Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
martes, 21 de enero de 2014
WISHLIST...
ESE QUE MUERE
¿Se necesita que alguien muera para vivir?
¿Todos necesitamos que algo o alguien muera para poder vivir?
Los demás, los que todavía no están, necesitan para su nacer, necesitan de nuestra vida para su propio vivir.
Y si se necesita a la muerte, si la necesitamos, entonces... ¿será que algo muerto -eso o ese que murió- sigue vivo en ese (vos, yo) que todavía vive?
¿Y será que es esa muerte, durmiendo siempre entre los órganos, la que nos reclama desde un lugar sin nombre la generosidad de traer un hijo al mundo?
Será entonces que nadie vive en un cementerio, como tampoco nadie puede vivir sin sentir la paz que se siente en los cementerios.
Gelman no está refugiado en esa paz; está en el aire, subiendo y bajando en cada ráfaga, como la vida o como la muerte.
Temía por su esqueleto, no quería dejarlo desnudo, solito y solo, a soportar la eternidad del universo. Muerte a su temor.
Los poetas mueren solos; a los padres se los mata con premeditación ("homicidio agravado por el vínculo" según la legislación). Los amigos son esa generosidad, esos fantasmas dulcificadores de los días, habitando siempre en ese lugar sin nombre. El lugar del que todo nace; sí también el lugar desde el cuál una vida humana (una más) comienza a ser posible.
No se necesita que un amigo muera para vivir.
Necesito mi casa -mi propio cementerio- para poder escribir.
Necesito las palabras para no masturbarme, para poder matar con toda la violencia que haga falta.
Una casa, un amigo, una muerte, todas las palabras: eso que necesito para vivir.
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