El problema que se muerde la cola como un perro: pensar si es posible distinguir a la persona violenta de las herramientas que utiliza esa persona para ejercer su violencia. Lo primero que se puede pensar: el violento es violento en tanto dice cosas violentas. De acuerdo. Pero me permito pensar en la paradoja que implica enojarse ante una "acusación sexual": que, en el mismo hecho legítimo y necesario de defenderse ante la intención del otro de generar un daño, sin darse cuenta, al articular una defensa se está participando de un imaginario común con el agresor; a saber: que hay formas "correctas" y formas "incorrectas" en la que los adultos pueden ejercer su sexualidad. Que todo es "negociable" en esta vida, menos la sexualidad. Tan sagrada resultaría ser que al cuerpo y a su deseo habría que protegerlos...de sí mismos!. Será que la iglesia está en retirada en la práctica cotidiana de nuestras vidas pero aún así nos dejó inoculados muchos de sus preceptos?
La burla en relación a la sexualidad masculina ( pensemos en los chistes que al día de hoy se siguen escuchando en los vestuarios de fútbol) o la acusación en relación a la elección de una mujer respecto de con quién se acuesta y por qué motivo suelen generar dos cosas: risas en el primer caso e indignación en el segundo. Y, si bien parten de lugares diferentes, tanto lo que hace reír como lo que hace indignar participan de un mismo horizonte interpretativo: aquel en donde ubicamos las cosas que "no corresponden". Y ampliar derechos a las mayorías ( de qué otra cosa se puede tratar vivir en democracia?) implica necesariamente una discusión diaria por definir "qué corresponde".
La intención de dañar en el violento está, eso es claro. De lo que se trata ( si es que resulta posible) es de articular en un mismo movimiento una defensa que, a la vez que repele al violento, intente no participar del mismo horizonte interpretativo que hizo posible el surgimiento de ese discurso que se pretende neutralizar.
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