problemas del conjunto de la sociedad, en el mundo global. Lo que
hace de Einstein un intelectual no es la creación de la teoría de la
relatividad, sino el hecho de que después de la Primera Guerra Mundial
tomó posición sobre el fascismo, la guerra y la paz, y sobre las
relaciones internacionales.
-O sea, requiere autonomía crítica, perspectiva universalista y capacidad de denuncia.
-Sí,
el intelectual debe tomar posición, aunque también se pueda discutir
sobre las posiciones que toma. No todos los intelectuales tienen esa
autonomía crítica y eso es un problema fundamental que se plantea en la
historia de los intelectuales del siglo XX. Uno de los peligros que
históricamente afecta la figura del intelectual es la caída, la
limitación o la abdicación de su autonomía crítica.
-Hoy se
suele llamar "intelectuales" a profesionales de la academia, profesores
universitarios e investigadores. ¿Hay un abuso del término
"intelectual"?
-El problema no es tanto el abuso, sino que hay
que ser consciente del papel del intelectual y del hecho de que el
intelectual representa hoy una capa mucho más grande que antes. Al final
del siglo XIX, los intelectuales eran una pequeña porción en la
sociedad, que tenía el monopolio de la palabra y de la escritura, y el
espacio público estaba estructurado en torno a esa pequeña capa de
privilegiados. Hoy ser un universitario, un investigador significa hacer
cualquier trabajo y no implica pertenecer a una elite. El abuso puede
darse en la medida en que hoy el universo mediático produce
"intelectuales" y hay mucha gente que es respetada, que tiene una
palabra muy escuchada y cuya autoridad es artificialmente construida por
la televisión. Y no estoy seguro de que podamos llamarlos
"intelectuales".
-¿Por ejemplo?
-Un ejemplo en
Francia es Bernard Henri-Levy. Es la típica figura construida por los
medios de comunicación cuya obra es un apéndice de su papel público como
figura mediática. La industria cultural es la reificación del espacio
público, y en ese espacio se crean nuevas figuras que son productos del
mercado y del capitalismo neoliberal en el campo de la cultura. Y eso es
distinto de los escritores, investigadores, artistas y científicos que
produjeron una obra y que además explotaron su autoridad y su influencia
para tomar una palabra en el espacio público. Es el caso del escritor
Mario Vargas Llosa, a quien admiro mucho como escritor, aunque
políticamente tengo discrepancias de él. Si él es escuchado cuando toma
posiciones sobre un conjunto de problemas políticos y sociales es porque
es una autoridad que está arraigada en su obra.
-Los medios de
comunicación e Internet han modificado las formas de circulación y de
debate de ideas. ¿Qué destrezas nuevas le exigen a un intelectual?
-Hay
una actitud conservadora y muy estéril en quienes rechazan el uso de
los medios de comunicación, como muchos intelectuales en la década del
60 o 70 con respecto a la televisión. Pero otra cosa muy distinta es
plegarse y postrarse completamente a las reglas, las pautas y los
mecanismos de funcionamiento de los medios. Es decir, tener dos segundos
en televisión para expresar una idea. Aceptar este tipo de
restricciones implica la destrucción del pensamiento. Pero si yo tengo
que decir algo sobre lo que está ocurriendo en Palestina o sobre las
relaciones entre la Argentina y los bancos, utilizar los medios es
fundamental.
-¿Cree que en el debate público el "experto" y el
especialista han ganado terreno y visibilidad, en detrimento del lugar
que anteriormente ocupaba el intelectual?
-Creo que sí. Eso
es una tendencia general. Los sistemas de poder son muy complejos y se
necesitan competencias técnicas. La universidad se reformó y se
reorganizó para formar técnicos y especialistas capaces de articular los
mecanismos del poder. La especialización es inevitable en el complejo
mundo de hoy. No pretendo hacer un alegato en contra de los saberes
específicos y las especializaciones. Sería una batalla retrógrada y
perdida desde el principio. Hay expertos que tienen competencias que la
gente común no tiene y esas figuras son fundamentales. El problema es
que esas figuras no tienen, en la mayoría de los casos, ninguna
autonomía de pensamiento crítico. Juegan dentro del horizonte social y
político de nuestro orden y eso es un problema que está vinculado a lo
que yo llamo el "eclipse de las utopías".
-¿En qué sentido?
-En
un mundo sin utopías, en el cual el sistema económico-social, la
democracia liberal, la sociedad de mercado y el capitalismo aparecen
como algo natural, finalmente no se puede sino actuar como parte de ese
mecanismo. Hoy falta una visión utópica que los intelectuales tenían a
lo largo del siglo XX. Esa figura del intelectual como crítico del poder
me parece que es muy débil hoy y su voz es inaudible.
-¿Qué
sucede cuando un intelectual deviene funcionario público? ¿Es posible
mantener la mirada crítica o necesariamente se transforma en publicista o
propagandista?
