sábado, 31 de agosto de 2013

LAS ARMAS Y LAS LEYES...




ENTREVISTA AL ESCRITOR G. TAVARES PARA "EL PAÍS"

Pregunta. La Iglesia parece uno de los grandes enemigos de su protagonista, por irracional e inmovilizante. ¿Ahora no toca rezar?

Respuesta. Sí, la Iglesia, cualquiera de ellas, tiene que ver con lo paralizante, Dios como una máquina de otros siglo, una luz de petróleo superada por la electricidad. Es un aspecto del miedo que conduce a la inmovilidad, que es de lo que trata el libro y lo que vivimos hoy.

P. ¿Bajo qué formato?

R. Hay un miedo que es el de la liebre que ve al cazador y huye, algo lógico, sensato; pero existe un segundo miedo y es cuando la liebre ha empezado a correr y ya no sabe dónde está el cazador: lo intuye, pero no lo sabe, siente que anda por ahí, y ese miedo difuso genera un movimiento casi circular, loco, que no deja de ser una forma de inmovilidad. Lenz quiere provocar ese segundo miedo con su política muy cercana al fascismo.

P. ¿Es el miedo que vivimos hoy?

R. Hay un personaje de un cuento de Andersen que dice algo así como: “Me pidieron que rezara pero sólo me acordaba de las tablas de multiplicar”. Ese, para mí, es uno de los conflictos esenciales del siglo XXI: la gente que sólo consigue pensar en las tablas o que sólo puede rezar; olvidamos, tener mala memoria es siempre olvidar algo y ese ha sido uno de los males del siglo pasado; no creo que un creyente sea superior a otros o que yo sea más lúcido que ellos; cuando veo a uno siempre pienso que tiene algo que yo no tengo, pero tampoco hay que incorporarlo ciegamente; lo que no me fascina nada es la Iglesia, que se ha convertido, y quizá ese es su mal, en una institución como cualquier otra, con sus crisis internas, su burocracia y su gente buena pero también muy mala.

P. La sociedad reflejada en su libro es como los vagabundos que enfermizamente maltrata el protagonista al invitarlos a su casa: aguantan vejaciones y están satisfechos con observar y callar a cambio de comer y de dinero. “La sociedad es una decadencia que no descansa”, dice Lenz…

R. Europa ha comido tanta carne que ha perdido su instinto cazador y está menos rabiosa por hacer algo; la comodidad también conlleva consecuencias negativas, como una cierta pereza; debería haber un mayor equilibrio hoy entre el deseo, la satisfacción y un ligero hambre en lo material y lo espiritual. El problema es que ahora ha crecido la insatisfacción material y esto se va a convertir en una situación extraña y peligrosa.

P. Por la crisis económica…

R. Una crisis económica tan profunda y larga preanuncia siempre una dictadura. Cuando una persona dice que lleva cinco años en el paro es una frase que nos desarma, es casi una disculpa; es difícil recriminar a alguien de algo si tiene unas necesidades básicas no satisfechas; cuando llevas tres, cuatro o cinco años sin trabajo, los límites éticos van cayendo por más buena formación ética que tengamos. La moral tiene que ver también con lo material; es trágico decirlo pero es así: cuando estamos satisfechos es fácil ser ético; cuando no, aparece una segunda moral y nadie de nosotros sabemos qué haríamos instalados en esa segunda moral.

P. La novela parece ambientada en la Europa de entreguerras que, por paro, crisis y miedos, igual es un escenario no tan lejano…

R. No quiero exagerar pero hoy estamos haciendo unas fotos muy iguales a las de 1937 y 1938 pero en color en vez de blanco y negro y al ser así nos creemos que no es la misma imagen, somos muy infantiles en eso. Sería irracional pensar que podemos caer en lo de 1940 pero no está de más recordar que Hitler acabó llegando al poder por un proceso inicialmente democrático; tenemos el misticismo de que entró con una ametralladora al poder, pero no fue así… Los episodios violentos en Europa no vendrán con metralletas sino con leyes; percibimos la ley como si fuera la escritura de la bondad, del bien ético y en cambio es la codificación de la mayoría democrática, pero si esta mayoría no es del todo o cada vez menos democrática… La ley está al servicio del bien y del mal.

