Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
jueves, 30 de enero de 2014
SILBANDO Y SIN RENCOR...
"ZAFAR" (LA VELA PUERCA)
Soy de la cuidad con todo lo que ves
Con su ruido, con su gente, consume vejez
Y no puedo evitar, el humo que entra hoy
Pero igual sigo creciendo, soy otro carbón
No voy a imaginar, la pena en los demás
Compro aire y si es puro, pago mucho más
No voy a tolerar, que ya no tengan fe
Que se bajen los brazos, que no haya lucidez.
Me voy, volando por ahí
Y estoy, convencido de ir
Me voy, silbando y sin rencor
Y estoy, zafando del olor.
Me encontré con la gente, que sabe valorar
Que de turista en la capital,
han sabido vagar...
Y no ha encarado al fin la cruda realidad
De respirar hollín, de llorar alquitrán
Y empiezo a envejecer, sudando mi verdad
Criado pa´ toser, con mucha variedad
Y adonde ir a para, cargando con mi olor
Deberíamos andar desnudos pa´ sentirnos mejor.
Me voy, volando por ahí
Y estoy, convencido de ir
Me voy, silbando y sin rencor
Y estoy, zafando del olor.
En las mudanzas -es lógico- encontramos y perdemos cosas. Encontré, por ejemplo, fotos que hacía años no veía; fotos que consideraba perdidas para siempre. Lo que, tal vez, perdí para siempre fue uno de los libros esenciales de mi vida: "Conversaciones con Emile Cioran"
Hacía rato que lo venía buscando y nada. Pensé que, finalmente, iba a aparecer el día que remueva toda las cosas de la casa (no sólo la biblioteca). Ese día llegó y el libro sigue desaparecido. Consulto a mis amigos lectores y tampoco tienen noticias.
Del mismo modo que se puede matar a un libro (yo maté en la hoguera de la parrilla a "El flaco" de Feinman), empiezo a considerar la posibilidad de que el libro en cuestión haya rendido homenaje al espíritu que surge del texto y se haya suicidado.
Que haya visto el título de otro de mis libros ("Suicidos ejemplares") y haya pensado que ese título se corresponde con su propio contenido y que -entonces- no quedaba más opción que dejarse llevar por la coherencia.
No está. Ni vivo ni muerto. Es un desaparecido.
Es un desaparecido, sí, porque estaba vivo, y un libro vivo es ese que me mantiene despierto.
Cioran se habrá extraviado en algún recoveco de la casa a la que no tengo acceso. Aún así me voy. No lo puedo esperar. La invitación que me están haciendo es muy tentadora; me están pidiendo por favor que salga de cuadro, algo que yo también estaba pidiendo hace rato.
Una mano maestra para empezar a delinear las sombras finales del paisaje después de la batalla.
Y ahora se inclina la balanza. Y ahora pido yo.
martes, 28 de enero de 2014
EN ESTAS TIERRAS...
"EL QUIJOTE Y LA POLÍTICA" (por Martín Kohan para Perfil)
¿Qué es, quién es Nicolás del Caño? Es el diputado que rechazó, por considerarlo abusivo, el aumento de las dietas parlamentarias dispuesto para este comienzo de año.
Y que ha decidido poner en cuestión, más aun, la escala de las remuneraciones de los representantes del pueblo, que resulta obscena si se toma como parámetro el promedio de los ingresos de los trabajadores en la Argentina.
No se trata de generalizar la miseria ni tampoco de nivelar para abajo, no se trata de algún voto de pobreza ni mucho menos de un falaz mimetismo de clase con el reino de los despojados. Pero mucho menos se trata de un caso de quijotismo de cámara (alta o baja), no es el caso del idealista solitario que emprende hermosas batallas locas pero singulares.
Elogiar a Nicolás del Caño, pero por separado, destacarlo, pero aislarlo, no deja de ser un modo de despolitizar la cuestión. Porque la postura adoptada por Del Caño responde a la plataforma del PTS, integrante del Frente de Izquierda. Y se propone someter a discusión el sentido mismo de la representación, nudo conceptual del orden político de esta era. No hay en esto una atracción por la indigencia (es justo al revés), tampoco un escamoteo de las diferencias de clase (es exactamente lo contrario). Lo que hay es un cuestionamiento a esa torsión del representar por la cual, por ejemplo, los dirigentes sindicales dejan de trabajar para siempre, pasan a vivir entre lujos y hasta se convierten en empresarios del sector respectivo, es decir, en parte de la patronal. O bien a esos conductores de proyectos populares que cultivan la riqueza, la acumulan y la fortifican, multimillonarios sin la más mínima intención de ruptura que sueñan con la ventura de los pobres: un futuro en el que los trabajadores puedan concurrir a los hoteles de lujo situados en hermosas tierras, cuando son ellos los dueños de los hoteles y también de las hermosas tierras.
jueves, 23 de enero de 2014
TE DOY MIS OJOS...
