martes, 1 de marzo de 2016

YA NO SOMOS DOS...



HOSPITAL BRITÀNICO

En la madrugada del domingo siete Febrero, es decir hace tres semanas, mamà falleciò en el quiròfano del hospital. El viernes por la tarde habìa llegado de San Marìn de los Andes, y nunca me llegò a contar còmo la habìa pasado en lo que fueron las ùltimas vacaciones con sus amigas.
Despuès de varios años en los que dedicò su tiempo libre a recorrer el paìs, mamà hizo su ùltima escala allì, en San Martìn de los Andes, y al regresar a la ciudad de la furia, el corazòn -el de ella, no el mìo- le dio permiso para descansar de su cuerpo.
Ese contrato leonino que firmò en secreto con su corazòn, se me presenta, actualmente, bajo la forma de un dolor muy vivo.
Tampoco llegò a desarmar la valija; lo hicimos con mi hermano, algunos dìas despuès de su muerte, cuando volvimos a la casa , tal vez demasiado pronto, sin tener en cuenta que, en esos primeros momentos, el aire en la casa de mamà se habìa vuelto de vidrio para nosotros.

El año pasado habìa cumplido 50 años de egresada, y la alegrìa que le dio el homenaje que les hicieron en el colegio, que -obviamente- no recuerdo cuàl es, pero sì que queda en Barracas- parecìa haberla rejuvenecido.
Impresiona pensar a la propia madre como una mujer joven, que se burla del tiempo, que le discute su lògica.

Infarto por disecciòn de arteria aorta”, me explicaba el cirujano, que fue un caso muy complicado, que pasa mucho màs en hombres que en mujeres, que abriò a mi mamà hasta la pelvis, buscando algùn lugar dentro de su cuerpo en el que, esa vida que todavìa latìa, -la vida de mi mamà- se pudiera refugiar de la muerte.

Pero mamà no se refugiò; sangrò. Su sangre se desbocò por dentro, en furioso silencio, como si hubiera estado guiada por el espìritu de las pinturas de Pollock, hasta hacerla cerrar los ojos. Y, al cerrarlos, la sangre se detuvo y el cuadro terminò: mamà acaba de morir, dejando inmòvil su bondad, en el quiròfano del hospital britànico.

Con la boca hecha un desierto, comencè a caminar por los pasillos, tratando de no hacer ruido con mis làgrimas, en busca de alguna màquina de gasesosas. Encontrè una que aceptaba billetes; lo puse y seleccionè un juguito en cartòn, pero la màquina se trabò, quedando una mitad de la cara de belgrano del lado de adentro y la otra mitad del lado de afuera. Mientras trataba de sacar el billete, apareciò una mujer de limpieza, que me preguntò si tenìa algùn problema.
Pensè en decirle que sì, que tenìa un gran problema; que el problema de mi vida era que tenìa mucha sed, que querìa tomar un juguito y que la màquina no me permitìa hacerlo, pero me dì vuelta y le dije que no y me fui, dejando la màquina asì, con mi billete de diez pesos atorado en la garganta.

Lo que me pregunto todos los dìas, desde hace tres semanas, es una pregunta sin respuesta y es la siguiente: “¿cuàndo es que, realmente, mamà empezò a sangrar? ¿En què momento de su vida?
Siempre resulta dificìl decidir sobre el pasado.
Cada tanto, ella pensaba en la muerte. Cuando arrancaba con sus “porque cuando yo no estè”, me nublaba y ya no podìa registrar ninguna otra palabra que me dijera.


Yo volvì a pensar en la muerte el año pasado, una noche, . Y, casualmente, por esos dìas me encontrè con un pasaje de un libro de Caparròs en el que el narrador expresa de algùn modo lo que me habìa dado vueltas por la cabeza mientras miraba el techo esa noche, y es lo siguiente:

la vida de una persona dura hasta ese momento impensado, fatal, en que entiende -no escucha, no dice, no supone; entiende, con una fuerza que hace que la acción de entender sea mas poderosa que cualquier otra acción- que se va a morir. No que corra algún peligro inmediato, no que esté enferma o perseguida o frágil, no que si algo no funciona o funciona demasiado puede que se muera; que alguna vez, quizá dentro de días, años o décadas, se muere. Que no es una posibilidad: que no hay ninguna otra posibilidad." 


Ahora mamà està otra vez en su casa. La tenemos en la còmoda, en una caja de madera, en el estante de arriba. Allì tambièn estàn sus padres; mis abuelos.
¿Mi vieja entra acà?” Si mamà ahora cae de mis manos...¿ensucia el piso?

