viernes, 29 de mayo de 2015

ALGUIEN QUE NO NOS GUSTA DEL TODO...




Mario Levrero 
El discurso vacío (fragmento)

El alma tiene su propia percepción y en ella viven cosas de nuestra vigilia pero también cosas particulares y exclusivas de ella, pues participa de un conocimiento universal de orden superior, al cual nuestra conciencia no tiene acceso en forma directa. De modo que la visión del alma, de las cosas que suceden dentro y fuera de nosotros, es mucho más completa que lo que puede percibir el yo, tan estrecho y limitado.
Hoy recuperé esos distintos tipos de ruinas, y sé que con eso el alma me está diciendo que ‘yo soy esas ruinas’. Mi contemplación casi erótica de las ruinas es una contemplación narcisista. Y si bien tiene su precio, esa autocontemplación es placentera aunque la visión sea triste. Me miro en el espejo y veo a alguien que no me gusta del todo, pero es alguien en quien puedo confiar. Lo mismo sucede con estas contemplaciones interiores: no importa si percibo un retrato feo, mientras sea auténtico.
Claro que no sé hasta dónde mi alma es mía; más bien yo pertecezco al alma y esta alma no está, como señala más de un filósofo, necesariamente dentro de mí. Es simplemente algo que no conozco; el ‘yo’ no es otra cosa que una parte modificada, en función de cierta conciencia práctica, de un vasto mar que me trasciende y sin duda no me pertenece; un espécimen surgido, o emergente, de un vasto mar de ácidos nucleicos. Pero qué hay detrás, cuál es el impulso que se expresa mediante el ácido. Ese deseo, esa curiosidad, esa voracidad subyacente en las partículas materiales.
No tengo, en verdad ya no tengo, curiosidad por conocer respuestas; hoy me basta con las preguntas —o ni siquiera necesito las preguntas. El discurso hoy ha tomado esta forma justamente por mis carencias, porque he vislumbrado durante unos instantes esos fragmentos de memoria, memoria del alma, y me he recordado por unos instantes, y el resto de mi vida, fuera de esos instantes, se vuelve, por el contraste, todavía más insustancial. 
"

domingo, 17 de mayo de 2015

DIALECTOS SEXUALES...


 

Cuando tenía nueve años, alguien telefoneó a su madre y dijo: "Su hija es marimacho". ¿Sufrió de niña?

Iba a un colegio de monjas, pero nunca tuve problema por ser distinta. Cuando me decían qué quería ser de mayor, respondía: hombre. Me veía como hombre porque ellos tenían acceso a las cosas que quería hacer: astronauta o médico. Nunca lo viví como vergonzoso ni traumático, era algo a lo que creía tener derecho. De cría, hasta tenía una hucha para hacerme un cambio de sexo.

¿Qué referentes tenía en esa época: Burgos, primeros ochenta?

Ninguno. Yo me movía en un mundo en el que el referente era la parroquia, imagínate.

Entonces, ¿se guió por instinto?

De niña, sí. El instituto fue fundamental. Simona, una maestra con un hijo autista, reclutó a niños con problemas y creó una clase. El grupo G. Autistas, superdotados, raros. Ocho marcianos feos y atroces. Terribles, pero mimados. Adoraba a mis profesores, eran muy abiertos para como era yo.

De aquella llamada a hoy, ¿cómo llevan sus padres su activismo sexual?

Fue traumático y lo sigue siendo. Mi padre era un empresario respetable. Mi madre, costurera de novias. Soy hija única. Imagino que esperaban otra cosa de mí. Son religiosos y de derechas como se es de derechas en Burgos, de forma irreflexiva, porque toca. En ese contexto fui rebelde, pero no porque me lo propusiera, sino porque cada cosa que hacía escandalizaba. Yo era un ovni, sí, pero no lo viví como algo que ocultar.

¿De dónde sale su rebeldía, si no sufre por ser como es?

Lo más duro para mí es ver cómo la gente se deja reprimir.

Entonces ¿es una rebeldía solidaria?

Siempre ha tenido algo político. Daba charlas a los niños para decirles: hagamos esto, organicémonos. Yo no me dejé reprimir, pero sí han sido dolorosas las rupturas con mis amigos o mi familia cuando no aceptan lo que para mí es natural. Con mis padres ha sido una larga pedagogía. Mi carácter no es el más tolerante. Ahora pienso: os tolero en vuestra manera de ser, qué voy a hacer. Pero entonces fue muy intenso. Con 16 años fui con el grupo G a Filadelfia y volví con la idea de hacer filosofía política.