-Es una tentación muy fuerte: que un
intelectual que tiene una visión del mundo quiera actuar y para lograrlo
establezca un vínculo orgánico con el poder, con un partido político o
un movimiento. Ése es el problema de la ceguera que afectó a muchos y
que se planteó en el pasado con respecto a Cuba, se plantea hoy con
respecto a la Venezuela de Chávez y también con el peronismo en la forma
kirchnerista. Algunos intelectuales que comparten las posiciones de los
Kirchner con respecto a los derechos humanos cayeron en la trampa
peligrosa de volverse intelectuales orgánicos del kirchnerismo. No
quiero meterme en el debate argentino, porque miro al país desde la
distancia, pero una cosa es apoyar una determinada posición del
Gobierno, y otra distinta es volverse propagandista de un gobierno. Ésa
es una abdicación del papel crítico del intelectual.
-¿En que medida la gravitación que antes tenían los intelectuales la tienen hoy los economistas?
-Los
economistas han ganado lugar porque en el mundo de hoy la política está
aplastada por la economía. En el caso de la Unión Europea, por ejemplo,
quienes deciden la política económica de Francia, Italia y Alemania son
el Banco Central Europeo, el FMI, el Banco Mundial. Y los economistas
no pueden tener pensamiento crítico en la medida en que la mayoría de
los que toman posición públicamente en los diarios financieros son
quienes tienen vinculaciones orgánicas con el mundo financiero. Ésa es
una realidad tanto en Alemania como en EE.UU., Brasil y la Argentina.
Entonces, se transforman en intelectuales orgánicos en el sentido
gramsciano. Gramsci define a los intelectuales como una capa social cuyo
papel es elaborar una visión del mundo vinculada a una clase social.
Esa definición en muchos aspectos todavía sigue vigente. Los economistas
son los intelectuales por excelencia del capitalismo financiero en el
mundo neoliberal: intervienen en los debates públicos como expertos y si
vemos los sueldos que muchos de ellos obtienen de los bancos u
organismos que asesoran, son mucho más altos que el que reciben como
investigadores o universitarios.
-Hoy, el intelectual parece
más dedicado a extraer las lecciones del pasado y a pensar el presente
que a debatir alternativas de futuro. ¿Cree que hay un déficit de
debates sobre el futuro?
-Cuando yo hablo del eclipse de las
utopías no lo entiendo como una limitación específica de los
intelectuales. Los intelectuales son los que formulan un imaginario
colectivo y visiones que para existir tienen que estar arraigadas y
empujadas por la sociedad. El problema es que la sociedad misma hoy no
mira al futuro, no genera utopías, y los intelectuales son el espejo de
esta impotencia. Entonces, no se puede pedir a los intelectuales que
"sobrepasen" los límites de su época. Ésa es la contradicción
fundamental del mundo de hoy: es una temporalidad de aceleración
permanente con un horizonte cerrado, sin proyección al futuro y sin
ninguna estructura prognóstica. Y eso explica también la obsesión por la
memoria.
-¿Porque una sociedad que no mira al futuro no tiene otra opción que mirar al pasado?
-Exacto,
una sociedad que no tiene futuro está "casi obligada" a mirar al pasado
y esa mirada muchas veces toma un rasgo apologético: "Hay que sacar
lecciones del pasado para confirmar que el presente es un orden sin
alternativas posibles porque las revoluciones fracasaron, crearon
monstruos totalitarios, hubo fascismos y dictaduras y, entonces, hay que
aceptar el orden de hoy como un orden sin alternativas", sostiene esa
sociedad. Esa falta de imaginación utópica es terrible. Hay ejemplos: la
falta de alternativas y horizonte de futuro de las revoluciones árabes
fue llenada por los fundamentalistas. O los movimientos de "los
indignados", que tienen una idea muy clara de qué es lo que no les gusta
del mundo de hoy, pero que no tienen la capacidad de formular una
alternativa.
-Pero caídos los socialismos reales y fracasadas las revoluciones, ¿a qué asociar hoy la utopía?
-Ésa
es la gran cuestión. Las utopías de hoy son distopías: aparecen las
visiones catastróficas del mundo, reforzadas también por la industria
cultural.
-¿Cuáles son los motivos por los que los intelectuales hoy deberían levantar la voz?
-Hay
muchos motivos y, frente a la globalización, el principal es el
crecimiento impresionante y traumático de la desigualdad. Estamos
viviendo la refeudalización del planeta. Esto amenaza la libertad, la
democracia y la noción misma de ciudadanía. En un mundo en el cual la
riqueza y la pobreza se desarrollan en formas extremas e incontrolables,
no se puede hablar más de democracia, de una comunidad internacional o
de un espacio público compartido. Desde un punto de vista social, el
mundo esta volviendo al Antiguo Régimen, a pesar de que este proceso
tome rasgos posmodernos, con una aristocracia financiera en lugar de la
nobleza terrateniente. La defensa del principio de igualdad me parece
una causa central, como ya fue en el siglo XVIII para los filósofos de
la Ilustración.