Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
sábado, 31 de agosto de 2013
LAS ARMAS Y LAS LEYES...
ENTREVISTA AL ESCRITOR G. TAVARES PARA "EL PAÍS"
Pregunta. La Iglesia parece uno de los grandes enemigos de su protagonista, por irracional e inmovilizante. ¿Ahora no toca rezar?
Respuesta. Sí, la Iglesia, cualquiera de ellas, tiene que ver con lo paralizante, Dios como una máquina de otros siglo, una luz de petróleo superada por la electricidad. Es un aspecto del miedo que conduce a la inmovilidad, que es de lo que trata el libro y lo que vivimos hoy.
P. ¿Bajo qué formato?
R. Hay un miedo que es el de la liebre que ve al cazador y huye, algo lógico, sensato; pero existe un segundo miedo y es cuando la liebre ha empezado a correr y ya no sabe dónde está el cazador: lo intuye, pero no lo sabe, siente que anda por ahí, y ese miedo difuso genera un movimiento casi circular, loco, que no deja de ser una forma de inmovilidad. Lenz quiere provocar ese segundo miedo con su política muy cercana al fascismo.
P. ¿Es el miedo que vivimos hoy?
R. Hay un personaje de un cuento de Andersen que dice algo así como: “Me pidieron que rezara pero sólo me acordaba de las tablas de multiplicar”. Ese, para mí, es uno de los conflictos esenciales del siglo XXI: la gente que sólo consigue pensar en las tablas o que sólo puede rezar; olvidamos, tener mala memoria es siempre olvidar algo y ese ha sido uno de los males del siglo pasado; no creo que un creyente sea superior a otros o que yo sea más lúcido que ellos; cuando veo a uno siempre pienso que tiene algo que yo no tengo, pero tampoco hay que incorporarlo ciegamente; lo que no me fascina nada es la Iglesia, que se ha convertido, y quizá ese es su mal, en una institución como cualquier otra, con sus crisis internas, su burocracia y su gente buena pero también muy mala.
P. La sociedad reflejada en su libro es como los vagabundos que enfermizamente maltrata el protagonista al invitarlos a su casa: aguantan vejaciones y están satisfechos con observar y callar a cambio de comer y de dinero. “La sociedad es una decadencia que no descansa”, dice Lenz…
R. Europa ha comido tanta carne que ha perdido su instinto cazador y está menos rabiosa por hacer algo; la comodidad también conlleva consecuencias negativas, como una cierta pereza; debería haber un mayor equilibrio hoy entre el deseo, la satisfacción y un ligero hambre en lo material y lo espiritual. El problema es que ahora ha crecido la insatisfacción material y esto se va a convertir en una situación extraña y peligrosa.
P. Por la crisis económica…
R. Una crisis económica tan profunda y larga preanuncia siempre una dictadura. Cuando una persona dice que lleva cinco años en el paro es una frase que nos desarma, es casi una disculpa; es difícil recriminar a alguien de algo si tiene unas necesidades básicas no satisfechas; cuando llevas tres, cuatro o cinco años sin trabajo, los límites éticos van cayendo por más buena formación ética que tengamos. La moral tiene que ver también con lo material; es trágico decirlo pero es así: cuando estamos satisfechos es fácil ser ético; cuando no, aparece una segunda moral y nadie de nosotros sabemos qué haríamos instalados en esa segunda moral.
P. La novela parece ambientada en la Europa de entreguerras que, por paro, crisis y miedos, igual es un escenario no tan lejano…
R. No quiero exagerar pero hoy estamos haciendo unas fotos muy iguales a las de 1937 y 1938 pero en color en vez de blanco y negro y al ser así nos creemos que no es la misma imagen, somos muy infantiles en eso. Sería irracional pensar que podemos caer en lo de 1940 pero no está de más recordar que Hitler acabó llegando al poder por un proceso inicialmente democrático; tenemos el misticismo de que entró con una ametralladora al poder, pero no fue así… Los episodios violentos en Europa no vendrán con metralletas sino con leyes; percibimos la ley como si fuera la escritura de la bondad, del bien ético y en cambio es la codificación de la mayoría democrática, pero si esta mayoría no es del todo o cada vez menos democrática… La ley está al servicio del bien y del mal.
P. No asuste…
R. Ninguna ley es explícitamente violenta de inicio, lo que está ocurriendo es que pequeñas leyes van lijando los derechos humanos; aceptamos un pequeño dolor y los asumimos, desaparece y ya podemos aceptar un pequeño dolor mayor; hoy, en Europa aceptamos leyes laborales que hace cinco años habrían sido impensables, con despidos casi sin derechos; los derechos humanos, ante la presión económica, van desapareciendo peldaño a peldaño; en los hospitales públicos se miran los costes de los enfermos, como Hitler hacía en sus discursos contables, donde cuantificaba el coste de un alumno normal y de otro sordomudo; eso es el paradigma de la violencia contable, el preanuncio de algo peligroso… Empezamos a no estar lejos de la contabilidad nazi.
P. La tentación mesiánica o populista es muy grande, como ocurre en Aprender a rezar…
R. El perdido o el náufrago quiere ser salvado… y, claro, siempre aparece un salvador. El problema es que alguien quiera ser salvado y en Europa cada vez hay más gente que quiere serlo: el número de náufragos ha aumentado exponencialmente en los últimos tres años.
P. En su libro los políticos juegan a crear un cóctel entre miedo y velocidad muy inquietante.
R. ¿Cómo se hace hoy la censura en Europa? No ocultando nada sino con la velocidad: rápidamente una noticia importante es sepultada por otra y por otra y en cinco minutos una decena de noticias banales están encima de la esencial y estructural, que será digerida en dos horas cuando necesitaría dos años; la velocidad es un censura inconsciente. Hay que parar a reflexionar pero parar es visto, hoy, como algo negativo, como no estar al ritmo de los tiempos.
P. ¿Su obra son novelas ensayísticas o ensayos novelados?
R. Para mí, pensar y contar historias es el mismo mundo, no dos de separados; no me interesa explicar sólo una historia sin más sino que ésta lleve a la reflexión al lector; cada vez son más raros los espacios para pensar y para mi la lectura es un mundo de lentitud ideal para ello; no rechazo el placer, el ciclo de novelas mías de Barrio [El señor Valéry; El señor Brecht…] ya responde en parte a eso, si bien yo busco más al relector que al lector.
P. Pero a ambos le gusta zarandearles.
R. Un libro no puede dar el mismo placer que contemplar un paisaje muy bonito, quiero que mis libros den cierto placer al ser leídos, pero también que generen una ligera resistencia, cierto dolor al lector, que creen inquietud, que irriten, que alguna frase le aburra o que otra le obligue a pensar en ella un buen rato y deba volver al día siguiente o meses más tarde, que se vea impelido a coger un lápiz y participar en su mundo subrayando, redondeando, como hago yo mismo como lector.
P. ¿Y ese estilo tan condensado, casi frío y telegráfico?
R. El escritor debe ser delicado con el lector, no hacerle perder el tiempo y eso va desde la estructura a la tensión de las frases, que no quiero explicativas. Los adjetivos explican de forma paternalista, no me gustan; me gustan las palabras básicas: andar, mandar, pan, mesa, palabras bíblicas, simples, pero a la vez asertivas; busco una exactitud que cause perplejidad y diferentes lecturas.
P. Está traducido en 45 países, tiene más de una veintena de obras publicadas y un montón en el cajón. No salen las cuentas…
R. Cuando me siento apenas tengo cuatro o cinco palabras y una imagen en la cabeza y escribo cuatro o cinco horas seguidas, sin pensar casi, de forma instintiva. La mayoría de las veces esa imagen no ha salido ni descrita, actúa casi como un espejismo. Y lo dejo. En una segunda fase, de la que pueden pasar años, releo y corto tranquilamente dos terceras partes y modelo y hay cambios de posición. Por eso tardo tanto... Aprender a rezar… la acabé, creo en 2002 o 2003…
P. ¿Por qué tarda tanto?
R. Escribí muchísimo entre mis 18 y 30 años y me propuse no publicar antes de esa edad hasta no sentirme completamente seguro de que estaba haciendo algo sólido. Lo he planteado a imagen del oficio de mi padre, constructor. Yo sacaba fotos del proceso de construcción de sus casas: lo primero que él hacía era cavar un agujero bien grande y hondo y el edificio iba creciendo hasta 20 metros… ¡hacia abajo! y a los seis meses apenas estaba a ras de suelo y entonces empezaba a subir. A mis 31 años sentí que estaba a mi nivel cero de escritura y que a partir de ahí podía subir mi edificio para que, cuando venga el viento, no caiga.