¿Qué le atrae a una adolescente de la investigación filosófica?

Yo era muy de ciencias, quería hacer biología genética. Pero en bachillerato me di cuenta de que las cuestiones a las que quería responder no iba a resolverlas con la biología, y que ese otro lugar era la filosofía.

Usa conceptos como 'biohombre', 'biomujer', 'biopolítica'; la biología está en su obra.
Sí, me interesa la vida, pero en su dimensión somática, carnal, corporal.

También habla de arquitectura, de la ciudad como organismo.

Quizá el origen de todo sea el cuerpo, pero no como organismo natural, sino como artificio, como arquitectura, como construcción social y política. Eso que siempre imaginamos como biológico -la división entre hombre y mujer, masculino y femenino- y que es una construcción social. Me interesa la dimensión técnica de eso que parece natural.

Hablamos de género en Occidente en 2010. Pero pensemos en un niño que nace en Malí, ¿su sexo y su género también es artificio biopolítico?

Claro, fíjate en las distinciones que estableces. Para indicar naturaleza, piensas en África, como si aquí estuviera la tecnología y el artificio, y en África, la naturaleza. Estas distinciones funcionan para lo masculino y lo femenino. Lo masculino como técnica, construcción, cultura. Lo femenino como naturaleza, reproducción. Lo que es construido es esa distinción naturaleza/cultura que no existe, que es ficticia.

¿Los cromosomas XX y XY no significan nada?

Son un modelo teórico que aparece en el siglo XX para intentar entender una estructura biológica, punto.
Sostiene que la sexualidad es plástica. Que no es una constante en la vida, ni siquiera en el día. ¿Esa es la esencia de su teoría?

En parte sí, en el sentido de que la sexualidad, que es de forma más amplia la subjetividad, y en la que entra la identidad y la orientación sexual, los modos de desear, los modos de obtener placer, son plásticos. Y precisamente por eso están sometidos a regulación política. Si fueran naturales y determinados de una vez por todas, no la habría.

Por regulación se refiere a que se determine que se es hombre o mujer en el DNI, y a ello correspondan X derechos, X deberes, X roles.

Exacto. Hay un enorme trabajo social para modular, controlar, fijar esa plasticidad. Y no sólo política, también psicológicamente. Cada individuo es una instancia de vigilancia suprema sobre su propia plasticidad sexual. Cuando preguntabas de dónde viene mi rebelión, es de ahí. Cómo es posible que no estemos en revuelta constante, que esto no sea la revolución.

¿Por qué tendría yo, mujer, heterosexual, casada, madre de dos hijas y moderadamente conforme con su vida, que rebelarme?

Deberías estar en rebelión porque hay un cierre, una clausura de tu identidad que impide cualquier otra posibilidad. Desde el momento en que dices: yo, biomujer, casada, madre...

Ya me estoy perdiendo cosas.

Efectivamente. Declararse heterosexual también supone un conjunto de arreglos posibles, pero suponen una coreografía tan estrecha que lo que me parece terrible es que se acepte como inamovible. No creo en la identidad sexual, me parece una ficción. Un fantasma en el que uno se puede instalar y vivir confortablemente.

Y feliz.

Por supuesto. Pero es que ese es precisamente el éxito de la biopolítica.

Que nos comemos el 'soma' y encima contentos.

Totalmente. Cuando hablamos de biopolítica, estamos hablando del control externo e interno de las estructuras de la subjetividad y la producción de placer. Me defino como transgénero, pero he salido con biohombres, con biomujeres, con trans Y te puedo decir que cuando eres biomujer, asignada socialmente como mujer, y sales con un biohombre, asignado como hombre, experimentas una reorganización de tu campo social. De repente, tu familia está contenta. Es un sistema de comunicación complejo, en el que emites signos que son descodificados: estoy de acuerdo con el sistema de producción, y voy a reproducir la nación tal como la conoces.

Aunque seas infiel, o seas un gay en el armario.

Claro, la máquina de control eres tú, y lo interesante es la forma de desactivarla. Por eso me interesa escribir, dar clases, el activismo. Hay posibilidad de rebelión en cualquier parte.

¿Ese activismo es una postura intelectual, o le sale de las tripas?

