Voy (con amigos) a un amigo que, en mi cielo, forma parte de una misma constelación: Mafalda, Los Simpson, Dolina, Fontanarrosa.
No hay forma de eludir a Capusotto porque no hay forma de no encontrar (incluso en nosotros mismos): algunas de las características de sus personajes; tocan temas universales, pero con el componente local de relieve, siempre en primer plano: el asado, el fútbol, las mujeres, la política, el rock, los medios de comunicación, las redes sociales, las buenas costumbres, el machismo, el falso progresismo, la xenofobia, el terror a la pobreza, el deseo de vivir en una burbuja de felicidad, la aniquilación del otro.
"No creo que el humor tenga un fin pedagógico" dice él. Pero por la agudeza con la que trata los conflictos que exponen sus personajes me hace creer que sí, que el humor puede ser una tremenda herramienta pedagógica.
No hay, ahora, otro Diego. Fue lo que le dije; fue lo que me negó amablemente.
Y ahora que lo pienso, tiene razón pero apenas por una cuestión menor: cuando pensamos en él, no pensamos en su nombre de pila.
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