P. No asuste…

R. Ninguna ley es explícitamente violenta de inicio, lo que está ocurriendo es que pequeñas leyes van lijando los derechos humanos; aceptamos un pequeño dolor y los asumimos, desaparece y ya podemos aceptar un pequeño dolor mayor; hoy, en Europa aceptamos leyes laborales que hace cinco años habrían sido impensables, con despidos casi sin derechos; los derechos humanos, ante la presión económica, van desapareciendo peldaño a peldaño; en los hospitales públicos se miran los costes de los enfermos, como Hitler hacía en sus discursos contables, donde cuantificaba el coste de un alumno normal y de otro sordomudo; eso es el paradigma de la violencia contable, el preanuncio de algo peligroso… Empezamos a no estar lejos de la contabilidad nazi.

P. La tentación mesiánica o populista es muy grande, como ocurre en Aprender a rezar…

R. El perdido o el náufrago quiere ser salvado… y, claro, siempre aparece un salvador. El problema es que alguien quiera ser salvado y en Europa cada vez hay más gente que quiere serlo: el número de náufragos ha aumentado exponencialmente en los últimos tres años.

P. En su libro los políticos juegan a crear un cóctel entre miedo y velocidad muy inquietante.

R. ¿Cómo se hace hoy la censura en Europa? No ocultando nada sino con la velocidad: rápidamente una noticia importante es sepultada por otra y por otra y en cinco minutos una decena de noticias banales están encima de la esencial y estructural, que será digerida en dos horas cuando necesitaría dos años; la velocidad es un censura inconsciente. Hay que parar a reflexionar pero parar es visto, hoy, como algo negativo, como no estar al ritmo de los tiempos.

P. ¿Su obra son novelas ensayísticas o ensayos novelados?

R. Para mí, pensar y contar historias es el mismo mundo, no dos de separados; no me interesa explicar sólo una historia sin más sino que ésta lleve a la reflexión al lector; cada vez son más raros los espacios para pensar y para mi la lectura es un mundo de lentitud ideal para ello; no rechazo el placer, el ciclo de novelas mías de Barrio [El señor Valéry; El señor Brecht…] ya responde en parte a eso, si bien yo busco más al relector que al lector.

P. Pero a ambos le gusta zarandearles.

R. Un libro no puede dar el mismo placer que contemplar un paisaje muy bonito, quiero que mis libros den cierto placer al ser leídos, pero también que generen una ligera resistencia, cierto dolor al lector, que creen inquietud, que irriten, que alguna frase le aburra o que otra le obligue a pensar en ella un buen rato y deba volver al día siguiente o meses más tarde, que se vea impelido a coger un lápiz y participar en su mundo subrayando, redondeando, como hago yo mismo como lector.

P. ¿Y ese estilo tan condensado, casi frío y telegráfico?

R. El escritor debe ser delicado con el lector, no hacerle perder el tiempo y eso va desde la estructura a la tensión de las frases, que no quiero explicativas. Los adjetivos explican de forma paternalista, no me gustan; me gustan las palabras básicas: andar, mandar, pan, mesa, palabras bíblicas, simples, pero a la vez asertivas; busco una exactitud que cause perplejidad y diferentes lecturas.

P. Está traducido en 45 países, tiene más de una veintena de obras publicadas y un montón en el cajón. No salen las cuentas…

R. Cuando me siento apenas tengo cuatro o cinco palabras y una imagen en la cabeza y escribo cuatro o cinco horas seguidas, sin pensar casi, de forma instintiva. La mayoría de las veces esa imagen no ha salido ni descrita, actúa casi como un espejismo. Y lo dejo. En una segunda fase, de la que pueden pasar años, releo y corto tranquilamente dos terceras partes y modelo y hay cambios de posición. Por eso tardo tanto... Aprender a rezar… la acabé, creo en 2002 o 2003…

P. ¿Por qué tarda tanto?

R. Escribí muchísimo entre mis 18 y 30 años y me propuse no publicar antes de esa edad hasta no sentirme completamente seguro de que estaba haciendo algo sólido. Lo he planteado a imagen del oficio de mi padre, constructor. Yo sacaba fotos del proceso de construcción de sus casas: lo primero que él hacía era cavar un agujero bien grande y hondo y el edificio iba creciendo hasta 20 metros… ¡hacia abajo! y a los seis meses apenas estaba a ras de suelo y entonces empezaba a subir. A mis 31 años sentí que estaba a mi nivel cero de escritura y que a partir de ahí podía subir mi edificio para que, cuando venga el viento, no caiga.