Pero ¿qué son mis tripas? Volvemos a la misma diferencia. Yo nací con una deformación de mandíbula. Durante años no tuve fotografías personales, sólo médicas. En casa no hacíamos fotos porque yo era deforme. Desde los siete años tengo ritualmente encuentros con el sistema médico. A los 18 me hacen una operación funcional, pero también estética. Era necesaria, pero tampoco tuve opción de decir no al aparato médico. Tenía una cara atroz, de caballo, y en cuanto salí, todos me dijeron que estaba fantástica. Viví esa operación como un cambio de sexo en el sentido de que era un cambio de identidad.

¿Porque la devolvió al redil de la 'normalidad'?

Sí, fue un modo de normalizar mi cara. A partir de ahí empiezo a distanciarme de todo eso de qué eres tú naturalmente, o qué son tus tripas, o que la cara es el espejo del alma. Mi cara no es el espejo del alma, es el espejo de la medicina plástica de la España de los ochenta.

Parece que su rebeldía sí tiene algunas semillas.

Algo hay. Cuando salí de la operación, me gasté el dinero ahorrado para cambiar de sexo en viajar. Me di cuenta de que mi imagen y la que los otros veían no coincidían ni coincidirían nunca. Es como la anorexia. Yo aún le pregunto a mi novia si me ha crecido hoy la mandíbula. Por eso veo el cuerpo como arquitectura, como relación con las instituciones médicas, jurídicas y políticas.

Leyendo su obra, su vida parece una batalla constante contra la norma. ¿Por qué no se relaja?

