HOSPITAL
BRITÀNICO
En la
madrugada del domingo siete Febrero, es decir hace tres semanas, mamà
falleciò en el quiròfano del hospital. El viernes por la tarde
habìa llegado de San Marìn de los Andes, y nunca me llegò a contar
còmo la habìa pasado en lo que fueron las ùltimas vacaciones con
sus amigas.
Despuès de
varios años en los que dedicò su tiempo libre a recorrer el paìs,
mamà hizo su ùltima escala allì, en San Martìn de los Andes, y al
regresar a la ciudad de la furia, el corazòn -el de ella, no el mìo-
le dio permiso para descansar de su cuerpo.
Ese contrato
leonino que firmò en secreto con su corazòn, se me presenta,
actualmente, bajo la forma de un dolor muy vivo.
Tampoco
llegò a desarmar la valija; lo hicimos con mi hermano, algunos dìas
despuès de su muerte, cuando volvimos a la casa , tal vez demasiado
pronto, sin tener en cuenta que, en esos primeros momentos, el aire
en la casa de mamà se habìa vuelto de vidrio para nosotros.
El año
pasado habìa cumplido 50 años de egresada, y la alegrìa que le dio
el homenaje que les hicieron en el colegio, que -obviamente- no
recuerdo cuàl es, pero sì que queda en Barracas- parecìa haberla
rejuvenecido.
Impresiona
pensar a la propia madre como una mujer joven, que se burla del
tiempo, que le discute su lògica.
“Infarto
por disecciòn de arteria aorta”, me explicaba el cirujano, que
fue un caso muy complicado, que pasa mucho màs en hombres que en
mujeres, que abriò a mi mamà hasta la pelvis, buscando algùn lugar
dentro de su cuerpo en el que, esa vida que todavìa latìa, -la vida
de mi mamà- se pudiera refugiar de la muerte.
Pero mamà
no se refugiò; sangrò. Su sangre se desbocò por dentro, en
furioso silencio, como si hubiera estado guiada por el espìritu de
las pinturas de Pollock, hasta hacerla cerrar los ojos. Y, al
cerrarlos, la sangre se detuvo y el cuadro terminò: mamà acaba de
morir, dejando inmòvil su bondad, en el quiròfano del hospital
britànico.
Con la boca
hecha un desierto, comencè a caminar por los pasillos, tratando de
no hacer ruido con mis làgrimas, en busca de alguna màquina de
gasesosas. Encontrè una que aceptaba billetes; lo puse y seleccionè
un juguito en cartòn, pero la màquina se trabò, quedando una mitad
de la cara de belgrano del lado de adentro y la otra mitad del lado
de afuera. Mientras trataba de sacar el billete, apareciò una mujer
de limpieza, que me preguntò si tenìa algùn problema.
Pensè en
decirle que sì, que tenìa un gran problema; que el problema de mi
vida era que tenìa mucha sed, que querìa tomar un juguito y que la
màquina no me permitìa hacerlo, pero me dì vuelta y le dije que no
y me fui, dejando la màquina asì, con mi billete de diez pesos
atorado en la garganta.
Lo que me
pregunto todos los dìas, desde hace tres semanas, es una pregunta
sin respuesta y es la siguiente: “¿cuàndo es que, realmente, mamà
empezò a sangrar? ¿En què momento de su vida?
Siempre
resulta dificìl decidir sobre el pasado.
Cada tanto,
ella pensaba en la muerte. Cuando arrancaba con sus “porque cuando
yo no estè”, me nublaba y ya no podìa registrar ninguna otra
palabra que me dijera.
Yo volvì a
pensar en la muerte el año pasado, una noche, . Y, casualmente, por
esos dìas me encontrè con un pasaje de un libro de Caparròs en el
que el narrador expresa de algùn modo lo que me habìa dado vueltas
por la cabeza mientras miraba el techo esa noche, y es lo siguiente:
“la vida
de una persona dura hasta ese momento impensado, fatal, en que
entiende -no escucha, no dice, no supone; entiende, con una fuerza
que hace que la acción de entender sea mas poderosa que cualquier
otra acción- que se va a morir. No que corra algún peligro
inmediato, no que esté enferma o perseguida o frágil, no que si
algo no funciona o funciona demasiado puede que se muera; que alguna
vez, quizá dentro de días, años o décadas, se muere. Que no es
una posibilidad: que no hay ninguna otra posibilidad."
Ahora mamà
està otra vez en su casa. La tenemos en la còmoda, en una caja de
madera, en el estante de arriba. Allì tambièn estàn sus padres;
mis abuelos.
“¿Mi
vieja entra acà?” Si mamà ahora cae de mis manos...¿ensucia el
piso?
Como ella
tenìa un local de ropa, muchas veces yo no sabìa què regalarle
para su cumpleaños o para el dìa de la madre. Quiero que las
mujeres sepan por este medio lo que sufre un hombre promedio cuando
tiene que hacerles algun regalo.
