Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
lunes, 13 de enero de 2014
LOBOS Y CORDEROS...
"El lobo de Walt Street" y "La vida de Adele" son mis primeras experiencias cinematográficas del año. En la primera, DiCaprio llegó a un nivel interpretativo que, claramente, lo confirma como uno de los mejores actores de su generación.
La película de Scorsese es desmedida y brutal (fiel reflejo de la realidad que pretende triturar) y, al mismo tiempo, increíblemente divertida. La droga más potente no es la cocaína; es el dinero.
La vida de Adele, en cambio, se sostiene en la intensidad poética de la historia (homo) sexual de una adolescente, que no ofrece el alivio de la risa que sí ofrece la primera. Si DiCaprio, a los 40, llega a un nivel interpretativo superlativo, la protagonista de la película francesa, a sus 20, demuestra en su primer protagónico que el séptimo arte todavía tiene prodigios para sacar a la luz.
Muy distintas entre sí en cuanto a la temática (si en "el lobo" todo pasa por la plata, en "Adele" nada pasa por ahí) y la construcción de los personajes; muy parecidas, sin embargo, tanto en su duración (3 horas que no llegan a incomodar) como en la excelencia con la que -justamente- fueron celebrada por la crítica.
XLSemanal. Primero compró los derechos del libro y luego se empeñó en producir y protagonizar la adaptación de la biografía de Jordan Belfort. ¿Qué le fascinó tanto?
Leonardo DiCaprio. Me gusta comparar esta historia con el Imperio romano. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, Belfort fue una especie de Calígula en un mundo de las finanzas que estaba completamente desregularizado. Supo aprovechar la oportunidad y vivir como un auténtico emperador romano.
XL. Supongo que, en medio de una gran crisis económica y mucha animadversión hacia Wall Street y sus tiburones, no era una película fácil de hacer...
L.D. Nada fácil. Íbamos a hacer un filme sobre unos tipos que, a ojos de todo el mundo, son los grandes villanos de la historia. No estábamos adaptando una obra icónica de la literatura americana, sino la historia de un hombre que durante una época de su vida estuvo poseído por la codicia. ¿Cómo íbamos a conseguir que la gente fuera al cine a verla? Pero Marty [Scorsese] nos dijo: «He hecho películas sobre criminales y gánsteres y sé que el público lo aceptará si consigues captar ese mundo sin edulcorarlo, disculparte o empatizar con ellos».
XL. Entabló una estrecha relación con Belfort. ¿Qué opina de él?
L.D. Pasé muchos meses con él. Ahora es un hombre reformado que hace lo posible por ser honesto acerca de aquella época de su vida. Pero creo que Jordan solo era un pez en una piscina llena de tiburones gigantes que sistemáticamente robaron el dinero de los americanos. Ellos querían jugar con los peces gordos y jugar con el sistema que América había creado para ellos. Y, si había una fisura en ese sistema, la aprovechaban. Si no existe una regulación y no conseguimos que esta gente pague por sus actos, estas cosas seguirán pasando.
XL. Sin embargo, la película ignora a las víctimas de sus tropelías, ¿por qué?
L.D. Fue una decisión consciente, queríamos concentrarnos en esa insaciable necesidad de conseguir más dinero, más sexo, más drogas... El desenfreno de unos tipos que pensaban que sus acciones no tenían consecuencias. Para Jordan, que la gente lo aclamara como si fuera Bono por salir a joder a otras personas y ganar más dinero a su costa era como un colocón. El dinero lo era todo.
XL. Y Jordan, ¿qué opina a día de hoy sobre la sociedad en la que vivimos?
L.D. Que la codicia es algo inherente a todo ser vivo, es casi un instinto de supervivencia. El problema es que los seres humanos, que supuestamente somos la especie más evolucionada, deberíamos estar por encima de eso, deberíamos haber aprendido a vivir en armonía para hacer de este mundo un lugar mejor...
XL. Y usted, ¿nunca se ha dejado seducir por esa codicia?
L.D. Es fácil obsesionarse con el dinero, pero yo no creo en absoluto que sea el camino hacia la felicidad. He conocido a gente para la que todo eran círculos concéntricos hacia la riqueza. Puede ser una adicción como otra cualquiera.
XL. ¿Cómo maneja usted su propio dinero? ¿Tiene un bróker?
L.D. Sí, y no tengo ni idea de en qué invierte mi dinero, la verdad [risas].
XL. ¿Ve usted alguna similitud entre los excesos de Wall Street en aquella época y el mundo del cine?
L.D. Creo que ese tipo de decadencia la puedes encontrar en cualquier ámbito, no es exclusiva de Hollywood. Pero es cierto que, cuando las personas viven despegadas de la realidad, se dedican a alimentar la bestia de la diversión. Y eso es absolutamente inherente a Hollywood. Y también al mundo de las finanzas.