Yo me veo relajadísima, mucho más que los otros. Lo que observo en la gente es una tensión aunque sea inconsciente por adecuarse a lo que se supone que es femenino, masculino, a la heterosexualidad o la homosexualidad. Yo también he experimentado la presión homosexual al decir que no soy un tío ni una tía. En la homosexualidad hay restricciones, reglas precisas. La tensión está ahí, la revolución es otra cosa.
¿Su estado natural?
No [ríe], ya me gustaría. Hay veces que no puedo evitar decir: cero solidaridad con el género humano y su cultura de la guerra.
¿Por qué esa desesperanza?
Hay una teórica queer americana, Sedwick, que decía que la revolución es un modo de salir de la depresión política. Es como si viviéramos en estado de patología, veo una gran depresión colectiva cuyos signos son el consumo aberrante, la producción de desigualdades, lanormalización excesiva, la sobrevigilancia, la cultura de la guerra.
¿Lo que llama 'régimen farmacopornográfico' es un nuevo fascismo basado en el sexo?
No, el fascismo no es depresivo, sino histriónico, mientras que el momento farmacopornográfico es de sobreadicción, sobreconsumo, destrucción. Como si nos hubiéramos dado colectivamente las condiciones de nuestra propia destrucción y estuviéramos de acuerdo. Y digo esto consciente de que puedo parecer un padre jesuita.
¿Pero esta no es una cultura hedonista?
No. El hecho de que lo que mueve la cultura sea el placer no quiere decir que el fin sea hedonista. El objetivo es la producción, el consumo y, en último término, la destrucción. El reto de lo que debería ser una izquierda para el siglo XXI es tomar conciencia de ese estado de depresión colectivo, a diferencia de la derecha, que vive en la euforia del consumo, de la producción de desigualdades, de la destrucción. La izquierda tiene que decir: mierda, la estamos cagando, y eso tiene que llevar a un despertar revolucionario. Y creo que eso puede venir de esos que hemos apartado a los márgenes de lo político: los gays, las lesbianas, los yonquis, las putas. Ahí hay modos de producción estratégicos para la cultura y la economía, y ahí se están produciendo soluciones.
¿Y qué aportan esos 'detritus del sistema', como usted los llama?
Inventan nuevas formas de relación personal y política que se salen de una coordenada que engancha con las políticas coloniales del siglo XV y que tienen que ver con la familia, la nación, la raza. Esa línea se ha agotado, hay que abrirse a lo no familiar, no nacional, no racial, no generizado.
¿Es consciente de la difícil comprensión y 'venta' de ese modelo?
No aspiro a venderlo. Y no es tan difícil. En mis charlas siento que lo del estado depresivo conecta. Pese a la enorme complejidad del mundo contemporáneo, veo una terrible reducción a lo de siempre.
Es gracioso el pasaje de 'Testo yonqui' cuando vuelve a Burgos y ve a sus ex novietas del cole paseando por el Espolón con sus niños y sus mechas perfectas.
Las respeto y las adoro. Sobre todo porque sé que detrás de las mechas y los niños siguen resistiendo, están vivas.
Se define como una terrorista, una guerrillera.
Así me ven los otros. Yo hacía mis cosas, todos decían: que paren esa revolución, y yo no comprendía que la revolución era yo. Disfruto de la inteligencia colectiva. Mi primera Gay Parade en Nueva York fue el mayor subidón de éxtasis vital de mi vida. Éramos 3.000 bolleras por la calle, ese espacio que nos tenían prohibido. Fue darme cuenta de que otro mundo es posible, de que la realidad puede cambiar, eso me fascina.
Los transexuales claman por entrar en los protocolos de reasignación de sexo. Sin embargo, usted deplora que estén regulados por el Estado.
Hay una multiplicidad de maneras de ser transexual. He estado en asociaciones de lesbianas radicales y, en tres años, la mitad habían cambiado de sexo. Desconfío de los dogmas acerca de la identidad sexual, porque he visto todo y su contrario. Los protocolos son un modo de normalizar la plasticidad sexual. España es una especie de gallifante de Turquía y Suecia. Hay una base biopolítica cuyos emblemas son el género, la heterosexualidad, la familia, la raza y la nación. Pero también un régimen farmacopornográfico en el que el sexo es objeto de consumo y producción. La colisión de esos dos regímenes lleva a una situación delirante, en la que puedes acceder a operaciones de cambio de sexo, pero sólo con las condiciones exigidas para normalizarte.
En 'Testo yonqui', usted es el objeto de su investigación. ¿No le da pudor esa exposición?
No, y eso que me eduqué con monjas y estudie filosofía en Comillas con los jesuitas. Los adoré, estaban metidos hasta el fondo en el marxismo y la teoría de la liberación. Son fantásticos. Sigo teniendo relación con Juan Masiá, un filósofo al que excomulgaron por decir que el condón es de sentido común. Nos intercambiamos obras.
¿En serio? ¿Y qué comenta un jesuita de sus prácticas sexuales en 'Testo yonqui'?
Nada [ríe]. Pero no hace falta, sé que me aprecia y nos queremos mucho.
Me refería a si no le da pudor exponer su sexualidad.
Al contrario: mi sexualidad ha sido siempre invisible. Lo que era visible es el estereotipo que la gente tiene sobre la sexualidad lesbiana o trans. Entonces no lo veo como una forma de exposición impudorosa, sino como un modo de producción de visibilidad. Hay un elemento de propaganda. Una amiga, Itziar Ziga, ha escrito un libro, Devenir perra, en el que dice: nosotros follamos más y mejor. Follamos fuera de vuestras restricciones normativas y eso es un placer que nunca conoceréis. Y si os tienta saberlo, wellcome to the revolution.