LA SALUD VA Y VIENE...
"Las alarmas del doctor Castro"
por Horacio González para Página/12
No es la primera vez que Nelson Castro hace uso de una visión de la medicina y la psiquiatría que corresponde a un trazado binario donde juegan nociones como normal y patológico, pero ahora en la conciencia psíquica de los gobernantes. Es el lenguaje, sabemos, del cruce entre enfermedad y poder, o bien la enfermedad que caracteriza a los poderosos en tanto tales. Si la “normalidad” corresponde a una ciudadanía saludable, lo segundo a una deficiencia psíquica que se adjuntaría a figuras políticas con el latigazo final de que la enfermedad es la “metáfora del poder”. Hace tiempo que el doctor Castro, como tantos otros doctores que dan consejos dietéticos, de estética corporal o de prevención de caries, ha fusionado con el lenguaje de la televisión un lenguaje de la cura y el cuidado de sí, repleto de tecnicismos y palabras elaboradas por los laboratorios que fabrican distintos productos medicinales.La diferencia con los programas de consejos medicinales es que ha logrado absorber en la proposición del “poder enfermo” a las acciones de la Presidenta, a la que al término de cada programa se le dirige como el buen médico que da recomendaciones sobre su supuesta situación psíquica, con una falaz benevolencia, pues se incluye entre los “40 millones de ciudadanos” gobernados por ella, que con toda razón –“se lo deseo, créame, de todo corazón”–, dependen de su racionalidad siempre a punto de ser carcomida por una dolencia abismal, nunca declarada. En su programa televisivo, ése es el momento del diagnóstico. ¡Cuánto nos recuerda a tantos médicos de la literatura universal, con sus monsergas paternalistas! O al revés, sin rozar siquiera que este gran tema de la enfermedad y el arte, que ha sido tratado en recordadas piezas literarias, como la epilepsia del príncipe Mishkin en El idiota de Dostoievski y la permanencia de Hans Castorp en el alegórico hospital de La montaña mágica, de Thomas Mann.
La manera en que el doctor Castro se dirige a la Presidenta es una pieza mayor de la hipocresía (que también es una leve patología), pues aconseja como un personaje extraviado de algún borrador de Molière, mirando a la cámara como un poseído curandero o un profeta desocupado, y mientras parece escribir en su recetario, con una sintomatología de simulación (que para los médicos positivistas del siglo pasado era una forma estetizada de la mejor patología), finge estar preocupado por la paciente, mientras no logra ocultar una puntilla de gozo por estar en situación de decretar la locura en un enemigo político. Metáforas habituales, como “enfermedad”, tan bien tratada en su relación con el poder por Susan Sontag, son arruinadas por un pensamiento más bien elemental, apenas recubierto con la palabra “doctor”, que si no nos equivocamos, en la política se pronuncia casi siempre con sorna. Guardémonos que se nos diga “doctor” en cualquier situación que fuese.
Ahora ha refinado el diagnóstico, haciéndolo aún más literario, sin salir de la curandería. Ha ido a la Grecia Antigua a buscar palabras de Aristóteles y de Sófocles, en lo que no se equivoca, pues son, entre otros, quienes más han tratado los extravíos de la conciencia a través de la figura del héroe trágico. Conceptos como hibrys o hamartía son palabras fundantes de la civilización griega, tomadas de la teoría de la purificación de las pasiones o del arte del arquero griego, para quien la hamartía comienza siendo un error en el disparo de la flecha hasta adquirir la estatura de una palabra ligada al error trágico. Para el caso, al transformarlas en términos médicos. Pero no como se haría en la cultura griega arcaica, guardando una finura retórica que no se emplea en condenar a nadie sino en saber afrontar los golpes de la fortuna. Reduciéndolo todo a copiar manuales de psiquiatría laboral, que se usan en las empresas para aceptar o rechazar a peticionantes de empleo con un cientificismo que apenas encubre una escuela no proclamada de servilismo laboral y preparación para la vida humillada. Entonces se nos habla de “Síndrome de Hubris”, salido del mágico recetario de un programa de la televisión, lo que al parecer ha interesado a los redactores de un diario donde se trata la vida intelectual de muchas maneras, inclusive de ésta.
La hibris o hubris, este “síndrome” ahora apócrifo, para los griegos antiguos hablaba de la perdición del héroe en medio de un complejísimo trazado de la conciencia de la libertad, obligando a elegir entre la piedad y el exceso. La televisión argentina en su aspecto más cuestionable –ciertos programas, muchas publicidades, las coreografías de los llamados programas de entretenimiento–, es la heredera menor de estos conceptos de la historia del arte universal. Los usa mal y a contramano. En su solo mirar hacia el exterior de sí, no percibe su propia hamartía, su propia hibrys repleta de carestía moral, pero de algún modo efectiva para sus usos políticos basados en la denigración o el vejamen. Miren si Sófocles hubiera hecho un examen de medicina laboral a Edipo o si Freud hubiera tomado ese mito de una manera ligera, para dar consejos por radio (en su época no había televisión).
Omnipotencia y narcisismo, dicen los doctores norteamericanos que cita el doctor Castro. Para decir todo eso, pasa por una afirmación dudosa para todo médico o todo político (“la soledad del poder no se cura con nada”), lo que da un indicio de que los ropajes de la poética de Aristóteles sólo sirven no para el examen de las pasiones –como era el caso–, sino para seguir explorando los senderos del ataque insaciable bajo un docto disfraz medicinal.
Confieso que tomé el título de esta nota de un famoso artículo de Borges –el “doctor Borges”– titulado Las alarmas del doctor Américo Castro. Pero no hay que asustarse. Se trataba apenas de una incisiva crítica al lingüista español que cuestionaba la variedad rioplatense del idioma castellano. Todo ocurría en la década del ’40. El escrito de Borges es demoledor. Si no hubiera otras tantas diferencias, este apenas quiere ser un llamado de atención para que se usen seriamente las palabras y no se reduzca la difícil politicidad que vivimos a un mero orden médico. ¿Le pido un turno, doctor?
No es la primera vez que Nelson Castro hace uso de una visión de la medicina y la psiquiatría que corresponde a un trazado binario donde juegan nociones como normal y patológico, pero ahora en la conciencia psíquica de los gobernantes. Es el lenguaje, sabemos, del cruce entre enfermedad y poder, o bien la enfermedad que caracteriza a los poderosos en tanto tales. Si la “normalidad” corresponde a una ciudadanía saludable, lo segundo a una deficiencia psíquica que se adjuntaría a figuras políticas con el latigazo final de que la enfermedad es la “metáfora del poder”. Hace tiempo que el doctor Castro, como tantos otros doctores que dan consejos dietéticos, de estética corporal o de prevención de caries, ha fusionado con el lenguaje de la televisión un lenguaje de la cura y el cuidado de sí, repleto de tecnicismos y palabras elaboradas por los laboratorios que fabrican distintos productos medicinales.La diferencia con los programas de consejos medicinales es que ha logrado absorber en la proposición del “poder enfermo” a las acciones de la Presidenta, a la que al término de cada programa se le dirige como el buen médico que da recomendaciones sobre su supuesta situación psíquica, con una falaz benevolencia, pues se incluye entre los “40 millones de ciudadanos” gobernados por ella, que con toda razón –“se lo deseo, créame, de todo corazón”–, dependen de su racionalidad siempre a punto de ser carcomida por una dolencia abismal, nunca declarada. En su programa televisivo, ése es el momento del diagnóstico. ¡Cuánto nos recuerda a tantos médicos de la literatura universal, con sus monsergas paternalistas! O al revés, sin rozar siquiera que este gran tema de la enfermedad y el arte, que ha sido tratado en recordadas piezas literarias, como la epilepsia del príncipe Mishkin en El idiota de Dostoievski y la permanencia de Hans Castorp en el alegórico hospital de La montaña mágica, de Thomas Mann.