XL. Esa bestia puede cobrarse un precio muy alto. Sin embargo, parece que usted siempre ha sabido mantenerla a raya...
L.D. Yo eso lo aprendí desde muy pequeño, pero no fue gracias a Hollywood... Crecí en un barrio de Los Ángeles rodeado de un montón de gente haciendo todo tipo de actividades ilegales a mi alrededor. Y vi cuál es el precio que se paga por eso. Aquello me preparó para Hollywood de una manera fantástica.
XL. ¿Por qué?
L.D. Bueno, porque si no hubiera crecido en aquel barrio, quizá lo hubiese visto con otros ojos o hubiese dicho: «Voy a probar esto o lo otro... ¿Por qué no?». Hemos perdido a muchísima gente con talento como resultado de ese estilo de vida... Y no tiene que ver solo con los excesos, sino con el tormento que muchos de ellos experimentan cuando viven permanentemente en el escaparate público, con el hecho de que te coloquen en un pedestal para destruirte luego, con la necesidad de mantenerte permanentemente en la cima o con que la gente que te rodea no sean realmente tus amigos... ¿Cuántos grandes artistas hemos perdido? Yo he visto desaparecer a muchos de mis héroes.
XL. ¿Es la filantropía y su cruzada medioambiental una forma de encontrar el equilibrio con esa codicia inherente?
L.D. No solo creo que es mi responsabilidad, sino que, además, me apasiona tanto como la interpretación. Si no fuera actor, sería biólogo o científico medioambiental. Y cuando surgió la posibilidad de hacer cosas en ese terreno, lo tuve claro. No me sentiría realizado si no fuera por eso. Es increíblemente gratificante. Además, solo el dos por ciento de la filantropía está dedicada a proteger el medioambiente. Es inaudito, teniendo en cuenta que es fundamental para nuestra supervivencia...
XL. ¿Qué es lo que más le indigna de lo que pasa en el mundo en estos momentos?
L.D. Uf, podría hablar durante horas... Me resulta inconcebible, por ejemplo, que, ahora que toda la comunidad científica ha llegado al acuerdo de que el hombre es el causante del cambio climático y se da tan por hecho como la ley de la gravedad, todavía exista un debate al respecto. Es necesario cambiar un sistema energético basado en los hidrocarburos y los combustibles fósiles. Si no somos capaces de hacer esa transición, estaremos destruyendo nuestra propia civilización. Y, aun así, continuamos en este inevitable camino de caos y destrucción... Lo más sangrante de todo es que ya existe la tecnología, pero no se está implementando al nivel que se debería. Es una locura que no seamos capaces de ponernos de acuerdo para solucionarlo.
XL. A veces da la sensación de que las estrellas hacen más por las causas humanitarias o medioambientales que algunos líderes mundiales. ¿Le decepciona la actitud de los políticos?
L.D. Me decepciona el mundo entero cuando se trata del medioambiente. Muy pocos países tienen una buena agenda medioambiental. Es deplorable que todavía se celebren cumbres para que los líderes mundiales se reúnan y el resultado siga siendo una debacle total porque otros intereses tienen más peso. Continuamos actuando como si este problema fuera a resolverse por sí solo, esperando algún tipo de milagro... Y no descarto que ocurra, pero si no se apoyan las nuevas tecnologías porque hay demasiado dinero en juego en la extracción de hidrocarburos, ¿cuándo vamos a empezar a arreglar este problema?
XL. Lleva dos décadas cosechando éxitos en Hollywood, ¿ha cambiado la forma en la que enfoca su carrera?
L.D. En realidad, mi actitud acerca de este negocio nunca ha cambiado. Miro atrás y veo las decisiones que tomé cuando tenía 15 años... y la verdad es que estoy muy orgulloso de mí mismo. Había visto mucho buen cine y me propuse que, algún día, yo también haría papeles importantes. Y esa ambición nunca te abandona.
XL. Hace unos meses sugirió que podría retirarse... ¿Es ese todavía el plan?
L.D. Dije que quería tomarme un tiempo porque, después de haber rodado tres películas seguidas, necesitaba descansar. Pero no quería decir que iba a dejar de actuar. Aunque ahora no tengo ninguna película a la vista, eso no significa que vaya a retirarme.
XL. Pronto cumplirá 40 años. ¿La edad es solo un número o cumplir años le hace ponerse reflexivo y hacer balance vital?
L.D. Claro que me hace pensar sobre mi vida y el tiempo que llevo en esta industria, pero al mismo tiempo soy una persona a la que no le gusta demasiado hacer planes. Prefiero ver adónde me lleva la vida en cada momento. Aunque pueda sonar a cliché, lo importante no es la edad, sino tu actitud. Pero eso tampoco quiere decir que sufra un extraño síndrome de Peter Pan...
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