LA SALUD VA Y VIENE...




"Las alarmas del doctor Castro"
por Horacio González para Página/12

No es la primera vez que Nelson Castro hace uso de una visión de la medicina y la psiquiatría que corresponde a un trazado binario donde juegan nociones como normal y patológico, pero ahora en la conciencia psíquica de los gobernantes. Es el lenguaje, sabemos, del cruce entre enfermedad y poder, o bien la enfermedad que caracteriza a los poderosos en tanto tales. Si la “normalidad” corresponde a una ciudadanía saludable, lo segundo a una deficiencia psíquica que se adjuntaría a figuras políticas con el latigazo final de que la enfermedad es la “metáfora del poder”. Hace tiempo que el doctor Castro, como tantos otros doctores que dan consejos dietéticos, de estética corporal o de prevención de caries, ha fusionado con el lenguaje de la televisión un lenguaje de la cura y el cuidado de sí, repleto de tecnicismos y palabras elaboradas por los laboratorios que fabrican distintos productos medicinales.La diferencia con los programas de consejos medicinales es que ha logrado absorber en la proposición del “poder enfermo” a las acciones de la Presidenta, a la que al término de cada programa se le dirige como el buen médico que da recomendaciones sobre su supuesta situación psíquica, con una falaz benevolencia, pues se incluye entre los “40 millones de ciudadanos” gobernados por ella, que con toda razón –“se lo deseo, créame, de todo corazón”–, dependen de su racionalidad siempre a punto de ser carcomida por una dolencia abismal, nunca declarada. En su programa televisivo, ése es el momento del diagnóstico. ¡Cuánto nos recuerda a tantos médicos de la literatura universal, con sus monsergas paternalistas! O al revés, sin rozar siquiera que este gran tema de la enfermedad y el arte, que ha sido tratado en recordadas piezas literarias, como la epilepsia del príncipe Mishkin en El idiota de Dostoievski y la permanencia de Hans Castorp en el alegórico hospital de La montaña mágica, de Thomas Mann.
La manera en que el doctor Castro se dirige a la Presidenta es una pieza mayor de la hipocresía (que también es una leve patología), pues aconseja como un personaje extraviado de algún borrador de Molière, mirando a la cámara como un poseído curandero o un profeta desocupado, y mientras parece escribir en su recetario, con una sintomatología de simulación (que para los médicos positivistas del siglo pasado era una forma estetizada de la mejor patología), finge estar preocupado por la paciente, mientras no logra ocultar una puntilla de gozo por estar en situación de decretar la locura en un enemigo político. Metáforas habituales, como “enfermedad”, tan bien tratada en su relación con el poder por Susan Sontag, son arruinadas por un pensamiento más bien elemental, apenas recubierto con la palabra “doctor”, que si no nos equivocamos, en la política se pronuncia casi siempre con sorna. Guardémonos que se nos diga “doctor” en cualquier situación que fuese.
Ahora ha refinado el diagnóstico, haciéndolo aún más literario, sin salir de la curandería. Ha ido a la Grecia Antigua a buscar palabras de Aristóteles y de Sófocles, en lo que no se equivoca, pues son, entre otros, quienes más han tratado los extravíos de la conciencia a través de la figura del héroe trágico. Conceptos como hibrys o hamartía son palabras fundantes de la civilización griega, tomadas de la teoría de la purificación de las pasiones o del arte del arquero griego, para quien la hamartía comienza siendo un error en el disparo de la flecha hasta adquirir la estatura de una palabra ligada al error trágico. Para el caso, al transformarlas en términos médicos. Pero no como se haría en la cultura griega arcaica, guardando una finura retórica que no se emplea en condenar a nadie sino en saber afrontar los golpes de la fortuna. Reduciéndolo todo a copiar manuales de psiquiatría laboral, que se usan en las empresas para aceptar o rechazar a peticionantes de empleo con un cientificismo que apenas encubre una escuela no proclamada de servilismo laboral y preparación para la vida humillada. Entonces se nos habla de “Síndrome de Hubris”, salido del mágico recetario de un programa de la televisión, lo que al parecer ha interesado a los redactores de un diario donde se trata la vida intelectual de muchas maneras, inclusive de ésta.
La hibris o hubris, este “síndrome” ahora apócrifo, para los griegos antiguos hablaba de la perdición del héroe en medio de un complejísimo trazado de la conciencia de la libertad, obligando a elegir entre la piedad y el exceso. La televisión argentina en su aspecto más cuestionable –ciertos programas, muchas publicidades, las coreografías de los llamados programas de entretenimiento–, es la heredera menor de estos conceptos de la historia del arte universal. Los usa mal y a contramano. En su solo mirar hacia el exterior de sí, no percibe su propia hamartía, su propia hibrys repleta de carestía moral, pero de algún modo efectiva para sus usos políticos basados en la denigración o el vejamen. Miren si Sófocles hubiera hecho un examen de medicina laboral a Edipo o si Freud hubiera tomado ese mito de una manera ligera, para dar consejos por radio (en su época no había televisión).
Omnipotencia y narcisismo, dicen los doctores norteamericanos que cita el doctor Castro. Para decir todo eso, pasa por una afirmación dudosa para todo médico o todo político (“la soledad del poder no se cura con nada”), lo que da un indicio de que los ropajes de la poética de Aristóteles sólo sirven no para el examen de las pasiones –como era el caso–, sino para seguir explorando los senderos del ataque insaciable bajo un docto disfraz medicinal.
Confieso que tomé el título de esta nota de un famoso artículo de Borges –el “doctor Borges”– titulado Las alarmas del doctor Américo Castro. Pero no hay que asustarse. Se trataba apenas de una incisiva crítica al lingüista español que cuestionaba la variedad rioplatense del idioma castellano. Todo ocurría en la década del ’40. El escrito de Borges es demoledor. Si no hubiera otras tantas diferencias, este apenas quiere ser un llamado de atención para que se usen seriamente las palabras y no se reduzca la difícil politicidad que vivimos a un mero orden médico. ¿Le pido un turno, doctor?

