domingo, 28 de junio de 2020

LA DEMOCRACIA FUERA DE CUADRO...

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"La epidemia habrá producido al menos una consecuencia provechosa: haber corregido nuestra comprensión del mundo social. No hace mucho tiempo, el estadounidense instruido y puritano consideraba  que un trabajo que no requería  título universitario era un trabajo indigno; algo pesado, desagradable y contaminante, realizado por personas que a veces votan por Trump y cuyas vidas se desintegran porque merecen desintegrarse. Hace apenas unos años, el multimillonario demócrata Michael Bloomberg deleitaba a los estudiantes de la Universidad de Oxford con sus presuntuosas teorías sobre las élites que saben "cómo pensar y analizar", en contraposición a la presunta ignorancia de los granjeros y obreros.
Ahora esos granjeros y obreros representan todo lo que nos protege del abismo. En ese mismo momento muchos de ellos están ahí afuera arriesgando sus vidas en medio del virus. Otros se vieron obligados a volver a sus puestos por una paga miserable, sin que a nadie le importe su vulnerabilidad frente a la epidemia. Se enferman en las tiendas de comestibles o en las plantas de procesamiento de carne, mientras que los empleadores que les ordenan trabajar -esos famosos "cuellos blancos" de la era digital- se acomodan en sus sofás, seguros en sus casas, disfrutando de la misteriosa resiliencia de las cotizaciones bursátiles (gracias al Congreso, gracias a la Reserva Federal). Sus trabajos encajan a la perfección con una vida diaria protegida, hecha de mails y videoconferencias.
Por el momento, sin embargo, seguimos tropezando con la oscura y patológica ironía del liberalismo estadounidense. La institución que debería ayudarnos a superar nuestra antigua forma de ver es el Partido Demócrata -de hecho es la única institución que puede hacerlo hoy en día- . Ahora bien, pocas semanas antes de que el coronavirus explotara en Estados Unidos, ese mismo Partido Demócrata logró, en una alegre auto-celebración pública, erradicar cualquier posibilidad de un cambio a corto plazo en la política estadounidense. Sus dirigentes parecían decididos a desperdiciar la crisis.
Nos encontramos con un clima político paradójico, en el que una gran parte del electorado estadounidense desearía elegir el cambio decisivo que se le propone, pero el Partido que encarna ese deseo actúa como para que no pueda cumplirse. Así que tendremos que elegir entre dos hombres blancos, ancianos y conservadores, conocidos por su relación elástica con la verdad, acusados de agresiones sexuales, y ambos ajenos por igual a la esperanza de una reforma democrática. Una vez más, el viejo orden ha sido providencialmente restaurado.
Sin embargo, lo repito: el estado de la opinión pública en Estados Unidos es tal que con un líder bien elegido podrían haber sucedido cosas notables. En cambio, nuestro horizonte se limita a Biden, un afable veterano de Washington involucrado en muchos de los desastres de las últimas tres décadas: acuerdos comerciales contrarios a los intereses de los trabajadores, la guerra en Irak, una cruel legislación sobre las quiebras, las encarcelaciones masivas, un ataque sin precedentes a las libertades individuales...
Sus posibilidades de ganar son buenas, por supuesto. A pesar de sus antecedentes, Biden es un político de tradición clásica, conocido y apreciado, mientras que Trump, atrapado en su narcisismo patológico rezuma resentimiento y constantemente encuentra nuevas formas de hacerse despreciable. Es más, resulta difícil ver cómo alguien puede administrar una crisis sanitaria y económica de manera tan calamitosa como el actual presidente, y esperar que los votantes lo inviten a repetir su actuación.
Todos mis amigos de izquierda dicen estar deprimidos. Su héroe Bernie Sanders, que en enero parecía imbatible, fue vencido. Están encerrados en sus casas contando los insultos que los internautas se intercambian en Twitter.
El temor que nos atormenta en el contexto de la pandemia es que en nuestra ausencia la propia democracia sea reformateada.  El sistema nos ha engañado porque se diseñó para eso, pero, mientras desaparecemos del cuadro, otros toman las decisiones que alterarán nuestro futuro.  Están reescribiendo nuestro contrato social mientras miramos televisión, consolándonos con un trago".

"ESTADOS UNIDOS, IMPERIO DEL STATU QUO" (Por Thomas Frank para Le Monde)


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