LOS DOS HEMISFERIOS
Nunca supe muy bien qué éramos. Sabía bien lo que hacíamos: acostarnos. Pero, al día de hoy, no puedo encontrar la palabra que defina la calidad de nuestros encuentros en aquellas largas jornadas sexuales a las que fuimos adictos. Mi obsesión por las nomenclaturas, por llamar las "cosas por su nombre", como decía mi abuelo, no me da tregua. ¿Amantes? ¿Pero acaso para ser un "amante" no hace falta -necesariamente- que se configure una infidelidad? ¿O también se puede ser amante sin que exista una pareja oficial, cuyos derechos reales sobre el cuerpo de la mujer (o del hombre) estén siendo vulnerados por un tercero? ¿O bastará para ser amante que no se "ame" más que el propio cuerpo, la pura composición de la carne que, envuelta en el remolino incesante de sus fluidos (el sudor, la saliva, los flujos masculinos y femeninos), se deje llevar por la oscuridad del deseo hacia el fondo de las sábanas?
Porque el amante no ama. Yo, que no me reconozco como amante, me acuesto y no amo.
Y no amar, en algún momento, me empezó a parecer algo increíblemente excitante. Pensaba -pienso-que cuanto menos amor hay, más libertad.
Y Carla, mi amante, no guardaba nada de amor en su interior; su cuerpo era muy libre. Me recibía una o dos veces por semana en su departamento. Hablábamos muy poco. Nunca me quedó claro si trabajaba en una agencia de viajes o en una de publicidad, o en una de publicidad por la que tenía que viajar con frecuencia. Nunca tampoco me importó sacarme la duda. Sólo me importaba eso que pasaba entre nuestros cuerpos; entre nuestras manos y nuestras lenguas. Las lenguas se encontraban lo mínimo e indispensable para encender el fuego, y luego seguían camino al sur, hasta alojarse mansamente, largamente, en la entrepierna del otro. De la suya, al poco tiempo, brotaba un manantial pastoso, señal evidente de que una nueva fase del acto estaba en marcha. Entonces me subía y la bombeaba, variando periódicamente el ritmo, agarrándola de la cabeza, clavando la vista en la almohada. Un breve estremecimiento y nuestros cuerpos volvían a ser dos; el suyo con las piernas abiertas sobre las sábanas, con pequeñas cascadas de semen en el abdomen; el mío levemente vuelto hacia la puerta de la habitación, como buscando llenar el pecho de una ráfaga de aire fresco que se filtrara por al ventana.
Así nuestros primeros encuentros. Pero hubo otros y variados. Tal vez todo cambió la noche que, mientras ella se bañaba, descubrí su colección de películas pornográficas. En ese momento pensé que ya estaba en condiciones de etiquetar nuestro vínculo: "es un amigo" pensé. Pero después me representé la situación de dos amigos encamándose, y la repulsión que me produjo hizo que todo volviera a la nada puramente sexual del comienzo. Otra vez sexo sin envasar.
Carla, mi amante sin amor, tenía videos porno. Pero no sólo eran videos porno, sino que eran videos porno sadomasoquistas. Nunca disfruté de ese tipo de pornografía; me parecía que escondía -o que exhibía mejor dicho- un tipo de perversión chocante para mi propia sexualidad. Sin llegar a producirme la aversión que me producían los videos que incluyen relaciones entre mujeres con animales, o de viejos con embarazadas, lo cierto es que la violencia nunca estuvo, hasta ese entonces, relaciona con mi forma de vivir la sexualidad.
De pronto me sentí excitado por la posibilidad de violentar a mi compañera a la hora del sexo. Sentí que iba a ser más libre (más libre de lo que ya era por la ausencia de amor) y que esa libertad iba a potenciar el goce hasta niveles insospechados.
Y así fue. La tomé del pelo apenas salió del baño y la empecé a arrastrar hacia la pieza. Al principio me miró espantada, pero -al llegar a la cama- su cara se había transformado; empezó a morderme la boca, la lengua, el cuello. Me dolía, no entendía bien lo que estaba pasando, pero sí estaba decidido a dejar que las cosas siguieran por el curso en el que se habían iniciado. Rápidamente me encontré desnudo, crucificado en forma horizontal, mientras una perra hambrienta devoraba mi cuerpo a tarascones.
Esa noche, antes de quedarnos dormidos, nos miramos a los ojos. Nunca antes nos habíamos mirado a los ojos después de la batalla sexual; la rendición de nuestros cuerpos siempre era en solitario, como si la cama estuviera compuesta por dos hemisferios que, en determinado momento, pierden la conexión el uno con el otro.
