miércoles, 18 de diciembre de 2024

RAROS SIN ELLA...

 



Beatriz Sarlo

Viajes (fragmento)

"Las fotografías se abrieron en la pantalla de la computadora, imprevistas como meteoritos que llegaban de otro espacio y otro tiempo. Me las enviaba Alberto Sato, que las había digitalizado para que no terminaran fundidas en un borroneado sepia, que ya estaba avanzando sobre los colores antes nítidos de las diapositivas Ferrania. Habían sido tomadas más de treinta años antes, cuando los que aparecen en ellas tenían veintitantos. Son fotos de «selva tropical» y de «indios», para describirlas con las palabras que se nos ocurrieron entonces. Al final, intento juntar la información a la que accedí tardíamente, cuando las fotografías actualizaron aquel recuerdo amazónico, una aldea, unos indios o campesinos que fueron escenario y personajes de una aventura enigmática. La casualidad jugó un gran papel en ese encuentro. O, mejor dicho, nuestro voluntarismo americanista tomó un camino inesperado. Fue el salto de programa de un viaje exploratorio.
Creíamos estar en el departamento de San Martín o de Loreto. La aldea en la Amazonia peruana no tenía nombre para los cuatro argentinos (dos muchachos, dos chicas) que llegamos allí, sin saber nada. Cuando escribo nada, quiero decir exactamente eso. Interrogados hoy, ninguno de nosotros está seguro ni del nombre de los pueblos, ni de los ríos. Pero esta bruma no es un previsible efecto de las décadas transcurridas, sino de la ignorancia con la que nos movíamos en esos paisajes y entre esas gentes. Confiábamos en que la inmediatez provocaría una especie de contacto empático. Antes del viaje no habíamos leído nada sobre esa selva alta a la que habíamos llegado. No habíamos leído La casa verde y eso explica en parte el desconcierto del relato que sigue. ¿O La casa verde no se había publicado aún? Probablemente se publicó meses después. Leves desfasajes que impiden, una vez más, saber por dónde estábamos caminando.
Mientras subíamos desde la costa del río donde nos había dejado una lanchita con motor fuera de borda, con la que habíamos navegado una hora, sólo nos preguntábamos si estábamos cerca del Marañón o del Ucayali, los dos ríos que conocíamos por su nombre. La lanchita nos había llevado por un río bastante ancho que en el horizonte parecía estar cerrado por una cadena de montañas. No teníamos cartas detalladas de la región. Sólo un mapa en escala demasiado grande para ubicar algo que sirviera como referencia. Las montañas podían ser los Andes, pero ¿quién sabe? Para nosotros, gente del sur, los Andes eran otra cosa, y no los imaginábamos en el medio de la selva sino con nieve en las cumbres. El patrón de la lancha nos dijo que iba a pasar dos o tres días después y que, si nos encontraba esperando, nos llevaba de regreso. No nos dijo que allí vivía gente. Nosotros no se lo preguntamos. Seguramente creyó que en el almacén habíamos recogido información. O no creyó nada: sólo nos vio raros y se calló la boca. "

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