La manera en que el doctor Castro se dirige a la Presidenta es una pieza mayor de la hipocresía (que también es una leve patología), pues aconseja como un personaje extraviado de algún borrador de Molière, mirando a la cámara como un poseído curandero o un profeta desocupado, y mientras parece escribir en su recetario, con una sintomatología de simulación (que para los médicos positivistas del siglo pasado era una forma estetizada de la mejor patología), finge estar preocupado por la paciente, mientras no logra ocultar una puntilla de gozo por estar en situación de decretar la locura en un enemigo político. Metáforas habituales, como “enfermedad”, tan bien tratada en su relación con el poder por Susan Sontag, son arruinadas por un pensamiento más bien elemental, apenas recubierto con la palabra “doctor”, que si no nos equivocamos, en la política se pronuncia casi siempre con sorna. Guardémonos que se nos diga “doctor” en cualquier situación que fuese.
Ahora ha refinado el diagnóstico, haciéndolo aún más literario, sin salir de la curandería. Ha ido a la Grecia Antigua a buscar palabras de Aristóteles y de Sófocles, en lo que no se equivoca, pues son, entre otros, quienes más han tratado los extravíos de la conciencia a través de la figura del héroe trágico. Conceptos como hibrys o hamartía son palabras fundantes de la civilización griega, tomadas de la teoría de la purificación de las pasiones o del arte del arquero griego, para quien la hamartía comienza siendo un error en el disparo de la flecha hasta adquirir la estatura de una palabra ligada al error trágico. Para el caso, al transformarlas en términos médicos. Pero no como se haría en la cultura griega arcaica, guardando una finura retórica que no se emplea en condenar a nadie sino en saber afrontar los golpes de la fortuna. Reduciéndolo todo a copiar manuales de psiquiatría laboral, que se usan en las empresas para aceptar o rechazar a peticionantes de empleo con un cientificismo que apenas encubre una escuela no proclamada de servilismo laboral y preparación para la vida humillada. Entonces se nos habla de “Síndrome de Hubris”, salido del mágico recetario de un programa de la televisión, lo que al parecer ha interesado a los redactores de un diario donde se trata la vida intelectual de muchas maneras, inclusive de ésta.
La hibris o hubris, este “síndrome” ahora apócrifo, para los griegos antiguos hablaba de la perdición del héroe en medio de un complejísimo trazado de la conciencia de la libertad, obligando a elegir entre la piedad y el exceso. La televisión argentina en su aspecto más cuestionable –ciertos programas, muchas publicidades, las coreografías de los llamados programas de entretenimiento–, es la heredera menor de estos conceptos de la historia del arte universal. Los usa mal y a contramano. En su solo mirar hacia el exterior de sí, no percibe su propia hamartía, su propia hibrys repleta de carestía moral, pero de algún modo efectiva para sus usos políticos basados en la denigración o el vejamen. Miren si Sófocles hubiera hecho un examen de medicina laboral a Edipo o si Freud hubiera tomado ese mito de una manera ligera, para dar consejos por radio (en su época no había televisión).
Omnipotencia y narcisismo, dicen los doctores norteamericanos que cita el doctor Castro. Para decir todo eso, pasa por una afirmación dudosa para todo médico o todo político (“la soledad del poder no se cura con nada”), lo que da un indicio de que los ropajes de la poética de Aristóteles sólo sirven no para el examen de las pasiones –como era el caso–, sino para seguir explorando los senderos del ataque insaciable bajo un docto disfraz medicinal.
Confieso que tomé el título de esta nota de un famoso artículo de Borges –el “doctor Borges”– titulado Las alarmas del doctor Américo Castro. Pero no hay que asustarse. Se trataba apenas de una incisiva crítica al lingüista español que cuestionaba la variedad rioplatense del idioma castellano. Todo ocurría en la década del ’40. El escrito de Borges es demoledor. Si no hubiera otras tantas diferencias, este apenas quiere ser un llamado de atención para que se usen seriamente las palabras y no se reduzca la difícil politicidad que vivimos a un mero orden médico. ¿Le pido un turno, doctor?
domingo, 25 de agosto de 2013
EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO...
Dentro de una situación absolutamente convencional (estoy estudiando en un bar), me encuentro con algo muy poco convencional: al levantarme para ir al baño, descubro -a unas pocas mesas de distancia- a una chica que lee un libro muy gordo mientras toma una cerveza. No llego a ver la tapa del libro, pero creo que me hubiera dado lo mismo si era la Guerra y la Paz de Tolstoi o los robos completos de Bucay. Ella es hermosa y me da la impresión que va a estar sola, sentada en su mesa, leyendo y tomando su cerveza muy tranquilamente.
Vuelvo a mi mesa y guardo los apuntes de literatura norteamericana. Los esclavos pueden esperar un poco más para su liberación. Mi liberación está primero.
Busco rápido en la mochila. Saco el último libro que compré: "Manual de Supervivencia". Se trata de una larga entrevista al cineasta alemán Werner Herzog (a quien debo el nombre de este blog). Me pongo a buscar pasajes del libro. Marco tres.
Después de vacilar un buen rato, me decido. Camino hacia la mesa hasta llegar a su lado. Ella levanta la cabeza y mira algo sorprendida. Le digo que tengo una propuesta para hacerle: que me lea algún pasaje que le haya gustado de su libro y yo haría lo mismo con alguno que me haya gustado del mío. Me sonríe algo nerviosa y me dice "no sé que estás leyendo". Le muestro la tapa del libro. Lo mira, duda un segundo, y finalmente me dice: "no, gracias". Le digo "como quieras", y regreso a mi mesa.
Traté de volver a concentrarme en lo mío, pero desistí. La situación me había alborotado. Por un lado estaba sorprendido de lo que había hecho, y por otro lado no podía dejar de imaginar que, a los pocos minutos, ella iba a venir a mi mesa a decirme "esta parte del libro me pareció buena, a ver qué te parece". Pero cuando se levantó (media hora después) fue para irse del bar. Yo permanecí otro rato más hasta que pedí la cuenta para irme también. Cuando me la trajo, el mozo me dijo con una sonrisa "otra vez será". Me reí con su comentario. Espero que tenga razón. Seguramente el libro de esta chica era los robos completos de Bucay y por eso no pudo aceptar mi propuesta: no quiso pasar vergüenza.
Comparto entonces con ustedes lo que no pude compartir con la extraña dama:
"Detrás de las imágenes, detrás de la visión, detrás de la historia, detrás de la gramática de la narración y la gramática de la imagen, hay algo cuya experiencia en cine puede ofrecer en muy raras ocasiones, se toca entonces una verdad más profunda. No pasa muy a menudo; sí pasa en la poesía. Aún cuando me haya alejado un tanto de él con los años, al leer a Rimbaud se siente instantáneamente que hemos rozado algo extático. Tocamos una verdad que está detrás de las cosas. Algo que no necesitamos analizar. Lo sabemos de inmediato. Y uno se siente inmediatamente iluminado. Los hechos cotidianos no iluminan, sino que crean normas de conducta. Sólo la verdad ilumina."
"Leo el corazón humano. Es una parte importante de mi profesión. A leer el corazón humano no se aprende, sólo la experiencia lo puede enseñar. Hablo de experiencias muy elementales ¿Qué significa estar preso? ¿Qué es tener hambre? ¿Qué es criar hijos? ¿Qué es la soledad en el desierto? ¿Qué significa estar enfrentando a un verdadero peligro? La mayoría de nosotros ignora esas experiencias, salvo tener hijos. De experiencias así provienen mis capacidades como cineasta."
"Si ustedes viven en un departamento donde todos los rincones, hasta el último, están iluminados, ese departamento se vuelve inhabitable. Los seres humanos que sacan a la luz los rincones más oscuros de sus almas se vuelven seres humanos inhabitables.
Nunca pude estar con una mujer que no tuviera una especie de secreto o misterio. Nunca pude vivir con alguien que se esfuerce por decirlo todo, por saberlo todo, convencido de que eso es la base de una relación. Es el punto de partida para el crimen. Es todo. Frente a una actitud así, la única respuesta sería el crimen."
jueves, 22 de agosto de 2013
CADA VEZ MÁS IGUAL...