El menù
mental del hombre en esos momentos es muy acotado; hasta en mc donals
uno encuentra mayor diversidad, con la diferencia de que mis regalos
tan poco originales estaban hechos con una carga afectiva un poco
màs intensa que la que ponen los empleados de mac donals a la hora
de hacer las papas fritas.
Debo
confesarlo: en mas de una ocasiòn, le regalè algun libro teniendo
en cuenta mis gustos personales, con la certeza de que, tarde o
temprano, ese libro terminarìa formando parte de mi biblioteca.
Si ya sè,
un espanto lo que acabo de contar; pero, como dijo alguien en una
canciòn: Im not the only one.
Cuando, con
culpa, lè comentè a un primo lo aberrante de mi actitud, èl me
mirò muy tranquilo y me dijo: yo hago lo mismo con mi vieja. Ahì
tiene la universidad de masachuccets un nuevo estudio estùpido para
hacer: informar acerca del gen de la miserabilidad, que, tal vez, nos
transmiten nuestros padres hacia nuestras madres, durante el proceso
de eyaculaciòn, y por el que, hoy, pido disculpas.
En los
almuerzos de los domingos solìa contarme sus proyectos: cerrar el
negocio y dedicarse al trabajo social, carrera que estudiò de joven
y que nunca ejerciò por dedicarse al comercio, ver crecer a sus
nietos, juntarse a comer con las amigas. Viajar, recorrer cada punto
del paìs que tuviera pendiente de conocer.
Ahora
entiendo que la muerte nos interpela todo el tiempo, toda la vida.
Como trabaja en forma discreta, uno se olvida – o hace que se
olvida- de que existe, pero està ahì, olfateando silenciosamente
nuestro oìdo.
Tambièn es
cierto que, por el momento, la vida sigue para nosotros, y los que
quedamos de este lado, hacinados por la revoluciòn de la alegrìa,
debemos estar preparados para repeler todo tipo horrores; los
sociales, claro, pero tambièn aquellos màs ìntimos y profundos,
los màs domèsticos: levantarnos una mañana, por ejemplo, y darnos
cuenta que nos volvimos una cucaracha, como en la metamorfosis de
Kafka, o peor aùn, despertarnos una mañana y, ver, en el espejo, la
cara de marcelo bonelli, o ponernos de novios con alguien que
muestra nuestros misma inclinaciòn ideològica, sin sospechar que
chica en cuestiòn pueda ser, al mismo tiempo, una fervorosa
militante de los baby-showers.
Una de las
ùltimas imàgenes que tengo de mi vieja fue de los dìas que pasamos
en mar del plata, en el alfar, por navidad.
Le saquè
una foto con el celular mientras posaba sonriente con el lechòn que
comimos en nochebuena con mi tìo y mis primos.
La otra
imagen, captada sòlo por la retina de mis ojos, es la de su figura
saliendo del mar. Allì volverà. Ahi, en el mar, es donde debe
estar.
Creo que
ella asì lo hubiera querido. Cuando llegue ese dìa, no tengo dudas,
van a ser muchas las manos que la acompañen a nadar; a zambullirse
con ella por ùltima vez. Porque somos muchos, en este mundo, los
que vamos a estarle siempre muy agradecidos. Porque no hay donde
esconder tantas manos.
Como en
todo, Fogwill tenìa razòn: estar vivos es algo temporario. Como
estar de vacaciones, que tambièn es algo temporario.
Me gusta
pensar que mamà viviò trabajando y muriò descansando. A lo mejor
le habìa tomado demasiado el gusto al descanso, que decidiò tomarse
vacaciones no ya del trabajo, sino de la vida entera. Si fue asì,
bien merecido lo tenìa: mamà fue una de las pocas personas que
conocì que tenìa bien claras estas diferencias: la que hay entre lo
que conviene y lo que corresponde y la que hay entre la gente y los
preservativos. Imposible una sin la otra.
Sobre la
base de esas dos discriminaciones, ella edificò su mundo.
Hace poco se
me apareciò en un sueño: yo estaba preocupado por dos razones: la
primera es que me casaba y la segunda es que me casaba con una chica
a la que -en la vida real- no veo hace diez años, lo que no dejaba
de ser un contrasentido: se supone que uno no se casa con alguien que
no conocer. O sì?
Lo cierto
es que, en mi sueño, mamà estaba en la cocina, muy tranquila,
tomando mate con mi prima, ajena a mis preocupaciones nupciales.
Despertè
por la mañana sintiendo algo de la calma que ella mostraba en el
sueño; sintiendo que ella habìa despertado allì, en mi sueño, en
mi hora màs oscura de la noche, para mostarme su nombre; Clara.
Para
tatuarme su mensaje, para aclarármelo todo.
Con mamà
entendì la diferencia entre erudicciòn y sabidurìa. Ella no fue
una gran lectora, pero siempre tuvo la virtud que tienen las personas
sabias; la de darse cuenta, a tiempo, què es lo que hay que
defender.
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