domingo, 25 de agosto de 2013

EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO...



Dentro de una situación absolutamente convencional (estoy estudiando en un bar), me encuentro con algo muy poco convencional: al levantarme para ir al baño, descubro -a unas pocas mesas de distancia- a una chica que lee un libro muy gordo mientras toma una cerveza. No llego a ver la tapa del libro, pero creo que me hubiera dado lo mismo si era la Guerra y la Paz de Tolstoi o los robos completos de Bucay. Ella es hermosa y me da la impresión que va a estar sola, sentada en su mesa, leyendo y tomando su cerveza muy tranquilamente. 
Vuelvo a mi mesa y guardo los apuntes de literatura norteamericana. Los esclavos pueden esperar un poco más para su liberación. Mi liberación está primero.
Busco rápido en la mochila. Saco el último libro que compré: "Manual de Supervivencia". Se trata de una larga entrevista al cineasta alemán Werner Herzog (a quien debo el nombre de este blog). Me pongo a buscar pasajes del libro. Marco tres.
Después de vacilar un buen rato, me decido. Camino hacia la mesa hasta llegar a su lado. Ella levanta la cabeza y mira algo sorprendida. Le digo que tengo una propuesta para hacerle: que me lea algún pasaje que le haya gustado de su libro y yo haría lo mismo con alguno que me haya gustado del mío. Me sonríe algo nerviosa y me dice "no sé que estás leyendo". Le muestro la tapa del libro. Lo mira, duda un segundo, y finalmente me dice: "no, gracias". Le digo "como quieras", y regreso a mi mesa.
Traté de volver a concentrarme en lo mío, pero desistí. La situación me había alborotado. Por un lado estaba sorprendido de lo que había hecho, y por otro lado no podía dejar de imaginar que, a los pocos minutos, ella iba a venir a mi mesa a decirme "esta parte del libro me pareció buena, a ver qué te parece". Pero cuando se levantó (media hora después) fue para irse del bar. Yo permanecí otro rato más hasta que pedí la cuenta para irme también. Cuando me la trajo, el mozo me dijo con una sonrisa "otra vez será". Me reí con su comentario. Espero que tenga razón. Seguramente el libro de esta chica  era los robos completos de Bucay y por eso no pudo aceptar mi propuesta: no quiso pasar vergüenza.


