"Federer, el hombre que nunca salió de parranda" (por Esteban Schmidt para la revista Viva, 16-12-2012)
En charlas de quincho con entrenadores de juniors, éstos me cuentan que el desafío más grande de los jugadores de Futures es dormirse sin la inducción de la pornografía on line. Así estamos. Al que cuenta slices o se toca a la antigua, le va mejor. El porno on line, con su pluralidad de voces, estira la autogestión. Doy por entendido el punto. El dato proviene de algo estúpidamente obvio: los tenistas también son seres humanos. Pero crece mucho en interés cuando pienso en los grandes jugadores de tenis y en quienes como Roger Federer son grandes jugadores durante toda su carrera profesional, sin altibajos, sin escapadas. Federer domesticó su vida sexual así como tuvo que disciplinar la comida, el alcohol, la marihuana, las siestas bien a fondo, y todo eso junto durante su única juventud, porque de grande, cualquiera.
Federer logró hacer oídos sordos a los llamados de la selva durante todos sus años profesionales y saldó el histórico conflicto de intereses entre el asado y el fondo aeróbico. Un argentino que, quién sabe, lleva más de veinte años de terapia diciéndole a el analista la vela está encendida admira esa organización para el deseo. Y admira también el manejo de la falta de ganas. No querer ir a entrenar, e ir, no querer hacer una exhibición y, sin embargo, hacer algo que no lucirá en el palmarés, y que lo aparta de sus niñas porque ya está firmado; o sea, el gusto y el disgusto mancomunados y reprimidos constituyendo el temple del muchacho de Basel que está sentado, además, arriba de doscientos millones de dólares que, por supuesto, podría no gastar porque tiene la perspectiva de una vida en estado de canje, trocando su imagen por los bienes y servicios que se le antojen hasta su centenario.
Quien domestica su vida sexual arma al mismo tiempo su máquina familiar, ¡si total! Por eso es droga verla a Mirka en la platea con el ábaco y el baby calling en modo avión diciendo c’mon porque es parte integrante del carro triunfal de Federer. Un coach, un consejero, son importantes para llegar pero, para mantenerse una Lady Macbeth es clave. Detrás de todo gran hombre, hay una mujer que le aguanta las pendejadas y lo induce a desplegar su arte. Roger es el uno ¡o el dos!, con Mirka, no pese a Mirka. Una esposa que, lejos de funcionar como un collar de melones, trabaja de puntal del superhéroe. Los argentinos tenemos mucho que aprender.
El divino del mago Guillermo Coria también había hecho los deberes de acordonar su vida sexual, casándose joven, como un futbolista, pero, se decía en quinchos, lo devoraban los celos. Una novia guapísima que le inducía la preocupación y no el hambre de triunfo. Federer hizo de su matrimonio una unidad productiva y le clavaron a la estadística de Unicef dos niñas de un saque el 23 de julio de 2009, en el medio justo entre la finalización del Wimbledon que ganó y el US OPEN que perdió con Delpo. Stalin planificaba peor. Las mellis extienden además las posibilidades de Federer con la publicidad ampliándole el mercado y los productos. Su único precio es mantenerse incorruptible.
Que, desde luego, no significa ser un ser de luz. No puedo olvidar al mismo mago cuando anunció su despedida del tenis. Allí dijo: “me falta la cuota de maldad que se necesita para ganar”. Un sol. Lo prohibido, LA MALDAD EN UN DEPORTISTA, en boca de ese ángel con el ala rota que nos ilusionó tanto y nos desilusionó un montón por retirarse sin coronar. Los argentinos merecíamos más con él, lo alentamos bastante en las buenas y en las buenas; en las malas, lo puteamos, por amargo. Tan distinto a Roger, un neurocirujano, que automáticamente que les gana a todos todo el tiempo, con un ace humillante, ocho a seis en un tie break, viniendo de atrás en el marcador, como sea, y luego los paterniza en la red al finalizar, y en la entrega de premios los felicita por la excelente semana que han tenido. “Estoy seguro que un día ganarás este torneo”, les dice en alguna de las cuatro o cinco lenguas que habla.
Punto por punto y golpe por golpe, alguien ha ganado mejores o pegado más justo; para mí, Federer no es Messi, Federer es talento sobre una estadística navegando una curva pareja. El suizo juega muy bien, pfff, pero no es el favorito universal de todo el mundo, como podría serlo Messi. Yo separé más tiempo para ver jugar a Fabrice Santoro o a Davide Sanguinetti, top cincuentas, por sus lances heterodoxos que a Rogelio. Pueden decir que soy un soñador pero éramos muchos, muchos, viendo a Davide ganar en cinco sets en 2005 una tercera ronda del Us Open a Paradorn Srichapan.
A sus procederes virtuosos y su tenis de excepción, entiendo que debe agregarse “lo suizo” del asunto. Lo veo así: los suizos duermen desde hace generaciones en la nación que custodia las millonadas que no genera. ¿La plata para un suizo es la ratonada que es acá? Mmm. El argentino, con toda razón, piensa que si concreta el millón de dólares se retira, chau, c’est fini. La ilusión de ese retiro a lo grande, el abandono del yugo, de cerrar con minas el último piso del Sheraton de Sao Conrado y, en medio de la faena, mirar la bahía de Guanabara con una reflexión evocativa es tan poderosa que ata esa bandera a su Falcon y que flamee para sentirse vivo y esperanzado en la que sería una de esas grandes fantasías de inmigrante. Después no lo hace, por supuesto, nadie se retira, la rutina tira, y ese es el drama, haber tenido la fantasía equivocada.
El suizo no espera salvarse, nació salvado, sus fantasías son más precisas.
Federer nos enseña que ni doscientos millones conmueven las ganas de ganar, que se puede tener una sexualidad ordenada, aun siendo número 1 del tenis, con todo lo que se dice de los profesores de tenis, que se puede ser magnánimo en el triunfo, “ya ganarás”, humilde en la derrota, que se puede ser flaco, que se puede tener una familia que funcione, que haber nacido en la tierra que apenas le dio al mundo los relojes cucu no resta motivación, que se puede no pasar información emocional al rival cuando se pierde un punto (la obsesión de Javier Frana), y que las ganas de matar que todos tenemos, la maldad que le faltaba a Coria, en un break point en contra pueden hacer toda la diferencia.
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