Una vez, en plena faena, le pegué un cachetazo. Ella se excitó, vi asomar de su boca una lengua burlona como pidiendo más, pero no pude seguir. Entonces repetí el único gesto de violencia del que había sido capaz (tomarla con fuerza del pelo y llevarla hasta la habitación) y la penetré tan fuerte como pude. Esa noche volvimos a dormir en nuestros propios mundo, sin mirarnos a los ojos antes de apagar la luz.
Pasaron varios meses en los que no nos volvimos a ver. En ese tiempo no hice cosas extraordinarias: me dediqué a buscar un departamento para vivir, intercambié cartas acusatorias con mi papá y escribí algunas historias que siguen haciendo cola para nacer.
Su llamado, anoche, me tomó por sorpresa. Su tono no tenía nada de la parquedad habitual con la que solía citarme a su departamento. Me dijo que me esperaba, que tenía ganas de verme, que la íbamos a pasar bien. Me incomodó un poco sentir su ansiedad; también me calentó.
Llegué muy nervioso. Me sentía un adolescente virginal tocando el timbre, solo, en un privado de mala muerte. Ella me recibió como siempre y -también como siempre- sin mediar palabra me llevó hasta la habitación. Mientras nos desvestíamos, se escuchó el ruido de unas llaves del otro lado de la puerta de entrada del departamento. Me incorporé de un salto. Carla no; permaneció tirada en la cama, con los pechos al aire, la lengua burlona apuntándome al corazón. Mientras registraba mi palidez, me señaló el placard. Pensé que la situación no era cierta, que esas escenas de película nunca pasaban en la vida real; pero ahí estaba yo, desnudo, juntando mi ropa con desesperación mientras me encerraba para esconderme del visitante inesperado. ¿Su esposo? Poco probable. ¿Un novio? Tal vez. ¿Otro amante? Seguramente.
Desde mi oscuridad absoluta advertí que el ruido de las llaves se transformó en una serie de pasos y esa serie de pasos en una voz grave que llamaba a la dueña de casa. Ella contestó y la voz grave se hizo presente en la habitación. Comencé a sentir el roce de los cuerpos, la lucha de las manos. Ella le pedía que fuera un hombre de verdad. El le decía que sí, que ya iba a ver. "Ya vas a ver putita", dijo.
Después vino el movimiento. Las sacudidas acompañadas del chillido de la cama, ese chillido que yo conocía también y del que -increíblemente- estaba siendo un testigo oculto y no su protagonista. De pronto escuché un golpe. Seco, fuerte. Después otro. Y otro. El primer golpe me sobresaltó. Cuando escuché el segundo, mi frente y mis manos se entibiaron.
"¿Así que me engañas? ¿Así que cogés con otros?". El tono intimidatorio de las preguntas no impidieron que, en mi encierro, bajara la bragueta del pantalón para sacar el miembro, erecto, al aire. Para cuando llegó el próximo golpe, mi mano derecha iba y venía, descontrolada, al tiempo que cerraba los ojos imaginándome siendo parte de la escena que transcurría a pocos metros.
"Basta!" se escuchó, una y otra vez. Pero no había terminado el castigo. La estaba lastimando. A los ruidos secos y fuertes le siguieron ráfagas de aire, que, desde mi oscuridad masturbadora, adiviné como la hebilla del cinturón sacudiendo el cuerpo de Carla.
Un alarido final coincidió con mi eyaculación. Después un silencio seguido de un sollozo. La voz grave marcando con firmeza que no joda más con él, mientras sus pasos emprenden el camino de regreso hacia la puerta del departamento, y de allí a la calle.
Abrí la puerta del placard con lentitud. Carla estaba sentada en el suelo, llorando, de espaldas a mi. Se miraba las manos temblorosas. Franjas anaranjadas le cubrían la espalda desnuda. Trataba de ponerse de pie sin conseguirlo.
Salí de la habitación rumbo a la puerta. No veía las llaves por ningún lado, así que me asomé al balcón, evalué que ese primer piso era un desafío que podía pasar exitosamente, y salté a la calle.
Fue la mirada de una mujer en el colectivo la que me advirtió que tenía el cierre de la bragueta bajo.
martes, 21 de enero de 2014
GRAVEDAD, CAER, FLOTAR...
Si la gente no puede valorar lo que hacemos, voy a llevar las cosas a un límite que haga que ya no lo olviden, y si para eso tengo que arriesgar la vida, voy a hacerlo.