YA
NO SÉ QUÉ HACER CONMIGO (EL CUARTETO DE NOS)
Ya
tuve que ir obligado a misa, ya toqué en el piano "Para Elisa"
ya aprendí a falsear mi sonrisa, ya caminé por la cornisa
ya cambié de lugar mi cama, ya hice comedia, ya hice drama
fui concreto y me fui por las ramas, ya me hice el bueno y tuve mala fama
ya fui ético y fui errático, ya fui escéptico y fui fanático
ya fui abúlico y fui metódico, ya fui púdico fui caótico
ya leí Arthur Conan Doyle, ya me pasé de nafta a gasoil
ya leí a Breton y a Molière, ya dormí en colchón y en sommier
ya me cambié el pelo de color, ya estuve en contra y estuve a favor
lo que me daba placer ahora me da dolor, ya estuve al otro lado del mostrador
y oigo una voz que dice sin razón,
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual,
ya no sé que hacer conmigo
ya me ahogué en un vaso de agua, ya planté café en Nicaragua
ya me fui a probar suerte a USA, ya jugué a la ruleta rusa
ya creí en los marcianos, ya fui ovo-lacto vegetariano, sano
fui quieto y fui gitano, ya estuve tranqui y estuve hasta las manos
hice un curso de mitología pero de mí los dioses se reían
orfebrería la salvé raspando, y ritmología aquí la estoy aplicando
ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya pegué, ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí, ya me fui, ya volví, ya fingí, ya mentí
y entre tantas falsedades, muchas de mis mentiras ya son verdades
hice facil las adversidades, y me compliqué en las nimiedades
y oigo una voz que dice con razón
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual
ya no sé que hacer conmigo
ya me hice un lifting, me puse un piercing, fui a ver al Dream Team y no hubo feeling
me tatué al Ché en una nalga, arriba de mami para que no se salga
ya me reí y me importó un bledo, de cosas y gente que ahora me dan miedo
ayuné por causas al pedo, ya me empaché con pollo al spiedo
ya fui al psicólogo, fui al teólogo, fui al astrólogo, fui al enólogo
ya fui alcohólico y fui lambeta, ya fui anónimo y ya hice dieta
ya lancé piedras y escupitajos, al lugar donde ahora trabajo
y mi legajo cuenta a destajo, que me porté bien y que armé relajo
y oigo una voz que dice sin razón
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual
ya no sé que hacer conmigo
ya aprendí a falsear mi sonrisa, ya caminé por la cornisa
ya cambié de lugar mi cama, ya hice comedia, ya hice drama
fui concreto y me fui por las ramas, ya me hice el bueno y tuve mala fama
ya fui ético y fui errático, ya fui escéptico y fui fanático
ya fui abúlico y fui metódico, ya fui púdico fui caótico
ya leí Arthur Conan Doyle, ya me pasé de nafta a gasoil
ya leí a Breton y a Molière, ya dormí en colchón y en sommier
ya me cambié el pelo de color, ya estuve en contra y estuve a favor
lo que me daba placer ahora me da dolor, ya estuve al otro lado del mostrador
y oigo una voz que dice sin razón,
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual,
ya no sé que hacer conmigo
ya me ahogué en un vaso de agua, ya planté café en Nicaragua
ya me fui a probar suerte a USA, ya jugué a la ruleta rusa
ya creí en los marcianos, ya fui ovo-lacto vegetariano, sano
fui quieto y fui gitano, ya estuve tranqui y estuve hasta las manos
hice un curso de mitología pero de mí los dioses se reían
orfebrería la salvé raspando, y ritmología aquí la estoy aplicando
ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya pegué, ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí, ya me fui, ya volví, ya fingí, ya mentí
y entre tantas falsedades, muchas de mis mentiras ya son verdades
hice facil las adversidades, y me compliqué en las nimiedades
y oigo una voz que dice con razón
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual
ya no sé que hacer conmigo
ya me hice un lifting, me puse un piercing, fui a ver al Dream Team y no hubo feeling
me tatué al Ché en una nalga, arriba de mami para que no se salga
ya me reí y me importó un bledo, de cosas y gente que ahora me dan miedo
ayuné por causas al pedo, ya me empaché con pollo al spiedo
ya fui al psicólogo, fui al teólogo, fui al astrólogo, fui al enólogo
ya fui alcohólico y fui lambeta, ya fui anónimo y ya hice dieta
ya lancé piedras y escupitajos, al lugar donde ahora trabajo
y mi legajo cuenta a destajo, que me porté bien y que armé relajo
y oigo una voz que dice sin razón
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual
ya no sé que hacer conmigo
…………………………………………………………………………………………….......
CONFESIONES
DE UN AMANTE INSOSPECHADO
Tarde en la noche, aburrido
como siempre y sin tener nada que hacer, me encuentro viendo obligadamente un
canal de televisión sin alma por haber perdido las pilas del control remoto,
mientras me doy cuenta que sigo sin poder terminar de procesar la muerte de mi
hijo a pesar de todo este tiempo.
Durante muchos años
pensé en el suicidio. Pero no pude hacerlo. Durante todo ese tiempo en que el
suicidio fue un hámster dando vueltas por esa rueda de metal que es mi cabeza,
también llegue a poner en duda mi propia existencia. Sí, una locura: lo sé. Fui
más allá de Descartes, que, al dudar, se quedó tranquilo de que había algo
seguro en el universo: él mismo y su duda.
Descartes estaba
equivocado. En su momento me gustó su frase; me dejé seducir por ella. Pero no
es verdad que uno reconozca su existencia ante la duda; se la reconoce ante el
dolor. El dolor agudo que se siente muchas veces, en diferentes etapas, y por
distintos motivos. Ese dolor nos indica que estamos vivos. Del dolor no se
duda.
No es “pienso, luego
existo”, sino “sufro, luego existo.” Y si hablamos de sufrimientos, creo que
todos vamos a ponernos de acuerdo en que no hay sufrimiento mayor que aquél generado por la muerte de un hijo.
No me importa lo que
representó para todo el mundo la muerte de mi hijo; nadie pensó en mí de la
forma en que me hubiera gustado.
Pero el tiempo pasa y
nos corre de lugar. El dolor no desaparece;
sino que se transforma como la materia. Con el correr de los años (o de los
siglos) empieza a perder consistencia, a perder solidez, y deja lugar a otro
tipo de sentimientos en el corazón.
La verdad, debo
admitirlo, es que odié mucho tiempo. A todos; a las personas, a los gobiernos,
a las religiones.
Siempre me pregunté si
no fue todo en vano, si nada sirvió para que podemos ser mejores, para que
podemos tener pensamientos que suban,
que se eleven, para que se abra…que se abra algo.
Pero no escribo estas
líneas sólo para confesar mi aburrimiento y mi imposibilidad de cambiar el
canal en la televisión. Tampoco para explicarles que es imposibilidad –nimia,
cotidiana, absolutamente banal- le abre la puerta a ese sufrimiento del que
todavía soy víctima y que, aún hoy, me predispone a querer hacer cosas muy
malas a la gente.
Hay algo más que quiero
compartir con todos ustedes.
Lo que quiero decir es
que uno tarda una eternidad en aprender algo. En aprehender. Mi hijo –estoy
convencido- antes de morir captó con profundidad la idea de que uno debe ir por
la vida tratando de recolectar imágenes que sirvan de escudo contra la amargura
y la desazón. Apenas un grupo de imágenes (tres o cuatro quizá) que funcionen
con un núcleo vital que sea capaz de resistir los embates del tiempo. Y eso es
todo. Ese es el secreto. El tiempo es un péndulo que avanza y retrocede. Arriba
o abajo de ese movimiento estamos nosotros, mortales o inmortales.
La moral, como el amor,
como la justicia, pertenecen al orden temporal; para Dios la justicia no existe
porque no existe el tiempo. Hace muchos años (a principios del siglo pasado si
la memoria no me falla) escuché razonamientos de ese orden, y –mal que me pese-
siempre me parecieron una forma muy inteligente de argumentar en favor de la
separación definitiva entre el estado y la religión; entre sus instituciones y
sus formas de pensar y administrar deberes y derechos de los ciudadanos.
A veces pienso que Marx
tenía razón y que la religión es el gran opio de los pueblos, pero ese
pensamiento no tarda en desaparecer; la incomodidad que me genera se encarga,
ella misma, de eliminarlo a la velocidad de un rayo.