¿Ese sería el orgullo 'queer': follamos más y follamos mejor?
Sí, y quizá vivimos en otro mundo. En otro mundo que existe y que esta aquí, justo al lado.
Usted es una celebridad en los círculos 'queer', da clases en la Universidad París VIII, pero es desconocida en España. ¿Se ve de profesora en la Complutense?
En España hay instituciones casi feudales. Y dentro de ellas, en un caos extraordinario, suceden cosas paradójicas. En cualquier universidad hay elementos revolucionarios, puntos de resistencia. La revolución no está en otro lado, está aquí, y en la Complutense también.
A ver si la nombran hija predilecta de Burgos.
[Risas]. Ahora, con lo del premio, mi madre dice: qué bien, hija, sales en el periódico, pero tienen la mala idea de sacarte con bigote. No sabe que mi gran orgullo mediático es la portada de la revista transgénero americana.
Desde fuera, lo suyo puede parecer un espectáculo provocativo.
Sí, siempre existe ese riesgo de apariencia estrambótica y consumo morboso, pero hay vida más allá del mundo normalizado.
Para escribir 'Testo yonqui' se administró testosterona en gel casi un año. ¿Sigue 'poniéndose', ya que en el libro se declara 'adicta'?
Ocasionalmente. Respecto a otras adicciones que conozco, la de la testosterona es llevable. Lo veo como una posibilidad y no una necesidad. Para mí, el cambio del sexo no es el paso del muro de Berlín; algo de esa frontera política tiene, pero yo lo veo como un espacio de prácticas del cuerpo.
¿Qué obtiene de la testosterona? Algo le sacará.
Es una droga sexual. Si fuera de venta libre, sería el Viagra para biomujeres. Te pone a mil. Pero empecé a tomarla por un elemento de experimentación, de transgresión, casi una orgía hormonal.
Qué le sugiere a usted, que se declara más allá de lo masculino y femenino, la expresión 'violencia de género'.
Creo que cuando se dice violencia machista no se incide tanto en las prácticas de discriminación como en la masculinidad. Como si la masculinidad fuera una violencia en sí misma y que se ejerce contra las mujeres. Se pasa por alto toda una serie de prácticas violentas transversales. Hay violencia dentro de la homosexualidad, de la transexualidad. Creo que el género mismo es la violencia, que las normas de masculinidad y feminidad, tal y como las conocemos, producen violencia. Si cambiáramos los modos de educación en la infancia, quizá modificaríamos lo que llamamos violencia de género. Siempre pensamos que las niñas pueden defenderse y no agredir. Seamos honestos: en una cultura de la guerra, no equipar técnica y prácticamente a un conjunto de la sociedad para ser capaz de acceder a técnicas de agresión cuando sea necesario es discriminatorio.
¿Propone enseñar a las niñas no defensa personal, sino ataque personal?
Exacto.
Menudo titular me acaba de dar.
Busco alternativas radicales a la cultura de la guerra, y una es el acceso igualitario a las técnicas de la violencia. Toni Negri decía: hay que darle armas al pueblo, puesto que el Estado está armado. Yo diría: hay que darles armas a las mujeres, puesto que los hombres están armados.
Le van a llover protestas.
Esto es una guerra fría: tú tienes armas, yo también.
En 'Testo yonqui' propone a las mujeres tomar testosterona. ¿Cree que así romperíamos el techo de cristal?
Eso es una fantasía de política ficción. La filosofía hace eso, produce ficciones que nos ayudan a modificar el modo en que vemos lo real. Pero nada impide que todas las mujeres tomen testosterona y mañana sean hombres. La posibilidad es tan simple que tiene que haber medidas de restricción para evitarlo. Mi proyecto político es más serio y lúdico a la vez. Imagínate qué mundo lleno de tíos peludos. La estructura de dominación está tan anclada que claro que hay techo de cristal. Pero también represión del lado masculino. Ellos tampoco están bien.
¿La famosa crisis del hombre moderno?
Si algo está en crisis es la masculinidad. Desde el feminismo ha habido un trabajo crítico, pero del lado de los tíos, nada. Por eso me asombra que ellos no se rebelen y digan: quiero enseñar mis piernas estupendas sin celulitis.
Los hombres se depilan hoy más que las mujeres.
Uno de los cambios del régimen farmacopornografico es que el cuerpo masculino pasa a ser objeto de producción del mercado. Lo de la nueva masculinidad o la metrosexualidad no es más que eso. Ahí hay posibilidad de rebelión para los biotíos.
¿Es feliz?
Me considero afortunada/o. Cambio de género al hablar y escribir.
Y en varios idiomas ¿no se lía?
De hecho, la sexualidad es muy comparable a las lenguas. Aprender otra sexualidad es como aprender otra lengua. Y todo el mundo puede hablar las que quiera. Sólo hay que aprenderlas, igual que la sexualidad. Cualquiera puede aprender las prácticas de la heterosexualidad, de la homosexualidad, del masoquismo...
Hay negados para los idiomas.
Incluso ellos pueden chapurrear lesbiano o gay.
Hay una lengua madre, ¿también una sexualidad madre?
Hay una sexualidad que constituye tu suelo de adoctrinamiento. Aquella que has aprendido a reconocer como natural. Pero en cuanto aprendes una segunda lengua sabes que hay más, que incluso puedes abandonar la primera lengua que hablaste sin mayor problema. Yo he estado años sin hablar español y lo hago bien, ¿no?.