Comparto entonces con ustedes lo que no pude compartir con la extraña dama:

"Detrás de las imágenes, detrás de la visión, detrás de la historia, detrás de la gramática de la narración y  la gramática de la imagen, hay algo cuya experiencia en cine puede ofrecer en muy raras ocasiones, se toca entonces una verdad más profunda. No pasa muy a menudo; sí pasa en la poesía. Aún cuando me haya alejado un tanto de él con los años, al leer a Rimbaud se siente instantáneamente que hemos rozado algo extático. Tocamos una verdad que está detrás de las cosas. Algo que no necesitamos analizar. Lo sabemos de inmediato. Y uno se siente inmediatamente iluminado. Los hechos cotidianos no iluminan, sino que crean normas de conducta. Sólo la verdad ilumina."

"Leo el corazón humano. Es una parte importante de mi profesión. A leer el corazón humano no se aprende, sólo la experiencia lo puede enseñar. Hablo de experiencias muy elementales ¿Qué significa estar preso? ¿Qué es tener hambre? ¿Qué es criar hijos? ¿Qué es la soledad en el desierto? ¿Qué significa estar enfrentando a un verdadero peligro? La mayoría de nosotros ignora esas experiencias, salvo tener hijos. De experiencias así provienen mis capacidades como cineasta."

"Si ustedes viven en un departamento donde todos los rincones, hasta el último, están iluminados, ese departamento se vuelve inhabitable. Los seres humanos que sacan a la luz los rincones más oscuros de sus almas se vuelven seres humanos inhabitables.
Nunca pude estar con una mujer que no tuviera una especie de secreto o misterio. Nunca pude vivir con alguien que se esfuerce por decirlo todo, por saberlo todo, convencido de que eso es la base de una relación. Es el punto de partida para el crimen. Es todo. Frente a una actitud así, la única respuesta sería el crimen."

jueves, 22 de agosto de 2013

CADA VEZ MÁS IGUAL...


 
 
YA NO SÉ QUÉ HACER CONMIGO (EL CUARTETO DE NOS)

Ya tuve que ir obligado a misa, ya toqué en el piano "Para Elisa"
ya aprendí a falsear mi sonrisa, ya caminé por la cornisa

ya cambié de lugar mi cama, ya hice comedia, ya hice drama
fui concreto y me fui por las ramas, ya me hice el bueno y tuve mala fama

ya fui ético y fui errático, ya fui escéptico y fui fanático
ya fui abúlico y fui metódico, ya fui púdico fui caótico

ya leí Arthur Conan Doyle, ya me pasé de nafta a gasoil
ya leí a Breton y a Molière, ya dormí en colchón y en sommier

ya me cambié el pelo de color, ya estuve en contra y estuve a favor
lo que me daba placer ahora me da dolor, ya estuve al otro lado del mostrador

y oigo una voz que dice sin razón,
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual,
ya no sé que hacer conmigo

ya me ahogué en un vaso de agua, ya planté café en Nicaragua
ya me fui a probar suerte a USA, ya jugué a la ruleta rusa

ya creí en los marcianos, ya fui ovo-lacto vegetariano, sano
fui quieto y fui gitano, ya estuve tranqui y estuve hasta las manos

hice un curso de mitología pero de mí los dioses se reían
orfebrería la salvé raspando, y ritmología aquí la estoy aplicando

ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya pegué, ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí, ya me fui, ya volví, ya fingí, ya mentí

y entre tantas falsedades, muchas de mis mentiras ya son verdades
hice facil las adversidades, y me compliqué en las nimiedades

y oigo una voz que dice con razón
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual
ya no sé que hacer conmigo

ya me hice un lifting, me puse un piercing, fui a ver al Dream Team y no hubo feeling
me tatué al Ché en una nalga, arriba de mami para que no se salga

ya me reí y me importó un bledo, de cosas y gente que ahora me dan miedo
ayuné por causas al pedo, ya me empaché con pollo al spiedo

ya fui al psicólogo, fui al teólogo, fui al astrólogo, fui al enólogo
ya fui alcohólico y fui lambeta, ya fui anónimo y ya hice dieta

ya lancé piedras y escupitajos, al lugar donde ahora trabajo
y mi legajo cuenta a destajo, que me porté bien y que armé relajo

y oigo una voz que dice sin razón
vos siempre cambiando ya no cambias más
y yo estoy cada vez más igual
ya no sé que hacer conmigo

 

…………………………………………………………………………………………….......