Eso es Vedder. Yo, por el momento, no caigo desde columnas de 8 metros de altura; floto entre el papel, los ganchos, los membretes. Les asusta verme flotar. Los incomodo. No caigo sobre los cargos; les mancho los papeles. ("hay un fantasma trabajando acá")
Y todo empezó por la ley. Por ir a buscar la Ley. Todo consiste en sentir la gravedad.
Pasaron muchos años; ahora me dedico a estudiar las inclinaciones de la balanza, su composición física y química (es decir, su historia), la ceremoniosa mediocridad de sus plazos morales.
Juego como un chico relacionando leyes y hombres y lloro como un chico cuando termino de jugar.
No gustan mucho mis juegos. Lo que no entienden es que si no me dejan jugar un poco, un rato cada día, podría llegar a perder mi carácter fantasmal y morir atragantado con un hueso de pollo del tío Tony.
Para no morir ni atragantado ni aplastado por el peso del papel, entonces, me dedico a buscar algún conducto secreto detrás de los escritorios. Algún pasaje al cerebro de John Malkovich.
Claro que lo voy a encontrar.
Mientras busco, sigo viviendo bajo este cielo paradojal: queriendo recibir dinero por sentarme a leer, pensar y escribir, me terminan pagando por sentarme toda la mañana a hacer algo que -ellos creen- se asemeja mucho a leer, pensar y escribir, sin que esa actividad implique, en modo alguno, ni leer, ni pensar ni -mucho menos-escribir.
WISHLIST...
ESE QUE MUERE
¿Se necesita que alguien muera para vivir?
¿Todos necesitamos que algo o alguien muera para poder vivir?
Los demás, los que todavía no están, necesitan para su nacer, necesitan de nuestra vida para su propio vivir.
Y si se necesita a la muerte, si la necesitamos, entonces... ¿será que algo muerto -eso o ese que murió- sigue vivo en ese (vos, yo) que todavía vive?
¿Y será que es esa muerte, durmiendo siempre entre los órganos, la que nos reclama desde un lugar sin nombre la generosidad de traer un hijo al mundo?
Será entonces que nadie vive en un cementerio, como tampoco nadie puede vivir sin sentir la paz que se siente en los cementerios.
Gelman no está refugiado en esa paz; está en el aire, subiendo y bajando en cada ráfaga, como la vida o como la muerte.
Temía por su esqueleto, no quería dejarlo desnudo, solito y solo, a soportar la eternidad del universo. Muerte a su temor.
Los poetas mueren solos; a los padres se los mata con premeditación ("homicidio agravado por el vínculo" según la legislación). Los amigos son esa generosidad, esos fantasmas dulcificadores de los días, habitando siempre en ese lugar sin nombre. El lugar del que todo nace; sí también el lugar desde el cuál una vida humana (una más) comienza a ser posible.
No se necesita que un amigo muera para vivir.
Necesito mi casa -mi propio cementerio- para poder escribir.
Necesito las palabras para no masturbarme, para poder matar con toda la violencia que haga falta.
Una casa, un amigo, una muerte, todas las palabras: eso que necesito para vivir.
domingo, 19 de enero de 2014
HOMBRES Y SERPIENTES...
Eugenia Rico (España, 1972)
"Aunque seamos malditas" (fragmento)
Mi padre era alto y rubio. Era cojo como yo, pero eso no le impedía ser un gigante. Decía que descendía de los vikingos que solían asolar las costas asturianas. Me contaba historias de sus antepasados escandinavos. Me hablaba de Odín y su esposa Freya, Thor, Loki y los demás dioses del Panteón del Norte. Odín había permanecido nueve días colgado boca abajo del árbol Yggdrasil, en la soledad más grande del mundo, desnudo e indefenso, sin ni siquiera su propia sombra para cubrirlo. Aquello no podía traer nada bueno. Al noveno día un cuervo le arrancó un ojo, pero su sacrificio no fue en vano. Ya no pudo «ver» con normalidad pero adquirió otra clase de visión. A cambio de su sacrificio Odín conquistó los augurios: las primeras letras de un alfabeto sagrado. Le permitieron ver lo interior: el pasado y el futuro. Los augurios trajeron al mundo la lengua, la poesía, las historias de amor y el valor de los hombres. Odín también trajo al mundo la profecía pues cada letra tenía un significado mágico. Para conseguir el poder de la sabiduría y el don de la visión interior Odín sacrificó la forma en que siempre había visto el mundo. Ese mundo de Odín sólo está de acuerdo en una cosa con el cristianismo, el judaísmo y el islam, las tres religiones semíticas y patriarcales: la mujer no es nada. La misoginia de las religiones patriarcales hace tiempo que expulsó a la mujer del Paraíso. No fue la serpiente. Fueron los hombres.
