Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
miércoles, 26 de enero de 2011
LA LARGA RISA DE TODOS ESTOS AÑOS...
Leyendo la revista Ñ, pienso en su último tema de tapa: el humor. Como bien señala Daniel Link, el humor es un instante de peligro. No sólo el humor; también el llanto funciona como dispositivo revolucionario de nuestras estructuras. Y es que tanto en uno como en el otro, nuestro orden se invierte, queda atravesado nuestro ser y tanto nuestros órganos como nuestros músculos y nuestras mucosas son presas, por un breve tiempo, de una estado de alienación. Y es que, justamente, en el momento de la risa o el llanto profundo, el pensamiento queda suspendido, permaneciendo, nuestro cuerpo, en un extraño estado de indefensión.
Creo haber abrevado mis experiencias humorísticas en un puñado de nombres y series, así como también personajes de la radio y la literatura. Muchos de ellos me acompañan desde mi infancia. El Chavo, los Simpsons, Blanco y Negro y la Niñera, pero también el inolvidable Pepe Biondi (al que daban por el canal Volver) arrancaron mis primeras carcajadas. También el negro Olmedo, claro, que murió cuando tenía 5 años. Las películas de los bañeros, con las intervenciones de Francella en especial, siguen vigentes en mi imaginario. Y si hablamos del ámbito vernáculo, no puedo soslayar al gran Carlín Calvo con su inoxidable "Amigos son los amigos".
Durante mi adolescencia, a los 13 años, durante un verano en Mar del Plata, comienza mi fascinación por Mafalda. Me recuerdo yendo al quiosco del barrio en bicicleta, a toda velocidad, en busca de un nuevo número de la genial creación de Quino. Algunos años después, viendo tv por cable, me encontré con un grupo de amigos (del que no participaba Carlín) que se encontraban en un bar (el Central Perk) y en el departamento de una de ellas a compartir sus alocadas vivencias de veinteañeros. Con Friends, entonces, descubrí un humor hecho en base a un trabajo impresionante del guión y una rigurosa selección de actores. El humor de las series estadounidenses nacidas en los noventa sería eso entonces: trabajo en equipo, sin grandes figuras que sostengan la estructura cómica con su sola presencia en escena.
En radio, terminando el secundario, descubro, en forma paralela, a Fernando Peña, Elizabeth Vernaci y al ángel gris de la medianoche: Alejandro Dolina.
En tv, Guinzburg y Gasalla siempre fueron mis nenes mimados.
En literatura hice lo propio, con Roberto Fontanarrosa y, porque no, con Fernando Vallejo y su pluma corrosiva hasta el extremo.
De la combinación de todos estos nombres (y algunos más como el disparatado Humberto Tortonese), de todas estas experiencias, es que puedo pensar en las condiciones de posibilidad de algún tipo de humor propio.
El humor no es otra cosa un tipo de intervención -uno más entre los múltiples posibles- sobre lo que conocemos como "realidad". En esa intervención -en la que las palabras elegidas y el tono empleado resultan capitales- se trata de invertir el orden establecido, de posicionarse fuera de los cánones impuestos por las normas que rigen nuestra cotidianeidad.
Y suspender el pensamiento. Y las preocupaciones que éste engendra.
Y, por un momento aunque sea, no tomarse absolutamente nada tan en serio.
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