Que el Estado es como una familia, nos decía el Ministro de Economía -luego de regrabar su mensaje- por televisión. Y que una familia no gasta más de lo que tiene. En esa analogía, lo Estados representan a los padres de la familia, y la población del país a los hijos. Sabemos que la analogía no tiene ni pies ni cabeza; que está muy lejos la complejidad organizativa de un Estado con la de una familia. Pero tomemos por un momento como válida esa comparación.
Los interrogantes que surgen, entonces, son interesantes:
¿En qué clase de familia los padres le dicen a los hijos que hoy tienen que pasar hambre para poder , en un futuro incierto (tan incierto como el futuro bíblico que promete la segunda llegada del señor Jesús), completar todas las comidas del día?
¿En qué clase de familia los padres le dicen a los hijos menores que la plata que hay es para que los hijos mayores se terminen de desarrollar, y que -cuando ese desarrollo termine- entonces esos hijos menores van a poder cubrir todas sus necesidades con los frutos que surjan del desarrollo de sus hermanos mayores?
En una de las escenas más memorables de Tumberos, el personaje interpretado por Alejandro Urdapilleta (el Seco) queda cara a cara con el militar que estaba a cargo de la intervención del penal. El motín está en plena ebullición y la orden era clara: había que arrasar con toda resistencia.
"¿Escucha el sonido de los niños?, le pregunta al coronel. Quieren salir a jugar"
Esa escena se me actualizaba con los cacerolazos de anoche. Y seguirá pasando con los que vendrán.
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