miércoles, 15 de enero de 2014
SU LUGAR: EN LA TIERRA (DONDE AHORA HACE FRÌO)
"Sentimientos"
como un grito finito como un pedazo escaso
como un vuelo de piedra de luz encadenada
desato mis caballos y anudo mi paciencia
las voces de la noche levantan sus dos voces
las ramas de la noche levantan sus dos voces
y miro el cielo abierto girar en su estupor
en su furor sereno devienen más desastres
y se desencadenan las bestias del amor
y cantan y no cocen maquiavélicos sastres
que unieron sin hilván tu corazón y el mío
y ligaron sus suertes con bárbaras dulzuras
sin decir que hace miedo hace hambre hace frío
y eso corrompe y mata las dulces ligaduras
esos bárbaros sastres atan las destrucciones
y rezan a escondidas a los pies de Satán
y revientan de un golpe los dulces corazones
y se beben la sangre y se ríen y se van
esos demonios negros como tu amor y el mío
con sus pústulas tiernas y su pura indecencia
desato mis caballos levantan sus dos sones
y miro el cielo abierto tu corazón y el mío
sin decir que hace miedo atan sus destrucciones
y revientan de un golpe hace hambre hace frío
Una mujer y un hombre llevados por la vida,
una mujer y un hombre cara a cara
habitan en la noche, desbordan por sus manos,
se oyen subir libres en la sombra,
sus cabezas descansan en una bella infancia
que ellos crearon juntos, plena de sol, de luz,
una mujer y un hombre atados por sus labios
llenan la noche lenta con toda su memoria,
una mujer y un hombre más bellos en el otro
ocupan su lugar en la tierra.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.
lunes, 13 de enero de 2014
LOBOS Y CORDEROS...
"El lobo de Walt Street" y "La vida de Adele" son mis primeras experiencias cinematográficas del año. En la primera, DiCaprio llegó a un nivel interpretativo que, claramente, lo confirma como uno de los mejores actores de su generación.
La película de Scorsese es desmedida y brutal (fiel reflejo de la realidad que pretende triturar) y, al mismo tiempo, increíblemente divertida. La droga más potente no es la cocaína; es el dinero.
La vida de Adele, en cambio, se sostiene en la intensidad poética de la historia (homo) sexual de una adolescente, que no ofrece el alivio de la risa que sí ofrece la primera. Si DiCaprio, a los 40, llega a un nivel interpretativo superlativo, la protagonista de la película francesa, a sus 20, demuestra en su primer protagónico que el séptimo arte todavía tiene prodigios para sacar a la luz.
Muy distintas entre sí en cuanto a la temática (si en "el lobo" todo pasa por la plata, en "Adele" nada pasa por ahí) y la construcción de los personajes; muy parecidas, sin embargo, tanto en su duración (3 horas que no llegan a incomodar) como en la excelencia con la que -justamente- fueron celebrada por la crítica.
XLSemanal. Primero compró los derechos del libro y luego se empeñó en producir y protagonizar la adaptación de la biografía de Jordan Belfort. ¿Qué le fascinó tanto?
Leonardo DiCaprio. Me gusta comparar esta historia con el Imperio romano. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, Belfort fue una especie de Calígula en un mundo de las finanzas que estaba completamente desregularizado. Supo aprovechar la oportunidad y vivir como un auténtico emperador romano.
XL. Supongo que, en medio de una gran crisis económica y mucha animadversión hacia Wall Street y sus tiburones, no era una película fácil de hacer...
L.D. Nada fácil. Íbamos a hacer un filme sobre unos tipos que, a ojos de todo el mundo, son los grandes villanos de la historia. No estábamos adaptando una obra icónica de la literatura americana, sino la historia de un hombre que durante una época de su vida estuvo poseído por la codicia. ¿Cómo íbamos a conseguir que la gente fuera al cine a verla? Pero Marty [Scorsese] nos dijo: «He hecho películas sobre criminales y gánsteres y sé que el público lo aceptará si consigues captar ese mundo sin edulcorarlo, disculparte o empatizar con ellos».
XL. Entabló una estrecha relación con Belfort. ¿Qué opina de él?
L.D. Pasé muchos meses con él. Ahora es un hombre reformado que hace lo posible por ser honesto acerca de aquella época de su vida. Pero creo que Jordan solo era un pez en una piscina llena de tiburones gigantes que sistemáticamente robaron el dinero de los americanos. Ellos querían jugar con los peces gordos y jugar con el sistema que América había creado para ellos. Y, si había una fisura en ese sistema, la aprovechaban. Si no existe una regulación y no conseguimos que esta gente pague por sus actos, estas cosas seguirán pasando.