Voy a hablar de
angustias entonces, y no del vínculo siempre conflictivo entre Estado y
religión. ¡Qué carajo me importan a esta altura los Estados y las religiones!
¡Que se maten entre ellos!
Voy al punto. Escribo estas
líneas para confesarles a ustedes lo que nunca podría confesarle a mi hijo:
estuve enamorado. Me pasó muchas veces pero sólo en una oportunidad estuve decidido
a intervenir al respecto. A no dejar pasar la oportunidad. Había pasado mucho
tiempo mirando la vida desde afuera, mucho tiempo solo en este universo.
Sentirme enamorado fue hermoso porque –eso lo
sabemos todos- enamorarse es subir, elevarse, tocar algo más alto, o más
profundo. Y darse cuenta que todo lo que hace uno es para querer y que lo
quieran.
Pienso en mis
enamoramientos y me doy cuenta que me ha pasado tanto con hombres como con
mujeres, indistintamente. El primer enamoramiento, el primer deseo profundo de
fundirme en otro cuerpo, lo sentí con Alejandro Magno. Cuando lo conocí, mi
hijo todavía no había nacido, y –debo confesarlo- me hubiera gustado que
Alejandro fuera mi hijo. Su conquista del imperio persa me deslumbró, como
deslumbró a los historiadores que se encargaron de estudiar su vida.
Con la muerte de mi
hijo, durante mucho tiempo, la angustia no me dejó volver a enamorarme. No sólo
no me permití sentir amor; sino que tuve estallidos de ira que me acercaron
peligrosamente a la locura. Recuerdo algunas fechas puntuales en las que me
sentí un volcán en erupción. Para ser más precisos: mil novecientos treinta y
tres, es decir, hace unos doscientos años.
No sólo sufrí de ira; años
y años sin padeciendo un insomnio que parecía no terminar jamás.
Hasta que una noche
pude conciliar el sueño; dormí como un angelito. No la recuerdo puntualmente
por eso, sino por el humo que había llegado hasta las nubes, al parecer por el
incendio que se produjo al estrellarse dos aviones contra unas torres.
Pero vuelvo al punto. Lo
voy a decir: me enamoré de Eddie Vedder. Me enamoré de su capacidad de seducir
a las mujeres con su belleza física, su tremenda voz y su increíble capacidad
para componer melodías. La calidez que despliega en las entrevistas me
corresponde. Yo estoy ahí, dentro suyo, cuando sonríe a la cámara y dice “yo no
me he permitido cambiar, pero la forma en que la gente me ve no es algo que
pueda controlar. Lo que sí puedo controlar es el hecho de no aparecer en
televisión de una forma que glorifique mi cara o mi posición”.
Quise ser él cuando
estaba arriba de un escenario tocando con la banda. Y lo logré. Recuerdo
puntualmente un recital en Buenos Aires, Argentina, en el estadio de la ciudad
de La Plata. La gente nunca se enteró –desde ya- pero yo estuve en Vedder
cuando él abrió los brazos al público durante la interpretación del tema con
que la banda comenzó el concierto (Release) y durante el resto de la larga
lista de canciones que formaron parte de ese show único e irrepetible.
Pero el tiempo,
inexorable, pasó, y con él mi último enamoramiento.
Ya no siento más nada
por nadie.
Termino esta confesión
y la pantalla sigue encendida. Me pasé la noche en vela, y –tal vez- estas
palabras no hayan servido para nada. Ahí
abajo, entre las sombras, no hay nadie para escucharlas. Pero muchas veces uno
quiere hablar, simplemente expresarse sin importar si hay del otro lado un
interlocutor posible.
Tampoco habrá nadie
para escuchar a una señora muy coqueta que
aparece en la pantalla a la hora del almuerzo, mostrando sus joyas
mientras exhibe una sonrisa plastificada y lanza al viento una frase memorable:
“como te ven te tratan, si te ven mal, te maltratan.”
¿No aprendió la señora –después
de tanto tiempo- que el lujo es vulgaridad?
No lo aprendió. Yo
aprendí que el amor es algo que puede estar todos los días viviendo en uno, o
no puede estar en siglos.
Sigo sin encontrar las
pilas y entró en desesperación.
Y también no puedo
dejar de preguntarme: ¿Cómo me verían ustedes a mí? ¿Cómo me verían si todavía
estuvieran acá, conmigo, y no hubieran hecho lo que hicieron?
domingo, 18 de agosto de 2013
UN ÁNGEL PARA NUESTRA SOLEDAD...
Ahí lo tienen, sentado con su mujer en la mesa de Mirta. A una semana de haber ganado las elecciones en la provincia de Buenos Aires, Sergio Massa no sólo acepta ir a comer de los platos huecos que ofrece la octogenaria; también acepta compartir la mesa con personajes (en el sentido literal de la palabra) como Coki Ramírez, Peter Alfonso y...Aníbal Pachano!!!
Ahí lo tienen. Hablando de la semillita que empieza a crecer como nos hablaban nuestras mamás para explicarnos cómo vinimos al mundo. Retomando la verba automática de la que -con un mínimo de inteligencia y a total destiempo- el rabino Bergman se pudo desprender.
Tal vez al tigrense le sirva el almuerzo para ir pergeñando alianzas por abajo de la mesa. Quien sabe: la fórmula "MASSA-PACHANO 2015" no suena nada mal.
Muchas palabras de amor. Ni una sola palabra de política. De esa miel no comen las hormigas.
sábado, 17 de agosto de 2013
LA CONSTRUCCIÓN DISCURSIVA DE LOS ANTAGONISMOS...
"Ese joven "
por Daniel Link para Perfil
Ese joven candoroso que, oficiando de fiscal de
mesa, rechazó enfáticamente darle la mano al Sr. Macri demuestra el fracaso de
un modelo de mistificación llevado hasta sus últimas consecuencias, sobre el
cual ya me he detenido.
Ese joven que se creyó a pie juntillas la construcción
discursiva de los antagonismos, tal y como Laclau se la ha dictado al gobierno,
no hace sino demostrar los límites que queriéndolo o no, el exceso de
mistificación provoca en el sistema democrático.
A nadie puede preocuparle que ese joven se muestre
intemperante, fanático o consecuente con sus ideas políticas, sino que crea que
los antagonismos construidos discursivamente (es decir: que tienen su
fundamento en un acto de discurso antes que en otra cosa) representan algo así
como “la realidad” y que, por lo tanto, las ideas políticas del Sr. Macri son
muy diferentes de las de la Sra. Fernández, lo que hasta ahora no ha sido
probado (y allí está la renta financiera no gravada, como un caso testigo de
una gemelidad borrada a fuerza de actos de discurso, o la asociación entre YPF
y Chevron para proyectos de fracturación hidráulica, sobre los que el Sr. Macri
nunca expresó su disgusto).
Todo gobierno que se pretende heroico debe desarrollar
una épica, y para eso sirve la construcción discursiva de los antagonismos:
digamos “campo” (olor a bosta de vaca), digamos “Clarín” (olor a hegemonía
comunicacional), digamos “Macri” (olor a zona norte), y ya está. Poco importa
que el campo sea ya otra cosa que la explotación ganadera, que los medios
masivos sean ya residuales en un mundo atravesado por las nuevas tecnologías de
la información, o que Macri sea apenas el costado más liberal del panperonismo
en el que el oficialismo acuna sus peores pesadillas.
Mistificar, en determinados procesos históricos, es una
necesidad ineludible (El 18 Brumario de Luis Bonaparte), pero eso no
significa que haya una “mistificación buena” (la que ejercen “los buenos”) y
una mistificación mala (la de la derecha).
La construcción discursiva de los antagonismos, que es
una hipótesis (muy visitada, y muy fértil) de análisis, convertida en normativa
y orientadora de la acción política, requiere de una delicadeza de tratamiento
que, cuando está ausente, provoca el efecto contrario al deseado: el hastío del
votante y la transformación de los comportamientos políticos (como la mano que
ese joven le niega a un político antipático) en una nota al pie de un paper
académico.
domingo, 11 de agosto de 2013
LA LLAMADA...
