"Sin madre ni padre, tan sólo él mismo, solo, al cumplir dos años se convirtió en amenaza y fue condenado a pasar la infancia lejos de su tierra y de los tacurús, en una isla.
Don Ciriaco pasó cierto día por las cocinas montando un lobuno y aceptó llevárselo para apartado de la tierra reseca, de las hormigas.
-Es el hijo de la Eulalia, que en paz descanse. Ella era conocedora de hierbas, una verdadera santa. No podemos permitir que el gurí ande jugando con los venenos, va a desencadenar el mal de ojo si sigue destruyendo tacurús con el culo, se sienta encima de los hormigueros y estudia la ponzoña de la hormiga.
Don Ciriaco convino en llevárselo junto con el herbario de la Eulalia y algunos ungüentos que exigió de yapa. No lo llevó enancado porque era muy chico. Lo puso a horcajadas sobre la cruz del animal, ente sus brazos, reclinado del lado de las riendas.
Envuelto en los vahos del sudor de ese primer caballo, el guri tuvo su primer sueño que él dice profético aunque jamás se lo narró a nadie y lo más probable es que ya no lo recuerde. Cuando por fin abrió los ojos se encontró con esa confusa y desconocida región llamada selva. El perfume del jazmín salvaje, flor que se transforma y cambia de color con el paso del tiempo -del blanco al violeta más violento- acabó emborrachándolo hasta el punto de hacerle ver doble: el paisaje repetido boca abajo hundiéndose en el suelo.
Era el comienzo de los esteros, las primeras avanzadas del agua pero él no podía saberlo en ese entonces. Palmeras hacia arriba y hacia abajo, espejadas en el agua en la que se iba hundiendo el caballo al pisar por momentos una alfombra de un verde muy tierno, traicionero, que cedía bajo los cascos,
Quizá por eso a él nunca le gustaron las alfombras verdes, Siempre prefirió las rojas.
Primer paso en el reino de las aguas, primera lección de aprender a leer en los reflejos.
Don Ciriaco se apeó cuando ya el agua le llegaba a la rodilla y rescató su bote escondido entre los juncos. Puso con gran cuidado las hierbas de la Eulalia sobre el bote y después lo cargó al hijo de la Eulalia como un fardo más, colocándolo sobre las bolsas de harina y la de azúcar. Al lobuno le quitó el cabezal, le dio una palmada para que volviera a tierra firme a pastar hasta nuevo aviso y, con los pantalones muy arremangados, empezó a empujar el bote hasta atravesar la barrera de lirios acuáticos como palmatorias, florecidos con velas color púrpura.
Luisa Valenzuela Cola de lagartija (fragmento) |
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