XL. Sin embargo, la película ignora a las víctimas de sus tropelías, ¿por qué?
L.D. Fue una decisión consciente, queríamos concentrarnos en esa insaciable necesidad de conseguir más dinero, más sexo, más drogas... El desenfreno de unos tipos que pensaban que sus acciones no tenían consecuencias. Para Jordan, que la gente lo aclamara como si fuera Bono por salir a joder a otras personas y ganar más dinero a su costa era como un colocón. El dinero lo era todo.
XL. Y Jordan, ¿qué opina a día de hoy sobre la sociedad en la que vivimos?
L.D. Que la codicia es algo inherente a todo ser vivo, es casi un instinto de supervivencia. El problema es que los seres humanos, que supuestamente somos la especie más evolucionada, deberíamos estar por encima de eso, deberíamos haber aprendido a vivir en armonía para hacer de este mundo un lugar mejor...
XL. Y usted, ¿nunca se ha dejado seducir por esa codicia?
L.D. Es fácil obsesionarse con el dinero, pero yo no creo en absoluto que sea el camino hacia la felicidad. He conocido a gente para la que todo eran círculos concéntricos hacia la riqueza. Puede ser una adicción como otra cualquiera.
XL. ¿Cómo maneja usted su propio dinero? ¿Tiene un bróker?
L.D. Sí, y no tengo ni idea de en qué invierte mi dinero, la verdad [risas].
XL. ¿Ve usted alguna similitud entre los excesos de Wall Street en aquella época y el mundo del cine?
L.D. Creo que ese tipo de decadencia la puedes encontrar en cualquier ámbito, no es exclusiva de Hollywood. Pero es cierto que, cuando las personas viven despegadas de la realidad, se dedican a alimentar la bestia de la diversión. Y eso es absolutamente inherente a Hollywood. Y también al mundo de las finanzas.
XL. Esa bestia puede cobrarse un precio muy alto. Sin embargo, parece que usted siempre ha sabido mantenerla a raya...
L.D. Yo eso lo aprendí desde muy pequeño, pero no fue gracias a Hollywood... Crecí en un barrio de Los Ángeles rodeado de un montón de gente haciendo todo tipo de actividades ilegales a mi alrededor. Y vi cuál es el precio que se paga por eso. Aquello me preparó para Hollywood de una manera fantástica.
XL. ¿Por qué?
L.D. Bueno, porque si no hubiera crecido en aquel barrio, quizá lo hubiese visto con otros ojos o hubiese dicho: «Voy a probar esto o lo otro... ¿Por qué no?». Hemos perdido a muchísima gente con talento como resultado de ese estilo de vida... Y no tiene que ver solo con los excesos, sino con el tormento que muchos de ellos experimentan cuando viven permanentemente en el escaparate público, con el hecho de que te coloquen en un pedestal para destruirte luego, con la necesidad de mantenerte permanentemente en la cima o con que la gente que te rodea no sean realmente tus amigos... ¿Cuántos grandes artistas hemos perdido? Yo he visto desaparecer a muchos de mis héroes.
XL. ¿Es la filantropía y su cruzada medioambiental una forma de encontrar el equilibrio con esa codicia inherente?
L.D. No solo creo que es mi responsabilidad, sino que, además, me apasiona tanto como la interpretación. Si no fuera actor, sería biólogo o científico medioambiental. Y cuando surgió la posibilidad de hacer cosas en ese terreno, lo tuve claro. No me sentiría realizado si no fuera por eso. Es increíblemente gratificante. Además, solo el dos por ciento de la filantropía está dedicada a proteger el medioambiente. Es inaudito, teniendo en cuenta que es fundamental para nuestra supervivencia...
XL. ¿Qué es lo que más le indigna de lo que pasa en el mundo en estos momentos?
L.D. Uf, podría hablar durante horas... Me resulta inconcebible, por ejemplo, que, ahora que toda la comunidad científica ha llegado al acuerdo de que el hombre es el causante del cambio climático y se da tan por hecho como la ley de la gravedad, todavía exista un debate al respecto. Es necesario cambiar un sistema energético basado en los hidrocarburos y los combustibles fósiles. Si no somos capaces de hacer esa transición, estaremos destruyendo nuestra propia civilización. Y, aun así, continuamos en este inevitable camino de caos y destrucción... Lo más sangrante de todo es que ya existe la tecnología, pero no se está implementando al nivel que se debería. Es una locura que no seamos capaces de ponernos de acuerdo para solucionarlo.
XL. A veces da la sensación de que las estrellas hacen más por las causas humanitarias o medioambientales que algunos líderes mundiales. ¿Le decepciona la actitud de los políticos?