sábado, 9 de mayo de 2015

LA RADICALIDAD DEL NO...

 


No pasa todo el tiempo, pero cuando pasa resula placentero. Podrìa hablar del placer de ver còmo las cosas, solas, se conectan. Hay un disfrute en la conexiòn, pero ese disfrute se amplifica cuando parece que el proceso se diera solo, sin ningùn tipo de forzamiento. Sin plan de estudio; por la simple y -cotidiana- operaciòn del azar.
Con pocos dìas de diferencia, volvì a ver "El estudiante" de Santiago Mitre y el "El poder de la codicia" (Margin Call), la pelìcula que, ambientada en una financiera, ficcionaliza el origen del crack ecònomico del 2008, al tiempo que leìa un libro de correspondencia y entrevistas a Pasolini.
Todo confluye en una palabra: NO. Dos escenas centrales en las pelìculas estàn atravesadas por una contestaciòn de Pasolini a una de las preguntas que le formulan. Dice que el NO debe ser total, absoluto, incondicional. NO es NO. 
Claro, la pregunta viene desde el fondo de los tiempos: ¿en què situaciones la radicalidad del NO es sìntoma de entereza moral y profundidad intelectual y en cuàles es sìntoma de tozudo dogmatismo y robusta estupidez?




sábado, 25 de abril de 2015

EVENTOS CULTURALES...


 

Arrancò la feria del libro y arrancò el BAFICI. Los medios, en estos dìas, nos estaràn informado acerca de la masividad que generan ambos eventos. Miles de personas largando espuma por la boca, desesperadas por conseguir un libro o una entrada para una funciòn del festival.
Dicho esto, se podrìa hacer un paralelismo entre uno y otro evento. Uno -la feria del libro- genera un espejismo; y es que, en un paìs de 40 millones de habitantes (aunque, claro, los 40 millones no se encuentran habilitados para la lectura), un libro "al que le va bien" (Martìn Kohan dixit), no supera las tres mil unidades vendidas (dejando de lado los best-sellers, desde ya). Los autores que alcanzan esa cifra de ventas, segùn parece, son recibidos con un cafè -y no ya con agua de la canilla- cuando pasan por su editorial.
Todo esto para decir que la literatura -en sus mùltiples formatos- le importa muchìsimo a poquìsima gente. La feria del libro no muestra a masas de gente desesperadas por leer (de hecho cualquier libro que se compra en la feria se lo puede comprar fuera de ella e incluso a un costo menor), sino que muestra a masas de gente desesperadas por participar en aquello que se les indica que deben participar.
Pequeña digresiòn: si querès que alguien lea, no le muestres un libro (o muchos); mostrale un lector. (¿uno desea el deseo del otro, no?)
Con el BAFICI pasa algo parecido. Con la excepciòn de que ahì sì se pueden llegar a ver pelìculas o documentales que despuès no se terminen estrenando en el circuito oficial y que, ademàs, resulten muy difìciles de conseguir el el circuito para-oficial (internet). En eso hay una diferencia con la feria del libro. Pero ambas experiencias mantienen una similitud, en el sentido de que arrastran ocèanos humanos que, una vez terminado el evento respectivo, no muestran una relaciòn de intimidad con los libros o con el cine durante el resto de su año.
Voy seguido al Arteplex, y me sobran los dedos de una mano para contar las cantidad de veces que vi a personas menores de cincuenta años viendo ese tipo de pelìculas.
Esteban Schmidt, en su crònica de la vez que cubriò el BAFICI, termina su texto con unas lìneas que me generaron una empatìa directa y total:

"Si estos pibes uniformados por Levi’s, despolitizados, desinteresados por todo el mundo de verdad, y a los que vemos haciendo las filas para conseguir sus veinte, treinta entradas de cada año, estuvieran un fin de semana haciendo la cola para entrar a la rave, clavarse energizantes y hacerse los lindos, nos provocaría la vergüenza ajena de siempre o la indiferencia de los últimos tiempos, pero se meten con los símbolos, con el cine, con cosas que tienen sentido.
Con eso no se jode."

"QUE EL MUNDO COMPLEJO AL QUE ACCEDÈS CUANDO ENTRÀS EN LA SALA TE SOBREVIVA CUANDO SALÌS Y LO USES. ESO QUEREMOS"

CARAS SONRIENTES...

 
 
 
"EL DÌA DESPUÈS DE MAÑANA" Por Daniel Link para Perfil
 
Aprovecho estos días de contienda electoral (que después de mañana se tomará una pausa) para homenajear a una de las mentes más brillantes del siglo pasado, el centenario de cuyo nacimiento se cumple el próximo 12 noviembre, fecha alrededor de la cual se realizarán homenajes en todo el mundo, incluso en Buenos Aires.