 

CONFESIONES DE UN AMANTE INSOSPECHADO

 

Tarde en la noche, aburrido como siempre y sin tener nada que hacer, me encuentro viendo obligadamente un canal de televisión sin alma por haber perdido las pilas del control remoto, mientras me doy cuenta que sigo sin poder terminar de procesar la muerte de mi hijo a pesar de todo este tiempo.

Durante muchos años pensé en el suicidio. Pero no pude hacerlo. Durante todo ese tiempo en que el suicidio fue un hámster dando vueltas por esa rueda de metal que es mi cabeza, también llegue a poner en duda mi propia existencia. Sí, una locura: lo sé. Fui más allá de Descartes, que, al dudar, se quedó tranquilo de que había algo seguro en el universo: él mismo y su duda.

Descartes estaba equivocado. En su momento me gustó su frase; me dejé seducir por ella. Pero no es verdad que uno reconozca su existencia ante la duda; se la reconoce ante el dolor. El dolor agudo que se siente muchas veces, en diferentes etapas, y por distintos motivos. Ese dolor nos indica que estamos vivos. Del dolor no se duda.

No es “pienso, luego existo”, sino “sufro, luego existo.” Y si hablamos de sufrimientos, creo que todos vamos a ponernos de acuerdo en que no hay sufrimiento mayor que aquél  generado por la muerte de un hijo.

No me importa lo que representó para todo el mundo la muerte de mi hijo; nadie pensó en mí de la forma en que me hubiera gustado.

Pero el tiempo pasa y nos corre de lugar.  El dolor no desaparece; sino que se transforma como la materia. Con el correr de los años (o de los siglos) empieza a perder consistencia, a perder solidez, y deja lugar a otro tipo de sentimientos en el corazón. 

La verdad, debo admitirlo, es que odié mucho tiempo. A todos; a las personas, a los gobiernos, a las religiones.

Siempre me pregunté si no fue todo en vano, si nada sirvió para que podemos ser mejores, para que podemos tener  pensamientos que suban, que se eleven, para que se abra…que se abra algo.

Pero no escribo estas líneas sólo para confesar mi aburrimiento y mi imposibilidad de cambiar el canal en la televisión. Tampoco para explicarles que es imposibilidad –nimia, cotidiana, absolutamente banal- le abre la puerta a ese sufrimiento del que todavía soy víctima y que, aún hoy, me predispone a querer hacer cosas muy malas a la gente.

Hay algo más que quiero compartir con todos ustedes.

Lo que quiero decir es que uno tarda una eternidad en aprender algo. En aprehender. Mi hijo –estoy convencido- antes de morir captó con profundidad la idea de que uno debe ir por la vida tratando de recolectar imágenes que sirvan de escudo contra la amargura y la desazón. Apenas un grupo de imágenes (tres o cuatro quizá) que funcionen con un núcleo vital que sea capaz de resistir los embates del tiempo. Y eso es todo. Ese es el secreto. El tiempo es un péndulo que avanza y retrocede. Arriba o abajo de ese movimiento estamos nosotros, mortales o inmortales.

La moral, como el amor, como la justicia, pertenecen al orden temporal; para Dios la justicia no existe porque no existe el tiempo. Hace muchos años (a principios del siglo pasado si la memoria no me falla) escuché razonamientos de ese orden, y –mal que me pese- siempre me parecieron una forma muy inteligente de argumentar en favor de la separación definitiva entre el estado y la religión; entre sus instituciones y sus formas de pensar y administrar deberes y derechos de los ciudadanos.

A veces pienso que Marx tenía razón y que la religión es el gran opio de los pueblos, pero ese pensamiento no tarda en desaparecer; la incomodidad que me genera se encarga, ella misma, de eliminarlo a la velocidad de un rayo.

Voy a hablar de angustias entonces, y no del vínculo siempre conflictivo entre Estado y religión. ¡Qué carajo me importan a esta altura los Estados y las religiones! ¡Que se maten entre ellos!  

Voy al punto. Escribo estas líneas para confesarles a ustedes lo que nunca podría confesarle a mi hijo: estuve enamorado. Me pasó muchas veces pero sólo en una oportunidad estuve decidido a intervenir al respecto. A no dejar pasar la oportunidad. Había pasado mucho tiempo mirando la vida desde afuera,  mucho tiempo solo en este universo.

