jueves, 30 de mayo de 2013

LA TIERRA SOBRE LOS PIES (BORRADOR)...


Fragmento (borrador) de "La tierra sobre los pies" (mío, no de Schmidt)

 Se preguntó, hasta el cansancio, si era una buena persona. Quería sentirse tranquilo consigo mismo, quería ir al cine -sólo, o con un amigo, o con su novia- y, al momento de entregarle la entrada al chica antes de ingresar (o al chico), en ese brevísimo intercambio entre una mano que recibe una entrada y una mano que la corta en dos para devolver una mitad e indicar amablemente el ingreso a la sala, en ese brevísimo momento, al mirar fugazmente a la chica (o al chico) de la puerta de la sala, sentirse una buena persona. No sólo "sentirse" sino también percibir que la chica (o el chico) estaban recibiendo esa sensación, estaban sintiendo su sentir, y no sólo eso, sino que -sin conocerlo en absoluto- se permitían soltar un leve brillo en la mirada, un leve ademán que excedía la mera indicación de que ya podía ingresar a la sala. Era algo más: era la afirmación (secreta, sin palabras, cómo funcionan los secretos compartidos), de que -efectivamente- era una buena persona. 

Quería ir al bar y, mientras el mozo lo miraba al momento que le pedía algo -generalmente un café doble con crema- observar un breve mueca en la cara de ese hombre, un leve movimiento en los labios, algún destello en la mirada, que le dijera que sí, que se quede tranquilo, que era una buena persona, que no había porqué dudar de ello. Que, sin realmente conocer qué carta le quedaba, tenía todo a favor para aceptar el truco en la tercera mano. ¿Pero qué carta le quedaba?

Su carta. Porque el sí era una buena persona. No como el otro, "ese sí que no es una buena persona" se dice. Y se convence...por un rato.

Pero la pregunta cae (como cae todo) mientras hace cualquier otra cosa. Por qué pensar no es hacer. Pensar, en el mejor de los casos, es prepararse para hacer, en un "no tan mal caso" es escribir algo que alguien pueda leer y lo pueda poner a hacer: es decir a pensar como paso previo al hacer. Y -en el peor de los casos, que suele ser el pastor habitual que libera las ovejas al sueño- pensar es sólo pensar. Y cuando pensar es sólo pensar...bueno, ya sabemos lo que pasa.

La pregunta que cae, ese vaso que se apoya mal sobre la mesa, que viaja rápido hacia el piso para romperse y mojarle los pies descalzos es la siguiente: ¿qué es ser una buena persona?  ¿Quién expide ese certificado?  ¿A qué precio? ¿Por medio de qué tipo de examen?

Descubrió lo obvio, esa evidencia que -por tenerla pegada a los ojos- no podemos ver. Hay que despegarla, hay que poner bolsitas de te caliente sobre en los párpados manchados de pus y después, primero borrosamente, después con claridad, empezar a ver algo de lo que pasa.

Y lo que pasa da terror: no hay institución alguna de bien público capaz de evaluar la escala de macanudismo o de bonhomía de un fulano cualquiera.

Se divirtió pensando en una especie de examen. Un múltiple choice para ser más precisos.

Varios puntos. Cada punto -desde ya- con varias opciones. A cada opción le correspondería un puntaje diferente. Pensó en las categorías: padre/madre. Esposo. Vecino. Compañero de trabajo. Ciudadano (qué difícil esa!).

Del cruzamiento de los puntajes obtenidos en cada categoría del choice saldría una puntaje general, según el cual un 7 sería un buena persona, un 8 una muy buena y un 9 una excelente. El 10 siempre quedaría vacante porque el 10 (lo sabía desde el colegio, cuando un profesor de dibujo -mientras dibujaba con tiza un auto de carrera en el pizarrón- el 10 era sólo para el que nos mira tomar sol desde arriba. Y qué pasaba con los que no aprobaban? Los que sacaban 4, 5 o 6 debían ser puestos en observación...ir por la calle cómo van los que se anotan en la escuela de manejo: con un cartel que diga "cuidado, principiante".

