"Yo me he negado siempre a la denuncia apocalíptica, es demasiado fácil. Lo que sean las sociedades democráticas actuales no justifica, desde mi punto de vista, la demonización de la que son objeto. Yo quiero teorizar una realidad plural, por lo demás raramente vivida, por ejemplo por sus detractores profesionales, como un infierno absoluto. Nuestro universo social nos da derecho a ser a la vez optimistas y pesimistas. No hay contradicción: todo depende de la esfera de la realidad de que se hable."
"El hedonismo ha perdido su estilo triunfal: de un clima progresista hemos pasado a una atmósfera de ansiedad. Se tenía la sensación de que la existencia se aligeraba: ahora todo vuelve a crisparse y a endurecerse. Tal es la "felicidad paradójica": la sociedad del entretenimiento y el bienestar convive con la intensificación de la dificultad de vivir y el malestar subjetivo."
"Mientras que las sociedades tradicionales, que enmarcaban estrictamente los deseos y las aspiraciones, consiguieron limitar el alcance de la decepción, las sociedades modernas aparecen como sociedades de inflación decepcionante. Cuando se promete la felicidad a todos y se anuncian placeres en cada esquina, la vida cotidiana es una dura prueba. Más aún cuando la calidad de vida en todos los ámbitos (pareja, trabajo, sexualidad, alimentación, hábitat, entorno, ocio) es hoy el nuevo horizonte de espera de los individuos. Cuanto más aumentan las exigencias de mayor bienestar y una vida mejor, más se ensanchan las arterias de la frustración."
"En el siglo XIX hubo dos grandes pensadores que subrayaron la expansión y la nueva fisonomía de la decepción vigente en los tiempos modernos. Para Alexis de Tocqueville, el autor de "La democracia en América", la abolición de las prerrogativas de nacimiento fomentó el deseo de elevarse, de salir de la propia condición, de adquirir sin cesar nuevos bienes materiales, reputación y poder: la igualdad de condiciones transformó la ambición en un sentimiento universal e insaciable. Pero con la apertura de nuevas esperanzas se multiplicaron las frustraciones y las envidias: los individuos se sienten heridos por las desigualdades más nimias, nadie soporta que el vecino tenga más que uno. Los goces materiales son numerosos, pero más son los sentimientos de desdicha que producen los goces ajenos. También Emile Durkheim puso de relieve el alcance de la decepción y el descontento en las modernas sociedades individualistas, que, a causa de su movilidad y su anomia, ya no ponen límite a los deseos. Al buscar la felicidad cada vez más lejos, al exigir siempre más, el individuo queda indefenso ante las amarguras del presente y ante los sueños incumplidos."
"Con la dinámica individualizadora, todos quieren ser reconocidos, valorados, preferidos a los demás, deseados por sí mismos y no comparados con seres anónimos e intercambiables. En este sentido hay que escuchar a Rousseau: dado que el hombre es un ser incompleto, incapaz de bastarse solo, necesita a otros para realizarse. Pero si la felicidad depende de otros, entonces el hombre está inevitablemente condenado a una felicidad frágil. Depositamos en el otro esperanzas tremendas, pero el otro se nos escapa, no lo poseemos, cambia y nosotros cambiamos. Así, cada cual ve burladas sus mejores esperanzas."
"No olvidemos que los placeres humanos se han vivido durante milenios articulados en estructuras sociales y cronologías inmutables. La repetición de la tradición ancestral no impidió toda una serie de placeres más o menos intensos (juegos, bailes, fiestas dionisíacas). La moderna economía de consumo no expresa por arte de magia la verdad del deseo humano: más bien contribuye a sobreexcitarlo, a apartarlo de los dispositivos sociales repetitivos, a ponerlo en movimiento incesante."
"Al producirse un vacío, la dinámica de la individuación y la desaparición de las grandes visiones ideológico-políticas han precipitado la necesidad de identificarse con comunidades particulares, étnicas, religiosas o regionales. Conforme desaparecen los polos de identificación de carácter universal, que se perciben ya como abstracciones lejanas, los individuos se vuelven hacia su comunidad concreta e inmediata. La identidad de los individuos pasa cada vez menos por la adhesión a principios políticos generales y cada vez más por referentes históricos, culturales, religiosos o étnicos. Una explosión de identidades que engendra un proceso de balcanización social cuyo resultado es un mosaico de minorías y grupos que se menosprecian o se odian."
"El fin de la edad de oro de lo político no tiene nada de deprimente. A fin de cuentas, hay muchos otros proyectos y esperanzas capaces de orientar la existencia y de motivar las pasiones. La creación, la investigación científica, los descubrimientos científicos y técnicos, la búsqueda de la felicidad individual. No estamos condenados a desilusionarnos porque se hayan agotado los grandes proyectos mesiánicos. El "fin de la Historia" no se producirá esta semana, pues la historia no es únicamente política: los asuntos que construirán el futuro (la educación, la relación entre los sexos, el trabajo, la vida cotidiana, etc.) no dejarán de inventarse y reinventarse."
"La época está llena de conflictos de índole moral. No vivimos la decadencia de la moral, sino una pluralización de las éticas, acorde a una sociedad secularizada, democrática e individualista."
"Paradoja de la época: cuanto más crece la decepción, más se consolida la adhesión masiva a los valores democráticos. La queremos, pero sin pasión. Y la queremos sobre todo cuando tenemos la sensación de que está en peligro."
"LA SOCIEDAD DE LA DECEPCIÒN" (G. LIPOVETSKY)
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