En Mitologías, uno de sus libros más hermosos (siempre será difícil decidirse, y el asunto se resolverá antes según el humor del lector que según la calidad intrínseca de los argumentos que hay en cada uno de ellos, todos extraordinarios), Roland Barthes incluyó artículos publicados previamente en la prensa francesa, en los que pretendía desmontar los dispositivos de naturalización de la cultura (el modo en que se presenta como “natural” la más salvaje imposición de unidades ideológicas destinadas a perpetuar la dominación política y social).

Una de esas mitologías se llama “Fotogenia electoral” y allí Barthes sostiene que, en la medida en que la fotografía es elipsis del lenguaje y condensacion de un "inefable" social, constituye un arma anti-intelectual que tiende a escamotear la política (entendida como un cuerpo de problemas y soluciones) en provecho de una "manera de ser" socio-moral.

Así, la fotografía electoral sería, ante todo, reconocimiento de algo irracional extensivo a la política. Lo que atraviesa la fotografía del candidato no son sus proyectos sino sus móviles, sus circunstancias familiares, mentales, eróticas, todo ese modo de ser del que el candidato es a la vez es producto, ejemplo y estímulo. Lo que la mayoría de nuestros candidatos (los de Barthes, en su momento; los nuestros, este año) da a leer en su efigie es su posición social: la comodidad espectacular de las normas familiares, jurídicas, religiosas en las que se instala.

El uso de la fotografía electoral supone, naturalmente, una complicidad: la foto es espejo, deja leer lo familiar, lo conocido, propone al lector su propia efigie, clarificada, magnificada. El elector se encuentra expresado y transformado en héroe, es invitado a elegirse a sí mismo, a cargar el mandato que va a dar con una verdadera transferencia física. Esa transferencia física era, para Barthes (quien, por supuesto, fue marxista), el soporte de la representación política.

En ese aspecto, por lo menos (aunque hay otros muchos), la perspectiva de Barthes coincide con el de la teoría crítica alemana. En Dialéctica de la ilustración, Theodor Adorno y Max Horkheimer refutaron el error de considerar opuestos el proceso de nivelación y estandarización de los hombres y mujeres en el capitalismo de masas y el refuerzo de la individualidad en las llamadas personalidades dominantes.

Los políticos de hoy, razonaron Adorno y Horkheimer, no son superhombres sino meras funciones de su propio aparato publicitario, puntos de cruce de las mismas reacciones de las masas. El jefe no es sino la proyeccion colectiva y desmesuradamente dilatada del yo impotente de cada individuo.

No por azar, razonan los dialécticos con humor barthesiano, tienen aire de peluqueros, actores de provincia o periodistas de ocasion. Incluso, diríamos hoy, algunos bailan penosamente.

Parte de su influencia moral deriva justamente del hecho de que los candidatos, impotentes en sí mismos y similares a cualquier otro, encarnan la plenitud del poder señalando, al mismo tiempo, el espacio político vacío en que el poder ha venido a caer (sobre todo en sociedades como las nuestras, donde el capitalismo no necesita del Estado sino marginalmente para obrar con eficiencia).

Es la individualidad en ruina la que triunfa en nuestros candidatos peluqueros-actores de provincia-periodistas de ocasión-bailarines de concurso. Los jefes de la política (los que triunfan hoy, los que triunfarán mañana) no son sino lo que fueron siempre: comediantes que representan el papel de jefes.

Hasta aquí no se trata de opiniones. No de las mías, por cierto, pero tampoco de las de Roland Barthes o de Adorno y Horkheimer, quienes analizaron determinados procesos que, con el tiempo, no han hecho sino profundizarse. Photoshop, extensiones de pelo, grabaciones telefónicas y twitters sólo sirven para decir “tengo tus mismos sueños, vacíos de esperanza”.

sábado, 18 de abril de 2015

LAS VAQUITAS SON AJENAS...

 


“El mundo se divide, sobre todo, entre indignos e indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar…”

 “La violencia engendra violencia, como se sabe; pero también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo”.

 “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder”

 “La justicia es como las serpientes, sólo muerde a los descalzos”

 “Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios”.

 “Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”.

 “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “Cierren los ojos y recen”. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.

”Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan. Ese lugar es mañana”

“Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable”

 “La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar”

sábado, 4 de abril de 2015

ESA PUERTA...