Webeando en la madrugada, después de la pizza, el fernet y tvr, mi amigo me muestra un video que le gustó y que -al parecer- se está expandiendo en forma viral por las redes sociales. Se trata de un corto titulado: "Ni una sola palabra de amor". Me gustó. Es, tal como me lo había advertido mi amigo, un video extraño. Diría más: levemente perturbador. Justamente porque no sé que es con exactitud lo que me genera la incomodidad.
Puedo arriesgar y decir que hay una estética Lyncheana y los universos de Lynch, (como los de Von Trier) son, más que cualquier otra cosa, perturbadores.
Pero hay algo más... y creo que tiene que ver con algunas imágenes que me vienen a la cabeza en relación a la historia que se va develando con el correr de los minutos.
"Ni una sola palabra de amor". Como en los cuentos que voy a llevar al taller, mientras la UBA me encuentra otra vez entre sus filas y el san Martín entre sus asistentes a los seminarios de los tipos que me interpelan y me atienden el teléfono.
Atender a este número: http://www.youtube.com/watch?v=sNkzk95uAP0
sábado, 10 de agosto de 2013
DINERO DE CURSO UNIVERSAL...
ENTREVISTA AL SOCIÓLOGO Y ARTISTA ROBERTO JACOBY (POR EL GRAN DIARIO ARGENTINO)
Roberto Jacoby (1944) lleva casi cincuenta años de trabajo ampliando la idea lo que se entiende por arte. Su obra, vasta y heterogénea, difícil de exponer en galerías o museos por su carácter performático y colaborativo, tuvo su reconocimiento con la muestra retrospectiva que le dedicó el Museo Reina Sofìa, de Madrid, que concluye estos días.
Jacoby participó de la muestra Homenaje a Vietnam (1966), construyó y difundió mediáticamente acciones artísticas que no tuvieron lugar, intervino en las actividades del Di Tella y en la puesta de Tucumán Arde (1968). Durante los años ’90 produjo espectáculos en salas y discotecas, y escribió canciones para el grupo Virus. En el año 2000 creó la revista Ramona y desarrolló el proyecto Venus, por el que recibió la beca Guggenheim. Recién durante el 2001 hizo su primera muestra individual. El alma nunca piensa sin imagen, el trabajo colectivo que llevó en el 2010 a la Bienal de San Pablo, fue levantado por orden judicial. Escritor prolífico, con el título de El deseo nace del derrumbe acaba de ser editada una amplia selección de sus textos de diversos géneros, hecha por la investigadora Ana Longoni.
-Siempre trabajaste a favor de una cierta confluencia entre el arte y los sistemas de comunicación; sin embargo, la comunicación no parece haber facilitado mucho la circulación de tu trabajo.
- Creo que hasta ahora mi trabajo tuvo una lectura fragmentaria debido a la multiplicidad de campos en los que actué. Mi producción no deja de circular, aunque lo hace en cada uno de esos campos por separado. Ahora bien, mi nombre no se asocia a esas intervenciones porque casi nunca operé como “autor” individual sino a través de grupos y colectivos. La autoría difusa fue para mí una elección estética. En ocasiones esa invisibilidad me dificulta lograr aceptación para nuevos proyectos. El nombre de autor sigue siendo decisivo en el valor que la sociedad otorga a una obra. En mi caso, ésta situación se está modificando. La muestra en el Museo Reina Sofía y el libro El deseo… comienzan a facilitar una recepción conjunta de mi trabajo como un “cuerpo de obra”.
-Una preocupación muy presente en tu obra es la de los sistemas económicos. ¿Cómo pensar hoy la interferencia de la economía y la creación de sentido en el arte?
-La producción artística es la única que puede adquirir un valor inconmensurable, como si un artista tuviera el poder de imprimir dinero de curso universal. El proyecto Venus, una micro sociedad que funcionó desde 2002 a 2006 y emitía su moneda propia, era posible entenderlo como un comentario sobre esa propiedad particular. Los “venusinos” intercambiaban bienes y servicios por medio de esta moneda, mantenían su lazo social a través de lo que llamamos “tecnologías de la amistad”. Esa forma de reciprocidad distraída que es la amistad es un rasgo fundante de muchas iniciativas artísticas tales como Belleza y Felicidad, Tu rito, ramona, Bola de nieve y otros. En general mi trabajo funcionó por fuera del mercado, en una versión naif de la “economía el don” enunciada por Marcel Mauss y George Bataille. Para las prácticas “no objetuales” no era fácil transmutarse en mercancías, pero en ésta época parte del sistema del arte orienta su interés hacia esas experiencias, generando cierto mercado para ellas. Yo no sostengo un fundamentalismo antimercantil pero me mantengo en un límite que atravieso en uno u otro sentido, cosa que a mi edad resulta conveniente.
-¿Cuáles son hoy tus preocupaciones artísticas?
-Seguir provocando equívocos sobre lo que es y no es “arte”. También me motoriza la posibilidad de afectar nuevos públicos, de crear “comunidad” a través de esta extraña actividad que se denomina “arte contemporáneo”.Y, sobre todo, me interesa el momento actual de la sociedad argentina y de los movimientos sociales que surgen, un poco por todas partes, como si los deseos de una democracia real fueran posibles de alcanzar.
-Los críticos han dicho que tu trabajo expande la noción de campo artístico. ¿Cómo pensás que será el arte de las próximas décadas?
-Ampliar las fronteras de lo que se considera “arte” es la mayor ambición que puede tener una actividad artística en ésta época; observo y celebro la incesante propensión a dilatar los límites y difuminar divisiones entre disciplinas, entre “alta” y “baja” cultura, entre arte de élites y el de amplio alcance, entre materiales nobles y basura, entre lo manual y las tecnologías nuevas. Si tuviera que elegir un solo rasgo optaría por una de las propuestas de Ítalo Calvino para este milenio: la levedad.
domingo, 4 de agosto de 2013
FILÓSOFOS EN SU TORMENTA... (CUARTA Y ÚLTIMA ENTREGA DE BOLSILLO)
ORTEGA Y GASSET: Para Ortega, el ser humano es una individualidad; lo que existe es una biografía humana. Considera que el individuo no tiene naturaleza sino historia. Es decir, que nos vamos haciendo y apareciendo a lo largo del tiempo, fabricándonos a nosotros mismos, pero esa fabricación no es algo aislado. En esa fabricación del propio yo no hay que atender únicamente a éste, sino también a la circunstancia determinada en la que el yo está en cada caso tramado, por así decir. Todo nuestro yo no es un yo aislado y antagónico, como el que podía pensar Unamuno, sino que es un yo que tiene que estar de alguna manera haciendo el esfuerzo por ponerse de acuerdo y por rescatar a su circunstancia. La circunstancia es la historia, la circunstancia es la gente que nos rodea, son las ideas imperantes en una época, y hay que salvar esa circunstancia; mi yo no basta, aunque yo me retire a mi torre de marfil, no basta con que yo logre de alguna manera alcanzar una cierta perfección personal si no he logrado levantar y salvar la circunstancia que me rodea, es decir el país en el que vivo. Esta tarea de salvar mi circunstancia, es decir, mi familia, mis amigos, mi comunidad, mi país, mi mundo, es lo que se llama el regeneracionismo de Ortega. De modo que la circunstancia es la articulación de la razón vital con el conjunto de lo dado, en cuanto suma de todos los puntos de vista individuales.
En cierto momento él compara al filósofo como alguien que ha caído del barco, un náufrago en el mar revuelto que debe intentar nadar para salvarse. La filosofía es ese intentar nadar cuando nos estamos ahogando en la realidad en la que hemos caído. No se trata de un pensamiento meramente académico, sino que se trata de la urgente necesidad de saber a qué atenernos, de saber cómo vivir, cómo nos vamos a arreglar con la realidad, que siempre se nos está ofreciendo.
L. WITTGENSTEIN: Su mérito es que puso el tema del lenguaje en el centro de la atención del pensamiento contemporáneo. Los lenguajes que nosotros manejamos de una manera espontánea y reflexiva dan lugar a todo tipo de trampas, equívocos y paradojas.
Su idea central fue que no hay una esencia pura del lenguaje -porque no hay una función básica del lenguaje de la cual todas las otras serían derivadas o dependientes-, lo que hay son diferentes juegos del lenguaje mediante los cuales interactuamos, y las palabras tienen sentido sólo respecto de su uso. Por lo tanto, preguntar por un juego de lenguaje es, en el fondo, preguntar por una forma de vida, de interacción, de convivencia.
