jueves, 10 de enero de 2013

ESTALLANDO DESDE EL OCÈANO...




El verano es -desde ya- la estación del año que permite entender la relación que uno mismo tiene con su  propio cuerpo. En el verano, como en ningún otro momento, los cuerpos toman la palabra. La playa permite reconocer la importancia que tiene el cuerpo en la organización de los deseos.
En este contexto, caminando por la playa se nota que cada vez es más y más la cantidad de hombres preocupados (en algunos casos pareciera que con dedicación exclusiva) a la figura que presentan bajo el sol caliente.
Curioso: lo que siempre fue un atributo puramente femenino, ahora lo es -casi diría que mayormente- uno masculino.
En la playa -por lo menos en "estas playas"- resulta impresionante la cantidad de hombres que se matan en el gimnasio durante todo el año (y lo años anteriores) para lucir sus bíceps, sus pectorales y sus hombros desarrollados.  "Ellos" acompañan a sus cuerpos. Su cuerpo es el que pretende seducir...su rol en tanto "sujeto-parlante" es que sus palabras no ensucien lo bello del paisaje que ofrecen a las mujeres. Con eso alcanza.
Los menos, entre los que me encuentro, apelan a la discreción visual (sus cuerpos no son una "entidad" en sí mismos) y al trabajo simbólico (no gráfico) de la seducción. Está claro: lo que para unos representa el centro del ser, para otros resulta la periferia y viceversa.
Independientemente de centros y periferias, el deseo del piel, de tocar, (y el deseo de ser deseado -también- por una comunidad abstracta que se mueve a orillas del mar) late como nunca.
Como dice la canción de masacre: "flotaban orgasmos bajo el sol...condición que no cambiaba al diluviar"
Los cuerpos exhiben pero también ocultan y allí está su encanto. Sin embargo -y esto es algo que muchos tipos no llegan a ver- no alcanza solo con el envase. La seducción implica mecanismos más sutiles que un par de brazos fibrosos.
¿O será que los hombres-músculo realmente han tomado por asalto no sólo a un pùblico determinado, sino al gran pùblico en el mercado del deseo (¡los músculos como protuberancias nacionales y populares!) y -en consecuencia- toda esta argumentación barata no es otra cosa que un lamento solapado por la pereza que gobierna a mis propios músculos por ponerse a trabajar para competir a la par?
Espero que no.


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