"Por formación y origen social, su destino parecía conducirlo a una segura carrera eclesiástica en el sector más tradicional de la Iglesia. Pero su camino fue otro: optar por los pobres y dar testimonio de vida en tiempos duros, menos fértiles, hasta sus últimas horas.
Los años sesenta y setenta estaban sacudiendo el escenario político y social latinoamericano y la Iglesia no era ajena a esos temblores, estimulados por los debates del Concilio Vaticano II. Sin embargo, los sectores tradicionalistas y más conservadores seguían considerando incompatibles las ideas de la tradición ilustrada, políticamente liberales y demócratas, con el catolicismo. Se atrincheraban en la ortodoxia preconciliar, y consideraban a los cambios del Concilio como otro eslabón en el proceso de laicización y secularización originados en el Renacimiento y en la Reforma Protestante, ideas que -consideraban- luego habían provocado la Revolución Francesa, la Revolución Rusa y, en estos cielos, la Revolución Cubana.
Esos gérmenes, pensaban, se habían infiltrado en el interior de la Iglesia y la carcomían por dentro. Para el catolicismo tradicionalista argentino, monseñor Podestá era una de las puntas de lanza de esa penetración progresista.
Estas ideas, que muestran el nivel crítico del enfrentamiento interno en la Iglesia, dieron justificación y sustento ideológico y ,moral al terrorismo de Estado que, en complicidad con sectores de la jerarquía eclesiástica, persiguió, exilió, torturó, asesinó y desapareció a obispos, sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos.
Ya casi anciano, Jerónimo seguía soñando con otra Iglesia, sostenía que la Iglesia tiene que borrarse la opresión del pecado: "¡Que la Iglesia termine de denostar a la carne!
No se puede construir un futuro sobre la noción de pecado. Hay que construirlo sobre la noción del bien, del amor, de la libertad"
Jerónimo imaginaba una Iglesia horizontal, ecuménica, fraternal, que termine con la visión negativa del sexo y el celibato obligatorio, que integre a la mujer y que considere que la norma definitiva y primera del obrar es la propia conciencia"
"PODESTÁ Y LA TRANSFORMACIÓN DE LA IGLESIA" (Por Lidia González y Luis I. García Conde. Página 12. Hoy)
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