"Me interesa particularmente el concepto de repetición, y de los cambios que ocurren en la repetición" dice en una entrevista David Eastel, el director de "The plains".
La película, filmada en su totalidad desde el interior de un auto, nos muestra fragmentos del regreso a casa de un hombre que sale de su trabajo. El reloj en la pantalla del vehículo nos indica la hora en la que el protagonista (al que prácticamente no le vemos la cara en ningún momento) viaja por la autopista. A veces lo hace solo; otras con un compañero de oficina más joven sobre el que conversa de diferentes temas. Por la variación de la luz, percibimos que los fragmentos de los viajes se corresponden a diferentes etapas del año.
Nosotros viajamos siempre en el asiento trasero. Y el film -es decir el viaje- dura tres horas. Ningún exceso ahí; más bien pura necesidad. Al director la película no le "salió" larga; debía serlo. DE otra manera no se podría generar el efecto deseado. Debía poner a prueba la resistencia del espectador en relación a la rutina y el paso del tiempo: la vida misma (siempre me resultaron interesantes las películas que, desde el vamos, plantean una consigna que gira alrededor de la pregunta: ustedes toleran ver esto?")
El otro gran acierto: el distanciamiento paradójico que propone el director entre el espectador y el protagonista: casi no vemos su cara; sólo vemos por dónde conduce, las autopistas que toma, la radio que escucha, los llamados que hace mientras conduce. Y, fundamentalmente, escuchamos su relato. Y si ese distanciamiento resulta paradójico, lo es justamente porque esa elección del director hace que nosotros seamos tan protagonistas de la película como el hombre que maneja y su acompañante.
Termino el viaje, y vuelvo a pensar en la frase del director: "me interesa particularmente el concepto de repetición, y de los cambios que ocurren en la repetición". Y enseguida vuelve a mi mente una frase hermosa de uno de los himnos de Pearl Jam: "yo cambié sin cambiar en nada."
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