Y los aplazados?... No eran necesariamente delincuentes, claro. No por lo menos de acuerdo al actual código penal. Apedrearlos en plaza pública parecía demasiado. La muerte cívica era demasiado también (aunque, sin dudas, no los hubiera afectado demasiado, dado que muchos de ellos vivían una muerte civil sin que nadie se dé cuenta). Se dio cuenta -otra vez- de una evidencia: los aplazados no se presentarían a examen: nadie quiere que le digan que es un burro si puede evitarlo.

No era estúpido. Se dio cuenta enseguida que su proyecto era más digno de ser presentado en un café-concert que en el ministerio de educación de la provincia. Es verdad, también se reían cuando un ignoto Rocky Balboa retó a duelo al gran Apolo Creed, y ya sabemos todos qué tuvieron que hacer con sus burlas, con tantas palabras recién saliditas de las brasas que arrojaron sobre el semental italiano.

Al pensar en las categorías, el agua que mojaba sus pies se vuelve un hielo que los quema, que lo hace querer correr hacia la tierra tibia. A embarrarlos para poder seguir caminando. Para que no queden inutilizados por su loca ilusión de pretender vivir de su cabeza. Y de la cabeza.

Se enlodó. Sólo, como siempre, como aprendió a disfrutar. Estaba claro que uno no puede ser interrogado sobre su propia bondad. Son los demás, los otros, los que deben decir si uno es una buena persona o no. Sin embargo, si los demás tienen la potestad para decidir si uno es bueno o no...entonces los demás empezaban a definir "qué era uno".

Le dio terror, otra vez el hielo bajo los pies, que aparecieran "otros", "muchos otros" (como aparecen los autos en bandada, en cuestión de pocos minutos, mientras el día sale de su noche mansa para indicarle a la gente que debe abotonarse en las autopistas que conducen al centro de la ciudad), que no certificaran su calidad humana. Que vieran en él una simple prolongación de la noche que -el puto día- les acaba de arrancar de sus almohadas para ponerlos de patitas en la calla. A trabajar, que es un día nuevo bajo el sol, como dijo alguno, y se fue a dormir.

Siguió cavando. Algo más sobre "el uno". Algo más relativizador del uno. Y a él no le gustaba relativizar. Él quería levantarse una mañana, y mientras se ponía las medias (sacudiéndolas siempre un poco, para que el negro de la tela sea puramente negro, descubrir que la tierra era redonda.  Pero no. Y no “no” porque no. No porque las cosas suelen ser más complejas de lo que parecen, dijo otro, descubriendo ya no la redondez de la tierra, sino la de sus propios pensamientos, y se dispuso a fumar un pucho, mientras se sacaba las medias (ahora sí con una mezcla negra y gris permitida para cualquier oficinista que hace guardia mental de 9 a 17 horas.=

Lo relativo era el uno. Uno no es sino en relación. Pero cómo?...No hay nada que uno lleve en su bolso siempre -siempre- a todas las relaciones? Quería creer que sí, quería aferrarse al esencialismo que refresca la cara a la mañana. Una crema aplicada con manos femeninas en la intimidad del baño. Frente al espejo que, gracias, a dios no habla con nadie. Tenemos mucho para aprender de los espejos: se limitan a mostrar sin decir. Los buenos amigos, los pocos buenos amigos, son los que adquieren esa extraña habilidad que tanto necesitamos.

 Si uno es "en relación", podía hacer papel picado con su esforzado modelo de múltiple choice. Adiós beca en el ministerio.

 Le gustaba pensar como dijo otro más: uno contiene multitudes, pero no quería quedarse con eso. No es que uno contenga multitudes, sino que la subjetividad está hecha de un sólo cuerpo hecho de miles de filamentos.  Y contar los filamentos...bueno, contar algunos es necesario. Pero contar muchos es un pasaporte directo a la locura.

Tuvo que detenerse. No porque quisiera detenerse, sino porque la trampa -sola, solita- se había activado.







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