"Mientras jueces, fiscales y abogados realizan su tarea, una pregunta desbordó en gran parte de la sociedad: ¿por qué lo mataron? Este interrogante, que busca razones inmediatas y mediatas, parece impacientar a muchos, tal vez porque carecer de causas desquicia la coherencia que deseamos encontrar en el mundo que nos rodea.
En lo que podríamos caracterizar como un extremo del espíritu conjetural, se ha llegado a afirmar que “todos somos culpables”, que seríamos una sociedad que debe hacerse cargo de haber engendrado tamaños monstruos, por ejemplo, por no cuidar ni entender las necesidades de los adolescentes. Estas afirmaciones, desde ya, carecen de toda utilidad práctica, sea para los agentes de la Justicia, sea para terapeutas y afines. No tienen, se dirá, valor heurístico alguno. Me digo, además, que si se acude a estas argumentaciones ¿masoquistas? de autoculpabilización colectiva cuando se trata de una ocasión dolorosa, también podríamos arrogarnos el orgullo de ser todos autores de las obras de Jorge Luis Borges o de Eduardo Galeano. De inmediato, recuerdo que Freud rechazó utilizar su teoría sobre el Complejo de Edipo para explicar un asesinato, pues la ubicuidad de aquel proceso inutilizaba su poder explicativo.
Si la violencia es constitutiva de la humanidad, si tal como dijo Freud no hay desarraigo posible de la agresividad, debemos reconocer que en esa suerte de combinación entre horror, sorpresa y fascinación en que quedamos cada vez que retorna la violencia, hay algo de ingenuidad que no candorosa.
Se comprende, entonces, que habría algún desacierto en el interrogante sobre el por qué de la violencia, cuyo riesgo es tratar el problema como si nos fuera ajeno.
El psicoanálisis, de hecho, postula el primigenio dominio de la pulsión de muerte en la vida de cada quien, hipótesis que, por lo tanto, conduce no tanto a plantearse la pregunta por la causa de la violencia sino sobre aquello que le hace de freno.
La clínica nos enseña que bajo la violencia se esconde un estado de abulia, de apatía, y la violencia es, al mismo tiempo, la precaria vía para salir del estado de somnolencia y el camino para reducir el estado psíquico de la víctima al propio, a la condición de inercia que padecen los victimarios.
Ese es pues su trofeo, suprimir el estado vital y subjetivo del prójimo; esa es la desigualdad que resulta insoportable para los asesinos y por la cual recurren a su poder para eliminarla: que el otro tenga vida."
En lo que podríamos caracterizar como un extremo del espíritu conjetural, se ha llegado a afirmar que “todos somos culpables”, que seríamos una sociedad que debe hacerse cargo de haber engendrado tamaños monstruos, por ejemplo, por no cuidar ni entender las necesidades de los adolescentes. Estas afirmaciones, desde ya, carecen de toda utilidad práctica, sea para los agentes de la Justicia, sea para terapeutas y afines. No tienen, se dirá, valor heurístico alguno. Me digo, además, que si se acude a estas argumentaciones ¿masoquistas? de autoculpabilización colectiva cuando se trata de una ocasión dolorosa, también podríamos arrogarnos el orgullo de ser todos autores de las obras de Jorge Luis Borges o de Eduardo Galeano. De inmediato, recuerdo que Freud rechazó utilizar su teoría sobre el Complejo de Edipo para explicar un asesinato, pues la ubicuidad de aquel proceso inutilizaba su poder explicativo.
Si la violencia es constitutiva de la humanidad, si tal como dijo Freud no hay desarraigo posible de la agresividad, debemos reconocer que en esa suerte de combinación entre horror, sorpresa y fascinación en que quedamos cada vez que retorna la violencia, hay algo de ingenuidad que no candorosa.
Se comprende, entonces, que habría algún desacierto en el interrogante sobre el por qué de la violencia, cuyo riesgo es tratar el problema como si nos fuera ajeno.
El psicoanálisis, de hecho, postula el primigenio dominio de la pulsión de muerte en la vida de cada quien, hipótesis que, por lo tanto, conduce no tanto a plantearse la pregunta por la causa de la violencia sino sobre aquello que le hace de freno.
La clínica nos enseña que bajo la violencia se esconde un estado de abulia, de apatía, y la violencia es, al mismo tiempo, la precaria vía para salir del estado de somnolencia y el camino para reducir el estado psíquico de la víctima al propio, a la condición de inercia que padecen los victimarios.
Ese es pues su trofeo, suprimir el estado vital y subjetivo del prójimo; esa es la desigualdad que resulta insoportable para los asesinos y por la cual recurren a su poder para eliminarla: que el otro tenga vida."
(FRAGMENTOS DEL ARTÍCULO "CRIMEN DE FERNANDO; VIOLENTOS SIN CAUSA", DEL LIC. SEBASTIAN PLUT, PUBLICADO EN PÁGINA 12, HOY)