Nadie puede tener un lenguaje de significados privados, porque significar quiere decir que uno adopta un símbolo y lo comparte con otros que lo entienden. En esta crítica se produce una importante profundización de la comprensión del lenguaje.
El lenguaje no sólo representa los hechos del mundo sino que también sirve para pedir, orar, preguntar o llamar. No puede reducirse, entonces, el fenómeno del lenguaje a la función descriptiva o informativa. Y cuando se analiza el lenguaje en todas su manifestaciones, se deja ver que se trata de una relación interpersonal. Estudiar un lenguaje, o un uso de un lenguaje, es estudiar una forma de vida social. Y en ella nos relacionamos mediante diferentes juegos. Alcanzar una comprensión adecuada del lenguaje no significa más que comprender los diversos juegos del lenguaje en que nos vemos involucrados.
Su frase más recordada: "los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo".
M. HEIDEGGER: Pretende una renovación radical del pensamiento occidental, o como él prefiere expresarlo, una superación del pensamiento metafísico. Para él, el error de la metafísica -y que se remonta hasta los orígenes del pensamiento- es una confusión entre el ser y el ente. Dios, la naturaleza, son entes. Es decir, en cualquier caso, no importa qué ente de los reales y conocidos, o de los trascendentes, señalemos, siempre es un ente, ya sea del ente en general o del ente supremo (teología); de esta manera se olvida el ser mismo y se forja un pensamiento exclusivamente cosificador.
El único modo que tenemos de acercarnos a la comprensión del ser es, precisamente, a través de los entes. Ésta es la base, en contenido de Ser y Tiempo, la obra más importante y famosa de Heidegger. El hombre es un ente, pero un ente cuyo ser problematiza su ser constantemente, y que está de alguna manera vaciándose constantemente de su ser, al intentar contemplarlo y aprenderlo.
De este ser-en-el-mundo se puede decir, entre otras cosas, que es un proyectarse en las posibilidades que tiene ante sí en cada caso. Las resoluciones que tomamos a partir de esas posibilidades nos definen y también definen el sentido de las cosas con las que cotidianamente nos involucramos. Como además el ser-en-el-mundo es siempre un ser-con los otros, el mundo es esa trama de significaciones en la que convivimos.
El hombre es consciente de que brota y viene de la nada, y está constantemente como flotando en la nada. Eso produce en el individuo angustia, que es la revelación de nuestra auténtica condición, la temporalidad; somos temporalidad, somos finitud, y es desde esa condición que se realiza nuestro vivir con los demás, que se desliza una y otra vez hacia la impropiedad, porque Heidegger nos advierte que vivimos impropiamente, porque estructuralmente nuestro ser tiende a perder lo propio. Si lo propio de nuestra condición es la mortalidad, lo impropio es pretender negarla, y esa negación ocurre como caída en la banalidad, en la trivialidad, en la avidez de novedades, en la vida impersonal. Pero la tentación de esa negación es recurrente e inevitable. Hasta el punto que nos perdemos a nosotros mismos.
La idea de Heidegger es que el ser del hombre (el "Dasein") está siempre arrojado hacia sus múltiples posibilidades, pero entre todas ellas hay una que siempre está presente: la de morir. Para Heidegger vivimos huyendo de esta idea del morir, o sea, de la idea de que retornaremos a la nada de la que venimos. La vida del hombre es un entre, y los extremos -la nada del antes y la nada del después- no le pertenecen. La única forma de recuperar un poco de autenticidad existencial es, para Heidegger, vivir de cara a la propia condición de mortales. Es lo que él llama "ser-para-la-muerte".
T. ADORNO: Fue un pensador de tiempos tormentosos. Vivió la revolución rusa y las guerras mundiales, y fue espectador, testigo o parte de innumerables conflictos bélicos que llevaron aparejados destrucción, crueldad y la pérdida de millones de vidas humanas a niveles desconocidos anteriormente en la historia.
El siglo XX se precia de ser fundamentalmente técnico y científico, es decir, profundamente racional. Adorno estudio la racionalidad moderna y concluyó que sí, que los hombres actuales aplicamos la razón, pero sólo en los medios que utilizamos para las cosas, es decir que hay apenas una razón instrumental que analiza cuáles son los mejores medios que hay que buscar para obtener tal o cual fin, los instrumentos técnicos, científicos, incluso los mecanismos de organización social.
Los métodos que se emplearon fueron instrumentos para obtener el poder, el dominio de unos sobre otros, la manipulación de la gente y de las conciencias a través de los medios masivos de comunicación.
Adorno expresó que nuestro mundo está tramado por una tela hilada por la burocracia y la tecnocracia. La libertad personal ha sido destruida por la concentración del capital y por la cultura de masas. La capacidad de pensamiento crítico agoniza. La obra de Adorno se propone, precisamente, socavar los sistemas cerrados de pensamiento y dificultar a la sociedad de todo intento de afirmación no reflexiva.
J. P. SARTE: Mientras que el ser en sí es la materia, lo inerte, lo mecánico, el ser para sí es allí donde la conciencia funciona por aniquilación de contenidos, proyectando una luz y diciendo esto no soy yo. De lo que se trata es que el ser en sí es lo que es y como es, no tiene vueltas, no le falta nada, es. En cambio la conciencia, el ser para sí, no tiene plenitud alguna, está siempre haciéndose, no es nada determinado previamente, de hecho es la nada de su indeterminación, y por ser una nada puede llegar a ser cualquier cosa: un ser para sí no tiene una esencia previa. Se hace mientras vive, y se hace desplegando la libertad que es.
El ser en sí es el ser de lo que hay, de lo dado, en cambio el ser para sí es el ser característico del ser humano, de la conciencia humana. El ser humano está inventándose permanentemente, está creándose determinado por sus sucesivas elecciones.
El ser-en-sí es la total inmediatez de las cosas consigo mismas. Y si la conciencia es conciencia del ser, ha de ser distinta del ser. El ser-en-sí es denso, pleno macizo, idéntico a sí mismo. La conciencia es distanciamiento o separación respecto del ser. De hecho, el ser del hombre consiste en la libertad.
No hay ninguna esencia a las que los individuos se ajusten. Más bien, la existencia de cada uno, al ir realizando su camino hacia la libertad en las diversas situaciones que le toca vivir, determina lo que es. Éste es el sentido de la famosa frase de Sartre: "en el hombre, la existencia precede a la esencia."
En ese sentido es que el hombre se hace a sí mismo. Otra gran frase: "lo esencial no es lo que se ha hecho del hombre, sino lo que él hace de lo que se ha hecho con él"
La libertad pertenece a la estructura misma de la conciencia. Sartre lo marca muy claramente cuando dice que los seres humanos estamos condenados a ser libres. Esta libertad constitutiva se reconoce en la angustia. Es en la angustia donde el hombre comprende su ser como libertad originaria.
sábado, 3 de agosto de 2013
FILÓSOFOS EN SU TORMENTA...(TERCERA ENTREGA DE BOLSILLO)
K. MARX: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo; de lo que se trata es de transformarlo. Para Marx, el Estado no era, como parecía ser para Hegel, la realización racional de la libertad, sino la institucionalización de la explotación de toda una clase, la de los trabajadores asalariados, que quedaba marginada de la plena humanización. La contradicción entre capitalistas y proletarios exigía su superación dialéctica. No se trataba de rechazar a Hegel, sino de hacerle asentar firmemente sus pies en la materialidad de lo real, utilizando justamente y nada menos que la dialéctica, el principal descubrimiento hegeliano. Sólo que, en virtud de este giro, no se estaba ya ante una dialéctica idealista, sino ante una materialista.
Marx explicaba que la naturaleza de los hombres depende de condiciones materiales. Las instituciones e ideologías mediante las cuales los hombres regulan sus relaciones, se comprenden a sí mismos y entienden el mundo en el que viven, están condicionadas por la base económica de la sociedad. Entendiendo esa realidad, es como vemos la verdad de la sociedad, que no está en su ideología o en su discurso -a veces autocomplaciente, que tiene en su ideología o en su discurso- a veces autocomplaciente, que tiene de sobre sí misma- sino en sus relaciones económicas y sociales. Ésa fue la gran vuelta a las cosas que promovió el pensamiento de Marx.
