domingo, 25 de septiembre de 2016

¿YO, SEÑOR?


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"LOS SANTOS INOCENTES" Por Martìn Kohan para Perfil

Uno de los mejores textos políticos de la literatura argentina contemporánea es, a mi criterio, este palíndromo de Juan Filloy: “Allí tápase Menem esa patilla”. Me resulta conceptualmente acertado, ya que el menemismo tuvo mucho de ocultamiento, de dar a ver una cosa primero para después convertirse en otra. Pero me resulta además impecable en su disposición formal (la literatura política se resuelve igualmente en la forma, aunque se la suela reducir a sus temas), ya que en la estrecha circularidad del capicúa sugiere el sin salida, el caer siempre en lo mismo.

Filloy pone distancia: dice “esa” y dice “allí”. Y también con eso acierta. Porque al menemismo los argentinos tendemos a evocarlo como si fuese un asunto remoto. Y además de remoto, o por remoto precisamente, como si fuera un asunto ajeno. Una cosa que les pasó a otros, o a nosotros pero como en un sueño. Como en un sueño, sí: un poco como irrealidad, un poco como no decidido.

Y sin embargo, por supuesto, fue real, y por supuesto que fue decidido: por tres veces (no una ni dos, sino tres) Carlos Menem obtuvo la mayoría de votos en las elecciones nacionales de presidente de la nación. Los niveles escatológicos de desocupación y pobreza, la corrupción como cosa aceptada, las humillantes relaciones carnales con los poderosos del mundo, el endeudamiento feroz, las amnesias y amnistías a favor de la impunidad, el imperio absoluto de la frivolidad y el cinismo: todo eso aconteció, y a la mayoría pareció no importarle. A Menem votos nunca le faltaron. A los que gobernaron junto con él, tampoco. A los que hicieron negocios gracias a él, tampoco.

Por eso fue tan valiosa la decisión del Sumo Pontífice de recibirlo y darle audiencia. En parte porque recibe a todos, como toca a su bondad. Y en parte para hacernos saber a los argentinos (incluido él, que es argentino) que es falso el limbo político que nos hemos inventado. 

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