 Sentirme enamorado fue hermoso porque –eso lo sabemos todos- enamorarse es subir, elevarse, tocar algo más alto, o más profundo. Y darse cuenta que todo lo que hace uno es para querer y que lo quieran.

Pienso en mis enamoramientos y me doy cuenta que me ha pasado tanto con hombres como con mujeres, indistintamente. El primer enamoramiento, el primer deseo profundo de fundirme en otro cuerpo, lo sentí con Alejandro Magno. Cuando lo conocí, mi hijo todavía no había nacido, y –debo confesarlo- me hubiera gustado que Alejandro fuera mi hijo. Su conquista del imperio persa me deslumbró, como deslumbró a los historiadores que se encargaron de estudiar su vida.

Con la muerte de mi hijo, durante mucho tiempo, la angustia no me dejó volver a enamorarme. No sólo no me permití sentir amor; sino que tuve estallidos de ira que me acercaron peligrosamente a la locura. Recuerdo algunas fechas puntuales en las que me sentí un volcán en erupción. Para ser más precisos: mil novecientos treinta y tres, es decir, hace unos doscientos años.

No sólo sufrí de ira; años y años sin padeciendo un insomnio que parecía no terminar jamás.

Hasta que una noche pude conciliar el sueño; dormí como un angelito. No la recuerdo puntualmente por eso, sino por el humo que había llegado hasta las nubes, al parecer por el incendio que se produjo al estrellarse dos aviones contra unas torres.

Pero vuelvo al punto. Lo voy a decir: me enamoré de Eddie Vedder. Me enamoré de su capacidad de seducir a las mujeres con su belleza física, su tremenda voz y su increíble capacidad para componer melodías. La calidez que despliega en las entrevistas me corresponde. Yo estoy ahí, dentro suyo, cuando sonríe a la cámara y dice “yo no me he permitido cambiar, pero la forma en que la gente me ve no es algo que pueda controlar. Lo que sí puedo controlar es el hecho de no aparecer en televisión de una forma que glorifique mi cara o mi posición”.

Quise ser él cuando estaba arriba de un escenario tocando con la banda. Y lo logré. Recuerdo puntualmente un recital en Buenos Aires, Argentina, en el estadio de la ciudad de La Plata. La gente nunca se enteró –desde ya- pero yo estuve en Vedder cuando él abrió los brazos al público durante la interpretación del tema con que la banda comenzó el concierto (Release) y durante el resto de la larga lista de canciones que formaron parte de ese show único e irrepetible.

Pero el tiempo, inexorable, pasó, y con él mi último enamoramiento.

Ya no siento más nada por nadie.

Termino esta confesión y la pantalla sigue encendida. Me pasé la noche en vela, y –tal vez- estas palabras no hayan servido para nada.  Ahí abajo, entre las sombras, no hay nadie para escucharlas. Pero muchas veces uno quiere hablar, simplemente expresarse sin importar si hay del otro lado un interlocutor posible.

Tampoco habrá nadie para escuchar a una señora muy coqueta que  aparece en la pantalla a la hora del almuerzo, mostrando sus joyas mientras exhibe una sonrisa plastificada y lanza al viento una frase memorable: “como te ven te tratan, si te ven mal, te maltratan.”

¿No aprendió la señora –después de tanto tiempo- que el lujo es vulgaridad?

No lo aprendió. Yo aprendí que el amor es algo que puede estar todos los días viviendo en uno, o no puede estar en siglos.

Sigo sin encontrar las pilas y entró en desesperación.

Y también no puedo dejar de preguntarme: ¿Cómo me verían ustedes a mí? ¿Cómo me verían si todavía estuvieran acá, conmigo, y no hubieran hecho lo que hicieron?

domingo, 18 de agosto de 2013

UN ÁNGEL PARA NUESTRA SOLEDAD...