Marx criticaba el régimen de propiedad burguesa y pretendía reemplazarlo por uno comunista. Para ello aceptaba organizar un partido proletario que se planteara la acción política con la finalidad de apropiarse del Estado. Para Proudhon estas estrategias sólo podían reproducir los funcionamientos represivos.
Marx muestra que la producción de la plusvalía en el capitalismo sólo es apropiación de trabajo no pagado. Ese trabajo excedente no pagado se va acumulando una y otra vez por la clase capitalista en forma expansiva. De hecho, el capitalismo puede ser definido como un sistema en el que el único objeto de la producción es aumentar sin límite tal acumulación de capital. Aquí se encuentra precisamente la esencial irracionalidad del sistema capitalista que Marx revela.
F. NIETZSCHE: Para Schopenhauer la vida es dolor, porque es deseo; y el deseo tiene como únicos destinos la insatisfacción o el hastío. Nietzsche, en cambio, considera que el yo es una ilusión, y entonces adopta un punto de vista descentrado para contemplar el juego que eternamente fluye de las fuerzas que componen la voluntad de poder. Mientras que para Schopenhauer la voluntad es una sola, para Nietzsche no hay más que infinitas y fugaces voluntades, cuyas tensiones y choques son las que constituyen toda entidad perceptible o pensable.
En contra de las ideas cristianas que indican que los débiles llegarán al cielo, y que la fuerza o la arrogancia son elementos negativos, Nietzsche no acepta como virtudes positivas que debamos ser humildes o que tengamos que apoyar a los más pequeños. Su pensamiento intenta desenmascarar una trama que han ido inventando los débiles como legitimación de su resentimiento contra los fuertes.
El descubrimiento de la muerte de Dios, según Nietzsche, nos pone frente al fenómeno del nihilismo. Pero ahora se plantea que esa muerte de Dios es también la más asombrosa posibilidad de crear, más allá de todo límite, en la apertura de un horizonte infinito.
Para Nietzsche no hay verdades absolutas, intemporales, ni hechos en sí, sino interpretaciones o perspectivas. Todo hecho es interpretado de un modo u otro. No es posible pensar una verdad sin asociarle una perspectiva, ni un hecho sin encuadrarlo en una interpretación.
Ya no vamos a poder enchufarnos a un gran sentido cósmico, sino que vamos a tener que sostenernos por nosotros mismos. De ahí la importancia de alcanzar esa madurez superior intelectual, que él llamó con palabra equívoca "superhombre".
H. BERGSON: Según este filósofo, hay dos especies de memoria: la corporal, que consiste en una articulación de mecanismos motores o hábitos y que produce, ante cierto estímulo, una repetición mecánica de lo aprendido, y otra memoria, que llama pura o espiritual y que registra representacionalmente todos los sucesos de nuestra vida.
La realidad no es una película compuesta de fotogramas, no funciona así. La realidad es continua. Entonces la inteligencia puede ser útil pero restringida para el conocimiento práctico. El verdadero conocimiento de la continuidad de la vida nos tiene que venir por intuición, que es lo que nos pone en contacto con la fluidez, con el caudal de la vida, en vez de tratar de fragmentarla.
La moral y la religión nacen como presión de los individuos uno sobre otro, para mantener cohesionado al grupo, para que no haya dispersión, para que nadie se salga de la pauta de vida. Se trata entonces de una moral y una religión más bien coactivas.
Y luego está la sociedad abierta, que busca otro tipo de moral y también otro tipo de religión, mucho más experimental, que busque lo diferente y no simplemente lo uno. Que trate de potenciar unas posibilidades y singularidades en vez de mantener una homogeneidad y una igualdad férreas. Esa forma de moral y religión es la que produce la figura del sabio, del héroe y en último término también del santo. Por un lado está lo que mantiene la indistinción del colectivo, que es necesaria -y de cuya necesidad no duda Bergson-, pero también hay la otra faceta, que aparece cuando la sociedad se ha hecho más segura de sí misma y no está tan preocupada de su cohesión, y entonces busca la potenciación de esas figuras del sabio, del héroe, del santo. En último término Bergson no dice que hagamos un Dios, pero sí que en cierta forma vayamos a la construcción de dioses, de algo que esté más allá de lo meramente humano y que sirva de referente. Es un planteamiento sugestivo, audaz, que sugiere el deseo incumplido por parte de Bergson de completar un sistema.
JOHN DEWEY: Era un hombre político que intervino en causas progresistas, y sobre todo es el filósofo de la educación, quien puso ese tema en el centro del pensamiento contemporáneo. La filosofía, para él, no es más que reflexión y todo el contenido verdadero tiene que ver con la cuestión de la educación.
La escuela debe convertirse en el ámbito en el cual el niño aprende los elementos esenciales para su futuro buen desempeño como adulto. Contra la concepción tradicional que veía el aprendizaje como la imposición de una serie de contenidos al alumno -que vendría a cumplir un papel puramente pasivo, como mero receptor-por parte del profesor, el progresismo pedagógico subraya la actividad y el juego experimental del alumno -verdadero artesano de su propio conocimiento- como determinantes en todo aprendizaje.
Lo que propone Dewey es tratar siempre de ubicar y pensar la conducta humana a partir de una doble matriz: una biológica, donde el pensamiento es producto de la evolución biológica, y otra cultural, porque el pensamiento siempre va a ser un hecho también comunicativo y social.
La validez del conocimiento no se refrenda simplemente con la verdad abstracta, sino con la práctica humana, con lo que, para salir adelante, necesitamos romper nuestra incertidumbre para saber a qué atenernos. Esto es la fuente, la orientación y la práctica válida del conocimiento. A esta forma de plantear las cosas se le ha llamado pragmatismo. El pensamiento es una forma de obtener resultados que necesitamos, un dominio sobre la incertidumbre que no es urgente. Para eso sirve la filosofía, la comunicación y el esfuerzo de conocimiento.
La democracia, más que una forma de organización política, es una forma de vida, un ideal ético que establece dos criterios de valoración. Por un lado, es democrática una sociedad que coloca a todos sus miembros en situación de participar en iguales condiciones en lo que esta sociedad tiene de bueno, por ejemplo la educación y la salud. En segundo lugar, es democrática una sociedad en la que la flexibilidad de su estructura asegura una continua readaptación de sus instituciones, mediante la acción y reacción como otras formas distintas de asociación que permite que la gente se vaya relacionando y esto va generando nuevas formas institucionales acordes a las nuevas situaciones.
El orden político de una democracia es nada más que un medio, no es la democracia misma. Es una herramienta, acaso la mejor que se haya encontrado hasta ahora, para realizar fines que pertenecen al vasto campo de las relaciones, y del desarrollo de la personalidad humana.
Ente la democracia así entendida y la educación existe una estrecha relación. En cierto sentido, ambos conceptos se identifican. La democracia es en sí misma un principio, un método y una estructura educativa, que plantea a cada miembro de la sociedad la pregunta: "¿quieres ser un hombre libre y aceptas la responsabilidad, los deberes y los derechos inherentes a la condición de ser miembro efectivo de la sociedad?" Y, recíprocamente, la escuela ideal debe ser el esencial agente distribuidor de todos los valores y de todos los objetivos que cultiva un grupo social; debe ser, por así decir, un laboratorio de la democracia.
M. UNAMUNO: Fue una especie de existencialista, en el sentido de que ponía en el centro de su reflexión no al hombre abstracto, sino al de carne y hueso.
Entre los deseos del hombre, el fundamental es un imposible: no morir. La muerte es algo con lo que somos incompatibles, que no podemos confrontar, y Unamuno es -ante todo- un enemigo decidido de la muerte. De allí que la creencia en algún tipo de sobrevivencia es necesaria para que los hombres puedan vivir. Porque, según él, la muerte es la suprema soledad: los hombres vivimos juntos, pero morimos solos. El anhelo de Dios y de la inmortalidad personal es irrenunciable aunque científico-racionalmente el individuo no pueda sostenerlo.
El hombre hace filosofía, precisamente porque necesita justificarse a sí mismo en este conflicto que él mismo es, como tensión entre lo individual y lo colectivo, entre el espíritu y el intelecto, entre lo racional y lo emocional, sentimental y volitivo.
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