L.D. Me decepciona el mundo entero cuando se trata del medioambiente. Muy pocos países tienen una buena agenda medioambiental. Es deplorable que todavía se celebren cumbres para que los líderes mundiales se reúnan y el resultado siga siendo una debacle total porque otros intereses tienen más peso. Continuamos actuando como si este problema fuera a resolverse por sí solo, esperando algún tipo de milagro... Y no descarto que ocurra, pero si no se apoyan las nuevas tecnologías porque hay demasiado dinero en juego en la extracción de hidrocarburos, ¿cuándo vamos a empezar a arreglar este problema?
XL. Lleva dos décadas cosechando éxitos en Hollywood, ¿ha cambiado la forma en la que enfoca su carrera?
L.D. En realidad, mi actitud acerca de este negocio nunca ha cambiado. Miro atrás y veo las decisiones que tomé cuando tenía 15 años... y la verdad es que estoy muy orgulloso de mí mismo. Había visto mucho buen cine y me propuse que, algún día, yo también haría papeles importantes. Y esa ambición nunca te abandona.
XL. Hace unos meses sugirió que podría retirarse... ¿Es ese todavía el plan?
L.D. Dije que quería tomarme un tiempo porque, después de haber rodado tres películas seguidas, necesitaba descansar. Pero no quería decir que iba a dejar de actuar. Aunque ahora no tengo ninguna película a la vista, eso no significa que vaya a retirarme.
XL. Pronto cumplirá 40 años. ¿La edad es solo un número o cumplir años le hace ponerse reflexivo y hacer balance vital?
L.D. Claro que me hace pensar sobre mi vida y el tiempo que llevo en esta industria, pero al mismo tiempo soy una persona a la que no le gusta demasiado hacer planes. Prefiero ver adónde me lleva la vida en cada momento. Aunque pueda sonar a cliché, lo importante no es la edad, sino tu actitud. Pero eso tampoco quiere decir que sufra un extraño síndrome de Peter Pan...
domingo, 5 de enero de 2014
MAR ADENTRO...
Otra vez sopa? Sí, otra vez. Y va a haber más. Todas las que hagan falta (así que van a ser muchas, porque no se sabe para qué hace falta). Porque sigue siendo uno de los pocos libros que, puesto al sol de enero, no se seca. Y sabemos que todo se seca. Hasta los chicos se secan (basta verlos, o tocarlos, a los pocos minutos de haber egresado de la pileta); algunos muertos no. Conservan la piel fresca y la boca salada. Y le mejor forma de recordar esa boca es retratarla con sus propios fluidos. Todos a los botes. Y el que no, que se quede flotando contra el cristal de la pecera entonces, soñando el ruido de rotos cristales imaginados.
DEL LIBRO "LOS LIBROS DE LA GUERRA"
"Es evidente que la más leve intoxicación, ya desde la primer pitada al nuevo cigarrillo, produce una vaga ensoñación, una ínfima obnubilación, que mitiga la lucidez intolerable provocada por las preguntas sin respuesta ¡Si supiesen fumar! Si tuviesen un cigarrillo, o alguna otra forma de certidumbre humana para llenar ese vacío de saber o ese vacío de hacer que se produce cuando uno, alucinado, siente saber, o cree saber... si para esos instantes de terror a la incertidumbre, o de regodeo soberbio con un par de certezas recién venidas, este inmenso arsenal de mercancías les ofreciera algo que los ayude a permanecer allí, hieráticos frente al terror gozoso de ignorar, o consternados bajo el goce terrible de saber, el destino originario de la filosofía quedaría, en ellos, cumplido...pero no: incluso buenos fumadores, consumidores de hasta dos paquetes diarios de Marlboro Box, salen disparados del pozo del saber o de las cimas de la incertidumbre y caen sentados de culo justo en el centro del escenario del teatro de la política representativa burguesa.
Y tal vez el amor pueda ser buen sucedáneo del cigarrillo cuando se trata de detener el alma en el intervalo perpetuo del terror de la filosofía. Y a propósito del amor, pienso que el amor a la sabiduría, como el amor, debe adiestrarse en la falta de su objeto para no perderse en los ensueños de la convergencia con el sentido social tal como el otro se derrama en la palangana tibia de la institución del matrimonio."
"Si las cárceles y las instituciones jurídicas y penales de un país cuentan con personal armado, con balas y con precisas máquinas de matar, y si es tan eficaz la práctica del tiro al pecho, o del tiro a la nuca: ¿por qué dilapidar esfuerzos en el montaje de una antieconómica silla eléctrica? La respuesta es que cada civilización elige una forma de asesinar (de "verduguear") que la representa, y que dice de ella algo más que su natural necesidad de eliminar la gente que le sobra. La silla eléctrica, que no es un buen negocio para el sistema penal, es un buen negocio para los valores de la cultura contemporánea; una sociedad tecnológica también te procura la muerte por medio de las fuerzas que se complace en dominar. En este caso, la electricidad que alimenta las sillas. La misma que alimenta, invisibles, a las picanas eléctricas. La amplificación electrónica del sonido se volvió casi obligatoria desde los Beatles. Preguntarle a un músico de rock si estaría dispuesto a abandonar los recursos que la electrónica puso en sus manos sería como preguntarle a un especialista en información si estaría dispuesto a prescindir de la picana, que es para su profesión un complemento insustituible y un compañero tan inseparable como lo son el cable, la llave DIN y los Fenders para el músico joven que se empecina en emitir los sonidos que su joven público demanda."