Ahí lo tienen, sentado con su mujer en la mesa de Mirta. A una semana de haber ganado las elecciones en la provincia de Buenos Aires, Sergio Massa no sólo acepta ir a comer de los platos huecos que ofrece la octogenaria; también acepta compartir la mesa con personajes (en el sentido literal de la palabra) como Coki Ramírez, Peter Alfonso y...Aníbal Pachano!!!
Ahí lo tienen. Hablando de la semillita que empieza a crecer como nos hablaban nuestras mamás para explicarnos cómo vinimos al mundo. Retomando la verba automática de la que -con un mínimo de inteligencia y a total destiempo- el rabino Bergman se pudo desprender.
Tal vez al tigrense le sirva el almuerzo para ir pergeñando alianzas por abajo de la mesa. Quien sabe: la fórmula "MASSA-PACHANO 2015" no suena nada mal.
Muchas palabras de amor. Ni una sola palabra de política. De esa miel no comen las hormigas.

sábado, 17 de agosto de 2013

LA CONSTRUCCIÓN DISCURSIVA DE LOS ANTAGONISMOS...




"Ese joven "

por Daniel Link para Perfil

Ese joven candoroso que, oficiando de fiscal de mesa, rechazó enfáticamente darle la mano al Sr. Macri demuestra el fracaso de un modelo de mistificación llevado hasta sus últimas consecuencias, sobre el cual ya me he detenido.

Ese joven que se creyó a pie juntillas la construcción discursiva de los antagonismos, tal y como Laclau se la ha dictado al gobierno, no hace sino demostrar los límites que queriéndolo o no, el exceso de mistificación provoca en el sistema democrático.

A nadie puede preocuparle que ese joven se muestre intemperante, fanático o consecuente con sus ideas políticas, sino que crea que los antagonismos construidos discursivamente (es decir: que tienen su fundamento en un acto de discurso antes que en otra cosa) representan algo así como “la realidad” y que, por lo tanto, las ideas políticas del Sr. Macri son muy diferentes de las de la Sra. Fernández, lo que hasta ahora no ha sido probado (y allí está la renta financiera no gravada, como un caso testigo de una gemelidad borrada a fuerza de actos de discurso, o la asociación entre YPF y Chevron para proyectos de fracturación hidráulica, sobre los que el Sr. Macri nunca expresó su disgusto).

Todo gobierno que se pretende heroico debe desarrollar una épica, y para eso sirve la construcción discursiva de los antagonismos: digamos “campo” (olor a bosta de vaca), digamos “Clarín” (olor a hegemonía comunicacional), digamos “Macri” (olor a zona norte), y ya está. Poco importa que el campo sea ya otra cosa que la explotación ganadera, que los medios masivos sean ya residuales en un mundo atravesado por las nuevas tecnologías de la información, o que Macri sea apenas el costado más liberal del panperonismo en el que el oficialismo acuna sus peores pesadillas.

Mistificar, en determinados procesos históricos, es una necesidad ineludible (El 18 Brumario de Luis Bonaparte), pero eso no significa que haya una “mistificación buena” (la que ejercen “los buenos”) y una mistificación mala (la de la derecha).

La construcción discursiva de los antagonismos, que es una hipótesis (muy visitada, y muy fértil) de análisis, convertida en normativa y orientadora de la acción política, requiere de una delicadeza de tratamiento que, cuando está ausente, provoca el efecto contrario al deseado: el hastío del votante y la transformación de los comportamientos políticos (como la mano que ese joven le niega a un político antipático) en una nota al pie de un paper académico.

 

domingo, 11 de agosto de 2013

LA LLAMADA...




Webeando en la madrugada, después de la pizza, el fernet y tvr, mi amigo me muestra un video que le gustó y que -al parecer- se está expandiendo en forma viral por las redes sociales. Se trata de un corto titulado: "Ni una sola palabra de amor". Me gustó. Es, tal como me lo había advertido mi amigo, un video extraño. Diría más: levemente perturbador. Justamente porque no sé que es con exactitud lo que me genera la incomodidad.
Puedo arriesgar y decir que hay una estética Lyncheana y los universos de Lynch, (como los de Von Trier) son, más que cualquier otra cosa, perturbadores.
Pero hay algo más... y creo que tiene que ver con algunas imágenes que me vienen a la cabeza en relación a la historia que se va develando con el correr de los minutos.
"Ni una sola palabra de amor". Como en los cuentos que voy a llevar al taller, mientras la UBA me encuentra otra vez entre sus filas y el san Martín entre sus asistentes a los seminarios de los tipos que me interpelan y me atienden el teléfono.

Atender a este número: http://www.youtube.com/watch?v=sNkzk95uAP0