 


"ARTE Y REALIDAD" (Por Martìn Kohan para Perfil)

No sabemos con certeza si Andreas Lubitz vio o no vio Relatos salvajes; no sabemos si alcanzó a verla, al igual que tanta gente, o si al final la descartó o se la perdió, al igual que casi nadie. El asunto no cambiará, de todas formas, la suerte ya para siempre adversa del vuelo de Germanwings que Andreas Lubitz copilotaba; y afectará, llegado el caso, tan sólo en parte, la suerte notoriamente venturosa de la película de Damián Szifrón. Lo que bien puede ilustrar, en cambio, y en definitiva es algo que trasciende la circunstancia puntual de una película que triunfa o de un avión que fracasa, es la decisiva cuestión de las relaciones entre arte y realidad.
Porque, según se ha informado por estos días, en algunas salas cinematográficas de Inglaterra en las que Relatos salvajes ha comenzado a proyectarse, se decidió hacer preceder esas proyecciones de cristalinas advertencias acerca de su condición ficcional o acerca de heridas en las susceptibilidades. La célebre provocación esteticista de Oscar Wilde, según la cual “la vida imita al arte”, o las mejores utopías del arte de agitación en procura de afectar las conductas en el mundo, quedan chiquitas al lado de semejantes precauciones (es decir, de semejante confianza): suponer, o dar por cierto, que una determinada película, y por extensión el cine, y por extensión el arte, son capaces de suscitar conductas reales en el mundo real.
Entre nosotros surgieron inquietudes análogas en distintas oportunidades: a propósito de un fuerte encontronazo de ruta entre el conductor de un auto de alta gama y el conductor de una batata casi caduca, o a propósito del posible aumento del número de desquiciados por el sistema de leva de autos con grúa en la Ciudad de Buenos Aires, no faltó quien se preguntara si la exitosa Relatos salvajes (exitosa en el sentido de que acude mucha gente a verla) no estaba provocando consecuencias en lo empírico.
No obstante, lo ocurrido en estos días asume un carácter más alarmante, más extremo, más internacional: ¿pudo acaso Andreas Lubitz, el copiloto de Germanwings que decidió estampar el Airbus 320 contra los Alpes, inspirarse en el episodio inicial del film de Szifrón? Algunos cines ingleses que hoy lo tienen entre manos parecen conjeturar que sí, o en todo caso deciden abrir el paraguas, lo cual no deja de ser un síntoma. Se atajan por los copilotos que el día de mañana quieran echar abajo su avión contra una cordillera o una casaquinta suburbana.
A mi entender, sin embargo, el caso ficcional de Relatos salvajes y el caso real de Andreas Lubitz son sustancialmente distintos. A Pasternak, el personaje de la película, los pasajeros le interesan muchísimo, de hecho los rastreó y los reunió, constituyen para él toda una colección de sus fracasos en la vida, les otorga tal importancia que hasta está dispuesto a morir con tal de que mueran ellos. ¡Es todo lo contrario de lo que habrá vivido Andreas Lubitz! La experiencia de Andreas Lubitz fue de extrema soledad, y no sólo por la situación de que quedó solo en la cabina. Imbuido en sus desdichas, su malestar, su depresión, agobiado por sus contrariedades y por sus incertidumbres, no pudo pensar más que en sí mismo, en sus ganas de acabar con todo, y en los otros ni reparó. Pasternak era un criminal, y para serlo debió suicidarse; Lubitz era un suicida, y para serlo debió matar. Pasternak tenía un proyecto en la vida, que era justo el de tirar abajo el avión, y hacerlo contra el jardín de sus padres; Lubitz se quedó sin proyecto, creyó que el futuro ya no le deparaba nada, y si tiró abajo el avión fue por eso. Pasternak habrá muerto feliz, feliz como cualquier rencoroso que consuma su venganza; Lubitz se sentía muy desdichado, y se habrá sentido desdichado hasta el final (con un mínimo atisbo de esperanza, con una mínima brecha de ilusión a su alcance, habría abierto “la maldita puerta”).
Quien quiera encontrar una inspiración estética para la terrible decisión de Andreas Lubitz deberá remitirse, en mi opinión, al universo inacabable del romanticismo alemán; para indagar allí lo que puede provocar un paisaje, la inmensidad y la vastedad de la naturaleza imponente, sobre al alma atribulada de un pobre hombre solo.