Como ella tenìa un local de ropa, muchas veces yo no sabìa què regalarle para su cumpleaños o para el dìa de la madre. Quiero que las mujeres sepan por este medio lo que sufre un hombre promedio cuando tiene que hacerles algun regalo.
El menù mental del hombre en esos momentos es muy acotado; hasta en mc donals uno encuentra mayor diversidad, con la diferencia de que mis regalos tan poco originales estaban hechos con una carga afectiva un poco màs intensa que la que ponen los empleados de mac donals a la hora de hacer las papas fritas.

Debo confesarlo: en mas de una ocasiòn, le regalè algun libro teniendo en cuenta mis gustos personales, con la certeza de que, tarde o temprano, ese libro terminarìa formando parte de mi biblioteca.
Si ya sè, un espanto lo que acabo de contar; pero, como dijo alguien en una canciòn: Im not the only one.
Cuando, con culpa, lè comentè a un primo lo aberrante de mi actitud, èl me mirò muy tranquilo y me dijo: yo hago lo mismo con mi vieja. Ahì tiene la universidad de masachuccets un nuevo estudio estùpido para hacer: informar acerca del gen de la miserabilidad, que, tal vez, nos transmiten nuestros padres hacia nuestras madres, durante el proceso de eyaculaciòn, y por el que, hoy, pido disculpas.
En los almuerzos de los domingos solìa contarme sus proyectos: cerrar el negocio y dedicarse al trabajo social, carrera que estudiò de joven y que nunca ejerciò por dedicarse al comercio, ver crecer a sus nietos, juntarse a comer con las amigas. Viajar, recorrer cada punto del paìs que tuviera pendiente de conocer.

Ahora entiendo que la muerte nos interpela todo el tiempo, toda la vida. Como trabaja en forma discreta, uno se olvida – o hace que se olvida- de que existe, pero està ahì, olfateando silenciosamente nuestro oìdo.

Tambièn es cierto que, por el momento, la vida sigue para nosotros, y los que quedamos de este lado, hacinados por la revoluciòn de la alegrìa, debemos estar preparados para repeler todo tipo horrores; los sociales, claro, pero tambièn aquellos màs ìntimos y profundos, los màs domèsticos: levantarnos una mañana, por ejemplo, y darnos cuenta que nos volvimos una cucaracha, como en la metamorfosis de Kafka, o peor aùn, despertarnos una mañana y, ver, en el espejo, la cara de marcelo bonelli, o ponernos de novios con alguien que muestra nuestros misma inclinaciòn ideològica, sin sospechar que chica en cuestiòn pueda ser, al mismo tiempo, una fervorosa militante de los baby-showers.

Una de las ùltimas imàgenes que tengo de mi vieja fue de los dìas que pasamos en mar del plata, en el alfar, por navidad.
Le saquè una foto con el celular mientras posaba sonriente con el lechòn que comimos en nochebuena con mi tìo y mis primos.
La otra imagen, captada sòlo por la retina de mis ojos, es la de su figura saliendo del mar. Allì volverà. Ahi, en el mar, es donde debe estar.
Creo que ella asì lo hubiera querido. Cuando llegue ese dìa, no tengo dudas, van a ser muchas las manos que la acompañen a nadar; a zambullirse con ella por ùltima vez. Porque somos muchos, en este mundo, los que vamos a estarle siempre muy agradecidos. Porque no hay donde esconder tantas manos.

Como en todo, Fogwill tenìa razòn: estar vivos es algo temporario. Como estar de vacaciones, que tambièn es algo temporario.
Me gusta pensar que mamà viviò trabajando y muriò descansando. A lo mejor le habìa tomado demasiado el gusto al descanso, que decidiò tomarse vacaciones no ya del trabajo, sino de la vida entera. Si fue asì, bien merecido lo tenìa: mamà fue una de las pocas personas que conocì que tenìa bien claras estas diferencias: la que hay entre lo que conviene y lo que corresponde y la que hay entre la gente y los preservativos. Imposible una sin la otra.
Sobre la base de esas dos discriminaciones, ella edificò su mundo.

Hace poco se me apareciò en un sueño: yo estaba preocupado por dos razones: la primera es que me casaba y la segunda es que me casaba con una chica a la que -en la vida real- no veo hace diez años, lo que no dejaba de ser un contrasentido: se supone que uno no se casa con alguien que no conocer. O sì?
Lo cierto es que, en mi sueño, mamà estaba en la cocina, muy tranquila, tomando mate con mi prima, ajena a mis preocupaciones nupciales.

Despertè por la mañana sintiendo algo de la calma que ella mostraba en el sueño; sintiendo que ella habìa despertado allì, en mi sueño, en mi hora màs oscura de la noche, para mostarme su nombre; Clara.
Para tatuarme su mensaje, para aclarármelo todo.
Con mamà entendì la diferencia entre erudicciòn y sabidurìa. Ella no fue una gran lectora, pero siempre tuvo la virtud que tienen las personas sabias; la de darse cuenta, a tiempo, què es lo que hay que defender.

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