lunes, 24 de abril de 2023

EL FUEGO INOLVIDABLE...

 



"Nunca he poseído un arma de fuego. No una de verdad, en cualquier caso, aunque durante dos o tres años después de dejar los pañales, me paseaba por ahí con un revólver de seis tiros colgando de la cadera. En los primeros años cincuenta, el Salvaje Oeste estaba en todas partes e incontables legiones de chicos norteamericanos poseían con orgullo un sombrero de vaquero y una pistola de juguete barata enfundada en una cartuchera de imitación de cuero. Y al disparar se suprimía del mundo a otro malvado."

"Como yo no me imaginaba a mí mismo como villano sino como héroe, el revólver sujeto a la cintura con una correa constituía la señal de mi propia virtud e integridad, la prueba palpable de mi fantasiosa y fingida hombría. Sin la pistola, no habría sido héroe, solo un niño."

"En cuanto a mi padre, en 1946 se casó con mi madre, de veintiuno, mujer a quien presuntamente adoraba pero no podía amar, porque para entonces era un hombre solitario, fracturado, cuyo paisaje interior era tan tenebroso que vivía distanciado de los demás, cosa que no lo hacía apto para el matrimonio, de modo que mis padres acabaron divorciándose, y, siempre que pienso en la fundamental bonhomía de mi padre y en lo que podría haber llegado a ser de haberse criado en otras circunstancias, también pienso en la pistola que mató a mi abuelo: la misma arma que destrozó la vida de mi padre."

"Si se pone un arma en manos de una maniaco, puede ocurrir cualquier cosa. Eso lo sabemos todos, pero cuando el maniaco parece ser un individuo corriente, equilibrado, sin resentimientos ni evidente rencor contra el mundo,  ¿qué debemos pensar y cómo debemos actuar? Que yo sepa, nadie ha facilitado nunca una respuesta satisfactoria a esa pregunta."

"Las estadísticas son a la vez crudas e instructivas. Los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un balazo que ciudadanos de otros países ricos, supuestamente avanzados, y, con menos de la mitad de población de esas dos decenas de países juntos, el ochenta y dos por ciento de las muertes por arma de fuego ocurren aquí. La diferencia es tan grande, tan chocante, tan desproporcionada con lo que sucede en otras partes que hay que preguntarse por qué. ¿Por qué es tan diferente Estados Unidos, y  qué nos convierte en el país más violento del mundo occidental?

"Si podemos enfrentarnos a los peligros que representan los coches y utilizamos el cerebro y el sentido del propósito común para combatir tales peligros, ¿por qué no hemos sido capaces de hacer lo mismo con las armas de fuego?"

"Los dos elementos más apreciados de las películas norteamericanas son desde hace mucho tiempo el tiroteo y la persecución de coches, y, por muchas veces que nos perdamos en el espectáculo de esas emociones fuertes que, hábilmente orquestadas, se representan en la pantalla, seguimos volviendo por más."

"Los coches son una necesidad en la vida civil de Norteamérica. Las armas de fuego no; y, a medida que más y más norteamericanos han llegado a entenderlo, el porcentaje de hogares que poseen armas se viene reduciendo a un ritmo constante desde los últimos cincuenta años, de la mitad a un tercio, y sin embargo el número de armas que en la actualidad poseen los estadounidenses es mayor que nunca: lo que significa que un número cada vez más reducido de norteamericanos compra cada vez más armas."

"Una legislación fragmentada podría contribuir a mitigar algunos daños, pero nunca se dirigirá al meollo del problema, y dado que hemos fallado en utilizar el sentido común para afrontar la violencia de las armas como una amenaza a la salud pública  -tal como hemos hecho con los accidentes de tráfico, el consumo de cigarrillos, el amianto, los aerosoles y otros síntomas perniciosos de la vida moderna- no me imagino que nos fuera a ir mejor mirando, más allá del Congreso, a los Tribunales como árbitros definitivos de lo que hacer y que no." 

"Con objeto de entender cómo hemos llegado a esto, tenemos que distanciarnos del presente y volver al principio, a la época anterior a la invención de los Estados Unidos de América, cuando Norteamérica no era más que una serie escasamente poblada de asentamientos blancos dispersos por trece lejanas avanzadillas del Imperio Británico. Nuestra prehistoria colonial duró ochenta años, y la mayor parte de esa caótica época de formación se vivió en un estado de inacabable conflicto armado. Por la misma razón que otros reinos europeos sentían pocos o ningún escrúpulo en conquistar y someter a poblaciones indígenas a lo largo y ancho de los mares (España, Portugal, Francia, Holanda), los colonos norteamericanos nacidos en Inglaterra estaban convencidos de que poseían un derecho divino para habitar cualquier parte de los remotos lugares del Nuevo Mundo que ahora consideraban su hogar, aunque ello significara desplazar a la gente que casualmente ocupaba esas tierras y que las había ocupado durante miles de años antes de la llegada de los ingleses."

"¿Por qué querrá alguien matar a gente que no conoce, sobre todo a personas que no le han hecho ningún daño y que con toda probabilidad lo ayudarían a levantarse si se cayera al suelo o se rascarían el bolsillo para darle un dólar si les dijera que tiene hambre?"


"¿Es eso lo que queremos en la Norteamérica de hoy, el derecho a vivir en una sociedad en permanente lucha armada? Si el problema consiste en que hay demasiados malhechores con armas, ¿no sería más sensato despojarlos de ellas en vez de dárselas a los denominados hombres de bien, que en muchos casos, si no en la mayoría, no lo son tanto, y así eliminar el problema de raíz? Porque si los malhechores no tienen armas, ¿para qué las necesitarían los hombres de bien?"

"Como solía decir mi madre cuando yo salía con alguna de mis apasionadas y desaforadas conjeturas sobre cómo mejorar el mundo: " Sigue soñando, Paul."


"UN PAÌS BAÑADO EN SANGRE" (PAUL AUSTER, SPENCER OSTRANDER)





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