"Soy uno de los pocos que piensa que la guerra sucia, esa matanza de ultras y proclives, es un proceso que comenzó mucho antes de 1976 y que se extiende más allá de 1982. Mi análisis planteaba que "el movimiento" no podía desarrollar una política cultural porque carecía de una concepción de la cultura; demostraba que la política cultural del nuevo gobierno era resultado de las oportunidades que se le iban presentando; señalaba que mientras en la superficie del proyecto cultural alfonsinista se percibía la creencia de que la cultura es una parte del "tiempo libre", vinculada al negocio de los medios y del espectáculo y desarticulada de la vida real, en el fondo de la gestión cultural iniciada en Diciembre se detectaba la misma tendencia continuista que se podía reconocer en otras áreas de la gestión gubernamental: económica, energética, judicial, etc.
En general, la gente que con cierta plasticidad y rapidez puede cambiar de causas, trabaja con apariencias, y como sus palabras están destinadas a durar un par de días, o un mes, antes de acabar envolviendo los restos de la comida en el fondo de una bolsa de basura, no pueden ni pensar en el sentido final de los actos. ¿Para qué detenerse a evaluar los resultados de una política cultural, si cuando se puedan percibir, ya estará trabajando otro gobierno?
¿Cómo se zafa de esta herencia cultural? Creo que el mejor camino es pensar lo que ella y sus administradores decretaron como impensable, y pensarlo con los modelos intelectuales que exorcizaron como intolerables. Algo que tal vez los radicales no pueden pensar, ni tolerar, pero que deberían pensar y tolerar si quieren tener un política propia y, de esa manera, dejar de administrar las políticas del régimen anterior."
"La poesía no es un arma cargada de futuro que sirve a un fin social, sino una herramienta hecha de pasado que sólo sirve a la literatura, ese sistema donde los fines emocionales, políticos y religiosos son meros recursos temáticos para anunciar un mensaje cuyo único referente no tiene tema, porque es la fuente de todos los temas."
"El escritor trabaja la lengua y la información sometiéndolas a reglas fijadas de antemano por él mismo. El valor de su obra depende de la originalidad de esas reglas y del rigor con que se haya cumplido su mandato desviante, delirante. El periodista, en cambio, realiza una actividad parecida a la del escritor, está ocupado en entretejer cuatro fuerzas que modelan sus textos: 1) lo que espera el público. 2) lo que esperan sus patrones. 3) lo que acepta el Estado, las leyes y los anunciantes del medio. 4) la información que -obligatoria y profesionalmente- debe transmitir. Por esto, el periodismo, que no es afín a la literatura, representa exactamente todo lo contrario de ella. Mientras el lector de prensa sabe que el redactor periodístico está sometido a un conjunto de condiciones, si el lector de literatura sospechase que la obra está condicionada por un factor externo a ella, todo el encanto literario se desvanecería."
"Lo peor de esta creciente dependencia que la expresión escrita en general y la narrativa en particular contraen con la industria informática es el pacto invisible que ésta impone con la electricidad. Llegará un momento en el que baste interrumpir el suministro de energía a las redes de distribución urbana para silenciar lenguas, naciones y generaciones enteras cuyas palabras pueden ser indispensables para el destino de la especie, aunque es verdad que no podemos saber qué puede ser indispensable para el destino de la especie. A instancias de la industria editorial, cada vez más autores se imaginan llamados a contar historias. Para ellos "contar" se manifiesta tanto como un deber hacia el género humano que eluden saberse llamados para crear, inventar, adulterar u ocultar historias. Desde su irrupción en la tierra, la especie, que supo recorrer sin electricidad el 99 % de su camino, no ha hecho otra cosa más que contarse historias. El resultado fue la Historia, colmada de infinitas historias que no cesan de brotar, sin necesidad de que alguien se profesionalice para repetirlas. La repetición profesional es una usurpación de la misión natural de los relatos y de su belleza. Los escritores de antes de la electricidad lo supieron, y por eso, los que hoy podemos recordar, hacían historia con el arte de contarla, no con los acontecimientos que se suponen necesarios para provocar "acontecimientos editoriales", esos monumentos edificados para el olvido."
Suscribirse a:
Entradas (Atom)